José María Arguedas
Escribir contra la muerte
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EL 20 DE agosto de 1969, en
Santiago de Chile, el escritor peruano José María Arguedas escribió: "He
luchado contra la muerte o creo haber luchado contra la muerte, muy de
frente, escribiendo este entrecortado y quejoso relato. Yo tenía pocos y
débiles aliados, inseguros; los de ella han vencido. Son fuertes y
estaban bien resguardados por mi propia carne. Este desigual relato es
imagen de la desigual pelea". El fragmento formó parte del "¿Ultimo
diario?" incluido en la novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de
abajo (1971). El 28 de noviembre de 1969 Arguedas se pegó un tiro. Murió
el 2 de diciembre: tenía 58 años.
Hacerla motivo del "apetito material" constituía un
crimen nefando y aún sigo participando no solo de la creencia sino de la
práctica" (carta del 21/11/1960). Un año
después, consolidada su amistad
con Murra, se animaba a confesiones más explícitas: "He padecido en
estos dos últimos meses una aguda crisis de mi dolencia nerviosa que
viene de antiguo. Tuve una niñez y una adolescencia
El 6 de enero de 1962 escribe la
primera carta dirigida a la Dra. Lola Hoffman, una psiquiatra junguiana
chilena de origen letón que atendió a Arguedas durante los años 60. Ya
el escritor había comenzado a viajar a Santiago de Chile huyendo de las
inquietudes de Lima: "Ahora, a la semana de mi llegada a Lima, me
siento otra vez, abatido. En Santiago, y en casa de Gaby
Una de las jóvenes me dijo que
“era yo tierno y patético'. Es decir que en Chile uno puede ser amado
por el espíritu; aquí eso es muy raro. Y esa joven solo me oyó cantar
en quechua (...) Lo que ansió es ser amado con pureza." Luego
confiesa a la doctora Hoffman que al llegar a Lima tuvo una relación con
su esposa (Arguedas escribe "exposa", errata que no puede dejar
de considerarse significativa) "prolongada y excesiva", que le
hizo mucho daño; amaneció deprimido y alejado de ella. La carta se
extiende acerca de la hostilidad que siente en su país, por el que querría
poder seguir luchando. Pero admite que ha caído en postración y se ve
impotente: "No puedo escribir, no puedo leer sino muy limitadamente
".
En estos fragmentos aparecen, con
nitidez, el sentimiento de orfandad y el desamparo afectivo que sentía
Arguedas. Asimismo, se advierte que irrumpe, como paliativo, la
posibilidad de alejarse de su país. La distancia geográfica le permite
descubrir su sentido íntimo de patria y ligarlo a sus estados afectivos.
La ternura y el patetismo que la joven ha visto en Arguedas provienen, según
él cuenta en la carta, de haberlo oído cantar en quechua: "Canto
con el patetismo y la ternura de los quechuas; ella se dio cuenta al
instante y se interesó". La sexualidad conflictuada e inmadura
recurre a la imagen de pureza que, en el mundo simbólico-afectivo de
Arguedas, está ligada al canto y a la lengua quechua de su infancia. En
Chile él puede ser "amado por el espíritu" porque allí el
escritor logra desnudar parte de sus emociones. Pero, sobre todas las
cosas, porque Chile es el lugar que Arguedas ha
Humillado y ofendido
El complejísimo estado emocional
que el escritor había depositado en sus personajes de ficción tomaba, en
esta década final de su vida, forma de revelación autobiográfica. El
exorcismo creador que había dado vida a Ernesto, el niño de "Warma
Kuyay" (1934), el cuento más antiguo de Arguedas, y las vicisitudes
en el aprendizaje del otro Ernesto, el adolescente protagonista de Los ríos
profundos (1958), se convertían, ahora, en relatos de la vida del autor.
En el Primer Encuentro de
Narradores de Arequipa, en 1965, Arguedas contó, por primera vez en público,
parte de esos acontecimientos traumáticos de la infancia. "Voy a
hacerles una confesión un poco curiosa: yo soy hechura de mi madrastra.
