María Eugenia Vaz Ferreira |
Obra y biografía |
La época en que vivió María Eugenia Vaz Ferreira. |
Personajes de su tiempo |
Semblanza biográfica |
Aproximación a la poetisa |
La lectura de almas |
La enseñanza como tal |
Obra poética |
Valoración crítica |
Glosa de poemas a través de su temática |
Antología literaria |
Nota de Carlos Vaz Ferreira (de "La isla de los Cánticos) |
Resurrección |
Sólo tú |
Balada de las dulces perlas |
Vía secreta |
El regreso |
Holocausto |
"La piedra filosofal" (teatro) |
Critica y noticias |
La poetisa vista por Esther de Cáceres |
Memorias de Susana Soca |
Recuerdos y carta por Pablo Minelli González |
La
época en que vivió María Eugenia Vaz Ferreira. ¿Cómo
era la vida en el 900, es decir, en el mundo en que vivió María Eugenia
Vaz Ferreira? Montevideo tenía mucho de ciudad aldeana, los niños asistían
a la escuela y de ella, si lo deseaban o podían, ingresaban a la
Universidad, pues la enseñanza secundaria formaba parte de ella. Obtenido
el título de bachiller se escogía alguna de las pocas carreras
existentes entonces. El caso de las
muchachas era distinto; se consideraba que tras cursar hasta cuarto o
quinto año escolar, no les era necesario más estudio. No se las dejaba
leer, salvo algunas novelas como "Pablo y Virginia" de Bernardin
de Saint - Fierre, "Amalia" de Mármol, o "María" de
Jorge Isaacs. Con eso y el aprendizaje de bordado, costura, cocina, buenos
modales, piano y un poco de doctrina cristiana, la muchacha ya estaba
lista para el matrimonio. Pero se consideraba
inconveniente que supiera mucho de sexo, a veces casi nada. "Ya te lo
va a explicar tu marido" le decían a veces las madres y mismo las
hermanas mayores casadas; tal era el tabú increíble que sobre el tema
existía, desde luego respecto de lo que se llamaba en la época muchachas
"de familia", porque había otras más ligeritas... Poco a poco se empezó
a considerar la necesidad de que la mujer supiera algo más. Y de ahí que
se creó la Universidad de Mujeres (luego convertida en Instituto José
Batlle y Ordóñez, y actualmente de enseñanza mixta). El noviazgo, en
las muchachas cuidadas por los padres, podía iniciarse en alguna reunión
o fiesta. Ya en el 900 no se usaba poner una rodilla en tierra y
declararse con estas palabras: "Señorita: sí usted me diera una
esperanza..." que era lo correcto en las décadas de 1860 a 80, pero
aun así no resultaba fácil abordar a una chica. Era frecuente entonces
ir el domingo a misa; si se era católico se entraba a la iglesia, y si
no, se esperaba a la salida. Se seguía a la que le parecía bella para
averiguar dónde vivía, luego se paseaba !a calle. La muchacha comprendía
y salía al atardecer a la puerta de su casa. Se miraban como al descuido
y un día él la saludaba y de pronto decía algo como por casualidad. Se
entablaba la conversación. Luego se convenía que la visitaría en el
zaguán. Después de un tiempo era presentado a los padres y entraba en la
casa. Se formalizaba el noviazgo, ella empezaba a preparar el ajuar, que
hacia a mano. Hablaban bajo, en un rincón de la sala. La madre andaba
cerca y el padre leía el diario. Pero aunque hoy cause risa esa prueba de
constancia y fidelidad una vez dada la palabra de casamiento era muy mal
visto que el muchacho rompiera con la chica a la que había ilusionado
hecho que, aunque no frecuente, ocurría. Las señoras de lo que
podría llamarse clase alta pertenecían al patriciado que provenía a
veces desde los orígenes de Montevideo o bien a la burguesía ulterior
enriquecida; las primeras estaban orgullosas de su abolengo y no invitaban
en sus fiestas a las burguesas. A veces se discutía qué era mejor si
tener escasa fortuna pero descender de familias ilustres o ser
sencillamente rica. Discusión totalmente pueril, pero si se desea
retratar la mentalidad del 900 no debe eludirse, y ¿por qué? Porque la
riqueza no tenía medios de ostentarse como hoy, y por lo tanto, no era
tan importante. No se viajaba como ahora, no existían automóviles, las
fiestas no costaban demasiado, no había cinematógrafos, ni radio, ni
televisión, ni luz eléctrica, ni balnearios, pues se veraneaba en las
quintas de Colón y poco en las playas de Montevideo; no existían compañías
de aviones. Apenas empezaba a interesar el fútbol que no atraía grandes
masas. ¿Qué quedaba por
gastar? Las compañías de ópera extranjeras, alguna representación
teatral, el paseo por la calle Sarandí, donde los hombres se ponían en
fila para ver pasear a las señoritas, y saludarlas sin detenerse a
conversar, bailes en el Club Uruguay, asistencia a las carreras de
caballos, especialmente a las internacionales, tertulias donde se tocaba
el piano y alguien cantaba o recitaba. La gente rica o por lo menos de
posición acomodada no tenía mayormente en qué gastar, iba por la ciudad
a píe y si no, en tranvías de caballos y las señoras tenías sus días
de recibo; para ello preparaban ellas mismas las tortas, el té y la
copita casi infaltable de oporto. Así, la diferencia de
fortunas no se notaba claramente. La vida en general de la mujer, era
recatada, la doncellez, motivo de orgullo y decoro, por eso es un tanto
insólito que haya críticos que señalen en María Eugenia Vaz Ferreira
su concepto de virginidad, ya que era lo corriente. Un hombre, en la calle, no se detenía por lo general a conversar con una mujer a la que conocía; simplemente se sacaba el sombrero con muestras de respeto, de simpatía y de cordialidad y la dama saludaba con una sonrisa y un pequeño movimiento de cabeza. En los bailes grandes, lo cortés era ofrecer el brazo a la dama para dejarla luego en el asiento del cual se había levantado para danzar con él. Ella apoyaba tres o cuatro dedos, levemente, en el brazo del caballero. Estos vestían frac o smocking, con pecheras de piquet, cuellos palomita y corbata de moña, blanca en el primer caso, y negra si se vestía la otra prenda. Las damas de largos trajes. Los intelectuales se reunían en cafés, como el famoso Polo Bamba, y después el Tupí Nambá. |
Personajes
de su tiempo Por debajo de ese mundo
patricio o burgués había un pueblo que sufría mucho y casi en silencio,
salvo excepciones. Algunos visionarios, desde luego don José Batlle y Ordóñez,
pero acompañado en sus reformas sociales no sólo de su partido sino de
algunas figuras prominentes blancas. Carlos Roxlo por ejemplo, luego el
socialista Emilio Frugoni y Alvaro Armando Vasseur, anarquista; y
Florencio Sánchez con algunos de sus dramas, comenzaron a efectuar una
reforma de la mentalidad de la época. Movimiento de
conciencia que dio por resultado una legislación avanzada, que puso, en
unos años, a Uruguay a la cabeza de los demás países y con una enseñanza
superior gratuita que no existía tal vez en ninguna parte de! mundo. Pero
en ese momento el hombre trabajaba fuera de casa jornadas agotadoras por
una remuneración escasísima sin reclamar, pues no había derechos
gremiales. En las oficinas públicas había pocos empleados, que debían
trabajar sin detenerse toda la jornada: hasta comienzo de la década de
1940 casi todos eran del sexo masculino. La mujer, si trabajaba
fuera de casa, lo hacía en tiendas, en la red telefónica, pues la
comunicación no era automática sino por intermedio de una telefonista,
en trabajos de modistería, tocaba el piano en pasajes interesantes de las
películas mudas, cuando luego aparecieron, y en fin, se contrataba el
servicio doméstico. Conseguía sin embargo abrirse paso como maestra,
directora de escuela y el éxito que allí tuvo acrecentó su dignidad,
pero todo el profesorado era masculino hasta que se creó la Universidad
de mujeres. Su función principal era la hogareña: cocinar después de ir
de compras, lavar la ropa, cuidar a los hijos y todo ello con sacrificio,
porque de su sentido de la economía dependía todo el hogar. El empleado y más el obrero llegaban extenuados tras
catorce o más horas de trabajo. Era un tiempo además, en que la palabra
de honor valía mucho y por eso el almacenero, el carnicero, el verdulero,
todos vendían al fiado. Esos comercios tenían un muchacho recadero que
iba a casa de los clientes a preguntar que traerían el próximo día: la
señora daba las instrucciones y el dueño del comercio apuntaba en una
libreta lo que mandaba, la fecha y el precio del artículo. A fin de mes
enviaba la libreta sumada, la señora se la pasaba al esposo que a veces
fruncía e! entrecejo, pero pagaba. Hubiera sido una vergüenza no pagar,
sólo podía ocurrir que la señora Pueblo
sano, aquel, sin artefactos eléctricos, sin necesidad de maestros de
gimnasia pues el propio trabajo, no sólo de las sirvientas, sino de las
señoras, no las dejaba engordar demasiado. No había insecticidas en las
casas; simplemente de noche se usaba mosquitero; no había calefacción eléctrica,
pero la cama se calentaba con un porrón de metal envuelto en franelas
para no quemarse los pies. El
carnaval tenía su corso de carruajes: las muchachas iban con antifaces y
había un intercambio de serpentinas o de papelitos de colores arrojados a
los muchachos. Y algún baile de disfraz o fantasía. El
bizcochero pasaba puerta por puerta, con su canasta y los chicos acechaban
la hora en que vendría. El pescador, de tarde, iba con su largo madero
sobre el hombro de cuyos extremos colgaban, sostenidas por largas cuerdas,
dos canastas con peces, cubierto por una lona para que no les hiciera
demasiado daño el sol. Por la noche, el pito del manisero, que los chicos
esperaban atentos. Llegaba el diariero y cuando escuchaban el timbre, salían
rápidamente para leer el fragmento de la novela de folletín. El resto
del diario se entregaba luego a los padres. No todo era idílico;
había también mala vida, bajos fondos, peleas de guapos, pero no una puñalada
por la espalda: se desafiaban a pelear con cuchillo o a puño limpio: e!
