La balada oscura 
Ángela Cáceres

Que bueno encontrar un lugar donde poder decir todo, como a uno mismo, aún aquello que querríamos escondernos, aquello que repudiaríamos aún en nuestro espejo más secreto. Recuerdo que, siendo muy joven comenté con unas conocidas que, siendo mujer y muy mujer, no tenía ningún interés en tener un hijo. Entonces, aquella asamblea femenina se polarizó en contra de mí, fui repudiada y declarada monstruosa. Sin embargo esa vez no me molestó la imagen que me devolvió el espejo. Había roto una lanza por mi singularidad. Dios nos hace singulares y muchas quieren refugiarse en el mismo rebaño que detestan. Sin embargo...siento mucho respeto por el útero que porto. Me hace sagrada, hecha como un crisol de transformaciones, donde reaccionando ante diversos estímulos, como los óvulos que despiertan con la espuma seminal, puedo concebir ideas nuevas, sueños que traen desafíos de realización. De manera que...también puedo dar criaturas a la luz. Yo me sé fecunda y la fuerza misteriosa que me arranca nuevas vidas de mi útero sutil está siempre sobre mí. Cuenta con mi asentimiento. No sé nombrarla pero la siento. Tal vez… no quiero nombrarla hasta que encuentre un nombre único, purísimo, un nombre que jamás haya sido pronunciado antes, un nombre exclusivo destinado a mi boca, nacido de mi alma. Este extraño amor me hará madre de palabras, y de una palabra entre palabras, el nombre con que puedo llamar y ser llamada al mismo tiempo, la verbalización de la entrega total, absoluta. Así que soy mujer, aunque sin hijos visibles. Madre de una fracción de lo invisible. Sacerdotisa sin consagración reconocible. Si. El sacerdocio nos ha sido arrebatado a las mujeres. A las mujeres que, aún sin saberlo, celebramos misa cada día en nuestras casas, que convertimos en altares nuestras mesas por nuestra sola y soberana presencia. Ojalá vuelva la conciencia de ese poder a todas y a cada una. Que verdaderamente fuertes y amantes seríamos. Cuanta vida brotaría de cada cena... Cuanto resplandor en cada casa... Honro a todas las mujeres, y me honro. Si supiera cantar, entonaría elegías por tanta sutileza, por tanta ternura, por tanto coraje enterrado en la maledicencia y la ignorancia. Le cantaría a la deliciosa locura, a los deleites apresurados, irresistibles, a la belleza incauta de las jóvenes, y también honraría con mi canto a las hermosas de cabellos blancos, de rostros como mapas, caras que señalizan territorios de insondable sabiduría, cantaría y me lamentaría por la sordera de las propias mujeres y por la sordera de los hombres que han temido escuchar. Una vez inventé un ritual para celebrar la menarca de unas niñas y otra vez inventé un ritual para celebrar la menopausia, ese nuevo nacimiento, ese umbral para una nueva vida tan estúpidamente temido. El primero ocurrió en un bello colegio, uno de esos pocos donde se intenta más que trasmitir despertar lo que de veras importa. El segundo lo hice en una institución femenina. Pero... pocas se dieron cuenta de la significación de esos anónimos sucesos, casi clandestinos sucesos. Pocas. Nos inclinamos ante magos extranjeros... pero ignoramos nuestra propia magia. Por qué no comenzamos a honrar a las magas locales? Saquemos cálices y almendras de nuestras alforjas y pongamos una nueva mesa para la comunidad!

 

Una vez más, Angélica revisó lo escrito. Era estrictamente su verdad… hasta donde pudiera darse cuenta? Había en su escritura un cierto remanente de complacencia, un dejo de histrionismo, todavía? Seguramente. Se separó de la máquina y se sentó cerca de la ventana, donde el sol alcanzaba su cara. Y recordó... cierta conversación. Es más, fue como si escuchara. Fuera del tiempo.

-Las mentiras no sirven. Aprendí a estar contenta sin esperar más que lo que estaba ocurriendo. En ese nivel de atención, o en el intento, claro, descubrí que podía atravesar puertas y espejos. Sabía donde ir.

-Vamos… eso creías...

-Pero si! Algo en mí parecía reconocer los lugares de la verdad y la libertad... como si fueran lo mismo. Y no me preguntes cómo.

-Verdad, libertad... son palabras muy abstractas, Angélica.

-No pretendo saber cómo sé algunas cosas. Alguien me dijo... alguna vez, creo que tenía ocho años...

-Quién?

-No lo se. Pero recuerdo bien las palabras: esta niña nació vieja, muy vieja".

-Y por qué tú y yo no? Por qué la diferencia? Yo también tendría que conocer esos lugares... Pero no. Tú… te congelaste y te guardaste los secretos. Como siempre, Angélica. Fuego para los hombres, hielo para las mujeres.

-Si tú no me querías...

-Quién se alejó siempre? Quién se empeñó siempre en correr adelante? Tú, Angélica.

-Es que no podía detenerme. Y no se corre sólo en la infancia. Algo me obligó a correr siempre.

-Temes morir?

-No sé. No recuerdo cómo es. Si... seguramente tengo miedo. Pero... yo corría, pero no escapaba.

-Ahora querrías detenerte? Te asusta lo que viene...

-No lo se. Siempre corrí, también, con la esperanza de tomar rápido lo que esta vida tenía que darme. Corría con la esperanza de irme pronto. Como quién sabe que no es de aquí. Y… en cuanto a ti… no te asustes de lo que te devuelve tu espejo. Es inevitable que te mires.

-Qué sabes de mí?

-De cualquier manera tendrás que hacer tu tarea. No tiene que parecerse a la mía. Olvídate de mí y... descúbrete.

-No, Angélica... yo no...

-Por favor, no llores. No te puedo ver ni resentida… ni llorando. Llorando menos.

-Acaso te importa.

-Te amo, hermana.

-Hay cosas de mí que no admitiría ante nadie. Cosas que me hacen odiarme.

-Daba miedo la clase de niña que eras... Ahora, por favor, Violeta, deja el purgatorio de una buena vez. Por mi parte... yo no he hecho otra cosa que mostrarle a Dios donde querría estar.

-Dónde?

-En otro lugar. Fuera de aquí.

-Y si otro lugar fuera peor...

-Es imposible elegir. Nada sabemos. Pero me quiero salir.

 

Angélica tuvo una pena enorme. Y de pronto sintió que tenía la cara empapada de lágrimas. Ahora, ya hacía muchos años de la muerte de su hermana. Ahora quizá la estuviera viendo. Finalmente había tomado la delantera. Finalmente ya sabía algo con ventaja. Pero ahora, Angélica ya no tenía tanta prisa.

 

Ahora es un poco más fácil. Hasta puedo percibir, no más que algunas veces, esa distancia sutil, como una fisura, entre un sonido y otro. Mi corazón parece disolverse cuado me extiendo hacia los sonidos más lejanos. Y late más y más quedo, como si también escuchara, cuando me pierdo en los sonidos más cercanos y suaves. Qué distinto cuando fui monja. Dominada por un frenesí de santidad, creía que con sólo dejar caer el hábito sobre mi cuerpo y postrarme con la cabeza rapada, vería lo nunca visto, o sentiría lo inimaginable. Nunca se mostró más furiosa mi memoria, fustigando mi mente. Las largas horas de silencio parecían arrancar de mis profundidades las más caprichosas imágenes. Y mi cuerpo comenzaba a arder y agitarse apenas me echaba en el lecho de mi celda. Creo comprender que el poderoso deseo de confundir a mis jueces fue el verdadero motivo de lanzarme al convento... aunque yo no lo sospechara. O quizá el deseo de probarlo todo para no pasar nada por alto en mi loca carrera. Y qué patada para muchos eso de la puta volviéndose santa!

El teléfono cortó los pensamientos.

-Hola.

-Necesito verte, Angélica. No sigas negándote.

-Te quedaste muy atrás, Lilián. Yo soy otra. Y tú, supongo, otra también. No hay nada que decir ya. Fui castigada y traté de reparar. Qué más?

-Con el tiempo comprendí muchas cosas. También fui responsable de todo aquel caos. No por hipócrita pero sí por idiota, lo que no es excusa. Todos se fueron. Están los que quisieron irse, y están los que desaparecieron.

-Qué diferencia hay?

-Mucha, Angélica.

-Y qué se puede decir... o hacer, ahora?

-Tu perdón. Necesito tu perdón. Creo que fui el mayor obstáculo en tu vida.

-No, Lilián. Ahora yo conozco el verdadero obstáculo.

-Derroché todo lo que pudiste amar.

-Eso no es más que una vieja interpretación.

-Angélica, ambas estamos solas.

-Y qué?

-Hablemos una vez más, aunque sea.

-Y qué estamos haciendo, Lilián?

-Cara a cara.

-No.

-Está bien. Me rindo. Adiós.

 

Cómo contaría Lilián aquella vieja historia? No quiero escucharla, pero... podría adivinar su versión. Es de las cosas que puedo hacer. Vaya dones extraños!!

Y así hablaría Lilián:

"Mamalina, no te enojás si llevo a Marcelo? En casa hay sitio de sobra y tú sos tan buena... Por qué no hacés poner en el estudio la cama de papá? Total... Llegamos el martes a cualquier hora. El catre de campaña estaría bien. Beso. Lucio.

Beso. Así que "mamalina".Como siempre que cree pedir demasiado. Claro que puedo dejarles la casa y volverme a Montevideo. Pero Antonia es un problema si la dejo sola con Lucio. Si vuelven a pelear... y ya la noto con ganas de levantar vuelo. Estas canarias no paran mucho tiempo en ninguna parte. No. Qué digo? Antonia no es así. Y Lucio es un caprichoso. No. Ya está decidido. Me quedo. Qué voy a hacer?

"Los mismos pensamientos de la primera vez, brotando como un chorro de la lectura. Arrugó también aquel papel y lo dejó caer en la pila de cosas para tirar.

Marcelo... especialista en puestas de sol. Aquel martes, a la tarde, mientras el sol se achataba sobre el horizonte, buscando algo, siempre lo mismo, en el Río de la Plata, haciendo arder la nube rizada que les llamara la atención, Marcelo le dijo (y casi fue lo primero):

-Así me gusta estar, con esta línea de arena y toda esa agua delante. Por aquí no hay nada a la vista que hayan cambiado los hombres.

-No mucho...

-Estamos mirando lo mismo que cualquier pareja india, no cree? Qué pensarían los charrúas del mar? Paraná Guazú."Río grande como mar".Ahí lo tiene, siempre el mismo.

-Tal vez.

-Por aquí le "dieron" a Juan Díaz de Solís? Dónde cayó?

-No se. Mucho más adentro, me parece. Mucho más.

-En realidad no sabe.

-No.

-Tanto le da

-Todo la deja... indiferente, no?

-Usted qué sabe?

Más tarde, algo más tarde supo que no era tan indiferente. Fue cuando le dijo "debe ser lindo volverse viejo con alguien como tú". Ella se había tapado la cara, entonces, con unas ganas terribles de llorar. Las mismas palabras del marido, veinte años atrás. Qué risa los sueños. Quién sabe si llegaría a vieja, siquiera, y con quién.

-Qué absurdo. Un joven sentimental.

-Yo, sentimental? No es más que un deseo de este momento. Mañana podría ser otro.

-Ah.

Qué estúpida se había puesto. Hasta dibujó aquella sirena en la playa.

-Es enorme. Me puedo sentar en cada teta. Parecen tiernas, mullidas. Vení, probá.
-No.
-Tú la hiciste!

Marcelo sentado como un yogui dentro de aquel círculo, el pezón entre las ingles, la melena rubia erizada hacia la derecha por la brisa, tocando el hombro, encerrado en aquellos rayos oblicuos y débiles del sol de la tarde que parecían brillar sólo sobre él con toda la dulzura de la despedida del verano. Y, alrededor, las gaviotas, sobrevolando y gritando. Y aquel pichón gris, temerario, mirándolos de muy cerca.

-Las gaviotas me gustan. Tienen los colores del mar en invierno. Me gustan más que esas sirenas de ficción – comentó Marcelo guiñando un ojo. Y no dijo nada más aquella tarde. Cuando él se volvió a la casa, ella se demoró borrando la sirena. Línea por línea.

Lilián prendió la luz y llamó a Antonia.

-Ya terminé. Queme todos estos papeles. Siempre se junta basura en los cajones del escritorio.

-Una guarda cosas sin saber por qué... Y la cama? El catre. Lo saco del estudio?

-Si, desármelo y guárdelo en el garaje.

-Perdone, señora... no nos volvemos a Montevideo?

-No.

Asusta la trama de la vida. Asusta cómo se enlazan las cosas... Para llegar a Marcelo tuve primero que casarme y tener a Lucio. Esperar que creciera. Solían decirnos... y lo creíamos (o yo lo creía), que primero venía el amor, después el matrimonio como su consecuencia natural y luego los hijos. Y, a veces, resulta así. Otras, en cambio... Pienso en Angélica. Pienso en Bernardo... Si yo me mirara con los ojos de Angélica... Y, cómo me miraría Angélica? Seguramente como a una tonta que se pierde lo mejor de la vida. Pero… será así que me ve? No puedo estar segura. Tampoco sé mucho de Angélica, ni de Bernardo... Qué decía Marcelo de la amistad? Ah, si. Incondicional. La amistad no pone condiciones, no juzga. Y pensar que mamá me elegía las amigas... como había elegido las suyas, de acuerdo al patrón que le pasara su propia madre, quién, a su vez... Mirando bien... Carlos Ferro fue mi primer amigo. Me hizo leer a Stendhal a los quince años. Se pasaba las horas conmigo en el parque mostrándome láminas de Renoir, mostrando paciencia con mi ignorancia y mi falta de atractivos. Todavía no me había estirado lo suficiente y tenía granos en la cara... Mamá me tenía tan inhibida que me parecía llevar, colgada en la espalda, una piedra enorme. Piedra que Carlos supo moler... O intentar. Y por qué? Era mucho mayor que yo. Un solitario de veinticinco años, que nunca me apretó ni me besó... pero que me tomaba la mano con tanto cariño... Me habrá querido? Nos habremos querido como para…? Qué bicho soy que no entendió? Y... dónde estará él, ahora? Todo terminó con Tolstoi. Me había regalado "La muerte de Iván Ilich" y me impresionó tanto que mamá se asustó. Jamás había pensado en la muerte. En casa no se hablaba de la muerte. Carlos se había ido a pescar a la Paloma y yo estaba casi desesperada por hablar con alguien de la muerte. Como sólo estaba mamá conmigo le hice leer el libro y se puso furiosa."Quién te recomienda estas lecturas"?..Y no volví más al parque, sola. La última vez que vi a Carlos Ferro me dio unos caracoles delante de mamá, con una sonrisa misteriosa.

Angélica era compañera del colegio y su madre amiga de mi madre. A ella le interesaba el amor y los hombres. Yo no voy a esperar que me elijan, "me decía." Fijate si el que me elige no me gusta". A mí me parece que nosotras también podemos elegir". Por eso, cuando me arreglé con Alejandro, quería saber cómo nos conocimos y cómo nos enamoramos. Había estado engripada y no pudo estar en mi cumpleaños. Me parece verla, con el pelo recogido y los mechones disparando sobre las mejillas.

-Cómo es? Contame. Lo viste y enseguida te diste cuenta?

-De qué?

-De que te gustaba.

-En realidad... no.

-Y él?

-El parece que si. Enseguida me sacó a bailar y no me soltó más… a pesar de que lo primero que hice fue pisarlo. Casi me muero. Tu sabés que a mi no me gusta bailar... pero era mi cumpleaños...

-Y por qué, boba?

-Todo el mundo te mira y comenta y todo eso. Además nunca sé qué decir. Me odio por lo aburrida.

-Yo no te veo así, Lilián. No exageres. Sos algo tímida, no más. Y entonces?

-Entonces... pensé que me estaba tomando el pelo. Fijate que me dijo que bailaba como un ángel, después del pisotón.

-El amor es así. Despistado, dicen.

-El amor?... puede ser. La palabra me resulta rara. Pero, la cuestión es que, a los dos días se me declaró.

-Y en tu casa qué dicen?

-Alejandro es hijo de uno de los socios de papá, Angélica. Están encantados. Dicen que tiene madera de empresario. No se... a veces pienso que este noviazgo fue preparado por nuestros padres. Es posible que el amor venga así, tan de golpe?

-Por qué no? Lo importante, me parece, es lo que sentís tú.

-Y... a mí me gusta. Está… pendiente de mí.

-Ya te besó? No trató de...

-Estás loca? Además, hace sólo quince días que hablamos. Claro que no tenía sentido que Alejandro me levantara la pollera o me abriera la blusa. Había mucho familia y mucha plata de por medio para propasarse conmigo. Así eran las cosas hace veinte años. Yo tenía dieciocho y él veintinueve y enseguida se arregló el casamiento. Pero, aunque hubiera corrido mucho más tiempo entre el acuerdo, la declaración y el registro civil, tampoco habría pasado nada. Alejandro era y sigue siendo de esos teóricos del amor que dividen a las mujeres en dos grandes grupos: sagradas (como para casarse) y fáciles como para divertirse. En la práctica quiere decir... aburridas e interesantes. Recuerdo que Alejandro solía temblar cuando me abrazaba... Pero... creo que su amor (si así lo puedo llamar) me negó... algo esencial. La emoción de él se extinguió pronto y ahogó la mía. Angélica, que se vanagloriaba de no tener instinto maternal, insistía en preguntarme si me hacía a la idea de tener hijos.

-Supongo que habrá tiempo de pensar en eso. Primero tendremos que casarnos, Angélica. Y hay mucho que decidir hasta entonces.

Pero mentía. Había pensado algo en la cuestión de tener hijos o, mejor dicho, en evitarlos o demorarlos al menos. Sin embargo, casi al año de casados, nació Lucio.

-Y, ahora, qué? - me dijo Angélica, muy risueña, cuando me llevó un espléndido ramo de rosas y crisantemos al sanatorio.- Está feliz, Lilián?

-Parece que yo fuera tu conejita de laboratorio. Claro que estoy contenta.

-Contenta no es feliz.

-Bueno, si. Feliz. Feliz, también. 

En realidad, ya me había jurado no repetir semejante experiencia. Pero Lucio era un niño encantador que me dejaba azorada. Aunque aquella alegría, mas bien pálida, no parecía tener mucho que ver con el tan publicitado delirio maternal.

Y, precisamente, este siempre desconcertante Lucio, salido de mí con la colaboración de Alejandro a través de un desvaído y rutinario acto de amor, fue quien, hace unos meses, me presentó a Marcelo. A Marcelo, con todos sus gestos burlones y su sonrisa irresistible que pedía disculpas por sus insolencias.

-Lilián, a vos te aderezaron para el matrimonio. Pero no para el amor.

-Ah, si. Y tú tan precoz... sos todo un maestro, ya. Suerte para ti.

-Seguro. Suerte para mí. Y poca para vos. Si... Alejandro se hubiera... propasado contigo...

-Que palabra desagradable...

-Del estilo de las que usan ustedes..."los mayores"... Digamos que si te hubiera hecho el amor... o se enamoraban en serio o se separaban, y chau. No estarías enredada en este matrimonio aburrido.

-Podés decirlo claro. Inexistente.

Marcelo se puso serio, de repente.

-Ahora somos más... claros. No sé si más honestos. Directos, más bien... y... mejores, en definitiva. Para mí, una mujer no tiene más historia que la que empieza conmigo.

-Para mí tuvo valor el respeto de Alejandro.

-Nunca estarás demasiado segura de lo que respetaba tu Alejandro. Tu virginidad o su situación promisoria en la empresa de…

-Quién sos tú para hablar de Alejandro? Si ni siquiera lo conocés.

-Quién soy? Vos me lo preguntás?

-Salí. Dejame sola.

-Es una pena, Lilián. Lo siento por vos. Si empezás mal... te desajustás para siempre.

-Siempre... Es mucho decir.

-Observá el miedo que me tenés. El miedo que te tenés a ti misma. Cuántos años dijiste que tenés? 

-Qué más da. Treinta y nueve.

-Y no sos todavía una mujer.

-Cómo?

-Una mujer libre. Sin libertad, dónde está la mujer?

-No es verdad. No es verdad! Ustedes, los de tu generación, se creen que las saben todas.

-Por qué decís ustedes"? Sos vos la que te sentís distinta.

-Marcelo, yo... no...

-Nadie se ocupó de ti, de verdad. Ni tú misma.

-Pero... el mismo Alejandro, alguna vez... 

-Nadie.

-Y tú, ahora?

Pero Marcelo no me respondió. Se puso la campera sin dejar de mirarme con una sonrisa y me besó en la frente al salir.

A lo largo de ese día, volvieron una y otra vez, las mismas preguntas? Alejandro me había amado? Mis padres, a su manera me amaron de verdad? Y Lucio, mi hijo... Me amaba Lucio? Y amaba yo a mi hijo? Amaba yo a este hijo que me confundía a cada paso, que me asombraba como si hubiera salido de otra?

-Puedo dar una vueltita contigo, papi?

-Ahora no puedo, Lucio. Estoy trabajando. Decile a mamá.

-Con mami no quiero. Ella se asusta de todo. Y no me deja subir a tu caballo. Me aburro con mami... 

Con el tiempo esa especie de... menosprecio se convirtió en abuso cobardemente consentido por mí. Lucio supo para siempre que con un simple "mamalina", sacaría cualquier cosa de mí relajada autoridad de madre.

Tampoco, y quizá por lo mismo, le pregunté a Lucio quién era Marcelo y de donde lo conocía, y desde cuando. Llegaron en la madrugada, cuando dormía, y fue en la mañana de aquel martes que vi a Marcelo por primera vez, en la playa, con un slip de baño de Lucio, y diciéndome, "hola, mamalina", burlonamente.

-Dónde está Lucio?

-Durmiendo. No conoce a su hijo?

-Cómo sabe quién soy?

-Lucio me la describió... muy bien. Yo soy Marcelo.

-Si, claro. Y... qué le dijo de mí?

-Ah... que es muy atractiva. Lucio está desconcertado con usted.

-Lucio? Conmigo?

-Dice que usted no parece una madre.

-En el botiquín del baño de abajo hay bronceadores para elegir. Y... cómo me dijo que se llama? Marcelo... cuánto?

-Fuentes. Marcelo Fuentes. Encantado, señora de Brunelli. Sabe que anoche no dormí bien por su culpa?

-Cómo dice?

-Era usted la que tosía en la madrugada?

-No se, en sueños, quizá.

-Por las dudas... no se bañe. Empieza a estar frío.

No le contesté y arremetí contra el agua y me zambullí, indignada. Y en ese momento apareció Lucio corriendo y gritándome:

-Mamá! Te presento a Marcelo! Decile Marcelo no más, mamá!

Pero yo ya estaba nadando.


Más tarde, mientras fumábamos sentados en la arena, Lucio me preguntó por la lancha.

-Cómo está el motor, mamá?

-No se. No la saqué para nada.

-No le gusta el peligro, señora?

-Qué le va a gustar! Ni sé como aprendió a nadar. Eh... no te pongas tan seria, mamalina.

-Qué raro que fume.

-Raro?

-Dicen que es muy peligroso fumar...

-Pero, qué les pasa a ustedes conmigo?

-Puedo sacarla esta noche; no, mamá?

-La lancha? De noche? Para qué? 

-Cómo para qué? Para dar una vuelta, mamá!

-Las noches están como boca de lobo. No hay luna.

-Y qué?

-De cualquier manera vas a hacer lo que quieras.

-Tenés una idea mejor?

-La temporada se termina y los Perdomo organizaron una cena al aire libre. Sabés que me gustan. Y estaría contenta si esta vez me acompañaras.

-Pero, mamá...

-Va a estar Eugenia.

-Y a mí qué?

-Quién es Eugenia - Marcelo parecía muy interesado.

-Una pesada. Prima lejana o algo así.

-Bueno, qué vas a hacer?

-Marcelo puede ir con nosotros?

-Puede - dije con un suspiro.

-Y, mamá, nada de "usted" entre Marcelo y tú, eh?


Tal vez fui demasiado dura con Lilián. Ahora, envejecida, parece más vulnerable que antes. Ya es mucho esto de escuchar sus recuerdos. Pero éstas son las cosas que me pasan. Me doy un descanso. Paseo del brazo de un viejo amigo, un rebelde entristecido cuyo pelo encaneció en una sola noche. Respeto su silencio. Ya sé que de esa noche mejor no hablar.

-Estás bien, Angélica?

-Claro que estoy bien. Todavía piso fuerte, hago planes, escribo, hablo (seguramente demasiado)... y paseo con un fiel amigo como tú.

Caminamos por una avenida del parque, ligeramente iluminada. De pronto, la mirada de un hombre se interpone. Un hombre pálido, muy pálido, sentado en un banco. Me parece un prisionero de la noche. La noche, océano inexplorado plagado de raras sorpresas, cuyos confines está amiga íntima de callejeros que soy no termina de conocer. Con su ración de nocturno misterio, el solitario nos mira, me mira, con ojos de lechuza, relucientes pero como de náufrago. Con ojos de hombre que se entregaría sin resistencia como suplicante pero sin perder una invisible corona de laurel. Quizá poeta? Algo muy resguardado se desprende de su interior y vuela hacia mis ojos. Un vuelo certero que me ciega por un instante y me hace gemir y detenerme.

-Qué te pasa, Angélica?

Qué te voy a decir, amigo? Que estoy herida? Ese hombre me ha tocado con sus ojos y quedé herida... aunque no sé con qué me ha herido en realidad. Sólo sé que estoy distinta, muda. Ya no hablaré más esta noche. La herida se propaga, llega hondo, en alguna parte sangra pero no mata. Y así quedo, vulnerada, doliente por una pena indescifrable que no es mía, la pena que un navegante de la noche lleva como una tercera, filosa visión... pero sin encontrar lugar ni instrumento, ni oídos amantes, ni acogida en corazón alguno para desplegarla como elegía. No resisto. Me la llevo. Así desnuda, sin música, sin sonido alguno, pero haciendo lugar para las lágrimas invisibles. De pronto, con infinito dolor, percibo que el fantasma de Bernardo camina conmigo.

Ah, ahí vuelven como ráfagas los pensamientos de Lilián... Será que está muriendo?

...Y en lo de Perdomo, Marcelo desentonó deliberadamente durante más de tres largas horas, mientras Lucio simulaba prestarle atención a Eugenia. A Eugenia que no es tonta. Después de comer, Gloria Perdomo puso unos discos y bajó aún más las luces del jardín, seguramente con la intención de que Lucio y Eugenia bailaran. Al pasar, dejándome una copa de coñac me hizo una guiñada mientras Marcelo me susurraba "ganchera, vieja, eh?"'

-Cállese.

-No es así como se dice? O tengo que decir "celestina"?

-No es para tanto ni tan evidente. Además... a usted qué le importa?

-Qué es eso de "usted"? En qué quedamos? 

-En nada quedamos.

-Está bien. No se enoje. Deje el placer del alcohol y baile conmigo. Lucio y Eugenia ya están bailando.

-Yo? Bailar con usted?

-Qué tiene? A falta de nada mejor... Bueno, tal vez esa Eugenia tiene alguna hermanita en el jardín de chicos como para mí...

-No tiene. Y a mí no me gusta bailar.

-Vamos.

Me había tomado del brazo con fuerza y sentí pánico, de repente.

-Qué quiere? Esto es ridículo.

-En qué época vive, señora de Brunelli?

-No en la suya, Marcelo.

-Sí que en la mía. Aquí estamos los dos respirando en el mismo lugar.

Pero dejó caer la mano y se alejó. Y sentí como si me hubieran empujado en un pozo.

Antes de irnos, Eugenia se acercó y se sentó junto a mí. Me dio un beso y me pasó un brazo por los hombros. Nunca la había mirado tan de cerca y me enterneció verla tan rubia, casi transparente, tan lisita.

-Puedo pedirte algo, Lilián?

-Claro!

-No dejes que Gloria me ponga en ridículo con tu hijo. No la alientes. Lucio va a pensar que nadie me miró en mi vida o que lo estoy persiguiendo. Y no es verdad!

-Pero no hay nada premeditado...

-Me hacés un favor?

-Lo que quieras, querida.

-No traigas más a Lucio cuando vengas a cenar. Dejalo... que venga solo. Cuando quiera y si es que quiere. No me voy a morir por él, quedate tranquila.

-Estoy tranquila, Eugenia. - le respondí viendo que Lucio se acercaba.

-Me quiero ir. Bailamos la última, Eugenia?

-No te parece idiota bailar con esos discos viejos de Gloria sólo para hacerle el gusto? Yo me voy a dormir.

Lucio abrió mucho los ojos.

-Como quieras - dijo, mientras Marcelo reía por sobre su hombro.

-Miren la pesada...

-Te dio en la vanidad, Marcelo. Justo cuando Gloria fue a buscar la guitarra para que cantes.

-No pensaba en cantar para nadie en particular y menos para Eugenia.

-Reconocé que te estropeó el debut.

-Así que canta? -dije por decir. - Y qué canta? Rock? Folclore? Canto... popular?

-No. Sólo canto mis propias canciones.

En ese momento apareció Gloria con la guitarra.

-Eugenia se fue a dormir. Me parece que no se siente bien. Pero, por favor, cante para nosotros, igual...

-Por qué no? - Y Marcelo tomó la guitarra y pareció acariciarla. Arqueó los dedos y la rozó con las uñas, apenas, como para hacerla erizar. De pronto, la guitarra me pareció viva en sus manos.

-Yo prefiero irme ahora - dijo Lucio.

-Lucio... no seas grosero con tu amigo.

-Queremos escucharlo, Marcelo - pareció rogar Gloria.

-Me voy, mamalina.

-Entonces me voy contigo...

-No. Quedate con Marcelo, mamá. Yo… tengo ganas de caminar solo. Buenas noches a todos.

Lucio se fue y en ese momento salió la luna.

-Quién habló de noches oscuras, sin luna? Mire, Lilián.

Me sentí tonta, como si jamás mirara al cielo. Y así, bajo la luna repentinamente presente y llena, nos reunimos alrededor de Marcelo. Los Perdomo fumaban en silencio y Gloria, quedamente, volvió a servir coñac. La reunión se alargaba.

-Y si lo dejamos para otra noche? -dije.

-De ninguna manera. Queremos escuchar a Marcelo. Es bueno un poco de música. El verano se termina y tenemos que volver a Montevideo. A aburrirnos. Disfrutemos ahora.

Marcelo, abrazado a la guitarra, nos miró a todos, uno por uno, en silencio.

-No los voy a demorar mucho - dijo después - Voy a cantar una balada solamente. También estoy cansado.

Cantó a media voz y, desde que sus dedos bajaron por las cuerdas, nos embrujó a todos. Perdomo y su mujer, que siempre parecen aburridos, dejaron caer los cigarrillos, Gloria se convirtió en una estatua con la copa sobre los labios. Y a mí me dio una especie de miedo. Cuando repitió el estribillo me miró a los ojos tan adentro que me pareció otra persona, sin edad, casi un viejo, y tampoco pude separar los ojos de él. Quieta como una mariposa atravesada por un alfiler. Cuando dejó de cantar y soltó la guitarra, creo que todos, sin darnos cuenta, lanzamos un pequeño suspiro y parecimos despertar.

-Es suya esta balada tan hermosa?- murmuró la señora de Perdomo.

-Si.

-Y siempre canta… así? - susurró Gloria recogiendo la guitarra.

-Supongo.

-Cómo puede salir por ahí sin una guitarra?

-Como ve... siempre encuentro alguna.

-Usted se haría rico y famoso cantando -agregó Perdomo.

-Tal vez, aunque no...

-Lástima que la temporada termina. Podría recomendarlo en el Club...

-Gracias. De verdad; no me interesa. 

Otra vez el muchacho burlón y maleducado que se volvió a mí.

-Vamos... señora?

-No canta más, entonces? -insistió Gloria, todavía. -Por favor.

-No.


Al volver, traté de caminar delante de él. No tenía ganas de hablar.

-No corra tanto. Está desperdiciando la luna, señora.

-Tengo sueño.

-Si?... Ya dormirá interminablemente alguna vez.

-Vamos...!

-Qué? Nunca lo pensó? Nunca lo piensa?

-Qué mal gusto. -Se paró de repente y me obligó a volverme y mirarlo. Parecía de piedra.

-Así que una cuestión de... "gusto" - dijo, finalmente, y cuando me quitó los ojos de encima me pareció que me borraba, que yo no era nada ya. Me acordé, entonces, de Iván Ilich, de Carlos Ferro, de mamá. Y no me gustó darme cuenta de que me estaba pareciendo a mi propia madre, de que iba tomando su lugar.

Estaba poniendo la llave en la cerradura, cuando Marcelo dijo:

-Si usted, seriamente, hubiera tomado conciencia de su propio fin... trataría de estar viva.

-Y no lo estoy?

-No. Me parece que no.

-Qué sabe?

-Esta mañana la estuve observando en la playa. Y... lo que dijo hace un momento...

-Eso no tiene importancia. Son cosas que se dicen.

-No. Usted las dijo.

Abrí la puerta con rabia, prendí la luz y seguí derecho a la escalera.

-Buenas noches. Voy a ver a Lucio.

-No creo que haya vuelto.

-Voy a ver.

-En todo caso, déjelo dormir. Quédese un momento conmigo.

-Para qué? Cierre esa puerta. Qué espera? 

Cerró la puerta suavemente y se acercó a la escalera.

-Siento molestarla. Quizá me vaya mañana.

-Es suficiente con que recuerde que está aquí por Lucio y no por mí. Manténgase fuera de mi camino.

-Qué raro... Sabe una cosa? Todas las madres de mis amigos me tutean casi enseguida de conocerme. Me tratan como un hijo más.

-Como un hijo más... Qué exageración. O, tal vez, yo no sea una gran madre.

-Tal vez.

Por un momento se escuchó un motor como de lancha. Marcelo prestó atención. Cuando volvió el silencio, pareció convertirse en otra persona.

-Ese es Lucio. Vaya a dormir, mamalina - dijo después con una sonrisa.


En mi mesita de noche, junto al pastillero, tenía una foto de Lucio. Lucio a los cinco años. La foto se la había tomado Alejandro en el Club de golf, creo que en primavera. En septiembre, probablemente. Y o ya estaba enterada de la historia de Alejandro con Julia Ramírez. Sentada en la gramilla, fumaba sin hacer caso ni de mi hijo ni de mi marido. Fue entonces que Lucio dijo "mamá está muy linda" y Alejandro me miró como si yo fuera una mariposa rompiendo el capullo."Si, tenés razón, está muy linda"', dijo tendiéndome la mano. Yo se la golpeé y me fui corriendo hasta el House mientras Lucio lloraba como un chanchito. Seguro, era tan raro verme enojada. Por qué te llevaron a mi cumpleaños, por qué conspiraron para juntarnos, Alejandro? Cuánto mejor que no nos hubiéramos casado. Qué matrimonio tuvimos?

Lucio...Lucio se habría arreglado para llegar al mundo de una manera u otra... si fuera necesario que llegase, que no estoy tan segura. Como hijo mío. Ahora comprendo el aire de víctima ofendida de mamá frente a papá, el mismo de casi todas sus horribles amigas cargadas de perlas y solitarios. Por qué no nos separamos aquel mismo día? Porque no me atreví o porque no tenía una gran idea del amor? Puse la foto boca abajo. Esa fue la única vez que hice llorar a Lucio.

Al otro día me levanté temprano, antes que Antonia. Lucio estaba tomando café en la cocina, con una campera sobre los hombros, unas bermudas descoloridas.

-Madrugaste, hijo?

-No podía dormir.

-Tenés el pelo mojado.

-Estuve nadando un rato. Vi salir el sol desde el agua.

Por qué pensé que no había dormido en casa? Mientras me preparaba mi jugo de naranja, le pregunté por Marcelo.

-Quién es? Dónde lo conociste? Nunca me hablaste de él.

-Mamá... si nunca hablamos de casi nadie... Lo conocí en la Facultad. Nos veíamos. En realidad nos hicimos amigos en Cine Club. El es dos años mayor que yo y no coincidíamos en los cursos. Te molesta que lo haya invitado?

-Me... extrañó. La temporada terminó, casi.

-Pensé que le haría bien venir aquí. Esta es una playa tranquila.

-Creí que ustedes no buscaban tranquilidad, precisamente.

-Nosotros?

-Si, ustedes. Los jóvenes.

-Ah, mi hermosa madre, tan "vieja"... Mamá, Marcelo perdió a sus padres en un accidente hace dos meses. Dispara de las lloronas y de los cuervos de su familia, dice.

-Pero...

-Por favor, no le digas nada. Se pone furioso si lo compadecen. 

Más tarde, cuando iba a ducharme, después de estirarme y hacer gimnasia en el fondo, me crucé con Marcelo.

-Por qué se cuida tanto?

-No imaginé que me estuviera mirando. Me gusta el ejercicio. Algo tengo que hacer, no? Aunque sea mantenerme joven.

Por qué me tomé el trabajo de darle una explicación? Mientras el agua caliente corría por mi cuerpo me pregunté si no estaría viviendo equivocada. El día se extendía delante de mí, tan largo.

-Señora, sus pastillas para dormir. Va a cenar?

-No, Antonia. Gracias.

Me acuesto como quien va a morir. Tantos nombres, tantas caras revolotean sobre mí. Una revisión de mi vida necesito. Realmente viví engañada... o simplemente puse el pié por cuanto pudiera aniquilar mi bienestar, mi comodidad? Quisiera hablar con Angélica. Hoy... que tanto tiempo ha pasado y que somos tan distintas. Hubo un verdadero propósito en mi vida? Ah, quisiera llorar. Llorar no es fácil para mí. De niña sí lloraba si me contrariaban los caprichos. Después... me volví demasiado mansa. Y mi corazón? Llora mi corazón? Me pregunto si Angélica es... ha sido mi amiga de verdad... alguna vez. Recuerdo una noche en que, sentadas muy juntas en la alfombra, escuchando música brasileña, y tan quietas que no se percibía más movimiento que el disco girando y la ondulación de nuestras respiraciones, Angélica me tomó una mano. La presión de sus dedos fue tan fuerte, tan invasora que retiré la mía turbada. Fue la sensación de haber tenido mi mano presa de una mano desagradable, desconocida, inesperadamente helada. 
No dijimos nada y seguimos escuchando a Dick Farney pero el lugar se volvió sofocante. Qué extraño. Había olvidado esto. Por qué, ahora…?

Angélica solía decir que me falta imaginación. Puede ser. Pero... hace unas cuantas noches que sueño con lo mismo: estamos Angélica, Alejandro, Marcelo y yo en el jardín verdinegro de la casa donde nací. Falta Lucio pero no estoy inquieta porque Marcelo toma tan naturalmente su lugar...Y veo todo con unos colores tan vivos, tan planos, tan frescos que me despierto pensando, invariablemente, en una miniatura india de la escuela Kangra que Marcelo dejó una mañana debajo de mi almohada. Una mujer vestida de rojo, con un sari transparente, atravesando la selva para encontrarse con su amante sobre un lecho de hojas. Lucio... Lucio es tan joven, tan desconcertante y, quizá, tan ardiente como Marcelo. Donde está mi Lucio? Donde estás, Lucio? Perdido, desaparecido hasta de mis sueños. En realidad... te fuiste mucho antes. Te dejé ir de mi corazón distraído... como un fantasma pálido, inadvertido. Si Alejandro fuera como Marcelo; si Marcelo fuera Alejandro sin dejar de ser Marcelo y regresara con Lucio, de la mano, y todo volviera a empezar... deslizándose como un sonido largo, melodioso....

Aquel ya tan lejano fin de semana, el primero que Marcelo pasó en nuestra casa de la playa, también apareció inesperadamente Angélica. No nos habíamos visto desde su cambio de vida aunque nos llamábamos cada tanto. Creo que siempre la quise aunque cada vez que Bernardo decía "Angélica es una mística" yo pensaba "no, es una hipócrita"'.Y lo sigo pensando pero no importa porque, no sé por qué, la quiero lo mismo. A mi pesar. Angélica no es precisamente bonita aunque, en cierta manera, es hermosa. Alta, los ojos le brillan en las más impenetrables oscuridades; acaricia el suelo con los pies y tiene una habilidad asombrosa para enroscar su cuerpo en cualquier parte… y aparecer o desaparecer súbitamente. Claro que a los quince años yo no la veía así... y tampoco ella se molestaba en impresionarme. En cambio desplegaba sus trucos de magia frente a cualquier hombre, de cualquier edad que se cruzara con ella y se divertía volviéndolos locos. Quizá todos aquellos encantamientos fueran involuntarios y ella respondía a los hombres como si fueran sus estimulantes. Como si aquellas respuestas suyas fueran la imposición de su naturaleza misteriosa. Si. Eso es Angélica. Misteriosa. Aunque me de rabia reconocerlo. Angélica, opacando siempre a todas las lindas de cada verano en el Este. Y donde fuera. Angélica... también te odio un poco, sabés? A través de Alejandro, de Bernardo, de Marcelo y hasta del mismo Lucio... he seguido apreciando tus refinados trucos de Circe. Te he visto a través de sus ojos. Y... te sigo queriendo aunque sé perfectamente que también sos una buena hija de puta.

Si, es verdad. También soy o he sido eso. Una buena hija de puta. Para qué encontrarnos, entonces, Lilián? Por qué ese deseo de mirarte cara a cara conmigo otra vez? Pero tus pensamientos no me molestan. Me hacen reír. Estoy tan lejos, la vida me ha empujado tan lejos de aquel verano... Ese verano que te mantiene atrapada. Y, en cierta forma, puedo comprenderlo. Porque yo también quise mucho a tu hijo Lucio.

-Qué estás murmurando, Angélica?

-No es contigo. Perdoname.

-Volvemos?

