Estudiantes inconvenientes
Ángela Cáceres

Criaturas del amanecer, flotaban en el horizonte vestidos por el sol que crecía y parecían estar bien allí, con cierta bienaventuranza, como si no existiera la posibilidad ni el mandato de elevarse, o perderse en las incandescencias del mediodía , o hundirse, hechizados, en las oscuridades disimuladas del atardecer.

Era un don, una exquisita gracia poder mirarlos. Apreciarlos, saborear su inconsciente belleza sin envidia. Porque él hacía un tiempo que sólo podía cabalgar en los fulgores del poniente.

"Es bueno así, la certeza de que la vida sigue. No porque me lo hayan dicho sino porque puedo verlo. Quizá, algún día, vuelva yo también, gozozo por la levedad, sin recordar nada" , se decía. Nada le encantaba más que la levedad desde que su cuerpo había comenzado a encogerse y volverse pesado. Sus coyunturas solían quejarse, la línea vertebral protestaba y todos sus músculos languidecían de nostalgia por sus tiempos de saltos y velocidades. "Nadie prometió que no vendrían los cambios ni el cansancio. Ahora el dormir es más breve aunque las noches más largas. Ahora el sueño no me repara tanto...pero, si no me lamento delante de los espejos...hasta me parece bien. Mientras quede un tanto de luz...quiero mantenerme alerta ". Sin embargo, el espíritu del sueño lo tomó por más tiempo esa noche y lo arrastró hasta la vieja casa de sus padres, casa inexistente ya, y lo dejó caer en la maleza que había asfixiado los parterres florecidos, el anciano sauce y el sendero bordeado de álamos todavía pequeños. Tal como lo viera por última vez, con los ojos plenos de lágrimas. En esa casa había sido estudiante, maldito, complicado. Su padre lo maldecía por salvaje, por preferir las ramas a los sillones, la hierba a la cama, por no sufrir vértigo bajo las estrellas, por explorar las inmensidades frontalmente, por amar al gato montés que se había posesionado del jardín y por parecerse a él. Y en nada a su padre, que maldecía en voz muy alta para que el hijo escuchara y se tragara sus maldiciones. Pero el hijo no las temía ni las tragaba, las ignoraba por santa ignorancia, de manera que cada día se volvía más salvaje, en tanto su padre paladeaba y se bebía su propio veneno.

La madre, casi inexistente, amaba distraídamente al hijo, con unción de mariposa, sin sentir al montés como su rival porque ni se daba cuenta de su presencia. Para ella el jardín no era más que un conflicto entre malas hierbas, malezas incipientes y flores comedidas. Solía deslizarse por los senderos enarenados bajo un sombrero inmenso y regadera en mano, la podadera en el bolsillo del delantal. Y su otro reino era la cocina. Allí desplegaba atención y con la mágica ayuda de sus especias y hierbas aromáticas, expresaba su amor desprovisto de palabras, honrando con delicias los sentidos del esposo y del hijo. Su voz era un misterio.

Pero llegó el tiempo de ser un estudiante como todos, sujeto a programas tan alejados de sus intereses como las estrellas. Jugó, entonces, a estudiar de otra manera, sin someterse. Los compañeros lo encontraban aburrido algunos, otros enigmático. Las muchachas lo espiaban por bello y distante. Los líderes, que no lograban entusiasmarlo con nada, lo tenían por opaco y reservado. Pero los profesores lo distinguían aunque hubieran deseado atraparlo en alguna torpeza. Demostraciones, manipulaciones, escritos eran inobjetables y brillantes. Pero más allá de la tarea en la clase, el chico se mantenía salvaje y silencioso. Alejado, imperturbable como lago de montaña y guardando su voz como la madre.

Un día algo comenzó a cambiar. Pudieron ser las maldiciones del padre, o alguno de los juegos del destino. Aunque su historia era todavía breve y sus emociones sanas...algo generó, quizá, su cierto orgullo. El inaccesible, el imperturbable fue entrando en un estado de azoramiento casi perenne que lo crispaba aún más al intentar hacer una exposición en clase. La primera conmoción la tuvo al echar de menos una de sus lapiceras, la preferida, y el cuaderno de apuntes. Seguro de que los llevaba consigo al dejar su casa y sintiéndose muy apenado por ambos, perdió pie. Mientras los profesores de turno disertaban, la atención se le escapaba y detrás las manos, revolviendo los bolsillos del pantalón, de la campera, mirando bajo su pupitre o dando vuelta la mochila una y otra vez. Así disparado no escuchaba a ningún profesor que intentara interrogarlo, quedando silencioso, la cabeza baja, absolutamente lejos de la clase. Y lo malo fue que, al volver a casa más temprano, al buscar la llave en el bolsillo sacó la lapicera, y en la mochila que creía vacía, al fondo, yacía su cuaderno de apuntes. Como la madre jamás escucharía el timbre y como el padre andaba fuera en sus negocios, hubo de entrar por una de las ventanas. Cuando llegó a su cuarto quiso alegrarse con su cuaderno y su lapicera pero sólo encontró la llave en su bolsillo y la mochila otra vez flaca y vacía.