Prado era un lugar apropiado. Llegaban a la cita, y a quien los veía
conversar de lejos le parecía que eran dos amigos, pero ese ajuste de
cuentas era leal: de pronto comenzaban a golpearse con furia y nadie
intervenía en ese duelo. Tal vez habría una "mina" por entre
medio u otro motivo cualquiera. El "bajo" tenia su hidalguía y
era casi inconcebible que un hombre quisiera usar una pistola en un ajuste
de cuentas si el otro sólo tenía cuchillo. Eso no era de hombre; se podía
ser matón, peleador, fanfarrón, pero no cobarde. ¿Y poner una bomba?
Eso era no dar la cara: no era uruguayo. Y los ajustes de! mundo de arriba
podían ser también brutales: si la policía exaltaba a alguno y la
prensa vibraba con demasiada violencia, ya lo habían aprendido en las
cuchillas: cara a cara, con armas iguales. Era una brutalidad, pero se
arriesgaba la vida por partes ¡guales. En ese mundo vivió María Eugenia Vaz Ferreira. |
Semblanza
biográfica María Eugenia Vaz
Ferreira nació el 13 de julio de 1875 en una casa de la calle Buschental,
sita cerca de donde ese mismo año, en Lucas Obes 92, nacía Julio Herrera
y Reissig. Quizás se hayan visto ya de niños, jugando en el Prado, como
era bastante corriente, sin adivinar aun lo que un día ambos representarían
en la literatura uruguaya. El padre de la poetisa,
Manuel Vaz Ferreira, de nacionalidad portuguesa, era comerciante, por esa
causa hacía frecuentes viajes a Brasil, en uno de los cuales falleció.
Casado con Belén Ribeiro -maestra destacada- aunque ejerció poco tiempo
su profesión, de ese matrimonio nacieron tres hijos. El primero fue Carlos
Vaz Ferreira, indiscutido maestro de la filosofía, no sólo en el
Uruguay, sino en Latinoamérica, que dejó la más profunda huella en el
pensamiento trascendente a través de sus estudios sobre lógica, psicología,
pedagogía, metafísica, ética, epistemología, filosofía jurídico
social, en un pensar asistemático, fragmentario, desdeñoso de las falsas
precisiones, de todo lo que, siendo complementario, quiere tomarse por
contradictorio, y postulador de una concepción de la creencia graduada. El
segundo hijo de ese matrimonio de Manuel Vaz Ferreira con Belén Ribeiro
falleció a los pocos días de nacer. Angustia pensar cómo habría sido
ese niño dada la calidad excelsa de sus dos hermanos. La tercera nacida
fue María Eugenia. Siendo
una maestra, la madre se encargó por sí misma de la enseñanza de sus
dos hijos. Además, el tío materno era nada menos que León Ribeiro (1854
– 1931) quien, junto con Tomás Giribaldi (1847 - 1930) y Luis
Sambucetti (1860 - 1926) son los precursores del nacionalismo musical en
el Uruguay, que nace en Luis Cluzeau Mortet, pues "Carreta
quemada" es de 1916, en Alfonso Broqua y culmina en Eduardo Fabini.
Ribeiro enseñó música a María Eugenia y también a Carlos. La poetisa
tocaba el piano y componía partituras que, según se dice, se han
perdido. Muchas de sus poesías inéditas tienen un aire que hace
sospechar que estaban destinadas a ser musicalizadas en "lieder"
por su estilo similar al de las canciones de Heine y mismo los poetas del
"sturm und drang". Su hermano Carlos testificó al escritor Telmo
Manacorda: "María Eugenia dominó de inmediato el alma del piano,
ejecutando con técnica suficiente y con expresión excepcional desde muy
joven. El sonido y colorido que ella sabía arrancar al teclado fueron,
desde el principio cosa propia, de matiz y de vibración suyas, como
expresión de un alma ... Así llegó, con ímpetu y genio, a sorprender a
sus familiares con composiciones musicales que, en cierta época,
alcanzaron, por su valor, a ser equivalentes a sus poesías". Pero su gusto, su deleite
se centraba en Chopin y en Wagner; estos dos compositores, especialmente
el alemán, impresionaron mucho, primero a los simbolistas y luego a los
modernistas. Wagner fue un romántico anárquico de gran individualismo y
profundo sentido de la libertad, por lo que estuvo casi veinte años
exiliado de la Alemania de su época. También María Eugenia
demostraba disposición para la pintura, y su tío Julio Freire se
esforzaba por acercarla al arte de los colores, pero había que decidirse
por algo, y su elección recayó en la poesía. Susana Soca, uno de los talentos de la generación posterior, hija del célebre médico, fue invitada un día por María Eugenia a su casa para escuchar música: "Ella salía del piano como una parte de si misma en la que hubiera debido sumergirse, y sin terminar la pieza decía un poema a la noche y era imposible no ver que un imperioso mensaje, apenas transformado, continuaba. Su voz era más bien baja y de tonos uniformes: decía los poemas con algo de melopea que lógicamente debió dar una impresión de monotonía a pesar de la calidez de su acento. E inexplicablemente sucedía lo opuesto: tenía el patetismo interior que no puede ser descrito, imitado ni olvidado". |
Aproximación
a la poetisa María Eugenia empieza
a dar a conocer sus poesías en recitados entre amistades, luego en
revistas. Sin citarlas aquí, ese recorrido puede hacerse con la lectura
del muy bien documentado libro del escritor y profesor Rubinstein Moreira
titulado "Aproximación a María Eugenia Vaz Ferreira". Cronológicamente es la
primera poetisa importante del Uruguay; curiosamente, la primera que editó
poemas en Montevideo fue una que en 1807 y con el nombre de María
Theresa, los publicó en inglés, en "La Estrella del Sur". En
español, Petrona Rosende de La Sierra, recogidos sus versos por Luciano
Lira en el Parnaso Oriental. Hay otras entre ésta y
María Eugenia. Antes compusieron poesías en el continente algunas muy
buenas: Juana de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz) en México del siglo
XVII y Gertrudis Gómez de Avellaneda, (1814 - 1873), cubana que incursionó
también en otros géneros literarios. Tras María Eugenia
aparecen Delmira Agustini y luego Juana de Ibarbourou, la argentina de
origen-suizo Alfonsina Storni, y la chilena Gabriela Mistral. Todo este núcleo
creó una lírica de singular valor y no es bueno decir que tal o cuál
supera a las otras. Y quizás haya más, en algún rincón de nuestro
inexplorado continente. Un intelectual francés preguntó a un embajador
chino a quién conceptuaba más, si a Confucio o a Lao Tzse y la respuesta
fue ésta: "Cuando dos golondrinas vuelan tan alto, que se pierden en
las regiones sobrehumanas, no se puede saber cuál ha llegado un poquito más
arriba". Sus primeros poemas,
que Hugo Verani llama neo-románticos, abarcarían desde 1894 a 1899 y es
una fortuna que haya decidido publicar toda la lírica de María Eugenia,
porque aún si hay versos menos logrados, aportan a veces sentimientos y
temas distintos a los de "La isla de los cánticos", y versos
escogidos por la propia poetisa, y "La otra isla de los cánticos",
recopilada y prologada por Emilio Oribe, donde hay, por otra parte, buen
material lírico, no inferior, a veces, al primer libro. Entre tanto, como señala
Rubinstein Moreira aparece una nueva faceta de la poetisa: el 1° de
setiembre de 1908 se estrena en el Solís "La piedra filosofal",
comedia de un acto, "para la cual le compuso también la música".
Hugo Verani agrega que fue publicada en Caracas, en la revista
"Escritura", Nº 9. Enero-junio de 1908. El 25 de octubre de
1909 se representa su segunda pieza en verso, en el teatro Solís, que
permanece, según parece, inédita, y titulada "Los peregrinos". El 2 de agosto de 1913
se representa en el Solís, con música de César Cortinas,
"Resurrexit" (Idilio Medieval), El "Diario del Plata"
la reprodujo el 5 de agosto, pero como después de tanto tiempo se hallaba
olvidada por el público, Arturo Sergio Visca la incluyó en la Revista de
la Biblioteca Nacional. Agrega Hugo J. Verani
que hay una cuarta obra, pero inconclusa, "Nube de estío",
sainete lírico en un acto, con muchas frases y diálogos tachados. Varios autores se refieren a lo que la gente llamaba
"rarezas" de la gran poetisa. Algunos, como Lauxar, las
califican de pequeñas travesuras, en realidad inocentes, de las que ella
se reía, como lo hacía con frecuencia: que había viajado sola en un
tranvía a las afueras de Montevideo y ante la estupefacción de la gente
se había puesto a esperar uno de vuelta al centro. La explicación dada a
Crispo Acosta fue ésta: "Vengo de épater le bourgeois". Otras
veces se vestía de modo descuidado, un botón abrochado en otro ojal, dos
zapatos distintos, y con frecuencia daba respuestas desconcertantes y
en general riendo, pues su temperamento de entonces era jovial. "Era
-agrega Lauxar al referirse a su trato personal- alegre, expansiva,
rebelde, turbulenta, inquieta y caprichosa, resolvía los salones del gran
mundo con la tempestad de sus risas; contestaba a carcajadas las tonterías
de buen tono". Oribe
cuenta otra: la de andar a altas horas entre los árboles del Prado. Y a
veces decía sentir el temor de no poder ver el fin de una representación
teatral. Mercedes Pinto, en una conferencia que dictó dentro de! llamado
"Plan Reyles" alude a "la admiración" de los que
aplaudían sin reservas sus extravagancias y cita la de entrar sola en un
café, cosa que en aquella época no dejaba de llamar la atención. Zum Felde escribe que lejos de censurarla, la alta sociedad aplaudía sus ocurrencias o humoradas y que se decía "locuras de María Eugenia" y agrega, ofensivamente el autor de "Proceso intelectual del Uruguay": "Mucho de pose había en ello, ciertamente más si no era tan loca como se hacía, distaba de ser una mujer como las otras". La considera una orgullosa "convencida de que a ella, por ser ella, todo le estaba permitido". |
La lectura de almasHubiera
sido preferible omitir el tema de las "rarezas" de la poetisa,
pero puesto que han quedado escritas tales expresiones, hay que darles la
explicación correcta. Josefina Lerena de Blixen conocía y apreciaba
mucho a María Eugenia, puesto que ambas actuaban en una sociedad de
beneficencia llamada "Entre nous" (estaba de moda ponerle
nombres franceses a todas las cosas). Allí se cosía para las personas
pobres. Debía, además, llevar actas de las reuniones y María Eugenia
era muy amable y fina con ella. Pero
Josefina Lerena daba a lo que la gente llamaba, por no entenderla,
"rarezas", otra explicación que podría ser más correcta y aun
sagaz de las expresadas. Según ella podía sorprenderse en María
Eugenia, una sutil mirada inquisidora con la que trataba de estudiar la
reacción de la persona que observaba o escuchaba la rareza, María
Eugenia, interpretaba con su inteligencia superior, el comportamiento, la
reacción psicológica, el efecto; lo que su hermano Carlos captaba en la
lectura de libros, su hermana lo hacía en la lectura de las almas. Al
hablar de frivolidades, hacía preguntas inteligentes y mismo que
obligaban a estar informados a sus interlocutores: "¿Usted sabe por
que se llama "nattier" a ese color gris celeste que está de
moda?" ¡Vaya pregunta sesuda. Josefía Lerena, que tenía unos
catorce años menos que María Eugenia, respondió con voz insegura:
"Tal vez será porque Nattier pintaba precisamente en ese tono los
vestidos de las princesas del tiempo de Luis XV". Este
hecho, que narra en su libro inconcluso "Encuentros" (cómo
conoció a diversos escritores e intelectuales en general) explica, fuera
de si la respuesta resultara o no la correcta, que lo que hacia la insigne
poetisa tenía, bajo la frívola apariencia, curiosa para quienes no la
conocían, una intención seria y profunda. Al darse cuenta de ello,
Josefina Lerena le respondía como si lo que decía María Eugenia fuese
lo más natural. La
invitaba a veces a sus fiestas y la poetisa se presentaba vestida con
mucha negligencia, cosa que han observado algunos autores y en una ocasión
con el traje roto y cerrado simplemente con alfileres de gancho. ¡Espléndida
prueba para contemplar la reacción de las damas elegantemente vestidas!
