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Luz y sombra en la colaboración entre los genios (Goethe - Schiller)
Hyalmar Blixen

Cuando Paul Valery prologa las poesías de Goethe, aparecidas en una traducción francesa, confiesa su desaliento ante la grandeza inatrapable de esa especie de superhombre y dice: "¿Cómo no perderse en la variedad de ese fantástico Goethe?"... "Goethe, Poeta y Proteo, vive una cantidad de vidas en medio de una sola. Asimila todo y de todo hace su sustancia".

Así, en Weimar, mientras frecuentaba asiduamente la corte ducal, a causa de su cargo junto al duque Carlos Augusto, del cual era confidente, actuaba como funcionario puntual, dedicado al engrandecimiento del ducado, pero era, además, un coleccionista, un naturalista, un geólogo... Estudiaba las transformaciones de las plantas y la vida de los gusanos de seda, con la misma atención con que leía a Espinosa u observaba la vida política y diplomática, o se enfrascaba en el estudio de la teoría de los colores. Interesado por todo lo humano, en medio del remolino de las pasiones. Goethe quiso, en primer término, mantener su libertad de decir sí o no a todos los hombres y acontecimientos. Un capítulo de ese sentido de independencia personal es su libertad para el amor. Podía cambiar de amada y desde Gretchen y Federica Brion hasta Ulrica von Lebetzov -el Waterloo sentimental de Goethe- el amor estuvo en el centro de su ser, sin resultar nunca desplazado. Así, expresó una vez: "Todo lo que leas en los libros, ya sean verdades o fábulas, todo eso es una torre de Babel si no lo une el amor".

Goethe

 

Pero, en fin ¿qué perseguía Goethe? Quizá la virtud que le reconoció Napoleón en su famosa entrevista en Erfurt: ser, verdaderamente "un Hombre". El emperador confirió a Goethe el mayor elogio, pero dejó algo desairada a la especie humana, porque si el patrón de ella fuera Goethe... El verbo de este poeta es la acción, y la acción es, en definitiva, lo que salva a Fausto. "Aquel que se afana siempre aspirando a un ideal, podemos nosotros salvarle", canta el coro de ángeles remontando a Fausto hacia la Gloria. Aparte del Amor infinito, cósmico, designado como lo Eterno Femenino, idea que proviene de la Madre Universal (reminiscencias del Vishnú-Purana) Fausto se salva por la acción, pues ya precisamente había identificado, en sus momentos de oscuridad y confusión, al intentar traducir el Evangelio de Juan, a la Acción con el Logos. En uno de los Xenios expresa: "Interesa el hacer, no lo hecho". Y en su carta a Gruner, de 1822 explica: "Se dice siempre que la vida es demasiado corta, pero se puede hacer mucho si se la sabe aprovechar con tino".

Quizá, sin embargo, todo lo que Goethe se afanó en materia de ciencia, política, literatura, experiencia amorosa, todo, en el fondo, no sean sino condensaciones de la poesía. Goethe nos resulta una pluralidad unificada, un todo inatrapable, pero en el fondo, la totalidad de sus acciones se resuelve en poesía. En carta a Reimer, de 1803, expresó: "Componer unos cuantos versos me interesa mucho más que tantas cosas importantes, sobre las que no me cabe influencia alguna..." Sólo que Goethe no hacía versos sólo componiéndolos, buscando métricas y rimas, sino que toda su actitud ante la vida es una forma de poesía. ¿Que a veces se haya apoderado de él el demonismo? ¿Que, como su Fausto, a ocasiones recibiera la visita del diablo? Indudablemente. ¿Qué dice en uno de los Xenios? "Haced el favor de no empequeñecer al diablo, porque me vais a convencer. ¡Un tipo tan odiado por todos tiene que ser algo grande!"