Esto no fue más que el comienzo. Desde entonces, las tizas se desmenuzaban en sus manos y, si se apoyaba en el pizarrón, si lo tocaba apenas con sus desesperados dedos, la tabla se partía y caía sobre sus pies. Y con sólo asomarse a los laboratorios, los frascos y tubos estallaban y los cristales volaban peligrosamente alrededor de su cabeza. Consternados, los demás comentaban:

-Será un castigo por su arrogancia?

-Si se dignara ser como todos...

-Tal vez, si se equivocara de vez en cuando...

Pero nadie, ni los profesores, le mostraban simpatía. Y las muchachas dejaron de admirarlo. Salvo una.

Y ya no hubo lapicera ni cuaderno que pudiera conservar. También su biblioteca quedó repentinamente vacía porque los libros volaban por toda la casa sin dejarse atrapar. Y cuando le echó la red a un manual de geología y logró meterlo en una jaula, los barrotes estallaron sobre su cabeza.

Entonces,el salvaje y soberbio, el silencioso lanzó un grito. Un grito que sacudió la casa hasta los cimientos y que duró varios días, dejándolo exhausto a él, y aterrada a la madre, sorprendido al padre y alborotados a los vecinos. 

Cuando finalmente quedó sin aliento, los libros volvieron pacíficamente a la biblioteca. Reaparecieron, mansos y sumisos, cuadernos y lapiceras. Se enderezaron los pizarrones y las tizas y los frascos se levantaron del polvo. Y el estudiante quedó libre de la maldición. Pudo hablar fuerte o quedo según quisiera, como todos. Pudo sonreír, mirar a los ojos de las chicas. Ganar y perder. Calificar y descalificar. De manera que cuando, ya menos silencioso y salvaje, fue uno con todos, los objetos lo amaron tanto como las muchachas. Especialmente una.

"Todos los recuerdos que puede despertar un sueño" se dijo el anciano enjugando sus ojos. Contempló el larguísimo camino de su tiempo y, de manera inevitable, se encontró con ella. La única. La que sentía compasión por él, la que se alegraba por él...pero que no podía sostenerle la mirada. Volvió a ver los cóncavos y nacarados párpados, dos pétalos ocultando la inmensidad lacustre de sus ojos. Y el color yendo y viniendo por la hermosa cara.

-Oh...divina mía – murmuró.

Si ella volviera....si se pudiera escuchar su maravillosa voz contando sus desventuras de estudiante, una vez más, como aquel lejanísimo día, ambos sentados en la hierba, recostados en el cerco recién pintado de blanco, respirando el perfume de las madreselvas.....

Y la voz vino y dijo:

-Vengo de un colegio muy distante. En realidad, pasé por varios colegios. Yo soy la estudiante loca, según dicen. A mí no me han perseguido maldiciones sino risas. Todavía camino en zigzag, pateando piedras y pelotas porque los caminos juegan conmigo, se burlan, me ponen cosas para que tropiece. Solía llegar al liceo doblada bajo mi mochila y la vaciaba victoriosa sobre los pupitres de los profesores. Yo me divertía y ellos no podían detenerme. Tampoco yo podía detenerme hasta levantar mi alucinante pirámide. Amontonaba ramas, bolsitas de arena o tierra roja, flores frescas y marchitas, caracoles, cadenitas de plata, tarros de dulce de leche, lentes verde-agua,rosarios, malas de la India, lentejuelas, abanicos, tazas rotas, tazas sanas, trenzas, collares, pulseras, diarios de viaje, catálogos de vacaciones, lapiceras de oro, sortijas de boda, cuellos de encaje, botones de diamante, cintas, zapatillas de baile, salvavidas, espejos, esponjas...por enumerar algo. Y siempre terminaba soltando por encima un puñado de plumas que se convertían en pájaros, un pájaro por pluma. Luego, cada pájaro se elegía el hombro de alguien, o alguna mano, o un cráneo, una melena, un pecho...hasta que alumnos y profesores eran totalmente tomados por la bandada. Entonces, los pájaros más sabios se posaban en los pupitres y chicos y profesores salían disparados por los patios y las clases se daban en los jardines. Mis compañeros felices y los maestros furiosos. Pero el liceo se volvía esplendoroso con tantos pájaros, todos cantando, remolinos de alas y plumas multiplicándose contra las ventanas.....Era muy hermoso pero los grandes no comprendían. Yo no comprendía mucho...pero no podía hacer otra cosa. Después..todo terminaba de la misma manera. Llamaban a mi madre y le pedían que me cambiara de colegio

-La vivo cambiando, Sr. Director - decía mi madre – No se qué hacer con ella. Rinde en alguna materia al menos?

-En ninguna, señora. No atiende a nadie.

-No será que ustedes no enseñan lo que mi hija querría aprender?