(...) Como a mi me tenía tanto desprecio y tanto rencor como a los
indios, decidió que yo había de vivir con ellos en la
Pero algo de triste y de poderoso
al mismo tiempo debe tener el consuelo que los que sufren dan a los que
sufren más, y quedaron en mi naturaleza dos cosas muy sólidamente desde
que aprendí a hablar: la ternura y el amor sin límites de los indios, el
amor que se tienen entre ellos mismos y que le tienen a la naturaleza, a
las montañas, a los ríos, a las aves; y el odio que tenían a quienes,
casi inconscientemente, y como una especie de mandato Supremo, les hacían
padecer. Mi niñez pasó quemada entre el fuego y el amor". Enseguida
completó esta antinovela familiar con el recuerdo de su hermanastro,
trece años mayor que él. El escritor recordó, en esa oportunidad, la
humillación a que lo sometía, aunque evitó detalles de los atropellos
sexuales que su hermanastro le obligaba a presenciar. Un día, luego de
una de esas aventuras indecibles, lo acusó de haberle perdido un poncho
de vicuña; en el momento no lo
El relato autobiográfico de
Arguedas en el Encuentro de Narradores parece compensatorio del
sentimiento de orfandad. En el maizal el niño alcanzaría el contacto con
un espacio pleno, donde el ser realiza su comunión con el cosmos. En ese
sentido Arguedas iría trazando una geografía sacralizada que sus
ficciones dramatizan por la violencia que se ejerce en ella y sobre ella.
Las confesiones realizadas en el
Encuentro fueron la materia narrativa de los cuentos del libro Amormundo,
publicado en 1967. Al texto etnográfico, producto de sus trabajos de
investigación, que había articulado durante décadas con la ficción,
sucedió, en esos años, un tipo de texto predominantemente autobiográfico.
Esa elección no había sido ajena a la creación de Arguedas desde su
primera recopilación de cuentos. Agua, de 1935. Una gran novela de
aprendizaje atraviesa toda la obra de Arguedas: en ella un niño-adolescente
conflictuado por su edad y su mestizaje cultural (Ernesto-Juan-Santiago en
los distintos relatos) desarrolla su personalidad, descubre el bien y el
mal, hace sus primeras y traumáticas experiencias sexuales. La crueldad o
la injusticia provocan en el muchacho reacciones excéntricas. Ernesto, el
protagonista de Los ríos profundos, es un ejemplo notable del desasosiego
del personaje arguediano visto como locura: inventa un quechua para
conversar con los muros incas, le habla al árbol encerrado en el patio de
la casa del viejo o al pongo (sirviente) silencioso que no puede
responderle, corre detrás de las chicheras que se sublevan por la sal.
Ficción y autobiografía
La coherencia del mundo narrativo
de Arguedas no proviene tanto de la inspiración autobiográfica como de
la capacidad de recodificar la experiencia personal. Para socializar su
vivencia íntima apela a la heterogénea matriz cultural andina. En ella
el escritor halla el lenguaje con el que expresar sus fallas personales
(la herida narcisista que lo desangra). La experiencia autobiográfica se
vuelve literariamente productiva cuando encuentra en los conflictos del
sustrato étnico el lugar para recrear los relatos originales del
escritor. Los poemas en quechua escritos en los años sesenta y la carta
al guerrillero preso Hugo Blanco, también en esa lengua, muy próxima al
final de su vida, son las evidencias últimas del repliegue de su
escritura hasta alcanzar una zona primigenia del mundo simbólico:
"Hermano Hugo, querido, corazón de piedra y de paloma —traduce el
propio Arguedas—: Quizá habrás leído mi novela Los ríos profundos.
En ese libro no hablo únicamente de cómo lloré lágrimas ardientes; con
más lágrimas y con más arrebato hablo de los pongos, de los colonos de
hacienda, de su escondida e inmensa fuerza, de la rabia que en la semilla
de su corazón arde, fuego que no se apaga..." Los
"Diarios" que Arguedas intercaló en los entresijos de su última
novela El zorro de arriba y el zorro de abajo fueron parte de su intención
de cura: "Escribo estas páginas porque se me ha dicho hasta la
saciedad que si logro escribir recuperaré la sanidad" ("Primer
Diario"). Ellos ilustran de manera inmejorable los vasos comunicantes
que Arguedas tendió entre sus ficciones y su biografía. "Los zorros
—escribe el crítico Alberto Moreiras— es un texto escrito en el
pliegue de una pulsión de muerte, cuyo sentido más íntimo, legible en
los diarios, puede haber sido para Arguedas, defenderse de un colapso psicótico
que no habría tenido implicaciones meramente personales. Es aquí donde
las dos dimensiones fundamentales de la novela, la etno-ficcional y la
autobiográfica o autotanatográfica, se juntan sin sutura. La psicosis
narcisista arguediana encuentra su símbolo catastrófico en Chimbóte".
