Alborotos y casamientos de las casi gemelas.
Celia Calcagno

de "Por mar y por tierras"

Por suerte, las dos primitas se salvaron -por ser segundonas- de llamarse Pelegrina, porque en la familia picardo había tantas pelegrinas entre las mujeres como Giobattas y Bartolomeos entre los hombres. Al punto de que se hizo costumbre familiar llamarlos como a los reyes: Giobatta I, Giobatta II, Giobatta III, o Pelegrina I, Pelegrina II, pelegrina III...

Pereta y Madaleneta, al crecer, se hicieron muy compinches, y con su extraordinario parecido tenían en jaque a la casa de piedra y... a toda la comarca.

Cuando salían al campo, los aldeanos les preguntaban:

- ¿Quién eres?

- Pereta- contestaba Madaleneta muy seria.

- Madaleneta- decía Pereta con igual formalidad.

Llegaron a embarullar tanto a los conocidos, que hasta las confundían sus hermanos y sus papás. No así las mamás, que hasta los nueve años fueron capaces de distinguirlas. Pero después, cuando a los diez tornaron juntas la primera comunión, sobrevino la confusión total y ya ni sus madres se sintieron seguras de quién era quién.

Corrieron algunos años más, y allá por 1590 y tantos, ocurrió en la vida de las dos primitas lo que suele suceder en la vida de todas las jóvenes: conocieron a dos apuestos jóvenes y se enamoraron de ellos. Se llamaban Giobatta (cuándo no) y Malconio, y éste era el hermano segundo de aquél.

Giobatta parecía un arcángel de pelo rubio y ondeado, mientras que Malconio era moreno y retacón. Aquél comenzó a pasearse por Fiorino acompañado de una figurita de niña menuda y esbelta, de sonrisa ligera y hoyuelos en las mejillas, que tal era Madamín Madaleneta, flor y nata de la comarca. Mientras que Malconio llevaba a su lado a una figurita menuda y esbelta, de sonrisa ligera y hoyuelos en las mejillas, que se llamaba Madamín Pereta, nata y flor de la región.

Y aunque las dos primitas, que ya tenían dieciséis años, habían dejado de vestirse igual y de llevar peinados idénticos, no podían resistir la tentación de divertirse a veces confundiendo a la gente, para lo cual intercambiaban sus atuendos. Así, Madaleneta trastornaba a su pretendiente Giobatta "detto U Arcangelu" (llamado El Arcángel), mientras Pereta hacia otro tanto con su casi novio Malconio "detto U Ciciún" (El Gordón).

Las insolentes les contaban después a los dos hermanos la travesura, provocando en ellos fuertes crisis de ira, que obligaban a trabajosas reconciliaciones, condimento y encanto de aquellos inocentes noviazgos.

Pero una mañana, en medio del paseo por el pueblo, los dos muchachos les anunciaron a las primas algo trascendental: los padres de los dos-hermanos habían decidido casarlos, porque pronto cumplirían veinte y diecinueve años, respectivamente, y era necesario hacerles "sentar cabeza"; y aceptaban con gusto la elección que sus hijos habían hecho. Alborozo comprensible de las dos chicas; pero había un detalle que...

En aquellos tiempos, los padres arreglaban los matrimonios imponiendo inapelablemente sus decisiones a sus vástagos, luego de observar, pesar, medir y contar las cualidades, honradez, prestancia y fortuna de los posibles candidatos o candidatas.

Fue así que los padres de los dos varones, llamados Antonio y Pelegra, fueron a visitar a sus parientes Lodixio y Bernardina Picardo, padres de Pereta (porque en Fiorino y en Voltri casi todos eran parientes entre sí) y les propusieron un "entendimiento". "Entendimiento" era el eufemismo que se empleaba para hablar de negocios que, con muy buena voluntad, podríamos llamar sentimentales; aunque en realidad contaban más los "scudi" que los corazones.

Los padres de Giobatta expusieron una serie interminable de cualidades y virtudes que adornaban a su vástago, y el deseo de que le fuera concedida la mano de la angelical Pereta (la cual, dicho sea de paso, poseía las más sustanciosas cualidades -y cantidades- por ser hija de primogénito y por haberse casado ya la mayor de sus hermanas).

Accedieron a la boda los padres de Pereta, previa frase que nunca podía faltar en esta clase de "negociaciones": "Consultaremos con la niña", expresión que no pasaba de ser una mera formalidad convencional, que para nada se reflejaba en los hechos. De modo que, sin preguntarle opinión a Pereta, se dispuso que los novios podrían conversar desde ese día sentados en el banco de piedra frente a su casa en lo alto de la montaña.

Pero los padres de los dos muchachos no perdieron ni un minuto: sin abandonar su parsimonioso continente, tal como lo pedía la ocasión, se dirigieron a la parte trasera de la casa, donde moraban Nicolao picardo y su mujer Gieromina, padres de Madaleneta.

Allí se repitió el mismo ritual que recién presenciamos: las mismas loas ahora referidas a Malconio, las mismas preguntas, las mismas respuestas, la misma frase vacía: "consultaremos con la niña". Pero el consentimiento fue dado sin pedirle su parecer a la interesada, aunque prodigándole -eso sí- toda clase de recomendaciones: la mayor compostura, pocos paseos por el prado, castas conversaciones al atardecer, muy sentaditos en el otro banco de piedra a espaldas de la casa de los Picardo.

Esta casa de piedra era en verdad misteriosa, y no muy comprensible para quien ignorara el origen de los Picardo: tenía, en efecto, oscuros subterráneos que unían a las habitaciones entre sí por medio de escaloncitos y piedras movedizas disimuladas entre muros tan sólidos como los de una fortaleza.

