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El Príncipe de color verde
Hyalmar Blixen

El Mago del Collar de Sueños vió venir a Carlitos que era algo travieso y a veces pisoteaba, en sus juegos, las plantas del jardín que el Mago cuidaba tanto. Cuando Carlitos le pidió un cuento para soñar esa noche, el buen Mago le prestó el del "Príncipe Verde", que decía así:

Había una vez una reunión de las almas de las plantas, que estaban disgustadas porque los chicos, al correr para jugar a la pelota o a la mancha, las pisaban, las lastimaban y aunque ellas hacían "arak", al romperse, que en su idioma es como decir "¡ay!", no se las escuchaba.

El rosal, la dalia, la azucena, la hortensia, la violeta, todas tenían alguna queja.

El Principe Verde era un mago joven, que había nacido una vez cuando el sol, enamorado de las más linda de las rosas, la besaba.

El Príncipe Verde se puso a andar desde entonces por los jardínes, los parques y cuando una planta había sido lastimada por alguien, que descuidado, la pisaba, tomaba un frasco de agua de la luna y le llevaba la bebida con lo que la planta sentía alivio y luego se curaba.

A veces veía que otra había sido podada; entonces cargaba los gajos, los llevaba a otro lugar, y los plantaba; al tiempo nacían plantitas que decían:

-¡Qué bueno eres, Principe de color Verde! ¡Qué suerte que exista alguien como tú, que vele por nosotras!

El mago así llamado tenía forma humana, ojos, boca, manos y piernas, pero como su madre pertenecía al mundo vegetal, era del color de una planta; todo verde. Desde luego, como cualquier mago, podía hacerse más grande que un elefante o más chico que una hormiguita, pero -repitámoslo- no era nada extraño; cualquier mago sabe hacer eso.

Un día, el Príncipe de color Verde llegó a un campo que estaba totalmente destrozado; veinte o treinata muchachos habían jugado al fútbol y el pasto estaba todo dolorido y mismo indignado a causa de tantas patadas que había recibido durante horas.

Una de esas plantas que se prenden de un árbol y por lo tanto no había sufrido nada, pero, miraba indignada la mala acción de los chicos, dijo en su idioma al Príncipe Verde:

-Lo que yo vi fue maldad o ignorancia de esos muchachos. ¡Claro! Ellos no saben que tenemos vida, distinta de la de ellos, pero vida, porque todo lo que vive no es sólo humano. Antes de jugar le dieron un puntapié a un perrito que estaba tomando sol; ladró quejosamente y disparó. Lo hicieron de cobardes porque a un bulldog lo habrían tratado de otro modo. Y ahora los pastitos están llorando porque no pueden comprender por qué se aprovecharon de ellos cuando más lejos hay un lugar vacío de plantas; sólo tierra buena para jugar.

El Príncipe Verde miró todo aquel desastre y al fin se dispuso, aunque comprendió la verdad del caso, a ayudar a tanta mata destrozada, pues tal era su oficio.

-Cierto es que un caballo, un chivo o un carnero comen pasto, pero es que necesitan alimentarse y así el pasto, generoso, les ofrece alimento a los pobres herbívoros. Pero para consolar al pasto maltratado les habló de este modo:

-Cierto que te han lastimado, lindo campito verde, pero mi labor es proteger a todas las plantitas. Precisamente tengo aquí un violín mágico, el de la música verde. Me sentaré sobre esta piedra y empezaré a tocar una melodía maravillosa, que sólo entiendan las plantas, y tanto las alegra que reverdecen y muchas dan flores. Me la regaló el Hada de la Primavera y voy de un lugar del sur hasta el del norte para alegrar a todos, los buenos y los malos, los pobres y los ricos dando verdor por donde viajo. Claro que los hombres no oyen mi música, y sólo escuchan la de ellos, pero eso ¿tiene para vosotros alguna importancia?

Y se puso a tocar la mágica música y las plantitas quedaron extasiadas.

Todos los que tienen amor a la linda música, la escuchada por los humanos, saben que ella cura las heridas del alma, alivia la tristeza y da serenidad. Pero la de la naturaleza, la del Príncipe Verde, es distinta; al rato de tocar en su violín, los pastitos se levantaban, hasta los más aplastados, y mismo reverdecían los amarillentos.

Era una tardecita soleada, y los pájaros creyendo que había vuelto la primavera, se pusieron a cantar: el jilguero, el cardenal, el venteveo, el zorzal.

Entonces el Príncipe Verde, alegre al escucharlos les puso alpiste en un plato y todos bajaban a comerlo, porque era muy apetitoso, pero qué lindo, para todas las miradas, ver tantos colores reunidos en ese lugar. Había a lo lejos unas madreselvas en un cerco y abrieron sus flores, tanto que la fiesta de alegría parecía llegar a los cielos.

Cuando Carlitos oyó este cuento, lo soñó de noche; soñó que él era el Príncipe Verde y que manejaba a su gusto la belleza de la Naturaleza.

-Lindo cuento tuve Señor Mago: me gustó ser el Príncipe Verde.

-En realidad, Carlitos, si quieres hacer todos los días lo mismo, cuidar las plantas, y poner alpiste para los pajaritos de lindos plumajes, podrás ser, de verdad, el Príncipe Verde, sin necesidad de tener que soñarlo.

Hyalmar Blixen

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