Vida y obra de Carlos Sabat Ercasty

por Hyalamar Blixen

1) Antecedentes familiares de Sabat Ercasty        

El padre de Sabat Ercasty era Mariano Sabat y Fargas, de origen Catalán, pues había nacido en Barcelona, en el pueblo San Vicens dell Orts el 19 de Abril de 1840. Los abuelos paternos de Sabat Ercasty fueron Vicente Sabat Ulle y Eulalia Fargas González.

Don Mariano, el padre del poeta que fue capitán de coraceros del regimiento de Numancia y profesor de esgrima, contrajo, en España, su primer matrimonio con una joven llamada Viviana Concepción Lleo Andreu de la que tuvo tres hijos: Concepción que se casó luego en Montevideo con un farmacéutico llamado Ernesto Paccard y vivían en Colón. El segundo hijo, Alejandro, nació en Valencia donde su padre estaba de guarnición. Y el tercero, Hermenegildo nació en la isla de Mallorca y vino al Uruguay cuando tenía recién un año, se dedicó luego a la pintura, fue buen caricaturista y además profesor del Instituto Normal.

Esa familia se instaló en Montevideo en 1875, pero la madre falleció cuatro años después o sea en 1879. Tras enviudar, Don Mariano contrajo en Montevideo un segundo matrimonio el 17 de Julio de 1885 con una muchacha de origen vasco llamada María Luisa Ercasty Tellechea, natural de Gualeguaychu, es decir, Argentina. Según creía el poeta Sabat Ercasty pues alguien le tradujo el nombre vasco de su madre, que "Ercasty" significa "lugar de retamas" y "Tellechea" está compuesto por dos palabras vascas: "Telle" significa "tejas" y "echea" es "casa". Dicha señora tenía vocación por la poesía y le encantaban algunos autores como desde luego Bécquer, pero también Espronceda y Andrade.

De éste segundo matrimonio nacieron: Mariano en 1886 que sintió entusiasmo por la música y llegó a ser violinista en la orquesta Sambucetti, incluso fue alumno de Fabini. Aunque con talento, era algo perezoso, y cree el hermano menor, es decir el gran poeta, que Mariano, aunque talentoso, tenía cierta pereza, no se esforzaba demasiado y era un decidido solterón.

El segundo hijo del matrimonio de Mariano Sabat y Fargas con María Luisa Ercasty Tellechea, fue el poeta, prosista y profesor del cual nos hemos de referir, es decir, Carlos Sabat Ercasty, que nació el 4 de Noviembre de 1887.

Hubo además tres hijos que fallecieron siendo criaturas, como ocurría en aquella época a causa de falta de conocimientos científicos.

La cuarta fue Eulalia Marina, la cual se casó con Tomás Palacio.

El padre de esta prole, Don Mariano fue en Montevideo profesor de esgrima, sargento mayor del ejército uruguayo y luego obtuvo más grados. Daba clases de táctica de caballería y equitación, fue uno de los fundadores de la Academia Militar, y escribió el libro "Filosofía del Arte de la Esgrima".

Pero gustaba de las buenas lecturas, y al terminar la cena leía a sus hijos o hacía que ellos se acostumbraran a leer; en general era un capítulo de "Don Quijote de la Mancha" y tras esto se hacía un comentario. Ese acto, tan importante que se hacía en las familias cultas para que los muchachos se dieran cuenta del valor del libro, mi padre lo hacía también en casa; de ese modo nos acercábamos a temas agradables para nosotros a nuestra edad y nos dábamos cuenta de la importancia que existía en la lectura de un volumen de narraciones respecto de mundos e ideas que no se nos habían ocurrido. Mi padre, Mario Blixen, hijo del cónsul de Suecia y Noruega, sabía muchos idiomas: alemán y francés perfectamente, pero tambien inglés, italiano, portugués y desde luego el castellano. Y recuerdo que ante el acto de leernos los libros, similar al del padre de Sabat Ercasty, llegamos al respeto por la lectura.

Luego, Mariano Sabat y Fargas fue perdiendo la vista y hacía que sus hijos, especialmente Carlos Sabat Ercasty, lo acompañaran a las tertulias literarias que en esa época se efectuaban en el café Moca, donde se recitaba y también se discutía sobre distintos temas, especialmente de literatura, historia y arte.