También contaba con un extraño pasadizo que, partiendo de una de le cantine (sótanos) de la casa, corría bajo el campo hasta dar a un pozo circular donde solían refugiarse los hugonotes venidos de Francia huyendo de las persecuciones religiosas, según ya vimos.

Estos extraños recovecos sólo eran conocidos por algunos de los mayores, y se los había ocultado a los más jóvenes... pero por supuesto que las traviesas "gemelle" las primas inseparables, conocían a la perfección los vericuetos de la casona y su razón de ser.

Una vez enteradas las niñas de la decisión de sus respectivos padres de darlas en matrimonio, tuvieron un conciliábulo en una de le cantine de la casa.

- iMe obligan a casarme con Giobatta porque soy hija del mayor y voy a recibir más escudos! - lloriqueaba Pereta, golpeando el piso de piedra con su piececito.- ¡Pero al que yo amo es a Malconio!

Madaleneta no protestaba menos:

¡Y a mí me ofrecen a tu ciciún, pero yo me muero por el Arcangelu!

-¡Tendrían que haberlo consultado con nosotras!

Somos hijas modernas, estamos en 16001

Pero nuestros padres son anticuados y no hacen caso de nuestra voluntad. Tenemos que obedecerlos, qué le vamos a hacer. Dirán que es nuestro deber de hijas.

- El único camino es trazarnos un plan-, sentenció Pereta, sentándose en un barrilito de vino que había por ahí.

- Convenido. Hagamos un plan.

Y en las profundidades de la cantina du Segretu, como llamaban a ese sótano, se maduró otro tejemaneje muy picardiano, pues no en balde las dos primas descendían de confederados y conspiradores.

 

Llegamos así al día de la boda. Las niñas, como único deseo, manifestaron que las vistieran idénticas, como solían hacerlo en su niñez.

- Capricho de muchachas-, concedieron las madres, mientras se ocupaban del atuendo y el ajuar.

Las comadres del pueblo, enteradas por la vox populi de que seria una doble ceremonia a celebrarse el mismo día a la misma hora, boda de dos hermanos con dos "casi hermanas", empezaron a hacerse cruces y a murmurar "eso trae mala suerte". Pero las dos chicas y los dos muchachos se reían de esas supersticiones y no hicieron el menor caso de tamañas agorerias de vieja (así dijeron) .

Ya ante el altar, Pereta y Madaleneta lucían idénticas, de brocato azul, con arabescos plateados y velos de gasa rodeándoles las caritas picaras y modosas; y los dos hermanos estaban a cual más elegante, enfundados en sus solemnes trajes de pana.

El cura, ya viejo y cegatón, hizo la pregunta ritual:

- Giobatta, hijo de Antonio y Pelegra aquí presentes, ¿tomáis por esposa y mujer a la aquí presente Pereta Picardo, hija de Lodixio y Bernardina? etc., etc.

Y Giobatta respondió "Si; Padre". La misma pregunta le dirigió a Pereta, que también contestó sin vacilar que si. Se bendijeron los anillos, se cubrieron con una ancha estola los hombros de los dos esposos y fueron declarados solemnemente Marido y Mujer.

Idéntico ritual se cumplió con la otra pareja. Y Malconio y Madaleneta fueron declarados esposos ante Dios y la gente.

Hubo abrazos, brindis y danzas jubilosas. Los padres rebosaban de orgullo y felicidad. El pueblo entero se regocijó y olvidaron las comadres sus oscuros vaticinios. Todo era reír y cantar. Al atardecer, las dos parejas de novios partieron en carros floridos, escoltados por la población que los despidió con interminables augurios de felicidad. Un carro se dirigió hacia las orillas del Leire -río que enorgullece a Voltri-, el otro hacia el pico más alto de la más alta montaña del confine.

Así, una pareja en choza marinera, la otra en cabaña de abedules, pasaron los cuatro jóvenes su luna de miel.

...pero lo que nadie supo jamás fue si Pereta, mujer de Giobatta ante el altar, fue en realidad Pereta o si la Madaleneta auténtica fue la consorte que el cura casó con Malconio. Esa verdad quedó perdida para siempre entre las nieblas de los tiempos. . .

Pero eso no impidió que U Arcangelu y U Ciciún, y las dos primas gemelas, hayan comido perdices hasta hartarse...

Unos trescientos años más tarde aparece otra boda Picardo en Italia, pero esta vez no son dos niñas, sino un varón picardo el que se casa. Y la familia ha conservado, seguramente por lo desmesurado e increíble, el inventario completo del ajuar que se mandó a hacer la que iba a ser su esposa, mi bisabuela Giovanna (a quien veremos más adelante -dicho sea de paso- naufragando frente a la playa de la Mulata, en Montevideo, Uruguay).

La lista del ajuar consignaba lo que sigue:

Doce docenas de camisas
Doce docenas de calzones
Doce docenas de enaguas
Doce docenas de cubre-corsés
Doce docenas de pares de media
Doce docenas de pañuelos de mano
Doce docenas de pañuelos de nariz
Doce docenas de camisones
Doce docenas de batas
Doce docenas de refajos
Doce docenas de faldellines
Doce docenas de cofias de dormir
Doce docenas de manguitos
Doce docenas de cuellos blancos
Doce docenas de "fichus"

En buena contabilidad, este inventario arroja un total de dos mil ciento sesenta piezas de ropa blanca íntima... Sin contar, por supuesto:

Doce docenas de chapines 
Doce docenas de guantes
Doce docenas de cucardas

Uno se pregunta si las niñas de aquellos tiempos se preparaban para el matrimonio o para proveer a toda una aldea sitiada, que hubiera quedado aislada del mundo por tiempo indeterminado....

Por mar y por tierras

Celia Calcagno

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