Las antiguas bibliotecas
de Mesopotamia
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Un
día tras cien mil años de prehistoria, se hizo la luz. La inteligencia
humana brotó tímidamente; fue en Sumer y en el delta de Egipto. Por
primera vez el hombre se puso a pensar, a imaginar, a soñar en un plano
de cierta elevación de cultura. Antes, tribus de tiniebla mental, de
incansable vagabundear por llanuras interminables, incapaces de comprender
cómo, lentamente, habían brotado de la animalidad originaria, como una
hermosa planta sale y florece de la tierra áspera y dura. Treinta y cinco
siglos antes de Cristo, los sumerios, al sur de Mesopotamia, en las
desembocaduras a que llegaban entonces el Eufrates y el Tigris,
organizaron los primeros centros de cultura, hicieron nacer la historia,
el pensamiento, el arte, y trataron de explicarse el mundo de acuerdo a
los escasos datos que entonces tenían. Nació el anhelo de la investigación,
e incapaces aún de razonar científicamente, inventaron el mito, para
apagar esa curiosidad creciente que los alejaba cada vez más de las
bestias. Ni arios ni semitas, sino asiánicos, aquellos
pueblos levantaron las primeras ciudades de Asia: Obeid, Uruk, Yemdet-Nasr y más al norte
Samarra, Hassuna y, en fin, Halaf: los grandes centros proto-históricos.
Luego estos proliferaron: Adab, Awan, Mari, Ur, Kish, Akshak...
Aparece
la escritura: jeroglíficos figurativos, hechos con estilete
sobre tablillas de barro cocido o crudo. Así, la cabeza de un
toro, dibujada de frente, significa ese animal; para escribir
"pez" se le dibujaba de perfil, esquemáticamente;
"espiga", era una incisión larga, vertical, de la que salían
tres trazos de cada lado, orientados hacia arriba. Pero los jeroglíficos
se combinaron lentamente; a medida que el pensamiento se hizo complejo, el
modo de escribir también se enriqueció. Para expresar las ideas
abstractas: caridad, ilusión, amor, valor, odio, debieron recurrir a
jeroglíficos simbólicos o a otros procedimientos ingeniosos. Combinaron
dos jeroglíficos para obtener un nuevo concepto: así,
"monumento" quedó constituido por el jeroglífico
"pedestal" con dos jeroglíficos de "toro" encima. E
inventaron también otros signos: los "trazos aditivos
verticales", que distinguen la diversa acepción de dos iguales
dibujos; los "signos de subrayado", los "trazos de
relleno"... Pero
corrió el tiempo: no años, siglos. La escritura se hizo más esquemática:
la línea recta, que había sustituido a la curva, porque se prestaba más
a la escritura sobre ladrillo, se empezó a hacer en trazos más rápidos,
quebrados, ensanchados en un extremo y delgados en el otro. Y los jeroglíficos
originarios derivaron en cuneiformes. Engelberg Kämpfer, gran arquéologo
alemán, a principios del siglo XVIII les puso ese nombre (del latín
"cuneus") porque esos signos tienen forma de "cuñas". Los
sumerios eran cultos, inteligentes: fueron los maestros de la humanidad,
junto con los egipcios, pero no eran fuertes: cada ciudad constituía un
pequeño reino. Y un día aquella cultura cayó. Era el 2300; los
accadios, semitas del desierto, asolaron aquella luz originaria, y bajo el
rey Sargón formaron el primer imperio de la historia; este pueblo asimiló
la cultura sumeria y la modificó en algunos aspectos. Así, en el caso de
la literatura, los sumerios, a lo que parece, hacían pequeños cantares
sobre héroes locales; los semitas, con ellos, organizaron gestas
coherentes, por medio de refundiciones de aquéllos, con interpolaciones y
adaptaciones. Pero llegó otro pueblo, el de los gutis, y la dinastía de
los sargónidas se hizo sombra, recuerdo borroso, humo que se desvanece.