Mi conocimiento directo y grande respecto de este poeta fue cuando siendo yo profesor del Instituto de Estudios Superiores, situado en la calle Constituyente, pasé a pertenecer a la Comisión Directiva del mismo, y Sabat Ercasty también. Nos sentábamos juntos y cuando se conversaba sobre los distintos temas planteados, Sabat Ercasty dibujaba casi siempre figuras de Cristo. Parecía al principio que se hallaba distraído pero nada de eso ocurría; de pronto, cuando el caso planteado le parecía importante, levantaba la mano y enseguida expresaba su opinión para apoyar o rebatir o por lo menos ampliar o aclarar el tema que se discutía.

Se hizo muy amigo mío. Salíamos juntos y yo vivía en 18 de Julio esquina Gaboto y él en Colonia casi Tristán Narvaja, o sea a una cuadra y media de distancia de mi apartamento. El suyo daba a la calle y allí contrajo el tercer matrimonio, ahora con Violeta Tubino, a la cual dedicó cantidad altísima de sonetos, uno cada día. La conoció en el Instituto de Estudios Superiores.

Fue también profesor de literatura en la Facultad de Humanidades. Allí lo veía también en la época en que Vaz Ferreira me nombró profesor para dar literatura de los Incas, di tres años pero luego me fue imposible continuar por acumulación grande de tareas.

En esa época cuando ambos salíamos de las reuniones de la Comisión  Directiva del Instituto de Estudios Superiores, llegué a convertirme en el mejor amigo de él, o por lo menos en ese período final de su existencia. Todos los sábados lo visitaba más o menos durante dos años y le preguntaba a propósito de sus recuerdos sobre hechos de su vida y de distintos personajes por él conocidos.

Hablábamos de libros raros; había un juego entre ambos, en broma, y riendo, sobre cuál de los dos poseía un libro más desconocido que no tuviera el otro. Casi siempre el otro lo tenía también en la misma o distinta edición y de pronto en diferente idioma. En esos tiempos escribió dos sonetos sobre mi. Me dijo un día: "He dedicado a todos mis amigos algún soneto y todavía ninguno a usted". Me escribió uno, y más adelante tal vez olvidando que me había escrito ese, me hizo otro. Ambos muy elogiosos.

Yo he escrito otro sobre él, que figura en mi libro de cuarenta sonetos escritos en muy diversas épocas y no publicado. En ellos hay cuatro dedicados a escritores que admiré y leí: el primero a Herrera y Reissig, el segundo a Azorin, el tercero a Nicolás Guillén y el cuarto a Sabat Ercasty.

2) Niñez y juventud de Sabat Ercasty        

Carlos Sabat Ercasty nacido, como ya lo hemos señalado el 4 de Noviembre de 1887 en la calle Yaro, cuyo número entonces era 103, la que después se llamó Tristán Narvaja y ahora esa parte, la de 18 de Julio hasta la rambla, Emilio Frugoni, nombre que yo propuse en la Comisión de Nomenclatura de la Intendencia Municipal de Montevideo, la cual había resuelto antes que, habiendo tantas personalidades, se podía dividir las de 18 de Julio en dos nombres distintos, a un lado y otro de la avenida.

Aprendió a leer en una escuela, creo que era la llamada Atenea, en la cual se enamoró de una niñita, lo que revela ya el sentimiento del poeta genial, que tuvo, según creo, cantidad de amores.

Es interesante recordar escenas de las niñas, de las cuales Sabat Ercasty me contó algunas. Caso relativamente curioso era que tenía, ya muy niño, desarrollada la memoria, que conservó hasta el fin de su vida y así mismo el gusto por la poesía. Aprendía versos y cuando me lo dijo eso me hizo recordar que yo también los aprendí de muy niño.

Un recuerdo infantil del poeta es éste: Sabat Ercasty era vecino en Yaro 103 de la familia de un hombre venido de Italia, simpático y bueno, llamado Domingo Tosi, que fue padre de un importante arquitecto, Leopoldo Tosi. El padre tenía una larga barba blanca y le gustaba la poesía aunque no se dedicaba a ella. Y los domingos, terminadas sus tareas, al volver a su casa traía un gran paquete de confituras. Y por medio de su hijo llamaba al niño Sabat un poco antes de la hora de almorzar, donde se reunía toda su familia, lo que en aquellos tiempos era muy corriente y se hablaba de poesía entre otros temas y recuerdos, y al rato cariñosamente, Don Domingo le decía:    

"-Carlitos, ahora te toca a ti". Lo hacía subir sobre la mesa, sus pies apoyados en un diario para no ensuciarla y como lo sabía muy goloso, le decía: -"Por cada poema que recites te voy a dar un pastelito dulce."

Sabat Ercasty recitaba y tras ese poema enseguida comía su pastelito; luego otro y así sucesivamente, hasta que Don Domingo algo alarmado le decía: -"Por hoy alcanza; si no, me vas a dejar sin postre."