-Un mago, un payaso, un bailarín serían a propiados para su hija, señora. Pero nosotros somos serios.

Entonces mi mamá me llevaba a casa y se ponía a buscar otro colegio.

Yo...me ponía muy triste. Era tan hermoso tomar clase entre pájaros...Pero un día, precisamente antes de que me trajeran a este colegio, sucedió algo. Vinieron todos los pájaros a buscarme y me llevaron muy lejos. Con mochila y todo. Desde el aire pude ver a muchos chicos encerrados en sus aulas, tratando de salvar sus sueños entre malezas de palabras serias. Fue un viaje tan lindo...Los pájaros me tomaban entre todos: un pico firme por mechón, otros picos se prendieron a mis tiradores, al ruedo de mi falda,me tomaron por los puños de mi blusa, por la corbata, las manos y los pies. Y yo me sentía como una pluma más! Volamos sobre muchas ciudades, quedaron atrás tejados, cúpulas, cavernas. Finalmente me dejaron en un bosque, muy suavemente sobre la hierba de un claro donde daba el sol y ellos se ocultaron en la espesura. Allí, un hombre de jeans y camisa blanca, parecía meditar. Yo estaba muy cerca de sus rodillas y, aunque me quedé muy quieta y callada, el hombre abrió los ojos y me sonrió.

-Qué buscas, muchacha? – me dijo, y no parecía sorprendido.

-No se. Me echan de todos los colegios. A lo mejor necesito alguien que me enseñe.

-Y qué quieres aprender?

-No se. Pero, en todo caso...nó lo que enseñan en esos colegios.

-Puedes mostrarme por qué te echan?

Por suerte yo tenía la mochila conmigo, llena de cosas nuevas. Así que levanté la pirámide sobre la hierba.

-Me gusta. Qué quieres decir con semejante variedad ? Qué significa tu pirámide?

Yo no sabía que lo sabía. Pero...apenas abrí la boca para responder....y a medida que hablaba, lo iba comprendiendo.

-Es por la unidad y la diversidad, señor, Todas estas cosas, dispersas, sueltas por ahí...dicen poco. Pero juntas, unidas, son todo. Quieren expresar la riqueza y la variedad de la unidad.

-Ah..muchachita – dijo el hombre riendo - Algún día comprenderás de verdad lo que estás diciendo. Pero..no temas. Vas por buen camino.

-Y qué tengo que hacer?

-Sigue enseñando a los que puedan ver. Pero esmérate en aprender,también, con humildad, lo que todos aprenden. Debes blanquear tu juguetona mente hasta que seas capaz de hacerte entender.

Entonces, el hombre me puso un dedo índice sobre el entrecejo y me trazó una línea de luz hasta el corazón.

-Aquí, en el corazón, está el verdadero lugar de la inteligencia. Ama más a todos y no te creas distinta. Reúne a los dispersos en tu corazón y no en los pupitres de los profesores. Y...deja que los pájaros sigan siendo tus verdaderos maestros. Ellos le cantan a la luz y también a la oscuridad. Ahora, que ellos te devuelvan a tu madre. Y, en el próximo colegio, entra con la mochila vacía. Cuadernos, lapiceras y algunos libros bastarán. Adiós.

Entonces...sentí como si me iluminara. Alguien dijo que " lo esencial es invisible ", recuerdas? Así que fui comprendiendo. Si dejo la mochila vacía....se llenará de verdad. 

Así son las cosas. Y ya habrás visto que en este colegio me he portado bien. Ya no soy loca. Pero tampoco cuerda - terminó, sonriendo - Creo que tu también tenías algo que aprender, no es cierto?

La voz se fue extinguiendo como ,a su tiempo, y demasiado pronto, se extinguió la vida de la estudiante inconveniente y loca. 

Pero el amor creció con ellos y pudieron amarse. Nadie pudo dudar que encajaban uno con otra como pocos amantes. Fue muy triste verla desvanecerse en el horizonte cuando la llamó el atardecer porque venía su noche. Y no hay quien pueda resistir ese llamado. Los pájaros cantaron y se alejaron con ella. Ellos podían seguirla pero él no.

"Ahora ya soy del poniente. Cuando la noche me llame...quizá la vea con la luz de mi último atardecer" pensaba una y otra vez, en tanto envejecía presuroso.

Cuando el llamado vino, la luz que palidecía sobre el anciano estudiante alumbró un cuerpo ya muy doblado y pequeño, como si volviera a niño. No se resistió porque deseaba irse y nacer en otra parte una vez cumplida su cita con la oscuridad. Pero no pudo dejar de volverse hacia el otro horizonte, el del sol naciente donde revoloteaban las almas nuevas. Entonces la vió, riendo y haciendo reír a algunos querubines. " Esto será largo, entonces" ,pensó aún. ".... Yo me voy y ella vuelve..." Y se dejó llevar por la oscuridad, sin esperanza, sin saber que ella, soltándose de los ángeles, se acercó tanto como para mirarlo partir, con una promesa en su corazón.

Ángela Cáceres

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