Métodos para apoyar a Letras-Uruguay

 

Si desea apoyar a Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!!

 

Una moneda por favor

Hilda Cabrera

No puedo sentir esta tonadilla sin estremecerme en lo más hondo, busco y rebusco en mis bolsillos hasta dar con alguna, no importa lo diminuta que sea, cuando pongo la moneda en la mano extendida una profunda paz me invade,

Corrían los setenta, época oscura, en la que no se podía protestar mucho, casi todo el mundo vivía metido en sus problemas, sin ocuparse mucho de su entorno.

Marcelo, un chiquitín regordete y travieso, de poco mas de dos años, era mi hijo más pequeño.

Mientras trabajaba quedaba al cuidado de su hermana mayor, muy mayor no era, tenia trece años-

Una tarde de invierno me solicitaron al teléfono urgente, era Papá. Que me presentara urgente en la policlínica, había ocurrido un accidente,

Sin aire casi llegue al consultorio, en la fría e impersonal camilla el cuerpito de Marcelo destacaba, impresionaba la palidez de la redonda carita, a su lado Papá lívido también, sostenía su mano izquierda, la derecha estaba envuelta en gasas.

Un doctor joven y solicito me hizo saber que estaban esperando la ambulancia, había que llevarlo al hospital a operar. 

Mientras esta llegaba me entere de los hechos, niño travieso y curioso de acuerdo con su edad, tomo de la cómoda un frasquito de perfume, al correr para que no se lo quitaran tropezó, el envase se quebró y los afilados cristales se incrustaron en su mano derecha.

La herida había sido tremenda, la diminuta extremidad estaba partida casi al medio.

Mis pasos recorrieron miles de veces la larga sala, la espera era desesperante,

Al atardecer una enfermera con mi chiquito en brazos irrumpe en la sala, me lo da y me dice que todo salió bien, le pregunto por él medico que lo opero y me contesta, - a sí el doctor García, pero ahora no la puede atender.-

No me animo a dejarlo en casa, se lo llevo a Mamá mientras trabajo.

En las semanas que siguieron perdí la cuenta de las veces que corrí con él al hospital, sin motivo aparente se movía y quedaba en medio de un charco de sangre, no me podían dar explicación de la causa, la sutura estaba perfecta, todo estaba bien.

Después de siete u ocho veces lo dejaron internado, la anemia debido a las hemorragias era tal que corría peligro su vida.

En la sala de madres de la emergencia fue que me entere de la funesta fama del doctor García, operaba en estado de ebriedad, y era peligroso pedirle explicaciones, tenia grado de coronel en el hospital militar.

Una tras otra las transfusiones se sucedían, una tras otra las venas se rompían, manos, brazos, cabeza, cuello, pies, no había ya mas donde pinchar.

Las boletas que se entregaban para reponer el vital elemento se acumulaban, fui a la mañana y me sacaron sangre, pero a la tarde sé habían duplicado los benditos papeles, así que volví a ir, por supuesto me di contra el suelo y me lastime la nariz

La rabia y la impotencia me consumían, eso sumado a no probar bocado y dormir casi nada en una semana provocaron el desenlace.

Con las ordenes en la mano y la nariz sangrante golpeé la puerta de la emergencia, hasta el día de hoy no recuerdo lo que dije, la doctora de guardia quiso cerrar la puerta pero mi manotazo le hizo volar los botones de la túnica.

De ahí en adelante es todo confuso, me desperté en una camilla. Mientras ponía en orden mi ropa, la medica me explicaba que había operado a Marcelo en la cama, el doctor García, cirujano plástico, eminencia en su especialidad, coronel y por supuesto borracho le había dejado una vena sin cauterizar, ese era el motivo de todo.

Pedí disculpas, moría de vergüenza por el escándalo que había provocado, me dieron permiso para quedarme junto a mi pequeño, con suavidad casi con temor a provocarle daño, acaricie sus manitas moradas por los pinchazos.

La voz susurrante de la enfermera me sobresalto, medio dormida siento que me dice- madre, la cocina a esta hora esta cerrada, si usted le compra en el bar de enfrente duraznos en almíbar o crema le saco el suero.-

Salte de la silla, a la vez que le contestaba que por supuesto, cualquier cosa, con tal de terminar con el suplicio de los pinchazos, salí al patio y enfile hacia el portón. 

Me subí el cuello del abrigo, el frío era cortante, parada en la acera esperando cambiara de luz el semáforo quede paralizada, no era de frío, me había dado cuenta que no tenía un peso.

No lo pensé mucho, me pare en medio de la vereda y con la mejor de mis sonrisas pedí 

- una moneda, por favor.-

Hilda Cabrera
Taller de Escritura y Estilo "Atrapasueños" de la Biblioteca "Carlos Roxlo", barrio La Teja (Montevideo) Año 2006
Juan Ramón Cabrera - Coordinador

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Cabrera, Hilda

Ir a página inicio

Ir a índice de autores