Su amistad con Schiller y la colaboración emocionada entre los dos genios ha sido largamente estudiada. Schiller tenía diez años menos, pero ya era un autor conocido. Su drama "Los bandidos" (Die Rauber) tocaba a fondo en la Alemania del Sturm und Drang y era lo más leído fuera de las obras de Goethe de esa época, es decir, de "Werther" y "Goetz von Berlichingen". El destino fue acercando a esos dos genios, y el 9 de setiembre de 1788 Schiller llegó a ser presentado a Goethe en casa de la viuda de Lengefeld. Schiller quería trabar conocimiento con Goethe, anhelaba el momento en que un apretón de manos sellara una amistad inquebrantable. Cada uno sabía el valor del otro. Pero en las cartas a terceros, especialmente en las de Schiller, hay, en medio de los elogios, algunas reticencias sobre Goethe. Este hizo que Schiller fuera nombrado profesor de historia de la Universidad de Jena. Alguien ha insinuado que de ese modo diplomático, Goethe quiso alejar a Schiller de Weimar. No lo creo. No había en Alemania, ni tampoco en la Europa de ese momento, árbol que, por frondoso que fuera, pudiese hacerle sombra a Goethe. Goethe ayudó a Schiller porque era un hombre generoso, cosa que probó en muchos momentos, pues lo fue incluso con quienes se distanció, como ser el caso de Herder. Verdad es que entre Goethe y Schiller había diferencias sustanciales, no sólo filosóficas (Goethe era partidario de Espinosa, y Schiller de Kant) sino de condición social, de carácter y hasta económicas, pero los grandes espíritus se comprenden por encima de eso. Cuando el editor Cotta resolvió imprimir, con Schiller, la revista mensual "Las Horas" (Die Horen) y el Almanaque de las Musas (Musenalmanach) Schiller invitó a Goethe a colaborar, cosa que el poeta de Weimar aceptó. Eso fue un acicate para Goethe, que en medio de sus múltiples trabajos había dejado las letras. Los Xenios, las baladas, los artículos comenzaron a devolver a Alemania su más grande escritor y eso se debió a Schiller. Luego Goethe invitó a aquél, a Weimar, y desde entonces se veían ambos continuamente, para discutir en común las obras a escribir, refutarse o aconsejarse uno al otro, leerse mutuamente fragmentos, ayudarse, en fin, espiritualmente. Goethe dio más profundidad a Schiller y Schiller más frescura juvenil a Goethe... o por lo menos así lo piensan algunos críticos. Schiller inauguró así su gran período de creación: su trilogía dedicada a "Wallenstein", "María Stuart", "La Doncella de Orleans" (Jungfrau von Orleans), "La novia de la Messina" (Braut von Messina), "Welhelm Tell", son jalones brillantes de sus notables obras dramáticas.

Los músicos bebieron en ese manantial. Más tarde Verdi puso música a "Don Carlos" a "Luisa Miller" (basada en "Intriga y Amor" o "Kabale und Liebe") a "Die Rauber" (Imasnadieri) y a "La doncella de Orleans". Rossini musicó su "Wilhelm Tell". Todas estas óperas fueron, desde luego, adaptadas por libretistas. En cuanto a Beethoven, que a los veintidós años aproximadamente había compuesto su coral sobre la "Oda a la Alegría", de Schiller, la introdujo años después al final de su "Novena Sinfonía". El mismo himno a la Alegría fue también base de una cantata de Tchaikowski, de 1865. En cuanto a la colaboración de Schubert, ya nos hemos expresado en otro artículo a él dedicado. Todos estos son pues, ejemplos de la colaboración entre los genios.

En 1805 moría Schiller en Weimar. No se sabía de qué modo decírselo a Goethe para no impresionarlo demasiado. Cristina Vulpius entró al cuarto del poeta y aunque ella no hablaba, Goethe adivinó todo en el rostro de ella. "¡Ha muerto Schiller!" -exclamó- . Cristina empezó a llorar e hizo un signo de asentimiento con la cabeza.

