De "Cuentos y poesías de mi lugar"
María del Carmen Borda (Paysandú, Uruguay)

Paco

Era una tardecita muy fría de invierno, el viento helado movía las ramas sin hojas de un lado para el otro.

La poca gente que andaba en la calle caminaba apurada con sacos gruesos, bufandas y gorros; recuerdo, hace ya tantos años.

Yo tenía cinco años recién cumplidos y jamás olvidaré aquellas palabras de la abuela Maruja, cuando me dijo:- tengo todos estos retazos de tela, relleno, lana, botones, “vamos hacer un payaso”.

¡Qué felicidad!, vamos hacer un muñeco.

La leña crujía en la estufa, las llamas flameaban y sentada en una alfombra de corderito, miraba asombrada las manos de la abuela que moldeaba, cortaba, hilvanaba. Yo la ayudaba a enhebrar la aguja, a cortar, a darle ideas, y ella detrás de sus lentes, me miraba con aquellos ojos llenos de ternura.

¡Cuánto me comprendía la abuela Maruja!, ella sabía que me encantaban los payasos, ella sabía lo feliz que fui ese día, el día que nació Paco.

Así de simple vi nacer aquel muñeco con el cariño más tierno que pude sentir en mi niñez.

Las piernas largas, cara redonda aún no tenía la cara decorada.

Se hizo tarde, yo no me había dado cuenta, la voz de mamá desde la cocina rompió nuestro encantamiento.

La abuela en forma prolija guardó todo y me dijo con la voz pausada y cariñosa: -mañana seguiremos con nuestra obra.

Esperaba ansiosa la hora de nuestro tan hermoso trabajo, era como un secreto entre ella y yo. Pero ya no éramos dos ya comenzábamos a ser tres, porque aquel payaso ya comenzaba a tener vida para mi.

Pasamos unos cinco días para terminarlo, las ropas coloridas le daban un aspecto muy lindo. Una pierna de un color, la otra de otro, así los brazos y unos remiendos en varias partes le daban un toque especial.

En el cuello tenía volados de tul, un bonete con lunares de colores, en los pies con mucho relleno se le imitaron unos zapatones marrones oscuros.

Y aquella cara, ¡tan expresiva! con la boca grande y risueña, los ojos con aquella mirada alegre y triste a la vez que, la tengo tan patente en los recuerdos más hermosos de mi niñez.

¡Estaba pronto!, ¿qué nombre le pondremos?, dijo la abuela. Se llamará Paco le dije.

-¿Por qué?, dijo la abuela.

-Porque así se llamaba un payaso que, me hizo reír tanto en un circo que me llevó papá por primera vez.

-Muy bien, dijo la abuela- aquí está Paco, lo levantó bien alto y él desde allá arriba parecía reírse más aún. Es todo tuyo, él te acompañará por las noches y te esperará siempre en tu cuarto.

Nadie más que la abuela, ni siquiera mi madre y mi padre imaginaron cuánto quería aquel muñeco.

Pasaron los años y yo fui creciendo. Paco estaba quedando un poco descolorido y un tanto flojito las piernas y los brazos de tanto abrazarlo, jugar y dormir con él. Hasta que un día, cuando yo tenía nueve años, papá llegó del trabajo muy contento, abrazó a mamá y le dijo:- dentro de tres meses nos mudamos, la casa está casi pronta, debemos comenzar a ordenar todo.

La casa comenzó a estar todo en desorden, se empaquetaba, se guardaba en cajas y mamá repetía,-hay que tirar todo lo que esté viejo y feo, en la casa nueva todo tiene que estar prolijo y ordenado.

Cuando llegué de la escuela un día, en mi cuarto parecía haber pasado un ciclón, todas mis cosas estaban guardadas.

-¡¡Paco!!, ¿dónde está Paco?

-¡ Sorpresa!, dijo mamá, ¿ no miraste arriba de tu cómoda?

Vuelvo, miro hacia allí, ahí arriba había un payaso con unos ojos inexpresivos, tan frío, mamá lo tomó y le comenzó a dar cuerda. El payaso comenzó a dar carcajadas pero sin expresión alguna, hizo algunas piruetas y quedó estático, sus ojos no me decían nada.

De ponto sentí un miedo tan grande que apenas pude preguntar, ¿ mamá, dónde está Paco?.

