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De "Cuentos y poesías de mi lugar"
María del Carmen Borda (Paysandú, Uruguay)

El Pacto

Había llovido y el camino que llevaba a la escuela rural estaba intransitable, las pisadas de los caballos habían marcado las huellas una arriba de otra y en las tardecitas, orquestas de ranas se sentían en los bañados donde algún pato nadaba en las quietas aguas.

Pedro era hijo del capataz de la estancia y un alumno muy especial para la maestra de la escuela. Porque Pedro sabía todos los secretos de cada rincón de la zona, conocía cada piedra, sabía hablar con los animales y se dormía sobre el pasto entre las flores silvestres. De repente soñaba con cosas muy bellas y se imaginaba como serían las ciudades, los aviones, los barcos, y su fantasía lo llevaba a hacer preguntas tan difíciles que a veces ponía en aprietos a la maestra para contestarle.

Tenía un petiso amarronado que lo llevaba a todos lados y Pedro decía que él lo entendía todo. Simplemente le decía: -vamos al cerro, llévame al puente roto o a la cascada del arroyo, vamos adonde cantan todos los pájaros juntos, y el petiso lo llevaba.

Entonces, muchas veces, quien lo escuchaba pensaba que era un niño mentiroso o fantasioso.

Pedro sentía que no lo entendían y su corazoncito se estremecía cuando veía dar a luz un ternero o un potrillo, le encantaba ver a los tero - tero defender sus nidos y a veces hacía como que corría hacia ellos, para ver a la madre planear hacia él, mostrándole sus púas.

Se pasaba horas mirando los horneros, llevando el barro mojado y haciendo los nidos como hornitos, en algún poste o rama de los árboles.

Al otro día de las tormentas, recorría entre los árboles para tratar de levantar los nidos caídos, y mirar el arroyo por si había algún animal enterrado.

Así era su vida, cada día era un milagro de luces de colores, de cantos y perfumes.

Allí estaba Pedro junto a su petiso cuando oye la voz de su madre:-Pedro, Pedro, andá a cambiarte, ponete la ropa más linda que llegan los patrones.

¡Los patrones! Pero si casi siempre, venía el hombre solo en su avioneta.

-¿Vienen todos mamá?

- Parece que si, traen al hijo del medio, muy raro ese chico, los padres se van a Europa y él quiere quedarse aquí las vacaciones.

-Tendremos que limpiar la piscina.

¡El hijo del patrón! Seguramente sabría de aviones, de barcos y de ciudades.

Todo fue tan rápido. Pedro observaba de lejos, había una tía muy fina y delicada pero muy simpática que, se quedaría con el niño en la estancia.

Esa mañana, el niño se levantó más temprano porque un rayo de luz le apuntó a sus ojos y le sirvió de despertador.

¡Qué hermoso día! Todo era una invitación para gozar, para embriagarse de aquel aire puro; corrió al corral,- Petiso, hoy iremos a los cerros.

Corrió a tomar la leche y allí, al entrar a la cocina lo vio, era un niño muy pálido, una blancura transparente, se le podían hasta contar las venas. Los ojos azulados, flacucho, con una expresión de asombro y de emoción.

Pedro le estira la mano para saludarlo, así como saluda la gente de campo, y sus manos rudas, fuertes y bronceadas, se entrelazaron con las manos flaquitas, blancas y huesudas de Emanuel.

Allí mismo, en ese instante, comenzaba la historia maravillosa de una amistad que duraría toda la vida.

Porque Emanuel corrió por los campos con Pedro, comenzó a hablar con los animales, escuchó el canto de todos los pájaros juntos, no se bañaron en la piscina impecable, pero si en la cascada del arroyo.

En los días de lluvia hundieron los pies en el barro, vieron a las vacas dar a luz, levantaron los nidos después de las tormentas y les dieron las mamaderas a los terneros guachos.

Pedro supo de aviones, de las ciudades, de los parques de diversiones, de los edificios altos, de los barcos ...

Luego se tiraban en el pasto fresco, y veían aparecer las estrellas en las noches de verano y Emanuel le mandaba besos a su mamá que estaba lejos.

Pero el tiempo transcurrió tan rápido que no podían creer, cuando de pronto, se vieron en los bancos de la escuela. Pedro contaba de aviones, y allá entre el ruido de los motores de la ciudad, Emanuel hablaba de pájaros, del rumor de las aguas de la cascada, y sus compañeros no lo entendían.

Lo que más recordaban era aquel “pacto” que habían hecho adelante del petiso que fue el único testigo. ¡Siempre seremos amigos!, y aquel abrazo que aún sentían, el calor de uno y del otro cuerpo.

La vida los iba a separar por cosas del destino. La gran estancia cambió de dueño, y el papá de Pedro había comprado una chacra cerca del pueblo más cercano.

Emanuel escribió muchas cartas que no llegaron, y Pedro mandó otras tantas a una dirección que ya no era la misma.

Pasaron los años y cada uno pensaba que el otro lo había olvidado. Pedro hizo un curso de lechería en una escuela técnica en el pueblo más cercano. Estaba entusiasmado, porque llegaría a la zona, un muchacho becado de un país lejano, y uno de los profesores propuso viajar a la capital para ir a esperarlo.

A Pedro le latía muy fuerte el corazón, iban por la gran ciudad y entre susurros, muy despacito decía : Emanuel.

Cuando llegaron al aeropuerto era tal cual Emanuel se lo había contado, subieron las escaleras a la terraza para ver mejor. Gente que iba y venía, un gran avión calentaba sus motores y hacía zumbar los oídos.

Allá entre la gente, iba un rubio alto con una maleta en la mano. Su corazón le latió fuerte, y más fuerte, parecía que se le saltaba del pecho.

Hinchó sus pulmones y gritó como nunca había gritado: ¡Emanuel! ¡Emanuel!.

El muchacho se volvió, tiró la valija, miró a la gente de donde provenía el grito y con toda su alma gritó: ¡Pedro! ¡Pedro!

Pedro comenzó a correr escaleras abajo, a Emanuel no lo dejaban volverse porque el avión estaba por partir.

Empujando a un guarda corrió y corrió.

Allí estaban frente a frente, ya unos hombres, sus ojos bañados en lágrimas, y un abrazo hizo que la gente curiosa los mirara. Y un flash de una cámara fotográfica curiosa los enfocó en el abrazo.

No podían creer, se miraban el uno al otro y abrazados comenzaron a caminar.

Había tantas cosas para contar que no les daría el tiempo.

Allá en lo alto, el avión en que debía irse Emanuel se perdió entre las nubes, dejando una estela blanca en el azul intenso del horizonte.                              

María del Carmen Borda - 2009
De "Cuentos y poesías de mi lugar"

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