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Poesía e historia en las miniaturas francesas
Hyalmar Blixen

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

El arte de ilustrar libros proviene de tiempos muy antiguos, pues ya en papiros egipcios hallamos viñetas y también pinturas que tienen un estilo similar al de las descubiertas en las tumbas excavadas por las piquetas de los arqueólogos. En Mesopotamia fueron encontrados también ladrillos de barro, con ilustraciones de textos escritos en cuneiformes; tal el caso de varias escenas en que son dibujadas aventuras de Guilgamesh, y cantadas en el poema "Sha naqba imura" y otros, aún más antiguos, del ciclo de ese héroe. De Grecia no conservamos ilustraciones de papiros, pero se sabe que Lara de Cyzico, por ejemplo, que vivió en el 80 a J.C. pintaba sobre vitela, y que el romano Varrón la contrató para que ilustrara, con setenta figuras, su libro "Hebdómadas". Por citas de diversos autores puede afirmarse que en Roma, tanto en los códices como en las volumnias, había dos clases de miniaturas; la "explicatio", usada para los libros científicos, y la "decoratio" de carácter más artístico, más ornamental, utilizada en obras religiosas o literarias. A la primera forma corresponden, por ejemplo, las ilustraciones, con signos astronómicos, de las obras de Eudoxio de Cnido; a la segunda, las copias de textos de Virgilio, Horacio y otros. Ovidio, en una de sus odas "Tristes", hace alusión a las miniaturas. En cuanto a Bizancio, sobre cuyo arte Dihel ha escrito un tratado notable, fusionó, en las ilustraciones de sus códices en pergamino y de sus rollos de papiro, el sentido de armonía que heredó de los griegos, junto al orden en la disposición de las imágenes recibido de Roma, y a la brillantez, al lujo y cierto uso del oro que este sirvió para contrastar con la austeridad de las imágenes religiosas. En ese uso del dorado influyó la técnica de las miniaturas persas.

La Edad Media cristiana evolucionó, en el arte de la iluminación, desde una fase hierática a una fase naturalista. El artista, que era generalmente un monje, dominado en especial por el agustinismo y las doctrinas de otros doctores de la Patrística, practicó, al principio, una pintura simbólica. Así, por ejemplo, una redoma con sangre, sostenida por una mujer, simbolizaba a la Iglesia; una mano representaba a la divinidad, un pez al cristiano. Pero poco a poco -lo describe muy bien Lecoy de la Marche- la letra inicial al principio de cada capítulo, llamada por eso mismo "capitular", comenzó a ser cada vez más ornada, fue enriqueciéndose con sartales de perlas, bordados, entrelazados, espirales y al color rojo originario, que contrastaba con el resto de las demás letras, hechas con tinta negra, sucedieron capitulares de muy diversos colores y también de formas variadas, con figuras de animales, peces, pájaros, ofidios y dragones. Esta letra inicial descendió, poco a poco por el borde de la página y luego llenó casi la totalidad de la misma, dejando unos pocos renglones de texto. A su vez, al simbolismo primitivo sucedió, lentamente, un arte más dirigido a la emoción producida por el sentido de la vista.

Durante la época de Carlomagno -fines del VII y principios del IX- la influencia anglo celta de origen irlandés, que en el siglo VII alcanzó la perfección, se hizo patente en el arte francés. Carlomagno contrató a Alcuino de York, uno de los más famosos iluminadores, quien enseñó y supervisó -como lo señala Armstrong- la confección de volúmenes en los monasterios benedictinos del imperio. Pero es evidente que el uso del dorado en las ilustraciones carolingias pudo muy bien provenir del contacto que Carlomagno tuvo con Bizancio y con el mundo árabe, especialmente con el Califa de Bagdad, Harúm al Raschid, del que tantas alusiones hay en "Las mil y una noche", pues entre ambos monarcas fueron intercambiadas algunas embajadas y presentes.

Pero cuando los normandos intensificaron sus saqueos en el norte de Francia quemaron conventos e hicieron depredaciones que culminaron en la época de Carlos el Simple, quien tuvo que casar a su propia hija, Gisela, con el pirata Rolf y hacer a éste, duque de Normandía, muchos miniaturistas franceses fueron poco a poco huyendo a Inglaterra, e influyeron sobre la escuela de iluminadores de Winchester, fundada por Alfredo el Grande, y cuya obra de arte de bibliotecnia más acabada es el "Benedictional", de Chatsvorth, escrito por Godeman, libro que posee treinta miniaturas, cada una en una página.

A partir del siglo XIII, como consecuencia de la gradual reducción del tamaño de los libros, pues del infolio se pasó al in-quarto y mismo al in-octavo, la miniatura se hizo también de menor tamaño, pero las figuras ganaron en elegancia, colorido, elasticidad y los arabescos resultaron más complejos, y los fondos más ricos e incluso más brillantes.

