El último tizón

cuento de Alberto C. Bocage

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

A orillas de esos montes, el ranchito parpadeaba débilmente. Parpadeaban la puerta hecha pedazos, y los rumbos del techo, y los mil agujeros de un quincho desflecado. Y ahí estaba, don Padilla: entre la vida y la muerte. La vida —aterida y difusa— se agachaba a un costado para animar los últimos palitos. Era un paisano chiquito y bombachudo. Acuclillado así, parecía un montón de trapos. La muerte era grandota. Un criollo rozagante y altivo.

Mirando desde adentro, todo se veía diferente: la noche se colaba por aquellos resquicios, apagando los brillos del hollín y la humazón del techo. Entraba por la puerta y vandeaba en todas partes, acumulando sus sombras retorcidas. ¡Fantasmal, esa tiniebla! Y las esquinas eran cuatro abismos. La cama y el candil —chiquítito y mortecino— estaban en el medio, entre los dos paisanos: el viejo bombachudo y el mozo fuerte y corpulento, que no se despegaba de la cabecera. Tenía los ojos vigilantes, ése. Como un bicho. Un bicho grande, "de uña”.

Igual que otros vecinos, don Padilla vivía solo. Rondando por los noventa, se apuntalaba apenas en una débil rama de fajina —jubilación rural— y en esa viga grande que es la amistad del monte. Desparejo, el sustento...

Tuvo un fuerte golpe de tos. Otro golpe y dos más. Como una carcajada, parecía. El mozo lo miraba con creciente interés. Y el víejito soplaba los tizones. Sopló muy fuertemente, ahí. Revoloteaban chispas y ceniza. Resplandeció apenitas —tiritando— y comenzó a afirmarse una llama. A gatas, se afirmaba. Trepando sobre aquellos palitos.

Y entornaba los ojos, el mozo.

—¿No se cansa ‘e soplar?

Viejón y tembleque, el otro se había incorporado y atusaba el enorme bigote desteñido. Andaba muy "cacunda", esta vida de Padilla.

—Por lo menos —dijo con sorna—, tiene que haber algún soplo.

Apuntó una sonrisa en esos ojos sin brillo y sin dolor —transparentes— que parecían siempre inmóviles.

Sonrió también, el otro.

—iSople nornás! Y yo apago.

Se había sentado al borde del catre, el viejo.

—Siempre hazañoso, usté —dijo muy lentamente. ¡Sepa que naides apaga nadal Soy yo, que me consumo... ¿entiende?

Y hubo un ominoso silencio.

Pequeña lechuza nocturna, el “tamborcito” repiqueteaba entre un retinto monte de espinillos. Contestó otro, muy lejos. Y empezaban las voces del bañado, detrás de un pajonal: grillos unánimes, ayes del ranerío, y —dominando a todos— el ruido de tractores que hace el "bicho-matraca”. Un bicho muy misterioso, oculto entre las hojas y pegadito al envés de las más grandes.

Dormitaba, Padilla. Un sueño desvelado en donde desfilaban muchas cosas: sus días de gurí en "Las Dos Hermanas"; un horno de carbón; tiempos de aquel ayer —el novecientos—, cuando de vez en cuando cruzaban esos tigres de “El Potrero" y “El Anda", allá por Entre Ríos. Y todo lo demás: moza, duelo y prisión... Los años de puestero, el contrabando, y aquel naufragio frente a la Bonfillo, cuando acarreaban las tacuaras para empezar los ranchos de la costa.

El joven marcaba las palabras:

—Yo siempre me los llevo.

Pero el viejito no estaba para prosa. Tenía algunas esperanzas, y replicó con firmeza:

—Déjese de amolar, ¿quiere? Y no olvide que usté, sin mí, es menos que nada.

Lo hizo tragar saliva.

Toda vez que se topaban, volvía la discusión. Y alguna noche se fueron a las manos, también. Lo mismo, desde siempre: tirón va y tirón viene. Más tarde o más temprano, el mozo Iba apagando esos fogones. Pero no era tan sencilla, esta topada, por uno que apagaba, el otro encendía cuatro.

Miró al viejo a los ojos.

—Usa la misma leña, siempre.

Y había un gesto de triunfo, es esos ojos.

—Por estos pagos, sí. La leña de espinillo es la mejor. De noche dejo algún tizón en la ceniza. Usté lo sabe bien. Después remuevo un poco y ahí está, el tizón: enterito y grande. ¡Es una brasa flor! Y da pa’ emprincipiar al otro día.

A’ura le viá mostrar... Fijesé aque aquí tengo uno. ¿No lo vio? ¡Aquí mismo, lo tengo!

Y se volvió a agachar.

—¿Otro más?...

Quedó desalentado, el mozo.

Sin mover un dedo, Padilla abrió los ojos. Vio un farolito, el quincho, un basto, la cumbrera, cojinillos, la caldera de lata, un viejito inclinado en el fogón, y un hombre alto; allí mismo y de pie.

Conversaban, los dos.

—¡Brasa y pico!

Era un tizón Incandescente y muy gordo.

Pero el otro iba tanteando el cinto. Y contestaba desafiante:

—¡Soplá! ¡Soplá, sí te animás!

El viejo tanteó, también; y fue enrollando un poncho en torno de la zurda. Bien fuerte, apretando el escuálido antebrazo. Pero sólo era un poncho fino, de verano. Uno de esos listados. Celeste y blanco, el ponchíto.

—Te va’ guamplar el toro...

Se agrandaba, ese viejo. Porque la brasa estaba "que era un lujo". ¡Bruñida como pidiendo leña! Y el mozo retuvo su “quitapenas”. Despacito, envainó. Cuando sintió aquel gavilán sobre el cinto, nuevamente se alzaban las llamas. Menudas pero firmes.

Suspiró hondo, antes de hablar.

—No es mucho, tu tizón —reflexionó con cierta pesadumbre—. Pero pa'vos alcanza. Por esta vez...

Iba aflojando el poncho, el otro. Y replicó en tono de altanería:

—Sí yo me voy, dentrás.

Pero el grandote soltó una risa.

—¡Sembrás pa’mí! ¿Quién se lleva tu cosecha?

—¿Mi cosecha? ¿Nunca vas a aprender? ¡La siembra es mi cosecha! Y a mí —sabés muy bien— naides me va' llevar...

Quedaron en silencio.

Hubo un ronquido, hacia lo lejos. Quejido de ñandú. En esa ventanita parpadeaba la "guia" de la Cruz del Sur. Muy bailarina, estaba. Con el cielo toldado todavía —sin luces de amanecida y en un menguante flojo—, el monte era una sima. Como un abismo de oscuridad sin fin. Únicamente aquí, entre estas arboledas del hondo "monte negro” y en la humareda de todos los resquicios, resplandecía el ranchito de Padilla...

 

cuento de Alberto C. Bocage (Especial para EL DIA)
Suplemento Dominical "El Día" Año LIII Nº 2677 Montevideo, 24 de febrero de 1985

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

 

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/54949  pdf

 

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