-Está bien. Tengo frío.

-Salgamos del parque. Creo que un hombre nos sigue.

-Te da miedo?

-No. Pero, para qué tentar al diablo?

Es cierto. El hombre pálido de ojos de lechuza nos está siguiendo. Tal vez está prendido a la elegía que clavó en mis entrañas. Creo que me estaba esperando. Guardaba para mí esa herida. Pero el fantasma de Bernardo, aunque tarde, me preserva.


Cuánto tiempo ha pasado desde aquel sábado? Ah... cuanto frío tengo...

-Antonia! Venga por favor!

-Llegaron los diarios de la noche, los quiere, señora?

-No. Caliente la casa, por favor. Hay bastante leña?

-No mucha.

-Le dejo los diarios?

-No!.Ya le dije que no!

Diarios no. No quiero enterarme de nada. No quiero saber nada. Nada que me haga mover, hacer algo, volver a Montevideo. Me vuelvo hacia la pared pero escucho lo mismo el susurro de las hojas plegadas al caer al costado de la cama. Antonia se complace en amontonar diarios sobre mi cama. Y yo me complazco en arrojarlos al suelo. Mañana, cuando me levante, caminaré sobre ellos y los tiraré a la basura. Ay Lucio... Lucio! Marcelooo!

Sábado de carnaval. Y yo que había pensado ni acordarme del carnaval... y, de repente, toda aquella mascarada. Me voy en oscuridad. Ya no sé si duermo, sueño o recuerdo.

Cuando Angélica se fue de monja nos sorprendió a todos. Una ramera nata, vocacional... con hábito. Pero, finalmente, nos acostumbramos a la idea de visitarla en un monasterio y mirarla y conversar con ella a través de una reja. Pero también logró sorprendernos cuando, con la misma premura que tuvo para entrar, dejó el convento de las Carmelitas y reapareció de minifalda. Yo no la vi enseguida. Primero se dejó ver por Alejandro y Bernardo y hasta por el mismo Lucio que se divirtió muchísimo.

Así fue que nos reencontramos aquel sábado de carnaval, en el porche de casa, yo viéndola a través de mis anteojos ahumados, esfumada, verdosa como una sirena brotando del acuario, con pantalones plateados, cubiertos de escamas, una cámara colgando del hombro y un cigarrillo entre los labios, y los zapatos en la mano. El pelo le había vuelto a crecer y le bajaba los hombros, platinado como una espiga. Todo muy impactante a pesar de que, a fuerza de haberlo perdido debajo de la toca por cinco años, todavía me acordaba de su pelo negro. Pero Angélica estaba intacta en sus ojos, en la mirada solapada y fulgurante de siempre.

-Me conocés, Lilián? - dijo, muerta de risa.

-Entrá -dije, dándole un beso.

-Ya sé que tenés otro hijo.

-Cómo?

-Lucio me lo presentó en la playa. Lindo nombre: Marcelo. Nombre de actor de cine.

-Así que viniste por la playa?

-Como siempre. La costa es la verdadera anfitriona. Por eso le fui a pedir hospitalidad antes que a vos. Te enojás?

-No. Por qué?

-Me vine en busca de descanso, contigo, Lilián. Si no te cae mal. Estoy durmiendo poco. Montevideo me revienta a veces. No sé qué haría si viviera en Buenos Aires. Me tiraría por un balcón, supongo.

-Estoy segura que no. Estoy contenta de verte, Angélica.

-Ya te acostumbrarás, no?

En un primer momento creí que Angélica de verdad necesitaba descansar. En el almuerzo apenas probó la comida y enseguida se fue a dormir la siesta, en mi cuarto, naturalmente. Esta casa no es muy grande y no hay más dormitorios que el de Lucio y el mío; y el estudio, en aquellos días, ya era dominio de Marcelo

Como los muchachos desaparecieron me fui al cubil de Lucio. No deseaba intimar tan pronto con Angélica. El cuarto de Lucio es demasiado chico y cuando no lo llama "cubil" lo llama su "celda". Es una habitación extraña, llena de mañas, que me resiste. Llevé unas mantas para hacer mi relax en el suelo y me tendí debajo de un móvil lleno de acrílicos de colores que giraron poniendo reflejos en las caras de todos los melenudos que me miraban desde la pared. Me sentí incómoda. La última vez que Alejandro pasó por el balneario le pidió a Lucio que sacara todos esos posters de la casa.

-Es mi cuarto. En mi cuarto pongo lo que quiero. No tenés por qué entrar.

-Pero tu cuarto es parte de la casa. De mi casa.

-Sólo falta que me muestres los documentos de propiedad.

Estaban realmente furiosos y yo los miraba asombrada. Nunca parecieron desunidos por nada.

-Qué generación. Te meten el retrato del Che por todos lados -murmuró más tarde Alejandro, fumando su pipa frente a mí. Pero lo cierto es que parecía encantado. O quizá divertido. Acomodé las mantas cerca de la puerta de vidrio que da a la terraza. Ahí me sentí mejor, mirando el cielo. Se había levantado un viento fuerte que alborotaba las nubes y me imaginé a la gente dejando la playa, el mar encrespado y las primeras gotas. Desperté tarde, con la lluvia haciendo ampollas de agua en la terraza y me quedé mirando fascinada aquellos cráteres cristalinos y fugaces. Repentinamente el cielo se despejó y me encontré contemplando lo que quedaba del sol en el horizonte, no más que una brasa. El cuarto pareció calentarse y estaba buscando en vano un arco iris cuando sentí que no estaba sola. 

-Qué buscás, mamá? - dijo Lucio estirándose en medio del cuarto. - Salí a la terraza y mirá a la derecha.

Lucio se asomó conmigo y me pasó un brazo por la cintura.

-Es lindo. A mí también me gusta mirarlo.

-Solía buscarlo de chica. Cuando me despierto no sé qué edad tengo.

Estuve a punto de decir algo más, como para alargar aquel momento de inusual intimidad; hasta me pareció que Lucio lo estaba disfrutando. Pero entonces se asomó Angélica... y algo se desvaneció. Algo que he tratado de recobrar como un indicio de que Lucio estaba distinto conmigo. Pero también los recuerdos se desvanecen.

-Molesto? -dijo Angélica.

-No - respondió Lucio.

-Cuántos libros tenés...!

-Ah, si.

-Lindo cuartito para hacer el amor.

-Cuando quieras... es tuyo. Si mamá sobrevive...

-No me tengan por idiota.

-Y qué? Todo el mundo fornica a nuestro alrededor. Qué tendría de raro?

-Usalo, entonces.

-Primero tengo que encontrar con quién.

-No será difícil.

-Pero... sabés que debajo de esas caras que tenés ahí... no podría. Me queda algún escrúpulo de burguesa, todavía.

Irritante. Demasiado para mí, entonces. Esa Angélica bruja, encantadora de hombres, mujer de convento... sobreactuando su cinismo. Hasta yo fui capaz de pensar que, a pesar de su actitud desafiante, tenía mucho miedo guardado. Probablemente el terror de ir perdiendo sus poderes.

Mientras tomábamos el té salió con la idea de la mascarada. Debí imaginar que el cansancio no era más que un pretexto. Intuí que estaba buscando algo nuevo. Un campo de experimentos diferente. Y hasta se me ocurrió que había venido escapando de algo. Lucio aprobó ligeramente malhumorado, y Marcelo, que había salido del estudio con cara poco amigable, como si hubiera querido seguir durmiendo, se mostró repentinamente encantado. "Circe puede estar tranquila", me dije."Y bueno, que se diviertan entre ellos". Seguir con mi papel de aburrida distante resultaría más cómodo.

Ahí empezó realmente el cambio de historia. Cuando, inesperadamente, el carnaval nos invadió. Así fue que el domingo, a las nueve de la noche, esta casa toda iluminada se abrió sobre el jardín adornado con unos farolitos que el viento inquietaba y sobre un grupo de destempladas y prematuras máscaras donde, irreconocibles, estarían todos los Perdomo, inclusive Eugenia y, sin duda, la mayoría de los vecinos que se trataban con nosotros. El personal del Club y del parador estaba de paro y todo el mundo parecía feliz de tener un lugar donde bailar. Habíamos quedado en disfrazarnos cada uno por su lado y en el más riguroso secreto. En eso estaba la diversión. Recuerdo que, a eso de las siete, me di cuenta de que estaba completamente sola, o casi, porque Antonia, cuando hay invitados, se encierra con llave en la cocina para trabajar tranquila. Sabe que las reuniones me ponen nerviosa y que sólo sirvo para enredar. En alguna parte, Lucio, Marcelo y Angélica, por una voluntaria metamorfosis, estaban convirtiéndose en otra cosa. Ese deseo de perder la identidad que algunos parecen acoger con desenfrenado gusto. Si. Yo también. Así fue que, envuelta en aquel silencio, me senté en la cama preguntándome qué quería ser. Y el tiempo pasaba y no se me ocurría nada. Eran las ocho cuando abrí el ropero decidida a ponerme cualquier cosa debajo del antifaz. Entonces la vi. La caja estaba debajo de todo, en el fondo del placard y el vestido era una momia en buen estado. Cómo llegó a parar ahí nunca lo sabré. El corazón me latía ligero mientras me lo ponía, haciendo girar en mi cuerpo oleadas de odio, un sentimiento mucho más definido, por cierto, que el que me animaba la primera y única vez que lo llevé. Pero Alejandro no tenía ninguna parte en aquel odio. Ninguna. Mientras me ajustaba la peluca rubia se me ocurrió que tal vez Angélica se acordaría del vestido. O no. Debajo de la peluca, una media me ceñía la cabeza esfumando mi cara, pero igual me puse el antifaz, como si me alegrara desaparecer. Los guantes largos escondieron mis manos y mis brazos y, cuando me solté el velo, ni yo me reconocía. Entonces, apagué la luz de mi cuarto y bajé sigilosamente la escalera, completamente a oscuras. Casi me arrastré por el jardín y corrí hasta la playa. Había decidido aparecer en la casa como una invitada más y, esa hora larga en la playa, casi en tinieblas, con los tules flotando a mi alrededor, tan blancos como la línea de espuma fosforescente, con el mar susurrando a mi costado, acompasadamente, fue una de las más excitantes de mi vida.

-A mí también me gustan, me excitan las tinieblas. No sé por qué... porque cuando nací, apenas salida del vientre de mi madre, mi padre me levantó en brazos, me llevó hasta la ventana y me ofreció al sol.

-Qué estás murmurando, Angélica?

-Perdoname… pero, a veces, converso con una vieja enemiga. No me hagas caso. Me llegan voces. No puedo evitarlo. La mente hace cuanto quiere.

-No se. Depende.

-Tú eres como un monje, ya.

-Qué decías de las tinieblas?

-Digamos que me he divertido mucho en la oscuridad.

-Hubo un tiempo en que te gustaba mucho el sol....

-En aquellos lejanos veranos, si, también....

-Yo... he amado el sol. Pero sólo puedo salir de noche. Mis ojos... casi no soportan la luz, ya.

-Podría ver tus ojos?

-No. La lesión es muy vieja ya. No tiene remedio. Mis ojos están mejor protegidos por los lentes. Y las tinieblas. Me entiendo bien con ellas. Tuve tiempo de aprender desde...

-Desde aquella noche...?

-Mi pelo tan blanco, y mis ojos tan negros... En una sola noche. Volvamos. Te dejaré en tu casa, Angélica.

-Hablé de más.

-Me parece que ya no nos siguen.

"Bernardo… no te alejes tu también", pensó Angélica viendo cómo se desvanecía.

-Alguna vez te gustó el carnaval?

-El carnaval..? Qué pregunta loca. Supongo que si. Cuando yo era chico todavía se organizaban asaltos de máscaras. Era muy emocionante, si. Pero... el carnaval es de las cosas que quiero olvidar.

-A mí me encantaba disfrazarme. Cambiar de disfraz en una sola noche. Y jugar, intrigar....

Parece que no gustó mucho mi disfraz. A mi paso, las máscaras se fueron apartando, mostrando un cierto disgusto, como si caminara envuelta en una mortaja. Pero nadie me reconoció y cuando las bebidas calentaron los ánimos algunos me invitaron a bailar. Mientras bailaba, algo trabada por la cola de mi pesado vestido, observaba con sorpresa mi propia excitación. Acaso había una sola persona, entre todas aquellas, que deseara realmente descubrirme? Yo misma... buscaba a alguien? "No lo hiciste de adolescente, Lilián, ahora es mas bien algo tarde. Pero... sacate las ganas. Si. Pero es tarde". Miraba a mí alrededor en amplios círculos sin reconocer a nadie. Mi propio hijo se ocultaba en alguno de aquellos monstruos y yo no era capaz de percibirlo ni por el más mínimo signo. Los disfraces eran originales, salvo un trío de falsos policías que, con unas horribles caretas verdes de goma, iban y venían entre la gente, como tres fantasmas hepáticos."Si pudieras todavía elegir... con quién te gustaría bailar, Lilián?", me decía."Alejandro, no. Y Bernardo? "Abandoné a mi última pareja bajo una lluvia de papelitos sintiendo el pánico de una falta de deseos... mortal. Entonces, alguien me tomó del brazo y me arrastró hasta el living, me hizo sentar, acomodando casi amorosamente la cola del vestido sobre mis pies. Una chocante máscara de mujer con piernas demasiado fornidas, a punto de reventar las medias negras.

-Estás muy nerviosa, querida? Esta ha de ser la noche más emocionante de tu vida, no? - silbó su voz de falsete en mis oídos. - Dónde está él?

-El?

-Si, él .El novio. Tu novio.

-Mi novio... - casi me atoré con la risa y, cuando la "compasiva" mujer me alcanzó un vaso con agua, vi sus dedos sobre el cristal. Una mano sostenía el vaso y la otra lo acariciaba, distraída, con las uñas hacia adentro, como si el vaso pudiera estremecerse. "Es Marcelo", me dije. Con algún vestido de Angélica, seguramente, uno de sus vestidos rojos, sus vestidos red para cazar hombres. Así que recogí la cola del vestido, me levanté y me alejé bruscamente. Un colegial me salió al paso y cayó en mis brazos. Por el perfume de colonia inglesa supe que era Lucio. Inconfundible. Traté de retenerlo pero escapó, tomó del cuello a la "dama" de rojo, la arrastró al jardín y la obligó a bailar de una manera grotesca, empujando a todos brutalmente. Hubo un momento muy fuerte, casi más dramático que divertido, cuando los tres policías los encerraron en una rueda, obligándolos a bailar muy pegados, como enamorados.

A medianoche debía terminar el misterio y tendríamos que quitarnos los antifaces y las caretas. Pero, a eso de las once, creo, alguien propuso apagar las luces y jugar a las escondidas en la oscuridad lo que arrancó alaridos de aprobación. De pronto, a mi alrededor, todo pareció saturarse de electricidad. Yo, en cambio, sentí más miedo que excitación. Y si el juego me pareció bien fue porque me daba la oportunidad de hacer trampa: subir a mi cuarto sin llamar la atención, encerrarme y cambiarme. La novia debía desaparecer y nadie descubriría mi ridícula debilidad. En la cada vez más densa oscuridad, sentía a la gente deslizarse muy cerca, rozándose, atrapándose con gritos y gemidos. Los cazadores victoriosos tenían derecho a desnudar la cara de su presa... y mi casa de verano se fue transformando en una selva espesa y las máscaras en criaturas solapadas, reptantes. Subí ligero, recogiendo mis tules, temiendo que el brillo del vestido me delatara. Y ya estaba casi en mi cuarto cuando alguien me atrapó por la cintura y me arrastró tras una puerta que cerró con llave. Sentí pánico y cerré los ojos, temiendo adivinar en la penumbra alguna cara horrible demasiado cerca. Pero, quien fuera, me soltó, dejándome tranquila. Entonces, abrí los ojos. Lentamente, la luna, descubriéndose en la ventana, lanzó un resplandor sobre nosotros. Estábamos en el cuarto de mi hijo. La luz se fue haciendo más clara, el resplandor más ancho... hasta descubrir al mismo colegial que pasara por mis brazos. Respiré aliviada.

-Lucio, soy yo, mamalina. Ayudame a encerrarme en mi cuarto. Si es que no se metió nadie allí... Quiero cambiarme sin que me descubran.

No me contestó y yo, extraviada en una ternura repentina, lo abracé estrechamente y sólo cuando sus labios mordieron los míos sentí espanto. Aquel beso, que enfriaba, era terrible, si brotaba de los labios de un hijo. Y, sin embargo, como hechizada, por unos segundos, respondí, mordí también, sentí la humedad de los labios, la saliva... y después, bastante después, se me ocurrió que no podía ser Lucio, después de todo.

- Dónde podemos escondernos mejor?

Aunque alterada, reconocí la voz de Marcelo.

-Basta. Esto es demasiado.

-Dama incestuosa... De verdad me confundiste con Lucio?

-Claro que no. Quiero que me suelte. 

Traté de escapar pero él no aflojó. Me mantuvo bien aferrada por la cintura.

-Nada de "usted", ahora, Lilián... Hemos intimado un poco, no?

-Quiero salir de aquí.

-No todavía. Hice una pregunta. Dónde podemos escondernos mejor?

-Para qué escondernos? Alguien lo persigue, Marcelo?

-Si.

-En serio?

-Muy en serio. - La voz le temblaba y me trasmitió cierto temor.

-Nadie puede entrar aquí. Usted mismo pasó llave. Pero tampoco podemos quedarnos mucho tiempo. A las doce termina el juego.

-No hay otro lugar? Todavía podemos aprovechar la oscuridad...

-Entonces... es verdad? En serio quiere esconderse? Después de las doce, también?

-Si. Con más razón. Como si nunca hubiera estado aquí.

-Por qué?

-Escóndame… y, tal vez, se lo diga.

Con la ayuda de la luz de la luna, corrí el equipo de buceo y de pesca de Lucio y abrí el placard, disimulado en la pared, bajo el empapelado.

-Entre ahí. Hay un conducto de aire.

-Usted... tú conmigo. -respondió arrastrándome con él. - Sólo un momento y después te vas...

Se echó hacia atrás y las perchas de Lucio crujieron. La ropa de mi hijo cedió bajo el peso de Marcelo y así, reclinado, me apretó con más fuerza contra él.

-Supe que eras tú - susurró casi lamiendo mi mejilla. - Apenas apareciste arrastrando la cola ésa, ridícula.

-Por favor...

-Estás temblando... Nunca tuviste un amante?

-No.

-De veras? Nunca le metiste los cuernos al idiota de tu marido?

-Nunca. Por mí. No por él.

-Ah... claro. Bueno... algún día tendrá que ser.

-Basta de juego, Marcelo. No juegue conmigo.

-Si hace rato que jugamos, Lilián. 

La rabia me dio impulso, me solté y lo encerré con un extraño placer.

-Me vas a asfixiar aquí?

-No se preocupe. Ya la dije que hay un conducto de aire. Y ahí, salvo Lucio, nadie lo va a encontrar.

Arrimé el equipo de buceo contra la pared, otra vez, y me fui temblando hasta mi cuarto.

Pobre, Lilián. Qué turbador aquel beso. Aquella noche tuvo un cambio... interesante. Recuerdo con cuanta confusión me confesó lo que sintió con aquel beso. Fue sorprendente que se animara a contármelo, pero creo que necesitaba decírselo a alguien. Como a un confesor, supongo. Y también, de alguna manera, le pesaba la intriga de los disfraces. En qué, cómo se había equivocado? La falsa mujer de dedos arqueados no era Marcelo, sino el colegial que se había puesto la loción de Lucio. Tal vez, pensó, y no se equivocaba, que se habían cambiado los disfraces en medio de todo aquel torbellino....

Si, quizá, también Lucio, necesitaba desaparecer. No solamente Marcelo. Aunque aquella noche creí que Marcelo buscaba una extraña diversión conmigo. Pero el que realmente desapareció fue Lucio. Porque, desde aquella noche, no lo hemos vuelto a ver. Ni yo, ni Marcelo, ni Angélica, ni Alejandro, ni nadie en el balneario ni en Montevideo. La última imagen que me queda es la de ese colegial abrazado a la mujer monstruosa, cercados por los falsos policías, ese colegial que, a lo mejor, no era tampoco él, después de todo... o a lo mejor si hasta que se cambió con Marcelo. Nunca lo sabré con absoluta certeza. Con Marcelo acosado... por miedo? Prefiero, quiero pensar que por deseo.

Ya en su casa, Angélica camina entre imágenes. Revolotean a su alrededor. La envuelven y hasta la oprimen. Intenta dejarlas atrás pero no la dejan. Y desiste porque ya sabe que cuanto más resista más furiosas se volverán. ''Está bien. Son las erinias de siempre. Tal vez no ha llegado a mí suficiente perdón". Quizá mi hermana sea una más. O mamá. Es el precio por tanta rebeldía. A veces, aún la vida es un paisaje rocoso y desierto. El encuadre adecuado para las mujeres como yo: dureza de roca donde estrellarse, soledad inmensa, estéril, sorda, muda aún en medio de la gente. En fin. Me queda el cielo para saltar. Arrojarse hacia lo alto, hacia el abismo de los astros.

Quizá mi hermana pudo ser mejor amiga de Lilián que yo. Con toda su ira y con todo su resentimiento era capaz de mucha compasión con los tontos. Qué cosa, no? Hubo un tiempo en que creí (y fue mucho tiempo) que sólo los santos podían ser compasivos. Ahora, ya vieja, sé que un pecador rendido compadece y perdona como nadie. O, quizá, los santos son pecadores profundamente arrepentidos. Si, mi hermana habría defendido y cuidado a Lilián. Pero se desvaneció muy pronto. Hoy no es más que un poco de humo en mi memoria, salvo cuado se levanta de sus cenizas y me ensordece con sus gritos o me aburre con su censura imbatible. Pero yo, que pude cuidarla, detestaba a la desvaída mujer que no se sabía bella. Porque Lilián era muy bella... hace cuarenta años.


Tirada en la cama lloré porque ese imberbe me había humillado. Me quité el vestido, lo arrojé al fondo de la ropería y me puse un pantalón y un sweter de lana porque tenía mucho frío. Oh, lo recuerdo bien. Cuando bajé, las luces estaban prendidas, disfraces, caretas habían desaparecido y los rezagados bailaban aplacados o todavía bebían algo. Rotos los hechizos, el hastío del final del domingo volvía. Como siempre. La medida del desencanto la conocía cada uno. Angélica, cruzándose conmigo, me preguntó si me había divertido. Le contesté de manera terminante.

-No estuve. Me encerré en el garaje con un libro.

-Entonces, no cambiaste nada. No te quejes de que Alejandro...

-No me quejo. No se me ocurrió nada para disfrazarme.

-Y a mí que me pareció... - murmuró Angélica mirándome de una forma rara.

-Qué?

-No. Nada.

Después hice algo... bastante inusual en mí. Pesqué una botella de champán para mí sola y me la bebí hasta la última gota, como si el sueño estuviera en el fondo. La noche se me hacía larga y temible la madrugada con aquel beso terrible y ambiguo, prendido en mi boca como una brasa. Pero, en verdad, el sueño pareció estar en el fondo de la botella porque, a pesar de todo, dormí. Volví a la realidad como a las diez de la mañana, arrollada en un sofá, y vestida. De pronto, me acordé de Marcelo seguramente agazapado y dormido en el placard. "Pero no. Lucio lo debe haber sacado de ahí hace rato", pensé. Así que me levanté y me bañé enseguida porque el cuerpo me pesaba como una roca. Casi enseguida apareció Antonia en mi cuarto con una bandeja de café con leche y tostadas.

-Su hijo ya levantó vuelo. No desayuna nunca a la hora -rezongó.

-Y Marcelo?

-Ese... No apareció todavía.

Extrañada, fui al cuarto de Lucio. La cama estaba sin tocar. Por las dudas, pero segura de que no iba a encontrar a nadie, corrí el equipo de buceo de Lucio y abrí el placard.

Marcelo dormía profundamente, enredado en la ropa de mi hijo. Más que sorprendida me sentí algo inquieta. Lucio no había dormido en casa esa noche tampoco. Alguna pasión? Alguna chica nueva? Eugenia, quizá?

Tan dormido, Marcelo parecía un niño. Un niño bueno. Y sentí que ya no estaba tan enojada con él. El, como yo, como Lucio, tal vez, como todos, también fue víctima de la irrealidad del baile de máscaras. Decidí no pensar más en eso. Entonces, Marcelo abrió los ojos y me miró largamente, soñoliento, sin mostrar sorpresa.

-Hola, mamalina - dijo bostezando.

-Salga de ahí. No sé cómo pudo dormir tan encogido.

-Dormí bárbaro - respondió Marcelo, bostezando otra vez.

-Y... pasó el peligro? -dije en broma.

-Qué peligro? Me acompaña a la playa?

-Está nublado.

-No importa. Necesito un remojón. Usted se lo pierde - y salió derecho al baño.

-Bueno... -me dije -… si está dispuesto a olvidar lo de anoche, tanto mejor. Aquí no sucedió nada.

Fui hasta la cocina, pensando en qué ordenar para el almuerzo, y entonces me acordé de Angélica.

-Su amiga durmió en el porche -me dijo Antonia. Estaba enojada. La cocina parecía un campo de batalla.

-Perdone. Pero... qué amigos tiene, señora.

-Déjeme ayudarla un poco, Antonia -dije, tomando un repasador.

-Salga de aquí. A ver si me rompe algo. Vaya, mantenga a sus... invitados lejos de la cocina. Haga el favor.

Entonces, radiante, se materializó Angélica en la puerta de la cocina.

-Buen día. Fui hasta la casa de Gloria a devolverle unos discos. Uy, esa mujer debe estar desesperada porque la violen. Se estaba paseando por el frente con un camisón de tul, chiquitito así, con voladitos en el trasero... y con esa panza! Pobre, no?

Antonia, que no es flaca, la miró como para fulminarla.

-No seas mala.

-Mala?

Angélica parece desquitarse con arranques de malignidad... tal vez por sentirse confinada en tierra de nadie, lejos de los extremos que la atraen por igual. El péndulo oscila entre la monja y la loca. Debe ser difícil vivir así, sin encontrar un lugar, un punto fijo... Lo dije. Pude decirlo al fin. Monja y puta. Así en voz alta, casi gritando, al volver a mi cuarto. Lo que siempre pensé de Angélica. Amiga y enemiga. Pero Angélica vino siguiéndome y no me atreví a decirle que me dejara tranquila.

-No es por la transparencia... es que si yo tuviera el cuerpo de Gloria usaría camisones de franela hasta en verano. Te molestaste conmigo?

-Me parece que estás hablando de hambre -dije, sin saber qué estaba haciendo en mi cuarto. Ni yo ni ella.

Estábamos tomando unos refrescos en el living, cuando Marcelo, de bermudas, lo cruzó y salió sin mirar.

-Bastante atravesado, no? - dijo Angélica.

-Yo qué se. Es amigo de Lucio.

-Si es amigo de Lucio... está bien para ti.

-No necesariamente - respondí suspirando. - Tu mamá está bien?

-Ah, querés que hablemos. En serio. Si. Está bien. Antes, mucho antes... estábamos muy unidas. Cuando mi hermana enfermó comenzó como a alejarse. A enfriarse... mas bien. Creo que comenzó a defenderse del dolor. Es lo que pasa siempre. No nos preparan para los cambios.

-Y cuando Violeta murió...

-Disimuló el padecimiento. Prefiero creer eso. De lo contrario... tendría que pensar que no le importó demasiado. En realidad... hace mucho ya que no deja saber lo que siente. Si la ves... parece estar bien. Siempre cuidando los detalles, elegante. Como tu madre, ya sabés. En cuanto a mí, "la preferida" según mi hermana, perdió la pasión.

-Tenía mucha ilusión cuando te fuiste de monja...

-Puede ser. Puede ser, Lilián. No creo ser ya la hija ideal para nadie.

-Vamos... no digas eso...

-No seas hipócrita, Lilián. Nos conocemos bien, tú y yo. Pero, con respecto a mamá... creo que es muy inteligente. Tal vez demasiado. Un desperdicio, porque no hace nada interesante. Dicho sea de paso, hace tiempo que dejó de tratarse con tu madre.

-No me extraña.

Qué cosa. Hubo un tiempo en que la madre de Angélica me gustaba más que la mía. Lo que no es demasiado raro.

Bueno... aquel lunes también fue importante. Porque a la noche me sentí horriblemente, peor que nunca en mi vida hasta ese momento maldito. A pesar de que la puesta de sol en la playa, hermosa, disolviendo las nieblas, inesperadamente muy cerca de Marcelo, prometía otra cosa.

Angélica puede, si quiere, ser irresistible también con las mujeres. Así fue que Gloria y Eugenia se aparecieron esa noche en casa, atraídas por ese aire de haber vivido tanto de mi amiga.

-Así me pasa. Le gusto a la gente. Llego... y me relaciono enseguida.

-Aunque te burles un poco de los nuevos amigos... o amigas...

-No puedo con mi genio. Pero no quiero sentirme como una extraña.

-Aunque siempre parecés estar de paso... Corriendo, saltando de un lado a otro...

-Ah... esa es más bien mi maldición... Tampoco puedo evitarlo. Pero... ahora estoy aquí.

Estábamos preparando unos cocteles, unas combinaciones imaginativas de Angélica.

-Lilián... si Lucio no vuelve... puedo usar su cuarto?

-Qué decís? Cómo no va a volver?

-Pero… no se sabe cuándo... Si está viviendo alguna aventura... No me mires así. Parece que no sabés nada de tu hijo, Lilián.

Me veo a mí misma, en la terraza, mirando a Gloria y a Eugenia caminando hacia la casa, tomadas de la mano, bajo el cielo violeta. Detrás de mí, Angélica partía el hielo. Lo hacía sonar como un xilofón.

Nos sentamos y probamos el menjunje de Angélica que, inesperadamente, estaba bastante soso. Entonces, apareció Marcelo, lo olfateó, le puso más gin y nos hizo marear a todas. Yo me llevé aparte a Eugenia.

-Decime la verdad. Sabés que yo no te voy a traicionar. Anoche... Lucio se quedó contigo?

-Y qué si se hubiera quedado?

-Hoy no se ha dejado ver. O no durmió en casa o se fue muy temprano. Ni comió en casa tampoco.

-Estate tranquila. Conmigo no estuvo.

-No te ofendas...

-Y ése no sabe? -siguió una mirada larga a Marcelo que, a su vez, la miró sin pestañear, asomando la lengua y deslizándola sobre los labios.

-De dónde sacaste a ese asqueroso?

-Gusto de Lucio, querida Eugenia .

Gloria sireneaba del otro lado de Marcelo pidiéndole que cantara.

-No tengo guitarra.

-Le traigo la mía. La voy a buscar en un momentito.

-No es necesario. Lucio tiene una. Pero no voy a cantar.

-Dónde está Lucio? - salté yo.

-Y yo qué sé? Qué me mira a mí?

-De sobra sabés que cuando tu hijo se lleva la lancha pueden pasar días... no? -dijo Gloria.

-Si. A veces. Pero no me fijé si...

-Bueno. Hoy la sacó.

-Tú lo viste, Gloria?

-Si... -pareció vacilar - Si.

-No dijiste nada.

-Nadie me preguntó.

-Qué hora era?

Gloria vaciló más y desvió los ojos.

-No... no estoy muy segura. Cerca de las cinco de la mañana, tal vez....

-Qué madrugón, tía -Eugenia parecía asombrada.

En ese momento Marcelo se sentó junto a mí.

-Qué le parece? Me doy por ofendido?

-Por qué?

-Y... Lucio me invita... y desaparece. Me deja plantado.

-Y no lo conoce ya?

-No se... Puedo quedarme hasta que vuelva?

-Por qué no?

-Hasta que vuelva? Seguro? -cómo le brillaron los ojos...

-Si -dije, sintiendo que podría no volver. Por qué lo pensé? Qué me estaba pasando? Nunca me había preocupado así por Lucio.

Entonces, vino ese juego de pesadilla. Si no me hubiera sentido tan mal, después, tan sumergida en un pozo oscuro, tan desesperada, quizá no...

La idea fue de Angélica. Como en el juego de la verdad, cada uno tendría que hacer algo así como un balance sumario de su vida, señalando fracasos y logros.

-No me parece interesante - dije.

-Es apasionante decir la verdad aunque sea una vez - insistió Angélica.

-Esto no es más que pasto para comentarios y chismes.

-Por qué? -protestó Gloria - A mí me parece divertido.

-Seguro que todo lo que se diga esta noche será olvidado - ironizó Eugenia.

-Lo guardaremos como sagrado - agregó Angélica, sonriendo.

-Pero... cual es el objeto del juego?

-Un rato de terapia. Vamos a blanquearnos un poco.

-Comencemos de una vez - Marcelo parecía muy divertido.

-Y quién garantiza que se diga la verdad?

-No hay garantía. Sólo el fuego eterno para quien mienta -Angélica lanzó una carcajada.

Quedé por un largo rato con la mente en blanco, escabulléndome entre tantas risas y palabras. Hasta que Angélica, soltando unos cubos de hielo en mi vaso, anunció:

-Ahora le toca a Lilián!

Gloria me enganchó con una mirada ávida. Marcelo, por el contrario, mantuvo una sonrisa tibia, distante. "Ya se está aburriendo", pensé. Pero, entonces, Eugenia tomó aire y se lanzó sobre mí.

-Te enamoraste alguna vez, Lilián?

-Bueno... si. Cuando me casé,

-Estás segura? Mirá que si no decís la verdad...

-Me casé bastante enamorada. Claro que era demasiado joven y...

-Entonces no estabas muy segura.

-No dije eso.

-En qué quedamos? Cuántos años tenías?

-Dieciocho.

-No tan joven, entonces,

-Te parece?

-Yo me enamoré por primera vez a los trece. Fue la única vez que te enamoraste? 

-Claro.

-No tan claro. Y después?

-Después qué?

-No te enamoraste más? Ni una vez?

-No.

Angélica lanzó una carcajada. Eugenia la miró un momento y luego siguió.

-Seguís enamorada de tu marido?

Miré los ojos claros, jóvenes y crueles de Eugenia, anteayer una niñita inofensiva.

-No - contesté al fin, acorralada.

-Qué lástima. Yo no se lo hubiera preguntado así - dijo Angélica.

-Pero es mi turno. Dejaste de estudiar cuando te casaste? - continuó Eugenia.

-Si, claro.

-Qué hiciste de útil en tu vida?

Me quedé callada. Los momentos que siguieron parecieron estirarse detrás de mi pensamiento, como resortes, atravesando un pasado insípido.

-No se.

-Cómo que no sabés?

-Y... tener a Lucio.

-Eso no vale. Quisiste tenerlo de verdad? Alejandro y tú, fueron conscientes de...?

-Basta, Eugenia - dijo Gloria.

-Ahora me toca a mí - terció Marcelo. - Aparte de tener a Lucio... qué otras cosas hizo, señora de Brunelli? - Había levantado su vaso y me miraba a través del vidrio ligeramente empañado.

-En casa?

-En su vida!

-Bueno... siempre tuve empleadas... Qué se yo. Organizaba las comidas, elegía la ropa de mi hijo, de Alejandro, la mía. Eso era lo que la familia, mi madre, mi marido esperaban de mí. Siempre traté de que nuestra casa fuera linda... hice un curso de decoración, de ikebana... También iba... íbamos mucho al teatro, al cine, a conciertos, exposiciones... Es imprescindible para relacionarse, no? Aún ahora, veo todas las muestras que puedo. Y leer... leo algo... pero me canso. Aprendí a nadar y me parece que bien, hago gimnasia, voy a la peluquería cada semana, de vez en cuando algún masaje porque tengo miedo de... -me llevé una mano a los labios con un sollozo.

-De envejecer? - murmuró Marcelo, muy serio, inclinándose sobre mí, quitándome el aire.

-No. No sé. No se de qué! He viajado... pero no recuerdo nada importante… y sólo he leído estupideces... y mi marido nunca supo enseñarme a hacer el amor... y me aburría horriblemente con él y él conmigo... y hace años que tiene una querida y apenas nos vemos, aunque nunca quise reconocerlo demasiado... y seguramente, nadie, nadie tiene que agradecerme nada… ni yo me siento en deuda con nadie... Esto era lo que querían, no? Contemplar el retrato de una perfecta imbécil, no es cierto? Bueno. Ya lo tienen.

-Pero no. Es un retrato bastante común. Ya lo hemos visto.

-Yo no. Es la primera vez. La primera vez que lo veo.

-La primera vez que te ves - dijo Angélica - Eso es bueno, Lilián.

Todo se me había subido a la cabeza, todo, el cóctel, las imágenes de mi propio retrato. Entre lágrimas, sentí que Gloria me estaba dando un beso.

-Es mejor que nos vayamos, Eugenia. Este juego no ha sido una gran idea, después de todo. Así de poco interesantes son nuestras vidas... Y Eugenia es tan grosera, tan dura, a veces...

-Perdoná - me dijo Angélica cuando nos quedamos solas, recogiendo los vasos.

-Por qué? Vos me sobrás. Estoy segura de que no te dije nada nuevo.

Entonces apareció Antonia haciéndose cargo de los vasos.

-Van a cenar algo?

-No. Acuéstese no más.

-Lilián, me dejás dormir en el cuarto de Lucio?

-Qué se yo. El te dio permiso. Mientras no le toques nada...

-No pienso tocar nada, salvo las sábanas.

-Está bien - dije, porque no la quería más en mi cuarto. No quería dormir cerca de ella.

Y esa noche, rodé de pesadilla en pesadilla, enredada en un horrible baile de máscaras donde las retorcidas caretas eran las verdaderas caras amarillentas, fosforescentes, de Alejandro, de Julia, de Bernardo, de Angélica. Todos ellos esperaban ansiosamente la medianoche para dejar caer esas máscaras carnales y mostrar... qué? Yo intentaba conservar mi pareja pero Alejandro me dejaba por Julia y si me volvía a Bernardo... Angélica se interponía. Bernardo. Fue en la envoltura de humo de ese sueño que descubrí que él era más que un cuñado para mí porque, al despertar, me senté perpleja en la cama rememorando la sonrisa dulce de Bernardo, lo primero que recuerdo cuando pienso en él, descubriendo un deseo intensísimo de verlo. Y, seguramente, ese deseo me dejó caer en otro sueño, divino sueño, embriagador sueño en que Bernardo me abrazaba como jamás Alejandro, y me enseñaba de qué manera maravillosa se puede hacer el amor, delicadamente, con una paciencia infinita. Dejándome reposar en su pecho inmenso, el mejor lugar de un hombre con alma. Me desperté comprendiendo, sabiendo todo eso, todavía estremecida por sus caricias que, sintiéndolas aún en todo mi cuerpo, me parecían reales. Entonces, cuando cobré conciencia, recordé que Bernardo hacía más de un año que estaba viviendo en Boston probablemente sin la menor intención de viajar a Uruguay por el momento. Bernardo... al que siempre miré como hermano. Y, sin embargo, comenzaba a saber que el del sueño era el verdadero Bernardo, mucho más auténtico que el que me escribía postales con paisajes nevados. Curioso que, esa misma noche, había negado el amor.

Al otro día, el de la tormenta que mató el verano, increíblemente, en el desayuno Angélica me preguntó por Bernardo.

-Está en Boston. Supongo que bien. Por qué?

-Siempre te manda postales?

-Si.

-Qué raro que hombres tan distintos sean hermanos. En tu lugar, yo me habría enamorado de Bernardo.

El corazón me dio un salto. Angélica es bruja. A Bernardo recién lo conocí a los dos años de casada. Hacía cinco que estaba trabajando en Méjico y yo lo conocía por fotos. Cuando al fin lo conocí lo único interesante que se me ocurrió decirle fue que leía todas sus cartas con Alejandro.

-Cómo se le ocurre, Lilián? Son largas y aburridas. De negocios.

-No del todo. Me gustan.

-Tutealo, Lilita - dijo Alejandro.

-Siempre quise tener un hermano.

-Entonces, aquí me tenés, Lilita - dijo Bernardo, sonriendo. Sin dejar de mirarme.

Tragué mi café ausente, tomada por ese sueño revelador agitándose todavía en mi cabeza.


Entonces, llegó el viento abriendo con violencia todas las puertas y ventanas, levantando las cortinas de tal manera que la casa parecía volar. Los bancos del jardín saltaron por encima del cerco y se alejaron rodando hacia la playa. El techo crujió, la chimenea silbaba en tanto Angélica y Antonia corrían trancando puertas. Yo, paralizada, me pegué a la pared y dejé que Marcelo me tomara de la mano cuando estuve a punto de caerme. Me acomodó en un sillón quizá con una cierta lástima por mi espanto.

-Es sólo una tormenta. La casa es sólida.

-Hace dos años el viento tiró dos pinos en el jardín.

Un chorro de hojas amarillas cayó a nuestros pies y una nube de polvo nos hizo toser.

-Cerrá esa ventana también, Marcelo - gritó Angélica molesta.

De manera que, cuando empezó a llover, todo estaba cerrado y la voz de la tormenta asordinada. Suavemente, Marcelo volvió a tomarme de la mano.

-Está más tranquila ahora?

-Cómo? Ah... si.Gracias.

Marcelo me soltó.

-Lo siento. No soy más que Marcelo - murmuró y pareció una disculpa.

Durante horas estuvimos sentados, detrás de las ventanas, fascinados por la espesura del agua, que cegaba. Angélica fumaba en un rincón con mala cara. Sombría. Cuando Antonia anunció la comida dijo que no quería comer y que saldría a caminar.

-Qué te pasa?

-Nada. Quiero mojarme. El viento limpia todo.

-Tené cuidado.

-Te acompaño? - dijo Marcelo.