En cuanto la colaboración de grandes músicos en las obras de Goethe, presenta aspectos no menos interesantes. El genio de Weimer, que inició el romanticismo en Alemania, había, poco a poco, y especialmente tras su primer viaje a Italia, atemperado su impulso inicial, para acercarse al clasicismo. En música era francamente clásico. Como recuerda Marcel Brion, desde su juventud tocaba el violoncelo y el clavecín y luego, a veces, más adelante, se sentaba a ejecutar ante el piano-forte. Emil Ludwing cuenta que había organizado un coro, que ensayaba semanalmente en su casa y al que a veces el poeta acompañaba con su bella voz de bajo. A pesar de ciertas aseveraciones reticentes de Marcel Brion, Goethe buscaba constantemente la música a la que reconocía un papel de catarsis, de purificación, de elevación. Helena Vacaresco señala: "sus motivaciones vienen, no sólo de lo que ve, sino de la música". Y recuerda el fragmento de una carta a C. von Stein, escrita en 1779: "Para apaciguar el alma y liberar los espíritus he hecho venir a la música... Poco a poco, a los sones de una música encantadora, mi alma se libera".

Desde luego que tenía sus preferencias: gustaba de los ritmos vivaces, de las armonías vigorosas y eludía la música depresiva. Así se comprende que su compositor favorito fuese Mozart. Goethe lo vio una sóla vez, en 1763, cuando tenía unos catorce años y el niño prodigioso de Salzburgo daba, a los siete años, un recital de violín, para acompañar después una sinfonía y por fin, tocar el piano, cubiertas las teclas de un paño negro. Tal era el entusiasmo que Goethe sentía por Mozart, que cuando aquél dirigió el Teatro de Weimar, hizo representar veinte veces "Las bodas de Fígaro", veintiocho "Titus", treinta y tres "Cosí fan tutte", cuarenta y nueve "El rapto del serallo", sesenta y ocho el "Don Juan" y nada menos que ochenta y dos representaciones dedicó a "La flauta mágica", cuyo libreto Goethe quiso continuar y para el que llegó a escribir algunas escenas. Además, confiesa a Ekermann que sólo Mozart hubiera podido ser capaz de poner música al Segundo Fausto. La muerte del músico de Salzburgo sumió al poeta en una profunda melancolía.

Fuera de Mozart, Goethe gustaba mucho de Bach, de Haendel, de Haydn, en ese momento olvidados por el alud de la música romántica. Eso le hizo ser injusto con Berlioz, que en mayo de 1829 le envió la partitura de "Ocho escenas de Fausto" y que Goethe dejó sin agradecer al gran músico romántico francés. O tal vez contestó y la respuesta no llegó a manos de Berlioz o pensó agradecer y no pudo hacerlo en medio del torrente en que estaba sumergido; no seamos demasiado duros con un hombre que era receptivo para todo lo noble y grande.

H. Loiseau recuerda la complacencia con que Goethe escuchaba a Mendelssohn y que en cambio no le inspiraba simpatía Weber. La razón de esto es hasta lógica: si Goethe, vuelto al clasicismo, hubiese gustado del romanticismo del autor de "El cazador furtivo" (Der Freischutz) debería condenar su propia forma de escribir. No se podía componer como un romántico y gustar de lo clásico, y viceversa. Sólo nosotros, que no estamos inmersos en ninguna de esas dos escuelas podemos ahora gustar de ambas.

En cambio, la amistad entre Goethe y el músico Zelter fue inquebrantable y emocionante; su correspondencia epistolar con él es la más larga que haya mantenido el autor de Fausto. Zelter no era un músico de primera fila, pero sí un consejero musical y uno de los amigos más fieles -¿y por qué no el más fiel?- que tuvo Goethe. Dice Emil Ludwing que Zelter era un compositor simplemente amable, pero rico en ideas sobre música y especialmente vigoroso en la ejecución de grandes obras. Mejor, pues, ejecutante que creador.