Pero aun así y como para demostrar que lo que valía era la
espiritualidad, el talento y no el traje, comenzó a hablar, a encantar a
todo el mundo presente y la impresión del vestido adredemente roto se
disolvió en la maravilla de la conversación rápida, chispeante,
juguetonamente envolvente y reinó, como siempre, en medio de la fiesta. Era
curiosidad de estudiar el comportamiento humano, pero también una valentía.
Lo demostró cuando subió a un aeroplano, el segundo que venía a nuestro
país, según expresa Rubinstein Moreira, María Eugenia dio la segunda
vuelta, en la tercera, el aeroplano capotó y quien ascendió y el piloto
se salvaron de milagro. Los
distintos escritores escriben a veces respecto de la intachable moralidad
de María Eugenia y señalan su doncellez. Pero ¿a qué asombrarse? Ya se
ha visto que las concepciones del 900 eran completamente diferentes. Y
además, ¿por qué tenía que caer María Eugenia en los brazos de
cualquier hombre más o menos mediocre que quisiera cortejarla con fines
de aventura? Porque a uno que quiso besarla (y era un profesor), aunque no
el león de "Holocausto", ella, que no gustaba de él, lo detuvo
con un "no" bien firme. Y en seguida le dio esta graciosa
explicación, que revelaba la rapidez de sus respuestas:
"Halaga mi vanidad pagana, pero ofende mi dignidad
cristiana". Le contestó
pues, como si jugara con un florete a una esgrima intelectual. No
había
manera de ofenderse y el que quiso probarla no se enojó; es casi
seguro
que la admiró en lo que ella valía. El hecho
de blasonar su castidad a través de versos no significa que no tuviera lo
que entonces se llamaba "amistades románticas", algo platónico,
elevado, fino, delicado, sentimiento intermedio entre la amistad y el
amor, que podría comprender quien leyera su correspondencia. Había quien
María Eugenia admiraba como a un amigo maravilloso. Por otra parte, tuvo
un novio, cuando era muy joven; ese muchacho; ese muchacho falleció. Sus
poemas de amor, que en "La otra isla de los cánticos" son
muchos, casi siempre terminan, tras un principio de entusiasmo y ensueño,
en tristeza. Era capaz de amar, su destino fue duro para con ella. En 1912,
al crearse la Universidad de Mujeres, María Eugenia Vaz Ferreira fue
designada secretaria de la misma, cargo que si le proporcionó ocasión de
mostrar su capacidad administrativa, no dejó de darle, como ocurre a
menudo, contrariedades. Más importante fue su labor en la Cátedra de
Literatura. ¿Cómo dictaba sus clases la ilustre poetisa? Una de sus
alumnas fue Esther de Cáceres y ella la describe así en el prólogo que
precede a los poemas de "La isla de las cánticos" en la reedición
de Clásicos Uruguayos:
"su lección comenzaba en cuanto se la veía; su presencia
misma, sola y
poderosa, y de una dignidad increíble, constituía la más inolvidable
lección que
nadie puede dar y que ella impartía en aquella casa de estudios como en
cualquier sitio a donde ella llegase. Era mujer de cara expresiva y
profunda, de
mirada segura y firme, con un ceño austero y una boca caída y dolorosa,
en
contraposición con la risa fácil y de alta música, con la voz serena y
melódica y
con un paso suave, lleno de majestad y gracia..." "Fue,
pues, criatura recóndita, dueña de un delicado pudor y de un profundo
respeto por su propia alma. Pudo enseñar literatura salvando los distintos
riesgos pedagógicos, creando clases vivas, en las que mostraba para
siempre la grandeza del arte, la verdadera cara de la poesía, la vida
moral del artista y algo difícil de saber en estos medios: la diferencia
profunda entre vida intelectual y vida espiritual". "Pasando
con gracia sobre la información árida, sobre los esquemas de critica
académica, dio en sus clases las claves esenciales de la experiencia poética,
sobre todo la conciencia de que la poesía es la más alta expresión del
ser. Con gracia altiva, con libertad ejemplar enseñó la generosa y justa
afirmación de los grandes valores". Es, desde luego, una visión de alumna a profesora, pero realizada con una captación muy fina y sutil de muchos matices. |
La enseñanza como talCon
otros profesores tenía a veces actitudes curiosas. Apreciaba al profesor
de Literatura Julio Lerena Juanicó, pero un día no coincidieron a propósito
de cierto tema literario o pedagógico... Entonces sorpresivamente para
las alumnas, llevó a las chicas a la casa donde vivía su ocasional
discrepante. Tocó al aldabón, se asomó sorprendido Julio Lerena Juanicó:
ella hizo sentar a las discípulos en la escalera de mármol y le dijo:
"Profesor, dicte usted la clase a mis alumnas. El tema es tal".
Y Julio Lerena Juanicó no tuvo más remedio que disertar ante las señoritas
sobre el tema inopinadamente propuesto. Así era
María Eugenia. Por fortuna, entre los profesores actuales no se gastan
esas bromas, o si no eran tales, esa forma de zanjar una controversia
literaria. Pero la
salud de la poetisa se quebraba por el avance de una enfermedad, la más
maligna. Entonces, un día, en 1922, se despidió de sus amadas alumnas
del grupo correspondiente a ese año y les presentó a la que había
elegido por sucesora: una jovencita bella, rubia, de ojos celestes,
poseedora de una fineza y calidad maravillosas: nada menos que Alicia
Goyena. Esta, tras muchos años al frente de las clases de Literatura,
llegó a ser la Directora de más espiritualidad que puede concebirse. Y
detrás de la mesa de su despacho de la Dirección del I.B.O., tenía
colgados tres retratos: en el medio el de Rodó, a la derecha el de Carlos
Vaz Ferreira y a la izquierda el de María Eugenia. Y había,
en la forma que tenía Alicia Goyena de examinar, algo de su antecesora:
buscaba hacer pensar, ampliaba el horizonte cultural de las muchachas,
pues les aconsejaba, que además de leer los libros, fuesen a escuchar música
clásica al SODRE o al Solís, y a asistir a una representación teatral o
a una exposición de arte. Su clase era de una temática abierta, con gran
sentido de la libertad de cátedra, pero no imponía ninguna idea y tenía
gran preocupación a propósito del profesorado dogmático. Cuando en un
examen alguna alumna emitía un juicio evidentemente equivocado y
demostrativo de no haber leído bien, Alicia Goyena la miraba suavemente y
le insinuaba un "¿te parece? Piensa un poco más". Esta pequeña
digresión vale por cuanto a través de la gran discípula, tal vez se
comprenda cómo daba sus clases María Eugenia Vaz Ferreira. La poetisa falleció un 20 de mayo de 1924 y fue enterrada en el Cementerio del Buceo. |
Obras
poéticas de María Eugenia Vaz Ferreira
Debe
confesarse, ante todo, la dificultad de establecer una cronología de la
poesía de esta autora ilustre, porque generalmente no fechaba su producción.