Ahí está Circe, de nuevo, pensé mirándolos. Pero Angélica dijo que no y se fue a buscar un impermeable. Así que Marcelo y yo comimos solos, en silencio. Al final, mientras revolvía el café, Marcelo me dijo:

-Definitivamente, te voy a tutear.

-Bueno.

-Tu amiga está triste.

-No sé por qué.

-Muy triste.

-Algo loca, a veces - respondí encogiendo los hombros.

-Es como un delfín. Juega, nos habla, parece que ríe... y un día cualquiera se suicida y nadie sabe por qué.

-No creo que sea para tanto -dije, cerrando los ojos porque el pelo rubio de Marcelo me molestaba como una lámpara contra la cara.

-Qué tenés? Qué te pasa, Lilita?

"Lilita", como Alejandro. Como Bernardo. Abrí los ojos. Marcelo estaba sonriendo.

-Lucio me lo dijo.

Cuántas cosas le habría contado Lucio? En la playa, la primera vez, me había llamado "mamalina", también. Cuántas cosas podría contar Lucio de mí? Qué risa.

Angélica volvió a las cuatro, empapada. Se quitó el piloto y los zapatos y se sentó en un rincón.



-Querés un té con limón? Bien caliente y con coñac?

-No.

-Un cigarrillo?

-Nada.

-Una manta? Estás temblando.

-No. Por favor. Estoy bien.

-Pero, qué tenés?

-No le hagas preguntas. Está haciendo una experiencia sensorial diferente. Dejala -dijo Marcelo.

-Estás progresando, Marcelito - ironizó Angélica. Más tarde se encerró en el cuarto de Lucio y yo me tiré en mi cama con un libro.

La casa dormía, la lluvia la acariciaba y así fue llegando la noche. Qué ajenos estábamos a cuanto se venía...

-Me dejás entrar? - a través de la puerta la voz me pareció de Lucio.

-Si - pero claro que era Marcelo. Lo miré extrañada.

-Qué pasa? Por qué me mirás así? - dijo él sentándose al borde de la cama.

-Por un momento pensé que era la voz de Lucio. Qué querés?

-Me siento solo. Angélica sigue encerrada. Lucio... suele venir a charlar contigo?

-No.

-Sos una madre rara, vos.

-Si? Y cómo es la tuya?

Su mirada me puso una aguja en el entrecejo.

-Ahora no puedo saber.

-Perdón.

-... Así que te gusta poner los pies sobre la cama - y riéndose Marcelo me quitó los zapatos. Los dejó caer y se quedó mirándolos.

-Mamá se ponía pesada con estas cosas. Odiaba los zapatos sobre la cama, la ceniza en el suelo... o la pasta dental sin tapa. Pero era muy buena.


Entonces se dio vuelta y me besó los pies.

-Para ser madre... hay que ser mujer primero, entendés? Sentís algo?

-Soltame o grito. - dije, bajando la voz.

-Gritá.

Y siguió besándome suavemente. Los empeines, las plantas, los dedos uno por uno, humedeciendo cada yema. Luego deslizó la lengua sobre cada pantorrilla, y después cada rodilla. Después se detuvo, tranquilo, impasible, observándome. Yo estaba paralizada, sin respiración.

-Parece que te gustó.

Cuando se levantó, me tiré de la cama y casi corrí hasta la puerta pero, en lugar de salir, cerré con llave.

-Abrí, Lilita, que me voy.

No me moví y él vino despacio hasta la puerta y la abrió. Al salir me puso un dedo en la nariz.

-En quién pensabas esta mañana cuando me agarraste la mano? -me dijo.

-Decime donde está Lucio.

-Yo qué sé.

-Mentira.

-Está preso.

-No juegues.

-Si no juego. Yo también estoy preso.

Se fue riendo y yo me quedé pensando que Marcelo era algo más que un simple, insolente muchacho, que no tenía una edad definida por momentos, que era una mezcla rara de Alejandro, Lucio y hasta Bernardo.

Un bocinazo me hizo mirar por la ventana. Un coche se acercaba a la casa. La lluvia esfumaba las luces de los focos. Bajé corriendo pensando que alguien traía a Lucio y vi cómo Antonia abría la puerta y esperaba. Me paré junto a ella y, a través del agua, Alejandro y Bernardo se acercaron como dos aparecidos. Silenciosamente, los buceadores se quedaron chorreando en el porche, mirándome.

-Buenas noches, Lilián - me dijo Alejandro, después.

-Nos recogés en tu nave, Lilita? - agregó Bernardo, como un eco.

-Qué están haciendo ustedes con esta noche? Pasen.

Hacía mucho que la sola presencia de Alejandro me fastidiaba así que me concentré en Bernardo.

-Te hacía muy al norte...

-Llegué anoche.

-Anoche? Algún problema?

Alejandro se adelantó.

-Bernardo está algo…

-Negocios. -resumió Bernardo tomando a su hermano por el codo -Andá, Lilita, servime algo fuerte.

-Qué casualidad. Anoche mismo soñé contigo, Bernardo.

Mi cuñado se quitó despacio la campera y me la puso en los brazos.

-Yo también soñé contigo, Lilián.

-Se puede comer algo? - dijo Alejandro.

-El apartamento de Julia es grande y está cerca del aeropuerto. Cómo se vinieron hasta aquí?

-Fue idea de Bernardo. Quería verte.

Me di vuelta para llamar a Antonia y arreglar la cena, cuando tropecé con la mirada burlona de Marcelo.

-Tu marido duerme contigo cuando viene al balneario?

Y así los vi a los tres juntos, Alejandro, Bernardo, Marcelo. Los tres mirándome.

-No. Duermo sola. Hace siglos que duermo sola.

Pero entonces Antonia golpeó la puerta de mi cuarto y me anunció que habían traído una carta para mí, sacándome del ensueño. Alejandro y Bernardo se esfumaron bajo la lluvia y el fantasma de Marcelo se deshizo como humo.

-Vino alguien, Antonia?

-No le dije que le dejaron esta carta? La trajo el señor Alejandro y dijo que no podía quedarse.

-Estaba solo?

-Creo que no. Estaba muy oscuro.

-Está bien.

Prendida al sobre encontré una nota de Alejandro.

"Voy apurado. Entiendo que esta carta de Bernardo te alegrará más que mi presencia. Sigo al este. Si no les alcanza el dinero comunícate con mi secretaria. Avisen cuando se vuelvan a Montevideo. O piensan invernar ahí? Un beso a Lucio. Pasarlo bien. Alejandro".

"Así que Lucio no ha estado con él..." fue todo lo que pensé antes de tirar la nota. Alejandro no contradecía a su propio espectro. Entonces, me dejé caer en la cama, abrazada al sobre de Bernardo.

Oh, no... -se dijo Angélica del otro lado del tiempo - Otra vez esa carta y todo lo que vino después...Qué hubiera dado yo por no saber nada de esa carta....Pero no pudo detener la irrefrenable evocación de Lilián y quedó enredada en sus pensamientos.




Lilián prendió la luz y llamó a Antonia.

-Ya terminé. Queme todos estos papeles. Siempre se junta basura en los cajones del escritorio.

-Una guarda cosas sin saber por qué... Y la cama? El catre. Lo saco del estudio?

-Si, desármelo y guárdelo en el garaje.

-Perdone, señora... no nos volvemos a Montevideo?

-No.

Asusta la trama de la vida. Asusta cómo se enlazan las cosas... Para llegar a Marcelo tuve primero que casarme y tener a Lucio. Esperar que creciera. Solían decirnos... y lo creíamos (o yo lo creía), que primero venía el amor, después el matrimonio como su consecuencia natural y luego los hijos. Y, a veces, resulta así. Otras, en cambio... Pienso en Angélica. Pienso en Bernardo... Si yo me mirara con los ojos de Angélica... Y, cómo me miraría Angélica? Seguramente como a una tonta que se pierde lo mejor de la vida. Pero… será así que me ve? No puedo estar segura. Tampoco sé mucho de Angélica, ni de Bernardo... Qué decía Marcelo de la amistad? Ah, si. Incondicional. La amistad no pone condiciones, no juzga. Y pensar que mamá me elegía las amigas... como había elegido las suyas, de acuerdo al patrón que le pasara su propia madre, quién, a su vez... Mirando bien... Carlos Ferro fue mi primer amigo. Me hizo leer a Stendhal a los quince años. Se pasaba las horas conmigo en el parque mostrándome láminas de Renoir, mostrando paciencia con mi ignorancia y mi falta de atractivos. Todavía no me había estirado lo suficiente y tenía granos en la cara... Mamá me tenía tan inhibida que me parecía llevar, colgada en la espalda, una piedra enorme. Piedra que Carlos supo moler... O intentar. Y por qué? Era mucho mayor que yo. Un solitario de veinticinco años, que nunca me apretó ni me besó... pero que me tomaba la mano con tanto cariño... Me habrá querido? Nos habremos querido como para…? Qué bicho soy que no entendió? Y... dónde estará él, ahora? Todo terminó con Tolstoi. Me había regalado "La muerte de Iván Ilich" y me impresionó tanto que mamá se asustó. Jamás había pensado en la muerte. En casa no se hablaba de la muerte. Carlos se había ido a pescar a la Paloma y yo estaba casi desesperada por hablar con alguien de la muerte. Como sólo estaba mamá conmigo le hice leer el libro y se puso furiosa."Quién te recomienda estas lecturas"?..Y no volví más al parque, sola. La última vez que vi a Carlos Ferro me dio unos caracoles delante de mamá, con una sonrisa misteriosa.

Angélica era compañera del colegio y su madre amiga de mi madre. A ella le interesaba el amor y los hombres. Yo no voy a esperar que me elijan, "me decía." Fijate si el que me elige no me gusta". A mí me parece que nosotras también podemos elegir". Por eso, cuando me arreglé con Alejandro, quería saber cómo nos conocimos y cómo nos enamoramos. Había estado engripada y no pudo estar en mi cumpleaños. Me parece verla, con el pelo recogido y los mechones disparando sobre las mejillas.

-Cómo es? Contame. Lo viste y enseguida te diste cuenta?

-De qué?

-De que te gustaba.

-En realidad... no.

-Y él?

-El parece que si. Enseguida me sacó a bailar y no me soltó más… a pesar de que lo primero que hice fue pisarlo. Casi me muero. Tu sabés que a mi no me gusta bailar... pero era mi cumpleaños...

-Y por qué, boba?

-Todo el mundo te mira y comenta y todo eso. Además nunca sé qué decir. Me odio por lo aburrida.

-Yo no te veo así, Lilián. No exageres. Sos algo tímida, no más. Y entonces?

-Entonces... pensé que me estaba tomando el pelo. Fijate que me dijo que bailaba como un ángel, después del pisotón.

-El amor es así. Despistado, dicen.

-El amor?... puede ser. La palabra me resulta rara. Pero, la cuestión es que, a los dos días se me declaró.

-Y en tu casa qué dicen?

-Alejandro es hijo de uno de los socios de papá, Angélica. Están encantados. Dicen que tiene madera de empresario. No se... a veces pienso que este noviazgo fue preparado por nuestros padres. Es posible que el amor venga así, tan de golpe?

-Por qué no? Lo importante, me parece, es lo que sentís tú.

-Y... a mí me gusta. Está… pendiente de mí.

-Ya te besó? No trató de...

-Estás loca? Además, hace sólo quince días que hablamos. Claro que no tenía sentido que Alejandro me levantara la pollera o me abriera la blusa. Había mucho familia y mucha plata de por medio para propasarse conmigo. Así eran las cosas hace veinte años. Yo tenía dieciocho y él veintinueve y enseguida se arregló el casamiento. Pero, aunque hubiera corrido mucho más tiempo entre el acuerdo, la declaración y el registro civil, tampoco habría pasado nada. Alejandro era y sigue siendo de esos teóricos del amor que dividen a las mujeres en dos grandes grupos: sagradas (como para casarse) y fáciles como para divertirse. En la práctica quiere decir... aburridas e interesantes. Recuerdo que Alejandro solía temblar cuando me abrazaba... Pero... creo que su amor (si así lo puedo llamar) me negó... algo esencial. La emoción de él se extinguió pronto y ahogó la mía. Angélica, que se vanagloriaba de no tener instinto maternal, insistía en preguntarme si me hacía a la idea de tener hijos.

-Supongo que habrá tiempo de pensar en eso. Primero tendremos que casarnos, Angélica. Y hay mucho que decidir hasta entonces.

Pero mentía. Había pensado algo en la cuestión de tener hijos o, mejor dicho, en evitarlos o demorarlos al menos. Sin embargo, casi al año de casados, nació Lucio.

-Y, ahora, qué? - me dijo Angélica, muy risueña, cuando me llevó un espléndido ramo de rosas y crisantemos al sanatorio.- Está feliz, Lilián?

-Parece que yo fuera tu conejita de laboratorio. Claro que estoy contenta.

-Contenta no es feliz.

-Bueno, si. Feliz. Feliz, también. 

En realidad, ya me había jurado no repetir semejante experiencia. Pero Lucio era un niño encantador que me dejaba azorada. Aunque aquella alegría, mas bien pálida, no parecía tener mucho que ver con el tan publicitado delirio maternal.

Y, precisamente, este siempre desconcertante Lucio, salido de mí con la colaboración de Alejandro a través de un desvaído y rutinario acto de amor, fue quien, hace unos meses, me presentó a Marcelo. A Marcelo, con todos sus gestos burlones y su sonrisa irresistible que pedía disculpas por sus insolencias.

-Lilián, a vos te aderezaron para el matrimonio. Pero no para el amor.

-Ah, si. Y tú tan precoz... sos todo un maestro, ya. Suerte para ti.

-Seguro. Suerte para mí. Y poca para vos. Si... Alejandro se hubiera... propasado contigo...

-Que palabra desagradable...

-Del estilo de las que usan ustedes..."los mayores"... Digamos que si te hubiera hecho el amor... o se enamoraban en serio o se separaban, y chau. No estarías enredada en este matrimonio aburrido.

-Podés decirlo claro. Inexistente.

Marcelo se puso serio, de repente.

-Ahora somos más... claros. No sé si más honestos. Directos, más bien... y... mejores, en definitiva. Para mí, una mujer no tiene más historia que la que empieza conmigo.

-Para mí tuvo valor el respeto de Alejandro.

-Nunca estarás demasiado segura de lo que respetaba tu Alejandro. Tu virginidad o su situación promisoria en la empresa de…

-Quién sos tú para hablar de Alejandro? Si ni siquiera lo conocés.

-Quién soy? Vos me lo preguntás?

-Salí. Dejame sola.

-Es una pena, Lilián. Lo siento por vos. Si empezás mal... te desajustás para siempre.

-Siempre... Es mucho decir.

-Observá el miedo que me tenés. El miedo que te tenés a ti misma. Cuántos años dijiste que tenés? 

-Qué más da. Treinta y nueve.

-Y no sos todavía una mujer.

-Cómo?

-Una mujer libre. Sin libertad, dónde está la mujer?

-No es verdad. No es verdad! Ustedes, los de tu generación, se creen que las saben todas.

-Por qué decís ustedes"? Sos vos la que te sentís distinta.

-Marcelo, yo... no...

-Nadie se ocupó de ti, de verdad. Ni tú misma.

-Pero... el mismo Alejandro, alguna vez... 

-Nadie.

-Y tú, ahora?

Pero Marcelo no me respondió. Se puso la campera sin dejar de mirarme con una sonrisa y me besó en la frente al salir.

A lo largo de ese día, volvieron una y otra vez, las mismas preguntas? Alejandro me había amado? Mis padres, a su manera me amaron de verdad? Y Lucio, mi hijo... Me amaba Lucio? Y amaba yo a mi hijo? Amaba yo a este hijo que me confundía a cada paso, que me asombraba como si hubiera salido de otra?

-Puedo dar una vueltita contigo, papi?

-Ahora no puedo, Lucio. Estoy trabajando. Decile a mamá.

-Con mami no quiero. Ella se asusta de todo. Y no me deja subir a tu caballo. Me aburro con mami... 

Con el tiempo esa especie de... menosprecio se convirtió en abuso cobardemente consentido por mí. Lucio supo para siempre que con un simple "mamalina", sacaría cualquier cosa de mí relajada autoridad de madre.

Tampoco, y quizá por lo mismo, le pregunté a Lucio quién era Marcelo y de donde lo conocía, y desde cuando. 

Llegaron en la madrugada, cuando dormía, y fue en la mañana de aquel martes que vi a Marcelo por primera vez, en la playa, con un slip de baño de Lucio, y diciéndome, "hola, mamalina", burlonamente.

-Dónde está Lucio?

-Durmiendo. No conoce a su hijo?

-Cómo sabe quién soy?

-Lucio me la describió... muy bien. Yo soy Marcelo.

-Si, claro. Y... qué le dijo de mí?

-Ah... que es muy atractiva. Lucio está desconcertado con usted.

-Lucio? Conmigo?

-Dice que usted no parece una madre.

-En el botiquín del baño de abajo hay bronceadores para elegir. Y... cómo me dijo que se llama? Marcelo... cuánto?

-Fuentes. Marcelo Fuentes. Encantado, señora de Brunelli. Sabe que anoche no dormí bien por su culpa?

-Cómo dice?

-Era usted la que tosía en la madrugada?

-No se, en sueños, quizá.

-Por las dudas... no se bañe. Empieza a estar frío.

No le contesté y arremetí contra el agua y me zambullí, indignada. Y en ese momento apareció Lucio corriendo y gritándome:

-Mamá! Te presento a Marcelo! Decile Marcelo no más, mamá!

Pero yo ya estaba nadando.


Más tarde, mientras fumábamos sentados en la arena, Lucio me preguntó por la lancha.

-Cómo está el motor, mamá?

-No se. No la saqué para nada.

-No le gusta el peligro, señora?

-Qué le va a gustar! Ni sé como aprendió a nadar. Eh... no te pongas tan seria, mamalina.

-Qué raro que fume.

-Raro?

-Dicen que es muy peligroso fumar...

-Pero, qué les pasa a ustedes conmigo?

-Puedo sacarla esta noche; no, mamá?

-La lancha? De noche? Para qué? 

-Cómo para qué? Para dar una vuelta, mamá!

-Las noches están como boca de lobo. No hay luna.

-Y qué?

-De cualquier manera vas a hacer lo que quieras.

-Tenés una idea mejor?

-La temporada se termina y los Perdomo organizaron una cena al aire libre. Sabés que me gustan. Y estaría contenta si esta vez me acompañaras.

-Pero, mamá...

-Va a estar Eugenia.

-Y a mí qué?

-Quién es Eugenia - Marcelo parecía muy interesado.

-Una pesada. Prima lejana o algo así.

-Bueno, qué vas a hacer?

-Marcelo puede ir con nosotros?

-Puede - dije con un suspiro.

-Y, mamá, nada de "usted" entre Marcelo y tú, eh?


Tal vez fui demasiado dura con Lilián. Ahora, envejecida, parece más vulnerable que antes. Ya es mucho esto de escuchar sus recuerdos. Pero éstas son las cosas que me pasan. Me doy un descanso. Paseo del brazo de un viejo amigo, un rebelde entristecido cuyo pelo encaneció en una sola noche. Respeto su silencio. Ya sé que de esa noche mejor no hablar.

-Estás bien, Angélica?

-Claro que estoy bien. Todavía piso fuerte, hago planes, escribo, hablo (seguramente demasiado)... y paseo con un fiel amigo como tú.

Caminamos por una avenida del parque, ligeramente iluminada. De pronto, la mirada de un hombre se interpone. Un hombre pálido, muy pálido, sentado en un banco. Me parece un prisionero de la noche. La noche, océano inexplorado plagado de raras sorpresas, cuyos confines está amiga íntima de callejeros que soy no termina de conocer. Con su ración de nocturno misterio, el solitario nos mira, me mira, con ojos de lechuza, relucientes pero como de náufrago. Con ojos de hombre que se entregaría sin resistencia como suplicante pero sin perder una invisible corona de laurel. Quizá poeta? Algo muy resguardado se desprende de su interior y vuela hacia mis ojos. Un vuelo certero que me ciega por un instante y me hace gemir y detenerme.

-Qué te pasa, Angélica?

Qué te voy a decir, amigo? Que estoy herida? Ese hombre me ha tocado con sus ojos y quedé herida... aunque no sé con qué me ha herido en realidad. Sólo sé que estoy distinta, muda. Ya no hablaré más esta noche. La herida se propaga, llega hondo, en alguna parte sangra pero no mata. Y así quedo, vulnerada, doliente por una pena indescifrable que no es mía, la pena que un navegante de la noche lleva como una tercera, filosa visión... pero sin encontrar lugar ni instrumento, ni oídos amantes, ni acogida en corazón alguno para desplegarla como elegía. No resisto. Me la llevo. Así desnuda, sin música, sin sonido alguno, pero haciendo lugar para las lágrimas invisibles. De pronto, con infinito dolor, percibo que el fantasma de Bernardo camina conmigo.

Ah, ahí vuelven como ráfagas los pensamientos de Lilián... Será que está muriendo?

...Y en lo de Perdomo, Marcelo desentonó deliberadamente durante más de tres largas horas, mientras Lucio simulaba prestarle atención a Eugenia. A Eugenia que no es tonta. Después de comer, Gloria Perdomo puso unos discos y bajó aún más las luces del jardín, seguramente con la intención de que Lucio y Eugenia bailaran. Al pasar, dejándome una copa de coñac me hizo una guiñada mientras Marcelo me susurraba "ganchera, vieja, eh?"'

-Cállese.

-No es así como se dice? O tengo que decir "celestina"?

-No es para tanto ni tan evidente. Además... a usted qué le importa?

-Qué es eso de "usted"? En qué quedamos? 

-En nada quedamos.

-Está bien. No se enoje. Deje el placer del alcohol y baile conmigo. Lucio y Eugenia ya están bailando.

-Yo? Bailar con usted?

-Qué tiene? A falta de nada mejor... Bueno, tal vez esa Eugenia tiene alguna hermanita en el jardín de chicos como para mí...

-No tiene. Y a mí no me gusta bailar.

-Vamos.

Me había tomado del brazo con fuerza y sentí pánico, de repente.

-Qué quiere? Esto es ridículo.

-En qué época vive, señora de Brunelli?

-No en la suya, Marcelo.

-Sí que en la mía. Aquí estamos los dos respirando en el mismo lugar.

Pero dejó caer la mano y se alejó. Y sentí como si me hubieran empujado en un pozo.

Antes de irnos, Eugenia se acercó y se sentó junto a mí. Me dio un beso y me pasó un brazo por los hombros. Nunca la había mirado tan de cerca y me enterneció verla tan rubia, casi transparente, tan lisita.

-Puedo pedirte algo, Lilián?

-Claro!

-No dejes que Gloria me ponga en ridículo con tu hijo. No la alientes. Lucio va a pensar que nadie me miró en mi vida o que lo estoy persiguiendo. Y no es verdad!

-Pero no hay nada premeditado...

-Me hacés un favor?

-Lo que quieras, querida.

-No traigas más a Lucio cuando vengas a cenar. Dejalo... que venga solo. Cuando quiera y si es que quiere. No me voy a morir por él, quedate tranquila.

-Estoy tranquila, Eugenia. - le respondí viendo que Lucio se acercaba.

-Me quiero ir. Bailamos la última, Eugenia?

-No te parece idiota bailar con esos discos viejos de Gloria sólo para hacerle el gusto? Yo me voy a dormir.

Lucio abrió mucho los ojos.

-Como quieras - dijo, mientras Marcelo reía por sobre su hombro.

-Miren la pesada...

-Te dio en la vanidad, Marcelo. Justo cuando Gloria fue a buscar la guitarra para que cantes.

-No pensaba en cantar para nadie en particular y menos para Eugenia.

-Reconocé que te estropeó el debut.

-Así que canta? -dije por decir. - Y qué canta? Rock? Folclore? Canto... popular?

-No. Sólo canto mis propias canciones.

En ese momento apareció Gloria con la guitarra.

-Eugenia se fue a dormir. Me parece que no se siente bien. Pero, por favor, cante para nosotros, igual...

-Por qué no? - Y Marcelo tomó la guitarra y pareció acariciarla. Arqueó los dedos y la rozó con las uñas, apenas, como para hacerla erizar. De pronto, la guitarra me pareció viva en sus manos.

-Yo prefiero irme ahora - dijo Lucio.

-Lucio... no seas grosero con tu amigo.

-Queremos escucharlo, Marcelo - pareció rogar Gloria.

-Me voy, mamalina.

-Entonces me voy contigo...

-No. Quedate con Marcelo, mamá. Yo… tengo ganas de caminar solo. Buenas noches a todos.

Lucio se fue y en ese momento salió la luna.

-Quién habló de noches oscuras, sin luna? Mire, Lilián.

Me sentí tonta, como si jamás mirara al cielo. Y así, bajo la luna repentinamente presente y llena, nos reunimos alrededor de Marcelo. Los Perdomo fumaban en silencio y Gloria, quedamente, volvió a servir coñac. La reunión se alargaba.

-Y si lo dejamos para otra noche? -dije.

-De ninguna manera. Queremos escuchar a Marcelo. Es bueno un poco de música. El verano se termina y tenemos que volver a Montevideo. A aburrirnos. Disfrutemos ahora.

Marcelo, abrazado a la guitarra, nos miró a todos, uno por uno, en silencio.

-No los voy a demorar mucho - dijo después - Voy a cantar una balada solamente. También estoy cansado.

Cantó a media voz y, desde que sus dedos bajaron por las cuerdas, nos embrujó a todos. Perdomo y su mujer, que siempre parecen aburridos, dejaron caer los cigarrillos, Gloria se convirtió en una estatua con la copa sobre los labios. Y a mí me dio una especie de miedo. Cuando repitió el estribillo me miró a los ojos tan adentro que me pareció otra persona, sin edad, casi un viejo, y tampoco pude separar los ojos de él. Quieta como una mariposa atravesada por un alfiler. Cuando dejó de cantar y soltó la guitarra, creo que todos, sin darnos cuenta, lanzamos un pequeño suspiro y parecimos despertar.

-Es suya esta balada tan hermosa?- murmuró la señora de Perdomo.

-Si.

-Y siempre canta… así? - susurró Gloria recogiendo la guitarra.

-Supongo.

-Cómo puede salir por ahí sin una guitarra?

-Como ve... siempre encuentro alguna.

-Usted se haría rico y famoso cantando -agregó Perdomo.

-Tal vez, aunque no...

-Lástima que la temporada termina. Podría recomendarlo en el Club...

-Gracias. De verdad; no me interesa. 

Otra vez el muchacho burlón y maleducado que se volvió a mí.

-Vamos... señora?

-No canta más, entonces? -insistió Gloria, todavía. -Por favor.

-No.


Al volver, traté de caminar delante de él. No tenía ganas de hablar.

-No corra tanto. Está desperdiciando la luna, señora.

-Tengo sueño.

-Si?... Ya dormirá interminablemente alguna vez.

-Vamos...!

-Qué? Nunca lo pensó? Nunca lo piensa?

-Qué mal gusto. -Se paró de repente y me obligó a volverme y mirarlo. Parecía de piedra.

-Así que una cuestión de... "gusto" - dijo, finalmente, y cuando me quitó los ojos de encima me pareció que me borraba, que yo no era nada ya. Me acordé, entonces, de Iván Ilich, de Carlos Ferro, de mamá. Y no me gustó darme cuenta de que me estaba pareciendo a mi propia madre, de que iba tomando su lugar.

Estaba poniendo la llave en la cerradura, cuando Marcelo dijo:

-Si usted, seriamente, hubiera tomado conciencia de su propio fin... trataría de estar viva.

-Y no lo estoy?

-No. Me parece que no.

-Qué sabe?

-Esta mañana la estuve observando en la playa. Y... lo que dijo hace un momento...

-Eso no tiene importancia. Son cosas que se dicen.

-No. Usted las dijo.

Abrí la puerta con rabia, prendí la luz y seguí derecho a la escalera.

-Buenas noches. Voy a ver a Lucio.

-No creo que haya vuelto.

-Voy a ver.

-En todo caso, déjelo dormir. Quédese un momento conmigo.

-Para qué? Cierre esa puerta. Qué espera? 

Cerró la puerta suavemente y se acercó a la escalera.

-Siento molestarla. Quizá me vaya mañana.

-Es suficiente con que recuerde que está aquí por Lucio y no por mí. Manténgase fuera de mi camino.

-Qué raro... Sabe una cosa? Todas las madres de mis amigos me tutean casi enseguida de conocerme. Me tratan como un hijo más.

-Como un hijo más... Qué exageración. O, tal vez, yo no sea una gran madre.

-Tal vez.

Por un momento se escuchó un motor como de lancha. Marcelo prestó atención. Cuando volvió el silencio, pareció convertirse en otra persona.

-Ese es Lucio. Vaya a dormir, mamalina - dijo después con una sonrisa.


En mi mesita de noche, junto al pastillero, tenía una foto de Lucio. Lucio a los cinco años. La foto se la había tomado Alejandro en el Club de golf, creo que en primavera. En septiembre, probablemente. Y o ya estaba enterada de la historia de Alejandro con Julia Ramírez. Sentada en la gramilla, fumaba sin hacer caso ni de mi hijo ni de mi marido. Fue entonces que Lucio dijo "mamá está muy linda" y Alejandro me miró como si yo fuera una mariposa rompiendo el capullo."Si, tenés razón, está muy linda"', dijo tendiéndome la mano. Yo se la golpeé y me fui corriendo hasta el House mientras Lucio lloraba como un chanchito. Seguro, era tan raro verme enojada. Por qué te llevaron a mi cumpleaños, por qué conspiraron para juntarnos, Alejandro? Cuánto mejor que no nos hubiéramos casado. Qué matrimonio tuvimos?

Lucio...Lucio se habría arreglado para llegar al mundo de una manera u otra... si fuera necesario que llegase, que no estoy tan segura. Como hijo mío. Ahora comprendo el aire de víctima ofendida de mamá frente a papá, el mismo de casi todas sus horribles amigas cargadas de perlas y solitarios. Por qué no nos separamos aquel mismo día? Porque no me atreví o porque no tenía una gran idea del amor? Puse la foto boca abajo. Esa fue la única vez que hice llorar a Lucio.

Al otro día me levanté temprano, antes que Antonia. Lucio estaba tomando café en la cocina, con una campera sobre los hombros, unas bermudas descoloridas.

-Madrugaste, hijo?

-No podía dormir.

-Tenés el pelo mojado.

-Estuve nadando un rato. Vi salir el sol desde el agua.

Por qué pensé que no había dormido en casa? Mientras me preparaba mi jugo de naranja, le pregunté por Marcelo.

-Quién es? Dónde lo conociste? Nunca me hablaste de él.

-Mamá... si nunca hablamos de casi nadie... Lo conocí en la Facultad. Nos veíamos. En realidad nos hicimos amigos en Cine Club. El es dos años mayor que yo y no coincidíamos en los cursos. Te molesta que lo haya invitado?

-Me... extrañó. La temporada terminó, casi.

-Pensé que le haría bien venir aquí. Esta es una playa tranquila.

-Creí que ustedes no buscaban tranquilidad, precisamente.

-Nosotros?

-Si, ustedes. Los jóvenes.

-Ah, mi hermosa madre, tan "vieja"... Mamá, Marcelo perdió a sus padres en un accidente hace dos meses. Dispara de las lloronas y de los cuervos de su familia, dice.

-Pero...

-Por favor, no le digas nada. Se pone furioso si lo compadecen. 

Más tarde, cuando iba a ducharme, después de estirarme y hacer gimnasia en el fondo, me crucé con Marcelo.

-Por qué se cuida tanto?

-No imaginé que me estuviera mirando. Me gusta el ejercicio. Algo tengo que hacer, no? Aunque sea mantenerme joven.

Por qué me tomé el trabajo de darle una explicación? Mientras el agua caliente corría por mi cuerpo me pregunté si no estaría viviendo equivocada. El día se extendía delante de mí, tan largo.

-Señora, sus pastillas para dormir. Va a cenar?

-No, Antonia. Gracias.

Me acuesto como quien va a morir. Tantos nombres, tantas caras revolotean sobre mí. Una revisión de mi vida necesito. Realmente viví engañada... o simplemente puse el pié por cuanto pudiera aniquilar mi bienestar, mi comodidad? Quisiera hablar con Angélica. Hoy... que tanto tiempo ha pasado y que somos tan distintas. Hubo un verdadero propósito en mi vida? Ah, quisiera llorar. Llorar no es fácil para mí. De niña sí lloraba si me contrariaban los caprichos. Después... me volví demasiado mansa. Y mi corazón? Llora mi corazón? Me pregunto si Angélica es... ha sido mi amiga de verdad... alguna vez. Recuerdo una noche en que, sentadas muy juntas en la alfombra, escuchando música brasileña, y tan quietas que no se percibía más movimiento que el disco girando y la ondulación de nuestras respiraciones, Angélica me tomó una mano. La presión de sus dedos fue tan fuerte, tan invasora que retiré la mía turbada. Fue la sensación de haber tenido mi mano presa de una mano desagradable, desconocida, inesperadamente helada. 
No dijimos nada y seguimos escuchando a Dick Farney pero el lugar se volvió sofocante. Qué extraño. Había olvidado esto. Por qué, ahora…?

Angélica solía decir que me falta imaginación. Puede ser. Pero... hace unas cuantas noches que sueño con lo mismo: estamos Angélica, Alejandro, Marcelo y yo en el jardín verdinegro de la casa donde nací. Falta Lucio pero no estoy inquieta porque Marcelo toma tan naturalmente su lugar...Y veo todo con unos colores tan vivos, tan planos, tan frescos que me despierto pensando, invariablemente, en una miniatura india de la escuela Kangra que Marcelo dejó una mañana debajo de mi almohada. Una mujer vestida de rojo, con un sari transparente, atravesando la selva para encontrarse con su amante sobre un lecho de hojas. Lucio... Lucio es tan joven, tan desconcertante y, quizá, tan ardiente como Marcelo. Donde está mi Lucio? Donde estás, Lucio? Perdido, desaparecido hasta de mis sueños. En realidad... te fuiste mucho antes. Te dejé ir de mi corazón distraído... como un fantasma pálido, inadvertido. Si Alejandro fuera como Marcelo; si Marcelo fuera Alejandro sin dejar de ser Marcelo y regresara con Lucio, de la mano, y todo volviera a empezar... deslizándose como un sonido largo, melodioso....

Aquel ya tan lejano fin de semana, el primero que Marcelo pasó en nuestra casa de la playa, también apareció inesperadamente Angélica. No nos habíamos visto desde su cambio de vida aunque nos llamábamos cada tanto. Creo que siempre la quise aunque cada vez que Bernardo decía "Angélica es una mística" yo pensaba "no, es una hipócrita"'.Y lo sigo pensando pero no importa porque, no sé por qué, la quiero lo mismo. A mi pesar. Angélica no es precisamente bonita aunque, en cierta manera, es hermosa. Alta, los ojos le brillan en las más impenetrables oscuridades; acaricia el suelo con los pies y tiene una habilidad asombrosa para enroscar su cuerpo en cualquier parte… y aparecer o desaparecer súbitamente. Claro que a los quince años yo no la veía así... y tampoco ella se molestaba en impresionarme. En cambio desplegaba sus trucos de magia frente a cualquier hombre, de cualquier edad que se cruzara con ella y se divertía volviéndolos locos. Quizá todos aquellos encantamientos fueran involuntarios y ella respondía a los hombres como si fueran sus estimulantes. Como si aquellas respuestas suyas fueran la imposición de su naturaleza misteriosa. Si. Eso es Angélica. Misteriosa. Aunque me de rabia reconocerlo. Angélica, opacando siempre a todas las lindas de cada verano en el Este. Y donde fuera. Angélica... también te odio un poco, sabés? A través de Alejandro, de Bernardo, de Marcelo y hasta del mismo Lucio... he seguido apreciando tus refinados trucos de Circe. Te he visto a través de sus ojos. Y... te sigo queriendo aunque sé perfectamente que también sos una buena hija de puta.

Si, es verdad. También soy o he sido eso. Una buena hija de puta. Para qué encontrarnos, entonces, Lilián? Por qué ese deseo de mirarte cara a cara conmigo otra vez? Pero tus pensamientos no me molestan. Me hacen reír. Estoy tan lejos, la vida me ha empujado tan lejos de aquel verano... Ese verano que te mantiene atrapada. Y, en cierta forma, puedo comprenderlo. Porque yo también quise mucho a tu hijo Lucio.

-Qué estás murmurando, Angélica?

-No es contigo. Perdoname.

-Volvemos?

-Está bien. Tengo frío.

-Salgamos del parque. Creo que un hombre nos sigue.

-Te da miedo?

-No. Pero, para qué tentar al diablo?

Es cierto. El hombre pálido de ojos de lechuza nos está siguiendo. Tal vez está prendido a la elegía que clavó en mis entrañas. Creo que me estaba esperando. Guardaba para mí esa herida. Pero el fantasma de Bernardo, aunque tarde, me preserva.


Cuánto tiempo ha pasado desde aquel sábado? Ah... cuanto frío tengo...

-Antonia! Venga por favor!

-Llegaron los diarios de la noche, los quiere, señora?

-No. Caliente la casa, por favor. Hay bastante leña?

-No mucha.

-Le dejo los diarios?

-No!.Ya le dije que no!

Diarios no. No quiero enterarme de nada. No quiero saber nada. Nada que me haga mover, hacer algo, volver a Montevideo. Me vuelvo hacia la pared pero escucho lo mismo el susurro de las hojas plegadas al caer al costado de la cama. Antonia se complace en amontonar diarios sobre mi cama. Y yo me complazco en arrojarlos al suelo. Mañana, cuando me levante, caminaré sobre ellos y los tiraré a la basura. Ay Lucio... Lucio! Marcelooo!

Sábado de carnaval. Y yo que había pensado ni acordarme del carnaval... y, de repente, toda aquella mascarada. Me voy en oscuridad. Ya no sé si duermo, sueño o recuerdo.

Cuando Angélica se fue de monja nos sorprendió a todos. Una ramera nata, vocacional... con hábito. Pero, finalmente, nos acostumbramos a la idea de visitarla en un monasterio y mirarla y conversar con ella a través de una reja. Pero también logró sorprendernos cuando, con la misma premura que tuvo para entrar, dejó el convento de las Carmelitas y reapareció de minifalda. Yo no la vi enseguida. Primero se dejó ver por Alejandro y Bernardo y hasta por el mismo Lucio que se divirtió muchísimo.

Así fue que nos reencontramos aquel sábado de carnaval, en el porche de casa, yo viéndola a través de mis anteojos ahumados, esfumada, verdosa como una sirena brotando del acuario, con pantalones plateados, cubiertos de escamas, una cámara colgando del hombro y un cigarrillo entre los labios, y los zapatos en la mano. El pelo le había vuelto a crecer y le bajaba los hombros, platinado como una espiga. Todo muy impactante a pesar de que, a fuerza de haberlo perdido debajo de la toca por cinco años, todavía me acordaba de su pelo negro. Pero Angélica estaba intacta en sus ojos, en la mirada solapada y fulgurante de siempre.

-Me conocés, Lilián? - dijo, muerta de risa.

-Entrá -dije, dándole un beso.

-Ya sé que tenés otro hijo.

-Cómo?

-Lucio me lo presentó en la playa. Lindo nombre: Marcelo. Nombre de actor de cine.

-Así que viniste por la playa?

-Como siempre. La costa es la verdadera anfitriona. Por eso le fui a pedir hospitalidad antes que a vos. Te enojás?

-No. Por qué?

-Me vine en busca de descanso, contigo, Lilián. Si no te cae mal. Estoy durmiendo poco. Montevideo me revienta a veces. No sé qué haría si viviera en Buenos Aires. Me tiraría por un balcón, supongo.

-Estoy segura que no. Estoy contenta de verte, Angélica.

-Ya te acostumbrarás, no?

En un primer momento creí que Angélica de verdad necesitaba descansar. En el almuerzo apenas probó la comida y enseguida se fue a dormir la siesta, en mi cuarto, naturalmente. Esta casa no es muy grande y no hay más dormitorios que el de Lucio y el mío; y el estudio, en aquellos días, ya era dominio de Marcelo

Como los muchachos desaparecieron me fui al cubil de Lucio. No deseaba intimar tan pronto con Angélica. El cuarto de Lucio es demasiado chico y cuando no lo llama "cubil" lo llama su "celda". Es una habitación extraña, llena de mañas, que me resiste. Llevé unas mantas para hacer mi relax en el suelo y me tendí debajo de un móvil lleno de acrílicos de colores que giraron poniendo reflejos en las caras de todos los melenudos que me miraban desde la pared. Me sentí incómoda. La última vez que Alejandro pasó por el balneario le pidió a Lucio que sacara todos esos posters de la casa.

-Es mi cuarto. En mi cuarto pongo lo que quiero. No tenés por qué entrar.

-Pero tu cuarto es parte de la casa. De mi casa.

-Sólo falta que me muestres los documentos de propiedad.

Estaban realmente furiosos y yo los miraba asombrada. Nunca parecieron desunidos por nada.

-Qué generación. Te meten el retrato del Che por todos lados -murmuró más tarde Alejandro, fumando su pipa frente a mí. Pero lo cierto es que parecía encantado. O quizá divertido. Acomodé las mantas cerca de la puerta de vidrio que da a la terraza. Ahí me sentí mejor, mirando el cielo. Se había levantado un viento fuerte que alborotaba las nubes y me imaginé a la gente dejando la playa, el mar encrespado y las primeras gotas. Desperté tarde, con la lluvia haciendo ampollas de agua en la terraza y me quedé mirando fascinada aquellos cráteres cristalinos y fugaces. Repentinamente el cielo se despejó y me encontré contemplando lo que quedaba del sol en el horizonte, no más que una brasa. El cuarto pareció calentarse y estaba buscando en vano un arco iris cuando sentí que no estaba sola. 