El trasvasamiento de contenido
del relato autobiográfico del Encuentro de Narradores a los cuentos de
Amormundo y la intercalación de los "Diarios" en la novela que
estaba escribiendo cuando se suicidó, revelan el lúcido y trágico
manejo que Arguedas tuvo de la relación entre la
Palabra y materia de las cosas
El "Primer Diario" se
abre en Santiago de Chile el 10 de mayo de 1968: menciona el intento de
suicidio que realizó en abril de 1966 y trata de encontrar el punto de
partida que lo llevó hasta ese límite. La razón de esa búsqueda queda
clara unas líneas más abajo: el escritor está "otra vez a las
puertas del suicidio". Arguedas siente desfallecer sus fuerzas
nuevamente, se siente "incapaz de luchar bien, de trabajar
bien". Se resiste a convertirse en un testigo pasivo de los
acontecimientos y ve en el suicidio la respuesta a ese enervamiento. Para
espantar el fantasma de la muerte escribe en el diario: "En mayo de
1944 hizo crisis una dolencia psíquica
El encuentro con aquella alegre
mujer debió ser el toque sutil, complejísimo que mi cuerpo y alma necesitaban para recuperar
el roto vínculo con todas las cosas. Cuando ese vínculo se hacía
intenso podía trasmitir a la palabra la materia de las cosas".
El escritor tenía conciencia de
que una dolencia psíquica afectaba su relación con el mundo. Esa
dolencia se le revelaba en las dificultades que sentía para escribir
ficción: el fracaso era la prueba de la existencia de un mal psíquico
que le impedía trasmitir a la palabra la materia de las cosas. Entre
1941, año de la primera novela, Yawar Fiesta, y 1954 en que aparece el
relato largo Diamantes y pedernales sus escritos fueron exclusivamente de
folclore y antropología. En esos años sólo publicó libros con
recopilaciones de cantos, mitos y leyendas folclóricas.
En el "Primer Diario"
agrega: "Desde ese momento [1944] he vivido con interrupciones, algo
mutilado. El encuentro con la zamba no pudo resucitar en mí la capacidad
plena para la lectura". Arguedas se pone a prueba en su actividad
intelectual, escribir-leer, y mide en ella su capacidad de "trabajar
bien, de luchar bien". Las fallas en ese espacio permiten que emerja
la seducción de la muerte y que se reemprenda la "desigual
pelea". La escritura es un desafío y es lo que da sentido a su vida:
"Porque yo si no escribo y publico, me pego un tiro".
La fisura se restaña
parcialmente, de acuerdo al relato que el propio Arguedas propone, por la
relación con la prostituta que le devuelve el "tono de vida".
Restituido el vínculo, dice Arguedas, siente nuevamente la capacidad de
insuflar a la palabra la materia de las cosas. El tejido entre los
distintos órdenes es sutil: el reencuentro de las palabras y las cosas
exige una armonía de cuerpo y alma, y de ambos con el mundo. La crisis
emocional, que Arguedas sugiere como conflicto de carácter sexual a través
de la mención a la prostituta, destruye el valor de la palabra. Pero este
no solo en su índole referencial: no se trata de que la palabra nombre al
mundo sino que le dé forma. Cuando el "tono de vida" recompone
la armonía rota entre mundo, cuerpo y alma, es la palabra la que pone en
escena y rematerializa la experiencia de la realidad.
La explicación que surge del
relato de Arguedas puede examinarse observando su coincidencia con la
cosmovisión animista del mundo andino. Las correspondencias entre los órdenes
internos (alma) y externo (cuerpo y cosas), así como el retejido de la
malla a partir de la palabra restauradora, son indicios de una religión
que religa la naturaleza con el hombre. El hombre se integra a ese
universo en diálogo con él: cuenta con la palabra mágica, signo homogéneo
en que el significante es el significado. O con la música, medio superior
de comunicación e integración, capaz de "viajar" y dar sentido
a los lugares que atraviesa. La música y la palabra convierten al mundo
en una unidad, en un texto que el hombre teje "bajo los efectos"
de la naturaleza. Al mismo tiempo, debe verse la crisis del escritor como
la intuición del fracaso de la palabra. La palabra poética se desprende
de la cosa, rompe su intimidad con ella, "desmenuza" y
"confunde" como dirá el zorro de abajo al final del capítulo
primero de la novela de los zorros. Esa certeza propondrá el dilema
central de la última novela de Arguedas: el del escritor que si no
escribe se muere, pero para el que ya la escritura es la profecía del
suicidio.
