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Mensaje demorado
de "El nieto de Dios"

Ángela Cáceres
anaeluy@yahoo.com.ar

 
 

Luis:

Estés donde estés, estoy segura vas a leer esto. Si estás muerto... será sobre mi hombro. Si todavía vivís... no sé cómo pero esta carta te llegará. La vida ha insistido tanto en que  te recuerde, tu cara ha resistido tantos intentos de borrarla... Así que si seguís tan encarnado en mí, o debiera decir tan encarnizadamente prendido a mí... Tengo que reconocer, que aceptar... Que sos tú mismo, con el extraño poder de tu sonrisa aviesa, que me mantenés presa, ligada a ti. Celébralo. Lo conseguiste.

Yo... no quería amarte. Nunca quise. Apareciste como una complicación. Yo me estaba divorciando y salía con tu mejor amigo, pero... Me disparaste, por sorpresa, tu mirada fue un tiro en mitad del pecho. No. Del estómago. Si hasta creo que me doblé sobre la cintura cuando te ví, porque algo me dolió y me sacó todo el aire. Algo se derramó y todavía creo que fue mi corazón. Yo salía de la ducha y abrí la puerta envuelta en una toalla, con el pelo chorreando porque creí que era Diego que llegaba más temprano. Y así... hace treinta años que aquella puerta se me sigue abriendo sobre tí. Porque a Diego apenas lo miré, solo te vi a ti, solo te sigo viendo a tí. Tan alto, los ojos grises cambiando de tamaño, ensanchándose sobre mí, comiéndome, y la sonrisa, la burla que venía del futuro, que sigue viniendo sobre esta perpetua, nítida, hiriente evocación de vos. Y la camiseta blanca, tan lisa, haciendo brillar ese pecho donde me quise, me quiero echar en el acto. ¿Cómo es que pasan estas cosas?

Ganaste, Luis. A lo mejor conseguí que, por algún tiempo, (¿y qué importa, ya?), te creyeras derrotado. Seguramente no fue tan fácil confesarle a Diego que me amabas. Y quizá un poco menos pedirme que si aceptaba quedarme contigo estuviera a las nueve en aquel cine de la calle Libertad que ya no existe... Ahora quiero que sepas que tuve la intención de ir. De verdad tomé el 121. Tenía que bajarme en Avenida Brasil y Libertad. Lo iba a hacer, Luis. Pero, entonces un tipo cualquiera me miró... Sentí curiosidad... Y me pasé una parada, otra, otra. Cuando quise acordar, estaba en la rambla tomando café con alguien que no volví a ver. Me fui, en realidad, hasta ese lugar donde ya no hay retroceso. ¿Cómo lo hice? ¿Por qué? No sé. O soy estúpida, definitivamente estúpida... O me dio miedo. Si. Miedo fue, de vos, de mí. De la posible muerte del amor. Del horroroso o mas bien deshonroso desgaste de las convivencias que todavía me espantan, desde mi divorcio... Supe, tampoco sé cómo, que no entendiste, que te pusiste furioso. Pero no me buscaste. Y te fuiste del país. No creo que por mí. Sólo supe que no te convenía quedarte. Y nada más.

Ahora... Estoy rozando algo, la punta de un hilo, parece.

Si hubieras vivido junto a mí te pediría el beso, el beso larguísimo, el beso interminable que interrumpimos... Y, tal vez, hasta una especie de bendición, un talismán para mi viaje.

Confieso... Mi cobardía. Fui cobarde. Si. Estoy sola. Me fugué de vos... Pero no pude, no quise quedarme con nadie más.

Ahora... Ahora... Y ojalá pueda terminar esta carta... Me bastaría que supieras que te quise y te seguí queriendo... Siempre. Así viví, encabritada, intentando sacudir esta banderilla envolviendo un filo... Tan solapado, tan cruel...

De manera que... Sí, Luis, mi amor. No puedo morirme sin decir, en voz alta, y como un canto, aunque solo me salga un susurro en tanto escribo... Que te amo, Luis.

 

Morgana 

Ángela Cáceres
anaeluy@yahoo.com.ar

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