Se produjo una segunda Edad Media, en Mesopotamia, que duró un siglo y
enseguida el renacimiento neosumerio. Luego, otras avalanchas: los
amorreos, el imperio de Babilonia y al norte, el de Nínive, que sustituyó
a Asur. Los asirios entonces pisaron fuerte, hablaron recio, quemaron
ciudades, hollaron pueblos. Un día los persas iban también a reducir los
tesoros de su civilización a ruinas hundidas en las arenas. Cuando
Rawlinson, Smith, Norris y otros descifraron las inscripciones cuneiformes
de la piedra de Bisutum, el hombre contemporáneo se acercó al fin al
pensamiento del hombre antiguo; como el Fausto goethiano pudo viajar a
través del tiempo, pero hizo un viaje más lejano que el que este héroe
en la Walpurgis clásica: arribó hasta las mismas fuentes del arte y del
pensamiento originarios de la humanidad. Salvo algunos oasis de civilización,
nuestra especie ascendía lentamente de la edad de piedra... ¿Qué eran,
entonces, los griegos? ¿En qué rincón de las estepas dormía aún el
genio de ese pueblo? Los
arqueólogos han desenterrado en Mesopotamia miles y miles de tablillas de
barro, han descubierto bibliotecas casi intactas, tesoros que las arenas
devuelven tras haberlos guardado cuarenta siglos. Porque las bibliotecas
del área del papiro y del pergamino se destruyeron por el fuego, la
humedad o el vandalismo del más devastador de los animales, pero las
bibliotecas de arcilla quedaron intactas; así sabemos hoy de las luchas,
alegrías, congojas, ideas, ambiciones, fracasos y victorias de los
pueblos de los que un día la humanidad llegó a ignorar hasta el nombre,
hasta su misma existencia sobre la tierra. Y esas bibliotecas han devuelto
obras didácticas, diccionarios de cuneiformes, cartas, mapas, planos de
ciudades, tratados científicos, cantares épicos y líricos, cronologías,
listas de reyes. Y nos han dado también los famosos cilindros, donde
escenas de caza, religiosas, guerreras o simplemente familiares nos
acercan a aquella vida pretérita; a veces ilustraciones de viejos textos,
a veces independientes, pero siempre llenos de visualidad y sorprendente
verismo. Veamos, entonces, cómo eran aquellas bibliotecas. Al
principio fueron una simple dependencia del templo, el ziggurat o pirámide
escalonada, pero más tarde existieron independientes; las hubo, incluso
de propiedad particular. Sobre estantes se colocaban las tablillas de
arcilla, repletas de signos cuneiformes. Los grandes poemas requerían
varias de ellas: once la epopeya de Guilgamesh (aparte de una tablilla
incorporada, ésta en texto sumerio); siete el poema de Marduk o
"Enuma elish". Generalmente estos libros estaban encerrados
entre tapas, también de arcilla. Asimismo había rollos de papiros,
provenientes de la conquista de Egipto por los asirios, pero ellos fueron
destruídos por el fuego o el tiempo. Las
bibliotecas eran ricas; alguna, como la de Nínive, alcanzó la cifra de
25000 tablillas y para hallarlas en los estantes tenían los
bibliotecarios sus catálogos, con entradas casi exclusivamente por títulos;
el título estaba dado casi siempre por las primeras palabras del verso
inicial. Así, Conteneau nos señala una lista de títulos pertenecientes
a un ladrillo que era, sin duda, la ficha de un catálogo; son nueve títulos
y ellos nos dan algo del aire, perfume y tema de aquellos poemas, que
debemos imaginar, partiendo sólo del verso del comienzo, a saber:
"Primera nacida de Anu; quiero cantar tu fuerza...";
"Semejante al dios incendiario, señor de las batallas...";
"Tu amor es un perfume de cedro, oh señor mío..."; "¡Oh,
es abundante, es reluciente!..."; "¡Ven al jardín del rey; está