Y mamá me contestó,- no te preocupes querida lo llevó el basurero, estaba tan viejo y feo el pobre que, no podíamos llevarlo a la casa nueva.

-¿Viejo y feo Paco?. Paco que era todo amor, que fue hecho por las manos tan queridas de la abuela.

Yo no podía balbucear palabra alguna, gritaba, ¡Paco no!, ¡Paco no!.

Sentí desfallecer, mamá comprendió de pronto lo que había hecho y recién comprendía lo que yo sentía por Paco.

Sé que hicieron de todo, hasta hablaron con el chofer del camión que lleva la basura, que buscaron y preguntaron.

Hasta que una noche mamá se sentó al lado de mi cama y me dijo:- perdóname Pelusa, yo no quería hacerte daño, al contrario quería alegrarte con el juguete nuevo.

Yo no tenía nada que perdonarle porque ella no me había comprendido antes.

Nos mudamos a la otra casa, todo muy lindo, impecable, en aquel cuarto tan bien pintado faltaba el alma de todo, aquel payaso que había acompañado mis horas de sueño, que había velado por mi.

El vacío invadía mi alma, cuánto extrañaba aquel muñeco con el que tantas veces hablaba, le contaba mis cosas de niña y hasta secó mis lágrimas, cuando alguna vez, me ligaba un reto de mamá o papá por travesuras de chicos.

La ausencia de hermanos había hecho más profundo mi sentimiento hacia Paco.

Pasaron cuatro meses y llegaban las fiestas de fin de año, mamá me invitó a salir de compras, en el centro la gente iba y venía, en las vidrieras habían arbolitos de Navidad adornados con luces de colores que se apagaban y prendían.

La gente parecía contenta por las calles, mamá me llevaba apurada, no podía seguirle el paso.

De pronto mi corazón parecía que se me iba a salir del pecho, ¡ no podía creer!, ¡Paco!.

Una nenita con sus ropas un tanto gastadas, chiquita, con otros niños a su alrededor, tenía a Paco en sus brazos.

Mamá me dio un tirón, ¡apúrate! me dijo, ¿por qué te detienes?.

Ya no podía hablar, tenía la cara bañada en lágrimas, los niños me miraban como si fuera un extraterrestre.

Entonces, mamá se dio cuenta, por fin se dio cuenta, por fin comprendió el amor que yo sentía por ese muñeco.

Me soltó de la mano, se acercó a la niñita y le preguntó, ¿ dónde encontraste ese muñeco? La niña no contestó, atinó sólo a ponerlo detrás de ella como poniéndose a la defensa.

Mamá, de forma muy cariñosa le dijo: -sabes, yo en casa tengo un payaso que se ríe y baila con solo darle cuerda. Si tu me acompañas, yo te lo muestro, y si te gusta te lo cambio por ese que está viejo y feo.

La niña un poco temerosa y sin creer mucho en la propuesta, fue con nosotros hasta la casa con tres niños más.

Mamá los hizo entrar, los convidó con jugo, yo me moría por arrebatarle a Paco pero no podía arruinar todo.

Cuando los niños vieron el payaso que reía y bailaba no podían creer, la niña tiró a Paco al suelo y uno de ellos dijo: -Pochita dale ese, total lo encontramos en la basura.

Allí en el suelo boca abajo había quedado Paco, lo levanté, lo miré ¡pobrecito mi querido!. Lo puse sobre mi corazón, él debe haber sentido lo fuerte que palpitaba, él debe haber comprendido la felicidad que yo sentía en aquel instante.

¡Qué sucio estaba! Pero sus ojos me decían lo contento que estaba él también.

Le di muchos besos, mamá me observaba y se le empañaron los ojos por las lágrimas, ella también estaba feliz. Paco había regresado a casa, el mejor regalo que podía haber recibido para las fiestas inolvidables.

En pocos días quedó mucho más prolijo porque le lavamos y reparamos las ropas.

Hoy ya han pasado los años y ya soy una persona adulta, y en mi dormitorio aún está Paco, con su dulzura, con los recuerdos de la niñez y hecho con las puntadas de la aguja de mi abuela.                                             

María del Carmen Borda - 2009
De "Cuentos y poesías de mi lugar"

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