Y aun así, con frecuencia los poetas pulen, corrigen sus versos, los
llenan de tachaduras y años después los refunden en otros que dan
ocasiones a un sentido nuevo o por lo menos algo modificado de la primera
concepción lírica. En 1903
tenía María Eugenia pronto un poemario que tituló "Fuego y Mármol",
con cincuenta y un poemas numerados por la propia autora. Dicho manuscrito
fue dado a su entrañable y noble amigo, en el que depositaba su
confianza, el escritor Alberto Nin Frías, pero con un número menor de
poemas. Sólo cuarenta y uno. Este escritor hizo observaciones marginales
del texto, ya en elogios del mismo, y de la propia poetisa María Eugenia
Vaz Ferreira, ya a punto de publicarlos, estuvo en tratos con el editor
Orsini Bertani, hombre digno de reconocimiento por su generoso deseo de
dar a conocer libros uruguayos. Pasó el tiempo, y luego, ya enferma, la
poetisa comunicó al editor que no estaba en condiciones de corregir las
pruebas. En 1925,
pero con fecha del año de su fallecimiento, se editó "La isla de
los cánticos", María Eugenia seleccionó por sí misma los poemas y
recomendó a su hermano Carlos que corrigiera las pruebas de imprenta. El
libro consta de noventa y tres poesías editadas por la casa Barreiro y
Ramos e incluye el titulado "Único poema" a instancias de su
hermano. Lo había excluido de esa antología dándole la explicación de
que nadie lo comprendía. Tras esta edición fueron recogidos poemas en
antologías hasta que en 1956, el Ministerio de Instrucción Pública y
Previsión Social resolvió efectuar una segunda edición en la colección
Clásicos Uruguayos (Biblioteca Artigas) que fue prologada por Esther de Cáceres. Pero
quedaba mucha poesía inédita y se discutía bastante entre los
profesores de Literatura a propósito de si debía darse o no a
conocimiento del público. Al fin Emilio Oribe se encargó de una segunda
antología que reuniera materiales no publicados en el libro primero
aunque varios eran ya conocidos a través de su antigua inclusión en
publicaciones. Y así, en 1959 salió a luz "La otra isla de los cánticos",
en "La impresora Uruguay", con prólogo también del poeta y
profesor de filosofía Emilio Oribe. Verani
señala, a modo de comentario; "Corresponde, sin embargo, hacer una
advertencia necesaria, ya que la edición de Oribe presenta varios
problemas, tanto en la ordenación de los poemas como en la fidelidad a
los manuscritos. En primer lugar Oribe destruye la unidad de "Fuego y
Mármol"; publica dieciocho poemas fuera del contexto dado por la
autora, sin indicar siquiera que formaban parte de un libro y sin
fecharlos, a pesar de ser, precisamente, los únicos poemas inéditos
fechado en los manuscritos". (Y en nota aparte explica a cuales se
refiere). "En segundo lugar, Oribe enmienda algunos textos, son
modificaciones mínimas, es cierto, pero no autorizadas por los
manuscritos que hemos consultado". Son puntualizaciones, pero no de
mayor importancia. En 1896, en junio y en los Talleres Gráficos de "El País", Hugo Verani prologa y hace las notas de una edición de las "Poesías completas" de María Eugenia Vaz Ferreira, pues usó además el material inédito que poseía la familia de la poetisa. En realidad constituye un acierto el que toda la producción de la autora sea conocida del público lector. Aunque los inéditos no fueran los mejores versos, aportan otros temas, otras motivaciones que enriquecen el panorama, ahora más amplio, que puede permitir un más claro juicio a propósito de la autora, lo que permitirá futuros estudios más a fondo. Valoración crítica A
propósito de la acepción que las palabras pueden darse en los versos de
esta escritora, Carlos Sabat Ercasty observa que "el lenguaje es
manejado interiormente por poderes espirituales que lo enriquecen y le
sobreañaden honduras de una revelación que sobrepasa los lineamientos lógicos
y lo que la tradición ha dibujado en él". Efectivamente muchos
vocablos en su obra no están tomados en su sentido gramátical exacto,
sino en una acepción simbólica que permite más de una interpretación.
Hay, además, algunos problemas de puntuación, pues María Eugenia no
llegó a corregir sus libros y eso obliga a una atención mayor para
entender el sentido de algún concepto. Si
tomamos la poesía de María Eugenia en su conjunto cabría preguntarse si
la poetisa fue buena jueza de sí misma, porque en "La otra isla de
los cánticos" hay poesías que son tan valiosas como las que María
Eugenia seleccionó, aunque todo va en cuestión personal de gusto ya demás
¿no creía Cervantes que el Quijote no era su mejor libro? Hay,
a veces, poemas que el escritor quiere por recuerdos que le traen, por
sutiles estados afectivos que el crítico no puede entrar a considerar.
Con toda su poesía a la vista, venga de donde venga su edición, obligará
a revisarla toda en conjunto, sin tener en cuenta que era lo que le gustó
a María Eugenia en un momento muy especial de su existencia. Además, lo
que en una época y a un apersona no le place, puede resultar buena en
otra, al cambiar el gusto y el lector. Lo primero sería, de momento, no
rechazar ningún poema: todos tienen su razón de ser si se les sitúa en
el espado y tiempo de la poetisa. Había demasiado talento en esa mujer
para desechar de buenas a primeras lo que puso en el papel. La
ordenación por temas puede ser una forma de ver su lírica según motivos
predominantes de inspiración y de acuerdo al tratamiento dado a ellos,
pues presentan variantes de clima emocional. También podría ordenárselas
de acuerdo a lo que se considerara más fresco y juvenil hasta lo dramático
de otros poemas, pero eso puede ser engañoso. La
poesía de poetas que han sido conocidos en la casi totalidad de su obra,
como ser Carlos Sabat Ercasty revela que poemas trágicos sobre la muerte
y la soledad, de "Los Adioses", están escritos en 1929, o sea
apenas pasados los cuarenta años y en cambio los más entusiastas y de más
exaltación amorosa son de los ochenta y después, porque el que ve
cercana la muerte trata de equilibrar ese sentimiento penoso con una evasión
hacia temas que le compensen la seguridad de su finitud ineludible. Además,
ocurre en ocasiones que según los días, a un poema ligero, de apariencia
juvenil, puede suceder a poco, uno de fondo dramático, porque las
emociones varían a cada instante. Su poesía
es sentimental, a veces dura y fría, y en algunos casos, de arte visual
que la acerca a lo parnasiano, pero esto último es sólo ocasional. Tiene
también aporte de los simbolistas. A veces es ligera, delicada, a flor de
alma pero en otros momentos posee honduras metafísicas e incluso
dificultades por cierto barroquismo, o porque no se expresa claramente,
sino que sugiere. Temas importantes de su poesía son el amor, la idealización de un ser amado, real o imaginativamente, el desencanto, la soledad, la belleza, la noche, la tristeza, pero con recuerdos de alegría anterior, la sed de una vida superior, la muerte... Hay temas secundarios no por la importancia, sino por ser menos tratados; el alma, el tiempo unido a la idea de fugacidad... Glosa de poemas a través de su temática EL AMOR:
Aparece representado en varios poemas de "La isla de los cánticos"
y en muchas poesías que permanecían inéditas. Cuantitativamente es el
tema prioritario. En "Las quimeras" señala que aquél le ha
sido ofrecido, pues "más de una vez las manos me tendieron, más de
una vez riéronme los labios" y "miráronme, gozosas, las
pupilas". Todo eso lo rechazó "en mal hora", lo que indica
un cierto arrepentimiento. Y la causa era que "cargaba la cruz de una
quimera, ajustada a la sien ardua corona, sin poder claudicar, y sin tocar
la carne de la vida, jamás, jamás, jamás". Tenía
quimeras, hondos espejismos, anhelos superiores a lo que se le ofrecía.
Parece rectificar lo que expresó en "Holocausto". ¿Puso su
amor en alguien que idealizó mucho y desdeñó otros amores? Pero, ¿valdrían
esas sonrisas lo suficiente? A veces también es tierna, amorosa,
insistente en su sentimiento, hasta con una dulzura humilde. Pero no halla
eco en ese hombre. Sor
Juana Inés de la Cruz, en algunos de sus sonetos, plantea ese
desencuentro sentimental: ama a quien la desdeña y desdeña a quien la
requiere.
"Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata..." En
"Los desterrados" observa trabajar a un herrero, fuerte y sano.
Y siente una atracción humana, muy humana por ese hombre y envidia a la
compañera que de noche recibirá sus caricias. Pero ella es un ser
espiritual, de sentimientos altos, puros, tiene alma, y ésta es de índole
superior. Y hay
aquí insinuado un gran conflicto cuya solución sólo la sabe Dios:
"Dios de las misericordias / que los destinos amparas, / cuando me
echaste a la vida, / ¿por qué me pusiste un alma?... ¿Por qué no te
plugo hacerme / libre de secretas ansias..." Si sólo hubiera sido de
ruda carne habría disfrutado de las caricias de ese hombre; si fuera
descarnadamente espiritual no lo habría deseado. Duro conflicto. Por eso
"Así me quejé, y a poco / seguí la tediosa marcha..." En
"La otra isla de los cánticos" hay un poema
"Primavera" donde el amor es feliz. También vale la pena citar
"La aureola ambigua" de rítmicas cuartetas alejandrina, y
"Cabeza de oro", de igual métrica. En el soneto "Yo era la
invulnerable" parece sentirse la influencia del tema que Wagner trata
en el tercer acto de "La Walkiria" y en el tercero de
"Sifgrid", invulnerable hasta que encontró el deseado héroe a
quien amar. Hay,
desde luego otros, donde el verso de arte menor, generalmente octosilábico
asonetado, parece denunciar la intención de servir de soporte a un
"lied". Están en sus tres colecciones de versos. No ha buscado
la poetisa hacerlos demasiado profundos, como ocurre con muchos de Heine,
Bécquer, Muller, que se potencializan si en vez de ser recitados se les
pone música. Tal vez la música que componía María Eugenia y por
momentos recitaba y volvía a tocar en el piano, como lo señaló Susana
Soca, eran "lieder". Habría
que investigar si la música que se salvó no era para acompañamiento de
esos poemas de amor. Porque ¿qué valor de perennidad tendrían los
versos de Müller si Schubert no los hubiera revestido de las partituras
para canto del ciclo "La hermosa molinera" o "El viaje
invernal?" Si alguien compusiera música para ser cantada por
contralto o tenor, en el estilo de la canción romántica, del "Sturm
und drang" podría comprenderse la melodía de esos pequeños y
aparentemente frívolos poemas cortos de nuestra poetisa. Los
otros poemas El amor
no es correspondido o es desdeñado por María Eugenia; entonces, en un
mismo cantar, tras la ilusión llega la desesperanza; tales "¡Oh,
tristeza, oh secuencia!", "Desde la senda", "Barcarola
del escéptico", "Liberatoria", "Enmudecer". Del
tema de la soledad se pasa fácilmente al de la tristeza, a veces sin
motivo aparente, como en un famoso poema de Verlaine; en los versos de
"Tristeza", "La otra isla", se pregunta María Eugenia
por qué en medio de las bellezas de la naturaleza en primavera, no está
alegre. El
hundirse en la noche es tema maravillosamente hermoso y además rico y
abundante en la lírica de la poetisa: "Sólo tu"; "Hacia
la noche", "Nocturno", María Eugenia amaba la noche como
puede observarse por la lectura de estos y otros versos. Gustaba recibir a
sus amistades, para conversar, no a plena luz, sino en la semioscuridad de
las velas, pues todavía no había luz eléctrica en la mayoría de las
casas. Es que la penumbra es más propensa a la elevación del espíritu;
así lo entendieron los románticos, pues lo crepuscular permite que el
alma se independice de lo exterior. Ciertamente
le queda su entusiasmo por lo hermoso, y de ahí su "Oda a la
belleza", su "Sacra armonía", su "Canto verbal".
