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Viejo muere el sueño
Renée Cabrera 

Veía moverse prudentemente a su alrededor a una mujer vestida de oscuro a quien había tomado por la Muerte en un momento de delirio. Cuando reconoció en ella a su hija Chana le pidió con voz ronca:

—Dame un espejo.

Ella se lo trajo en silencio y se quedó inmóvil, contemplándolo mientras él miraba la cara trabajada por la fiebre y ensombrecida por una barba entrecana.

—Ese no soy yo —dijo entonces, dando vuelta el espejo.

—¿Y quién es, entonces? —preguntó ella pacientemente.

—No sé. Es otro.

Estaba casi sentado, recostado en varias almohadas que se apilaban a su espalda.

—Creí que eras la Muerte —le dijo a su hija, sonriendo.

—¿Ahora?

—No. Antes, cuando estuve con fiebre.

Chana le arregló las cobijas y se llevó el espejo, diciendo:

—Ya está mucho mejor. Pronto va a estar bien del todo.

El viejo se quedó recordando un libro sobre la caza de las ballenas que había leído en su infancia.

La ballena estaba extendida sobre la cubierta del barco, y los hombres, como grandes hormigas, se apiñaban a su alrededor preparándose para faenarla. Entonces le había dicho a su madre:

—Cuando sea grande voy a irme en un barco ballenero.

—Cuando seas grandes vas a trabajar con tu padre en el almacén —había contestado su madre, y él se había prometido a sí mismo que no sería así.

—Había una ballena destinada para mí en el mar y nunca la maté —se dijo en voz alta—. En cambio me casé, tuve hijos y trabajé en el almacén.

Estaba oscureciendo. Dormitó un momento, y cuando abrió los ojos, vio a una mujer vestida de oscuro sentada junto a la cama. Creyó que la fiebre había vuelto porque aquella mujer no era su hija.

—Estuve pensando en las ballenas. Yo quería matar ballenas cuando era muchacho —le dijo.

—Ahora ya no importa —respondió la mujer, bajando la cabeza.

—¿No importa que haya hecho en mi vida todo lo que no quise? —preguntó el viejo, enojado—. Entonces ella levantó la cabeza y él pudo ver sus ojos fulgurantes, casi amarillos.

—¿Vos no sos Chana verdad? —le preguntó.

—No —contestó la mujer vestida de oscuro. Yo no soy Chana —y le sonrió.

 

Renée Cabrera 

 

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