7. Una anécdota sobre Carlos Brussa

 
Carlos Brussa, visitante por cuarta o quinta vez a la ciudad de Minas, donde en sus anteriores estadas, había sabido crear muchos afectos y sellar también muchas amistades entre las cuales se encontraba la muy estrecha que mantenía con el propietario del Hotel donde habitualmente se hospedaba, fue recibido nuevamente en esa casa con la cordialidad de siempre. Luego de los abrazos efusivos correspondientes al arribo del viajero, el dueño del Hotel le dice:
-Brussa: tengo que hablar con Ud.
-A sus órdenes, Don Servando.
-Ahora, no. Después de la cena.
En plena sobremesa, llega Don Servando.
-Mire, Brussa, le dice, tengo que pedirle un servicio. Un sobrino mío ha escrito una obra de teatro y quiero que Ud. la lea y me de su opinión ¿No me negará que sería lindo estrenar una pieza de autor local? Aquí tiene el libro. ¿Me promete leerlo?
-Desde luego, Don Servando. Mañana conocerá mi impresión y claro que si se puede la llevaremos a escena ¡Debe Imaginarse Vd. lo que me satisfaría complacerlo!
El día siguiente llegó y cuando se encontraron por la mañana Don Servando y Brussa, éste le dice:
-Leí aquello. Me permite que le sea franco?
-Eso es lo que quiero, precisamente.
-Pues bien, Don Servando: la comedia de su sobrino es muy mala. 
-¡Caramba!.. Pero, ¿no se podrá representar?
-Francamente, Don Servando, no me atrevo. El público puede meterse y seria entonces algo muy desagradable.
-Brussa, disculpe Vd., mi insistencia. No dudo, desde luego, que su juicio sea el merecido, pero así mismo le ruego que trate de llevarla a escena. Si le planteo las cosas en esta forma es porque media una razón seria. Yo no puedo andar con tapujos con Ud. Le advierto, amigo Brussa, que de la representación de esta obra, depende la solución de todo un conflicto familiar.
Brussa guardó silencio. Reflexionó unos instantes, meneó la cabeza y después de lanzar un hondo suspiro que podía muy bien significar una protesta muda ante la fatalidad que lo obligaba siempre a bailar con la más fea, finalmente dijo:
-Siendo así, no hay más que hablar. Se representará. Pero vamos a hacer una cosa, Don Servando. ¿Se conforma Ud., con que la representemos el día de la despedida del elenco?
-Yo lo que quiero es que se represente. El resto es cuenta suya.
La obra fue ensayada cuidadosamente. Llegó la noche de la despedida. Se alzó el telón y desde las primeras escenas los espectadores advirtieron de lo que se trataba y echando la cosa a broma, anotaron intervenciones oportunas y prodigaron aplausos intempestivos.
Termina la obra y el público animado del mismo espíritu solícita la presencia del autor, a quien toma del brazo el popular actor José Fernández que interpretaba en la comedia un guardia civil y que, uniformado, lo adelanta hacia las candilejas.
Un espectador, culminando el episodio, grita entonces:
-¡Menos mal que lo llevan preso!
Aquello no pudo continuar, se bajó el telón y Brussa regresó al Hotel descorazonado. Se encuentra en la puerta con Don Servando a quien le dice en tono de reproche:
-¡Lindo broche para final de temporada!... ¡Yo se lo previne y Ud., no quiso creerme!
Y pasando del reproche a la condolencia, agregó:
-¡Qué mal rato he pasado! ¡Y me imagino el suyo!
-Yo, no, agrega Don Servando dejando absorto a su interlocutor. ¡Puede creerme que lo que ha ocurrido, es lo que deseaba de todo corazón!
-¡Pero, Don Servando! ¿No me dijo Ud. que el estreno de esta obra le solucionaba un conflicto de familia?
-Efectivamente. Al muchacho le había dado por dedicarse al teatro. Ahora, creo que se dejará ya de pavadas y no escribirá más, que es lo que desea el reato de la familia.
El método de Don Servando no deja de alcanzar su eficacia, pero bien puede sostener Brussa, que su aplicación adecuada corresponde recién cuando se dispone de un teatro y compañías, propias.

30 Recuerdos de Teatro
José Pedro Blixen Ramírez
Editorial Florensa & Lafon - Montevideo noviembre de 1946

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