El dolor se transforma en creación, en obras perennes. Y de la belleza se
eleva, por medio del dolor, a la metafísica, lo obsede un sentimiento
raro para una persona católica: pide a Dios que, cuando muera, no vuelva
a darle otra vida. Entonces
¿entrevió la posibilidad de la metempsicosis y la rechazó? Y si no es
eso ¿qué significado tiene volver a vivir? Eso lleva a abrir un abanico
de problemas místico - metafísico: ¿desea el aniquilamiento total, la
nada? Pero ella es, no sólo cristiana, sino católica. ¿Aspirará a
reunirse con Dios, en la rosa empírea que concibió Dante? ¿Quería
disolverse en el nirvana, en el alma universal, como lo predicaba Buda? ¿Cómo
entrever esa tremenda tiniebla metafísica sólo manifestada por ella, que
no tiene un claro sentido para nosotros y cuyo secreto se fue con la
poetisa? La
sensación de lo inútil de su existencia llega a la negación de su
esencia corporal en "La rima vacua", se ve hundida en las
charcas, su canto rima con el de los sapos. La conciencia de su descenso
desde lo lúcido e inteligente, hasta identificarse con el más bajo de la
sustancia animal, casi nos subleva. ¡Cuánto habrá sufrido la poetisa
excelsa para llega a expresar algo que apenas entrevió Doré, o si se
quiere Goya! Sólo una persona que capta su disolución propia en una
alucinación genial que puede haber concebido esta pesadilla de horror.
Desde lo alto de la poetisa -Walkiria hasta la charca de la poetisa- sapo,
ha bajado hasta la autohumillación de su divina esencia. Y aun
está la desolación de "Único poema": ella sueña con un mar
inmenso, que tiene la infinitud metafísica del tiempo y el espacio.
Nosotros concebimos el infinito poblado de la inmensidad inacabable de
soles, con planetas y en algunos de ellos vida. Pero el mar de María
Eugenia carece de brillos: "¡Cuánto nacer y morir / dentro de la
muerte inmortal! / Jugando a cunas y tumbas / estaba la soledad". Y
en este vació infinito, metafísico, sólo un pájaro vuela, el alma de
la poetisa gritando su "¡Chojé!, ¡Chojé!", onomatopeya que
por su "Nada" se adelanta al Dadá de los vanguardista de la línea
de Tzará. Pero esa soledad en el infinito sólo la sintió Brahma en el
momento de despertar de la "pralaya". Después
de lo expresado por la poetisa hay que cerrar el libro, los ojos, el
tratar de entender, si es posible, las alturas y los abismos de ese genio
a quien su patria no ha sabido aun honrar lo suficiente. Antología literaria Notas
de Carlos Vaz Ferreira Mi
hermana proyectaba desde muy joven publicar en libro sus poesías, pero no
se decidió nunca a hacerlo; en parte, por su temperamento, al que era más
grato lo imaginado que lo realizado; en parte, porque le repugnaban
ciertos aspectos de la publicidad. Lo que
hacia fácilmente era dar copias de sus composiciones a personas amigas, o
a quienes se las solicitaban para publicarlas en periódicos o revistas.
Así fueron conocidas desde el principio, y ejercieron su influencia. Últimamente,
sin embargo, había llevado más adelante su proyecto: había hecho
preparar la composición de un folleto con una selección de poesías, y
aun había empezado la corrección de las pruebas que tuvo que interrumpir
por la agravación de su enfermedad. Entonces convinimos en que yo la
ayudaría para la parte material de esa corrección, si mejoraban y, para
el caso de su muerte, me pidió que yo publicara el libro. Es el presente. Las poesías
que contiene son exactamente las que ella había elegido (si bien no estoy
tan seguro en cuanto al orden). En
cuanto a la exactitud de los textos, el de cada poesía o de cada parte,
está de acuerdo, o con las pruebas que llegó a corregir, o con alguna
copia manuscrita. Pero, las pruebas ni son todas, ni ya podía ella
corregirlas minuciosamente, en cuanto a los manuscritos, difieren algo
entre sí y tienen algunas variantes. Lo que he creído deber hacer es lo
siguiente: Cuando
he podido determinar cuál fue la última versión o corrección, atenerme
a ella; así, he respetado las modificaciones que introdujo aun en
composiciones ya publicadas; hasta las que me consta hizo por escrúpulos
de otro orden que el artístico, con lo cual respeto a su alma. Pero, en
ciertos casos, no llegaron a ser corregidas las pruebas, y de las copias
manuscritas no he podido determinar cuál es la definitiva. He debido
entonces, elegir por presunciones y alguna vez, al azar. También encontré
dificultades en cuanto a la puntuación; en parte, porque la de ella era
personal, y en parte porque, como hacía tantas copias, tendía a
descuidarlas precisamente en las últimas. En esos casos, sobre todo
cuando esta dificultad podía afectar el sentido, he preferido, o no poner
signos, o dejar la puntuación indeterminada, no poniendo ninguno que
pudiera fijar un sentido no seguro. Hay partes así en "El
regreso" y en otras poesías, Si en otro estado de espíritu o en posesión de datos nuevos pudiera más adelante perfeccionar este trabajo, lo intentaré para otras ediciones. Y también resolveré si debo publicar otras poesías. Para uno y otro fin, pediría a las personas que tengan de ella poesías manuscritas (o poco difundidas, aun entre las publicadas), quisiera comunicármelas, así como cartas o datos que yo pudiera no conocer. Carlos Vaz Ferreira |
Resurrección
Quiero
tenderme en éxtasis beato
Cabe
la fuente rítmica de! verbo
Y
escuchar en polífona armonía
E!
himno espiritual del pensamiento,
Engarzado
en fantásticas palabras
Que
le revistan en su idioma excelso
Como
piedras preciosas, fulgurantes
Del
arcoiris bajo el gran reflejo
Quiero
que el surtidor abra sus labios
Junto
a mi oído religioso y trémulo Y semejante a la fecunda aurora
Riegue y flamee sobre el parque muerto
Haciendo
resonar las arpas mudas
Y
aromando las rosas del deseo.
Quiero
juntar a la sonante boca
Mi
nebulosa trágica del tedio
Que
la golpee la potente frase Entre las ondas diáfanas
del verso, Y a la frescura de
benignas lluvias Bajo el rayo inmortal del
sacro fuego En cánticos de vida y de
esperanza Mi corazón florecerá de
nuevo. Solo tú
Mi
corazón ha rimado
Con
el corazón del día En un palpitar llameante
Que
se convirtió en cenizas...
Mi
corazón ha rimado
Con
las rosas purpurinas,
Y
se cayeron los pétalos
De
las corolas marchitas...
Con
el vaivén de los mares
Mi
corazón hizo rima,
Y
se rompieron las olas
En
espumas cristalinas...
Sólo
tú, noche profunda,
Me
fuiste siempre propicia
Noche
misteriosa y suave,
Noche
muda y sin pupila.
Que
en la quietud de tu sombra
Guardas
tu inmortal caricia Balada de las dulces perlas
En el crisol de tu boca, Quisiera verter mis lágrimas Esas derretidas perlas Del hondo mar de mis
ansias...
Sólo
tú sabes ser bueno
Y
envolver con tus palabras
La
inquietud de mis caprichos
Y
el vaivén de mi esperanza. Aunque estés lejos te
siento Tan cerca que no hay
distancia. Cuando en la noche
profunda Se llora sin tener causa. Y en el crisol de tu boca Quisiera verter mis lágrimas: Yo sé que nunca me los
darías En dulce dicha trocadas Esas derretidas perlas Del hondo mar de mis
ansias... Vía secreta Cuántas cosas, dueño mío Cuántas hay que nos
separan: Roca, abismo mar y cielo, Eternos tiempo y
distancia...
Pero
yo te digo un nombre
Y
tantas veces lo digo
Que
tengo una ruta abierta
Entre
mi boca y tu oído. El Regreso He de volver a ti,
propicia tierra, Como una vez surgí de tus
entrañas, Como un sacro dolor de
carne viva Y la pasividad de las
estatuas. He de volver a ti
gloriosamente, Triste de orgullos arduos
e infecundos Con la ofrenda vital
inmaculada. No sé, cuando labraste el
signo mío, El crisol armonioso de tus
gestas Dónde estaba... Dónde la proporción de
tus designios... Tú me brotaste fantásticamente Con la quietud de la
serena sombra Y el trágico fulgor de
las borrascas... Tú me brotaste
caprichosamente Alguna vez en que se
confundieron Tus potencias en una sola
ráfaga... Y no tengo camino; Mis pasos van por la
salvaje selva En un perpetuo afán
contradictorio, La voluntad incierta se
deshace Para tornasolar la fantasía; Con luz y sombra, con
silencio y canto El miraje interior dora
sus prismas; Mientras que siento
desgranarse afuera Con llanto musical los
surtidores, Siento crujir los
extendidos brazos Que hacia el materno
tronco se repliegan, Temor, fatiga, solitaria
angustia, Y en un perpetuo afán
contradictorio Mis pasos van por la
salvaje selva ¡ah, si pudiera desatar
un día la unidad integral que me
aprisiona! Tirar los ojos con los
astros quietos De un lago azul en la
nocturna onda... Tirar la boca muda entre
los cálices Cuyo ferviente aroma sin
destino Disipa el viento en sus
alas flotantes... Darle el último adiós Al insondable enigma del
deseo, Cerrar el pensamiento
atormentado Y dejarlo dormir un largo
sueño Sin clave y sin fulgor de
redenciones... Alguna vez me llamarás de
nuevo Y he de volver a t¡,
tierra propicia, Con la ofrenda vital
inmaculada, En su sayal mortuorio toda
envuelta Como en una bandera
libertaria. Holocausto Quebrantaré en tu honra
mi vieja rebeldía Si sabe combatirme la
ciencia de tu mano Si tienes la grandeza de
un templo soberano Ofrendaré mi sangre para
tu idolatría Naufragará en tus brazos
la prepotencia mía. Si tienes la profunda
fruición del océano. Y si sabes el ritmo de un
canto sobrehumano Silenciarán mis arpas su
eterna melodía.