-Qué buscás, mamá? - dijo Lucio estirándose en medio del cuarto. - Salí a la terraza y mirá a la derecha.

Lucio se asomó conmigo y me pasó un brazo por la cintura.

-Es lindo. A mí también me gusta mirarlo.

-Solía buscarlo de chica. Cuando me despierto no sé qué edad tengo.

Estuve a punto de decir algo más, como para alargar aquel momento de inusual intimidad; hasta me pareció que Lucio lo estaba disfrutando. Pero entonces se asomó Angélica... y algo se desvaneció. Algo que he tratado de recobrar como un indicio de que Lucio estaba distinto conmigo. Pero también los recuerdos se desvanecen.

-Molesto? -dijo Angélica.

-No - respondió Lucio.

-Cuántos libros tenés...!

-Ah, si.

-Lindo cuartito para hacer el amor.

-Cuando quieras... es tuyo. Si mamá sobrevive...

-No me tengan por idiota.

-Y qué? Todo el mundo fornica a nuestro alrededor. Qué tendría de raro?

-Usalo, entonces.

-Primero tengo que encontrar con quién.

-No será difícil.

-Pero... sabés que debajo de esas caras que tenés ahí... no podría. Me queda algún escrúpulo de burguesa, todavía.

Irritante. Demasiado para mí, entonces. Esa Angélica bruja, encantadora de hombres, mujer de convento... sobreactuando su cinismo. Hasta yo fui capaz de pensar que, a pesar de su actitud desafiante, tenía mucho miedo guardado. Probablemente el terror de ir perdiendo sus poderes.

Mientras tomábamos el té salió con la idea de la mascarada. Debí imaginar que el cansancio no era más que un pretexto. Intuí que estaba buscando algo nuevo. Un campo de experimentos diferente. Y hasta se me ocurrió que había venido escapando de algo. Lucio aprobó ligeramente malhumorado, y Marcelo, que había salido del estudio con cara poco amigable, como si hubiera querido seguir durmiendo, se mostró repentinamente encantado. "Circe puede estar tranquila", me dije."Y bueno, que se diviertan entre ellos". Seguir con mi papel de aburrida distante resultaría más cómodo.

Ahí empezó realmente el cambio de historia. Cuando, inesperadamente, el carnaval nos invadió. Así fue que el domingo, a las nueve de la noche, esta casa toda iluminada se abrió sobre el jardín adornado con unos farolitos que el viento inquietaba y sobre un grupo de destempladas y prematuras máscaras donde, irreconocibles, estarían todos los Perdomo, inclusive Eugenia y, sin duda, la mayoría de los vecinos que se trataban con nosotros. El personal del Club y del parador estaba de paro y todo el mundo parecía feliz de tener un lugar donde bailar. Habíamos quedado en disfrazarnos cada uno por su lado y en el más riguroso secreto. En eso estaba la diversión. Recuerdo que, a eso de las siete, me di cuenta de que estaba completamente sola, o casi, porque Antonia, cuando hay invitados, se encierra con llave en la cocina para trabajar tranquila. Sabe que las reuniones me ponen nerviosa y que sólo sirvo para enredar. En alguna parte, Lucio, Marcelo y Angélica, por una voluntaria metamorfosis, estaban convirtiéndose en otra cosa. Ese deseo de perder la identidad que algunos parecen acoger con desenfrenado gusto. Si. Yo también. Así fue que, envuelta en aquel silencio, me senté en la cama preguntándome qué quería ser. Y el tiempo pasaba y no se me ocurría nada. Eran las ocho cuando abrí el ropero decidida a ponerme cualquier cosa debajo del antifaz. Entonces la vi. La caja estaba debajo de todo, en el fondo del placard y el vestido era una momia en buen estado. Cómo llegó a parar ahí nunca lo sabré. El corazón me latía ligero mientras me lo ponía, haciendo girar en mi cuerpo oleadas de odio, un sentimiento mucho más definido, por cierto, que el que me animaba la primera y única vez que lo llevé. Pero Alejandro no tenía ninguna parte en aquel odio. Ninguna. Mientras me ajustaba la peluca rubia se me ocurrió que tal vez Angélica se acordaría del vestido. O no. Debajo de la peluca, una media me ceñía la cabeza esfumando mi cara, pero igual me puse el antifaz, como si me alegrara desaparecer. Los guantes largos escondieron mis manos y mis brazos y, cuando me solté el velo, ni yo me reconocía. Entonces, apagué la luz de mi cuarto y bajé sigilosamente la escalera, completamente a oscuras. Casi me arrastré por el jardín y corrí hasta la playa. Había decidido aparecer en la casa como una invitada más y, esa hora larga en la playa, casi en tinieblas, con los tules flotando a mi alrededor, tan blancos como la línea de espuma fosforescente, con el mar susurrando a mi costado, acompasadamente, fue una de las más excitantes de mi vida.

-A mí también me gustan, me excitan las tinieblas. No sé por qué... porque cuando nací, apenas salida del vientre de mi madre, mi padre me levantó en brazos, me llevó hasta la ventana y me ofreció al sol.

-Qué estás murmurando, Angélica?

-Perdoname… pero, a veces, converso con una vieja enemiga. No me hagas caso. Me llegan voces. No puedo evitarlo. La mente hace cuanto quiere.

-No se. Depende.

-Tú eres como un monje, ya.

-Qué decías de las tinieblas?

-Digamos que me he divertido mucho en la oscuridad.

-Hubo un tiempo en que te gustaba mucho el sol....

-En aquellos lejanos veranos, si, también....

-Yo... he amado el sol. Pero sólo puedo salir de noche. Mis ojos... casi no soportan la luz, ya.

-Podría ver tus ojos?

-No. La lesión es muy vieja ya. No tiene remedio. Mis ojos están mejor protegidos por los lentes. Y las tinieblas. Me entiendo bien con ellas. Tuve tiempo de aprender desde...

-Desde aquella noche...?

-Mi pelo tan blanco, y mis ojos tan negros... En una sola noche. Volvamos. Te dejaré en tu casa, Angélica.

-Hablé de más.

-Me parece que ya no nos siguen.

"Bernardo… no te alejes tu también", pensó Angélica viendo cómo se desvanecía.

-Alguna vez te gustó el carnaval?

-El carnaval..? Qué pregunta loca. Supongo que si. Cuando yo era chico todavía se organizaban asaltos de máscaras. Era muy emocionante, si. Pero... el carnaval es de las cosas que quiero olvidar.

-A mí me encantaba disfrazarme. Cambiar de disfraz en una sola noche. Y jugar, intrigar....//////Parece que no gustó mucho mi disfraz. A mi paso, las máscaras se fueron apartando, mostrando un cierto disgusto, como si caminara envuelta en una mortaja. Pero nadie me reconoció y cuando las bebidas calentaron los ánimos algunos me invitaron a bailar. Mientras bailaba, algo trabada por la cola de mi pesado vestido, observaba con sorpresa mi propia excitación. Acaso había una sola persona, entre todas aquellas, que deseara realmente descubrirme? Yo misma... buscaba a alguien? "No lo hiciste de adolescente, Lilián, ahora es mas bien algo tarde. Pero... sacate las ganas. Si. Pero es tarde". Miraba a mí alrededor en amplios círculos sin reconocer a nadie. Mi propio hijo se ocultaba en alguno de aquellos monstruos y yo no era capaz de percibirlo ni por el más mínimo signo. Los disfraces eran originales, salvo un trío de falsos policías que, con unas horribles caretas verdes de goma, iban y venían entre la gente, como tres fantasmas hepáticos."Si pudieras todavía elegir... con quién te gustaría bailar, Lilián?", me decía."Alejandro, no. Y Bernardo? "Abandoné a mi última pareja bajo una lluvia de papelitos sintiendo el pánico de una falta de deseos... mortal. Entonces, alguien me tomó del brazo y me arrastró hasta el living, me hizo sentar, acomodando casi amorosamente la cola del vestido sobre mis pies. Una chocante máscara de mujer con piernas demasiado fornidas, a punto de reventar las medias negras.

-Estás muy nerviosa, querida? Esta ha de ser la noche más emocionante de tu vida, no? - silbó su voz de falsete en mis oídos. - Dónde está él?

-El?

-Si, él .El novio. Tu novio.

-Mi novio... - casi me atoré con la risa y, cuando la "compasiva" mujer me alcanzó un vaso con agua, vi sus dedos sobre el cristal. Una mano sostenía el vaso y la otra lo acariciaba, distraída, con las uñas hacia adentro, como si el vaso pudiera estremecerse. "Es Marcelo", me dije. Con algún vestido de Angélica, seguramente, uno de sus vestidos rojos, sus vestidos red para cazar hombres. Así que recogí la cola del vestido, me levanté y me alejé bruscamente. Un colegial me salió al paso y cayó en mis brazos. Por el perfume de colonia inglesa supe que era Lucio. Inconfundible. Traté de retenerlo pero escapó, tomó del cuello a la "dama" de rojo, la arrastró al jardín y la obligó a bailar de una manera grotesca, empujando a todos brutalmente. Hubo un momento muy fuerte, casi más dramático que divertido, cuando los tres policías los encerraron en una rueda, obligándolos a bailar muy pegados, como enamorados.

A medianoche debía terminar el misterio y tendríamos que quitarnos los antifaces y las caretas. Pero, a eso de las once, creo, alguien propuso apagar las luces y jugar a las escondidas en la oscuridad lo que arrancó alaridos de aprobación. De pronto, a mi alrededor, todo pareció saturarse de electricidad. Yo, en cambio, sentí más miedo que excitación. Y si el juego me pareció bien fue porque me daba la oportunidad de hacer trampa: subir a mi cuarto sin llamar la atención, encerrarme y cambiarme. La novia debía desaparecer y nadie descubriría mi ridícula debilidad. En la cada vez más densa oscuridad, sentía a la gente deslizarse muy cerca, rozándose, atrapándose con gritos y gemidos. Los cazadores victoriosos tenían derecho a desnudar la cara de su presa... y mi casa de verano se fue transformando en una selva espesa y las máscaras en criaturas solapadas, reptantes. Subí ligero, recogiendo mis tules, temiendo que el brillo del vestido me delatara. Y ya estaba casi en mi cuarto cuando alguien me atrapó por la cintura y me arrastró tras una puerta que cerró con llave. Sentí pánico y cerré los ojos, temiendo adivinar en la penumbra alguna cara horrible demasiado cerca. Pero, quien fuera, me soltó, dejándome tranquila. Entonces, abrí los ojos. Lentamente, la luna, descubriéndose en la ventana, lanzó un resplandor sobre nosotros. Estábamos en el cuarto de mi hijo. La luz se fue haciendo más clara, el resplandor más ancho... hasta descubrir al mismo colegial que pasara por mis brazos. Respiré aliviada.

-Lucio, soy yo, mamalina. Ayudame a encerrarme en mi cuarto. Si es que no se metió nadie allí... Quiero cambiarme sin que me descubran.

No me contestó y yo, extraviada en una ternura repentina, lo abracé estrechamente y sólo cuando sus labios mordieron los míos sentí espanto. Aquel beso, que enfriaba, era terrible, si brotaba de los labios de un hijo. Y, sin embargo, como hechizada, por unos segundos, respondí, mordí también, sentí la humedad de los labios, la saliva... y después, bastante después, se me ocurrió que no podía ser Lucio, después de todo.

-Dónde podemos escondernos mejor?

Aunque alterada, reconocí la voz de Marcelo.

-Basta. Esto es demasiado.

-Dama incestuosa... De verdad me confundiste con Lucio?

-Claro que no. Quiero que me suelte. 

Traté de escapar pero él no aflojó. Me mantuvo bien aferrada por la cintura.

-Nada de "usted", ahora, Lilián... Hemos intimado un poco, no?

-Quiero salir de aquí.

-No todavía. Hice una pregunta. Dónde podemos escondernos mejor?

-Para qué escondernos? Alguien lo persigue, Marcelo?

-Si.

-En serio?

-Muy en serio. - La voz le temblaba y me trasmitió cierto temor.

-Nadie puede entrar aquí. Usted mismo pasó llave. Pero tampoco podemos quedarnos mucho tiempo. A las doce termina el juego.

-No hay otro lugar? Todavía podemos aprovechar la oscuridad...

-Entonces... es verdad? En serio quiere esconderse? Después de las doce, también?

-Si. Con más razón. Como si nunca hubiera estado aquí.

-Por qué?

-Escóndame… y, tal vez, se lo diga.

Con la ayuda de la luz de la luna, corrí el equipo de buceo y de pesca de Lucio y abrí el placard, disimulado en la pared, bajo el empapelado.

-Entre ahí. Hay un conducto de aire.

-Usted... tú conmigo. -respondió arrastrándome con él. - Sólo un momento y después te vas...

Se echó hacia atrás y las perchas de Lucio crujieron. La ropa de mi hijo cedió bajo el peso de Marcelo y así, reclinado, me apretó con más fuerza contra él.

-Supe que eras tú - susurró casi lamiendo mi mejilla. - Apenas apareciste arrastrando la cola ésa, ridícula.

-Por favor...

-Estás temblando... Nunca tuviste un amante?

-No.

-De veras? Nunca le metiste los cuernos al idiota de tu marido?

-Nunca. Por mí. No por él.

-Ah... claro. Bueno... algún día tendrá que ser.

-Basta de juego, Marcelo. No juegue conmigo.

-Si hace rato que jugamos, Lilián. 

La rabia me dio impulso, me solté y lo encerré con un extraño placer.

-Me vas a asfixiar aquí?

-No se preocupe. Ya la dije que hay un conducto de aire. Y ahí, salvo Lucio, nadie lo va a encontrar.

Arrimé el equipo de buceo contra la pared, otra vez, y me fui temblando hasta mi cuarto.

Pobre, Lilián. Qué turbador aquel beso. Aquella noche tuvo un cambio... interesante. Recuerdo con cuanta confusión me confesó lo que sintió con aquel beso. Fue sorprendente que se animara a contármelo, pero creo que necesitaba decírselo a alguien. Como a un confesor, supongo. Y también, de alguna manera, le pesaba la intriga de los disfraces. En qué, cómo se había equivocado? La falsa mujer de dedos arqueados no era Marcelo, sino el colegial que se había puesto la loción de Lucio. Tal vez, pensó, y no se equivocaba, que se habían cambiado los disfraces en medio de todo aquel torbellino....

Si, quizá, también Lucio, necesitaba desaparecer. No solamente Marcelo. Aunque aquella noche creí que Marcelo buscaba una extraña diversión conmigo. Pero el que realmente desapareció fue Lucio. Porque, desde aquella noche, no lo hemos vuelto a ver. Ni yo, ni Marcelo, ni Angélica, ni Alejandro, ni nadie en el balneario ni en Montevideo. La última imagen que me queda es la de ese colegial abrazado a la mujer monstruosa, cercados por los falsos policías, ese colegial que, a lo mejor, no era tampoco él, después de todo... o a lo mejor si hasta que se cambió con Marcelo. Nunca lo sabré con absoluta certeza. Con Marcelo acosado... por miedo? Prefiero, quiero pensar que por deseo.

Ya en su casa, Angélica camina entre imágenes. Revolotean a su alrededor. La envuelven y hasta la oprimen. Intenta dejarlas atrás pero no la dejan. Y desiste porque ya sabe que cuanto más resista más furiosas se volverán. ''Está bien. Son las erinias de siempre. Tal vez no ha llegado a mí suficiente perdón". Quizá mi hermana sea una más. O mamá. Es el precio por tanta rebeldía. A veces, aún la vida es un paisaje rocoso y desierto. El encuadre adecuado para las mujeres como yo: dureza de roca donde estrellarse, soledad inmensa, estéril, sorda, muda aún en medio de la gente. En fin. Me queda el cielo para saltar. Arrojarse hacia lo alto, hacia el abismo de los astros.

Quizá mi hermana pudo ser mejor amiga de Lilián que yo. Con toda su ira y con todo su resentimiento era capaz de mucha compasión con los tontos. Qué cosa, no? Hubo un tiempo en que creí (y fue mucho tiempo) que sólo los santos podían ser compasivos. Ahora, ya vieja, sé que un pecador rendido compadece y perdona como nadie. O, quizá, los santos son pecadores profundamente arrepentidos. Si, mi hermana habría defendido y cuidado a Lilián. Pero se desvaneció muy pronto. Hoy no es más que un poco de humo en mi memoria, salvo cuado se levanta de sus cenizas y me ensordece con sus gritos o me aburre con su censura imbatible. Pero yo, que pude cuidarla, detestaba a la desvaída mujer que no se sabía bella. Porque Lilián era muy bella... hace cuarenta años.


Tirada en la cama lloré porque ese imberbe me había humillado. Me quité el vestido, lo arrojé al fondo de la ropería y me puse un pantalón y un sweter de lana porque tenía mucho frío. Oh, lo recuerdo bien. Cuando bajé, las luces estaban prendidas, disfraces, caretas habían desaparecido y los rezagados bailaban aplacados o todavía bebían algo. Rotos los hechizos, el hastío del final del domingo volvía. Como siempre. La medida del desencanto la conocía cada uno. Angélica, cruzándose conmigo, me preguntó si me había divertido. Le contesté de manera terminante.

-No estuve. Me encerré en el garaje con un libro.

-Entonces, no cambiaste nada. No te quejes de que Alejandro...

-No me quejo. No se me ocurrió nada para disfrazarme.

-Y a mí que me pareció... - murmuró Angélica mirándome de una forma rara.

-Qué?

-No. Nada.

Después hice algo... bastante inusual en mí. Pesqué una botella de champán para mí sola y me la bebí hasta la última gota, como si el sueño estuviera en el fondo. La noche se me hacía larga y temible la madrugada con aquel beso terrible y ambiguo, prendido en mi boca como una brasa. Pero, en verdad, el sueño pareció estar en el fondo de la botella porque, a pesar de todo, dormí. Volví a la realidad como a las diez de la mañana, arrollada en un sofá, y vestida. De pronto, me acordé de Marcelo seguramente agazapado y dormido en el placard. "Pero no. Lucio lo debe haber sacado de ahí hace rato", pensé. Así que me levanté y me bañé enseguida porque el cuerpo me pesaba como una roca. Casi enseguida apareció Antonia en mi cuarto con una bandeja de café con leche y tostadas.

-Su hijo ya levantó vuelo. No desayuna nunca a la hora -rezongó.

-Y Marcelo?

-Ese... No apareció todavía.

Extrañada, fui al cuarto de Lucio. La cama estaba sin tocar. Por las dudas, pero segura de que no iba a encontrar a nadie, corrí el equipo de buceo de Lucio y abrí el placard.

Marcelo dormía profundamente, enredado en la ropa de mi hijo. Más que sorprendida me sentí algo inquieta. Lucio no había dormido en casa esa noche tampoco. Alguna pasión? Alguna chica nueva? Eugenia, quizá?

Tan dormido, Marcelo parecía un niño. Un niño bueno. Y sentí que ya no estaba tan enojada con él. El, como yo, como Lucio, tal vez, como todos, también fue víctima de la irrealidad del baile de máscaras. Decidí no pensar más en eso. Entonces, Marcelo abrió los ojos y me miró largamente, soñoliento, sin mostrar sorpresa.

-Hola, mamalina - dijo bostezando.

-Salga de ahí. No sé cómo pudo dormir tan encogido.

-Dormí bárbaro - respondió Marcelo, bostezando otra vez.

-Y... pasó el peligro? -dije en broma.

-Qué peligro? Me acompaña a la playa?

-Está nublado.

-No importa. Necesito un remojón. Usted se lo pierde - y salió derecho al baño.

-Bueno... -me dije -… si está dispuesto a olvidar lo de anoche, tanto mejor. Aquí no sucedió nada.

Fui hasta la cocina, pensando en qué ordenar para el almuerzo, y entonces me acordé de Angélica.

-Su amiga durmió en el porche -me dijo Antonia. Estaba enojada. La cocina parecía un campo de batalla.

-Perdone. Pero... qué amigos tiene, señora.

-Déjeme ayudarla un poco, Antonia -dije, tomando un repasador.

-Salga de aquí. A ver si me rompe algo. Vaya, mantenga a sus... invitados lejos de la cocina. Haga el favor.

Entonces, radiante, se materializó Angélica en la puerta de la cocina.

-Buen día. Fui hasta la casa de Gloria a devolverle unos discos. Uy, esa mujer debe estar desesperada porque la violen. Se estaba paseando por el frente con un camisón de tul, chiquitito así, con voladitos en el trasero... y con esa panza! Pobre, no?

Antonia, que no es flaca, la miró como para fulminarla.

-No seas mala.

-Mala?

Angélica parece desquitarse con arranques de malignidad... tal vez por sentirse confinada en tierra de nadie, lejos de los extremos que la atraen por igual. El péndulo oscila entre la monja y la loca. Debe ser difícil vivir así, sin encontrar un lugar, un punto fijo... Lo dije. Pude decirlo al fin. Monja y puta. Así en voz alta, casi gritando, al volver a mi cuarto. Lo que siempre pensé de Angélica. Amiga y enemiga. Pero Angélica vino siguiéndome y no me atreví a decirle que me dejara tranquila.

-No es por la transparencia... es que si yo tuviera el cuerpo de Gloria usaría camisones de franela hasta en verano. Te molestaste conmigo?

-Me parece que estás hablando de hambre -dije, sin saber qué estaba haciendo en mi cuarto. Ni yo ni ella.

Estábamos tomando unos refrescos en el living, cuando Marcelo, de bermudas, lo cruzó y salió sin mirar.

-Bastante atravesado, no? - dijo Angélica.

-Yo qué se. Es amigo de Lucio.

-Si es amigo de Lucio... está bien para ti.

-No necesariamente - respondí suspirando. - Tu mamá está bien?

-Ah, querés que hablemos. En serio. Si. Está bien. Antes, mucho antes... estábamos muy unidas. Cuando mi hermana enfermó comenzó como a alejarse. A enfriarse... mas bien. Creo que comenzó a defenderse del dolor. Es lo que pasa siempre. No nos preparan para los cambios.

-Y cuando Violeta murió...

-Disimuló el padecimiento. Prefiero creer eso. De lo contrario... tendría que pensar que no le importó demasiado. En realidad... hace mucho ya que no deja saber lo que siente. Si la ves... parece estar bien. Siempre cuidando los detalles, elegante. Como tu madre, ya sabés. En cuanto a mí, "la preferida" según mi hermana, perdió la pasión.

-Tenía mucha ilusión cuando te fuiste de monja...

-Puede ser. Puede ser, Lilián. No creo ser ya la hija ideal para nadie.

-Vamos... no digas eso...

-No seas hipócrita, Lilián. Nos conocemos bien, tú y yo. Pero, con respecto a mamá... creo que es muy inteligente. Tal vez demasiado. Un desperdicio, porque no hace nada interesante. Dicho sea de paso, hace tiempo que dejó de tratarse con tu madre.

-No me extraña.

Qué cosa. Hubo un tiempo en que la madre de Angélica me gustaba más que la mía. Lo que no es demasiado raro.

Bueno... aquel lunes también fue importante. Porque a la noche me sentí horriblemente, peor que nunca en mi vida hasta ese momento maldito. A pesar de que la puesta de sol en la playa, hermosa, disolviendo las nieblas, inesperadamente muy cerca de Marcelo, prometía otra cosa.

Angélica puede, si quiere, ser irresistible también con las mujeres. Así fue que Gloria y Eugenia se aparecieron esa noche en casa, atraídas por ese aire de haber vivido tanto de mi amiga.

-Así me pasa. Le gusto a la gente. Llego... y me relaciono enseguida.

-Aunque te burles un poco de los nuevos amigos... o amigas...

-No puedo con mi genio. Pero no quiero sentirme como una extraña.

-Aunque siempre parecés estar de paso... Corriendo, saltando de un lado a otro...

-Ah... esa es más bien mi maldición... Tampoco puedo evitarlo. Pero... ahora estoy aquí.

Estábamos preparando unos cocteles, unas combinaciones imaginativas de Angélica.

-Lilián... si Lucio no vuelve... puedo usar su cuarto?

-Qué decís? Cómo no va a volver?

-Pero… no se sabe cuándo... Si está viviendo alguna aventura... No me mires así. Parece que no sabés nada de tu hijo, Lilián.

Me veo a mí misma, en la terraza, mirando a Gloria y a Eugenia caminando hacia la casa, tomadas de la mano, bajo el cielo violeta. Detrás de mí, Angélica partía el hielo. Lo hacía sonar como un xilofón.

Nos sentamos y probamos el menjunje de Angélica que, inesperadamente, estaba bastante soso. Entonces, apareció Marcelo, lo olfateó, le puso más gin y nos hizo marear a todas. Yo me llevé aparte a Eugenia.

-Decime la verdad. Sabés que yo no te voy a traicionar. Anoche... Lucio se quedó contigo?

-Y qué si se hubiera quedado?

-Hoy no se ha dejado ver. O no durmió en casa o se fue muy temprano. Ni comió en casa tampoco.

-Estate tranquila. Conmigo no estuvo.

-No te ofendas...

-Y ése no sabe? -siguió una mirada larga a Marcelo que, a su vez, la miró sin pestañear, asomando la lengua y deslizándola sobre los labios.

-De dónde sacaste a ese asqueroso?

-Gusto de Lucio, querida Eugenia .

Gloria sireneaba del otro lado de Marcelo pidiéndole que cantara.

-No tengo guitarra.

-Le traigo la mía. La voy a buscar en un momentito.

-No es necesario. Lucio tiene una. Pero no voy a cantar.

-Dónde está Lucio? - salté yo.

-Y yo qué sé? Qué me mira a mí?

-De sobra sabés que cuando tu hijo se lleva la lancha pueden pasar días... no? -dijo Gloria.

-Si. A veces. Pero no me fijé si...

-Bueno. Hoy la sacó.

-Tú lo viste, Gloria?

-Si... -pareció vacilar - Si.

-No dijiste nada.

-Nadie me preguntó.

-Qué hora era?

Gloria vaciló más y desvió los ojos.

-No... no estoy muy segura. Cerca de las cinco de la mañana, tal vez....

-Qué madrugón, tía -Eugenia parecía asombrada.

En ese momento Marcelo se sentó junto a mí.

-Qué le parece? Me doy por ofendido?

-Por qué?

-Y... Lucio me invita... y desaparece. Me deja plantado.

-Y no lo conoce ya?

-No se... Puedo quedarme hasta que vuelva?

-Por qué no?

-Hasta que vuelva? Seguro? -cómo le brillaron los ojos...

-Si -dije, sintiendo que podría no volver. Por qué lo pensé? Qué me estaba pasando? Nunca me había preocupado así por Lucio.

Entonces, vino ese juego de pesadilla. Si no me hubiera sentido tan mal, después, tan sumergida en un pozo oscuro, tan desesperada, quizá no...

La idea fue de Angélica. Como en el juego de la verdad, cada uno tendría que hacer algo así como un balance sumario de su vida, señalando fracasos y logros.

-No me parece interesante - dije.

-Es apasionante decir la verdad aunque sea una vez - insistió Angélica.

-Esto no es más que pasto para comentarios y chismes.

-Por qué? -protestó Gloria - A mí me parece divertido.

-Seguro que todo lo que se diga esta noche será olvidado - ironizó Eugenia.

-Lo guardaremos como sagrado - agregó Angélica, sonriendo.

-Pero... cual es el objeto del juego?

-Un rato de terapia. Vamos a blanquearnos un poco.

-Comencemos de una vez - Marcelo parecía muy divertido.

-Y quién garantiza que se diga la verdad?

-No hay garantía. Sólo el fuego eterno para quien mienta -Angélica lanzó una carcajada.

Quedé por un largo rato con la mente en blanco, escabulléndome entre tantas risas y palabras. Hasta que Angélica, soltando unos cubos de hielo en mi vaso, anunció:

-Ahora le toca a Lilián!

Gloria me enganchó con una mirada ávida. Marcelo, por el contrario, mantuvo una sonrisa tibia, distante. "Ya se está aburriendo", pensé. Pero, entonces, Eugenia tomó aire y se lanzó sobre mí.

-Te enamoraste alguna vez, Lilián?

-Bueno... si. Cuando me casé,

-Estás segura? Mirá que si no decís la verdad...

-Me casé bastante enamorada. Claro que era demasiado joven y...

-Entonces no estabas muy segura.

-No dije eso.

-En qué quedamos? Cuántos años tenías?

-Dieciocho.

-No tan joven, entonces,

-Te parece?

-Yo me enamoré por primera vez a los trece. Fue la única vez que te enamoraste? 

-Claro.

-No tan claro. Y después?

-Después qué?

-No te enamoraste más? Ni una vez?

-No.

Angélica lanzó una carcajada. Eugenia la miró un momento y luego siguió.

-Seguís enamorada de tu marido?

Miré los ojos claros, jóvenes y crueles de Eugenia, anteayer una niñita inofensiva.

-No - contesté al fin, acorralada.

-Qué lástima. Yo no se lo hubiera preguntado así - dijo Angélica.

-Pero es mi turno. Dejaste de estudiar cuando te casaste? - continuó Eugenia.

-Si, claro.

-Qué hiciste de útil en tu vida?

Me quedé callada. Los momentos que siguieron parecieron estirarse detrás de mi pensamiento, como resortes, atravesando un pasado insípido.

-No se.

-Cómo que no sabés?

-Y... tener a Lucio.

-Eso no vale. Quisiste tenerlo de verdad? Alejandro y tú, fueron conscientes de...?

-Basta, Eugenia - dijo Gloria.

-Ahora me toca a mí - terció Marcelo. - Aparte de tener a Lucio... qué otras cosas hizo, señora de Brunelli? - Había levantado su vaso y me miraba a través del vidrio ligeramente empañado.

-En casa?

-En su vida!

-Bueno... siempre tuve empleadas... Qué se yo. Organizaba las comidas, elegía la ropa de mi hijo, de Alejandro, la mía. Eso era lo que la familia, mi madre, mi marido esperaban de mí. Siempre traté de que nuestra casa fuera linda... hice un curso de decoración, de ikebana... También iba... íbamos mucho al teatro, al cine, a conciertos, exposiciones... Es imprescindible para relacionarse, no? Aún ahora, veo todas las muestras que puedo. Y leer... leo algo... pero me canso. Aprendí a nadar y me parece que bien, hago gimnasia, voy a la peluquería cada semana, de vez en cuando algún masaje porque tengo miedo de... -me llevé una mano a los labios con un sollozo.

-De envejecer? - murmuró Marcelo, muy serio, inclinándose sobre mí, quitándome el aire.

-No. No sé. No se de qué! He viajado... pero no recuerdo nada importante… y sólo he leído estupideces... y mi marido nunca supo enseñarme a hacer el amor... y me aburría horriblemente con él y él conmigo... y hace años que tiene una querida y apenas nos vemos, aunque nunca quise reconocerlo demasiado... y seguramente, nadie, nadie tiene que agradecerme nada… ni yo me siento en deuda con nadie... Esto era lo que querían, no? Contemplar el retrato de una perfecta imbécil, no es cierto? Bueno. Ya lo tienen.

-Pero no. Es un retrato bastante común. Ya lo hemos visto.

-Yo no. Es la primera vez. La primera vez que lo veo.

-La primera vez que te ves - dijo Angélica - Eso es bueno, Lilián.

Todo se me había subido a la cabeza, todo, el cóctel, las imágenes de mi propio retrato. Entre lágrimas, sentí que Gloria me estaba dando un beso.

-Es mejor que nos vayamos, Eugenia. Este juego no ha sido una gran idea, después de todo. Así de poco interesantes son nuestras vidas... Y Eugenia es tan grosera, tan dura, a veces...

-Perdoná - me dijo Angélica cuando nos quedamos solas, recogiendo los vasos.

-Por qué? Vos me sobrás. Estoy segura de que no te dije nada nuevo.

Entonces apareció Antonia haciéndose cargo de los vasos.

-Van a cenar algo?

-No. Acuéstese no más.

-Lilián, me dejás dormir en el cuarto de Lucio?

-Qué se yo. El te dio permiso. Mientras no le toques nada...

-No pienso tocar nada, salvo las sábanas.

-Está bien - dije, porque no la quería más en mi cuarto. No quería dormir cerca de ella.

Y esa noche, rodé de pesadilla en pesadilla, enredada en un horrible baile de máscaras donde las retorcidas caretas eran las verdaderas caras amarillentas, fosforescentes, de Alejandro, de Julia, de Bernardo, de Angélica. Todos ellos esperaban ansiosamente la medianoche para dejar caer esas máscaras carnales y mostrar... qué? Yo intentaba conservar mi pareja pero Alejandro me dejaba por Julia y si me volvía a Bernardo... Angélica se interponía. Bernardo. Fue en la envoltura de humo de ese sueño que descubrí que él era más que un cuñado para mí porque, al despertar, me senté perpleja en la cama rememorando la sonrisa dulce de Bernardo, lo primero que recuerdo cuando pienso en él, descubriendo un deseo intensísimo de verlo. Y, seguramente, ese deseo me dejó caer en otro sueño, divino sueño, embriagador sueño en que Bernardo me abrazaba como jamás Alejandro, y me enseñaba de qué manera maravillosa se puede hacer el amor, delicadamente, con una paciencia infinita. Dejándome reposar en su pecho inmenso, el mejor lugar de un hombre con alma. Me desperté comprendiendo, sabiendo todo eso, todavía estremecida por sus caricias que, sintiéndolas aún en todo mi cuerpo, me parecían reales. Entonces, cuando cobré conciencia, recordé que Bernardo hacía más de un año que estaba viviendo en Boston probablemente sin la menor intención de viajar a Uruguay por el momento. Bernardo... al que siempre miré como hermano. Y, sin embargo, comenzaba a saber que el del sueño era el verdadero Bernardo, mucho más auténtico que el que me escribía postales con paisajes nevados. Curioso que, esa misma noche, había negado el amor.

Al otro día, el de la tormenta que mató el verano, increíblemente, en el desayuno Angélica me preguntó por Bernardo.

-Está en Boston. Supongo que bien. Por qué?

-Siempre te manda postales?

-Si.

-Qué raro que hombres tan distintos sean hermanos. En tu lugar, yo me habría enamorado de Bernardo.

El corazón me dio un salto. Angélica es bruja. A Bernardo recién lo conocí a los dos años de casada. Hacía cinco que estaba trabajando en Méjico y yo lo conocía por fotos. Cuando al fin lo conocí lo único interesante que se me ocurrió decirle fue que leía todas sus cartas con Alejandro.

-Cómo se le ocurre, Lilián? Son largas y aburridas. De negocios.

-No del todo. Me gustan.

-Tutealo, Lilita - dijo Alejandro.

-Siempre quise tener un hermano.

-Entonces, aquí me tenés, Lilita - dijo Bernardo, sonriendo. Sin dejar de mirarme.

Tragué mi café ausente, tomada por ese sueño revelador agitándose todavía en mi cabeza.

Entonces, llegó el viento abriendo con violencia todas las puertas y ventanas, levantando las cortinas de tal manera que la casa parecía volar. Los bancos del jardín saltaron por encima del cerco y se alejaron rodando hacia la playa. El techo crujió, la chimenea silbaba en tanto Angélica y Antonia corrían trancando puertas. Yo, paralizada, me pegué a la pared y dejé que Marcelo me tomara de la mano cuando estuve a punto de caerme. Me acomodó en un sillón quizá con una cierta lástima por mi espanto.

-Es sólo una tormenta. La casa es sólida.

-Hace dos años el viento tiró dos pinos en el jardín.

Un chorro de hojas amarillas cayó a nuestros pies y una nube de polvo nos hizo toser.

-Cerrá esa ventana también, Marcelo - gritó Angélica molesta.

De manera que, cuando empezó a llover, todo estaba cerrado y la voz de la tormenta asordinada. Suavemente, Marcelo volvió a tomarme de la mano.

-Está más tranquila ahora?

-Cómo? Ah... si.Gracias.

Marcelo me soltó.

-Lo siento. No soy más que Marcelo - murmuró y pareció una disculpa.

Durante horas estuvimos sentados, detrás de las ventanas, fascinados por la espesura del agua, que cegaba. Angélica fumaba en un rincón con mala cara. Sombría. Cuando Antonia anunció la comida dijo que no quería comer y que saldría a caminar.

-Qué te pasa?

-Nada. Quiero mojarme. El viento limpia todo.

-Tené cuidado.

-Te acompaño? - dijo Marcelo.

Ahí está Circe, de nuevo, pensé mirándolos. Pero Angélica dijo que no y se fue a buscar un impermeable. Así que Marcelo y yo comimos solos, en silencio. Al final, mientras revolvía el café, Marcelo me dijo:

-Definitivamente, te voy a tutear.

-Bueno.

-Tu amiga está triste.

-No sé por qué.

-Muy triste.

-Algo loca, a veces - respondí encogiendo los hombros.

-Es como un delfín. Juega, nos habla, parece que ríe... y un día cualquiera se suicida y nadie sabe por qué.

-No creo que sea para tanto -dije, cerrando los ojos porque el pelo rubio de Marcelo me molestaba como una lámpara contra la cara.

-Qué tenés? Qué te pasa, Lilita?

"Lilita", como Alejandro. Como Bernardo. Abrí los ojos. Marcelo estaba sonriendo.

-Lucio me lo dijo.

Cuántas cosas le habría contado Lucio? En la playa, la primera vez, me había llamado "mamalina", también. Cuántas cosas podría contar Lucio de mí? Qué risa.

Angélica volvió a las cuatro, empapada. Se quitó el piloto y los zapatos y se sentó en un rincón.

-Querés un té con limón? Bien caliente y con coñac?

-No.

-Un cigarrillo?

-Nada.

-Una manta? Estás temblando.

-No. Por favor. Estoy bien.

-Pero, qué tenés?

-No le hagas preguntas. Está haciendo una experiencia sensorial diferente. Dejala -dijo Marcelo.

-Estás progresando, Marcelito - ironizó Angélica. Más tarde se encerró en el cuarto de Lucio y yo me tiré en mi cama con un libro.

La casa dormía, la lluvia la acariciaba y así fue llegando la noche. Qué ajenos estábamos a cuanto se venía...

-Me dejás entrar? - a través de la puerta la voz me pareció de Lucio.

-Si - pero claro que era Marcelo. Lo miré extrañada.

-Qué pasa? Por qué me mirás así? - dijo él sentándose al borde de la cama.

-Por un momento pensé que era la voz de Lucio. Qué querés?

-Me siento solo. Angélica sigue encerrada. Lucio... suele venir a charlar contigo?

-No.

-Sos una madre rara, vos.

-Si? Y cómo es la tuya?

Su mirada me puso una aguja en el entrecejo.

-Ahora no puedo saber.

-Perdón.

-... Así que te gusta poner los pies sobre la cama - y riéndose Marcelo me quitó los zapatos. Los dejó caer y se quedó mirándolos.

-Mamá se ponía pesada con estas cosas. Odiaba los zapatos sobre la cama, la ceniza en el suelo... o la pasta dental sin tapa. Pero era muy buena.

Entonces se dio vuelta y me besó los pies.

-Para ser madre... hay que ser mujer primero, entendés? Sentís algo?

-Soltame o grito. - dije, bajando la voz.

-Gritá.

Y siguió besándome suavemente. Los empeines, las plantas, los dedos uno por uno, humedeciendo cada yema. Luego deslizó la lengua sobre cada pantorrilla, y después cada rodilla. Después se detuvo, tranquilo, impasible, observándome. Yo estaba paralizada, sin respiración.

-Parece que te gustó.

Cuando se levantó, me tiré de la cama y casi corrí hasta la puerta pero, en lugar de salir, cerré con llave.

-Abrí, Lilita, que me voy.

No me moví y él vino despacio hasta la puerta y la abrió. Al salir me puso un dedo en la nariz.

-En quién pensabas esta mañana cuando me agarraste la mano? -me dijo.

-Decime donde está Lucio.

-Yo qué sé.

-Mentira.

-Está preso.

-No juegues.

-Si no juego. Yo también estoy preso.

Se fue riendo y yo me quedé pensando que Marcelo era algo más que un simple, insolente muchacho, que no tenía una edad definida por momentos, que era una mezcla rara de Alejandro, Lucio y hasta Bernardo.

Un bocinazo me hizo mirar por la ventana. Un coche se acercaba a la casa. La lluvia esfumaba las luces de los focos. Bajé corriendo pensando que alguien traía a Lucio y vi cómo Antonia abría la puerta y esperaba. Me paré junto a ella y, a través del agua, Alejandro y Bernardo se acercaron como dos aparecidos. Silenciosamente, los buceadores se quedaron chorreando en el porche, mirándome.

-Buenas noches, Lilián - me dijo Alejandro, después.

-Nos recogés en tu nave, Lilita? - agregó Bernardo, como un eco.

-Qué están haciendo ustedes con esta noche? Pasen.

Hacía mucho que la sola presencia de Alejandro me fastidiaba así que me concentré en Bernardo.

-Te hacía muy al norte...

-Llegué anoche.

-Anoche? Algún problema?

Alejandro se adelantó.

-Bernardo está algo…

-Negocios. -resumió Bernardo tomando a su hermano por el codo -Andá, Lilita, servime algo fuerte.

-Qué casualidad. Anoche mismo soñé contigo, Bernardo.

Mi cuñado se quitó despacio la campera y me la puso en los brazos.

-Yo también soñé contigo, Lilián.

-Se puede comer algo? - dijo Alejandro.

-El apartamento de Julia es grande y está cerca del aeropuerto. Cómo se vinieron hasta aquí?

-Fue idea de Bernardo. Quería verte.

Me di vuelta para llamar a Antonia y arreglar la cena, cuando tropecé con la mirada burlona de Marcelo.

-Tu marido duerme contigo cuando viene al balneario?

Y así los vi a los tres juntos, Alejandro, Bernardo, Marcelo. Los tres mirándome.

-No. Duermo sola. Hace siglos que duermo sola.