lleno de cedros!"; "¡Oh, jardinero del jardín de los
deseos!..." ; "Tu amor es una piedra preciosa..."; "El
amor es un fuego que ilumina..."; "Por las calles he hallado dos
hetairas...". Estos versos iniciales, que hacen de títulos, nos
acercan a aquella poesía de erotismo oriental, delicada, ligera, llena de
las ansias de vivir, de la que hay modelos, no sólo en Mesopotamia, sino
en Egipto, Israel, India y Persia. Pero, aparte de los catálogos asirios
y caldeos, los hay incluso, sumerios; Kramer encontró dos: uno entre las
tablillas del Museo de Louvre y otro entre las de la Universidad de
Filadelfia. La tablilla del primero está dividida a cuatro columnas; dos
en el anverso y dos en el reverso y en total contiene 68 títulos. La de
Filadelfia tiene 62 obras entre sus dos caras. Actualmente, señala
Kramer, conocemos 24 de los libros de arcilla que corresponden a esos títulos. Algunos
reyes de Mesopotamia fueron verdaderos bibliófilos; así, Conteneau cita
la carta (conservada en una tablilla) que uno de ellos remitió al
bibliotecario Borsipa, mandándole que consiguiera todos los libros
capaces de enriquecer su biblioteca, ya estuvieran en poder de
particulares, ya en otras habitaciones públicas, agregando: "Deseo
las tablillas raras, que no se hallen en Asiria". La citada tablilla
revela que a veces el despojo fue una especie de enriquecimiento de la
biblioteca, pero en otros casos existió el préstamo interbibliotecario,
especialmente cuando la ciudad sometida era un centro venerable desde el
punto de vista religioso o cultural; así, la biblioteca de Nínive no
saqueaba a la de Babilonia, sino que, remitidos los textos de ésta a la
capital asiria, eran copiados y devueltos; algunas veces, sin embargo,
parece que se devolvieron las copias, no los originales. Respecto
del préstamo, parece que fue más liberal que en otros países antiguos,
quizá porque el material para escribir, la arcilla, era más fácil de
adquirir y las copias, por lo tanto, más abundantes que en el área del
papiro o del pergamino. No obstante, quien infringía las reglamentaciones
de la biblioteca, quedaba sujeto a la maldición de los dioses, recurso
muy corriente para salvaguardar toda propiedad privada o pública en
Mesopotamia, ya que aquellos pueblos creían, como lo señala Gener,
"que la imprecación obraba como un demonio maléfico". Estas
maldiciones nos dan una idea del régimen interno de las bibliotecas. Así,
hay libros que sólo podían ser consultados en el local, como lo
demuestra esta inscripción: "aquel que tema al dios Nabu no se
llevará esta copia ni la deteriorará". Pero otras inscripciones
demuestran
que ciertas tablillas eran objeto de préstamo a domicilio, con la
condición de su devolución al día siguiente, o sea que el préstamo era
por un día: "aquel que tema a Anu y a Antu devuelva al día
siguiente esta tablilla..." o "aquel que la haga salir de la
ciudad, que Isthar lo denuncie colérica". Otras inscripciones
demuestran que el lector tenía libre acceso al propio estante; podía
tomar por sí las tablillas a condición de volverlas a colocar en el
mismo sitio: "el sabio que no se lleve este documento, sino que lo
vuelva a colocar en su lugar, que sea mirado con favor por la diosa
Isthar. Otra cosa que podía temerse del lector era que borrara de la
tablilla el nombre de su autor o copista y pusiera el propio; a ése,
Nabu, el escriba universal, borraría su nombre. Los
escribas y la variedad de escribas que eran los bibliotecarios, asistían
a escuelas donde aprendían esas artes y técnicas. Andrés Parrot excavó
en Mari, entre 1934 y 1935, un edificio que es una escuela de aquellos