Me
volveré paloma si tu soberbia siente
La
garra vencedora del águila potente: Si sabes ser fecundo será
tu floración. Y brotará una selva de cósmicas
entrañas Cuyas salvajes frondas románticas
y hurañas Conquistará tu imperio si sabes ser león. |
La piedra filosofalPor
María Eugenia Vaz Ferreira Obra
teatral completa. Acto
único En
el interior de un cuarto con armario lleno de piedras, francos, libros. A
la derecha del espectador una mesa llena de las mismas cosas, más una
olla que hierve sobre fuego. Al frente una ventana entreabierta que da
para la calle de atrás. Es
de noche. A la izquierda una puerta cerrada. Hay sentado a la mesa un alto
viejo flaco en larga túnica. Cuando se levanta el cortinado el viejo está
mirando con un lente atentamente un pedazo de oro; luego se levanta, elige
dos o tres piedras y las estudia. Las echa a la olla y vuelve a sentarse
(todo esto deberá, naturalmente, ser hecho de un modo augusto). Luego se
ve pasar por la ventana una máscara que se para; se le juntan dos o tres
más; todas vichan en silencio y siguen. Luego se siente la música de una
serenata que se acerca y pasa; al rato cricarquea la puerta con mucho
ruido de llaves y entra un joven hombre con traje corto de terciopelo,
gorro de anchas alas adornado de rosas, un ramo de éstas en la mano. Un
violín más papeles y una botella. Entra con gran estrépito y alegría
terminando una canción. Marcelo
(cantando) - Dime, que has hecho de la vida... conoces el placer, conoces
el amor. (Se para y continua tarareando la música; luego tira en un sofá
el gorro y las cosas que trae menos algunas rosas que pone en un vaso
sobre la mesa del viejo, frente al cual cruza los brazos) -Buenas
noches, maestro: ¿has encontrado la piedra filosofal? Arón:
-Marcelo, no te burles de mí; ¿por qué zahieres al viejo con tus sátiras? Marcelo:
-Hoy estás triste... Arón:
-Es que eres un loco y me descorazonas... Marcelo:
-¿Un loco dices? Y bien, ¡así será! Yo adoro la locura... Que bien ríe
y canta esa linda mujer... ¡qué bien saben esos besos! ¡Y pensar que
desdeño sus caricias por pasarme las horas en compañía de un viejo
brujo como tú!... Porque dicen que eres un viejo brujo, que no tienes
corazón, y tus drogas envenenan el alma... Arón:
-Ese es el pago a mi condescendencia; ¿y a quién, no siendo tú, le
permito departir conmigo y turbar con sus extravagancia soledad de mis
horas? ¿Qué manos, no siendo las tuyas, poseyeron jamás la llave que
descubre al viejo sabio? Marcelo:
-Es cierto... ¿Recuerdas cómo nos conocimos? Yo suspiré al pasar por tu
ventana; mi queja te conmovió; me arrojaste la llave y me ofreciste
entrar; querías ensayarte en el dolor humano, y me dijiste unas palabras
crueles. Escuchándote cesaban mis suspiros; pero con ellos cesaban mis
memorias, mis deseos y mis ansias... era el vacío: ¡qué amargura! Quise
huir, y tu me detuviste, y así quedamos por largo tiempo juntos... Tu me
hablabas de no sé qué proyecto fabuloso. Arón:
-También por un instante me turbaron tus palabras. Marcelo:
-Desde entonces te temo. Sé que eres mi enemigo, pero me gusta luchar
conmigo... Siento que los dos somos fuertes, por más que tu desdeñas al
pobre loco, y el pobre loco también te compadece y te ama, aunque te
turben sus alegres cascabeles... (se acerca y sacude los brazos adornados
de cascabeles sonoros. El viejo tapa sus oídos y cierra sus ojos. Marcelo
da una vuelta por el cuarto contemplando las cosas; al volver, encuentra
al viejo en la misma actitud y le quita las manos de la cabeza). - ¡Eh!,
¡despiértate! (El viejo despierta como de un sueño) - dime ¿cuántos
siglos hace que moras en esta cueva hedionda? (Abriendo las ollas) - ¡Uff!
(Huele otra) - ¡Eff! (Hace muestras de desagrado y toma del sofá el ramo
de rosas que huele con fruición. Se acerca al viejo y se lo hace aspirar) Arón:-¡Bah!
Conozco el secreto. (Se levanta, toma un frasquito. Se sienta y da a oler
a Marcelo) Marcelo:-(Comparando
los perfumes)- ¡Es el mismo! Viejo infame... que la rosa te mal... te
maldigan; que se venguen de las manos perversas que profanan los secretos
divinos... que las rosas te maldigan, ¿oyes? Y que el error de tu
existencia se revele alguna vez a tu cerebro malhechor. Arón:-¡Ay!
¡Cuántas maldiciones pesan sobre mi sabiduría! Si vieras... no hay
esencia, materia, forma ni color que resista a la magia de mis
combinaciones. Entre los dientes de mis limas o el hervor de mis llamas,
primero se retuercen y crujen; luego le entregan su secreto, (y entonces
el viejo, tiene una sonrisa diabólica y exclama) –ya eres mío. (saca
una piedra del cajón. Se para acercando a Marcelo) -¿Ves esto? Es oro.
Yo haré oro... ¿me entiendes?. Marcelo:-¿Para
qué sirve esa piedra informe? Yo tengo una más grande y más hermosa...
¿sabes cuál es? El sol. Una moneda que hizo ha tiempo, otro mucho más
sabio que tú... si tu quisieras yo te la enseñaría, (lo toma del brazo)
-ven, viajaremos los dos por las selvas floridas, yo te contaré cuentos y
leyendas de viejos ambiciosos como tú, enceguecidos en los arduos
problemas, que buscaban el oro y la luz, mientras que afuera allende los
estrechos muros de sus guardias, relucía la aurora, serpenteaban las
vetas plateadas de los ríos y vibraba en el cielo, en el aire y la tierra
el tesoro fecundo de los causes eternos... Ven, quizás aún puedas
calentarte, aún puedas redimir tu alma y escuchando la narración de
alegres episodios, comprender el sentido de la vida... ¿ven, no quieres
venir? Arón:
(que se ha vuelto a sentar como sin comprender nada) - ¿Alma, vida,
dijiste? Recuerdo algo de eso... Marcelo:
-¿Dices que recuerdas? ¿Dónde las conociste? ¡ah! (Con ironía) ¿las
habrás descubierto en alguna aleación de vidrio y cesio? Arón:
-No: en un viejo libraco. Marcelo:
- ¿Cuál es? Quiero saber lo que te han dicho de ellas. (Toma un libro y lo
alcanza al viejo, quien pretende leer, pero no distingue). Dame. (Quitándoselo)
Te ayudará. (Mostrándole el libro abierto) ¿Es eso, no? (Se ríe y
queda pensativo mirando al viejo que se refriega los ojos) Tus ojos ya no
ven... ¿Quieres que me quede contigo para siempre? Me iniciarás en tus
secretos, me dejarás compartir tus glorias. (Cambiando) No, jamás:
entorpecer en tus aguas pestíferas mis dedos (Se los mira) hábiles para
el juego de las sonoras... enturbiar mis pupilas en la humareda de tus
maquinarias, ni enmudecer en el silencio de esta tumba mis labios, hechos
para decir dulces palabras... ¿Qué sería de mí sin ellas? (Evocando)
Las que me dan la vida, las que me dan la gloria, que son mi inspiración...
y la luz de mis ojos .... y la miel de mis labios. Ve como me miran con
sus ojitos relucientes... (Señalando la botella que dejó en la sopa) me
llaman y me aguardan serpenteando en las hirvientes burbujas (Toma la
botella y la mira descubriendo cosas) Hebe la blonda que evapora en mi
boca el licor de sus perlas... Gliceria, la ardiente, que enciende en mis
mejillas sus rosas de fuego ... Egeria, la sabía, la que acelera el ritmo
de mis sienes, donde bullen las divinas ideas. Niobe, la suave, que
desliza mis párpados con sus dedos de nácar (Se extasía algo y luego
busca en qué beber; repasa los vasos leyendo sus nombres, todos los deja)
¿No tienes nada que no sea veneno? (Toma uno vacío, lo llena y se lo
acerca al viejo) Mira lo que hay aquí... ninfas... mujeres... algo más
bello que tu oro; ojos más ardientes
que tus llamas; dientes más incisivos que tus limas; brazos que ciñen más
que tus tenazas, hay problemas más arduos que los tuyos; enigmas en cuya
solución han fracasado filósofos y sabios, para los cuales fueron
infructuosos la labor de los días y el insomnio de las noches sin término
(Durante toda esta espantosa lata, el viejo estudia metales) (Hay datos,
cosas más inmortales, mucho más inmortales que tu ciencia!... (El viejo
toma un lente y mira dentro de la copa). Arón:
-Aguarda; tengo un doble cristal. Marcelo:
-¡Qué imbécil eres! Bebe, bebe y verás... (Le acerca la copa a los
labios). Arón: -¡Marcelo,
no me tientes! (El otro insiste) Devuélveme la llave... (Se levanta e
intenta quitársela). Marcelo:
-Viejo ¿estás loco? (Luchan un momento, pero Marcelo tira lejos el
llavero, y luego que el viejo se sienta desalentado, le recoge y se sienta
junto a él, en postura impertinente) La llave no te la devuelvo. Quiero
venir de vez en cuando a visitarte, a hablarte de ese mundo cuyo resorte
quieres falsificar; a decirte que el tiempo pasa, y la ausencia es un mal
sin remedio; que pese a la magia de tus combinaciones, la tierra está
llena de secretos. Quiero venir de vez en cuando a alegrar tu morada...