Pero entonces Antonia golpeó la puerta de mi cuarto y me anunció que habían traído una carta para mí, sacándome del ensueño. Alejandro y Bernardo se esfumaron bajo la lluvia y el fantasma de Marcelo se deshizo como humo.

-Vino alguien, Antonia?

-No le dije que le dejaron esta carta? La trajo el señor Alejandro y dijo que no podía quedarse.

-Estaba solo?

-Creo que no. Estaba muy oscuro.

-Está bien.

Prendida al sobre encontré una nota de Alejandro.

"Voy apurado. Entiendo que esta carta de Bernardo te alegrará más que mi presencia. Sigo al este. Si no les alcanza el dinero comunícate con mi secretaria. Avisen cuando se vuelvan a Montevideo. O piensan invernar ahí? Un beso a Lucio. Pasarlo bien. Alejandro".

"Así que Lucio no ha estado con él..." fue todo lo que pensé antes de tirar la nota. Alejandro no contradecía a su propio espectro. Entonces, me dejé caer en la cama, abrazada al sobre de Bernardo.

Oh, no... -se dijo Angélica del otro lado del tiempo - Otra vez esa carta y todo lo que vino después...Qué hubiera dado yo por no saber nada de esa carta....Pero no pudo detener la irrefrenable evocación de Lilián y quedó enredada en sus pensamientos.

"Nueva York, febrero 1970
Lilita:
Quien me diera estar en tu playita. Estás ahí, todavía, o febrero te corrió ya para Montevideo? Esa manía de acortar el verano de algunos uruguayos... Lilita, nunca te ví llorar y no sé si llorás a escondidas. Algunos en la familia piensan que nada te importa demasiado. Otros... han tratado deliberadamente de mantenerte al margen de los grandes problemas, tal vez con el deseo de conservarte niña y de que no estorbes mucho. Una mujer inquisitiva puede dar miedo. Pero voy a lo mío. Si fuera cierto que nada te importa demasiado... hasta podría alegrarme. Casi deseo que lo que voy a confesarte no te afecte demasiado. Pero... si creciste y despertaste secretamente... te pido perdón. Y también te pido que llores por mí. Si aún fuera posible volver, te diría: Lilián, dale un empujón a mi hermano que sólo quiere estar con Julia y quedate conmigo, conformate conmigo aunque el resto de la familia arda. Nunca, pero nunca te diste cuenta, pedazo de idiota, de que me enamoré de vos? Pero no vuelvo. No voy a volver. El destino ha decidido por mí. Aquí, en la misma mesa donde escribo, a un costado, tengo una carpeta con los fantasmas de mis entrañas, amor. Radiografías que algunos médicos, de acuerdo al estilo local, han interpretado para mí con absoluta, impiadosa precisión. Con todo eso, algunas cosas más... y el hecho significativo de que me internan mañana... mas todo lo que soy capaz de intuir, tengo la certeza de que no vuelvo al Sur. Miro esta habitación impecable de mi hotel, y te juro que todo me parece un sueño. Cómo ha hecho la muerte para abrirse paso entre tanto confort, entre todo este lujo? Alguna vez creí que este lugar llegaría a ser inaccesible. Cómo pude? Ahora ya no pego en esta perfección. Ya no soy de aquí. Así que decidí despedirme de ti. Sólo de ti. A mi hermano le llegarán las noticias en el momento oportuno y, conociéndolo, ya se que no seré más que un cosquilleo molesto en su plexo por algunas horas... y no más. Lilián, querida, tené presente que el tiempo nunca alcanza. Se vuelve muy escaso para hacerte humano y libre. Así que, dale con todo, esforzate en crecer, rompé el capullo y dale una mano a ese hijo sensacional que tenés. Ese hijo que te hizo mi hermano y no se cómo. Porque Lucio nunca será el juguete de Alejandro. No tiene madera de "delfín"; jamás querrá ser el continuador del padre en la empresa, aunque se quieran tanto. Otro misterio. Porque ellos se quieren, lo habrás comprendido como yo. Pero eso no es más que un hecho insuperable. Recuerdo que, unos días antes de dejar Montevideo en mi último viaje, acompañé a Alejandro en cierta negociación en el despacho de cierto político bastante encumbrado. Mientras tu marido hablaba a sus anchas con él, yo me entretuve observando las evoluciones del secretario entre el teléfono y la agenda. "Qué dice, mi amigo?... El Doctor quiere hacer memoria... cuántos lugares disponibles hay en la Intendencia de Salto?... Puede estar tranquilo; hay un puestito al pelo para esa chica... Tiene que pasar por un examencito... Una pavada... Los primeros meses la toman como contratada y después la meten en el presupuesto... no se preocupe... Está bien Doctor. Un gusto". Qué mezquino recuerdo... Pobre Uruguay... Y tú que, a lo mejor, no entendés nada, te estarás diciendo para qué te cuento esto. Mirá, si es cierto que todavía no entendés, pedile a Lucio que te explique. El sabrá hacerlo. Vos, tú, que siempre viviste bien, colmada, que jamás tuviste que buscar un empleo, que no tuviste más que pedir para recibir... despertá. Despertá, mi amor. Y viví por mí. Viví por mí que me muero. Entendés bien? Me muero, amor. Así. Definitivamente. Te pido esto porque, aunque no sepa bien por qué, te quiero. Yo tendría que haber velado tu crecimiento, yo tendría que haber estado junto a tu despertar, yo tendría que ser el testigo íntimo de tu victorioso vuelo... porque confío en ti. Creo que es mi alma que sabe de tu alma, Lilián. Pero... me tengo que morir aquí. Lilita, la gente, no toda le gente pero sí mucha gente, se agacha ante cualquier soberbio cretino, ante cualquier sinvergüenza, ante cualquier asesino encubierto por un "puestito". Las putas no andan sólo por Bulevar Artigas, allá en Montevideo (Lucio te explicará esto, también). Otros, muchos, también se doblegan y se abren de piernas por alcanzar a cualquier precio alguno de esos paraísos de plástico o sencillamente virtuales... Pero, aquí, en el emporio de la riqueza y del bienestar y del alegre consumo... no se engañe nadie... aquí también la gente se muere, repentinamente… y todo pierde sentido si no se lo buscaste antes, igual que allá en el sur con puestito y todo. Rompé el capullo, nena, y mirá para el lado de Lucio. Y... no te olvides de saludar a Angélica. Dale un apretón de manos, dale un abrazo de mi parte. Esa "loca" con conciencia sabe unas cuantas cosas. Y cuánto sufre! Finalmente... a vos, qué te doy? Un beso interminable como en esas cartas de amor? No. Un apretón de manos, tampoco y un abrazo es poco para lo que siento. Quizá un golpe, un cachetazo estaría bien, por dormida. Pero... mejor tomá, si podés, este miedo de hombre que ya me está matando. Y todo este amor. Lo que ya nadie, ni tú, me podrá quitar. Tomá lo que puedas de todo esto y rompé las telarañas, mi amor. Adiós.

Bernardo"

Oh, Dios... aquellas imágenes veladas por la lluvia, aquel fantasma de manos empapadas... qué fueron? Una extraña anticipación de semejante carta? Luego, Angélica me dijo que grité y grité, como saliendo de una pesadilla. Pero sé que me fui, que estuve ausente (dónde fui?) porque cuando regresé estaba en camisón, debajo de una manta, con Angélica, Antonia y Marcelo alrededor de la cama.

-Ya está mejor. Déjenme sola con ella - dijo Angélica con la carta en la mano.

-Lilián, ahora no pienses cosas raras - siguió, cuando nos dejaron solas.

-Qué cosas raras?

-Algo así como irte a Nueva York.

-La leíste, entonces?

-No pude resistir. Nosotras... hablando aquí...y, a lo mejor...

-Angélica!

-Yo sabía. El me habló de su enfermedad. Ni Alejandro sospechó el verdadero motivo de su último viaje. Como se pasaba viajando... 

-Entonces, sólo fue a tratarse?

-Si.

-Podría haber salido bien.

-El se fue con muy pocas ilusiones.

Y con todo eso me quedé, aterida, refugiada en mi cama como en una cueva, como una espantada mujer primitiva, padeciendo a Bernardo como una enfermedad. Como afiebrada, por momentos veía la cara de Lucio fundiéndose en la de Bernardo, cayendo las preguntas una sobre otra, como una tormenta de nieve en mi memoria, en mi alma. Bernardo, Lucio... Lucio, Bernardo... Marcelo. Si. También la cara de Marcelo aparecía, interponiéndose, como queriendo apoderarse de mi vulnerable, herida mente.

En tanto, la nueva Angélica iba y venía a mi alrededor. La nueva Angélica, desmejorada, descuidada, como hambrienta, sus años visibles de pronto, descubriendo una fea y vieja herida. Angélica vulnerable, alcanzada y doblegada al fin por el dolor. Un dolor que Bernardo pudo ver. Y yo no.

Dos días después, cuando se ponía el sol, Angélica entró en mi cuarto con una taza de té y lanzó un suave grito al verme. Nos miramos, se sentó junto a mí al costado de la cama y, ofreciéndome la taza, se puso a hablar:

-Te acordás de aquel cuento que escribí cuando tenía veintidós años? Causó cierto revuelo pero al fin no pasó nada porque no volví a escribir. Recuerdo que, como desde una niebla, fui concibiendo aquel personaje que me subyugó a mí más que a nadie. Antes de terminar el relato definitivo emprendí una cantidad de ensayos, espantosamente indecisa. Un día, leyendo una novela fabulosa, fascinada como estaba, sentí la casi irresistible tentación de dejar de leer y ponerme a escribir. Apreté los dientes y me concentré más en la lectura y, entonces, interponiéndose entre el libro y yo, apareció la Turca. Así como te digo. Se me apareció y se puso a mirarme con insistencia, a importunarme sin descanso, a ordenarme su nacimiento. La Turca quería vivir en alguna parte. Te juro que era una criatura real con su cuerpo esbelto, ahusado, cruzado por unas poderosas caderas, coronado por una magnífica cabeza y un rostro lleno de tormento que tan solo me pedía entreverarse en alguna trama, para tener un pasado, para entrar en un devenir y ser más que aquel fantasma hermoso, potente pero inmóvil. Y bueno, Lilián, así fue. Cerré el libro y le inventé una historia a la Turca. La verdad... es que ella se escribió a sí misma porque necesitaba nacer, porque tenía una misión que realizar en el universo de las irrealidades... así como nosotros, tú, yo... todos... nacemos impulsados por alguna misteriosa razón, y atravesamos compulsivamente la barrera que separa el país sin memorias, la nada de esta vida. Por qué te cuento esto? Porque hace días que vivo una lucha parecida. Combato contra el deseo cada vez más fuerte, cada vez más violento de contarte algunas cosas. Trato de distraerme con las ironías de Marcelo, con la playa, con Gloria Perdomo, hasta con los libros que me traje... y que no puedo terminar. Pero, igual que aquella vez con la Turca, la necesidad de hablar me importuna con la misma insistencia. Así que voy a hablar. Cuando entré y te vi sentada en la cama, Lilián... tu cara, la misma cara de hace veinte años, me dio la orden. Mirame tú, ahora. Parezco la misma? No. Así, sin pintar, cualquiera me daría diez años más que a ti, a pesar de que somos casi iguales. Y esto que parece un buen tanto a tu favor... no es más que la medida de tu fracaso, Lilián. Yo he sido marcada por la vida que me permití vivir... en tanto que tú permanecés congelada. La bella durmiente en una cámara de frío! Una carta, el adiós al borde del abismo te está abriendo los ojos... y Bernardo queriéndote todo el tiempo. Yo... tu sabés... me enamoré muchas veces, o me pareció. Pero a Bernardo lo quise con locura. Así cómo lo oís. Te acordás cuando me lo presentaste? Enseguida comprendí que estaba loco por ti. Sólo ese tarado de tu marido no se dio cuenta. Y tú. Y me dio tanta rabia! Ignorar el amor de semejante tipo! Entonces se me puso en la cabeza la idea, la estúpida idea de atraer a Bernardo, de desviarlo de vos. Ponele que eso fue en octubre. En diciembre ya éramos amantes. Pero en febrero terminó todo, en un baile de carnaval, en el hotel Carrasco. Yo lo dejé. El... hubiera seguido indefinidamente conmigo. Qué más da una amante que otra cuando se ama sin esperanza? Cuando se ama a la mujer del hermano! Lástima que Bernardo haya comprendido tarde que con el único y verdadero amor no se puede. Siempre gana y... si no se realiza... te destruye. El amor es vengativo, exige poder, exige vivir... y si no... mata. Vos estabas en aquel baile. Me parece que te veo, vestida de blanco, una sílfide sentada al lado de Alejandro. No sé si ya estaba enredado con Julia pero te juro que se veía aburrido, espiando a cuanta mujer pasaba cerca de la mesa. Mirá; estoy segura de que si yo misma lo hubiera alentado un poquito no más… me habría cargado sin pena. Claro; tú no me viste. Pero yo estuve ahí todo el tiempo. Habíamos quedado con Bernardo en encontrarnos fuera del salón de baile, en la puerta del casino. Yo tuve el capricho de ir sola y de desafiarme a mí misma. Por eso no le dije a Bernardo que iría disfrazada. Quería probar si era capaz de presentirme, de adivinarme a través de una envoltura impenetrable. No habría sido, acaso, la prueba de que, de alguna manera, estábamos unidos? Y sabés que disfraz elegí? No, no te lo podés imaginar. Jamás soñaste lo descalabrada que yo estaba. Pues bien... me disfracé de muerte. Así; de Muerte. Me cubrí con cuanta tela negra podía soportar con aquel calor y una máscara repulsiva. Me puse guantes bien largos, de gamuza negra para que las manos tampoco traicionaran. Llegué una hora más tarde de lo convenido y, lo vi recostado cerca de la puerta del casino, fumando, la mirada perdida, ni aburrido ni ansioso, con los pensamientos envolviéndolo, igual que el humo. Seguramente... pensando en ti, Lilián. Y tú... tan ignorante de todo, bebiendo champaña de a sorbos.... Qué broma! Pasé unas cuantas veces cerca de Bernardo hasta estar segura de que no me reconocía. Creo que apenas me miró. Después, cuando el baile se puso espeso, lo tomé de un brazo y lo arrastré hasta la pista. Me siguió con una sonrisa cortés, una sonrisa de entrar en la broma de carnaval, no? Y bailamos un buen rato, a veces separados, a veces muy juntos... pero no me reconoció. No me adivinó ni remotamente, ni por el perfume, el Michel de Balenciaga que él mismo me había regalado. El único indicio que me permití. Pero... eso si; mientras bailábamos los ojos se le resbalaban por encima de la gente hacia ti, siempre hacia ti. Tampoco, en ningún momento miró hacia el casino por si yo aparecía. Estaba tranquilo, ausente, amable... en medio del estrépito creciente, en medio de las escapadas lujuriosas de algunas parejas, indiferente al alcohol. Pero, en un momento, serían las tres de la mañana, me pidió que lo disculpara que quería tener una atención con alguien de su familia. Y ahí mismo me dejó, mirando cómo te sacaba del sopor invitándote a bailar. Un tango divino... con un filo... Una música que me cortó en dos… A que no te diste cuenta de nada...? Y Alejandro aprovechó para zafar y bailar con una odalisca que lo volvió loco, una rubia espectacular que, al final, resultó ser el Polo Martínez disfrazado. Pasaron bastantes años antes de que le encontrara gracia; un día me encontré recordando y me estuve riendo sola, como una hiena perdida. Sabés dónde? En el convento. Mientras el Polo enloquecía a tu marido con la danza del vientre, tú bailabas con Bernardo y yo miraba cómo te rozaba el pelo con la barbilla, imperceptiblemente, porque tú tan baja al lado de él, apoyabas la cabeza en su pecho, como con vergüenza. Entonces me fui y nunca más me acosté con él. Acepté ser una amiga más, una buena amiga más, la amiga de Lilián bastante loca y nada más. En fin. Todavía me pregunto qué te vio. Pero la cosa es que te quiso, que te quiere. Te inventó y se pasó la vida soñando como algo imposible que despertaras...y perdió. Perdimos. Yo también perdí .Me estás escuchando?

-...Angélica... perdoname... me dio sueño - y dejé caer la taza. No quise reconocer que la había escuchado. Pensé que pronto se arrepentiría de haber hablado demasiado. Ya estábamos a oscuras. Angélica levantó la taza y me dejó sola, con los ojos muy abiertos en la oscuridad; como una lechuza. Después, alguien entró y, con un susurro, me preguntó si podía encender la luz. Por un momento me pareció la voz de Bernardo y me estremecí. Pero era Marcelo al pie de mi cama, con el pelo mojado y la barba crecida.

-Dice Lucio que está bien y que no te preocupes.

-Cómo?

-Llamó hace un rato.

-Por que no me avisaste? - sentí ganas de pegarle.

-Estabas encerrada con Angélica y él dijo que no podía esperar.

-Pero, dónde está?

-No me dijo.

-Y no se lo preguntaste?

-Si. Pero cortó.

-Con el padre no ha estado. Alejandro cree que Lucio está aquí.

-Estás más tranquila ahora?

-No se. Por qué tanto misterio? Me pregunto por qué se fue.

-Pero mamalina...

-Por favor no me llames así.

-Está bien, Lilita. Lilián. No conocés a tu hijo?

-No se. No entiendo nada.

-Una cosa más. Puedo quedarme algunos días más?... Hasta que Lucio vuelva...

-Si.


Al otro día pude levantarme. Estaba fresco pero el sol brillaba suavemente, entibiando la playa. Cuando llegué, Angélica ya estaba recostada en la arena, bastante apartada. Marcelo, que salía del agua, se burló de mi polera.

-No te bañás?

-Tengo frío.

-Gloria se fue hace un momento. Preguntó por ti. Le dije que no te sentías bien. Parece que quiere organizar una fiesta. Creo que se divirtió bastante la noche del baile.

-No digas?

-Me parece que tu amiga tuvo una aventura. Está muy nerviosa. Estuvo buscando una pulsera entre las dunas. Algo casi imposible... pero la estuve ayudando y... como soy un maldito, le pregunté por qué paseaba de noche por la playa, con pulseras... Se puso roja y me explicó que, después del baile, bajó a la playa en busca de aire porque se sentía mareada.

-Ah, si. Y vió a Lucio... cuado se iba con la lancha.

-Lo vió?

-O lo escuchó. Pensás que estaba con alguien?

-Ella? Estoy seguro.

-Y con quién?

-No sé.

Angélica venía caminando hacia nosotros, despacio, frotándose los brazos llenos de arena. Estaba pálida y completamente erizada.

-Estás helada. Andá, pedile un café a Antonia.

-Mañana me voy a Montevideo.

-Por qué?

-Total...no descanso en ninguna parte.

-Gloria tiene ganas de armar otra fiesta. Estuvo hablando con Marcelo.

-Esa idiota. Me tienen hastiada estos bailes de balneario. Me pudren.

Y siempre despacio Angélica siguió hasta la casa.

Marcelo y yo quedamos solos. Demasiado solos, porque en la playa no había nadie más, porque el aire se había quedado tan quieto que cuanto nos rodeaba parecía dormir. Y hasta el silencio era más potente que el rodar imperceptible de las olas. Marcelo me tomó de las manos y yo, sintiendo un estremecimiento en la espalda, intentando soltarme y simulando calma, dije:

-Qué tiene Angélica?

-Está inquieta.

-El martes salió a mojarse por gusto. Y ahora sale a tomar frío como otros a tomar sol.

-Está experimentando.

-El otro día dijiste lo mismo.

-Está ávida de hambre y frío. De miseria. De límites.

-No entiendo. Está chiflada.

-O equivocada. Al que vive en un cantegril, por ejemplo, le importa un carajo que le interpreten la carencia o que se la estudien... como quien le cuenta los anillos a un gusano. El impulso de Angélica es vacío. Masoquista e inservible.

-Pero ésa no parece Angélica...

-Y vos creés que la conocés? Si ni sabés quién sos vos... Ahora mismo estás hablando de algo que no te importa para hacer ver que no te das cuenta.

-De qué no me doy cuenta?

-De que te estoy tocando.

Y entonces Marcelo me soltó de golpe.

-A mí me intriga el recorrido - dijo - Esa especie de rampa que desciende desde el centro de la ciudad hasta los cinturones, o la que puede subirse penosamente desde el campo. Hay que irse hacia atrás, en tiempo y espacio, para descubrir ese momento crítico en que un hombre o una mujer cede, y se abandona y cae o se arrastra... hasta ningún lugar.

-Lucio también.

-Qué?

-Dice cosas así, como tú.

-Bah. Es fácil hablar. Demasiado fácil.

Entonces volvió a tomarme las manos, oprimiéndolas con fuerza.

-Te ponés nerviosa?

-No. Creo que me voy al agua.

-Te animás?

-Creo que si.

-Andá - dijo Marcelo soltándome - Esta noche...

-Qué pasa esta noche?

-Esta noche... - y Marcelo, sonriendo, me señaló la orilla mientras las otras palabras las que no dijo, o las que no escuché, se deshacían como espuma.


Más tarde, encontré a Angélica tirada en la cama de Lucio, boca abajo. En ningún momento levantó la cabeza mientras hablamos y su voz me llegaba apagada, ronca, como si hubiera llorado.

-Me pregunto qué puede significar un sueño, en realidad.

-Yo qué se. A veces los sueños parecen anunciar cosas. Cosas que pueden suceder o no. A veces, son descargas del inconsciente seguramente abrumado por nuestra sombra. Dicen. La verdad, no creo que se sepa mucho de los sueños. En todo caso preguntate qué significan para ti, Lilián. Es por lo que soñaste con Bernardo?

-Si.

-Lilián, vos tenés algo mucho más concreto que ese sueño. Tenés una carta. Una carta de Bernardo.

-No sé qué hacer con esa carta. Y me asusta lo que siento.

-Descubrir algo… en el borde del abismo. Algo que pudo ser... esencial.

-No sé cuán esencial. Está todo... como envuelto en niebla...

-Bernardo todavía no es un fantasma.

-Pero no puedo llegar a él.

-Podrías. Yo me tomaría el primer avión a Nueva York.

-No me atrevo.

-Entonces... no te merecés todo ese amor.

-El...está muriendo.

-Qué barbaridad. No se ha muerto todavía.

-A veces... miro a Marcelo y me parece que veo a Bernardo....

Angélica levantó la cabeza y bruscamente se incorporó. Me miró casi con odio.

-Lilián, no sabés, no te imaginás lo que estás diciendo. Es... una enormidad - y la voz se le quebró -Cómo pudo amarte a vos? Cómo pudo? Mi hermana quizá podría tenerte... compasión... si todavía viviera... o quizá desde algún infierno... pero yo...

-Angélica... tú no me querés nada, verdad?

-Te quiero, claro. Aunque me hagas rabiar.

-Pero te vas.

-Si. No te aguanto.

-Entonces...

-Entonces nada, Lilián. Me enervás. Querría sacudirte... Pero una paliza no serviría de nada. Así que me voy a Montevideo y chau! Y. no te creas: tampoco me soporto mucho a mí misma. Corro de un lado a otro a ver si me puedo sacar de encima como un saco viejo... y no puedo. No hay lugar donde escapar de la propia memoria, de los propios pensamientos. Salvo... algo que se ha vuelto inaccesible para mí.

-Qué, Angélica? - dije, sintiendo una repentina ternura.

-El silencio. No pude encontrarlo en el convento... menos ahora.

-Quedate. No te voy a molestar.

-No.

-Marcelo te molesta?

-Ese? No.

Entonces llamó Alejandro desde el Este. Por alguna razón quería venir. "Un par de días. La península está muy complicada", me dijo.

-No hay lugar, Alejandro. La casa está llena.

-La casa que es mi casa.

-Y la mía.

-No querés verme.

-Claro que no.

Alejandro cortó sin insistir y, de pronto, me largué a llorar. Apoyé la frente en la pared más próxima y lloré y lloré con una desolación desconocida. La sombra de Bernardo pareció desplegarse sobre mí y envolverme. Y cayó la noche sobre mí.

Angélica, desde la escalera, anunció que se quedaba. Bajó corriendo y me tomó en los brazos.

-Así está bien, Lilián. Así. Este llanto es bueno para vos.

Y esa noche, con la luna en avanzado menguante pastoreando unas nubes chicas y redondas que prometían agua, quizá, estando sentada en la cama intentando tragar una pastilla para dormir, la puerta se abrió y entró Marcelo, descalzo, con el torso desnudo.

-Echame. A que no me echás - dijo, entre dientes.

-Por favor, Marcelo. Estoy tratando de dormir.

-Justo lo que no te conviene hacer. Qué bueno que me hubieras dicho que estás tratando de vivir.

-Esto no es broma.

-Echame, entonces.

-Por favor...

-Sos débil, Lilián. No querés que me quede pero no sos capaz de salir de ahí y correrme. No querés que me quede... pero ni siquiera me preguntás a qué vine.

-Está bien. A qué viniste? De cualquier manera me estás invadiendo... Estoy muy vulnerable. No te abuses.

-Si me acostara a tu lado... tendrías la fuerza de echarme? No creo. Sos débil, Lilián. Te casaste porque te dijeron, tuviste a Lucio porque te dijeron....

-Por favor...

-Dejate de rogar! Sacame de aquí, empujame, demostrame que tenés sangre, mujer!

-Bajá la voz!

-Dijiste que nunca habías tenido un amante... sabés por qué? Porque no te dieron permiso y... porque a ninguno se le ocurrió meterse en tu cama.

Fue como un choque eléctrico. Salté de la cama y le di una bofetada.

-Te vas de esta casa ahora mismo!

-No soy tu invitado?

-De Lucio. No mío. Y en mala hora te trajo.

Me di vuelta y encendí la luz. Una luz suave, verde, de pecera, dio de lleno en la cara burlona de Marcelo.

-Vas a salir enseguida de aquí. Estoy harta de tantas ironías. No soy una imbécil como pensás, sabés?

En ese momento golpearon la puerta.

-Puedo entrar, Lilián?

-Dejala entrar. Angélica no se asusta de nada.

-Lilián! -insistió Angélica.

-Puede abrir en cualquier momento -dijo Marcelo tomándome de la cintura.

Reaccioné y lo arrastré dentro del placard, corriendo la puerta-espejo sobre su risa ahogada. En ese momento Angélica asomó la cabeza.

-Te molesto?

-Iba a acostarme -me puse la mano sobre el corazón.

-Estás agitada, Lilián... Necesitás algo?

-No, no. Y tú, qué querías?

-Conversar un poco. No puedo dormir.

-Está bien. Quedate. Te importa si apago la luz?

-Al contrario. La luz de la luna me encanta. Aunque sea tan tenue.

-De qué querés hablar?

-De Bernardo. El... te ama. Pero soy yo quien lo ama a él. Tú te cruzaste en sueños con él. En sueños hiciste el amor con él. Con su sombra, en realidad. Pero yo sí me acosté con él. Yo conocí toda su piel. Me dormí junto a él y junto a él me desperté. Unas cuantas veces. Y fue muy duro para mí alejarme de él.

-Lo siento...

-No tenés nada que sentir. Si pudiera sacártelo... te lo sacaría. Y no me importaría que sufrieras. Pero no es posible. Yo sé mejor que nadie lo que ha sentido por ti todos estos años. Aunque para ti no es más que una noticia reciente.

-Yo... siempre lo... aprecié mucho. Me gustaba. Pero como un hermano. Eso creo. Después de todo... Bernardo es mi cuñado.

-En realidad... vine a pedirte que le escribas algo, Lilián. Ahora mismo. Hay que ganarle al tiempo... por las dudas.

-Qué podría decirle? No sé bien lo que siento. Y no creo que sirva escribir sobre esta confusión. Querrías escribirle tú por mí?

-No. Jamás. Te dejo. Dormite.

Apenas salió Angélica, descorrí la puerta del placard. Marcelo me miró sonriente.

-Salí de aquí. Por la ventana, mejor.

-Vos te creés que estamos metidos en una película de aventuras? Ni que fuera la primera vez que entro en tu cuarto.

-No de esta manera. Salí por donde quieras pero salí de una buena vez.

Recostado contra el espejo, Marcelo no se movió.

-Son interesantes las conversaciones entre mujeres. Quién es Bernardo?

-Mi cuñado.

-Eso lo oí. Quién es para ti?

-No lo sé. Es... tarde para saber. Y, en todo caso, no es cosa tuya. Te vas o no?

No me dejó seguir. Me levantó y me llevó hasta la cama. Me acostó y me subió la manta hasta la nariz. Sin darme posibilidad de protestar.

-No quiero que te resfríes, Lilita. Te prendo la estufa, también?

-Lo único que quiero es que te vayas.

-Ah, sí? Querés que me vaya? De verdad... o es que te sentís muy vieja para mí?

Entonces, otra vez me puse a llorar. Recuerdo que me senté en la cama y las lágrimas me corrían por la cara, el cuello, los brazos, hasta que formaron un diminuto lago en la palma de mi mano. Y la luna se arregló para rozar, para mirarse en ese charco... y Marcelo se inclinó y se bebió mis lágrimas.

-Lilita -murmuró - estás aprendiendo a llorar. Con esto debiera conformarme.

Pero no fue suficiente. Con la celeridad y la fuerza de un tigre me encerró en sus brazos. Fue un abrazo sofocante y largo en el que me debatí inútilmente. Un abrazo poderoso, casi mortal. Un abrazo interminable en el que nada faltó. Porque Marcelo, como un brujo, repitió, punto por punto, la lección de amor de Bernardo.


Los dos meses que siguieron se confunden con ese abrazo en mi memoria. Dos meses en los que Marcelo durmió en la cama de Alejandro cuando no dormía en la mía. Si Angélica o Antonia adivinaron algo, no lo se. Creo que no. Angélica, encerrada en su melancolía, apenas se ocupaba de nosotros. En algún momento voló una tímida, insulsa carta hacia Nueva York. Y, en algún otro, vía Alejandro, de corbata negra... llegó el anuncio de la muerte de Bernardo.

Fue un otoño compacto, dorado, tibio. Los Perdomo se volvieron a Montevideo. Casi todos los vecinos se fueron. Alejandro mandaba dinero. Lucio no aparecía. Y yo, prisionera de aquellos abrazos encantados, encontraba todo igual, todo bien. Hasta que una noche, mientras Angélica miraba televisión, sonó el teléfono y atendí.

-Mamalina - la voz de Lucio venía de muy lejos.

-Lucio! Dónde estás?

-Estoy bien. Marcelo está ahí todavía?

-Cómo?

-Marcelo no se fue?

-No entiendo. Por qué no venís?

-Y papá? Está bien?

-Supongo que si. Aunque... murió tu tío Bernardo. Cuando volvés, Lucio? Estás en Montevideo?

Un sonido quedo y la comunicación se cortó.

Dos días después, Angélica dijo que se iba.

-No aguanto más, Lilián. Me voy a Montevideo. Esto es el limbo. Pasan cosas… en Montevideo, en el mundo. En cualquier parte menos aquí.

Entonces Marcelo trajo la guitarra de Lucio y cantó su balada. Para Angélica, dijo, como despedida. Pero Angélica no mostró la menor emoción. Resistió el hechizo escuchando abstraída, con la cabeza baja y, cuando Marcelo dejó de cantar, sonrió apenas.

-No está mal. Gracias.

Después se levantó, se acercó a mí, y me tomó del brazo.

-Tengo que... mostrarte algo, Lilián.

-Molesto? - preguntó Marcelo.

-No. Salvo que me gustaría verte hacer algo, trabajar o seguir estudiando, al menos.

-Y eso? Nada de eso te incumbe.

-Mañana me voy, Marcelo. Te lo tenía que decir.

Marcelo se esfumó y nosotras salimos al jardín, tomadas del brazo.

-De qué vive ese parásito? Tú lo sabés, Lilián?

-Y yo qué se. Es amigo de Lucio. Lucio lo trajo.

-Ah... es amigo de Lucio… y eso te basta, no?

-Era esto lo que me querías decir?

-No. Claro que no.

Sacó una pulsera del bolsillo y me la alargó.

-La conocés?

-No. De quién es?

-De Gloria.

-Es la que perdió en la playa?

-Si.

-Y cómo la tuviste tanto tiempo? Por qué no se la diste? Estuvo buscándola una mañana entera con Marcelo...

-Una tentación - me contestó Angélica con una risita.

-Qué mala. No te entiendo.

-Aaah... es que cuando perdió esta pulsera en la playa, la noche del baile, no estaba sola...

-Me imagino. Y qué?

-Pero no te imaginás con quién estaba. Querés saber?

-No. No es asunto mío.

-De verdad?

-De verdad, intrigante - dije, sintiendo miedo de repente.

Al otro día, muy temprano, Angélica se tomó el primer ómnibus para Montevideo. Y dos días después, mientras desayunaba, Marcelo me dijo que iba hasta la playa.

-Venís?

-Hace frío. Después -dije.

-Pues a mí el frío me provoca.

Y salió con una remera de algodón encima del traje de baño, y una campera liviana sobre los hombros.

Como tardaba, salí a buscarlo. En la playa no había nadie. Viento. Velos de arena, espuma encabritada. Nada más.

Volví a la casa, a esperar. Pero no apareció y no lo he vuelto a ver.


"El invierno está ahí no más. Sin embargo, no voy a volver. Qué tiene Montevideo para mí? Lo mismo que aquí. Desaparecidos. Fantasmas".



Una vez más ha terminado la ronda de pensamientos. Lilián estará dopada nuevamente y su mente calla. Por lo menos en los niveles en que puedo escuchar. Qué alivio. La misma historia. Los mismos pensamientos. Todo grabado a fuego en su memoria. Esto de poder escuchar pensamientos errantes y ajenos... más que un don se parece a un castigo. Habré pedido suficiente perdón? O sigo en deuda? Sé que el arrepentimiento no es suficiente si no hay alguna forma de reparación.

Cada tanto mi hermana saca la cabeza del purgatorio y me hostiga. Y el fantasma de Bernardo me sigue. De lejos casi siempre. Y casi siempre pienso que me protege... aunque a veces tengo dudas. Quizá sigue amando a Lilián dondequiera que esté. Quizá me está reclamando algo.

Pero ahora, hay cosas más urgentes que un ajuste de viejas cuentas entre amigas. Hasta mi habitual premura por terminar y entregar mi escritura me abandona. La verdad es que no puedo entregar nada porque no puedo salir del Barrio Sur. Calles que podrían hablar, atestiguar. Pero aún en este caos las piedras siguen mudas. Aunque en este tiempo ya puede pasar cualquier cosa. Cuando Lucio desapareció no me di cuenta enseguida. Pero, ya entonces, hubo ligeras distorsiones. Las horas se crispaban; a veces corrían, otras veces se demoraban. Algunas ligeras señales en el cielo fueron los primeros indicios. Pero, la verdad, aunque quisiera darle la cara, a menos que Lilián venga a mí, en el caso de que pueda traspasar las barreras invisibles... yo no podría ir hacia ella. No puedo ir más allá del parque y de la pequeña playa. Y no puedo salir del barrio Sur. La rambla, el mar gris o marrón, los gritos de las gaviotas, las casas viejas, los boliches, las llamadas y las gentes, sobre todo las gentes... ay, sin ellos me muero... y con ellos voy muriendo, también. Voy de casa en casa, noche a noche, calle por calle, Isla de flores, Carlos Gardel, San Salvador, Gonzalo Ramírez... como prendida por gualicho, y no salgo, no me dejan salir, aunque no encuentro lo que perdí en la tremenda, histórica tormenta, y mientras sigo buscando, pienso que lo que busco ya no está, se perdió, se fugó del Barrio Sur. Cada madrugada se repite el ritual de la desesperanza: la luna se esfuma por cualquier calle, esa por la que camino, se llame como se llame, y me cierran el paso, envolviéndome, una mamá vieja gigantezca, una inmensa vedette tomando el lugar de la luna y cien negros sacudiendo lonjas de fuego, de fuego de verdad, cien tamboriles llameantes echándome chispas y metiéndome humo por los ojos… y el escobero y la dama joven en tamaño natural se escurren entre las llamas riendo, haciendo muecas, mientras entre todos tratan de hacerme una hoguera, una hoguera blanca, capaz de devorar hasta mis propias cenizas. Y tengo miedo. Cada noche tengo miedo. Y después, cada mañana, abriendo los ojos en mi cama y recordando espantada, me pregunto por qué no me quemaron de una vez, por qué no me libran de buscar eso que si no está... estuvo en este infernal Barrio Sur... y que se fue, o se perdió para siempre y para mí. Eso que necesito buscar sólo aquí, eso que fuera de aquí no lo quiero, eso que me tapan y distraen los infernales fantasmas nocturnos y que me disimulan las indiferentes presencias diurnas. Y en las poquísimas noches de respiro... cuando mi buen amigo, el que encaneció en una sola noche, logra alcanzarme y se pasea conmigo entre las sombras que se lamentan a nuestro paso... o Bernardo o mi hermana, brotando de la infinita frontera que disimula los tenebrosos umbrales... me siguen, me inquietan como reclamando algo. Si. Así es.


Pobre Angélica, a medida que envejece, reconoce menos la línea que separa su vigilia de sus sueños. Cuando sueña cree estar despierta, cuando está despierta y aún insomne, cree dormir y soñar, de manera que es presa fácil de toda clase de espectros, diurnos y nocturnos. A veces tropieza con el viejo profesor que en la radio advertía de los peligros de la yerba mate mientras ella aguantaba la risa viendo a través del vidrio una rueda de sonidistas tomando mate, levantando los mates y haciendo brillar las bombillas como espadas. El viejo... resultó que tomaba mate a escondidas de sí mismo y murió pronto. Nadie sabrá jamás si por el peligroso, traicionero mate... o porque la gente se muere a su hora. Como aquel viejo millonario que permitió una cirugía sofisticada, por las dudas de tener un problema renal, estando completamente sano, y murió por un error del anestesista. Ambos viejos caminan junto a Angélica y dan muestras de querer decirle algo importante, quizá una advertencia... pero, extrañamente, para ellos Angélica permanece sorda. Son todavía aprendices de ángeles, piensa. De cualquier modo... sí está completamente abierta y lúcida para lo que realmente pasa. Ya no tiene sentido correr y sí observar, reflexionar y, mejor aún vaciar la cabeza. Tiraría los libros si no fueran su último cordón umbilical con la actualidad. Que realidad y actualidad no son lo mismo... y alguna cosa ha de darle de comer, todavía. Cuando se siente muy desdichada, o muy cobarde, piensa en aquel hombre pequeñito, el francés cuyo esqueleto no pudo crecer, pero que con maravillosas manos y un alma enorme acompañó tantas noches solitarias sin saberlo con su música, con su piano, develando los misterios del jazz. Michel Petruciani. Michel a secas para ella. Tan amigo, tan próximo como Bill Evans. Cuánto hacía que sus verdaderos amigos eran hombres que jamás vería salvo en videos de concierto. O como aparecidos. "Qué misterioso es todo, solía decirse una y otra vez. Cientos de veces había apurado a Dios para que la sacara de esta vida, de este plano, no por querer morir sino por querer vivir en otro lado pero después se asustaba de sus propios ruegos porque no tenía idea de cómo sería el otro lado, en caso de existir. Quizá fuera mejor. Quizá peor y entonces recordaba palabras de Michel: "entonces desearía volver a la tierra".Y, en caso de que el deseo fuera escuchado... todo volvería a empezar...

Y, si; cada tanto, todo vuelve a empezar. Dos mujeres vuelven a caminar hacia el casino, enfrente a la playa. Se conocen desde la infancia... porque el destino las ha hecho hermanas. Un vínculo a veces miserable. Una le ha propuesto a la otra celebrar el nuevo encuentro, bebiendo y desafiando al azar. Los enigmas de las nubes nocturnas, portadoras del hielo que caerá sobre la ciudad, se reflejan en ambas caras, cargadas como dínamos. Brota humo de una de las torres y miríadas de escamas de hollín se dispersan. Nieve negra sobre la ciudad. Las mujeres caminan ahora envueltas en tules insospechados. Una se detiene, respirando hondo.

-No sigo - dice - qué olor es éste?

- No sé. Pero yo sigo. Vamos - responde la otra.

- No.

- Pero si casi hemos llegado...

La puerta las llama con sus luces.

- Vámonos de aquí. Volvamos al centro.

Angélica no ha dado un paso más. Violeta no mira el humo ni respira hondo. Sólo percibe la puerta iluminada. Ignora la cara tiznada de su hermana. Sólo le importan los lagos de luz que pisan al aproximarse a la entrada del casino.

- Ni loca me vuelvo. Este es el mejor lugar - ríe, oprimiendo el codo de Angélica.

A un paso del río como mar, envuelto en los golpes del agua que llega y llega, en las topetadas insistentes de los carneros oscuros, el casino espera. Los cuernos estallan en gotas todavía blancas, muy cerca. Violeta, urgida por su pasión, afiebrada ya antes de entrar, tragaría indiferente rebaños enteros de nubes contaminadas. La fuerte luz que deja desamparada a Angélica, no logra iluminar a Violeta. Como hija de las sombras, permanece opaca, diluyéndose en la noche. Y se arroja al interior del casino, entrando como un fantasma victorioso. Antes de entrar, Angélica se vuelve. Una llamarada fugaz entre los árboles le devuelve confianza. El hombre de Sirio no la ha dejado librada a su suerte. De manera que, más tranquila, sigue a la oscura alucinada que le dice por sobre el hombro:

- Nos vamos a divertir. No solamente el juego apasiona. Aquí puede estar, perdido entre las mesas, aburrido y vulnerable, el millonario soñado - y suelta una carcajada.

- Yo no sueño con millonarios.

- Claro. Pero, de cualquier manera, Bernardo jamás será tuyo. Por qué no divertirte un poco?

