Emilio Oribe. La fecundidad
lírica y conceptual
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Muy
presente tengo el recuerdo de Emilio Oribe, mi profesor de filosofía en
la Sección Preparatorios, correspondiente a lo que ahora se conoce como 5º
y 6º años. Daba entonces sus clases en el segundo salón del Instituto Vázquez
Acevedo, puntualmente a las ocho de la mañana, en una sala repleta de
estudiantes que lo escuchaban con total atención. Su habla era pausada,
su voz algo baja, su expresión, soñadora y melancólica. Aunque casi
nunca sonreía, revelaba su rostro evidente benevolencia. No siempre
miraba a la clase; a veces, como dicen que lo hacía también Rodó,
posaba sus ojos en la pared, quizá en un deseo de no distraer su atención
y concentrarla en la profunda luz difícil de sus pensamientos, siempre de
un nivel muy alto. Se le respetaba profundamente por su sabiduría y también
por su comprensión humana. Demostraba, a través de su exposición, que
estaba totalmente al día respecto de los temas de más actualidad en
materia. Pienso
que no sabíamos mucho más a propósito de él. Si el profesor no se
manifiesta, el alumno difícilmente capta todo lo que hay detrás de los
temas que expone en clase. Eso me hizo comenzar a leer luego todos los
libros escritos por mis profesores, a fin de tener una idea, aunque fuese
aproximada, de la manera de pensar de quienes me enseñaban. Y no sólo
los libros referidos a sus asignaturas. Todos. Más
adelante, cuando lo vi en reuniones de intelectuales o en pequeñas
tertulias, se manifestaba hombre más cercano, cordial y abierto. Me
sorprendió cuando capté su sensibilidad exquisita manifestada hacia la
belleza femenina, sublimada en su poesía y su transfiguración delante de
una mujer hermosa; era eso muy natural, pero que no se veía desde el
aula; allí sólo se adivinaba su vuelo metafísico, ¿y por qué no? su
bondad y su comprensión para con su alumnado. Recuerdo, con sorpresa, que
dejó pasar, tras la lectura de la prueba escrita, a todo el grupo; no
eliminaba de entrada, sino que deseaba observar el conocimiento de los
muchachos en la complementaria parte oral, en la cual, sí, se ajustaba a
un criterio más estricto.
Años
de docencia Oribe
había nacido en Melo el 13 de abril de 1893 y tras culminar su
bachillerato en 1912, se doctoró en Medicina en 1919. Al año siguiente
se casó con María del Socorro González Villegas. La recuerdo más bien
alta, bellamente distinguida y rubia. Viajaron a Europa, tras lo cual
Oribe se radicó en San José, donde durante un tiempo enseñó filosofía;
después, ya en Montevideo, dictó clases de esa asignatura y también de
literatura, materias que evidentemente tienen mucha afinidad. Luego fue
consejero de Enseñanza Primaria y Normal. A esa altura había publicado
ya varios libros de versos: “Alucinaciones de la belleza”, “Letanías
extrañas”, “El nardo y el anáfora”, “El castillo interior”,
“El halconero astral”, “El nunca usado mar”, “La colina del pájaro
rojo”, “Avión de sueños”, “El rosal y la esfera”, “Los altos
mitos”. Esos versos, al principio de influencia más modernista,
presentan luego una evolución, una depuración respecto de ese movimiento
literario cuyas cumbres fueron Darío y Herrera y Reissig. Hay que
reconocer que Oribe fue un excelente cultivador del soneto, aunque también
su lírica trascendió en los versos libres, cada vez más adentrado en
una poesía filosófica, difícil quizá, para minorías. Aunque
este poeta era blanco y conoció a Saravia antes de 1904 y lo vio desfilar
con sus gauchos por las calles de Melo, no es menos cierto que en 1939,
tocado en su emoción más profunda, compuso el “Cántico a la muerte de
Baltasar Brum”. Pero paralelamente a su lírica surgía el pensador en
prosa: en 1930 editaba “Poética y plástica”; en 1932 “Hacia una
escuela de la belleza”, en 1934 “Teoría del Nous”. Oribe, como
ensayista, se manifiesta en una forma sumamente abierta, asistemática,