(Tomando las llaves una a una) Esta es la llave de la verja donde Beatriz
espera y en sus deditos de culebrie ensortija los rizos... Esta es del
cuarto de Teodoro, el musical Teodoro... Esta otra pequeñita abre los
surtidores de la selva donde el sol es eterno y florece el manzano sus
frutas de oro. Esta es de las bodegas de Florian. Florian tiene jarras de
plata, con bordes de cristal. Toma las llaves... Arón:
-(Toma las llaves y las golpea) El hierro es sólido (Se las devuelve). Marcelo:
-(Sopla en las llaves que sueltan tres silbidos plañideros. El viejo
vuelve a taparse los oídos) ¿No te gusta? Es la voz del placer... (Queda
abstraído; luego se levanta y toma la copa) Quiero brindar a la salud de
mi llavero (Se pasea cantando) Vivan las rosas de mi sombrero. Muera la
ciencia del viejo Arón. Vivan las llaves de mi llavero... (Se sienta y
juega con las llaves). Arón:
-Quimeras, quimeras... Escúchame Marcelo; cuando mi oro sea perfecto
poseerás una llave; será una llave todopoderosa; nada habrá que se
oponga a su astucia; te será dado penetrar con ella adonde quiera que el
deseo te guíe; subirás a la cumbre más alta, bajarás a la cueva más
honda... Marcelo;-¡Ay!
La cueva más honda; para bajar allí no es menester tu llave, viejo mío... Arón: -¿Acaso
tú sabes donde está? Marcelo:
-Si; en al sepultura, adonde todos vamos. Unos descienden como tú,
solitarios y austeros; a otros los llevan en los brazos (Toma la copa y lo
invita) Bebe, si quieres que te ayuden... (El viejo rechaza la copa pegándole
con la lima) ¡No! No me la espantes... Bueno (Pone la copa lejos) Tampoco
ellas te quieren, ellas no gustan de tus manos ásperas...Tus uñas
desgarrarían sus velos... Ellas me aman a mí; aman mis bucles
perfumados; (Se los mesa) estrechar en las suyas mis manos suaves,
arrullar en sus senos mi frente coronada de mirto... (Busca algo) ¿No
tiene un espejo? ¡Ah! Tu no guardas nada que sea mentira... ¡aridez! ¡aridez!
¡aridez! ... (Se para y señala todo el cuarto; luego toma una especie de
palangana, la pone en el suelo, le echa agua) Esta palangana y esta agua
son cosas que usa el viejo apara sus maquinaciones, ¿eh? (Y se inclina
cruzados lo brazos a mirarse en ella) ¡Qué bello es Marcelo! (El viejo
se levanta y echa en el agua un líquido que le enturbia; luego vuelve a
sentarse) ¡Ah! ¡Maldito! Lo has muerto... (se inclina y golpea el fondo
de la palangana) Marcelo, hermano mío, imagen mía, mi sombra, a quien
adoro más que a mi propio ser... ¿dónde te has ido, dónde te has
refugiado? (Se levanta y busca su imagen en las rosas, en la botella, etc.
Pero no encuentra) ¡Ah! ¡Todo lo ha descompuesto la ponzoña de tu
ciencia maldita! ¿Para qué traje mi belleza y mis sueños a este lugar
de perdición? No importa; aun estoy yo vivo; yo tengo un corazón y a éste
no lo puedes matar; su raíz está en la vida misma, y las flores que tú
hoy mutilas, resurgen y me brindan de nuevo el néctar de su cálices...
Siente como late mi corazón (Le toma la mano al viejo, la lleva a su
corazón, pero las encuentra tan frías que se asusta). ¡Ah! ¡Tus manos
están heladas! (Las suelta y el viejo las entibia junto a la olla) Es inútil,
tus llamas no calientan (Lo toca por la frente y la cara) ¡Si todo tú
estás helado! Tu corazón es una piedra... ¿para qué te habrán dado un
corazón? (Se queda de pie mirándolo, hasta que se oyen a lo lejos las
campanas de un reloj dando las doce) ¡Las doce! ¡Es la última hora y
aun estás trabajando! Ven. (Le hace señas para la ventana que está
entrecerrada, la abre y se ve el cielo) ¡Ven, no seas pecado! Eros dice
que te arrepientas. ¡Eros, fecunda y natural madre de la armonía! (El
viejo se levanta, toma un pedazo de metal y con un lente mira
sucesivamente el trozo y la estrella). Arón:
-" Mira, mira cuanto más nítido es el mío... Marcelo:
-¡Calla, calla! Escucha como vibra el rumor de las arpas nocturnas. ¡Arróbate
en la bóveda celeste, bajo cuyas gigantescas arcadas resuenan sin cesar
la sublime melodía de los mundos! Oye; ¿no te seduce un misterioso
arcano? ¿Esa voz ultrahumana no te conmueve? Ella nos dice algo a los
dos: algo de ti y de mí... Allí se unificaron los ecos de todos los espíritus;
y hay nostalgias de todas las ausencias; desterrados de todas las patrias;
sonámbulos de todos los ensueños, que ríen, lloran, cantan y suspiran,
en ese ritmo alado donde palpita el corazón del universo... Oye: glosas
interminables, adioses de Julieta... imprecaciones, la impotencia de
Fausto, tu vanidoso hermano... Cadencias inefables, la seducción de
Loreley... Ayes, quejas, sonidos que brotan de las arpas invisibles, en
cuyas fibras confunden sus acentos
la Elegía del dolor y el cántico de la eterna Esperanza... (Marcelo mira
al viejo que sigue trabajando, toma su sombrero y sale, cuidando de que el
viejo no lo vea: luego se escucha fuera la melodía de un violín. El
viejo sin escuchar, se levanta y cierra la ventana, nota que no está
Marcelo). Arón: -
¡Vete, vete! (Agarra los papeles que Marcelo olvidó y trata de leerlos a
la luz) ¡El placer! ¡El amor!... ¿Conozco por ventura el sentido de
estas palabras? (toma el libro que Marcelo agarró antes, después de
estar un rato descifrando. Hace un gesto de pereza; bosteza, deja los
papeles y el libro y se pone a trabajar. Entonces
Marcelo que es el que ha tocado la melodía para ver qué lo conmueve,
empuja por fuera la ventana para ver el efecto, y al ver al viejo con las
piedras hace un gesto de desesperanza y se va. Al rato se escucha la
serenata del principio que se acerca. Entra Marcelo; trae cargada una
muchacha que tiene mucho pelo rubio, al ver al viejo ella no quiere
entrar, pero él la mete adentro). Marcelo:
-Maestro, he encontrado la piedra filosofal. (Al
decir esto el viejo mira y Marcelo se sienta; le quita poco a poco a la
muchacha las horquillas del pelo que se suelta profuso) Mira cuánto
oro... (El viejo parece comprender: es la maldición de las rosas. Se
levanta, hace un gesto y quiere hundir sus manos en la cabellera; pero la
muchacha lo ve; se asusta y grita, escondiéndose en los brazos de
Marcelo, que rechaza al viejo) Vete,
vete, este es mi oro, verdadero oro. ¡Vasto, luminoso y eterno! (El viejo
echa una mirada desolada por el cuarto y cae de codos en la mesa,
sollozando. Al golpe, las rosas caen deshojadas por el suelo. Mientras las
máscaras que componen la serenata de la cual se desprendió Marcelo y que
se han quedado vichando por la ventana, dicen a un tiempo. Una voz:
-Vámonos... Otra voz: -Están locos... (Voces confusas y mientras la tela desciende despacio, la música se aleja entonando el motivo primero). |
Críticas y noticias Como
la vio Esther de Cáceres En medio
de esta recordada ciudad (Montevideo) que ya no es, v¡ a María Eugenia
Vaz Ferreira, empecé a escucharla y a saberle el alma. Fue en aquella
Universidad de Mujeres a donde ella había llegado para enseñar algo más
que historia o crítica literaria. Su lección comenzaba en cuanto se la
veía; su presencia misma, sola y poderosa, y de una dignidad increíble,
constituía la más inolvidable lección que nadie puede dar, y que ella
impartía en aquella casa de estudios como en cualquier sitio a donde
llegase. Era
mujer de cara expresiva y profunda, de mirada segura y firme; con un ceño
austero y una boca caída y dolorosa, en contraposición con la risa fácil
y de alta música, con la voz serena y melódica, y con un paso suave
lleno de majestad y gracia, paso con el que María Eugenia vagaba dando
siempre la impresión de que se desplazaba siempre en rara atmósfera de
sueños. Así fue lo extraño de su figura, la aparente contradicción y
la gracia de su figura; por un lado generosa entrega a la amistad, el
juego de la conversación al forcejeo dulce y tremendo con otras almas:
por otro lado, vida vuelta hacia adentro, tenaz soledad, encierro heroico
en sí misma. De esta
contradicción intensa y sorprendente nació sin duda algo de la
leyenda de María Eugenia, considerada siempre como un ser paradojal y
extraño. Y si que lo era; sólo que en ella todo esto tomaba los tonos de
una calidad tan fina y auténtica, de una libertad tan excepcional, que
ese paso suave, esa voz melódica y ese silencioso dolor de la boca caída
cobraron fuerza solemne. Fue,
pues, criatura recóndita, dueña de un delicado pudor y de un profundo
respeto por su propia alma. Por eso
es tan difícil hablar de su vida; y tan arriesgado ceder a la tentación
de aceptar y divulgar un anecdotario que puede dar tan sólo la visión
incompleta o frívola de espectadores incapaces de percibir el exacto
matiz, la intención profunda, la calidad esencial de una palabra o un
gesto, que en ella tenía trascendencia tan honda. Por otra
parte, bueno es preferir la categoría a la anécdota; y libertar, en lo
posible, a los estudios literarios y al goce de los sentidores de Arte de
la invasora y aberrante traba que la crítica biográfica, como la crítica
de asuntos, opone al estudio y valoración de las obras per se. La
verdadera imagen de María Eugenia Vaz Ferreira está en sus cantos. Y
desde la puerta de su libro, ya esa imagen nos dice según soledad y música.
¡Celebremos la adecuación del hermoso nombre de este libro! En él
resplandecen amor de soledad y destino de cantar que la artista tuvo en
profundo y altísimo grado. Y así el nombre límpido viene a ser como una
clave de todos los versos contenido en la obra, y directísima clave de
algunos poemas esencialmente orientados a cantar soledad. Cuando
apenas algunas composiciones suyas habían sido publicadas, mientras la
autora se resistía a la edición de su libro, tales versos eran dichos
con grave voz inolvidable por María Eugenia Vaz Ferreira. Los decía ante
unas niñas asombradas, en la pequeña aula de la Universidad de mujeres.