Contemplando el irónico espectro en que se ha convertido su hermana, la que en vida fuera maldiciente y renegada y, al mismo tiempo, extrañamente compasiva por momentos, Angélica recuerda asombrada el lejano tiempo de sus juegos. El tiempo en que volaban sobre los leones de piedra que flanqueaban la entrada de la vieja casa del Prado.

-Por qué esta insistencia en volver?

-Elegí entregarme al juego por toda la eternidad. Pero, en realidad no juego, hermana. Sólo sueño que juego. Pero nadie estorbará mi sueño porque ya no habrá despertar para mí. Sólo cuando El me llame y me haga levantar. Pero como nadie sabe cuando sucederá...

-Y por qué me arrastras contigo? Yo soy aún de otra realidad...

-Porque como te quiero y te odio... no puedo librarme de ti. Me encanta perturbarte, Angélica.

Pero Angélica se perdió de golpe en los recuerdos. Cuando recordaba, su hermana perdía el poder sobre ella. En ese momento, Violeta era apenas una columna de humo flotando sobre la ruleta. Y Angélica volvió a remontarse sobre su amado león de piedra. A él le gustaba que ella lo llamara Alfredo. Y cuando lo nombraba, bien quedo, contra su oreja izquierda, le brotaba un suave y reluciente pelo dorado. "Así lo tengo porque en Montevideo no me comen los insectos como cuando vivía en Africa", contaba a su amiga humana. Y fue con la cabeza hundida en la melena de Alfredo, en pleno vuelo, que descubrió la maledicencia. La amargura rezumante de la hermana celosa que, cabalgando brutalmente al otro león, persiguiendo a Alfredo, le gritaba a Angélica:

-Papá tiene una amante, papá tiene una amante y mamá no lo sabe!

Y lo que ahora podría escuchar con una sonrisa y encogiendo los hombros, entonces, como niña, aún sin comprender demasiado, le rompió el corazón.

-Eso haría sufrir a mamá?

-A mamá y a todos. Menos a mí. Cuando él se vaya voy a ser feliz. La única feliz!

Angélica dejo ir el recuerdo y devolvió su atención al salón del casino, atestado. Lleno de humo de cigarrillos y de vapores misteriosos rezumando azufre. Y pensaba, dejándose ir, tras el fantasma de Violeta... "lo que hacen los celos y la envidia cuando el alma no ha tomado el poder... porque Violeta ha sido capaz de amar mucho y también supo ser compasiva porque no conoció otra cosa que los extremos. Mamá fue injusta con ella. Mamá... que también fue tan extremista que, pretendiendo amarme por encima de todo... no pudo perdonarme".

En el tiempo en que jugaban con los leones de piedra, los mayores no estaban preocupados todavía. Los días caían como hojas, unos sobre otros, la corrupción no se veía bajo el oro ni se olía. Y todos, hombres y mujeres, flotaban, plácidos como los globos que Angélica y Violeta soltaban en los patios de la casona del Prado, o en el Jardín Botánico. Así andaban de perdidos. Y, más encantados que la mayoría, vivían los habitantes de las vetustas mansiones del Prado, confundiendo las épocas, sumergidos en inútiles anacronismos para eludir una mirada inquietante, crítica al presente. Porque, qué podría o debería ser el futuro para ellos? No más que la prevista sucesión de invenciones encadenándose para aumentar el bienestar y el placer a cualquier costo.

-Angélica es tan bella como misteriosa. Le espera la dicha completa, resplandeciente junto al mejor hombre de nuestra clase - solía pensar y decir la más alucinada de todos, la más presa de los goces permitidos e inútiles, la inflexible madre de Angélica. Soñaba a su hija, como en los cuentos que la habían entontecido, entrando en espacios deslumbrantes, victoriosa y dejando sin habla a todos, atrapando a algún príncipe del Río de la Plata. Aquellas fiestas mágicas bullían en su cabeza en tiempos en que su Angélica sólo pensaba en aprender a bailar algún minué en la escuela. Aislada por todas aquellas vaporosas ilusiones, estaba, sin embargo, más separada que nunca de su hija real. En cuanto a su hija menor... apenas la registraba. Hiciera lo que hiciera Violeta por llamar su atención era absolutamente inútil. Ello hacía que en las historias de familia Violeta apenas apareciera. Y aún para Angélica perdía consistencia periódicamente. Hasta que, cuando murió repentinamente y demasiado joven, sorprendió a todos con una obra incompleta pero maravillosa. La opaca, quejumbrosa y por momentos maldiciente y, sobre todo, contradictoria Violeta, se había hecho cargo de varios niños marginales como madrina voluntaria completamente en secreto. Y tan en secreto que, cuando se descubrió todo, se llegó a pensar que aquel oscuro humor no era más que una máscara para hacer más secreta su compasión.

-Sin embargo, esté donde esté, siempre tratará de mortificarme - se dijo una vez más Angélica contemplando la tardía pasión de su hermana por el juego. Pasión que la convertía en una nube roja flotando, cambiando de forma sobre las mesas del casino. Pero aquella no era una noche cualquiera, sino una noche de expiación para muchos. El caos sobrevenía.

-Y Violeta se esfumará cuando empiece lo peor... pero yo tendré que quedarme aquí.

Ah, si aún pudiera sentarse, como solía, abriendo su falda sobre los escalones de aquella entrada señorial, aguardando el llamado de su amado león de piedra, para volar o para soñar que volaba que era lo mismo, después de todo...! Pero, no.

De pronto se sintió abandonada, completamente sola entre la multitud, porque Violeta había desaparecido.

Repentinamente, un pensamiento intruso, inesperado. A Violeta le gustaban los niños, los tontos, los lentos, al parecer... por qué, a pesar de la diferencia de edad, no se hizo cargo de Lilián? En realidad, siempre la ignoró; y Lilián apenas tenía noticia de su existencia. "Justo a mí me tocó ser su amiga...".

Paro el coche frente al Rambla Hotel. Hace veinte años... Qué horrible me pasaron cosas hace veinte años y todavía espero más. Veníamos a bailar aquí... recuerdo la música que ahora me parece espantosa... y las ventanas iluminadas y toda aquella ilusión de estarme divirtiendo.

Ahora todo está oscuro y las ventanas rotas. Encontraré todavía alguna islita? Una de esas islitas, huequitos en el tiempo que... Me miro en el espejo del auto. El espejo me contesta lastimándome. Me estoy abandonando. Ya sé que no soy mi cuerpo. Como todos, vine de alguna parte que no recuerdo y me sumergí en esta carne. Esta carne sufre y seguramente contradice a cierto resplandor oculto. El espejo, lo mismo que los otros, no refleja el resplandor. Para él no hay más que este rostro cansado. Muy cansado. Y descuidado. Aunque algunos todavía me sorprendan encontrándolo bello. Pero es que voy con prisa. Corro por mi vida. Si tuviera el poder de hacerme invisible, atravesar muros, caminar sobre el agua, volar... flotar y alcanzar al que amo, esté donde esté... si mi carne vuelta transparente y mi pelo vuelto oro puro olieran como el mar, o tierra mojada, o hierba recién cortada... Pero no. Aunque todo eso fuera posible, no me engaño. No es un cuerpo nuevo lo que quiero. Es un alma nueva. Un alma reparada, renacida. Un alma que me hable más claro, que se deje alcanzar. Un alma que deje de gritar en el cuerpo.

Ahí viene. Estaciona el auto delante del mío. Se acerca caminando despacio, prendiendo un cigarrillo. Por siempre Benson.

Todavía es atractivo. Le lucen los cuarenta y pico. Lástima el vientre prominente que intenta disimular con el blazer suelto. Mucha buena vida. Sube al coche. Le hago lugar.

-Te hice esperar mucho? -me dice. Tiene una buena voz que ahora suena ronca.

-No demasiado. Estás bien?

-Si. Supongo que si - se encoge de hombros - Me mantengo lejos de los médicos.

Nos miramos como enamorados. El coleccionará mujeres mientras pueda, como yo hombres. Pero no nos parecemos demasiado. A él le importa más el número que la calidad de sus trofeos. A mí ya ni el número ni la calidad. Sigo por inercia. O por desesperanza. Y alterno con escapadas a los monasterios.

-Trajiste lo prometido? - dice.

-Si.

-Dame.

-Ah, no. Por qué tan pronto? Tenés mucha prisa? Te corren?

-Bueno... no. Aunque siempre hay una jauría detrás de mí.

-Visible?

-Peor. Completamente invisible.

Lo miro. Con él la aventura no fue premeditada. Para mí estaba descartado. Así que el avance fue una sorpresa. Casi linda. Pero no todos dan el mismo uso a una aventura. Algunos recuerdan, los más olvidan. Otros... las capitalizan. Como este hombre todavía elegante, de rostro amable. Quién pensaría que es un canalla? Paciencia. Aún no le he dado nada. Todavía puedo renunciar. Pero no voy a renunciar, lo tengo claro. Por qué no ganar algo, después de todo? Por que no quedarme con algo entre las uñas, al menos? Dios, si pudiera quedarme sola, sin nada. Si me atreviera. Lo sigo mirando y él me devuelve la mirada con el mismo, imperceptibles fulgor de burla de aquella madrugada. Los dos habíamos tomado de más. Sin embargo, insistió en llevarme a casa.

-No podés manejar así. No quiero ir contigo. - le dije.

-No seas boba.

-Dejá que te lleve - dijo Lilián bostezando - Maneja bien. Y cuando se emborracha maneja mejor. Yo me voy a dormir.

La reunión había sido un plomo. Pero hubo un desenlace inesperado que, en aquella madrugada, hasta me pareció divertido. Yo estaba cansada además de mareada pero, en la cama, con infinita habilidad él supo reanimarme y reanimarse. En algún momento mis ojos se abrieron con esa lucidez incandescente que puede dar miedo. Me di cuenta de lo que estaba haciendo. Nadie podía oírnos pero nos hablábamos en voz muy baja... hasta que Alejandro ahogó una carcajada bajo la manta, pellizcándome el brazo.

-Qué diría Lilita si nos viera así? Si te viera... la amiguita monja! - parecía verter con gusto el veneno en mis oídos.

-Y si te viera a ti? Después de todo soy libre.

-Yo no cuento, Angélica. Ya sabe que puede esperar cualquier cosa de mí.

-Supongo que de mí también.

-Tal vez no tanto.

Mis ojos se abrieron todavía más en esa lucidez de nieve. Qué tristeza. Allí, en esa claridad sin secretos, se me apareció Lucio, Lucio chiquito, Lucio bebé. Por qué él? Y por qué, luego, la cara de mamá, impenetrable?

Mamá. Cuánto sabe, en realidad, de mí? Nunca sabré. En cuanto a Lucio... sentí que lo estaba traicionando más a él que a su madre. Su insulsa y bella madre.

-No pensás en divorciarte, Alejandro?

-Claro que si. Pero Lilián no me daría el divorcio. Por orgullo, supongo. Además, para qué?

-Hay muchos bienes de por medio, no?

-Bueno. Eso cuenta, también.

-Y Julia? No querrías casarte con Julia?

-Con Julia ya estamos casi casados.

-La querés?

Con vergüenza reconoció que si.

-Pero la separación de bienes castigaría tu alma, no es cierto? Amar, para un hombre como tú, es como caer en una trampa. Las relaciones, los vínculos sólidos importan todavía.

-Un divorcio me traería cambios... molestos. Si. Lo reconozco. Ojalá tuviera tu imaginación, Angélica.

-Y qué harías con "mi" imaginación?

-Buscarle un amante a Lilián.

-A Lilián? Dejame que me ría.

-Un amante... o sea una preciosa, redonda, abultada, rotunda culpa. Un adulterio histórico.

-Qué gracioso. Dejame contemplarte. El marido engañado, el cornudo...!

-Pero la despojaría de todo.

-No sueñes. No es tan fácil. Su padre es el accionista más fuerte de tu empresa, querido. Además… no imagino a Lilián con un amante. Ella sí que no tiene imaginación. No se le ocurriría pecar.

-Pero la podríamos tentar....

-Y tú, después, despojado de honor, te harías más fuerte en la empresa....

-No sería divertido intentarlo?

-Qué?

-Tentarla.

-Por qué no? Podríamos presentarle a alguien... Alguien más joven. De la edad de Lucio.

Tengo que reconocer que la idea fue casi mía. Ahí, bajo las sábanas, comenzó todo.

Lo miro, ahora, aquí, en el auto, y todavía escucho su risa de aquella noche…

-Lo trajiste, si o no, Angélica? - me dice, la voz más ronca todavía.

-Si, Alejandro. Lo traje. Traje un sobre.

Todavía puedo arrepentirme. Lucio sigue ahí, mirándome. Y a su lado, van apareciendo los chicos de Violeta, los ahijados secretos, el que ahora se gana la vida haciendo cometas y remontándolas para niños más chicos que él, la nena que no había visto el mar, la niña quemada con su cara nueva, el poeta precoz, el zapaterito, el que quiso ser carpintero como Jesús, el que se había perdido en la ciudad desconocida detrás de su perro... todos ésos sin nombre y sin familia que Violeta amó a escondidas, quizá con la violencia que acostumbraba, misteriosa y ofendida Violeta.

-Vamos, nena. No te hagas la viva. No me hagas esperar.

-Los chinos dicen que "el apuro provoca pérdida". Cuidado, Alejandro.

-Cuidado vos, Angélica.

-Ah... todos aquellos susurros quemando entre las sábanas....

-No me vas a hacer creer que sentís alguna nostalgia…

-Las palabras... siempre mentirosas...

-La carne no mentía mucho. Pero...

-Ya sé. Tampoco se le puede pedir más.

-Basta de juegos. Dame ese sobre y terminemos de una vez.

-De una vez, no. Trajiste lo mío?

-Seguro. Lo prometido es deuda, no?

-Bueno... en alguna parte de este coche está. Qué humillante para vos… si trascendiera...

-Estás pensando alguna cosa rara?

-No.

-Porque mirá que...

-No, te digo.

-Lo que tenga que... trascender... será entre mis suegros y mi abogado. Y Lilián, claro. Ah... el muchacho ése... tendrá buena memoria?

-Depende de ti. Tú sabrás lo que acordaste con él.

-Pero tú... lo conocés bastante mejor que yo... no es cierto?

-Tal vez. Te olvidás de alguien.

-De quién?

-De Lucio. Lucio... podría... sufrir. De paso, sabés donde está?

-Ni idea. Ese ya está fuera de mi control. Fugado con alguna mina, seguro.

-Lucio no se parece a vos. A Bernardo. A Bernardo, si. Por suerte para él.

No responde y miro su corbata negra.

-Dame el sobre. Estoy apurado - dice Alejandro al fin, apagando el cigarrillo.

-Pagame antes.

-Lo tuyo ya está en uno de tus bolsillos -ríe - Estamos muy bien. Sobre todo tú.

Meto la mano en el bolsillo y tanteo unas formas rectangulares, flexibles. Tres copias y un negativo, cuento mentalmente.

-Qué mano liviana tenés. Espero que no me hagas trampa.

-Miralas.

-No. Aquí no.

No me decido a sacar el sobre escondido debajo de mi asiento. Todavía puedo decirle que se mande mudar, devolverle mi parte, deshacer el compromiso, correr los riesgos presumibles, sufrir las consecuencias de su despecho, y respetarme, por añadidura. Las manos me tiemblan. Si sigo adelante me arrepentiré y nunca más podré mentirme sobre mí misma.

-Tenés escrúpulos, Angélica? Ya no sos la mujer libre, por encima del bien y el mal?

Libre. Y sujeta por un secreto a este hombre vil. Qué risa.

Ahora... el único gesto que soy capaz de hacer añadirá otro duro anillo a la sucia cadena.

Todavía me asombra cómo el devenir nos devuelve burlonamente esas palabras que hemos pronunciado con soberbia certeza. Como la palabra "libre", o como la expresión "por encima del bien y del mal". Las mismas y quizá las primeras que le dije a Máximo, con una de mis sonrisas radiantes. Recuerdo el extraño viaje, la impresión de irme deslizando a través de un espejo tras él. Es posible que hubiera alguna droga en mi copa. Lo que hizo trizas mis seguridades. No siempre estamos donde creemos estar. Y... "el otro necesario"... no es más que otra peligrosa ilusión. Aquella noche yo estaba de cacería pero él era mejor cazador que yo. Me ciñó con fuerza en su red invisible con la fascinante historia de ser el reencarnado de Francisco del Puerto. Cierto o no -y por qué no?- me dejó maravillada, eufórica, sintiéndome más joven. "Se vuelve, se vuelve, la muerte no existe" recuerdo que pensé completamente alterada y no dueña de mí como creía.

-Qué estás esperando, Angélica? -insiste Alejandro.

Me duelen los pies. A veces, tengo la impresión de que los arrastro como una mujer vieja.

-Dejate los tobillos y apurate, Angélica.

Los pies, las piernas me duelen. El camino recto se estremece debajo. Me salí muchas veces pero nunca como ahora. Pero, en verdad, podría tomar, correr por un camino derecho? Lo cierto es que estoy deseando hacer esto. Al menos una buena parte de mí.

Alejandro ahueca el sobre y se forma una laguna de luz sobre la cabeza de Lilián. Ahí está. La versión flexible, brillante de un abrazo prolongado en la semioscuridad, saboteando al tiempo.

Lo miro alejándose, el paso firme y seguro, con el sobre bajo el brazo. Sube al auto, enciende el motor y se va sacudiendo una mano en mi dirección.

No sé por qué siento que he disparado una flecha hacia un blanco desconocido. Dónde está mi destreza si he disparado con los ojos cerrados? Quizá no soy más que la cola de la flecha que otro ha disparado. En fin. De ahora en más esquivaré a Alejandro todo lo que pueda. Quisiera no verlo más. Pero me deja preguntas. Por que se apareció en el baile de disfraz? Por qué enredó a esa pobre sedienta? Por qué arrastró a Gloria a la playa aquella madrugada? Será que siempre tiene que jugar con alguien? Pero la amenaza de su inesperada presencia... tal vez era para mí. Acechando como amo desconfiado. Salgo malparada de todo esto... pero, la cuchillada profunda no ha sido para mí sino para mi fiel enemiga. El remate, el tiro de gracia para la zorra dormida. Lilián.

Ahora Máximo.

Máximo no está. El timbre suena, suena y la puerta no se abre. Finalmente, Angélica saca la llave y entra. Le gusta la oscuridad movediza de ese apartamento casi vacío. La ciudad respira alrededor y... quizá es hacer trampa buscarse libre precisamente allí. El ritmo del pulso y el de la respiración van disminuyendo cuando se deja caer en la cama turca. Apoya la mejilla en la piel de vicuña que siempre le huele mal al principio, hasta que se acostumbra y abandona la visión bajo los párpados. Luego todo es como un abrazo. En la niebla espesa que parece envolver la cama aparece el fantasma risueño de Máximo. Del primer Máximo. Un Máximo casi inocente guiándola a través de espejos y contando historias o fábulas, quién sabe, como la de Francisco del Puerto.

-No tengas miedo, Angélica. La gente como vos y yo estamos por encima del bien y del mal.

El silencio devoró las espectrales palabras. Angélica luego no quedó segura de haber dormido y soñado o de haber tenido la experiencia en medio de su neblinosa vigilia.

Un pájaro comenzó a cantar. Angélica dejó la cama y fue hasta la ventana. En lugar del pozo de aire, reposando bajo su mirada, un bosque de álamos. Las hojas temblorosas como las escamas de un dragón. La luna brillaba sobre un claro, cubriendo con su resplandor a un joven desnudo. El joven que cantaba como un pájaro. Angélica esperaba encontrar un zorzal o, al menos una calandria, y se encontró con Máximo. Máximo increíblemente más joven. Un adolescente de mejillas lampiñas, relucientes. Angélica golpeó el vidrio de la ventana.

-Por favor, no cantes más - rogó - Ahora quiero dormir.

-Tengo frío. No tienes piedad? Déjame entrar.

-No. Porque no es verdadero lo que veo. Ni el bosque ni tú son reales.

-Cuando entre y te toque sabrás cuán real soy, Angélica.

-Quién eres?

-Lo sabes.

-Lo sé? Mejor... húndete. Deja que la tierra te trague y así volverás a tu verdadero lugar.

La luna se extinguió de golpe. La visión desapareció y Angélica se encontró sentada al pie de la cama, tiritando. Una vez más le pareció escuchar a Máximo diciendo: "La gente como nosotros está por encima del bien y del mal".

-Pero yo tengo un código.

-Seguramente como el mío. Empieza donde termina el de todo el mundo. Qué querés hacer, Angélica?

-Todo lo que se me ocurra.

-Así será. Y no tendrás que correr tanto.

Angélica querría, quiere no recordar. Siente, de pronto, que usó palabras peligrosas. Cada acción, cada pensamiento, cada palabra dan fruto. A los pies de quién pondría los frutos de sus acciones y de sus arriesgadas palabras? En el Convento oraba y afirmaba como un ruego casi desesperado "es preciso que El crezca y que yo disminuya". Pero su obstinada soberbia no la soltó nunca. No pudo conocer, no pudo experimentar ni por un segundo el goce de la entrega sin reservas, la entrega mansa y gustosa a la voluntad de Dios. Y tampoco, fuera del convento, conoció más entrega que a sus caprichos. A correr tras su último deseo llamaba "libertad".

Máximo no está. Y tampoco llegará. Aquella Noche de San Juan se le reveló la verdadera naturaleza de Máximo y se vio obligada a reconocer que lo perdería en cualquier recodo del tiempo, en especial cuando más lo deseara. El se desvanecería tan abruptamente como se le había manifestado. Y no conocía manera ni poder de precipitar su presencia a su capricho.

En esa Noche, ella tuvo una vez más la tentación de mirarse al espejo con una vela encendida. La misma tentación que sentía todos los años desde que, siendo niña, le contaron de la magia maligna de esa noche, noche de Walpurgis, Víspera de San Juan. Por primera vez tuvo el valor de encender una vela y de encerrarse en su cuarto, frente al espejo, casi sin aliento, el pulso desordenado. Pero no se atrevió a mirar enseguida. Cerró los ojos con fuerza, como si al abrirlos corriera un peligro de muerte súbita y horrible. Dentro de sí, en lo profundo de su propia oscuridad, en el cielo de su conciencia, se fue deteniendo la fábrica de sus pensamientos y cuando alcanzó el vacío... abrió los ojos en completa paz. En el espejo, no vio otra cosa que su cara, ligeramente embellecida por el aura de la vela. Entonces pensó: "acaso no seré yo mi peor enemigo? "Así la tradición popular se hacía sabiduría disimulada. No es el ser humano su peor enemigo cuando, usando desordenadamente su libertad, se arroja en el abismo por sus propios medios? Entonces, la puerta se abrió y el hermoso rostro de Máximo se asomó al espejo. "Me imaginé que estarías haciendo esto", dijo sonriendo. Siempre sonriendo. Ninguna sonrisa igual a otra. "Siempre venís a mí desde algún espejo" respondió Angélica, percatándose de que podía tener miedo de ese muchachito.

-Si - respondió Máximo poniéndose serio y la rotundidad de aquel "si" fue la verdadera revelación. Sin embargo, siguió encontrándose con él, jugando sus juegos, alucinando, fornicando y perdiéndose en pesados sueños. Hasta que él desapareció completamente.

Muchos meses después lo sorprendió junto a Lucio en la cafetería de Cine Club. Máximo le daba la espalda y ella nada hizo por dejarse ver. Cuando Lucio se apartó para saludar a una amiga, Máximo se volvió y la miró derecho a los ojos, sonriendo una vez más. Pero de una manera que la dejó paralizada. Pudo ver que él, inclinándose, escribió algo en una servilleta de papel y la puso bajo su pocillo de café. Después siguió una especie de coreografía. Lucio volvió, pasó el brazo por los hombros de Máximo y, tras dejar el cambio sobre la mesa, los dos se levantaron y salieron, mientras, sincronizadamente, Angélica ocupaba al instante la misma mesa y atrapaba el papel, veloz y suave como la zarpa de un gato. Y allí la dirección del apartamento semi vacío, impersonal, de los siguientes encuentros. Pero el placer no volvió. Y, después de un tiempo, tampoco Máximo.

La idea maligna sembrada bajo las sábanas pudo ser debilitada y muerta por olvido, salvo por la insistencia de Alejandro que la tomó muy en serio. Cada vez que, por inercia, yacía junto a Angélica se la recordaba como una obligación que ella hubiera contraído con él.

-Dejame en paz. Ese es tu tema, Alejandro.

-Buscá alguno de tus amantes jóvenes.

-Ninguno aceptaría.

-Por una buena suma, tampoco?

-No necesitan dinero. No me acuesto con cualquiera.

-Te conviene buscar a alguien. Pronto.

Angélica escrutó el rostro de Alejandro, sin comprender.

-Es cierto que tu mujer me fastidia. Pero convenirme....

-Te aseguro que te conviene. Una... indiscreción... podría anular otra.

-Qué indiscreción?

-Alguna que otra. Conmigo. Tú y yo en situaciones imprudentes...

Fue entonces que él le mostró la foto. La imagen de un coito burdo, animal, donde el hombre no era reconocible pero Angélica si. Completamente.

-Fuiste capaz?

-Una diversión más. Te juro que no había pensado en sacarle utilidad. Sólo que ahora necesito tu colaboración. Es urgente para mí.


-Tenés poder, Alejandro. Sobres muchos, inclusive empleaditos que harían cualquier cosa por obtener tu favor...

-No, Angélica. El... operativo ha de ser secreto. No puede involucrar a nadie de mi entorno.

-Sos una basura. Dame esa foto y terminemos.

-Ah, laro. Tomala. Tengo más copias y el negativo. Me divierte mirarla cada tanto. Otros la encontrarían divertida, también.

-No me importa.

-Pero hay personas más vulnerables. Te afectaría, en serio, Angélica.

Una parte de Angélica permanecía humillada y, sobre todo, furiosa. Pero otra, ya estaba buscando mentalmente, discriminando entre varios nombres al posible seductor de Lilián. Por plata, ninguno.

-Y bien, amiga mía?

-No me toques más. Nuestros juegos terminan aquí, Alejandro - murmuró Angélica comprendiendo, súbitamente, que sólo uno lo haría. No por dinero sino por placer. Por pura maldad. Por gracia del mal. Y una vez más contempló, nítidamente en su interior, la sonrisa de Máximo.

-Hay uno, si... - dijo finalmente.

-Por fin!

-Desapareció. Lo perdí.

-Buscalo, entonces. No tenés mucho tiempo, Angélica.

Varias veces volvió al apartamento en busca de Máximo. El único signo de su presencia era su vaciamiento progresivo. Cada vez menos muebles, menos objetos. Ningún retrato. La cocina inerte. La misma gotera en el baño. Apenas faltaba que cortaran la luz. Y, naturalmente, los espejos no mostraban más que la habitual combinación de cristal y azogue.

Cuando finalmente se convenció de que no lo encontraría y de que él no la llamaría, se acordó de Lucio. No le era difícil recordarlo. Lo había querido muchísimo desde que nació. Así que lo llamó y luego de unos minutos de conversación le preguntó si conocía a un tal Máximo.

-Me parece que tiene que ver con cine Club. De la Directiva, creo.

-Máximo qué? - le preguntó Lucio.

-Ahí está. La cuestión es que no recuerdo el apellido.

-Mirá… ahora no voy tanto porque estoy dándole al estudio. Vos sabés que soy fanático del cine. Pero no conozco ningún Máximo en Cine Club. Es importante?

-No te preocupes, Lucio - dijo Angélica despidiendose y llegando a una conclusión."Lucio no lo conoce por ese nombre. O aquella vez que los vi juntos fue algo circunstancial... o Máximo le dio otro nombre".

Así fue que soportó gran parte del verano bajo el acoso de Alejandro, hasta que deseosa de descansar se fue a la casa de la playa de Lilián. Allí intentaría sacarle algún indicio a Lucio… pero, sobre todo, allí esquivaría mejor a su perseguidor. Alejandro detestaba esa casa y además la mayor parte del tiempo estaba con Julia en el Este.

No se sorprendió demasiado cuando en la misma playa, acercándose a la casa, Lucio corrió a darle un abrazo lleno de arena y salitre, en compañía de Máximo.

-Este es mi amigo Marcelo. Gracias a él soporto este lugar. Te va a gustar.

-Hola - dijo el sonriente. Porque sonreía como si la hubiera esperado. Máximo -Marcelo ya no era una cara para Angélica. Era sólo una sonrisa. De hierro.

-Ella es una amiga de mamá, Marcelo. Gran tipa.

-Se parece a tu mamá?

-En nada.

-Qué tal? - dijo Angélica - Veo que ahora tu mamá aumentó la familia, Lucio. Otro hijo para el verano.

-No te creas. No simpatizan demasiado.

-Qué pena.

-Para nada. Me divierto muchísimo con ella.

Esto es una jugada del destino? - se preguntaba Angélica, caminando hacia la casa. Encontraba una situación... a la medida. Máximo -Marcelo estaría encantado, seguramente. Y ella... ella terminaría disfrutando del juego. Como siempre. "Hasta es posible que Alejandro ya le haya echado el ojo, pensó. "Los dos navegan por el mismo mar Tenebroso".

Así le había dicho él, a media voz, como quemándola con el aliento: " Una vez, hace ya tiempo... crucé el mar 

Tenebroso. Y lo volvería a cruzar mil veces más".

-No sé muy bien de qué me hablás. Pero supongo que no podrías retroceder.

-No puedo y no quiero.


Pero ahora todo se había consumado. Sin saberlo, el propio Lucio había facilitado la traición. Ella quedaría impune por la antigua amistad con Lilián. La seguridad del desenlace reposaría en el abandono afectivo o, más bien, en la apatía de Lilián. Un click en la oscuridad mientras esos labios como el acero que conoció tan bien oprimían los párpados tenues como pétalos -tal vez lo más bello de Lilián - para aislar de la conciencia el relámpago de la cámara. Y Alejandro una vez más victorioso.

Si Máximo realmente se divirtió o si sólo cumplió con una ceremonia de maldad... jamás lo sabría. Tampoco si hubo alguna clase de acuerdo con Alejandro. Angélica se juró no cruzar una sola palabra con él nunca más.

Llueve y sale del auto para mojarse. Necesita mojarse, empaparse bien, sentir que el agua de alguna manera la limpia también por dentro. Camina, corre bajo la lluvia, mete los pies en los charcos, como cuando era niña. Llega a su casa sintiendo hilos de agua bajando por sus mejillas, mezclándose con las lágrimas que no puede contener. Entra en su apartamento y golpea la puerta al cerrar. Reconoce que el residuo de toda la hazaña es una combinación indeseable de dolor y rabia. Y quizá impotencia. Sobre todo consigo. Con los "nobles propósitos" de otro tiempo, de otra vida.

Unos pocos pasos, suficientes para llegar hasta su cuarto y arrojar los zapatos y el teléfono comienza a llamar.

-Hola, hermosa - es la voz de Máximo - Te dejaron un obsequio en lo de tu mamá. Por error, creo.

-Un obsequio? Y tú... que tenés que ver?

-Yo, nada. Es una atención del padre de Lucio.

-Y vos...?

La comunicación se corta. Angélica está confundida. "Esto no es bueno. Nada bueno", piensa. De cualquier manera ya no tiene intenciones de salir ni de llamar a nadie, y menos a su madre. Llena el baño de espuma y se deja caer, gozosa con el vapor lleno de perfume. Puso pino pero huele a rosas. Deja diluir la intriga, también, como otro puñado de sales. Siente cómo se le van abriendo los poros, cómo se despeja su respiración y se adormece un poco. En esa suerte de ensueño, las miserias de su mundo, lo que la ha hecho miserable ante sí misma parece perder importancia. Dolor y rabia se han ido. Por cuánto? Algo parece haber afectado al tiempo. "No hay más que este momento y me trae sosiego... paz...".

La bomba explotó después. Y no fue extraño porque se aproximaban tiempos de caos. "Se armó el quilombo, por fin", habría dicho Lucio. O Marcelo? Máximo -Marcelo, seguramente. Si.

Pero ése no fue más que un caos pequeño. Un huracán en un vaso de cristal. Casi nada comparado con lo que, meses más tarde, sorprendiéndola a la salida del casino, arrasó media ciudad. Aquella noche señalada por la agitación del agua y las burlas del fantasma de su hermana. La noche en que las iras del cielo cayeron sobre Montevideo, la ciudad donde casi nadie creía en nada, la ciudad de los cómodos y los acomodados. En medio del torrente, de la lluvia de cuchillos de hielo, entre las explosiones de los cristales, Angélica corría sin saber hacia donde, sintiendo que el suelo se abría detrás de sus pies, como si una especie de abismo la persiguiera. Los muros se desplomaban y la gente llenaba los espacios gritando en la oscuridad. De pronto, alguien la tomó por la cintura.

-No te asustes, Angélica.

-Qué es esto? Soltame! Quién sos?

-Vení conmigo. No voy a dejar que te pase nada.
Entonces, Angélica creyó reconocer la voz.

-Pero vos sos... 

-Si. Soy Lucio. Calmate y seguime. No te sueltes.

La arrastró hacia la costa y la metió en un auto pequeño que se balanceaba como un bote. Le dio las llaves y le pidió que se fuera hacia el norte de la ciudad.

-Allí no comenzaron los incendios. Andate por adentro hasta La Floresta. A lo mejor mamá sigue en la casa de la playa.

-No creo. Y hace meses que no sé nada de ella.

-Ya sé. Sos tan loca. Mejor tratá de llegar al chalet de los Perdomo. Eugenia debe estar allí y te puede asistir. Estás sangrando, Angélica.

-Pero... qué es esto? Por qué tú...?

-No preguntes. Andate ya. No puedo estar más contigo!

-Dónde estabas, Lucio? Por qué te fuiste? 

-Adiós.

Lucio. Lucio medio ángel. El reverso de aquel maldito Máximo o Marcelo que descalabrara su vida... Una centuria parecía interponerse. Pero, mientras manejaba, aterrada, sintiéndose herida, una parte de sí se alegraba.

-Lucio está vivo! Lucio apareció! - se repetía.


Manejó hacia el norte y, luego, poco a poco, se fue deslizando hacia el este. A medida que se alejaba disminuía la agitación. Menos incendios, menos humo, menos gente. El aire se volvía respirable y sintió la proximidad de la costa. Pero el dolor aumentaba aunque aún no se daba cuenta donde estaba herida. El combustible parecía alcanzar para un trecho más. Y así fue que le dio hasta la casa de verano de los Brunelli. Antonia la atajó en el porche.

-Lo siento. Pero la señora no recibe a nadie.

-Cómo está?

-Puede imaginar. Lucio sin aparecer. La muerte repentina del señor Alejandro. Y luego... la desaparición del sinvergüenza ése de Marcelo. Lo puso en el lugar de Lucio. Algo que jamás comprendí. Pero así fue. Después del funeral no se despegaba de él....

-Marcelo es así. Va y viene.

-Si. Como todos ustedes. Disculpe. Ella... cuando se fue la primera vez… dormía casi todo el tiempo. Aunque creo que todavía esperaba a Lucio. Pero cuando ese diablo se apareció en el velatorio... pareció reaccionar. Cuando volvieron aquí se la veía completamente reanimada. Despierta. Más joven. Dejó de nombrar a Lucio. Y era como si nunca hubiera estado casada.

-Antonia... permítame entrar. Creo que estoy lastimada.

-No puedo. Hay gente en el chalet de al lado. Es mejor que vaya hasta allí. Discúlpeme. Y creo que hablé de más.

Casi le dio en la cara con la puerta. En lo de los Perdomo la recibió Eugenia.

-Estoy sola. Gloria no ha vuelto.

-No quiero molestarte... pero parece que Lilián no recibe a nadie. Y estoy herida. Puedo lavarme?

-Claro. Adelante. Parecés venir de una guerra.

-Creo que vengo de una especie de guerra... aunque no se bien qué está pasando, en realidad...

-Entonces... ya empezó - murmuró Eugenia.

-Qué cosa? Qué sabés?

-La gente se cansó. Los llamados "hombres de Sirio" tratarán de tomar el poder.

-Pero cómo sabés?

-No. Yo no se nada. Es lo que se dice. Por ahí.

-Lucio me dijo que viniera aquí.

-Está bien.

No parecía sorprendida. Pero Angélica no quiso preguntarle nada. Recordó, en tanto se limpiaba la sangre, sus últimos sueños. Sueños reiterativos donde un hombre que no dejaba ver su rostro, se inclinaba sobre ella anunciándole que, en el peligro, siempre la asistiría un "hombre de Sirio". Por momentos, parecía un juego. Y, en la vigilia, si algo la atemorizaba, la certeza de estar protegida la sorprendía. No es nada clara la frontera entre el mundo de los sueños y lo que llamamos realidad, solía pensar.

-Entonces... Lucio es...

-No nombres más a Lucio, Angélica.

Eugenia parecía saber algo que no compartiría jamás. Un secreto. Algo sagrado. Y extraño, porque Lucio y Eugenia parecían detestarse. "Pero qué se yo de Eugenia, en realidad? Y de Lucio es más lo que adivino que lo que realmente sé... salvo que lo quise siempre muchísimo. Inexplicablemente. Desde chiquito."

-Y no te demores. Tengo que dejar la casa.

Y en verdad Eugenia parecía ya no estar allí.


Mucho después, en ese tiempo en que Angélica dejó de contar los años, en ese tiempo en que quedó confinada en el Barrio del Sur, ese tiempo en que sólo conservaba recuerdos mezclados, propios y ajenos y, sobre todo, la punzante sensación de haber olvidado o mas bien perdido algo esencial... revivía una y otra vez la penitencia que le fue acordada.

Nada en comparación con la borrasca que lo envolvía todo.

Fue la última vez que vio a su madre. Serenamente, como solía, le pidió que no volviera por la casa y le anunció que no se le pasaría más dinero.

-En tanto yo viva, tendrás que ganarte la vida. Supongo que te hará bien. Ya no más fantasías sobre tu poder.

-Por qué?

-La razón está en un paquete que llegó a nombre de las dos. Por eso está abierto.

-Pero qué es?

-Lo dejé en el que fue tu cuarto.

Antes de entrar casi lo había adivinado. Una maldad de Alejandro o de Máximo. O de ambos. Innecesaria, gratuita, como todas las maldades.

Una imagen muy amplificada. Dos amantes copulando. Alejandro y Angélica.

-Y bien. El amor se hace así. También. A veces.

-Qué amor? Con el marido de tu amiga. Un hombre que despreciabas.

No podía responder. Sólo pensaba cuándo fue que, realmente, Alejandro y Máximo se conocieron. Recogió su obsequio y dejó la casa sin decir una palabra. Sería que Dios hacía justicia con cualquier mano? 


Lo maldijo tanto que, algo después, demasiado pronto quizá, tuvo motivos para preocuparse por el alcance de sus palabras. Que, si hubiera sido una especie de semidiosa, habrían sido designios. Porque, si se hubiera sentido con el poder suficiente, lo habría fulminado, se habría gozado en desintegrarlo con sus rayos, maldito, maldito Alejandro. Y el otro... al otro sabía que, aún con mucho poder no podría alcanzarlo. La burla de Marcelo (o Máximo) trascendería la muerte. En caso de que pudiera realmente morir. 

Pero así fue. No pasaron muchos días hasta que recibió la llamada de Lilián. Una llamada escueta y perentoria indicando el lugar del velatorio. Ningún comentario, el menor lamento. Sólo la noticia desnuda.

-Alejandro se mató con el coche.

Y luego... la mascarada habitual. Un mundo de gente, demasiadas flores, poco aire, conversaciones, café. A un lado, la sala mortuoria. Al otro, apoltronada, la viuda y los íntimos. Alejandro ya no visible bajo la tapa del ataúd, Lilián elegantísima, de negro, con una cadena de oro, las piernas cruzadas, las mejillas disponibles, algo más aturdida que de costumbre. El muerto solo. Ella muy rodeada. Alguien la sostenía firmemente por los hombros, de pie, detrás de su asiento.

-Lucio? - se dijo Angélica - Apareció Lucio?

Pero la ilusión se disipó al segundo. Y una vez más, se encontró con la mirada victoriosa de Máximo.

-Gracias por venir, Angélica. Temí que no vendrías. Tú nunca lo quisiste mucho, no?

-Cierto. Nunca lo quise. No es la cuestión. Vine por ti.

-En el primer momento me desesperé... Lucio sin aparecer... Y justo entonces volvió Marcelo. Yo creí que no lo vería más.

-Ah... Marcelo te está apoyando ahora... te está sosteniendo... ya veo.

-Es... casi como si Lucio estuviera aquí, Angélica.

La marea de visitantes la envolvió y no hablaron más. En un rincón divisó a Gloria muy pálida y a Eugenia. Saludó de lejos, levantado la mano. Y se fue. Hubiera querido escupir al paso del féretro pero Alejandro no merecía que aguardara la formación del cortejo y aún menos los protocolos del cementerio. "Ya está", pensó, "historia cerrada". Pero nadie elige realmente los finales de nada.

Tal como esperaba su madre, la vida de Angélica cambió. Radicalmente. La aventurera y vaga hubo de disciplinarse, recordar sus talentos e invertirlos. Las relaciones de su familia le abrieron algunas puertas pero tampoco se la hicieron demasiado fácil. Por suerte para ella, al pagar los derechos de piso debidos, se ganó el respeto de los mejores y encontró su lugar escribiendo notas, haciendo entrevistas que dieron que hablar porque en ellas puso su ironía y su audacia y ese carisma indefinible que hasta sus enemigos reconocían. No dejó mal a la familia pero no volvió a ver a su madre. Ni muerta. Conociéndose, al recibir el aviso de su muerte, se dijo que, como estaba acostumbrada a los fantasmas, si su madre se le aparecía, la honraría a su manera. De lo contrario ya encontraría algún abismo de intolerantes donde dejarse caer y desvanecerse. Aún era lo bastante soberbia como para pacificarse espontáneamente con la madre que le cortara los víveres. Aunque no las diversiones. Sólo que con el tiempo fueron muy distintas. Y peligrosas.

