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Raksh y el león
Por Hyalmar Blixen

Tan apurado iba Rustem, que en un sólo día avanzó lo que otro caballero hubiera recorrido en dos, pero Raksh era rápido e infatigable; bien se decía que no había en el mundo entero por aquel entonces, corcel que pudiera comparársele. Rustem cazó un asno salvaje, después de enlazarlo, y como era la única comida que podía lograrse en aquellos lugares, lo asó convenientemente y comió con gran apetito. Luego quitó la montura de su caballo para que pudiera pacer libremente sobre las praderas y se echó a dormir sobre unos cañaverales, pues la noche acababa de cubrir, con su capa estrellada, todas las cosas. Al rato apareció la inmensa luna, de un blancor amarillento, y Raksh, que comía tranquilamente el pasto sabroso, sintió el leve ruido de unos pasos acolchonados, y el pequeño crujir de algunas ramas y hojas secas. Paró sus orejas, y al momento una brisa suave llevó a sus narices el olor de un león. El noble caballo era fuerte en toda clase de combates, pero ¡un león hambriento, un matador de hombres y asnos salvajes era un ser demasiado poderoso! El viento cambió enseguida y el olor felino dejó de percibirse y en cambio hizo que el león lo olfateara a él. Y casi enseguida vio que entre los cañaverales, a la luz lunar, se deslizaba la silueta de un inmenso león que por efecto de la luminosidad del astro parecía blanco como un fantasma. La fiera tenía precisamente su guarida por esos lugares y se detuvo a mirar al jinete dormido y al caballo que parecía suelto. Y pensó:

-Primeramente me comeré al caballo y luego mataré al jinete y así me podré dar un banquete soberbio.

Y animado por ese propósito se lanzó sobre Raksh.

Pero no sabía con qué caballo tenía que lidiar. Raksh no era un corcel cualquiera, que se amedrentara por cosa alguna; había aprendido a combatir y nada le causaba temor. Cuando el felino se le vino encima, Raksh, alzándose sobre las patas traseras, dio, con las de adelante, dos coces formidables al león, que lo hirieron en la cabeza. Y enseguida, al verlo malherido y atontado, se aferró con sus dientes, que eran como de hierro afilado, al lomo del carnívoro, le rompió la nuca y no lo soltó hasta que el asesino animal quedó muerto.

Al ruido de la pelea se despertó Rustem y aunque se alegró del triunfo de su famoso caballo, tuvo que reprenderle a causa de su imprudencia.

-¡Raksh! ¿Quién te ha mandado combatir con un león? Si hubieses caído bajo sus garras ¿cómo habría llevado yo hasta el Mazenderán mis armas, que son tan pesadas?

Luego palmoteó al noble corcel y volvió a quedarse dormido hasta la mañana siguiente. Al despertarse, frotó a Raksh, le puso la silla y continuó el viaje.

Hyalmar Blixen

Las aventuras de Rustem
Leyenda Persa
Adaptación libre de un episodio del "Libro de los Reyes" de Ferdausí.

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