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La maga ingenua y la sequía
Angela Cáceres
anaeluy@yahoo.com.ar

 
 

Hubo una vez una maga que no sabía que era maga. Había nacido con los conocimientos intactos de la suma de muchas vidas pero con un muro blanco en la memoria. Por lo tanto, aprender para ella sería recordar. En realidad es así para toda la gente pero, lamentablemente, son muy pocos los que se ponen a recordar para no perder el tiempo en aprender. Posiblemente algún sabio de verdad opine que aprender es una tarea deliciosa. Pero, ese sabio verdadero sabe también que el mejor aprendizaje comienza después de haber recordado todo.

La maga ingenua era muy joven o eso parecía. Tenía un larguísimo pelo escarlata que le bajaba la cintura y cuando lo peinaba con cuidado y lo dejaba caer sobre un costado, parecía una llamarada. La piel muy blanca, cubierta de pecas, una boca menuda y unos ojos enormes de un color sin nombre. Nadie, ningún hombre, ningún enamorado pudo encontrar la manera de nombrar tal color.

Como no conocía sus poderes, la maga, que era de condición humilde y de carácter manso, se ganaba la vida visitando casas vecinas y haciendo tareas domésticas. Casa por la que pasaba, casa que quedaba reluciente. Y hasta las moradas más pobres parecían bellas y confortables luego de su paso.

Vivía en una casa diminuta que, por fuera, se veía como choza pero, por dentro, estaba tan pulcra y ordenada que daban ganas de quedarse allí, a vivir con ella. Y ese era el deseo, el sueño de muchos hombres, jóvenes y no tanto. Porque cuando ella salía para trabajar, ellos espiaban por las ventanas y admiraban la cama inmaculada, el piso brillante, la vajilla ordenada sobre la pequeña mesa como una invitación y siempre algún ramo de flores.

Y las flores eran un tema de especial asombro y de muchos comentarios. Porque el pueblo que todos habitaban estaba cercado por una región desértica donde las flores no podían crecer. En realidad por allí no crecía casi nada y si todavía comían era porque atravesaban el desierto en busca de víveres. Una franja de pastos, casi milagrosa, alimentaba unos pocos vacunos y cada tanto se hacía una matanza para repartir la carne, cosa que espantaba a la joven maga.

La pobreza en la región crecía, el desierto parecía más extenso cada mañana y los habitantes del pequeño pueblo comenzaron a temer que les sobreviniera una hambruna. Todavía quedaba algún viejo sobreviviente de una, por cierto muy devastadora y terrible. Según decía, la gente caía en las angostas calles del pueblo muerta por el hambre.

También era escasa el agua y las mujeres más resistentes y esforzadas habían asumido la responsabilidad de acarrearla desde un pozo bastante alejado. La necesidad los había convertido a todos en muy cuidadosos de sus recursos. De tal manera que eran austeros sin desearlo y más de uno soñaba con huertas y vergeles abundantes. En las muy lejanas ferias, en los aún más alejados mercados trocaban sus artesanías por lechugas y manzanas. A veces lograban tomates y arvejas. Pero dado que el pan les era esencial y sagrado, se esmeraban en conseguir harinas blancas y morenas y levadura y sal y algo de aceite oliva, lo que ya era un lujo. Por lo general guardaban la grasa de los animales que sacrificaban, luego de salar la carne. También la leña era costosa y difícil de acarrear.

La lluvia era por allí y en el tiempo que narro un sueño imposible. Y las cosas se pusieron peor cuando enfermaron los pocos vacunos que iban quedando y ante la consternación del matarife del pueblo se murieron todos salvo un ternero muy pequeño y magrito.

Al saberlo, la maga ingenua, quien prefería pasar hambre antes que comer carne, enternecida por la gracia y la inocencia del ternerito, se ingenió para esconderlo en su choza. Lo escondió tan bien que nadie sospechó de ella al levantarse una ola de consternación en todo el pueblo al saberlo desaparecido.