La literatura, en sus diversos géneros, se había hecho propensa a la profusión de la miniatura naturalista. El cantar de gesta francés tuvo, como sabemos, diversos ciclos, y uno de ellos fue el carolingio, constituido alrededor de la ya legendaria figura del gran emperador; la más notable obra de este ciclo es "La chanson de Roland". Los cantares de gesta surgieron como consecuencia del desarrollo del feudalismo, que exaltó ciertos sentimientos, tales como, el valor, la fuerza física, el honor, la lealtad del vasallo al señor, pero además esta poesía traducía el espíritu guerrero de la época, acrecentado por algunos triunfos franceses, como la conquista de Inglaterra por Guillermo de Normandía, que venció a Harold en la batalla de Hasting, y especialemente el éxito de la primera cruzada, que logró la conquista de Jerusalen, en perjuicio de los turcos, ambos, hechos destacables del siglo XI.

"La chanson de Roland" es un cantar de gesta muy conocido, que ocupa en la literatura francesa del mencionado siglo, un lugar comparable a la que en la alemana tiene "Das Nibelungen Lied", en la española "El cantar del Mio Cid", o en la bizantina el "Poema de Digenis Akritas". Hay, en todas esas obras mencionadas, un héroe central, que realiza grandes hazañas, y que en las gestas alemana y francesa, sólo puede ser muerto a traición.

Sabemos por "Vita Caroll", escrita en latín por Eginhard, que en sus luchas con los árabes, Carlomagno, aliado también con otros musulmanes, tras pasar los Pirineos, tomó Pamplona y sitió a Zaragosa, pero que tuvo que levantar el sitio, a causa de una nueva sublevación de los germanos, contra los que realizó, al fin de cuentas, más de treinta campañas, hasta que logró someter a Witikind, su jefe, y cristianizar, bastante a la fuerza, a ese pueblo. En su retirada, las fuerzas de retaguardia del emperador fueron atacadas y vencidas por los vascos, pueblo de religión cristiana, pero cuyo tradicional sentido de la nacionalidad no podía aceptar la invasión franca. Pero la poesía épica modificó grandemente el relato; esa derrota fue convertida por los poetas en una hazaña sin precedentes en aquella tierra, y motivo, además de orgullo nacional. Se ideó en el cantar la traición de Ganelón, se convirtió al conde de marcas, Roland, en sobrino de Carlomagno y en uno de sus doce pares; en cuanto a los vascos cristianos, fueron sustituidos por el autor, por sarracenos musulmanes, de modo de convertir ese episodio en una traición de los seguidores del Corán contra los fieles de los Evangelios. En dicho Cantar, Roland, atacado en los desfiladeros, no se decide, sin embargo, por razones de pundonor caballeresco, a tocar su cuerno, el Ofilante, para pedir auxilio a Carlomagno; sólo cuando está a punto de morir lo toca para que el emperador vuelva, a recoger su cadáver, el de Olivier y el de los otros caballeros heroicos. Ese fue pues, el tema saliente de la Canción de Roland, y también motivo para que miniaturistas ilustraran esas escenas. Al igual que en el Cantar del Mio Cid, la acción culmina con un "Juicio a Dios"; y del mismo modo que Fernando y Diego, Infantes de Carrión, son declarados felones, también lo es Ganelón, que sufre la pena de los traidores, junto con los parientes que lo sostuvieron.

En cuanto a la epopeya burlesca "Le roman du Renard", cuya recensión alemana es "Reynke de Vos", cuenta las aventuras del zorro, sus luchas contra Isengrin, el lobo y sus trapacerías ante Noble, el león, rey de todas las bestias y ante esas mismas. Los animales están humanizados, la sátira al mundo feudal es brillante y sagaz, y los códices, como en otras ocasiones lucen ricamente ilustrados con diversas escenas, tales la aventura de Renard y el cuervo, la que pinta a Noble, en medio de su corte, escuchando las quejas contra Renard, el "Juicio de Dios" entre Renard e Isengrin, las astucias de Renard ante Chantecler. Estos y otros temas han servido más adelante a Goethe para escribir su notable relato sobre el tema de Reinecke el zorro. Las miniaturas sobre los textos históricos de Jean Froissart también son ilustrativas, llenas de colorido. Este cronista de la guerra de los cien años, pinta, con sobriedad y elegancia, las batallas de Crécy, de Poitiers y otras; muestra cómo el orden de la armada inglesa se opone al desorden heroico, pero inútil de los caballeros franceses, a los que reconoce, sin embargo, sentido del honor y la valentía. Notable, por su movimiento y grado de emoción, es el relato de la muerte en Crécy, de Jean de Luxembourg.