En las relaciones entre Goethe y Beethoven hay que andar con cautela. Se encontraron ambos en Teplitz, una célebre estación curativa de Bohemia, poseedora de importantes manantiales medicinales, de acción benéfica contra la gota, el reumatismo y las neuralgias. Desde luego que a ambos los unía una cosa: el genio. Beethoven vale en música lo que Goethe en poesía. Son las dos cumbres de la época. Pero a partir de eso, resultan muy distintos. Goethe visitó a Beethoven tres o cuatro tardes y otras tantas noches. A la luz de las bujías Beethoven tocaba para Goethe. Pero ambos ya se conocían de una manera mejor: Beethoven, que en una carta a Betina Brentano, de 1811, decía: "las poesías de Goethe me hacen feliz", había puesto música a algunas de ellas, y además, compuso su notable obertura para "Egmont", que Goethe se apresuró a hacer ejecutar en Weimar. Parece que se paseaban juntos, cogidos del brazo. ¿De qué hablarían esos dos genios? El episodio de los saludos a los príncipes parece que fue una exageración de Betina, que estaba enemistada con Cristina Vulpius a causa de una violenta discusión con ella. Goethe había dado la razón a Cristina y de ahí la enemistad de la "Orlanda Fuirosa", como le llamaban, y la anécdota en que dejó mal a Goethe.

Goethe escribió a Cristina Vulpius referente a Beethoven: "Toca divinamente... jamás he visto artista más dueño de sí mismo, más ferviente y enérgico", "Beethoven ha hecho maravillas". En cuanto a Mendelssohn, cuenta la impresión que Beethoven causó en Goethe. Este, además, le escribió a Zelter: "Lo admiro con espanto". Y por otra parte a propósito del autor de Fausto, dice el músico de Bonn: "¡Cuánta paciencia ha tenido conmigo el grande hombre! ¡Cuánto bien me ha hecho!".

Pero no se entabló una amistad entre ellos. Solamente se produjo un intercambio de admiraciones. El carácter de ambos era muy distinto. Beethoven resultaba quizá demasiado taciturno e incluso poco sociable (todo ello acentuado por la sordera) para un hombre del carácter de Goethe. Pero hay que oír los lieder de Goethe musicados por Beethoven, en la voz de un Dietrich Fischer-Deskau, por ejemplo, para comprender que, si no en la vida, en el arte uno se podía hermanar con el otro.

Se ha hablado de aquella carta de Beethoven pidiendo la colaboración de Goethe para la impresión de su "Misa Solemne"; Goethe, que se sepa, no hizo nada, aunque no se puede saber si de palabra intentó o no ayuda para el músico de Bonn, que a causa de sus ideas muy avanzadas para la época estaba muy malquisto con la mayoría de los poderosos. Pero hay una atenuante que pone Ludwing: la carta le llegó a Goethe cuando estaba enfermo, a los 74 años y los médicos desesperaban salvarlo. Goethe era generoso; si hubiese estado de su mano, si poseyera las fuerzas de antes, habría intercedido por Beethoven. Yo pienso que en esas condiciones tal cosa habría ocurrido.

De cualquier manera, y para concluir, citaré lo que señala Loiseau: "hay que reconocer la conciencia muy nítida que Goethe tenía del papel muy importante que la música había jugado, y jugaba todavía, en la historia de la civilización". "En la Provincia Pedagógica concede un primer plano a la música y en particular al canto, en el plano de la educación ideal que él mismo imagina, los pone en la base misma de todo sistema de educación y de enseñanza. El canto acompaña todo trabajo, lo ennoblece, lo hace alegre. No podía rendir (a la música) más bello homenaje".

 

Hyalmar Blixen
Suplemento Huecograbado "El Día"

7 de Mayo de 1978

 

 

 

 

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