tiempos arcaicos. Aún se conservan varias filas de bancos fabricados de
ladrillos crudos. Estas aulas eran llamadas "Casas de las
tablillas" y al bibliotecario se le llamaba
"nissu-duppi-satri" (hombre de las tablillas escritas) y al
estudiante se le decía "hijo de la casa de las tablillas". Según
Kramer, en Sumer la escuela estaba bajo un director, el "ummia"
(o "especialista"). Los profesores ayudantes se llamaban
"grandes hermanos". Además de éstos estaban los maestros de
dibujo (ya que los cilindros, verdaderas ilustraciones de textos, requerían
gran dominio de ese arte), el maestro de idioma sumerio y los bedeles,
como ser el de contralor de asistencia y el llamado "dueño del látigo",
pues la disciplina se mantenía a golpes. Hay
un texto que pinta a lo vivo la tragicomedia de un estudiante de aquella
época; de ese texto se tienen 21 copias. Es un relato lleno de vida,
gracia, ironía ligera y alegre, que nos da buena idea de lo que era la sátira
en Mesopotamia. Cuenta el estudiante: "Mi
madre me da dos panecillos y me he puesto en camino. En la escuela, el
vigilante de turno me ha dicho: -¿Por
qué has llegado tarde? Asustado
y con el corazón palpitante he ido al encuentro de mi maestro y le he
hecho una respetuosa reverencia". (Pero el maestro tampoco se deja
ablandar y luego sabremos por qué). Sigue narrando el estudiante: "He
querido excusarme con la cabeza baja; quiero irme. El maestro y los
bedeles me hacen reproches: ¿por qué has hablado sin mi permiso? ¿Por
qué no tienes la cabeza alta? ¿Por qué te has levantado? ¿Por qué
quieres irte? Tu mano no es buena" (Es decir, no sabe dibujar los
jeroglíficos; el reproche más grave). "A cada una de las
amonestaciones recibo una tunda". Pero
el caso es que en aquella época -quizá siempre- los maestros ganaban muy
poco y para redondear sus entradas aceptaban -esta corruptela por suerte
ha desaparecido- regalos de los alumnos. Por eso el padre invita en esta
narración al maestro, le hace sentar en un sitio preferente, le da vino,
un traje nuevo, un anillo, etc. El maestro se siente agradecido y habla de
un modo muy distinto ahora de su discípulo: "Muchacho: puesto que no
has desdeñado mi palabra ni la has echado al olvido, te deseo que puedas
alcanzar el pináculo del arte de escriba. Puesto que me has dado aquello
a que no estabas obligado, que sea Nidaba tu divinidad guardiana, que ella
favorezca tu cálamo. ¡Ojalá seas el conductor de tus camaradas y logres
el más alto rango entre los escolares! ¡Has exaltado a Nidaba, la diosa
del saber! ¡Gloria a Nidaba!" Horacio no hubiera pintado con más gracia a este maestro venal, de expresiones pomposas y sorpresivos cambios de carácter. Cuando los pueblos logran crear la sátira es que han alcanzado la madurez. Literatura humana, trágica o cómica, narrativa o lírica, de entretenimiento o didáctica, la de los viejos pueblos de Mesopotamia ha resurgido de las arenas con toda su fuerza, con toda su gallardía de expresión y también a veces con extraños simbolismos inquietantes como los del "Enuma Ellish" o la catábasis de Isthar. Pero ya habrá ocasión para referirnos a ellos. |
Mesopotamia y los antiguos archivos y bibliotecas de la historia de la humanidad.Publicado el 29 jul. 2013 II Ciclo de coloquios. Reflexiones sobre ciencia e historia desde la biblioteca. Mesopotamia y los antiguos archivos y bibliotecas de la historia de la humanidad. |
por Hyalmar Blixen
Hyalmar
Blixen
Suplemento Huecograbado "El Día"
13 de Junio de 1965
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Hyalmar Blixen en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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