En los tiempos peligrosos que siguieron a la primera devastación conscientemente no conoció a ningún hombre de Sirio... salvo que Lucio lo fuera. Pero aquel breve y hasta quizá providencial encuentro en la noche de las agujas de hielo y las brumas negras no probaban necesariamente nada. Salvo el hermetismo de Eugenia y su notoria prisa por sacársela de encima. Pero en sueños, si. Como en ráfagas, con celeridad alucinante, los hombres de Sirio le daban señales. De manera que, sin estar involucrada en nada, algo la obligaba a comprometerse más y más con cuanto escribía o decía. Era, tal vez, otra manera de seguir escandalizando, inquietando o sacudiendo. Aunque, amablemente, se considerara a sí misma no más que una rebelde sin causa clara, más de una vez se sintió plantada sobre un hielo muy frágil, expuesta a hundimientos repentinos. O, en todo caso muy observada. Tanto de día como de noche. Aunque de distinta manera. Así fue comprendiendo que en la vigilia se movía entre enemigos ocultos, en tanto que durante el sueño se deslizaba entre invisibles amistosos que la espantaban más. Pero una sola cosa le resultaba nítida y precisa. Lo único de lo que no podía dudar: el abrumador crecimiento de la pena y la desolación. Cómo ignorar los viejos barrios elegantes completamente tugurizados, la red creciente, incontenible de asentamientos, las larguísimas colas de desocupados, todos los signos circundantes de miseria, los rostros abatidos, los cuerpos doblados, las caras prematuramente marchitas, los gestos de desesperanza? Todo aquello que hasta los ciegos veían y los sordos escuchaban.

Siguió trabajando... pero menos. Le publicaban cuanto escribía pero sólo le pagaban algunas notas. Cada vez menos. Sin embargo conservó una suerte de extraña, sorprendente integridad que no le permitió tocar un peso de lo que la madre involuntariamente le dejara al morir repentinamente. O tal vez fuera que necesitaba y aceptaba una especie de castigo. Un castigo que se imponía a sí misma sabiendo en su fuero interno que era más fácil que una reparación. Y... en todo caso, qué clase de reparación? Su víctima sufriría mucho más con la verdad que con la mentira. A veces... hasta llegaba a pedirle perdón a Lilián secretamente pero, en el mismo instante, le venían unas terribles, incontenibles ganas de reír. Y todo noble impulso se deshacía en carcajadas.

Un par de veces, en esos años, creyó ver a Eugenia, de lejos. Los Perdomo habían perdido o, en todo caso, cerrado su casa de la playa. Y de Gloria no supo nada más.

Hubo un tiempo en que creyó gustarle a Eugenia. Y aún conservaba un cierto deseo de conocerla más. La sequedad y el hermetismo de la última vez que hablaron no le parecía congruente con la actitud del verano en que Lucio se desvaneció, aquel verano de la mascarada. El verano de las simulaciones.

Pero jamás pudo capturar un solo pensamiento de Eugenia como pudo hacer con los de Lilián. Pero... se trataba de un poder suyo? O era tan sólo algo que le ocurría, como un río incontenible que le inundara la mente sin contar para nada con su voluntad? El paso de los años, el extraño encogimiento de su mundo, los espacios cada vez más delimitados de su vida como si estuviera presa, no en una cárcel, no en una celda, pero sí en un barrio, sí en unas calles y un parque erizados de encantamientos, sí en alojamientos cada vez más exiguos, más precarios... la volvió más cauta. No todavía humilde pero sí capaz de reconocer que se había creído dueña de ciertas capacidades que no habían sido más que concesiones, gracias, dones y que, por lo tanto, le podían ser arrebatados. Como iba ocurriendo.

"Entonces... quién diablos soy?", solía preguntarse muchas veces.

Ahora, cerca del fin, encerrada en su callejón sin salida... sí recuerda la noche en que se embriagó, llamó a Lilián y finalmente le contó su versión de la historia. Fue un largísimo monólogo que duró más de tres horas. Tres horas en el teléfono que culminaron con un exiguo pedido de perdón. Sólo que, cuando tomó aliento... de pronto percibió un denso silencio en la línea.

-Lilián? Estás ahí Lilián?

La comunicación se había cortado. Quizá Lilián no pudo resistir. Pero entonces, llamó el teléfono y escuchó la voz de Lilián.

-Angélica, la comunicación se cortó... y tu línea quedó bloqueada. Recién ahora...

-Si, se bloqueó. Gracias por llamar.

-Qué querías contarme?

-Nada importante. En otro momento hablamos. Ahora tengo sueño. 

Cortó jurádose no hablar más. "De cualquier manera le pedí perdón. Lo hice, y no me importa que no pudiera escuchar. Esto es un asunto cerrado. "Definitivamente cerrado", se dijo entrando en el sueño. 




Bajo la lluvia, Eugenia piensa que duerme. Del otro lado del vidrio de su ventana las gotas murmuran y gimen, y aparentan la voluntad de envolverla, acunarla, adormecerla, aunque Eugenia sabe que no están atentas más que a caer y caer para luego, en algún momento, comenzar a evaporarse. Celebración inconsciente, flujo y reflujo de la vida. Pero Eugenia cree que duerme. Su respiración sigue el ritmo de la caída del agua. Si es cierto que duerme, las imágenes que fluyen sobre el cielo de su mente no son más que bruma. No hay por qué temer. Seguramente se desvanecerán al despertar. Además está decidida a olvidar.

Alguien corre por esa playa brumosa que le cuesta divisar. Alguien que la llama con insistencia pero que, en lugar de acercarse, se aleja cada vez más. Eugenia intenta correr también pero desiste porque, de pronto la playa está completamente vacía. Un desierto de arena, agua, cielo sobre el que cae la noche. Las huellas del fugitivo desaparecen bajo el agua que comienza a subir. Después, el campo visual de Eugenia es invadido por una cara que poco a poco se va esclareciendo. Y cree reconocer la hermosa cara de Lucio. Pero la hermosura se desvanece y una aguja invisible empieza a trazar surcos cada vez más profundos, haciendo el trabajo del tiempo y diseñando como una filigrana de melancolía y dolor hasta que le cuesta reconocer a Lucio. Pero sabe que sigue siendo el rostro de Lucio. Entonces, porque no quiere mirar más, Eugenia se sienta en la cama fingiendo despertar, intentando desconocer el mensaje de la alucinación. Se deja caer, se dobla sobre las mantas, llorando. Algo muy malo le está pasando a Lucio. 
Lucio inaccesible y sufriente. "Te están dañando, te están torturando... y no sabés que estoy contigo. Yo te amo Lucio".

Y así aquel verano se fue deshaciendo entre imágenes tortuosas y fugitivas en la noche y presentimientos inquietantes en el día. Pero nada que pudiera confirmar. Tampoco se atrevía a preguntarle nada a Lilián. Se la veía perdida, como una sonámbula en la playa, caminando con Marcelo. "Sólo tiene ojos para él. Ni se acuerda del hijo desaparecido". Ni hubo el menor intento de buscarlo a través de la policía. Como si todos estuvieran seguros de que si Lucio no volvía era, sencillamente, porque no quería. Y si en realidad no pudiera volver? Si no lo dejaran? "Yo sólo sé que Lucio no es como todos, no es un loco. Pero sí sé que tiene un secreto. Un gran secreto. Un secreto que no le permite acercarse a ninguna mujer. Y menos a mí". Y estos pensamientos atormentaron todo el verano a Eugenia. Pero, al llegar el otoño, y las lluvias, la agitación se convirtió en pura pena. Una pena que la demoraba en la casa de la playa y la hacía abandonar los estudios. Y así, casi se complacía en su soledad.

Soledad que interrumpió Gloria volviendo repentinamente con el auto. Haciendo ruido como solía.

-Te vengo a buscar… Nos vamos a Montevideo, Eugenia. No sabés lo que pasó - la atropelló Gloria. Y, sin más, se le fue encima llorando.

-A Lilián ya se la llevaron para Montevideo. Alejandro se mató en un accidente con el coche. En la rambla, dicen. Tenemos que ir. Por favor, vení conmigo.

"Tal vez Lucio esté en el velatorio...", fue todo lo que pudo pensar Eugenia. Y se fue con Gloria, que seguía llorando, casi contenta.

-Tu sabés que yo lo quería, no?

-Gloria, tu sabés lo que pienso de tu historia con Alejandro Brunelli. Marido de tu vecina y amiga... con una amante reconocida en Punta del Este... y no se qué más.

-El me estaba queriendo, Eugenia. Te acordás de la pulsera que me regaló? Muy hermosa, muy fina... Las joyas expresan algo...

-Gloria, no quiero creerte tan tonta. Una joya, viniendo de ese empresario con la guita del mundo, corrupto, amigo de corruptos... no tiene el menor valor. Qué puede significar?

-Eugenia... después de todo, estás hablando de un muerto.

-Vivo o muerto... sigue siendo el mismo hombre, Gloria. Lo siento por vos. Y... dejame manejar a mí.

En el velatorio, Gloria se fue a un rincón, contenta de pasar desapercibida, aunque nadie pareció interesarse en ella, realmente. Pero así pudo lagrimear a gusto. Eugenia se mezcló entre la gente, con la esperanza de ver a Lucio. Lilián confortada por Marcelo le dio pena. "Qué mujer tonta", pensó,"otra ciega, sin cabeza, como Gloria". Pronto se sintió incómoda, sobrepasada. Poca gente conocida, salvo Angélica, y ni sombra de Lucio.

Cuando, tiempo después, todo hacía pensar que la vida se pondría muy difícil, cuando todo parecía devenir hacia un caos, y de a poco, comenzaron a circular susurros a propósito de ciertos "hombres de Sirio", dispuestos a todo, Eugenia empezó a sospechar que Lucio podría ser uno de ellos. A veces, con la carga tan pesada de sus alucinaciones, tenía miedo hasta de pensarlo. Como si, de esa manera, en caso de que sus sospechas fueran acertadas, pudiera preservar a Lucio. Se iba sabiendo de escaramuzas sospresivas y de represiones feroces, aunque nadie hablaba abiertamente. Pero la fuerza expansiva de los susurros era incontenible. La pena y el temor por su amor secreto, por Lucio, fue como una fuerza iniciadora para Eugenia. Su conciencia social, su espacio interior, crecían sin cesar y tomaban más lugar en su mente y en su corazón. Y aumentó su gusto por la soledad y el silencio.

A veces recordaba a Angélica, la amiga desconcertante de Lilián. Por momentos tenía la impresión de que se podía confiar en ella, de que podrían hablar de Lucio. De manera que no le extrañó demasiado la aparición de Angélica herida, nombrándolo. Frente a ella, reprimió una especie de feroz alegría. Porque, de pronto comprendió que, desde alguna parte, Lucio sabía de ella y confiaba en ella. En la Eugenia que pretendía eludir como quien juega. En la Eugenia que lo amaba en secreto. "El lo sabe. Sabe lo que siento. Lo sabe".

Pero no se abrió con Angélica. Y en los años que siguieron la vio de lejos un par de veces. Y nada más. Hasta que....


Hubo un lapso, mas bien breve, porque las cosas se pusieron muy duras en los medios, en que Angélica trabajó en una radio. Implementó un programa nocturno, de medianoche, que la apasionó y apasionó a unos cuantos insomnes. Maestra en la elipsis, se ingenió para atravesar indemne la censura haciendo cuentos, planteando metáforas, usando un lenguaje simbólico y ambiguo que podía defenderse a sí mismo con diversas interpretaciones. En apariencia, desde una escucha no demasiado atenta, su programa podía pasar por un amable entretenimiento nocturno, preparador del sueño. Toda la seducción de Angélica se concentró en su voz, queda, amable, afectuosa, por momentos acariciadora y hasta orgásmica. Como una gentil hipnoterapeuta radiofónica, arrastraba hacia un descanso pacífico a muchos oyentes, pero hubo también una parte de la audiencia que prestó mucha atención al metalenguaje del programa. Esa parte... no se dormía fácilmente.

A veces, sola frente al micrófono, con la única compañía de su sonidista, sonriendo del otro lado del vidrio, frente a la consola... creyó divisar a Bernardo. Venía como una columna de humo y se posaba detrás de Fernando. A veces se confundía con el humo del cigarrillo que escapaba de la nariz del sonidista. Pero luego iba tomando una cierta consistencia, como para dejarse ver por Angélica. Entonces, ella inventaba poemas, y le decía a su amor imposible todas las palabras ardientes que se le habían atragantado. Los oyentes, tomados por sorpresa, se quemaban en sus camas. Y el sonidista, acostumbrándose a esos exabruptos, acompañaba esos arranques de pasión tan inspirados con una música lánguida y tibia. Desconcertante. Pero nunca supo la verdadera razón de esos cambios repentinos, totalmente ignorante de quien tenía a su espalda.

Angélica se ilusionó por un tiempo, creyendo que, de alguna manera, Bernardo, el Bernardo del otro lado... había empezado a amarla. Sin embargo, con el consiguiente desencanto, pronto descubrió que las apariciones de Bernardo no tenían otra intención que protegerla. Cada vez que ella se estaba arriesgando demasiado, cada vez que estaba a punto de comprometerse seriamente... Bernardo se materializaba lo suficiente para distraerla y encenderla. Entonces... el censor más atento se desvanecía con Angélica en un delirio amoroso.

Otras veces, cuando se ponía nostálgica y contaba algo de su infancia, aparecía Violeta. Una presencia traslúcida, envuelta en un vestido tan etéreo que dejaba entrever el delicado cuerpo de neblina. Un cuerpo ligeramente inquieto que se dejaba ver muy cerca de Angélica, como si quisiera acariciar el micrófono. Aunque la mayoría de las veces ocupaba, rozándola apenas, la silla destinada a eventuales entrevistados; apoyaba sus evanescentes codos sobre la mesa y, con la cabeza inclinada, miraba tierna y burlonamente a su hermana viviente. Y se divertía repitiendo como un eco las palabras de Angélica, invadiendo el estudio de suspiros extraños, con carcajadas que parecían gemidos. Una sola vez y, definitivamente la única, pasó muy cerca del techo, el fantasma de la madre, con un vestido negro y espectrales perlas en la garganta y las orejas y una mirada despreciativa. Como respuesta radical y, por las dudas, Angélica se hizo la señal de la cruz y el fantasma se evaporó. Lo que dio lugar a algunas especulaciones de Angélica acerca de los que mueren sin perdonar.

Fue un tiempo casi feliz. Pero como la presencia frecuente junto a un micrófono expone al locutor, lo entrega a una audiencia sin rostros que, por el contrario, lo va poseyendo, inventándole historias y muchas caras... así Angélica se volvió demasiado accesible. Cartas a la radio que era como su segunda casa, llamadas, espías que rondaban las puertas de la emisora tratando de verla.

Tal vez por eso no la sorprendió el encuentro. Aunque había cambiado de vida, aunque no frecuentaba ni la misma gente ni los antiguos lugares... cualquiera que se lo propusiera podría encontrarla.

Pero tampoco fueron así las cosas. No con él.

Una noche, al salir del estudio, vio un hombre de espaldas, en el pasillo. Un sobretodo negro inmenso y largos mechones rubios cayendo sobre los hombros.

-La están esperando - le dijo el portero. Era claro que no estaba seguro de haber hecho bien dejándolo pasar. - Insistió en que es amigo suyo...

-Está bien.

-Hola, Angélica.

-La radio tiene esto de malo. Cualquiera puede dar con uno.

-No tengo el placer de escucharte. Tampoco te busqué.

-Entonces...

-Siempre sé dónde estás. Todo el tiempo.

-Por qué estás aquí? No me alegra verte.

-Tampoco a mí... demasiado.

-No comprendo. Será mejor que terminemos aquí.

-Tengo una pregunta.

-Vamos, Máximo! O debo llamarte Marcelo?

-Es igual. Como quieras.

-No quiero de ninguna manera. Qué puedo saber yo que tú no sepas, diablo de segunda?

-Dónde está Lucio?

-Y me lo preguntás a mí? No era tu amigo inseparable y generoso?

-No lo he vuelto a ver. Y necesito encontrarlo.

-Y a mí qué?

-No es un capricho.

-Estás seguro que no se enteró de tu intriga con su madre... y de tu alianza miserable con su padre?

-Completamente seguro. Si supiera eso… tampoco se hubiera acercado a ti.

-Pues... Lucio está completamente desaparecido para mí.

-No completamente, Angélica. Una chica... bastante inocente... supo de él por ti. En una noche muy... difícil de olvidar... Más vale que hagas memoria.

-Fuera de aquí.

-No quisiera que tuvieras... un mal rato.

-Me estás amenazando? Quién te creés que sos?

-Yo sé muy bien quién soy.

-Que te diga la madre, si es que lo sabe. Ella te recibirá mejor que yo. Creo que todavía te está esperando.

-Lilián no sabe nada de Lucio. Pero... me consta que tú sí.

La tomó con fuerza del brazo. Pero el sonidista y el portero se acercaron.

-Te está molestando, Angélica? - dijo Fernando, poniendo mala cara.

-Llamo a la policía? - agregó el portero.

-No es necesario. Ya me voy. Te ruego que hagas memoria, Angélica.

-No vuelvas por aquí.

-Seguro que no. Pero estaré cerca. Muy cerca.

-Quién es ese hijo de puta? - dijo Fernando mirándolo salir.

De alguna parte le llegó frío.

-No lo se, Fernando - respondió, cerrando su campera - Hubo un tiempo en que creí conocerlo. Ahora... más bien no quiero saberlo.

Y Angélica dejó la radio... sin intuir la proximidad de su confinamiento.

Varias noches, al volver a su casa, sentía que era seguida. Esto fue confirmado con una tremenda paliza. Tomada por sorpresa al volver una esquina unos seis hombres le salieron al paso y se le echaron encima. Tal vez fueron más o tal vez menos. Pero fueron varios y la golpearon y patearon hasta que se aburrieron. Olían a mierda y sudor viejo y, entre escupidas, le preguntaban una y otra vez por Lucio Brunelli.

-Puta, vos sabés dónde está. Hablá o te matamos.

Pero Angélica, ante su propio asombro, ni gritó, ni lloró; y ni siquiera respondió que no sabía, lo que era verdad. Se hundió en un silencio oscuro, negro profundo que la cuidaba y, muy adentro y desde muy lejos, alguien le pidió que preservara a Eugenia.

Entonces se escucharon disparos, los hombres se dispersaron, y Angélica quedó pegada al suelo, cubierta de sangre, casi sin respirar, preguntándose si empezaría a morir allí mismo.

Al rato sintió que era levantada. Quien fuera, lo hizo con extrema suavidad. Se dejó llevar sin curiosidad, los ojos cerrados, y como flotando en el silencio, tan sólo atenta al dolor. Que era mucho.

Luego, perdió toda conciencia.

Volvió en sí de a poco, llegándole primero el dolor, luego el recuerdo de sí, los desconocidos, la paliza... hasta que pudo darse cuenta que estaba bajo techo. Un hombre de pelo blanco la miraba con atención. La luz era tenue. Y el hombre le habló con voz muy queda.

-No tenga miedo. Ya pasó. Y el dolor se irá yendo. Beba esto.

Angélica no tuvo aliento ni para preguntar quién era ni donde estaba. Dejó pasar las gotas ardientes por la garganta y se sumergió en un sueño felizmente tan hondo como el silencio que traía consigo. 


Quizá por el mismo tiempo, Eugenia también tenía la impresión de ser observada y seguida por lo que apenas salía de sus pensamientos. Y aún a éstos los cuidaba con celo extremo.

Una noche, atravesando una plaza ya solitaria, se dejó atraer por el encanto de una pequeña fuente. Los modestos juegos de agua y el brillo de la luna creciente la hicieron bajar su guardia. Liberó su mente y se permitió imaginar a Lucio apareciendo entre los arbustos.

Las delicadas ramas cargadas de flores se estremecieron y un hombre apareció ante Eugenia con un dedo sobre los labios.

-No es cierto. -murmuró Eugenia. Aún en la penumbra y con la barba crecida reconoció a Lucio.

-No estoy soñando porque no estoy dormida. La imaginación… tiene tanto poder? Yo... te estoy creando, Lucio?

-No -susurró él.

-No te desvanezcas, todavía. Deseaba tanto verte....

-No seas tonta, Eugenia. Acercate. Yo no puedo ir hasta ti.

El dio unos pasos hacia atrás y se perdió entre los arbustos.

Eugenia, temblando, lo siguió y cuando entró en la verdadera oscuridad, a salvo de la luna... se sintió abrazada. Y, al punto reconoció el olor de Lucio.

-Muchas veces he estado cerca de ti. Te he mirado de lejos y, quizá, hasta te he protegido. No estoy muy seguro.

-Sos tú, Lucio... He soñado contigo. Mucho. He tenido miedo por ti, sin saber...

-Nada. No sabes nada. Ni sabrás nada.

-De verdad te parecía tan tonta? Aquel verano... el último que... Te reías de mí, Lucio.

-Eugenia, era un juego. Necesario.Y no me preguntes nada.

-Casi crecimos juntos... y, después...

-Eugenia, escuchame bien. Te observan. Esta noche, por suerte, aflojaron. Por eso me acerqué.

-Sólo por eso?

-No.

La abrazó hasta dejarla sin aire.

-Si pudiera elegir... te estaría amando, Eugenia. Pero no puedo. Ya no. Tampoco me arrepiento del camino que sigo. Mi primera opción. No se pueden resistir las órdenes del alma.

-Comprendo.

-No creo.

-Si, Lucio. Yo he sentido la necesidad de protegerte hasta de mi pensamiento. Quizá... éste sea un momento de descuido...

-No tengo mucho tiempo. No hablemos más, Eugenia.

-Ya sé. Te vas. No te veré más?

-No se.

-No te vayas todavía.

Abrazándose con más fuerza, se internaron aún más en la espesura. Una mata enorme les ofreció refugio y se dejaron caer sobre la hierba. Ramas y hojas se cerraron sobre ellos. Y las flores soltaron sus pétalos.


Angélica no volvió a la radio. Se buscó un apartamento diminuto en el Barrio Sur. Nunca tuvo muy claro si se confinó o la confinaron. Pero una fuerza poderosa le impedía alejarse de allí. Qué clase de energía... nunca sabría. O quizá fue que la tomó una gran tristeza y una necesidad cada vez mayor de alejarse del mundo que se había creado. Como si quisiera nacer a una vida nueva como lo hacen los niños, sin memoria, con una mente lisa y silenciosa. Empezó a escribir para una publicación feminista, internacional que le pagaba lo suficiente para sobrevivir. El hombre de pelo blanco, cada vez más blanco, se convirtió en su único amigo, compañero de paseos nocturnos. En cuanto a los fantasmas... al parecer, siempre estarían cerca. Atentos. Todo era como una convalescencia larga, muy larga, sin esperanza de curación definitiva. Tan sólo la suficiente como para mantenerse en pie, pensar y todavía escribir. Se habían terminado las disparadas que irritaban a su hermana, viva o muerta, y ya no le pedía nada a Dios.

Sólo una vez más, y mientras buscaba apartamento, se le apareció Máximo.

-Qué querés ahora? Te convenciste que no se nada de Lucio?

-No. Pero sos más fuerte de lo que pensé.

-Entoces... la próxima paliza será para matarme.

-Ya no.

-Estuviste ahí?

-No. No castigo a las mujeres que me llevé a la cama.

-Comprendo. Hay mucha gente bien dispuesta, de cualquier manera.

-Nena... tú estás terminada. Pronto empezarás a envejecer rápido. Más rápido todavía. Como tu amiga Lilián - y Máximo se echó a reir, como solía.

-Volviste con ella?

-No. La vi una sola vez... por las dudas. Eso sí... aproveché para contarle...

-Qué le dijiste?

-Nada más que tú y yo... teníamos algo. Y que ella... fue más fuerte, más atractiva que tú. Que te dejé por ella. - siguió riendo - Pensé que se sentiría bien… pero no. Se quedó mal. Aunque ya estaba bastante trastornada... como para no estar segura de haberme visto, después de todo.

-Yo... ya no deseo muchas cosas. Pero... quisiera no verte más. Nunca más.

-Serás complacida. En este mundo... nunca más.

Y fue como si el aire se lo tragara. Años, muchos años después, comprendería, al recordar, el tonto empeño de Lilián por verla y pedirle perdón.

En el barrio de su confinamiento, en aquel piso pequeño, a una distancia sideral de la mansión de su infancia, en aquel Prado al que nunca esperaba volver, Angélica descubrió bastantes cosas de sí. La tristeza, que era suave, ayudaba. Una tristeza linda, que alargaba su tiempo interior, y la hacía descubrir, como si su vida fuera un gran dibujo, que hasta sus errores y peores pecados tenían sentido. Que en realidad no se había salido de la senda. No del todo. A pesar del tiempo de las distracciones. Y, cuando vió a la Virgen en sueños... se sintió perdonada del todo.

Fue un sueño que reconoció como tal. En todo momento supo que soñaba y también supo que sería un sueño que jamás se repetiría. Así que lo soñó profundamente atenta. Caminó en las calles oníricas y oscuras, sin pisar casi las negras veredas. Calles que sí reconocía de otros sueños, sueños recurrentes de la adolescencia que terminaban siempre cuando Angélica se detenía frente a una puerta que comenzaba a abrirse, muy despacio. Un monje se arrodillaba frente a ella, y la tremenda luz que escapaba por esa puerta lo bañaba de oro. Pero ése era el punto en que, paralizada, impedida de seguir, Angélica despertaba. Hasta ahí era el mismo viejo sueño. Sólo que, ahora, se le permitió seguir hasta quedar frente a la puerta, hasta recibir, también, todo aquel torrente de luz. Ciega, primero, se dejó caer junto al monje pero, cuando pudo acostumbrarse a la luz, la vió. La Virgen, con el Niño en brazos. La Virgen que, avanzando, le puso al pequeño Cristo en los brazos, con una sonrisa. Entonces, aún dentro del sueño, recordó a Cristóbal. Porque el peso del niño era tan, tan grande que cayó desmayada. Volvió en sí con el beso de la Virgen. Devolvió al niño y escuchó la única palabra que brotó de la hermosísima boca:

-Comprendes?

-Qué harás, Angélica, con semejante perdón?

Tomaban café junto a la ventana. Divisaban el parque y la partida del sol. El hombre de pelo blanco se había convertido en un amigo fiel. El único.

-Lo vengo pensando. Pero no creas que se me dejan muchas opciones...

-En realidad no tienes ninguna.

-Tengo que perdonar. Completamente.

-Hasta...

-Si.

Quedaron un rato en silencio.

-Todavía estoy enojada con mi madre. Y me gusta hacer rabiar a mi hermana Violeta. No importan que estén...

-Donde sea.

-Si.

Qué hacer? Qué se hace con el despertar? Yo siempre dije, en voz muy alta, demasiado alta, quizá, que no era importante para mí ser madre. No necesitaba hijos. No los deseaba. Y después... cuando mi amiga Lilián tuvo a Lucio... no sé qué me pasó. Amé a ese niño desde que lo vi, desde que Lilián me lo puso en los brazos. Pero no sentí envidia de la madre. Estoy segura. Aunque también creo que pude ser buena madre para él. Quizá solo para él. El traía como una luz. Una luz que he visto en pocas personas. Ni el padre ni Lilián vieron esa luz. 
Tú tienes algo de esa luz, amigo. Nunca me dirás quién eres, realmente?

-Sólo alguien. Uno de tantos.

-Ni tu nombre sé... y tomas café conmigo casi todos los atardeceres. Y me acompañas al parque cada noche, y me alejas cuanto puedes de mis pesadillas, del candombe infernal que intenta asaltarme... sin que yo pueda saber por qué. Quizá tú sepas eso. Y también qué es lo que busco. Eso que se me perdió. Lo sabes?

-No. En cuanto al nombre... tuve que cambiarlo. Varias veces. Tú puedes llamarme como quieras.

-Me gusta llamarte "amigo"... aunque podría llamarte Salvador!...

-Como quieras.

-Pero el nombre que nos dan al nacer... significa algo. Es... como un indicio. De tu esencia quiero decir. No es nada extraño que alguien como Lucio recibiera ese nombre.

-Tu nombre es significativo, Angélica.

-Nunca me gustó.

-No será que es eso lo que estás buscando? El sentido de tu propio nombre?

-Podría resultar demasiado obvio.

-No. Se habla mucho de ángeles, se inventan juegos... hay demasiada fantasía. Conocimiento poco. Muy poco.

-Entonces... dado lo poco que sé de ti... te llamaré Ángel, también... algunas veces. Estás de acuerdo?

-Como quieras.

-Cuando la Virgen me puso a su Niño en los brazos... no lo pude soportar. Luego... comencé a pensar en las madres, en cada madre. Cada una lleva el peso de su hijo. La Virgen llevó el peso de la humanidad. Quizá de todos los seres sintientes... al cargar a Cristo. En su vientre, en sus brazos. Ella sabía que sería así. Pero no vaciló y dijo sí.

-Entonces...

-Angel... yo no soy más que una pobre mujer que ha dicho "no".

-Te arrepientes?

-No. Soy rebelde y siempre lo seré. Pero también llevo un peso grande conmigo. Algo que algún día saldrá a la luz y sabré qué es. No es bastante pasarse la vida embarazado de uno mismo? Ella sólo me dijo: "comprendes?"

Por qué no me dijo más? Mi madre me cargó, fantaseó mucho, demasiado sobre mí y la defraudé. 

Mi hermana Violeta no tuvo hijos pero se hizo cargo de varios niños ajenos. Veló por ellos, les dejó todo lo que recibió de la familia... y lo hizo sin la menor ostentación. Todos creíamos que era una mujer celosa, amargada, malhumorada... y, sin embargo, tenía compasión. 

Algo que yo no tuve ni con ella ni con mi mejor amiga.

-La Virgen, igual que tu amiga Lilián, te puso al hijo en los brazos. Eso significa confianza, Angélica. Lilián podía equivocarse. La Virgen... no.

-Tu crees que debo buscar a Lucio?

-No.

-Entonces... tal vez debiera buscar a los protegidos de mi hermana... Han pasado tantas cosas terribles... Angel.


Pero otra parte de sí sabía que, sin interferir, sólo se trataba de afrontar la tarea de cada día. Lo que se le ponía delante. La tarea de Violeta le pertenecía por entero a la propia Violeta. Y, seguramente, ella se mantenía alerta.


-Ángel... por qué se blanqueó tu cabeza en una sola noche? Querrías hablarme de eso?

Era otra noche. Habían dado una vuelta por el parque y Angélica le ofreció una copita de brandy.

-No, Angélica.

-Eres uno de ellos. Como... Lucio.

-Tú no sabes nada de Lucio. Ni sabrás nada más de mí.

-Nada?

-Sólo te diré que he sido testigo de la mayor crueldad. Lo que tuve que ver... dejó blanca mi cabeza en unas horas. Si. Presencié el padecimiento de muchos, conocí el terror, conocí la angustia de la impotencia frente a la más insana injusticia. Muchos fueron... arrojados...al mar... de la locura. Estaba seguro de seguir el mismo destino... pero alguien tomó mi lugar y con una audacia inimaginable nos salvó a los dos. Pero esa clase de suerte no se repite.

-Quién... fue?

-No importa quién fue. Angélica, recordar, evocar en voz alta tanta desventura y tanta crueldad sólo le daría más fuerza. Yo elegí callar. Si puedo hacer algo bueno por alguien, quien sea, lo hago. Y doy gracias. Desde entonces... soy otro.

-Otro?

-No preguntes más. Soy tu amigo. Todavía me verás por un tiempo. Pero tendré que alejarme. 

Por tu bien. Ahora no te comprometo porque están observando a otra persona y han decidido dejarte tranquila. Pero... no hay que confiarse. Y tú eres fuerte. Podrás resistir sin este viejo amigo.

-Quiere decir que te irás para siempre?

-No para siempre. Algún paseo más haremos juntos... cuando seamos más viejos... y cuando haya amainado la tormenta.


Así fue. El hombre de pelo blanco se esfumó. Desapareció de los atardeceres y de los paseos nocturnos de Angélica. Repentinamente. Sin despedida. De manera que Angélica hubo de cuidarse sola. Cumplía sus tareas escrupulosamente y aprendió a mantenerse en un estado de atención profundo, casi permanente por imposición de una soledad que la ensimismaba.

A veces pensaba en Lucio. Intuía que el hombre de pelo blanco y Lucio se conocían, seguramente por un ideal común, un bien mayor que, en medio de tanta decadencia y desventura, muchos soñaban. Otras veces, pensaba en Lilián, en aquel verano crucial que parecía no querer alejarse y morir en el pasado como otros veranos. En Bernardo, su único y verdadero amor. Muy de vez en cuando su sombra cruzaba el pequeño apartamento. Como para darle la seguridad de que la cuidaba. Quizá era la única manera posible de corresponder al imposible amor de Angélica. Algunas mañanas, al despertar, encontraba a Violeta al pie de su cama. Ya no se mostraba como un fantasma burlón. Más bien parecía que Angélica había empezado a gustarle. Hasta que una mañana se presentó con la madre de ambas. Y Angélica comprendió que había llegado el momento de intercambiar perdones. Y lloraron mucho las tres. Una reconoció su promiscuidad irresponsable, sus mentiras; la otra su prejuiciosa intolerancia. Violeta confesó, también, sus celos, ya que estaban en rueda de perdones.

-Ahora nos veremos menos - dijo Violeta.

-Por qué?

-Creo que ascenderemos un poco más. Y quedaremos más transparentes. Es posible que tú ya no puedas vernos bien, Angélica. Pero estaremos cerca cuando sea verdaderamente necesario.

-Donde ustedes están... pueden ver, saber algo del destino de Lucio Brunelli, el hijo de mi amiga Lilián?

-No. El no está donde nosotras.

-Entonces... Lucio está vivo. Judas no pudo entregarlo, todavía.

Pero sí le llegó el momento de saber de Lucio. Al final de un informativo, en el único Canal que el gobierno de facto permitía, se encontró de pronto con la imagen de Lucio. Lo denunciaban como peligroso subversivo recién capturado, como uno de los cerebros de los llamados "hombres de Sirio", los enemigos de la democracia y vendepatrias. Hombres de temer, dueños de extraños poderes, además. Una victoria más de la Fuerzas Conjuntas.

Angélica sintió un golpe en el corazón y luego un terrible frío. Sabía cuanto quería a Lucio pero sólo entonces conoció la medida de su cariño.

-Aquel niño... Nuestro chico lleno de luz...

Y, con la certeza, la tomó un tremendo orgullo. Como la seguridad de que la verdadera madre, 

Lilián, no entendería nada.

Un día cualquiera pudo salir de su confinamiento. El Barrio Sur se amansó y dejaron de cercarla los bailarines infernales. Comprendió, entonces, que aquel que se creía por encima del bien y del mal, aquel que creía que podía burlarse de todo y de todos, había caído por fin. Y con él se disolvieron los embrujamientos. Volvió a mezclarse con la gente, a conversar con los desocupados, a lo que un taoísta habría llamado "cortar leña y acarrear agua". La leña y el agua de cada día. La tarea de los simples, de los que no acumulan nada y se dejan deshacer por el tiempo, sólo ocupados en servir. O en el intento.

Pero una cosa es contar esto y muy otra haberlo vivido, como lo vivió Angélica. Porque, aunque liberada, hubo de soportar por unas cuantas noches las pesadillas con las que el diablo de Máximo intentó todavía vejarla y burlarse. Se le metía en la cama, la corría, la destapaba, intentaba penetrarla y le susurraba amenazas infernales, prometiéndole el fuego eterno.

-Lucio me burló. Para él la muerte era muy poco. Pero tú no te me vas a escapar.

Ante semejantes ataques, Angélica pensó en buscarse algún jesuita exorcista, luego recordó la sabiduría de su amigo de pelo blanco. El... le había recordado que no habría límites para el perdón. Entonces, decidida, una noche, con una medalla bendita de la Virgen en la mano, y el rosario al cuello, se sumergió en el sueño decidida a todo. Y hubo niebla y tremenda y tormentosa oscuridad onírica esa noche. Temblorosa, Angélica lo esperó. Y cuando Máximo se manifestó sacándole su negra lengua... ella le gritó:

-Basta, Máximo. Basta Máximo Marcelo. Ya has sufrido bastante. Sal de tu prisión. Por mi parte, en nombre del Padre, de Cristo misericordioso y del Espíritu Santo... yo te perdono completamente. Y te encomiendo a la Santísima Virgen María para que interceda por ti.

Marcelo dio un grito terrible, como si le hubieran arrancado las entrañas si aún las tuviera. Luego se desmoronó a los pies de Angélica, llorando desesperadamente y besándole los pies. Lo alcanzó un rayo de luz y desapareció. Y Angélica supo que para siempre.


Sería hermoso decir (o tal vez no, quien sabe) que la evolución de Angélica fue lineal, una flecha lanzada al mar de la serenidad. Contarles que se retiraron las arenas agitadas por los huracanes de los pensamientos, de los recuerdos propios y ajenos, todas aquellas rapiñas mentales y que, finalmente, pudo dejarse ir bajo el cielo de su conciencia y sumergirse en el lago depurado de su mente. Pero no fue así. Su ego potente interfería. Y la espantaba la complacencia en sus acciones, aquellas que juzgaba meritorias. Porque lo que venía después era un terrible desánimo y una gran desesperanza. Recordaba muy bien aquello de la entrega sin reservas a la voluntad Divina, aquello de "es preciso que El crezca y yo disminuya", pero ni El crecía ni ella disminuía en medio de esa agua estancada por su narcisismo.

"Lo único que me consuela es que me doy cuenta, que percibo el tamaño de mi sombra...pero hasta eso me envanece ",se repetía una y otra vez. Cómo se hace para matar al ego? Y quién ha dicho que hay que matarlo realmente? Podría articular algo el alma sin la presencia concreta del ego? Pero quién subordina a quién? " Y...por qué me obsesiona todo esto? Por qué no puedo ser más sencilla, por qué no puedo ser simple?". Hubo un tiempo en que le pareció haberlo logrado, cuando comenzó su confinamiento. Pero no.

Sus buenas acciones respondían a convicciones asentadas en su intelecto pero no florecían espontáneamente en su corazón. No todo el tiempo. Admiraba el budismo y ,si pudiera creer en la reencarnación, sabría que la esperaban muchas vidas aún.

Una noche, viendo un video sobre la vida de Jimmy Scott, se iluminó un poco. La admiró la absoluta humildad de tan gran artista, sometido a dificultades y largos olvidos. Su voz incomparable, suave, casi femenina, le movió las aguas interiores, tan estancadas. Como si una corriente muy pura allí se le vertiera. Y volvió a llorar por su amor imposible, por Bernardo. Lo único verdadero. Pero esas eran las ocasiones en que la sombra de Bernardo no la consolaba. No podía consolarla. Su amor era otro. Y eso era definitivo.

Fue en esos tiempos de tormento que Angélica sintió la necesidad de volver al Prado y encararse con la casa de la infancia. La casa de la familia. O lo que quedaba de ella.

El corazón se le encogió al encontrarse con su viejo amigo, el león Alfredo, con media cabeza y la melena desgranándose.

-Estás como yo, querido.

Y se abrazó llorando a su lomo que ya no era más que piedra inerte.

La casa se había tugurizado. Celosías sueltas, colgando a medias, balanceándose, escalones mordidos, vidrios rotos y un olor que negaba toda evocación, un olor que mataba la más dulce y resistente melancolía.

-Es mi obra, en parte. La abandoné. La olvidé.

Y tomó conciencia de que, salvo ella misma, no quedaba nadie de la familia. Todos muertos.

-Muertos, no. En otra parte.

La voz de Violeta, su aliento frío le rozó una mejilla.

-Ah, aquí estás, hermana...

-Quedan algunos, Angélica. Los míos.

-Tus chicos?

-Ya no son chicos, Angélica. Y son agradecidos. No pueden hacer casi nada por la casa. Pero cuidan el jardín de atrás, in memorian. Ven a mirar.

-Apenas puedo verte.

-No es a mí a quien tienes que ver. Vete detrás de la casa.

Angélica sentía a Violeta como una brisa fuerte, envolviéndola, empujándola.

-Allí están. Míralos.

Cinco hombres, dos mujeres. Concentrados en la tierra limpia y removida en algunas partes de lo fue el enorme jardín. Algunos parterres estaban cubiertos ya de hierba nueva, recortada. 

Otros desbordaban de flores. Contra los muros, hileras de cipreses y cedros jóvenes. 

Limoneros, naranjos. Y, en el fondo, una línea de álamos plateados bordeando un sendero de arena lunar. Angélica se dejó envolver por los perfumes sutiles que parecían acariciarla. Y por un sonido quedo y rítmico que la hizo volverse.

-Hay una fuente, también?

-Un estanque, mas bien. Con algunas carpas. A tu derecha, mira. Y pronto traerán cedros.

-Es hermoso. Nada que ver con aquella especie de selva que tuvimos.

Los jardineros, absortos en su tarea, no parecieron percatarse de la presencia de Angélica. 

Todos bronceados, menos uno de los hombres que se veía extraordinariamente pálido.

-Qué tiene ese hombre en la piel?

No hubo respuesta. Violeta ya no estaba ahí.

Y precisamente el hombre pálido levantó la cabeza y le preguntó qué hacía allí.

-Vine a admirar el jardín. Soy Angélica, la hermana de Violeta.

Algo azorados, los siete se acercaron y la rodearon.

-Ahora es otro jardín -dijo una de las mujeres.

-Cierto. No se parece en nada al que teníamos. Aquel, florecía por su cuenta, y se iba en vicio.