Pero la joven pronto se enfrentó a dos dificultades. El ternerito, aunque ya sin madre, seguía necesitando leche. De manera que habría que empezar a traerla de la distante feria. La otra dificultad era que el ternerito mugía de hambre y probablemente de pena. Y esos mugidos aunque todavía tenues podían alertar acerca de su paradero.

Entonces, la maga ingenua, comenzó a hablarle,  y a consolarlo, tomándolo muy suavemente de las orejas, prometiéndole conseguir leche en alguna parte  saliendo muy temprano en la mañana. Algo comenzó a despertar a la ingenua cuando se dio cuenta que el ternerito no solamente parecía entender lo que ella le decía sino que le contestaba, hablando muy bajito, por prudencia.

“ ¿Qué clase de animal es éste, de qué especie vacuna que muge y también habla? ” – se preguntó maravillada.

-No soy yo. Tú eres la poderosa – le dijo el ternero – Tu puedes no solamente sacarme de aquí sino que podrías hacer crecer hierba en el desierto y cambiar el clima. Atraer el agua y sacar magníficos vegetales y cereales de la tierra, hierbas aromáticas y especias como de oriente, y cuanto se te pueda ocurrir hasta atestar los graneros de todos los vecinos. Sólo tú puedes terminar con la tan obligada austeridad y ofrecer banquetes maravillosos.

-¿Y cómo sabes eso ? –dijo la chica acariciándole el hocico.

-No tienes por qué saberlo. Simplemente bastará que frotes algo con fuerza para que recuerdes todo lo que naciste sabiendo.

-¿Qué tendría que frotar?

-Ah...tanto no sé -  susurró el ternerito – Y tampoco te puedo hacer el trabajo.

La maga ingenua, cada vez menos ingenua y más entusiasmada, se puso a frotar todo cuanto se le puso delante. Con una franela impecable, frotó el piso, las paredes, los muebles, la pequeña lámpara, la vajilla, los cubiertos, sus ollas y sus cacerolas, la pava. Y nada pasaba. A punto de abandonar, desalentada, descubrió otra lámpara muy vieja, sin usar y  tan oxidada como olvidada. La tomó entre sus manos sorprendida y se dijo: “¿ De dónde salió este cacharro? La verdad es que está para tirar ”. Pero, como ya no había otra cosa, comenzó a frotarla con fuerza para quitarle la mucha herrumbre al menos. Entonces, el mundo pareció terminarse. Una explosión la dejó aturdida y soltó la lámpara. Envuelto en una volcánica humareda se le apareció un tremendo hombre, como de veinte metros de altura, porque la cabeza, la cara se le veía como de muy lejos. La muchacha se sintió tan diminuta frente a semejante criatura que hubiera salido corriendo si no fuera que el gigante se achicó como del tamaño de un gato y se le echó a los pies.

-Ay, señora. ¡Cuánto me has hecho esperar el honor de servirte!

-¿De servirme, a mí? – dijo la ingenua espantada.

-A ti, si. Por ti y para ti he sido creado. Solamente una maga de tu pureza y categoría puede darme órdenes.

-¿Ordenes, yo? A mí no me gusta mandar. Yo nací para servir, señor.

-Precisamente, alma hermosa. ¿Qué quieres que haga?

-¿Y...qué sabes hacer?

-De todo. Lo que quieras.

-¿Tengo derecho a tres deseos, como en los cuentos?

-Esto no es un cuento. No hay límite para tus deseos.

La maguita se dejó caer atolondrada en su pequeño taburete. Al hacerlo se encontró con los ojos del ternerito.

-Está bien. Deseo que este animalito tenga toda la leche que necesite para crecer sano... y que en este pueblo haya tanta abundancia, tantas deliciosas comidas, que nadie quiera su carne. Y deseo, también, que nadie me lo saque.

-Serás servida puntualmente. Un verdadero mago es quien sabe pedir lo que  necesita y necesitar lo que es bueno para todos. Un mago sabe usar las palabras y nombrar con propiedad.