Esta anécdota, aparentemente parece trivial, pero es una demostración de su gusto por la poesía. Escribió algo más de cien libros, de los que sólo la mitad están publicados y el resto de ellos guardados en la Biblioteca Nacional a espera de la búsqueda de un investigador, o de una publicación por el Estado; el caso es que ya sentía, desde niño pequeño lo que iba a experimentar luego.

Ahora bien, Sabat Ercasty fue siempre un enamorado; si exageró el amor múltiple, vale mucho más que aquellos buenos escritores también, pero sin sexo o algo peor que eso. Así que no criticarlo en ese punto; claro, era sumamente atractivo y...¿qué le vamos a hacer? Hubo muchos enamoramientos de los que, como gran caballero que fue, jamás me dijo nombre alguno. Pero sí, su comienzo sentimental, que es hermoso: estaría entre los 8 o 9 años y vivía frente a la casa de una familia sumamente pobre que tenía una chica llamada Regina, que era muy amiga y compañera suya, y recibida con bondad por los padres del futuro poeta, el cual trataba, si le era posible, regalarle una fruta o un poco de dulce.

Una mañana, cuando recién se había levantado Sabat vio, cerca de la casa, a Regina, pero descalza. Sabat Ercasty le preguntó si se había olvidado de las alpargatas y ella le dijo: -"Se me terminaron por romper. No tengo otras." Muy conmovido Sabat no respondió nada pero, poco después, muy calladamente, fue a la cocina porque sabía que debajo de una cazuela de barro, su madre dejaba dinero para hacer las necesarias compras. Robó unas monedas y fue con Regina hasta la entonces llamada "Alpargatería del Cristo", que quedaba en 18 de Julio y Eduardo Acevedo donde luego se edificó la estación de televisión del Canal 4 y le compró un par de alpargatas. Y me agregó "a lo mejor estaba medio enamorado de ella". Pero la madre del futuro poeta descubrió la falta de dinero y además la madre de Regina vino a la casa a contar lo que había ocurrido y todo eso tenía a Sabat muy asustado, pues no sabía que le iba a ocurrir.

Pero enseguida recobró su serenidad e incluso alegría y al ver que su madre, María Luisa Ercasty Tellechea de Sabat quedaba tan emocionada de la linda acción de su hijo que dejaba caer lágrimas de sus mejillas.

Pero en contraposición digamos otra anécdota del Sabat niño para mostrar su lado travieso. El tenía un gallo inglés algo viejo, pero de riña, y además un gallo catalán de color negro. Los encerraba separados, pero a veces para verlos pelear, lo que tantos chicos gustaban ver, los juntaba y me agrega textualmente: "Llegaba un momento en que el catalán se sentía vencido y el de riña lo perseguía". Entonces para que se desconocieran y pelearan tomó pintura que había en el taller de su hermano Hermenegildo y pintó a ambos de distintos colores. Ya pintados, los puso de nuevo frente a frente, y como se desconocieron pelearon. Claro; gastó, según me dijo demasiada pintura que era y es cara, y su madre enojada lo quiso castigar. Pero su medio hermano Hermenegildo, bastante mayor que él, se reía del invento y le dijo a la madre:

"-Pero María Luisa; no lo castigue. ¡Mire qué imaginación! ¡Hacer eso para ver reñir a los gallos!

Ver la pelea entre dos gallos era para él un espectáculo divertido, pues en esa lucha uno terminaba persiguiendo al otro y nada más. Pero no era lo mismo contemplar escenas de muerte y en especial ver correr la sangre. Me contó que la sirvienta que había en su casa cuando él era niño tomó a su vista una gallina y la degolló. Y la muerte de ese animalito le causó mucha impresión; no era lo mismo que ver pelear a dos gallos, cosa que para él había sido considerada un deporte. Luego, ocurrió que uno de sus hermanos mayores se hirió en una vena y la sangre saltó violenta y le dio en la cara.

Y más adelante cuando tuvo tifus lo mandaron a Colón para reponerse, en la casa de su medio hermana Concepción, casada con el farmacéutico Pacard. Y vio, al pasar por un pequeño matadero que allí había, cómo un carnicero cortaba la yugular de una res y se bebía un vaso de sangre de ésta.

Todavía era un niño, en este último caso un poco más crecido, y eso le resultaba muy impresionante.

Pero más adelante vio dos hechos sangrientos: uno de ellos fue el asesinato de una actriz de ópera por su marido y contempló, doloridísimo de eso, la muchacha toda ensangrentada. Y en el motín del 4 de Julio, cuando tenía aproximadamente 10 años, vio cómo un proyectil pasaba la frente de un soldado.