Pero es el siglo XV francés el que muestra el apogeo de la miniatura de ese país, y entre los grandes artistas del género, habría que citar a los hermanos Lumbourg, que ilustraron "Les tres riches heures de Jean de Berry", a Jean Fouquet, ilustrador de Froissart, del Libro de Horas de Estienne Chévalier y de Josefo, a Jehan Bourdichon, iluminador de "Les grandes Heures de Anne de Bretagne" y a otros más.

Los llamados "Libros de horas" de decoración lujosa y a menudo excesivamente lúcida, contrastan con su fondo, pues lo que se busca con ellos es inducir a la meditación sobre distintos aspectos de la vida. A despecho de ciertas fallas de la perspectiva, son en general, obras de gran lujo visual, que pintan la Edad Media a través de las clases altas, pero que ilustran al historiador respecto de trajes, usos, costumbres y actitudes. Y así, aparte de las citadas, la Biblioteca Nacional de París, o el Museo Condé, en Chantilly o la colección Durrleu, guardan, en muy bellos manuscritos, obras del arte de los pendolistas, "libros de horas", tales como las del mariscal de Baucicaut, las de Rohan, las de Charles de Angulema, las de Comeau, las de Jeanne II de Navarre y muchas más.

Entre todas ellas descuellan las "Muy ricas horas del duque de Berry" que se hallan en Chantilly, en el Museo Condé. A principios del siglo XV, Jean de Berry había contratado a los hermanos Pol, Herman y Jannequin de Limbourg, sobrinos, según parece, de Jean Malouel, pintor de uno de los duques de Bourgogne. Los Limbourg, de origen flamenco, aportaron al arte francés algo del estilo de su tierra natal, pero también se cree que aprendieron en Francia y de ahí les viene -se dice- ese sentido de fineza y elegancia que los caracteriza, sin descontar cierto tratamiento de la atmósfera y de la luz, que pudiera ser el resultado de influencia italiana. Dentro de la obra mencionada habría que destacar la "Pintura del Paraíso Terrestre". Encerradas dentro de un círculo dorado, en el cual domina el verdor, hay varias escenas de la Biblia: la serpiente, que termina en figura de mujer, de cabellos rubios, enroscada al árbol de la ciencia del bien y del mal, tiende la fruta a Eva; luego, en primer plano, Eva la ofrece a Adán. Dios, totalmente humanizado en la figura de un anciano de cabellera y barba blancas, con largas vestimentas azules y halo dorado, llama a su presencia a los dos pecadores. Luego el Arcángel, con sus alas y vestimentas rojas, expulsa a Adán y Eva de las puertas del Paríso. Un castillo central, gótico, en reluciente dorado, se eleva en medio del Edén.

La llegada de los reyes magos a París, otra de las miniaturas de ese libro, nos muestra una profusión notable de colorido. Los reyes se encuentran en la encrucijada de tres caminos y a lo lejos se vislumbra la ciudad gótica con sus altas ojivas, entre las que se destaca Notre Dame. La lámina de "La coronación de la Virgen" es bellísima si se aprecia en los colores con que fue pintada; el fondo es azul, lleno de alas doradas, de ángeles; la Virgen, de manto rojo, arrodillada, recibe la bendición de Dios, pintado con gran túnica azul y corona de oro. A veces, la visión del Infierno, como antecedente de los grabados de Doré, ensombrece de horror, para aquellos cándidos lectores, estos cuadros, generalmente plácidos, donde están pintados los placeres típicos de los diversos meses y estaciones del año. Otra miniatura destacable por su costumbrismo es la que pinta al duque de Berry ante su mesa, en actitud de disfrutar el festín y muestra una escena de brillo y color regocijante, típica de la época señorial. El mismo lujo de los trajes se aprecia también en la miniatura "La cabalgata".

"Las Horas de Rohán", en contraste con las de Berry, dan una visión más dramática de la vida, más obsesionante y tormentosa. Notable, en ese aspecto, es "El descendimiento de la cruz". Dios, pintado como un anciano, levanta su mano para bendecir. San Juan sostiene a María, que desfallece ante el cadáver de Jesús. Lo destacable es el gesto de reproche con que Juan mira a Dios, que ha permitido la inmolación de su Maestro.

¿Qué más expresar? Centenares de miniaturas que ornan valiosos manuscritos podrían ser colocadas ante los ojos del lector. Un día, sin embargo, apareció la imprenta, vino con el Renacimiento, y al multiplicarse el libro en las ediciones de Gutenberg, Fust, Manuccio, los Estienne, los Elzevir, fue necesario hallar un medio rápido de producción en serie de ilustraciones. La miniatura, morosamente pintada, no pudo seguir el ritmo de producción del libro impreso y fue sustituida por el grabado, que ya tenía, a esa altura, su interesante trayectoria. Pero eso es ya otro arte y otro capítulo a tratar.

Hyalmar Blixen
Suplemento Huecograbado "El Día"

25 de Marzo de 1979

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