Y ocurrió que en ese mismo momento, el desierto desapareció y una magnífica pradera rodeó como abrazando al pueblo y allí, retozando satisfecho, con el hocico goteando leche, estaba el ternero. Apareció una sierra de montes azules cubierta de vid, y  de unas repentinas rocas brotó una cascada  que se dejaba caer burbujeante sobre un lago de agua sin mácula. En segundos la tierra quedó limpia y removida y entonces el cielo soltó puñados de semillas. La joven, azorada, miraba a su alrededor. Ya no estaba dentro de su choza sino en medio de todas esas maravillas. Y las semillas no se demoraron en abrirse y en soltar su riqueza oculta en la oscuridad del seno de la Tierra. Todo lo que iba naciendo se lanzaba hacia lo alto para perforar la superficie y encontrarse con el sol. Las espigas en su plenitud se balanceaban con la brisa lanzando destellos y así todo cuanto fue creciendo y madurando aceleradamente, al punto que los primeros en despertar en el pueblo, a punto de enloquecer, comenzaron a golpear puertas y ventanas sin piedad por el sueño de sus vecinos. Pronto estuvieron todos en las callecitas, con las caras levemente mojadas por una lluvia tan mansa que se diría rocío. Y bastaba que pensaran en algunas frutas, o en algunas hortalizas y verduras, para que éstas de multiplicaran. Y todo estaba tan a punto, que todos se pusieron a llorar de puro asombrados.

-¿Qué más quieres, mi señora?

-Que me llames por mi nombre.

-No me está permitido hasta dentro de un rato. Eres y ahora serás para siempre mi señora.

-Entonces..quiero que se agrande la plaza del pueblo y que extiendas allí una mesa bien larga como para que quepan todos los de aquí. Quiero también que se vea tendida con preciosos manteles de hilo, con sus servilletas y una vajilla de porcelana casi transparente, con cubiertos de plata y también copas y vasos del más delicado cristal.

-¿Y qué deseas que haga aparecer en los plato y en las copas?

-De la comida he de encargarme yo. Alístame una cocina grande y bien equipada y tres niñas hábiles para ayudarme.

-Ya tienes todo. Ahora...¿qué quieres para cocinar?

-Ahora que el desierto ha desaparecido y se ha convertido en un valle cubierto de verdura, cerca de la cordillera....haremos comida de la región. Quiero varios zapallos enormes, de varios quilos, duros y relucientes. Han de estar bien lavados y cortados por la mitad, sin semillas. Tráeme la más fresca manteca para que los unte por dentro. Que las niñas les hagan leves cortes en la pulpa para que la absorban bien. Luego me encargaré de espolvorearlas con azúcar y rociarlas con leche. Taparemos cada zapallo con la otra mitad y habrá que ponerlos en el horno hora y media por lo  menos. ¿Han comprendido bien, niñas? ¡Vigilen el horno! Hay que hervir varios choclos hasta que los preciosos granos estén tiernos, en tanto. Y en una cacerola aparte, la más grande que consigas, porque serán muchos a la mesa, hay que dorar abundantes   cebollas cortadas en anillos en un fino aceite de maíz, junto con ajíes trozados en tiritas y, en lugar de carne vacuna, pondremos carne de soja. Ya verás: nadie notará la diferencia y será divertido. Luego, necesitaré añadir tomates, un vaso de vino blanco por zapallo, sal poca, abundante pimienta de la mejor y azúcar. Bastará una cocción de veinte minutos. c La corona de este exquisito plato...serán duraznos cortados con delicadeza. Esa fruta que algunos llaman melocotones. Después...agregaremos los choclos y toda esta preparación la repartiremos en la mitad de cada zapallo asado y hornearemos todo un ratito más. Tal vez basten quince minutos. Si no me consigues duraznos podrías traerme peras.  O higos bien frescos...o todo junto. Y has de conseguirme el más sabroso pan casero y un vino tinto no demasiado añejo, para compañía. ¿Has comprendido?

La maga hablaba y todo se iba haciendo al punto.

-¿Eso es todo? Ya lo tienes. ¡Se me hace agua la boca por esta comida tan criolla!- dijo relamiéndose el genio.