-Así de salvaje lo encontramos. No tenemos forma de restaurar la casa. Está llena de alimañas. Y, aún así, está tomada por intrusos. Pero nadie nos impide cuidar el jardín. Es una manera de recordar a Violeta.

-No hay merodeadores?

-Si. En todo caso siempre volvemos a empezar.

-También hicimos una huerta. Nos da de comer y alimentamos a mucha gente del barrio. Venga a verla. Está del otro lado de las glicinas.
Angélica caminó con ellos sintiéndose muy observada.

-Usted no se parece nada a Violeta.

-No. Y cómo ha sido la vida de ustedes?

-Ah... bueno...a medida que bajaba la moneda... también bajábamos nosotros en todo sentido.

-Y el trabajo?

-Este es nuestro trabajo, señora. El jardín y la huerta. Ya se lo dije. Nos da de comer. Y nos consideramos afortunados. Cuántos pueden trabajar, ahora?

-Y... viven juntos?

-Somos familia. Si.

-Dónde?

Todos largaron la risa.

-En la casa, señora. Los intrusos somos nosotros. No tenemos electricidad pero tenemos agua. 
Podemos pagarla, por suerte.

-Agua... El mayor tesoro.

-Su hermana nos dejó la casa. Pero hubo que venderla... pasó por varios remates y, 
finalmente, fue abandonada porque se venía abajo. No hay dinero suficiente para restaurarla. 

Es demasiado grande.

Recorrieron la huerta, el vergel y Angélica observaba maravillada.

-Quiere quedarse a comer con nosotros? Se anima a entrar en la casa?

-Esto es... muy fuerte para mí.

-Venga. A Violeta le gustaría.

-Estoy segura.

En alguna parte, dentro de sí, sonó la risa de Violeta.


Comieron al atardecer, alumbrados por velas, por candiles como en el campo. Al entrar, Angélica temblaba. No se atrevía a respirar. Pero, en el corazón de la casa, en el centro mismo, lejos de los puntos cardinales, como en un inmenso mandala, los siete habían creado un espacio de inesperada belleza. Y allí la acogieron, entre tules y almohadones, entre alfombras persas que pudo reconocer, aunque gastadas y descoloridas. Pero allí reinaba una insólita pulcritud. Y la alimentaron con gracia, deliciosamente, en lo que quedaba de las porcelanas de sus abuelos.

-Como puede ver, señora, nada es lo que parece.

-Yo me aparté pronto de la familia - explicó Angélica - Sólo supe de ustedes al morir Violeta.

-Ella nos pidió que ensayáramos una forma de vida sencilla. Cerca de la tierra. Se ocupó de hacernos preparar para eso.

-Si. Ella esperaba que fuéramos como una célula nueva, del tejido nuevo. Del tejido social. Si ustedes lo logran... otros también, decía.

-Yo sólo escuché la historia de un niño que hacía cometas maravillosas y que levantaba vuelo con ellas; supe de una niña que soñaba con el mar y de otra que necesitaba una carita nueva.

-Si. Esa era yo. Me salvaron del fuego. Por un pelo estoy viva.

También supe de un poeta; de un imaginativo zapatero que haría bailar a la gente con su calzado mágico...de otro que quiso ser carpintero como Jesús.....

-Y soy carpintero - dijo uno de ellos, riendo - Esta mesa la hice yo.

-Y dónde está el que se perdió buscando a su perro?

-Ese soy yo - dijo el hombre pálido - Encontré al perro pero no supe volver.

-Mi hermana ha sido una caja de sorpresas. De verdad. Y ... siempre es así de tranquilo? 
Aquí, quiero decir...

Ellos se miraron unos a otros.

-No. No siempre. Cada tanto tratan de sacarnos.

-Y no son demasiado amables.

-Algunos en la policía piensan que somos peligrosos. Caen muy seguido y dan vuelta todo por si tenemos armas.

-Y no las encuentran, seguro.

-Seguro. Porque no las tenemos, señora.

-Ni las tendremos.

De pronto, el hombre pálido se mostró muy cansado. Se dejó caer, aún más pálido, con la frente empapada.

-Qué le pasa? 

-Está enfermo.

-No. No estoy enfermo.

-Debe descansar. Yo me voy. Les agradezco la invitación.

-Volverá, señora? La veremos otra vez? - la voz de hombre pálido se volvió increíblemente queda, aunque muy clara.

-Volveré.

El la miró a los ojos. Pareció contemplarla con incierta devoción.

-No lo creo - dijo y quedó sin sentido.

Los demás la acompañaron hasta la calle.

-Qué tiene?

-Sida.

-Pueden cuidarlo bien? 

-Tanto como él permite.

En la puerta, Angélica buscó lo que quedaba de su león. No lo encontró.

-Busca a su león de piedra? Es inútil. Desaparece todas las noches.

Una de las mujeres se echó a reír.

-Ahora se convirtió en grifo. Al anochecer le aparecen alas.

-No las necesita. Siempre pudo volar.

De pronto, Angélica se encontró enojada. Comenzó a alejarse sin despedirse.

-Aquí pasan cosas raras, todavía. Debería saberlo, señora. Volverá?

-No creo. No escuchó lo que dijo él? - Angélica siguió caminando sin darse vuelta. Pero la mujer la alcanzó.

-No sé por qué está enojada. Nosotros no le arrebatamos nada.

-Lo se.

-El morirá pronto. Vuelva.

Le tomó bastante tiempo encontrar el motivo de aquel enojo repentino. Descartó razones porque su intelecto no podía encontrarlas. Aquellas siete personas habían penetrado en lo que, en su prehistoria ,había sido su espacio cotidiano, de manera legítima. Su propia hermana les había entregado aquel viejo mundo. Un mundo que ya casi ni existía.

Finalmente descubrió que aquella emoción explosiva tenía que ver con su querido león. Su querido amigo Alfredo, su león volador... era su única y verdadera posesión de la infancia. 
Lo único que había guardado como tesoro y como secreto. En su memoria había vivido bien. Como testigo y confidente de su capacidad de soñar cosas buenas. Ahora, tantos años después, lo reencontraba semidestruido, inerte de día, pero trascendido de noche. Pero su misterio ya no era compartido con ella, sino con esa muchacha que había vuelto del fuego.

Así que celos. Estaba celosa. Como una niña. Como la misma Violeta.

Se encaró con sus celos y, por eso mismo, decidió volver. Y volvió una noche bastante clara. 

La luna mostraba los escalones destrozados de la entrada y la piedra desnuda: el león ya había ascendido. Dio la vuelta y se internó en el jardín. Le sorprendió lo frondoso que se había vuelto. Los árboles se habían estirado desmesuradamente y encerraban entre sus ramas susurrantes un extraño vacío. Detrás de las voces de las hojas, detrás de los crujidos de las ramas, más allá de toda la vida disuelta en las sombras, allí donde la luna no podía llegar, parecía extenderse un temible silencio.

-Se han ido - pensó. Y sintió frío. Y culpa. Como si su enojo y sus celos infantiles hubieran tenido el poder de expulsarlos. Se quitó los zapatos y caminó al acaso sobre la hierba desbordante de rocío, tratando de mantener su conciencia en la planta de sus pies para no espantarse. No podía ver nada pero sentía que el lugar se llenaba de fantasmas. Entonces, alguien la tomó de la mano.

-Señora... venga. Estamos adentro. Con Juan. Juan está muriendo.

Reconoció la voz de la muchacha del fuego y del león. Y se dejó llevar.

Fueron hacia la parte más alta y remota de la casa. En el mirador, semiderruído, en una cama improvisada y entre velas, estaba el hombre pálido, aún más pálido, con los ojos cerrados, respirando mal. Los otros lo rodeaban en silencio.

-Miren quién vino. Juan... mirá quién vino a verte.

El hombre pálido abrió los ojos. Dos líneas centelleantes bajo la frente.

-Ah... creí que no vendría...

-Yo también - dijo Angélica.

-Déjenme solo con ella - dijo él, con la misma voz queda y clara que Angélica recordaba. Y los demás se esfumaron, silenciosos como sombras.

-Acérquese más. Usted vivió mucho tiempo sin saber de nosotros. Pero nosotros sabíamos de usted. Violeta la nombraba mucho. La hermana mayor, maga y hermosa.

-No puedo creer que Violeta les hablara de mí. Y menos así. Eso de maga no fue más que una ilusión. En cuanto a hermosa... Está bien. Lo fui.

-Lo es.

-Ya no, Juan.

-Si. Lo es.

-Como quiera. Qué puedo hacer por usted?

-Se acostaría conmigo y me dejaría hacerle el amor?

Angélica se apartó.

-Qué dice? Seguro que no.

-Porque estoy enfermo?

-No! Esa sería la última razón.

-Y la primera?

-Apenas nos vimos una vez. No lo conozco, Juan. Y puedo ser... su madre, o casi.

-Y qué? Lo pediré de nuevo y... de otra manera.

-Por favor...no...

-Me dejarías hacerte el amor? - dijo él, sonriendo con dulzura y extendiendo una mano. Una mano llameante, irresistible - Sería un acto de compasión.

-Hacia ti o hacia mí?

-Hacia los dos. Tú no estás menos desvalida que yo.

-Qué sabés de mí?

-Qué importa eso ahora? Lo único importante es... el amor súbito. Y... sobre todo la muerte

-No la nombres.

-Ya está aquí.

Por un instante, Angélica se perdió a sí misma .La tomó una forma de locura semejante a aquella, incontenible, que la había arrojado a los brazos de Máximo. Y, sencillamente, comenzó a desprenderse la blusa.

Entonces ocurrieron dos cosas al mismo tiempo. Su madre se hizo visible cerca de la cabecera de Juan, vestida de un blanco reluciente. Y el propio Juan, haciendo un gesto terminante, le dijo:

-No, no es eso lo que quiero. Solamente recostate junto a mí. Respirá conmigo. Acaso puedo algo más? Ya no tendría fuerzas ni para acariciarte. Cómo podría... penetrarte? Aunque... alguna vez soñé con eso.

-Tú hablaste de hacer el amor- dijo Angélica cerrando su blusa y dejándose caer junto a él.

-Hay muchas maneras. Deberías saberlo. Esta es una. Así de cerca... podré penetrarte con mis palabras. Las últimas - dijo, apoyando su cabeza sobre el pecho de Angélica. Esta sintió la calentura de la frente, el pelo transpirado, y el aliento, la respiración entrecortada de Juan sobre sí. Y advirtió que jamás había estado tan cerca de alguien. Pensó en Bernardo. "Así pudo ser...".

-Hace cinco años que me supe con el virus. Y más de un año que enfermé. Elegí no luchar. 
Para qué? Ya casi no quedan recursos en el país. De casi nada. Querrás saber cómo enfermé...

-Sólo si querés decirlo.

-Me violaron en la cárcel. Maté al violador. Y ahí mismo, creo, me condené yo mismo a muerte. Yo... nací pacificador, manso. Cómo cargar con una muerte?

-Quién fue?

-Un guardián. Y la revancha, la venganza de sus compañeros fue tan brutal que... casi cumplieron mi propia sentencia. Pero... resistí. Me arrojaron a un pozo y otro prisionero me reconfortó y me dio ganas de vivir un poco más. Sólo un poco más.

-Quién era él?

-Uno de los nuestros.

-....Por qué estabas preso? Qué habías hecho?

-Eso no importa, ya.

Angélica acarició la cabeza empapada y le dio un beso en la frente.

-Así que...sos uno de ellos..."los hombres de Sirio".... 

-Supongo que ya no queda ninguno...

-Y cómo pudiste zafar?

-Aquel hombre me ayudó. Había un plan de fuga y él se hizo cargo de mí. Yo no podía caminar, apenas. No se cómo... zafé. Seguramente saben que estoy aquí, muriendo. La casa misma ha sido mi última celda... y la tienen vigilada. Pero... yo no soy importante ya para ellos.

-Cómo se llamaba aquel hombre?

-No sé. Tenía el pelo completamente blanco. Me contó que había encanecido en una noche. Vió... demasiado. Y, casi milagrosamente, se salvó de una muerte espantosa. Uno de los líderes lo sacó. se ingenió para tomar su lugar.

-Y él ..? - Angélica empezó a temblar.

-El líder fue arrojado al mar. Encadenado.
Angélica se dijo... "Lucio... ése era Lucio"... y sintió que lloraba. Súbitamente comprendió la misteriosa coherencia de la vida. La manera en que Dios reunía los fragmentos dispersos de su dibujo. Ese dibujo que una y otra vez rompían los seres humanos. Pero nadie con más paciencia que El.

-Angélica.... Gracias por escuchar. Voy a pedirte algo más. Una sola cosa más.

-Lo que quieras, Juan.

-Dame tu absolución. Absolveme.

-Pero Juan...no puedo....

-Si. Las mujeres pueden. Basta que me digas..." En nombre de Dios, yo te perdono".

Angélica se volvió para mirar a su madre. Junto a ella, resplandeciente, estaba Violeta. 
Ambas asintieron. Y entonces, Angélica se incorporó y mientras sostenía a Juan con su brazo izquierdo, puso su mano derecha sobre la frente que se enfriaba, diciendo:

-En nombre de la Santísima Trinidad...yo te absuelvo de toda acción errada.

Quedas libre, Juan.

Lo besó suavemente en la frente, los ojos y los labios y vió cómo él se desprendía y, con un ligero fulgor, libre de todo peso y pesadumbre, era recogido por Violeta y su propia madre.

Mucho más tarde, cuando pudo desprenderse de los seis dolientes, luego de mirar por última vez el cuerpo desierto del hombre pálido...Angélica recorrió lo que quedaba de aquella casa que fuera orgullo y gloria de sus padres y abuelos. Al salir, su viejo amigo, el león, ahora con alas visibles, puso su media cara a sus pies. Y fue un adiós.

Pasó el tiempo, y la misma Angélica encaneció. Escribía siempre, trabajaba en el jardín que había armado en su diminuto balcón, cocinaba con un deleite desconocido y si era llamada... respondía. Pero seguía resistiéndose a encontrarse con Lilián. Hasta que una noche, ésta volvió a llamarla y dijo una palabra mágica.

-Angélica. Por favor, escuchame. Quiero decirte algo de Lucio.

-De Lucio?

-Lo vi.

-Alucinaste, seguro.

-Lo vi. Me crucé con él en la calle. Era él. Igualito. Te lo juro.

-Lilián, eso no es posible. Y... aún si fuera él... no podría estar igual...

Lilián se puso a llorar en el teléfono.

-Nadie me cree. He estado tanto tiempo, tantos años aislada... que todos me creen o tonta o loca. Pero era él....Solo que no me conoció.

Angélica se cuidó de decir lo que sabía del final de Lucio. Era mejor que Lilián siguiera en la nebulosa.

-Ya sé. Tú tampoco me creés.

-Lo que creo es que tu deseo de verlo te hizo verlo. Esas cosas suceden.

-Era él.

-Una coincidencia, Lilián.

-No, Angélica!

-Una coincidencia feliz para ti. A lo mejor te cruzaste con su doble... o algo así.

Un destello de ira le llegó desde Lilián.

-Está bien. No insisto más. Disculpá la molestia.

"Le sienta bien enojarse, después de todo", se quedó pensando Angélica. Una manera como cualquier otra de sacudirse el polvo, las arenillas del tiempo.

La cuenta con Lilián seguía, seguiría pendiente. " Jamás seré perfecta".

Una noche cualquiera, en tanto paseaba con tranco pausado, sin la menor señal de advertencia, y como si se deslizara por el límite de sus sueños, el hombre de pelo blanco reapareció. De ahí en más, contentos de verse, no se hicieron preguntas y, como si en alguna parte, quizá más allá de la conciencia, lo hubieran acordado, no hablaron más de ciertos sucesos del pasado. Es posible que los dos se percataran por entonces de la brevedad de la vida porque, aunque se movían más despacio, el tiempo parecía tener más prisa.

Sin embargo, muchas noches caminaban por la linde del parque. Sólo que ahora no se internaban en la espesura. Ambos arrastraban demasiados fantasmas. Un cortejo vaporoso, sutil, cada vez más y más tenue... pero que, por momentos, podía asfixiar. Y los dos, especialmente Angélica, sabían que lo que debían cuidar más eran los momentos. En alguna parte muy remota y muy adentro, las almas insistían con lo que parecía volverse un canto:
"....La vida es corta así que no te apresures...Haz que tus momentos merezcan ser eternos...". Al punto que, a veces, cocinando, cuidando algo sobre el fuego, inhalando el aroma de las hierbas que parecían suspirar sobre la comida, Angélica podía jurar que el tiempo se detenía. Ponía atención y los segunderos de los pequeños relojes de la casa, se paralizaban. El reloj sobre su muñeca hasta parecía congelarse. Y se hacía un gran silencio porque el tiempo ordenaba la suspensión de todo movimiento. Entonces, Angélica se bebía el delicioso momento. Y se conformaba con eso, porque nunca lograba percatarse del instante preciso en que el tiempo volvía a deslizarse, como arena que era.

A veces...el silencio era tan grande, como cuando el momento se detenía y ella estaba con los ojos sobre el horizonte desde la ventana, por lo general al atardecer, que Angélica dejaba de percibir los latidos de su corazón, también. De manera que todo estremecimiento corporal cesaba en tanto se amplificaba más y más la conciencia del maravilloso instante. 
Pero semejante experiencia se cortaba abruptamente cuando Angélica temía estar muriendo. " Qué clase de vida terminaría siendo mi vida? Escritos extravagantes y olvidables para sobrevivir... y ninguna memoria de verdadero amor. Unos pocos relámpagos y algunos sucesos bastante miserables difíciles de olvidar. Entonces recordaba que había sido perdonada. Pero… todavía no le parecía suficiente.

-Si al menos pudiera amarte a ti.... decía a su amigo el hombre de pelo blanco. O más bien lo pensaba caminando a su lado.

También solía enervarse con Bernardo. Tanto amor por esa tonta. Cómo es eso de enamorarse de una tonta, Bernardo? Podrías explicarlo? O será que he estado amando a otro gran tonto? Con ésos pensamientos desafiaba a Bernardo, era su manera de convocarlo en ese tiempo en que él se iba convirtiendo en un espíritu desganado, con pocas deseos de aparecer en tanto que otros respondían amablemente aunque ya apenas pudieran verse." Son ellos que ya no pueden mostrarse porque se van quedando sin forma...o soy yo que voy perdiendo la visión? Si por lo menos nos contaran algo del otro lado".Eran los momentos en que la fe le era arrebatada, como si la atravesara un tremendo viento y quedara como un territorio devastado. Eran ciclos en que los momentos dejaban de detenerse porque no había encantamientos. Ni impulso para desearlos.

Una noche en que tuvo el capricho de revisar uno de los álbumes de la familia, absorta en tantas y viejas fotos, Angélica se percató de que jamás tenía un pensamiento siquiera para su padre y que sus abuelos no existían en su memoria. Se sintió como desgajada de sus ancestros. 
Y éstos tampoco habían dado muestras de interés hacia ella. Jamás se habían asomado desde el otro mundo. Ni por un momento. 

De pronto se encaró con la foto de boda de sus padres. Tan jóvenes, tan distantes. Y, por primera vez en su vida, advirtió que se parecía a su padre. El pelo rizado, la sonrisa, la manera de entornar ligeramente los párpados...Cómo no se había dado cuenta? "No. Es que me fui olvidando ",murmuró, dejando caer la foto y recordando lo que tantas veces le habían contado, que su padre la ofreció al sol, apenas nacida. " Yo no tengo retrato de boda. Nunca estuve en un altar con un hombre. Ni estaré. Lo siento, mamá. Te hiciste demasiadas ilusiones conmigo".Sabiendo de sobra que a su madre ya no le importaba, sin embargo, se puso a llorar. Sólo con Bernardo pudo desear algo que nunca tomó muy en serio. La puesta en escena en un templo, el vestido soñado por tantas... "Con cualquiera que hubiera aceptado...habría sido una comedia. Con Bernardo, no. No me arrepiento de estar sola".

-Basta, Angélica. Me dejarás en paz?

En el otro extremo de la habitación, junto a la ventana, como si hubiera brotado de su diminuto jardín, en un tenue resplandor se podía adivinar la silueta de Bernardo.

-Nunca pensé que podía perturbarte.

-Pues, si. Podría haber ascendido un poco más si me soltaran tus pensamientos.

-Creí que me protegías.

-Hay unos cuantos ocupándose de ti ahora...aunque no los veas.

-Ya se. Mamá, Violeta... Aunque apenas se dejan ver.

-No. No me refiero a ellas. Hay más.

-No voy a preguntar. No quiero saber.

-Es mejor.

-Hay una única cosa que te quiero preguntar. Por qué Lilián y no yo?

-No hay explicación. Salvo que mi natural inclinación fuera hacia las mujeres bellas y un tanto débiles. Más vulnerables que la mayoría. Lilián sufrió una conjura desde niña. Fue como si todos los que la rodeaban se hubieran puesto de acuerdo para mantenerla dormida. O casi. Tenía... tuvo para mí el encanto de una bella durmiente...

-Para mí fue siempre una tonta.

-Siempre te gustó creerlo. Deberías verla. Ella te quiere y te necesita. La vida no está siendo fácil para ella.

-No creo que le falte nada.

-Los padres ya no están. Después de la muerte de mi hermano... se cometieron muchos errores en la empresa. Poco queda de la fortuna. Lilián languidece y no tiene más pensamiento que su hijo desaparecido. Además, y lo sabes, es poco lo que queda en pie...en este país.

-Ah… Bernardo. Hay cosas que me da miedo saber con certeza... Pienso en Lucio.

-No tengo nada más que decirte, amiga. Ya no nos veremos más.

-Y tú hermano? Lo había olvidado por completo. Y... ya sé que no debo preguntar... pero hoy...me parece que estoy viviendo un día de recuerdos...

-No estamos en el mismo...lugar...No se nada de Alejandro.

-Entonces..hay infierno..

-Qué dices? Nada sé, Angélica. Pero... supongo que debe necesitar tu perdón.

-Mi perdón? Nunca se me ocurrió que mi perdón significara algo para él... dondequiera que esté...Cuando se mató me alegré lo suficiente como para sentirme vengada y lo olvidé. Lo borré, Bernardo.

-Ya has perdonado, Angélica. Qué te cuesta un perdón más?

-Bernardo...

-Adiós, Angélica. Acuérdate de mí... pero no demasiado. Perdona para ser perdonada. Y aún mejor, perdona para liberar. Quien recibe perdón... puede iniciar la reparación.

Y, hablando así, con aquella voz tan queda y dulce, Bernardo desapareció, y Angélica supo que para siempre.


Por horas quedó con el vello erizado, desmelanada, la piel toda como de gallina. 
El corazón tardó en recuperar su tranco tranquilo y la sangre en calentarse. Y, por tanta alteración...comprendió que había perdido lo que quedaba de su don Rodeada o no... ya no vería a los del otro lado. Habiéndosele devuelto el santo temor, si es que alguna vez lo tuvo, ya no podría resistir visitas como la que tuvo.


Y así fue que un día, caminando por la principal avenida de Montevideo, una 18 de Julio bastante tugurizada, se encontró cara a cara con Lucio. Tan repentino y eléctrico fue el tal encuentro que, sin pensar en el absurdo, casi gritó:

-Lucio!

El joven la miró entre sonriente y sorprendido y le respondió:

-Luciano, querrá decir. Nos conocemos?

-Disculpe. No.

El muchacho se alejó conversando animadamente con sus compañeros. Un simple estudiante entre estudiantes, sin duda. De una generación muy, muy lejana de la suya. De pronto, Angélica se sintió muy vieja.

Entonces se rindió. Aquella visión, aquella coincidencia… o lo que fuera, la puso contra la tierra. Tuvo, por fuerza, que devolverle el crédito a Lilián. Tomar la iniciativa, llamarla luego de tantos rechazos fue para Angélica como poner la frente en el suelo frente a un enemigo. En lo profundo, su alma se alegró. Porque las almas se alegran cada vez que un ego se rinde... aunque sea un poco.

Como aún quedaba algo de verano y Lilián quería pasarlo en su casa de la playa, allí se encontraron. Las dos amigas, tan cambiadas. La casa también se veía bastante disminuida. Sin Antonia, a merced del desgano de Lilián, la casa se veía entristecida. No descuidada sino melancólica. Como si el espíritu encerrado entre esas paredes añorara los lejanos veranos, las perdidas presencias juveniles, y hasta las intrigas y los bailes de máscaras.

Si bien Lilián no demoró en sacar el tema de Lucio, Angélica no la contradijo pero se guardó de contarle que también lo había visto. Una gota de agua con Lucio. Pero llamado Luciano.

Los días se deslizaron tranquilos. Ambas disfrutaban del mar. A pesar de la violencia del sol encontraron momentos para cambiar de color, para dorarse y celebrar el salitre en la piel. En los viejos años, con las mentes enredadas, con aquellos estados de cierta desconfianza y vigilancia mutua, no habían sido capaces de gozar y agradecer. Ahora si.

-Esta casa es lo único que me queda de los tiempos de esplendor - dijo Lilián - La de Montevideo está llena de humedad y no la soporto. Pronto quedará como la casa de tus padres. Prácticamente arrasada. Pensar que alguna vez nos creímos con derecho a tantos privilegios...

-Y cómo te arreglás?

-Me arreglo con una renta muy pequeña, Angélica. En otra época... me habría dado vergüenza. 
Ahora doy gracias. Porque... de qué podría trabajar? Bien sabés que no sé hacer nada.

-Y cómo es tu vida, Lilián? Yo no podría estar sin hacer nada.

-Voy a la parroquia y leo cuentos a los chicos y a los viejos.

-Eso es hermoso.

-No es casi nada. Y... las pocas veces que viene Gloria al balneario, la acompaño un poco.

Angélica sintió curiosidad por Eugenia pero prefirió callar. Estaban en verano, las casas contiguas seguían en pié pero nada era lo mismo. Intuía que ya no habría juegos nocturnos, ni fantasías. Ni maldades encubiertas.

Ya estaban rozando el otoño cuando Angélica tuvo un encuentro que alteró la rutina de aquellos días lánguidos. Seguía amando los atardeceres y, caminando hacia el oeste, detrás del sol cayendo sobre el horizonte, divisó a una mujer en el otro extremo de la playa completamente desierta. Semejante a una estatua, sin más compañía que las gaviotas retornando. Siguió caminando, sin prisa, dejando sus huellas sobre la arena húmeda, aguardando la marea y la delicia del agua sobre los pies. Sólo cuando estuvo bien cerca, reconoció a Gloria Perdomo. Gloria con el pelo completamente blanco.

-Gloria.... Te acordás de mí? Soy Angélica, la amiga de Lilián....

Gloria se dio vuelta y recién entonces advirtió el bastón blanco.

-Tu voz es inconfundible, Angélica - dijo, sonriendo.

-Lilián no sabe que llegaste...

-Vengan a cenar. Como en los viejos tiempos.


Otra vez reunidas en el jardín de los Perdomo. Las tres solas, sin bebidas alcohólicas, sin la pugna de los jóvenes, sin el muchacho de la balada. Un grillo comenzó a cantar y, como era grande el calor, quizá por eso aparecieron luciérnagas.

-Sólo hay jugo de frutas... o té helado - dijo Gloria - Qué prefieren?

-Té helado está bien. Estás de acuerdo, Lilián?

-Si. No te levantes, Gloria. Yo sirvo.

-Puedo hacerlo perfectamente. Ya no tropiezo con nada. Me entrenaron bien.

-Cómo fue... ?

-Diabetes. Así empezó. Pero no me tengas lástima. Estoy bien.

-Tenemos suerte. Es una noche hermosa. El cielo está muy claro, Gloria tenemos encima la constelación de Orión - dijo Lilián.

-Ahora disfruto de otra manera. Percibo los sonidos de la noche y la brisa en la piel. Y los perfumes del jardín. Antes no me daba cuenta de nada - dijo Gloria, sonriendo. De pronto 
Angélica advirtió qué bella se había vuelto Gloria. Delgada, casi demasiado y con el pelo tan blanco, parecía otra.

-Soy otra -prosiguió Gloria, como si la hubiera escuchado - La vida es extraña. Y no creo decir nada nuevo.

Quedaron un rato en silencio.

-Pronto voy a vender esta casa - dijo Gloria de repente.

-No te dará pena?

-No, Angélica. En Montevideo me entiendo mejor y tengo una tarea asignada en la Fundación Braille.

-Tu hermano está de acuerdo?

Se hizo otro silencio y Angélica lamentó su pregunta.

-Es cierto que hace mucho que no nos vemos. Mi hermano y mi cuñada hace muchos años que se fueron a España. En realidad se radicaron en las Canarias. En Lanzarote.

-Tengo entendido que es un hermoso lugar.

-Cualquier lugar puede ser bueno para olvidar. Si queda lo suficientemente lejos... y si se está dispuesto.

-Es verdad. Yo también tendría que deshacerme de esta casa. Sólo que la de Montevideo está muy venida a menos... Pero... tenés razón. Debe ser bueno eso de irse lejos - murmuró Lilián.

"Está pensando en Lucio" se dijo Angélica."Algo grave pasó en la familia Perdomo... pero no voy a preguntar". Pero parecía que Gloria también podía escuchar los pensamientos.

-Después de lo que pasó con Eugenia... no pudieron resistir.

"Con Eugenia..." saltó el corazón de Angélica. Pero siguió callada.

-Es mejor no hablar de cosas tan tristes -terció Lilián.

-Ya está asumido. Y parece que Angélica no sabe nada.

-...No.

-No hay mucho que contar. Un día vinieron unos hombres... vestidos de particular, en un coche blanco, y sin dar explicaciones se llevaron a Eugenia. No sabemos bien por qué. No la volvimos a ver. No hubo manera de dar con ella o de saber dónde la llevaron, siquiera.

-Basta, Gloria. No hables de eso - dijo Lilián, la voz temblorosa.

-Ah... esta noche no tenemos ningún joven que nos embruje cantando. A veces quisiera volver a escuchar una balada con aquel poder... Se acuerdan de Marcelo? 

-No - casi gritó Angélica - No era... una buena persona.

-A mí me ayudó, sin embargo - dijo Lilián - Gracias a él... pude sobrellevar la ausencia de Lucio por un tiempo. Muy corto, es verdad.

-Y engañoso.

-Ya sé que estás herida, Angélica. Yo no sabía que había algo entre ustedes. Marcelo me lo dijo mucho después. Te aseguro que me sentí mal por eso. Siempre quise pedirte perdón.

-Está bien, Lilián. No pidas perdón. No fue importante para mí.

-Tendremos que conformarnos con ese grillo... -murmuró Gloria - Quieren comer algo?

-No.

-Hay algo más, Angélica. Con respecto a Eugenia, quiero decir. Estaba embarazada.

-Y... el padre?

-Se negó a nombrarlo. Eso ya fue un gran dolor.

-Y qué fue... de ese niño?

-Obviamente… no supimos nada. Ni siquiera si llegó a nacer. Y... si nació... alguien se lo quedó. No Eugenia. Claro. Ella no nos habría dejado así, con semejante incertidumbre.

-Dios mío.... - susurró Angélica y se dio cuenta que lloraba - Por qué? Qué pudo haber hecho Eugenia...?

-Llegamos a pensar que encubría a alguien. Posiblemente... al padre. Pero no son más que conjeturas. Han pasado tantas cosas... Hemos visto tantas... aberraciones en todos estos años...

-La última vez que estuve en Montevideo vi a Lucio de nuevo. Y no estoy loca - dijo abruptamente Lilián - Y no me importa que no me crean. Gloria tampoco me cree, Angélica.

-Es que si fuera en realidad Lucio... estaría muy distinto, no lo conocerías... Cuántos años han pasado?

-Dónde... l o viste... o creíste verlo? - preguntó Angélica, sintiendose casi sin aire.

-En el centro. Caminando con otros jóvenes, por 18 de Julio. Era él.

"No, no era él. Yo lo sé bien - se dijo Angélica - Era tan sólo otro joven llamado Luciano". 
Y, de pronto, como si se iluminara, su pensamiento, como con otra voz, prosiguió: "Lucio... Luciano... así podría llamarse un hijo de Lucio... Pero cómo saberlo con certeza... y qué posibilidad... o más bien qué probabilidad hay de que Lilián o yo... volvamos a verlo? "

Hubo otro silencio, mucho más largo y la noche se puso fría de repente. Muy fría. O así les pareció.

-Es mejor que nos vayamos a dormir - dijo Lilián.

En el momento de despedirse, al abrazar a Gloria, Angélica recordó su secreto. Ambas se habían aventurado con Alejandro, el marido de Lilián. Así habían sido las cosas en el viejo mundo que habían habitado. Ahora... reparaban.


Yo no tengo el final de esta historia. No lo conozco. Me gusta imaginar un posible desenlace en que Angélica se franquea con Lilián y ambas emprenden la búsqueda de un joven llamado Luciano. Sería bello encontrar alguna manera de demostrar que Lucio siguió viviendo en un hijo llamado Luciano, y que Eugenia vivió lo suficiente como para llamarlo así, Luciano. Hasta puedo imaginar las dolorosas circunstancias de su nacimiento y bautizo, con un simple chorro de agua y alguna mísera bujía en alguna celda... sin otra sal que las lágrimas de aquella hermosa joven.... También puedo imaginar que algún guardián se lo quedó, o algún militar, llevándoselo a alguna esposa estéril y desesperanzada. O quizá alguna de las mujeres de Sirio pudo rescatarlo y lo crió en la verdad y la justicia... Pero cómo saberlo? 

Angélica solía pensar que algún día encontraría un nombre único para entenderse con Dios. Secretamente. Como amantes.

En esos días de grandes dudas entre hablar o no con Lilián, entre confesarle que ella también había visto a Lucio o no... volvió a sentirse en los brazos de aquel casi desconocido, o de aquel olvidado que fue su padre. El hombre que abandonó a su madre y a sus dos hijas."El, por alguna rara inspiración me ofreció al sol. Fue lo único que hizo por mí... aparte de traerme a la vida con mamá. Quizá fuera suficiente. Si pertenezco al sol, si pertenezco a esa fuente de luz... tal vez la palabra que me una con El... como una súplica perpetua... sea "ilumíname". Pero aún no puedo separar la luz de esta oscuridad".

Esto es todo lo que aún puedo narrar acerca de esta historia y... tampoco estoy cierta de que sea así.



EPILOGO
A quién se perdió, y a quién no sabré 
si llegó a nacer:

Ahora, de pronto, tomo conciencia de que no solemos contar a nuestros hijos como los concebimos. A veces hay búsqueda, llamado al hijo o a la hija; otras veces inconsciencia o descuido. Tengo la impresión de que de esto no se habla o, quizá, ni tu padre ni yo llegamos nunca a conversarlo contigo Yo deseaba que nacieras pero como tu padre hablaba poco, tampoco tocamos el tema "hijos" al unirnos. Hay un oscuro destino, una fuerza misteriosa que trasciende cualquier deseo, planificación o ausencia de ellos. Yo te reconocí enseguida. Y disfruté....no se cuantos días de tu presencia repentina y secreta. No secreta para mí que me supe enseguida habitada. Pero tu papá te recibió bien. Recuerdo el tamaño de sus ojos, la súbita palidez cuando le dije de ti. Quizá, por un segundo, una nube se escapó del destino y...quien sabe si no vislumbró algo, hijo querido. Pero luego hubo un abrazo distinto a todos y, a su manera, comunicó su alegría. Así que...no te buscamos. Pero fuiste un sueño sostenido para mí y una dichosa sorpresa para tu padre.

Estabas apurado por nacer. Ya entonces querías todo rápido, enseguida. Tal vez ya sabías del poco tiempo que te dejarían. Pero mientras mi cuerpo fue todo tu mundo...yo sé que estabas bien. Te acomodabas con tanta suavidad, como un adorable pez en su propio océano. Y estoy segura de que, del otro lado de mi piel, sentías los besos cautos y emocionados de tu padre.

A veces, luego de tardes interminables bajo el sol o la lluvia, converso con otras mujeres. Algunas son madres, otras son abuelas. Posiblemente muchas son como yo, madres y abuelas. A pesar de cuanto amontona el tiempo...todas tienen algo estremecedor, hermoso y terrible que decir. Embarazos secretos, nacimientos tan deseados como temidos, meses de regocijo o de amargura en el cuerpo y en el alma, partos victoriosos, partos heroicos, acompañados o en soledad. Acostadas, agachadas, de pie y colgadas, asistidas o no... todas tenemos algo que decir. Y siempre termina siendo el hijo o la hija lo mejor de cada historia. 
El hijo o la hija ausentes, desaparecidos. Sus rostros están impresos para siempre en el cielo de nuestras memorias. Sus voces siguen encerradas en nuestros oídos. A veces las escuchamos muy próximas, con algo de aliento. Otras... las escuchamos lejanas, como rumor de mar o de bandada que se aleja. Y siempre parecen intentar, esforzarse en decirnos algo que nos daría miedo escuchar con claridad.

Yo no se de dónde me estás mirando. Pero sé que vivo bajo tu mirada, hijo. No sé, como todas nosotras, cada una del suyo o de la suya, qué ha sido de ti, realmente, hijo. Y...si te dieron muerte...ya no habrá ni día ni noche en que deje de preguntarte cómo te sacaron de esta vida. Yo… qué sé como nadie, salvo Dios y tu padre, cómo llegaste...jamás sabré como te fuiste de tu cuerpo. Hay un consuelo en ser tan solidarias unas con las otras. Estar unidas nos hace fuertes y...muchas veces, al dejar la plaza, los lugares de encuentro, demorándonos frente a un café...tomamos la ardua decisión de recordar los momentos felices. Muchas madres y abuelas saben ya de tu infancia, conocen tu nombre y me hacen preguntas sobre tus juegos, tus gustos, tus estudios, tu vocación...tus amores y...muy especialmente sobre tu carácter. Ah... hijito mío... de sobra sé que no sé ni sabré todo sobre ti. Me refiero a lo que se puede poner en palabras y contar. Es asombroso esto de saber y no saber todo del hijo de una. 
Ese extraordinario, sublime e inaccesible secreto. Nuestra familia tiene un alma. Esa alma también te cobija a ti junto con todos nuestros desconocidos ancestros. En ella tienes tu lugar. Como yo el mío con tu padre. Y junto a ti la que fue tu mujer. Y...si llegó a nacer...esté donde esté, niño o niña, el hijo que esperaban cuando dejé de verlos. A veces....y seguramente lo sabes ya, me indigno y...hasta con rabia reniego de mi limitado poder. Querría ser una maga, una bruja o, al menos una medium poderosa que pudiera convocarte, obligarte a comparecer para contarme lo que, en realidad, me espanta saber. 
Pero...si tu hijo...o hija llegó a nacer...de alguna manera tu debes saberlo. Y… como nadie, tu mujer, esté donde esté. Tú ya debes saber cuánto hemos llorado juntas con su madre, tantas veces tomadas del brazo o de la mano para darnos ánimo bajo el viento, con los pañuelos blancos aleteando sobre estas cabezas nuestras que también van blanqueando. Hijo...dicen que María Antonieta encaneció totalmente en una noche bajo la sombra de la guillotina. También he conocido...sobrevivientes. He tocado sus cabezas blancas y me han susurrado..." en unas horas... perdés todo, el color, la juventud; cargás con la desolación"....Es extraño como el miedo y el coraje pueden entrelazarse. Creo que he llegado a comprender que… el temerario que niega el miedo... no llega de verdad a la tremenda experiencia del valor. Lo creo. Aunque es posible que nadie pueda asegurar nada. Sólo los que, como tú, hijo, lo pasaron y...cada uno a su modo, de su única manera.

Hay noches, noches de desvelo que se hacen demasiado largas, en que no puedo apoyar la cabeza en la almohada sin ahogarme. Entonces me quedo sentada en la oscuridad confrontando mis pensamientos. Llegan como remolinos, como huracanes que dejan devastado mi precario jardín interior. Ah...no sabes cuánto los temo. Todo el tormento que es capaz de cargar la imaginación cae entonces sobre mí. A veces...es el nacimiento de tu hijo en medio de la oscuridad, los gritos de tu mujer y un llanto que se aleja...un llanto de recién nacido....que ya lo sabe todo y...al que tal vez no le dieron tiempo ni de olvidar...Pero otras, las más veces, te he visto morir, hijo. Es terrible que mi imaginación te haga morir tantas veces ante mis ojos interiores. Y miro...los instrumentos de tortura...las armas....y, sobre todo...amor mío, miro sin comprender del todo a tus torturadores y verdugos. El mal es y seguirá siendo un impenetrable, el más impenetrable misterio para mí. Salvo la terrible certeza de que existe. Sé que, en algún remoto lugar...algún lugar de verdadera justicia, donde rigor y misericordia encuentren equilibrio...víctimas y victimarios yacerán, reposarán juntos...porque el misterio de la muerte hace eso. Igualar... Pero...no estoy preparada para esa clase de perdón. Nunca soy más humana que cuando la rabia y la impotencia me abruman. 

Ellas son los instrumentos de mi propia tortura y hacen por matarme de a poco...Pero tal vez algún día el amor me tome por completo y sea capaz de absolver al que pudo ser capaz de arrojarte de un avión, encadenado, inerme, ya muerto o todavía desesperado. Si hay un misterio capaz de sobrepasar el misterio de semejante crueldad...ha de ser el del amor....Pero no lo sé, hijo de mi alma. Por eso esta carta no será nunca escrita y sí dicha mil veces...porque, quizá, sólo el aliento de una madre pueda llegar al fondo del mar...Quién sabe...

Como una nube, o más bien como una oscura bandada, las palabras cruzan el espacio. 
Tan sutiles que Lilián no pudo escucharlas. Ni tampoco Angélica, aún con sus restos de poder. 

Ángela Cáceres - Nov 2003

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