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Sueño del borriquito llamado Paco
Prólogo
Hyalmar Blixen

Había un borriquito muy lindo que al día siguiente iba a cumplir un año. Preguntó a sus padres, Don Burro y Doña Burra, si podían regalarle algo que le hiciera recordar que después de ese día, empezaría a contar los demás que lo harían llegar a tener dos años; porque le haría más importante. Ellos le dijeron un poco tristemente y con cierta sonrisa dulce.

-Hemos oído que existe un Mago famoso: le dicen ·El Mago de los Sueños". Los lleva escritos y los presta a los niños. Si te ponés a pensar en él, según hemos oído decir a los patrones de esta estancia, se aparece a todos los niños y les regala sueños para que los vea por la noche.

-Pero, papá. Le dará sueños a ellos, a los hijos del dueño de estas tierras. Pero yo soy solamente un burrito.

-Creo que ese mago poderoso es además tan bueno que te regalará, si tu lo deseas, un sueño para tu día de cumpleaños.

El burrito no creyó en lo que decían, pero el caso es que pensó, por las dudas, en el Mago del Collar de Sueños y éste se le apareció; le brillaban como estrellas sus ojos azules y refulgaría su larga barba plateada. El Mago dijo al pequeño asno:

-Pensaste en mí y aquí estoy. ¿Necesitas algo que pueda darte?

-Sí, Señor Mago.

-Bien: te contaré la historia de un borriquito llamado Paco. Ciertamente, en el cuento, tendrá misma edad que tú.

-Y le entregó, de su collar, el siguiente cuento:

Sueño del borriquito

Cuando cumplió un año, el burrito Paco estaba muy contento. ¡Un año! ¡Qué cosa más linda! Comía el pastito de la estancia, correteaba por el bosque, que era bastante frondoso, cerca del río Uruguay, allá, por el departamento de Artigas. El sol cálido, bueno, lo alumbraba, tanto a él como al dueño de toda esa inmensidad de campo. Su mejor amigo era el hijo menor del patrón, que era llevado en automóvil día a día a la escuela del pueblo y después volvía para jugar con él. Amigos inseparables, Paco y el niño.

Cuando se acercaba a una ventana, Paco, que era un asnito muy curioso, escuchaba las conversaciones que había dentro de la casa, y se daba cuenta de muchas cosas, más de las que pueda la gente suponer. Con frecuencia oía hablar a dos magníficos papagayos, lo suficientemente vanidosos como para creerse los más importantes de la casa, pues hasta el dueño venía por sí mismo a darles de comer y de ahí que lo consideraran, simplemente un sirviente de más calidad. Con frecuencia, sin embargo, Paco los oía discutir, a veces bastante agriamente:

-Yo soy un papagayo de la India y sé innumerables cuentos de papagayo. El dueño de esta casa me invitó a visitar este país, una vez que fue a mi tierra en misión diplomática o comercial...no me preocupé de averiguar ese detalle. Tú eres solo un papagayo del Brasil o del Paraguay, no sé de dónde. Me parece que es más importante haber nacido en la India. Allí hay tigres que saltan sobre los demás animales y los devoran; hay elefantes inmensos, que corren en manadas por la selva y todo lo aplastan cuando se enfurecen; hay boas que caen desde los árboles y se enroscan en un buey y lo estrangulan. Me parece que es un país de animales muy fuertes. No es cualquier cosa ser papagayo de la India.

-Está bien, pero en el Paraguay, en lo espeso de los bosques, he visto jaguares y pumas, aunque ahora escasean un poco. Y también hay boas. Y yacarés. ¿Y qué decir de las pirañas? Se comerían en un momento tus elefantes si cruzaran por nuestros ríos. No es cualquier cosa ser un papagayo del Paraguay.

Y ambos discutían a gritos agudos, que molestaban a veces a los de la casa, casi tanto como los discos estridentes que ponían a todo lo que daba los hijos mayores, que al igual que los papagayos, creían que la casa era de ellos.

Un día estaba estaba Paco cerca de la puerta de entrada, cuando el hijo menor, su amiguito, el que jugaba todo el día con él, trajo al padre las calificaciones de la escuela. Al verlas tan bajas, tan malas, el padre se puso furioso, zamarreó un poco al chico, aunque sin pegarle y lo amonestó severamente y en su enojo se le escapó algo que no debió decir, pero el caso es que lo dijo:

-No sabés nada. Sé que eres inteligente, pero por tus notas pareces un burro.