Zumbayllu: apogeo y crisis del proyecto mestizo
Arguedas había tematizado la
situación de armonía o caos en el universo a partir de las experiencias
sexuales de sus personajes. Ernesto, protagonista adolescente de Los ríos
profundos, vive la tensión y crece entre el sexo violento y malsano que
observa en el patio del internado en el que estudia y las imágenes
idealizadas de sus ensoñaciones. Entre ambos extremos hay un punto de
conciliación inestable. En el muy importante capítulo 6 de Los ríos
profundos se presenta el zumbayllu, un trompo al que Ernesto atribuye
cualidades mágicas. "El canto del zumbayllu se internaba en el oído,
avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que
cuelgan en las paredes de los abismos". La presencia del zumbayllu en
el patio del internado de Abancay resulta de una enorme importancia:
"Para mí era un ser nuevo, una aparición en el mundo hostil, un
lazo que me unía a ese patio odiado, a ese valle doliente, al
Colegio".
A Ernesto el término zumbayllu
le evoca otras palabras y por lo tanto otras realidades: el tankayllu, por
ejemplo, insecto volador que da su nombre al danzarín cubierto de
espejos. El canto del zumbayllu, el sonido que realiza al girar, hace eco
en la palabra que nombra al objeto: "—¡Zumbaylllu, zumbayllu!
Repetí muchas veces el nombre, mientras oía el zumbido del trompo. Era
como un coro de grandes tankayllus fijos en un sitio, prisioneros sobre el
polvo. Y causaba alegría repetir esta palabra, tan semejante al nombre de
los dulces insectos que desaparecían cantando en la luz".
En el primer capítulo, "El
viejo", de Los ríos profundos, se produce un ejemplar desafío a la
capacidad integradora de Ernesto. Se trata de los muros incas que el
muchacho encuentra al entrar al Cuzco, centro del mundo inca. Ernesto
descubre la ciudad de su padre degradada por los que viven en ella. En las
casas coloniales, debajo del segundo piso construido por el conquistador,
permanece el muro inca como testigo del sometimiento. Ernesto toca esas
piedras que, para su sensibilidad crispada, bullen, parecen vivas, llamean
en sus junturas. En contacto con las piedras incas Ernesto recuerda
canciones en quechua que hablan del "yawar mayu", río de
sangre, del "yawar unu", agua sangrienta, de "puk-tik yawar
kocha", lago de sangre que hierve, de "yawar weke", lágrimas
de sangre. Las expresiones quechuas mentan realidades que Ernesto hace
presentes sintiendo la corriente en las piedras de los muros. También
evocan las danzas que representan los movimientos de la naturaleza.
Entonces Ernesto se ve compelido a juntar las imágenes que vienen de las
canciones con la experiencia del muro viviente bajo sus manos y acuña
nuevas imágenes que toman forma en lengua quechua: "¿Acaso no podría
decirse "yawar rumi", piedra de sangre o, " puk-tikyawar
rumi", piedra de sangre hirviente? Era estático el muro pero hervía
por todas sus líneas y la superficie era cambiante, como la de los ríos
en el verano, que tienen una cima así, hacia el centro del caudal, que es
la zona temible, la más poderosa". Ernesto culmina la escena
gritando su hallazgo frente al muro: en la lengua que el muro provoca
exclama en voz alta puktik yawar rumi, ya sin las comillas que indican la
ajenidad.
Es él quien grita desde sí
mismo, y no desde el recuerdo de canciones oídas antes, que las piedras
son realmente "puk tik yawar rumi", piedra de sangre hirviendo,
señala Antonio Cornejo Polar. Con esa actitud exacerbada, de crispadísima
subjetividad, consagra verbalmente una nueva imagen que da forma a su
sentimiento, a su zozobra de adolescente en la encrucijada de un tiempo de
maduración y en la indecisión entre sus dos culturas. En el estudio de
esa imagen nueva, acuñada por Ernesto, Cornejo sostiene el concepto de
heterogeneidad. La conjunción de la piedra, como símbolo de resistencia
indígena, y la sangre, producto del sacrificio de la conquista, no
sintentiza las contradicciones. La materia en ebullición, que incorpora
un fuego no nombrado y con él la coexistencia inestable entre lo sólido,
lo líquido y lo vaporoso, no haría otra cosa que señalar la armonía
imposible entre lenguas y culturas, entre historias. El rumbo
impredecible, azaroso, afirma Cornejo, es lo que proporciona a obras como
Los ríos profundos su turbadora e inquietante belleza.