La clase escolar de Literatura se había interrumpido; la sala había sido
amortiguada con cautela en delicada penumbra; la voz de María Eugenia
cantaba dulcemente. Ya estábamos solos con ella, lejos del mundo, en un
mundo nuevo de alta y pura Poesía. Así
pudo redimir los sitios que atravesó, los seres que estuvieron a su lado,
las cosas que tocó. Pudo enseñar Literatura salvando los difíciles
riesgos pedagógicos, creando clases vivas, en las que mostraba para
siempre la grandeza del Arte, la verdadera cara de la poesía: la vida
moral del artista y algo difícil de saber en estos medios; la diferencia
profunda entre vida intelectual y vida espiritual. Pasando
con gracia sobre la información árida, sobre los esquemas de la crítica
académica, dio en sus clases las claves esenciales de la experiencia poética,
sobre todo la conciencia de que la poesía es la más alta expresión del
ser. Con gracia altiva, con libertad ejemplar, enseñó la generosa y
justa afirmación de los grandes valores. Y pudo hacerlo porque poseía
una seguridad y una fuerza convincente, que imponían de súbito un
respeto nuevo, profundo y ennoblecedor para quienes eran capaces de
sentirlo. El paso
era suave; la voz melodiosa -¡la voz más música! que pudimos oír! -
los ojos dulces y tristes, como constelados; algo de seda y de silencio
había en ella y a su alrededor. Pero la
suavidad, música, dulce tristeza estaban acompañados de aquella fuerza y
de aquella seguridad, como si la categoría fundamental de su ser fuera
algo corpóreo y mantuviera en ella una actitud por la que todos su ámbito
se transformaba en un Reino -en un seguro reino del alma- algo de seda y
de silencio; algo de materna ternura suavizaba a estos grandes
resplandores y a la solemnidad singular de su presencia. En ese
reino del alma, grandes acrisoladas virtudes eran como estrellas cuyo
recuerdo puede conmovernos hasta las lágrimas. María Eugenia enseñaba
con su actitud ejemplar, la amistad noble, la entrega generosa; el desdén
con respecto al profesionalismo literario, a la vanidad y a la triste
esclavitud con que estas cosas traban al ser y a sus posibilidades
creadoras. Y nadie
se acercó a ella que no sintiera esa elección poderosa, ese resplandor
vivo como el fuego del Espíritu que irradiaba de todo su ser. Enseñó
también, naturalmente sin proponérselo, frente a la aparición de un
movimiento feminista heroico y generoso, pero desgraciadamente turbado por
errores fundamentales que aun padecemos, la grandeza de una presencia
femenina fiel a su destino. Y tanto
como se libró de los errores dolorosos del movimiento feminista de su época
pudo mantenerse distante de la llamada poesía femenina que abrumó a América
en este siglo. Y esto
ocurrió porque en María Eugenia se daba el ejemplo de una mujer que no
traicionó nunca su trascendencia simbólica, sino que asumió
maravillosamente aquello que en nuestros días Gertude Von Le Fort invoca
como rasgos invariables de la imagen femenina empírica, o sea, rasgos
eternos en el sentido limitado terrenal, cuando se refiera al aspecto cósmico
metafísico de la mujer, de lo femenino como misterio. Hoy pensó
en imágenes suyas que pueden ser testimonios junto a esta glosa. Entre
esas imágenes amo algunas trascendente y fieles, que ya se me han hecho
familiares. Y es,
por ejemplo, el poema en que Emilio Oribe evoca aquella sacra música,
aquella angustia metafísica, aquella actitud meditabunda, y aquel paso
suyo solitario entre árboles y cadenas de fuego. María Eugenia vista por Susana SocaRecuerdo
una tarde, en un teatro -narró Susana Soca- durante un largo entreacto de
una larga representación. Y en un momento en que todo parecía ser opaco
e interminable se abrió la puerta de un antepalco y en el claroscuro
apareció diciendo algo gracioso y singular, interrumpido, o mejor dicho,
seguido por una risa frecuente, baja e inimitable. Sé que
experimenté entonces una sensación imprevista; la de una ardiente
curiosidad surgiendo del centro mismo de la monotonía. Y una especie de
asombrosa gratitud ante el objeto de mi curiosidad. Era la sensación de
una presencia particular y agradable rompiendo el círculo indefinido de
la general ausencia. Y ahora sé que esa presencia era la del mundo poético
y aquélla que involuntariamente habitaba, pensaba y se movía dentro de
un mundo, hacia participar de él a sus interlocutores fortuitos. Ellos
sin procurar entenderla, la seguían bajo al influencia de un poder de
comunicación con todos los elementos mágicos del juego. Algo más
tarde recuerdo una habitación con un piano. Era en un crepúsculo ya próximo
a la noche, con una lentitud propia del verano, porque recuerdo que las
hojas golpeaban contra los cristales queriendo prolongarse hacia adentro.
Ella tocaba en la semioscuridad. Sus manos formaban parte del paisaje de
las hojas que, en un juego de sombras y de reflejos, se agitaban sobre el
teclado con un temblor parecido al que tienen sobre el agua. Sus manos
parecían demasiado pequeñas para el largo camino de la música que ellas
recorrían. Sensibles, perfectas, eran junto con su voz y sus ojos las
tres gracias naturales que la propia voluntad de destrucción no había
logrado aniquilar. Ella salía
del piano como de una parte de si misma en al que hubiera debido
sumergirse, y sin terminar la pieza, decía un poema a la noche, y era
imposible no ver que un imperioso mensaje, apenas transformado,
continuaba. Su voz era más baja, y de tonos uniformes: decía los poemas
con algo de melopea que lógicamente debió dar una expresión de monotonía
a pesar de la calidez de su acento. E inexplicablemente sucedía lo
opuesto; tenía el patetismo interior que no puede ser descrito, imitado
ni olvidado. Decía su verso con todos los acentos correspondiente al
secreto trance que cada una de sus partes le representaba, con las
diversidades más sutilmente individuales. Era la identificación renovada
con la cosa poética vivida y ésta estaba presente,
apenas oculta en el estético plano de la discreción. Conservo
en mi memoria el eco de la palabra "desesperanza" que yo tenía
por primera vez. Aparentemente pronunciada con el mismo tono de las otras,
para mí sigue saliendo de su verso con una lentitud siempre imprevista. Recuerdo
y carta de María Eugenia por Pablo Minelli González María
Eugenia Vaz Ferreira también era amiga mía y visitaba mi casa; la casa
quinta de mi madre. Yo no recuerdo más que sus buenos tiempos y no han
dejado de asombrarme los tétricos colores con que se le ha evocado en
recientes homenajes. Alegre y risueña la conocí. Era hermosa en su tal
vez demasiada opulencia de mujer ya madura y con sus enormes y brillantes
ojos oscuros. Yo la recuerdo mimada y querida por doquier: festejada por
su espiritualidad y elegante extravagancia, por su reputación intachable
de señorita (cosa muy bien cotizada en aquellos tiempo), por su talento
de artista del piano, por la donosura de sus recitaciones. Frecuentaba los
salones más selectos y respetables de aquel Montevideo de principios de
siglo; el de Misia Isabel Torquinst de Rooser, el de Doña Bernardina Muñoz
de María, de la Señora de Manuel Herrera y Reissig, de la Señora de
Arrien de Howard, entre otras. Sé que tuvo un novio, Arturo Sant´Ana,
periodista, destacado hombre de confianza de Don José Batlle y Ordóñez.
Su novio era muy joven también. En ese tiempo sentía una ferviente
admiración literaria (no sé si también sentimental) por Armando
Vasseur, no ocultando su preferencia entre los demás portaliras del
ambiente. Estas
son mis impresiones personales. Luego me fui a Buenos Aires y allí me
instalé, desencantado por mis fracasos literarios y arrepentido de mis
dos primeros libros. En Buenos Aires fue corresponsal de las revistas
"Apolo" y "La semana" de los poetas Manuel Pérez y
Curis y Ovidio Fernández Ríos, mis contemporáneos y amigos, generoso y
caballerosos. Y colaboré en revista y periódicos apadrinado por Alfredo
Duhau. Volviendo
a María Eugenia, a propósito de mi segundo libro, me obsequió esta
preciosa carta aparecida en un número de "La Razón" en el año
1916: "Quisiera
yo no decir palabras sino cuando ellas pudieran ser de una gracia y una
galantería evangélicas, y es rara la obra hija de potencia humana que sólo
las inspira así; es pues en honor a su deseo que le hablo de su último
poema "El alma del rapsoda" me parece una creación hermosa, hay
en ella armoniosa resonancia de consonantes, bellas estrofas de factura
musical, y una fecunda floración de imágenes cuya orientación, tal vez
ha perturbado la fantasía excesiva. No es sin embargo la musa misteriosa
de la leyenda la que inspira en Ud. el poeta que sugiera los amables
vizcondes y las maravillosa duquesitas que con su verba frívola y sus
inimitables curvaturas eran la prez de los antiguos parques... y es mucho
más aun la musa traviesa, la que entre el choque de los vasos bohemios le
cuentan los secretos sentimentales del "quartier". Su inspiración,
su "pose", su elocuencia, todo Ud. es francés, pero en lo que
el alma de Francia tiene de espiritual, inquieto y caprichoso. Sujetar su
talento a la continencia clásica me parece algo así como servir el
champagne en anáforas de Himeto... Si la marca es buena, la bebida se
conservará sabrosa pero perdiendo lo que tiene de más característico,
lo que la hizo inmortal, esto es; las bullentes burbujas desbordando el
cristal breve y quebradizo, que la deja esparcir por doquiera el oro de
sus ondas luminosas... Por mi parte, deseo que vuelva Ud. a evocar los diálogos
galantes de las marquesas versallescas; a describirnos el
"boudoir" perfumado donde la fémina quimérica sueña aventuras
romancescas, y muy especialmente a contarnos las líricas historias de
Mimi y de Fanfán, esas pobres flores de amor que matizan la bruma de París
con su risa y sus canciones, sus besos y sus lágrimas".
"Y sus ojeras violetas
amadas de los poetas”
María Eugenia Vaz Ferreira. |
Hyalmar Blixen
Editado por el editor de Letras Uruguay
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