Paco quedó sorprendido de escuchar esa expresión, que no le gustó nada. Que amonestaran al chico por haragán, bien, aunque le daba lástima su amiguito, pero que por ignorante o incapaz le llamaran burro, le pareció, por lo menos, un abuso de lenguaje. Se alejó lleno de fastidio, y no quiso comentar lo escuchado, con su mamá, doña Burra, ni con su padre, don Burro, para no ponerlos tristes. Solitario, se retiró a un lugarcito apartado, bebió un poco de agua de una cañada límpida y luego se puso a meditar, mientras masticaba unas sabrosas hierbas.

-¿Por qué al que no puede aprender le tienen que llamar burro? Me parece que hay razón para sentirse ofendido. Y ahora que lo recuerdo le dicen "asno" con el mismo sentido despectivo. En cambio, cuando quieren elogiar a alguien, dicen ¡es un león! o ¡qué tigre! o ¡qué pantera! o emplean el nombre de cualquiera de esos bichos que alaban por su fuerza los dos papagayos de casa, que, por otra parte, no hacen todo el santo día sino gritar y vanagloriarse...¿y de qué? de haber nacido en lugares donde hay bestias feroces...¡gran cosa! Y ahora que lo pienso mejor, si alguien hace algo del mayor encomio, le dicen "eres una fiera". Entonces ¿qué es lo elogiable y qué es lo criticable? Si yo me pusiera sobre mi lomo la piel del jaguar que hay en la sala de entrada y me la ajustara bien al cuerpo, para no parecerme al de la fábula que me contaron mis padres, en la que se reía, con malicia de nosotros, todos los animales huirían despavoridos. Entonces, lo bueno ¿es causar espanto a los demás? Eso no puede ser.

Andaba Paco filosofando sobre el bien y el mal cuando divisó a un rebaño de animales vacunos y se atrevió a hablar con ellos, aunque por prudencia, detrás de los alambrados.

-Señor toro, señoras vacas: he oído decir que a los ignorantes y bobos se les dice burros. ¿Es justo que se les dé nuestro nombre? Somos mansos, es cierto, pero la mansedumbre ¿es prueba de falta de inteligencia?

El señor toro le respondió despectivamente que quien no se defiende cuando lo atacan necesariamente es un cobarde y qué él arremetería contra todo enemigo que se le pusiera delante y ya en tren de hablar, le dio una larga perorata sobre lo que significa la valentía de un toro, tema que, en el fondo, no guardaba relación con la pregunta.

-¿Pelearías contra un elefante? -le preguntó Paco con un dejo de burla.

-¿Contra un elefante? -respondió algo mohino el toro-. Bueno...En realidad nunca he visto a un elefante.

-Yo tampoco, por eso no sé sino lo que de él cuenta uno de los papagayos que hay en casa, y por lo tanto no me atrevo a decir que pelearía contra lo que no conozco. Soy valiente hasta el límite de lo que puedo, si debo pelear con mi igual no me acobardaría; contra el que es seguro que me mataría en una riña no soy tan...loco para hacerlo. Y contra el que puede menos que yo, como el carnero, me daría vergüenza combatir. Pero no te encolerices, toro; es simplemente la opinión de un burro.

Siguió su camino Paco y rápidamente, porque vio que el toro lo hubiese corneado si no fuese porque los alambrados se lo impedían. Al rato se encontró con una yarará.

-Buenos días, señora yarará. Todavía no había tenido el gusto de conocerla. Soy el niño menor de la señora Burra y recién empiezo a correr el mundo. Hace hoy lindo día. ¿Está tomando un poquito de sol?

De mal humor, la yarará le dijo que con su charla acababa de espantar a una ranita, que, si no fuese por su interrupción, que la hizo huír, iba a devorar.

-¿Y por qué come ranitas?

-Me gustan. Es comida que digiero bien. Lástima que me interrumpiste. Con razón a los torpes les llaman burros. Te metiste estúpidamente en mis asuntos.

-Perdone, señora, pero en mi opinión eso le pasa por no comer pasto, como yo. Es bueno, crémelo.

-El pasto es para imbéciles com tú -exclamó ya iracunda la serpiente-. ¿Así que crees que es gran cosa alimentarse de pasto?

-Pasto hay en todos lados, -replicó molesto Paco-. En cambio usted señora, y disculpe si la ofendo, con creerse inteligente, acecha tiempo y más tiempo hasta que por casualidad pase cerca una ranita. Pero está bien, señora, no se ofusque; cada uno es libre de comer lo que quiera, si puede.