Arguedas, como su personaje
Ernesto, persiguió la inscripción de su trabajo creador en un sistema de
raíz unanimista para evitar así la inestabilidad que le planteaba la
heterogeneidad de sus culturas en discordia. Buscó que la escritura
individual fuese una manifestación de la realidad y de la naturaleza, una
de sus formas de expresión. Pero, como señala Cornejo, esa síntesis fue
una ilusión. Arguedas se partió, inevitablemente, entre su raíz andina
y su inscripción vital e intelectual en el mundo moderno. Ese ser
dividido fue el responsable del complejo proyecto verbal que practicó
desde sus primeros cuentos, escritos, según intención expresa, para
enderezar el entuerto perpetrado por los escritores indigenistas. También
influyó en sus trabajos científicos: su primera recopilación folclórica.
Canto kechwa (1938), intentó resolver la incertidumbre de esa doble
pertenencia con un mixto de traducción y recreación. La ilusión de José
Carlos Mariátegui acerca de una literatura escrita por los indios
("Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo.
Cuando los propios indios estén en grado de producirla") se expresó,
en la introducción a las canciones recogidas por Arguedas, de esta
manera: "En circunstancias propicias [el kechwa] podrá dar una gran
literatura". Pero eso no ocurrió. El tiempo mostró que no era más
que una utopía, aunque provocara en el proyecto narrativo de Arguedas
continuas reflexiones e inflexiones. Arguedas respondió a esa tensión
con la construcción de un sujeto plural, de una polifonía hecha del
tejido de dos lenguas y de dos culturas. El desdoblamiento le impuso una
identidad fisurada, descentrada, inestable, oscilante, que desde la
pertenencia al mundo misti lo remitió, en un continuo viaje de ida y
vuelta, a una memoria social anterior, anónima, colectiva, identificada
con el pueblo quechua, sus canciones, sus formas de configurar el mundo,
su mágica aproximación a las cosas. Literatura y vida: el discurso del suicida
Decir que pelean la escritura y
la vida es pensar al escritor en una lucha agónica para expresarse.
Mientras el escritor es poderoso doblega al lenguaje. Cuando la vitalidad
cesa, el
En el vaivén entre la novela y
los diarios de El zorro de arriba y el zorro de abajo Arguedas mide el
riesgo de vivir y la proximidad de la muerte. Julio Ortega descubre la
paradoja en la que conviven los dos tipos de texto. En el notable artículo
"Discurso del suicida" comenta el
Antes que la danza de "estos
zorros tan difíciles" de la novela póstuma, Arguedas había hecho
bailar al dansak con tijeras en "La agonía de Rasu-Ñiti", un
cuento publicado en 1962. A través del relato se puede mirar la cultura
quechua: los movimientos de la danza de las tijeras marcan el ritmo de las
acciones y sus llamados a la naturaleza son interpretados por el bailarín,
que va muriendo para que sus poderes renazcan en un sucesor. Aunque Rasu
Ñiti muera, todo puede ser visto como una ceremonia, como una muerte
ritual que da paso a un renacimiento: los propios protagonistas lo viven
de esa manera.
El relato fisura el universo
andino y pone en oposición irreconciliable las culturas que en él
conviven: la sobrevivencia de su enfrentamiento está representada en la
danza con tijeras, un compuesto que es producto de la aculturación y de
la resistencia, de la violencia y de la parodia carnavalizadora que busca
invertir los términos del sometimiento. La trama narrativa, escrita en
español, se "quechuiza" con los ritmos musicales y los
movimientos de la danza.
