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La conocida leyenda de San Jorge... o de San Ángel Falca.
Celia Calcagno

de "Por mar y por tierras"

Pero no sólo los Odone pueden vanagloriarse de contar historias antiguas con sabor a leyenda popular, como aquélla del rey Otón. Los Calcagno también. Y los Falca no se quedan atrás.

En los hogares uruguayos de fines del siglo pasado y comienzos de éste, se hizo bastante común encontrar colgada en la pared una lámina que representaba a un joven jinete montado en briosa cabalgadura y con un dragón derrotado a sus pies.

Esta difundida imagen de la célebre leyenda de San Jorge y el dragón, llegó hasta nuestro suelo traída por la inmigración italiana, porque en Italia se había hecho popular desde tiempos inmemoriales y era uno de los mi tos favoritos de la gente de pueblo.

En mi familia, como no podía ser de otra manera, había acabado por entrelazarse con antepasados nuestros perfectamente identificados. Y así San Jorge, con la mayor naturalidad del mundo, quedó incorporado a la leyenda familiar mediante un candoroso juego de la fantasía...

Resulta que un pariente nuestro de la rama Calcagno, suspiraba por poseer un buen caballo. Y como no tenía dinero para comprarlo, se le ocurrió ponerse a trabajar de peón con un herrero del lugar que le enseñaría el oficio.

Al taller del herrero concurrían señores copetudos para hacer herrar sus espléndidos caballos. Y un día Andrés Calcagno -que así se llamaba mi antepasado- herró tan concienzudamente el caballo de un gentilhombre, que el pobre animal se quedó rengo. Al verlo tan venido a menos, perdida la gallardía que exige el paso de un gentilhombre, el caballero -que era algo corto de entendederas- se enojó mucho con su caballo y lo "repudió" -si es que se puede repudiar a un caballo- y lo soltó en el campo, desinteresándose de él para siempre.

Nuestro buen Andrés, que de tonto no tenía un pelo, esperó que se hiciera de noche, y entonces se acercó con gran cuidado al animal, que pacía plácidamente. Le puso un cabestro, lo llevó a su choza y fue allí donde -como era un hombre fantasioso y creativo tuvo la ocurrencia de pintar lo para que no se le reconociese y evitar así posibles reclamaciones; y para rematar, le agregó unas plumas de ave cerca de las ancas. A decir verdad, el animal quedó muy bonito pintado de azul y con aspecto de alado.

Cuando al tiempo regresó su patrón de un largo viaje que había emprendido, se encontró con asombro a Andrés, caballero de tan estrafalario corcel; y como era bastante corto de vista... y de entendederas, le preguntó deslumbrado:

- iAndre!! i Meu 'caro Andreín! ¿Quién te regaló tan maravilloso animal?

Andrés Calcagno ni pestañeó:

- Me lo trajo un ángel de regalo. ¿No ve que es un caballo angélico? Mírele las alas.

¿Y cuándo va a volar?, le preguntaban sus vecinos.

Y Andreín Calcagno, sin inmutarse, les contestaba:

- Vuela siempre. Lo que pasa es que cuando vuela, los ángeles lo cubren con su manto y se vuelve invisible.

Esta historia la contaba en casa nuestra tía Anita. Pero mi abuelo José se la contaba a mi madre algo cambiada: Andreín se llamaba Giuanín -Juanín-, el caballo estaba pintado de colorado, la montura era de arpillera, la cincha un cinturón de plumas y las alas ¡eran auténticas alas de ángel!

Pero circuló en la familia una tercera versión de esta historia, que provenía de otros lígures, los Falca, y estaba protagonizada por un antepasado nuestro llamado Angelo. (Este fue abuelo de otros Falca que inmigraron al Uruguay allá por 1829, y que se seguirán llamando Ángel, hasta llegar al poeta novecentista que paseaba por Montevideo su quijotesca figura vestida siempre de negro).

Aquel "primitivo Angelo era oriundo de Savona y poseía grandes extensiones de castaños; tantas, que nunca pudo llegar a contar sus árboles porque se perdía. Por eso se le ocurrió comprarse un buen caballo y así abarcar la totalidad de sus cuantiosos castañares. Pero por más que le ofrecieron innumerables ejemplares equinos de los más variados tipos y pelajes, no le gustó ninguno.

Afligido por no encontrar una cabalgadura que le viniera bien, un día que estaba sentado frente a su casa -que era cuadrada, toda de piedra y de dos pisos, con granero anexo, porque esos Falco, además de castañeros, eran también molineros- decidió rezarle a su Santo Patrono, que resultó ser, además, su ángel guardián:

- i Sant Angelo, '"Sant Angelo! i Mándame un caballo, te lo ruego!

Y esa misma noche Angelo Falca sintió un leve rumor en el cielo, y asombrado vio descender en su cortile (patio) un soberbio caballo blanco adornado con dos alas magníficas que se movían acompasadamente. Y escuchó una voz que le decía:

- Aquí lo tienes. Es tuyo. Úsalo para recorrer tus campos, pero hazlo en secreto, de noche, para que nadie lo vea.

Mi antepasado obedeció los dictados de la voz. En las noches siguientes montó en su caballo alado, que no tenía montura, ni riendas, ni apero, ni estribos, y marchó a recorrer sus campos para contar castaños. Así una noche y otra noche, hasta contar mil ochocientos veintinueve árboles.

Pero cuando todavía le quedaban por contar otros tantos, si no más, fue visto por algunos labriegos del lugar, que empezaron a hacerse comentarios asombrados, codeándose y preguntándose:

- ¿Quién será? ¿Quién será?

Uno de ellos, que era algo más letrado que los otros, afirmó:

- ¡Es San Miguel, les aseguro!

Pero otro replicó con la mayor convicción:

- ¡No, señor, es San Jorge, qué duda cabe!

Y no faltó quien asintiera con énfasis:

- ¡Sí, sí! ¡San Jorge! ¡Si yo vi cuando enfrentaba al dragón!

Y así fue cómo, en alas de la candorosa fantasía de las gentes, San Jorge vino a quedar incorporado sin más a la leyenda familiar. Y cuando mucho más tarde, los Falco de Savona vinieron al Uruguay, algunos traían, para demostrar su parentesco con el dueño del caballo milagroso, una estampa enorme llena de colorinches, en la que se veía un caballo blanco y alado sobre el cual cabalgaba un caballero, su mismísimo pariente Angelo según aseguraban con todo desparpajo, lidiando heroicamente con el espantable dragón, que lanzaba bocanadas de fuego...

Y a nadie extrañe si todavía hoy queda más de una casa uruguaya donde pueda admirarse al rubio y enrulado San Jorge... o Ángel o Falco, tanto da, derrotando a la bestia legendaria (símbolo, sin duda, de tantas bestias que quisiéramos ver vencidas a nuestros pies).

 

 

Celia Calcagno

 

Por mar y por tierras

 

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