Y dicho esto, se alejó, porque la serpiente se había encolerizado demasiado y a Paco le pareció prudente no seguir discutiendo sobre el sabor de las comidas con tan huraño bicho. Al rato, sobre un cerro rocoso, divisó a un urubú.

-Buenos días, señor urubú, -le dijo alegremente para poder trabar conversación con alguien-. ¡Qué brillante es su plumaje negro! ¿Se lo lustra con betún todos los días?

Paco creyó que el elogio iba a poner contento al urubú, pero se equivocó.

-¡Mi plumaje es de color natural, burro! No es como el de la dueña de esta estancia, que se tiñe el cabello de rubio. Pero eres un estúpido, porque iba a atrapar a un ratón que había allá lejos, en la hondonada, y que al oír tus pasos se escondió en su cueva.

-¿Y ves desde tan alto?

-Tengo la mejor vista del mundo, -respondió jacanciosamente el urubú-. Pero ¿a qué has venido?

-A nada...paseaba...Te vi y te saludé. Como el día está de un azul de fiesta creí que te gustaría conversar amistosamente con alguien. Pero ya que te interrumpí, y perdona ¿por qué a los estúpidos les llaman burros los humanos?

-Tal vez porque no les tienen miedo... o porque no disparan al bosque pudiendo allí comer el pasto tan bien como en el pesebre, y así ser libres como yo lo soy. ¿Qué se yo? ¿Y qué me importa lo que de ti digan los humanos? Pero vete, que puede ser que aparezca otro ratón y me quede sin merienda.

Llegó Paco a un arroyito, y como el agua estaba muy clara, porque el fondo era pedregoso y el caudal escaso, se puso a beber. De pronto vio que un pez más grande se comía a otro más pequeño.

-Buenos días señora tararira, -le dijo-. Veo que ha desayunado bien.

-Todavía tengo hambre y debo seguir buscando alimento. ¿Qué quieres de mí, burro, que me interrumpes?

-Nada, vine a beber y estaba en mi derecho hacerlo, porque el agua es de todos. Y todo es de todos, porque a los que se creen dueños, la naturaleza les presta sus bienes mientras vivan o no los malgasten. Esa idea no es mía sino de papá Burro. El sol deja tan claro este arroyito, que me pareció que estarías alegre y que te gustaría que te saludara, como es costumbre entre buenos vecinos. Lamento haberte interrumpido en tu búsqueda de alimento. Pero ¿por qué me dijiste burro? ¿porque lo soy o porque me crees estúpido?

-Justamente por considerarte el tonto de los tontos. Es de mala educación interrumpir a alguien a la hora de comer.

-Es que tu hora de comer es todo el día. Si devoraras hierbas no te darías tanto trabajo, dejarías vivir a otros peces, estarías de mejor humor y serías más urbana con quien te saluda.

-Bueno, burro, déjame en paz.

Paco se alejó, algo disgustado, y no comprendía la razón de tamaña injusticia. Arriba entre los árboles, cantaban pájaros de bellos colores.

-Buenos días, queridos pájaros. Señor naranjero, señor cardenal, señor mirlo, señor jilguero de cabeza negra: ¡qué lindo plumaje tenéis al brillo del sol! Debe ser soberbio elevarse por los aires y cantar a causa de la alegría de vivir.

-Buenos días, amable Paco. Tú también eres feliz, -le respondió el jilguero-. Cierto que no eres un ser alado, como nosotros, y eso puede ser para ti una pena. Pero trotas por el campo rápidamente, lo que no podemos hacer nosotros. Te sumerges en el agua del arroyo y puedes atravesarlo de un lado al otro. Debe ser delicioso nadar, en verano, en el agua fresca. Tú eres bueno y nosotros somos buenos; por eso estamos alegres y nos saludamos unos a otros sin desearnos mal.

-Es cierto, queridos pájaros, pero busco una respuesta a una pregunta. ¿Por qué los humanos llaman burros a quienes creen simplemente estúpidos? ¿Es justo que seamos utilizados a modo de insulto?

-Desde luego que no. Pero ¿quién hace caso de los humanos? Ninguno de ellos corre como tú y además, cuando te precisan, suben sobre tu lomo y cabalgan. Eres tan manso que hasta a los niños llevas de paseo o a la escuela. El hombre es un desgraciado y no hay que preocuparse por lo que no tiene remedio. Incluso al que creen tonto también a veces le llaman "pajarón" y más aún, "pájaros de cuenta". Los humanos no siempre se expresan con justicia, y se equivocan más que nosotros, porque están destruyendo la naturaleza, y la razón de ésta: más allá del límite de la inteligencia empieza el de la bobería.

