De "Cuentos y poesías de mi lugar"
María del Carmen Borda (Paysandú, Uruguay)

Cartas al corazón

Rocío tenía nueve años y su situación familiar le había hecho crecer de apuro, siempre parecía estar esperando a alguien. Nunca había conocido a su papá y se había criado con su abuela, su mamá trabajaba y la veía poco.

Cuando su mamá le plantea su decisión, de casarse e irse a vivir a la capital no le sorprendió tanto. Su decisión de quedarse con su abuela fue inevitable. De noche al acostarse, Rocío soñaba, cómo le hubiese gustado que sea su mamá, anhelaba los cuentos, miraba los niños a la salida de la escuela correr a los brazos de sus mamás, y ¡cuánto! deseaba esos besos que no tuvo, en lo más hondo de su ser sentía un gran vacío.

Ella tenía una tía “solterona”, decía la abuela, había decidido vivir sola, dicen que estuvo a punto de casarse. La abuela contaba que era de esas personas que se enamoraban una sola vez.

¡Pobre tía Ema!, había tenido su traje de novia pronto y el casamiento nunca se concretó. Cuando venía a casa, la sentía tan seria, era toda impecable, usaba siempre tacones altos, era una hermosa mujer y cocinaba maravillosamente. Siempre le traía ropa de regalo y antes de anochecer se iba, sabía de memoria las visitas de la tía Ema.

Un domingo lluvioso y frío la abuela llama a Rocío temprano.

-¿Qué pasa abuela?.

- Vamos, levántate que iremos a casa de tu tía Ema, hoy es el cumpleaños y nos invitó a pasar el día.

Fue un día fantástico, Rocío siempre recordaría aquella siesta, con una lluvia mansa que caía sin cesar. Después que lavaron la cocina, la abuela y la tía Ema se pusieron a conversar, y la niña como todos los niños curiosos del mundo comenzó a rondar por cuanto rincón de la casa. Al pasar por un pasillo vio la puerta entreabierta del dormitorio de la tía. Entró, todo estaba impecable, había muñecos de peluche, tenían sus años, en el medio de la cama parecía dormir una bellísima muñeca negra, era la reina del cuarto.

El perfume de la tía estaba encerrado en el ambiente. Habían tantas fotos, cuadros, portarretratos; se acercó a la mesa de luz y el cajoncito entreabierto invitaba a abrirlo del todo. Miró hacia los costados y lo abrió rápidamente, un tanto nerviosa se sorprendió, el cajón estaba lleno de cartas.

Comenzó a leerlas una tras otra, los ojazos negros de Rocío se llenaron de lágrimas, lo que decían esas cartas era todo lo que ella había soñado por tantas noches.

...Te pensé siempre con esos ojos negros profundos, y cuando te encontraras enfermita yo me acostaría al lado tuyo, te contaría muchos cuentos hasta que te durmieras, velaría tus sueños, te besaría todas las noches...

En los días de tormenta, como los truenos te asustarían mucho,   me metería en tu cama y acurrucadita junto a ti dormiríamos juntas hasta que amaneciera...

Te iría a buscar a la salida de la escuela y tu correrías cuando me vieras llegar y me abrazarías fuerte...

Me contarías como te fue en la escuela, y yo te contaría que en casa te esperan unas ricas tortas fritas calentitas con miel...

Y saldríamos juntas de compras, te compraría un helado grandísimo de chocolate y tu te reirías con la boca llena de chocolate, y yo sería la mujer más feliz del mundo...

Te llevaría al teatro y de noche comentaríamos la obra...

En la Navidad haríamos el arbolito más hermoso que podría haber, llenos de luces, pondríamos un mantel blanco en la mesa y tú relojearías el regalo al pie del árbol, y yo te diría que, no se puede abrir hasta las doce de la noche cuando suenen las campanadas... y así ...

-Eran mis sueños, decía Rocío, eres tú mamá. La que he buscado y soñado siempre.

Miró a los costados y vio unas hojas vacías y un lápiz, comenzó a escribir.

Querida mamá:

te he encontrado, no importa que no haya estado en tu pancita, solo sé   que al leer tus cartas eres la verdadera mamá que siempre quise tener.

¡Cuánto deseo esos besos, abrazos, esos cuentos, tus juegos, paseos, cuánto deseo tenerte!

Hace mil años que te espero, por fin has llegado, te quiero mucho, mucho, mucho ...

No la firmó, puso simplemente, tu hija.

Salió de la habitación, bajó las escaleras, la abuela y la tía la miraron, ¿qué te pasa?, ¿qué tienes? ... Ellas se miraron sin comprender, la abuela pensó que quizás se estaba enfermando, se fueron temprano.

Pasaron los días, Rocío pensaba que la tía ya habría leído su carta, -quizás se enojó que entré a su dormitorio, ya no podría mirarla a los ojos.

Muy temprano en la mañana, la abuela oyó   la niña quejarse, la tocó y ardía en fiebre, llamó al médico y diagnosticó infección a la garganta. Rocío estaba arrepentida de lo que había hecho, afiebrada y nerviosa comenzó a llorar y se durmió.

Al despertarse sintió unas manos suaves que le acariciaban la frente, abre los ojos y no podía creer, allí estaba la tía Ema con la mirada de la madre que siempre había soñado.

La niña apenas susurró:- perdón.

-¿Perdón? ¿ mi hijita pide perdón por escribirme la carta más bella que he recibido en mi vida?

La niña se sienta en la cama y comienzan a llorar abrazadas, siempre se habían esperado. Era el verdadero cuadro de una madre e hija que se encuentran.

Rocío había encontrado una mamá de verdad. Ema comprendió que realmente era una madre más allá de cordones umbilicales, éstos eran cordones de amor, de anhelos acariciados tanto tiempo que hoy se hacían realidad.                                          

María del Carmen Borda - 2009
De "Cuentos y poesías de mi lugar"

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