-No tan criolla, amigo. Se ha vuelto muy de América del Sur, chilenos y peruanos la inventaron como una variación de una comida mucho más modesta que se hacía en España, sobre carbón. Por eso se llama “carbonada” . Pero la mayoría de la gente ya ni se acuerda de su historia aunque comerla es una fiesta hasta para los ojos, como estás viendo. Y ahora...en instantes, quiero a todo el pueblo sentado a la mesa disfrutando...mientras inventamos otros platos. Quiero que sea una celebración inolvidable porque esta gente ha sido austera y aburrida por demás. Ah....pero eso si: quiero que cambies los platos. Para la carbonada es mejor que sean de madera. Habrá tiempo de usar las porcelanas.

-Tu ordenas. Hecho. Y...si me siento a la mesa con todos...¿podrás seguir sola? Te confieso mi señora que, a medida que recuerdes quién eres realmente, no me necesitarás más. Tienes mucho más poder que yo y, a medida que sueñes con alimentar bien a la gente y hacerla gozar con la comida, tus dones y poderes crecerán más y más. Ya debes recordar que quién disfruta dando recibe multiplicado, hermosa señora, Doña Melisa.

-Ah...con que ése es mi nombre...ya comienzo a recordar lo que me fue enseñado en otras vidas. Soy del linaje de las señoras Frosina y Melusina...aunque el gusto por la cocina me pertenece por entero. Ahora voy a probar otros poderes: el siguiente plato será iraní, de la amada Persia donde alguna vida pasé: será un arroz de fiesta, con habas. Ordeno que aparezcan en la mesada papas ya peladas y cortadas en rodajas no demasiado finas. En una cacerola pequeña ya han de echarse sobre agua hirviendo abundantes habas, con algo de sal, azúcar y un toque de manteca, y allí se estarán hasta que estén bien tiernas. Aparte, que se aparezca un arroz blanco hervido bien a punto con algo de sal y jengibre, coloreado suavemente con un toque de cúrcuma. Ahora que el mejor aceite se instale en el fondo de una olla cómoda y cuando comience a calentar recibirá una buena cucharada de pimentón dulce, y allí se dispondrán las papas. El fuego ha de quedar luego suavísimo, mientras ponemos capas de arroz perfumadas con eneldo y otras tantas de  habas, y así alternando. Cuando parezca suficiente, echaremos unos chorritos escasos de agua por los costados, cada tanto, manteniendo la olla cubierta con una tapa envuelta en un paño. A fuego bajísimo... velando porque no se seque demasiado. Cuando esté pronto y se sirva, las papas quedarán crocantes por arriba del arroz. Y...si no aparecieran habas....podrían sustituirse con arvejas frescas, previamente cocidas y bien tiernas. Pero el eneldo es esencial. Y ordeno, finalmente, que esto se combine con una carne vegetal previamente marinada en vino tinto y salsa de soja por lo menos cinco horas, y saltada luego en aceite de oliva  y luego rehogada, con un toque de caldo, con ciruelas pasas y almendras, sal muy poca y pimienta. Quien no fuere vegetariano puede hacerlo con trozos de pollo de campo, ya sin piel. Pero los que no coman carne y velen porque no se sacrifiquen tantos animales...serán bendecidos con un carácter pacífico y una índole bondadosa y solidaria.  Que esto sea hecho y servido en abundancia, ahora en platos finos de buena loza o porcelana ya mismo, por el poder que tengo recibido como don de Dios. Y amén. Que todos se harten, se endulcen luego con tanta fruta como hay... y luego bailen bajo un cielo radiante volviéndose felices que, si así fuere, con gusto me rendiré al Señor y le devolveré los poderes y seguiré de doméstica en el pueblo, sirviendo a todos con gran gusto.

Y así, tal cual fue deseado y ordenado por la maga ya no ingenua, así fue hecho y gozado. Y la sequía se hizo historia.

También, se hizo historia el romance de Melisa con el genio que quiso ser hombre común apenas ella devolvió la magia. 

Angela Cáceres
anaeluy@yahoo.com.ar

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