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De "Cuentos y poesías de mi lugar"
María del Carmen Borda (Paysandú, Uruguay)

El gringo

Había llovido mucho, el camino hacia la casa estaba intransitable.

Don Safrón tirado entre el barro cerca del arroyo, luchaba con una vaca para sacarla del pantano.

El barro helado se deslizó adentro de sus botas al estar en cuclillas, y como el animal se había entregado por el esfuerzo y el cansancio, el hombre viejo tomó fuerzas, ésas que en su interior todavía no lo habían abandonado. Sintió el peso de los años encima, ya no era el vigor de los años mozos, él no quería convencerse que ya no era el mismo.

Unos lagrimones tibios que se deslizaban por sus mejillas eran el testigo de su flaqueza, la rabia y el dolor, la debilidad de su cuerpo, el animal que no respondía, era la vida tan dura, igual en tantos años.

Valdría la pena estar allí helándose, si lo mismo había pasado desde cuando sus hijos eran pequeños. Todos crecieron y se fueron, ya nadie quedaba en el rancho, el “gringo” decían en el pago, es porfiado y terco, nadie entiende por qué a sus años no se va a vivir al pueblo.

Era el único que quedaba en la zona, toda forestada, viviendo en el medio rural, todos habían emigrado corridos por los impuestos, remates judiciales, agobiados y presionados.

El viejo seguía luchando y de pronto le vivieron los recuerdos, cuando sus gurises corrían a ayudarlo, eran lindos esos tiempos. Porque en el rancho estaba ella, su compañera, la que vino con él en un barco desde el otro lado del mundo; muy joven la pareja, con puñados de sueños en sus valijas, nada de dinero en sus carteras, pero un sin fin de ilusiones dentro de ellas. Esperanzas puestas en esta “América” nueva, de la cuál tanto se hablaba.

De pronto, no quedó nadie, ya no sale humo de la chimenea ni olor a pan casero del horno de barro.

Ya no hay risas ni cantos, ni puñados de sueños en las valijas, ni ilusiones en las carteras.

Su rostro lleno de arrugas, de las cuales cada una tenía una historia, se llenaron de lágrimas.

El viejo se levantó como renunciando al intento y comenzó a caminar hacia el rancho. Miró el cielo y una bandada de teru teru cruzaba entre las nubes bajas, era una señal, la lluvia iba a continuar.

Se dio vuelta y miró al animal, los ojos parecían llamarlo, lo vio tan solo e indefenso, ¿valdría la pena tanto esfuerzo?, si por ahí lo podrían encontrar, cualquier día, tirado en el barro, muerto.

Decidido tomó fuerzas, caminó ligero hasta el animal, se llenó de energía y con una vitalidad qué, seguramente venía de otro lado, lo levantó en el aire. Un intento de la vaca de caer otra vez, hizo redoblar su esfuerzo, caminó afuera del pantano hasta el pasto más firme.

Comenzó a garuar lentamente, en la inmensidad de los verdes de un campo solitario, en un día de invierno, un hombre caminaba con el animal al costado. Desde el infinito era un cuadro que redimensionaba el sentimiento altruista, hombre- naturaleza, nobleza y fidelidad al trabajo del campo, a esa interacción finita que se va arraigando, el amor por una tarea en la cual había dejado la vida. Esa vida que, jamás podría cambiar porque era traicionarse a uno mismo, estaban las huellas de un camino largo recorrido y que, mirado desde afuera era imposible entender.

Inexplicablemente la chimenea del rancho y del horno de barro comenzaron a humear, todo se llenó de un exquisito olor a pan casero. Cantos y risas de niños alegraron el silencio de lo inmensurable.

Al viejo le latía el corazón aceleradamente, y una felicidad profunda le invadió el alma, todo era como antes ...la simbiosis del ser humano con su terruño, su querencia y a sus afectos era evidente. 

La noticia corrió al galope por el pueblo, habían encontrado un cuerpo de un hombre de unos ochenta años en el pantano, junto a un animal vacuno, también muerto.

Uno de los hombres que los encontró, contaba por todo el pago que, nunca había visto el rostro de un hombre muerto sonriendo, y que jamás podría sacarse de su mente aquella expresión.

Lo que nunca llegaron a explicarse fue que, en el rancho quedó una mesa servida para dos personas, y en el centro un pan casero que aún se mantenía fresco como si recién se hubiese horneado.

La gente del pago dice que hace años, se colgó un cartel que decía: Remate Judicial, pero que hasta ahora no ha aparecido ningún propietario y que, de vez en cuando, el horno de barro humea y espera. Y si algún curioso se acerca, el humo se pierde en las nubes y desaparece.                          

María del Carmen Borda - 2009
De "Cuentos y poesías de mi lugar"

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