Esos hechos me fueron dichos cuando yo le pregunté la cantidad de sonetos donde aparece la palabra sangre; se quedó meditativo y entonces me respondió que había sufrido mucho viéndola y eso podía ser una causa. Y se quedó pensativo, pues advertí que enseguida se enfrascó en el recuerdo de antiguas impresiones.

Cuando en Colón estaba convaleciente de su tifus recuerda que había unas pocas casas alrededor de la estación de ferrocarril con una plaza en la cual se levantaba ya la estatua de Vidiella, catalán como él y que trajo allí la industria del vino junto con Arriaga, pero no lejos de la farmacia de su cuñado Pacard y a cierta distancia de la Estación ferroviaria en el lado más despoblado, había un campo muy grande en donde crecía espontáneamente el cardo. La falta de agua, pues no llovía hacía tiempo, había producido una sequía muy grande y me narra lo siguiente:

"Yo, escapando un poco de la farmacia, iba a ver aquel campo y pensaba muy secretamente la siguiente diablura: ¡Si ardiese ese cardal! Al caer la tarde, un día, escondido en una zanja del cardal encendió un fósforo. Enseguida el cardal empezó a arder y me escondí entre los árboles a contemplar el espectáculo del incendio que fue sumamente grande. Y yo fui el gozoso pequeño Nerón de ese incendio. Me impresionó enormemente ese fuego que con mis ojos contemplaba vivir. El cardal quedó muerto, yo lo había visto crecer, lo había visto secarse y fue mi mano la que lo convirtió en cenizas. Sentí que el fuego vivía, danzaba; como niño no podía explicarme nada pero sí la emoción del fuego. Pasó el verano, el invierno, y al contemplar comenzar la primavera desde las cenizas brotó de nuevo el cardal. Ya nunca más volví a quemarlo, pero a lo largo de los años esa imagen, y el hecho todo en sí mismo, se convirtió un poco tal vez sin darme yo cuenta del origen, en una meditación sobre el fuego que la concreté en un volumen inédito de la serie de "Los poemas del Hombre" que se titula "Libro del Fuego".

"Ahora después de tantos años (dentro de meses voy a cumplir los 90) si estuviera en pleno verano ante un cardal reseco tal vez volvería a quemarlo. Y por un momento maravilloso y de milagro volvería a sentir que mi larga edad descendía hasta los 10 años y degustaba la fiesta del fuego."

"Muchos años después, en un viaje en avión por la región Andina el aparato giró muy alto por encima de un cráter en erupción y vi la antípoda de la fuerza del agua: la del fuego. Y desde el avión al contemplar ese espectáculo sublime y terrible, recordé la tormenta del mar (que me hizo escribir "Alegría del Mar"). Y por una asociación de ideas salté muy atrás en la historia llegué hasta los filósofos presocráticos y se me juntaron dos nombres en la cabeza: el del filósofo del agua "Tales" y el del fuego "Heráclito".

Al niño, futuro poeta, siempre le gustó la música y admiraba a su hermano Mariano, que, siendo tan pequeño, tocaba bien el violín.

Dos veces por semana el maestro de música, profesor Alejandro Uguccione, llegaba a la casa a dar clases de ésta materia a su hermano y después de la lección hacían, como práctica, un dúo de violines. Y al fin, el viejo maestro, que había sido, según recordaba, un gran concertista junto con un hermano que tenía, se iba entusiasmando y tocaba solo prodigiosamente, pero no quería que nadie entrara a la sala donde daba la lección.

A Sabat Ercasty se le ocurrió lo siguiente: su medio hermano Hermenegildo había pintado un cuadro de grandes dimensiones. En él se veían una mesa muy pobre, un hombre de mediana edad y de triste rostro que tenía la cara apoyada en la mano derecha, y que posaba sus ojos en un niño pálido, flaco y decaído, que estaba en un lecho. Y la madre de pie estaba también concentrada en su dolor. Se adivinaba una expresión de rezos, y por eso el cuadro se llamaba "Fe, esperanza y miseria".

Pero como la gran tela no estaba colgada sino apoyada sobre el muro, como admiraba a Alejandro Ugoccione que según me aseguró, poseía un notable virtuosismo, se escondía detrás de la tela y quedaba quieto como un muerto durante la lección, para recibir, de premio, ese concierto final que daba Ugoccione, "quien muy viejo ya, en esos momentos, por magia artística se rejuvenecía".