Esa escena fue el modelo que
eligió Arguedas para su muerte. En el "¿Ultimo diario?"
planificó su propio entierro. Decidiendo el tipo de ceremonia que debía
organizarse y quiénes debían hablar en ella, le escribió al sacerdote
Gustavo Gutiérrez: "Yo te pediría que después de que algún
hermano mío tocara charango o quena (Jaime, Máximo Damián Huamani o
Luis Durand)..." El 27 de noviembre, el día anterior al suicidio,
dejó una carta al Rector de la Universidad Agraria y a los alumnos en la
que se expresaba sobre el mismo tema: "Si a pesar de la forma en que
muero ha de haber ceremonia, y discursos, les ruego no tomar en cuenta el
pedido que hago en el "¿Último diario?" con respecto a los músicos,
mis amigos, Jaime, Durand o Damián Huamani (...) Digo que no se tome en
cuenta lo de los músicos no por otra razón que los inconvenientes de
cualquier índole que puedan haber". Además ese "Diario"
es más que un pedido, expresión final de anhelos y pensamientos. A pesar
de esas marchas y contramarchas cuenta Mario Vargas Llosa que "el
violinista Máximo Damián Huamani, de San Diego de Ishua, Lucanas, y los
músicos Jaime Guardia, Alejandro Vivanco y los hermanos Chiara acompañaron
el cortejo fúnebre tocando, con arpas, quenas y charangos, la Agonía de
la Danza de las tijeras, mientras dos de esos danzantes indios, que habían
fascinado a Arguedas desde niño, iban bailando junto al ataúd vestidos
con sus multicolores trajes de plumas y espejos". Arguedas vio
colmada una parte de sus anhelos y pensamientos: cerró su pasaje por la
tierra con la dramatización fanática que había literaturizado en su
cuento.
Como a su personaje Rasu Ñiti el
mundo le avisó: "Me retiro ahora porque siento, he comprobado que ya
no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para
justificar la vida" escribió en la carta al Rector. "Un pueblo
no es mortal, y el Perú es un cuerpo cargado de poderosa savia ardiente
de vida, impaciente por realizarse ". Arguedas, como el dansak Rasu
Ñiti, quiso legar a quienes lo acompañaron en su entierro la tarea de
continuar "la desigual pelea".
Los
libros O.B.
LOS PRIMEROS relatos de Arguedas
se publicaron en 1933, 1934 y 1935 en revistas y diarios de Lima. Fueron
reunidos en Cuentos olvidados. Lima, 1973.
El primer libro de cuentos, Agua,
Los escoleros, Wanna Kuyay apareció en 1935. En 1941 publicó la primera
novela, Yawar Fiesta. Recién en 1954 aparecerá su siguiente volumen de
ficción, Diamantes y pedernales, acompañado de "Orovilca" y de
los tres relatos de Agua.
En 1958 Losada de Buenos Aires
editó la novela Los ríos profundos. Tres años después se conoció El
sexto, una novela que recogía su experiencia de la cárcel. En 1962 en
dos pequeñas y muy bellas ediciones aparecieron el cuento "La agonía
de Rasu Ñiti" y la versión bilíngüe quechua-español de su himno
canción "A nuestro padre creador Tupac Amaru".
Todas las sangres, la ambiciosa
novela, fue editada por Losada en 1964. Al año siguiente en otro bello
libro publica en versión bilingüe el cuento quechua "El sueño del
pongo".
En 1967 aparecen casi simultáneamente
en Lima y en Montevideo las ediciones de sus cuentos Amormundo y otros
relatos.
En 1971 Losada dará a conocer la
novela que Arguedas estaba escribiendo cuando se suicidó: El zorro de
arriba y el zorro de abajo.
Su poesía fue reunida en 1972
por Alberto Escobar y Sybila Arredondo con el título Katayay y otros
poemas. Comprende seis poemas en versión bilingüe.
Especialmente recomendable es la
edición de sus Relatos completos realizada por Jorge Lafforgue en 1974
para Losada.
Junto a su narrativa y su poesía
Arguedas dejó una copiosísima obra científica en sus especialidades de
antropólogo y etnólogo. Canto Kechua (1938), Canciones y cuentos del
pueblo quechua (1949), Poesía quechua (1965) son algunos de los libros
que publicó mientras vivió. Luego de su muerte aparecieron colecciones
de sus numerosos artículos. Dos organizó Ángel Rama: Formación de una
cultura nacional indoamericana (1975) y Señores e indios (1976); Indios,
mestizos y señores (1986) fue ordenada por su viuda Sybila Arredondo,
entre otras compilaciones más. La lista de trabajos de folklore andino y de ensayos culturales ocupa varias páginas. Recogió leyendas y mitos quechuas y tradujo el más importante de los relatos cosmogónicos andinos que tituló Dioses y hombres de Huarochiri (1966). |
por Oscar Brando
El
País Cultural
9 Enero 2004
Ver, además:
José María Arguedas en Letras Uruguay
Oscar Brando
en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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