con pluralidad de temas conexos a algunas ideas estéticas centrales que
le eran caras. Este autor, como lo señala Lasplaces en sus “Nuevas
opiniones literarias”, “Se refugia en el pensamiento puro” pues
“sostiene, con Platón, que el mundo no es sino una emanación de
nuestro intelecto”. Su adhesión al reino de las ideas le hace poner
en duda el valor del subconsciente, que escapa a nuestra
inteligencia e incluso a nuestra voluntad. Adhirió
a la concepción del “Nous”, intuición que nace en Anaxágoras, una
de las cumbres de la escuela jónica, al que la Atenas, todavía sorda a
la filosofía, repudió: el Nous es eterno y autónomo, no está mezclado
a nada; Oribe lo considera la suprema libertad, una expresión de libertad
en círculos infinitos, una vibración que no se destruye nunca. A esta
altura, un lector agudo podría plantearse si el Nous de Anaxágoras y
Oribe no estaría emparentado con el “Tao” de Lao Tzsé. Pero en medio
de todas estas especulaciones, el filósofo uruguayo se detiene, de
pronto, en su libro, para ejemplificar sus ideas con aspectos de la obra
de otros autores: Goethe, María Eugenia Vaz Ferreira y Reyles, pequeños
ensayos dentro de un gran ensayo. Y lo mismo puede expresarse, por
ejemplo, de “Poética y plástica”, libro que pudo ampliar luego, dada
su estructura abierta, capaz de recibir interpolaciones que lo
enriquecieran considerablemente. Así aparecen, a modo de islas poético-filosóficas
en un mar maravillosamente sereno y profundo, temas como los ensayos
dedicados a Dante y Giotto, al tebano Píndaro, a Leonardo, Shelling,
Nietzsche, Malraux, Valéry, pero también a los uruguayos Herrera y
Reissig, Vaz Ferreira, Rodó, Delmira Agustini, Torres García, Figari,
Barradas...
Estudios
de su obra Tras los estudios ya clásicos sobre Oribe, y los de Zum Felde, Gallinal y Ardao, sería injusto no citar el de Isabel Sesto, que se ha adentrado mucho y con acierto en el mundo lírico de Oribe, e incluso estudiado en la Biblioteca Nacional manuscritos aún inéditos. Y además ha espigado en el libro no editado de este filósofo titulado “La espuma de la eternidad” escrito entre 1970 y 1975, donde él da la clave de muchos temas de sus cantares y pensamientos. Su fecundidad lírica y conceptual resultará motivo de muchas investigaciones ulteriores. No es que sea un autor difícil; más bien ocurre que el hispanoamericano en general, salvo honrosas excepciones, no es muy propenso a hundirse en profundidades metafísicas y prefiere contemplar, plácidamente, el inmenso océano del pensamiento, a veces inquietante, desde la perspectiva hermosa, pero fácil, de la orilla. Pero eso no significa que no exista el océano metafísico, aunque cause temor o fatiga mental el adentrarse en él. Y así nos detenemos ante otros libros de Oribe, como “Trascendencia y platonismo en poesía” (1948), “La intuición estética del tiempo” (1951), “Dinámica del Verbo” (1953), el “Prólogo a Vaz Ferreira” (1961) y “La intuición estética de Plotino”. En fin: he aquí un pensador que dará mucho que hacer durante bastante tiempo a nuestros filósofos y estetas del porvenir. |
Es alta y rubia Es alta y rubia. Por
su espalda rosa se expande la riqueza
del cabello, ocultando en los
hombros y en el cuello una armonía múltiple
y dichosa. Rubia de oscuros
ojos. No reposa Jamás la luz allí,
lenguaje bello. ¿Por qué derramas,
firme en el destello de tus pupilas,
frialdad de diosa? ¡Qué plástica al
andar! –¡oh ritmo alado! las manos atan vuelo
sonrosado y ha puesto Dios
eternidad en ellas. La dulce amada es un
cristal sin velos. Como su frente vaga
por los cielos su pelo es rubio de
enhebrar estrellas.
(Soneto de Emilio Oribe a su esposa) |
por Hyalmar
Blixen
Diario "Lea" - Montevideo
29 de diciembre de 1988
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Emilio Oribe en Letras Uruguay
Hyalmar Blixen en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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