-¡Qué bien te expresas, jilguero! Lástima que no pueda decirles "burros" a los hombres, porque me insultaría a mí mismo.

-Desde luego, pero cuando veas que a pesar de su instinto se equivoca un animal, y cae presa de otro, llámale "hombre" y así te vengarás de él. Es sólo cuestión de nombres. Lo que pasa es que tú no comes como el tigre, carne humana, ni arrebatas corderitos como las águilas de las grandes montañas que por suerte no existen por aquí, ni muerdes, como lo hace escondida y traidora, la serpiente, ni atacas porque sí, como a veces hace el toro con quien te vimos conversar hoy. No eres boa, ni escorpión, ni tarántula, ni piraña. Si yo debiera aconsejar al hombre, y lo hago en mi cuarto aunque no me escucha, le diría que no confunda al malo con el inteligente ni al bueno con el bobo. En fin: ésa es sólo la opinión de los humanos y ¿a quién le importa la opinión que tienen de nosotros? Porque si supieran la que nosotros tenemos de muchos de ellos...En resumen, los buenos están alegres siempre, nada más que porque son buenos, es decir, porque tienen una luz interior.

Eso cantaban los hermosos pájaros, allá arriba, en la floresta espléndida, cada uno en su lenguaje particular, y ninguna orquesta era semejante a ésa, en medio de la naturaleza extasiada.

Paco retornó hasta las casas y pensaba:

-Tienen razón los pájaros; son seres muy sabios. Los buenos deben despreciar la bobería de los malos y no hacer caso de la ignorancia de éstos.

Se quedó un rato pensativo, como buscando unn recuerdo de algo que le había sido contado y al fin le vino a la memoria:

-Según es tradición antiquísima entre nosotros, el ser más bueno que existió en el mundo, cuando entró en la ciudad donde luego lo crucificaron, eligió ir montado en un pollino. Después de esto ¿qué importa lo que digan quienes no nos conocen?

Y muy contento se acercó a sus padres y los saludó:

-Buenas tardes, papá Burro; buenas tardes, mamá Burra.

-¿Por qué vienes tan alegre?

-Es que hice un paseo muy instructivo. Pero allí veo un pastito que justamente es de mi gusto y además, al comer esas hierbas, no mataré a ninguna de las bestezuelas del campo. En realidad, digan lo que digan -agregó pensándolo para sí mismo- ¡qué lindo es ser un pollino!

Cuando despertó de este sueño, al día siguiente, el burrito pensó en el Mago, tan bueno y éste se le apareció.

-Justamente pensaba en usted, Señor Mago. Casualidad; mientras lo recordaba, lo veo llegar cerca de mí.

-Es que las cosas buenas precisan primero ser pensadas y entonces se nos acercan. Y ahora ¿qué deseas?

-Lo importante es agradecerte, Señor Mago, que me haya dado un sueño en el que un borriquito hablara, que se pareciera tanto a mí mismo que me quedé pensando si yo no era el del sueño. No lo creerá pero el caso es que hablé...

-Pues te digo que hablan todas las cosas, las animadas y las inanimadas. Justamente tengo aquí, en el collar, el cuento en el que habla un viejo traje. Lo soñarás tú y un niño, Manuelito, que me pidió que se lo contara, porque lo había oído de otro niño que le afirmó eso mismo: que todas las cosas saben decir algo.

-Me gustaría mucho, Señor Mago compartir ese sueño, con el niño Manuelito.

Y esta noche tanto el niño como el borriquito, soñaron el siguiente sueño llamado: "Historia de un viejo traje narrado por si mismo"

Hay que reconocer que cuando el traje fue introducido al collar del Mago, se sintió tan orgulloso que miraba con desprecio a las demás vestimentas; el Mago, sonriente, le manifestó que podía hacer hablar a todos los trajes y hasta las piedras, por lo tanto le aconsejó que contara la historia verdadera de sus vida. El traje comprendió la razón del Mago y le aseguró que ya no sería tan fanfarrón, y esa modificación en sus ideas aparece en el cuento soñado, porque a él mismo le pasó su inteligencia el Mago del Collar al cual estaba puesta la historia de ese traje, que si la lees verás que ocurrió:

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