28 de octubre
Ángela Cáceres

Hoy mismo...28 años de una muerte no anunciada sino preparada o en todo caso muy deseada. Por una minoría en apariencia heterogénea. Sujetos de iglesia, sujetos de las finanzas para decirlo de manera elegante. Con tal muerte concluía el reinado más breve de un Papa: tan solo 33 días. Me estoy refiriendo a Albino Luciani, Cardenal de Venecia, quien eligió para su coronación el nombre de Juan Pablo I. Luciani no esperaba y aun menos aspiraba al papado. De origen humilde, hijo de un padre socialista y de una madre templada en la pobreza, creció con auténtico amor a los suyos y a los de su clase. Amor que no declinó jamás. Su otro intenso y genuino amor fue Cristo. Amor que dio una efectiva y admirable congruencia a su existencia. El resultado del cónclave que lo puso al frente de la Iglesia Católica Apostólica Romana sorprendió a muchos pero posiblemente a nadie tanto como al propio Albino Luciani. Su reinado significaría grandes, sustanciales cambios, especialmente para la clerecía más allegada a su reservado y extremadamente conservador antecesor, Pablo VI. La controversial posición de éste respecto al control de natalidad, al punto de pasar por alto las conclusiones de una comisión que estudiara profundamente el tema y nombrada por el mismo, sumió en conflictos y profundo descontento a muchas parejas católicas. A la hora de llegar Luciani al pontificado se sabía que su posición al respecto no sería tan drástica. Además, en su entorno, no se ignoraba la simpatía y el apoyo que, como Cardenal de Venecia, ya había demostrado a los compromisos emanados del Concilio Vaticano II, así como su afecto por la Teología de Liberación que florecía en nuestra América del Sur. Su sueño y su propósito manifiesto era una “iglesia pobre”, una iglesia “más cristiana” o verdaderamente cristiana, desprovista de toda la pompa y toda la parafernalia que se había acentuado durante el reinado de Pío XII, pontífice que protegió sus amistades peligrosas y su concordato con Hitler amparado en un dogma de su invención: la infalibilidad papal. Un dato más para tener presente: que la autoridad humana no suele ser una emanación natural ni espontánea de los planos superiores. Bastaría considerar la reciente y temeraria o quizá soberbia imprudencia de Benedicto XVI. Pero volvamos a nuestro asunto. Al momento de su coronación Albino Luciani rechazó la tiara pontificia y fue prácticamente obligado a usar la silla gestatoria. Aunque lo más inquietante para algunos habitantes del Vaticano fue su firme disposición a revisar, considerar y blanquear las finanzas de una iglesia que venía siendo contaminada por personalidades ambiciosas, comprometidas con una logia de carácter ya probadamente mafioso y que venía enriqueciendo las arcas pontificias con maniobras y empresas nada afines a los principios cristianos. De esto ya se ha hablado y escrito más que suficiente. Mi propósito es recordar las circunstancias de la muerte del flamante Papa. Hay muchos motivos, inclusive el buen estado de su salud de la que era especialmente cuidadoso, para pensar que su muerte ni fue accidental ni un golpe sorpresivo del destino. La noche de aquel 28 de setiembre de 1978, Juan Pablo I, luego de conversar y anunciar parte de su programa para la jornada siguiente a su secretario, se retiró relativamente temprano a su dormitorio. La luz de su habitación estuvo encendida toda la noche y sin duda hubo movimientos extraños a su alrededor. La primera persona en sorprenderse “oficialmente” fue la religiosa que encontró a deshora, dada su costumbre, el desayuno del Papa intacto, junto a su puerta. También se han hecho públicos ciertos inusitados movimientos, como un inhabitual paseo del Obispo Marcinkus (primer responsable y presunto celador de las finanzas vaticanas) por los jardines pontificios a las seis de la mañana, así como un prematuro llamado a los embalsamadores... antes del anuncio oficial de la muerte, así como la prisa del entierro luego de una cautelosa y no menos apurada autopsia. Pero lo que deseo manifestar (porque los detalles siniestros, los nombres de los potenciales conspiradores, hoy todos muertos, están de sobra estudiados y minuciosamente publicados) es...el dolor por una oportunidad perdida. Juan Pablo I no tuvo tiempo de anunciar de manera oficial sus propósitos y su presencia en la historia de la Iglesia Católica parece desvanecerse, opacada por su seguidor el sin duda muy carismático sucesor, Karol Woytila, Juan Pablo II, gran viajero, “gran besador de cementos” como lo ha llamado un investigador inglés, que no pareció inspirarse en los propósitos de su antecesor, que cuestionó y regañó a los teólogos de la Liberación, que no dejó una iglesia menos rica ni un mundo menos pobre bajo su influencia lo que, a pesar de su deferencia con el Opus Dei, hubiera sido muy deseable, que se manifestó muy conservador en especial respecto al controvertido tema del celibato sacerdotal, la disciplina dura de los claustros y, con absoluta falta del necesario agiornamiento, acerca del control de natalidad y la homoseaxualidad. No quiero hacer un juicio; señalo simplemente hechos. Lo que hubo en su interior, su diálogo íntimo con Dios...será para siempre su secreto. Pero creo no ser la única persona (dentro y fuera de la iglesia) que hubiera querido que se cumplieran los sueños y propósitos de una iglesia pobre y cristiana de Juan Pablo I ...a quien me pregunto cuántos recuerdan en el 28º aniversario de su “inesperada” muerte.

Ángela Cáceres

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