Primero fue a una pequeña escuela donde se pagaba un peso por mes, en la calle hoy Eduardo Acevedo  casi Lavalleja, ahora llamada Rodó. Entonces era muy pequeñito; allí aún no se estudiaba; sólo se narraban historias y se conversaba sobre distintos temas; recordaba que la maestra, en forma cariñosa y elemental, como no podía ser de otra manera, enseñaba las primeras letras y mínimas nociones de aritmética.

Su más bello recuerdo de entonces era cuando todos se ponían de pie y cantaban; y algo alegre para él resultó que la maestra distinguía su voz como la mejor entre esos niños, de modo que a veces le hacía cantar solo.

Claro que también había otro aspecto que ya aparecía en él; recuerda que se sentaba al lado, sin duda en el mismo banco, un niñita llamada Isabel, de cabecita llena de rulos. Era muy linda y tirando a rubia. ¡Y claro! Por mirarla se distraía muchas veces respecto de lo que la maestra escribía en la pizarra. Hay que comprenderlo: ¿cómo esas letras que ponía la maestra iban a resultar al niño más bellas que Isabelita? Yo, como Sabat también me distraía en la escuela por idénticos motivos.

Y así lo llevaron a una Escuela de Aplicación solamente para varones, situada entonces frente a donde ahora está el Hospital Italiano. Allí entró, previo a un examen, en segundo año. Y ya sin una niña al lado resultó un alumno bastante serio y estudioso. Eso hace reflexionar si además de las escuelas y más aun los liceos, no era bueno, como antes, que existieran algunos institutos sólo para jovencitas y otros para muchachos, separados cuando los padres lo consideraran lo mejor. Y desde luego mantener los mixtos.

Cuando Sabat Ercasty llegó al quinto año en la Escuela de Educación de Varones, tuvo de maestro a Don Emilio Fournier. Los días de fiesta patria, los alumnos de los últimos años, es decir de quinto y sexto, debían escribir composiciones sobre el hecho que se conmemoraba. Se seleccionaban las mejores de esos dos años y luego, reunida toda la escuela en el patio, se leía la composición escogida. Esto acontece muchas veces y deseo aclarar aquí que a la escuela de la calle Durazno cerca de Vasquez iba con mi hermano Julio, que era mejor estudiante que yo. Pero resulta que como yo recitaba bien y con bastante memoria se me designó a mí para decir un poema a fin de curso, pero ¡si era de segundo año!. Malo en cuentas y con muchas faltas de ortografía. Y pensar ¿no pueden elegir a los de quinto o sexto?. Claro: aprendía todos los poemas de memoria pero nada más, elegí "Pro aris et focis" de Carlos Roxlo, que era entonces mi autor preferido, poco antes de pasarme a Zorrilla de San Martín. Poema larguísimo, pero me gustaba. Se hizo el acto en el patio, me tocó recitar parado sobre una sillita. Sabía que entre los presentes estaba nada menos que Baltasar Brum y otras figuras que supongo importantes. Empecé a recitar un rato y de pronto me olvidé de como seguía. Como un minuto o más estuve parado mirando a todos en silencio; la directora, nada menos que Alfonsa Briganti, la maestra y mi madre, que estaban a mi lado, me decían: "Bajate." Yo seguía pensando impasible ante la mirada de todos; hice un esfuerzo,  me acordé y continué el poema.

Esto que agrego es porque Sabat Ercasty me narró lo siguiente: "-Era en ese entonces incalculablemente tímido, pero a la vez, como amanecía en mí la vocación por la poesía y tal vez fuera el que mejor escribía, para no pasar el mal rato de leer una composición ante  la escuela, se la pasaba a un compañerito llamado Volpi. Y Volpi, lleno de satisfacción y buen sentido del énfasis que corresponde a ciertos temas literarios, leía mi composición. Pero el maestro, Emilio Fournier que nos conocía a los dos, sospechó, tal vez por la letra o por otra cosa, la superchería y  nos llamó a los dos y nos hizo confesar la verdad. No tuvimos más remedio que expresar que así era, pero lo cierto es que tenía miedo de hablar delante de tanta gente. El maestro me obligó a leer la composición que era sobre el 19 de Abril. Me vio temblando de miedo y entonces me dijo: -"¿Sabes a quienes celebramos ahora? Lo has escrito. Los Treinta y Tres Orientales desembarcaron en la playa de la Agraciada. Tú mismo lo has puesto. ¿Tenían miedo de ser muertos?" Moví la cabeza pensando que no lo tendrían. Y el maestro concluyó: -"Bueno, aprende como ellos a ser valiente. Te subes y dices lo que escribiste." Y así por primera vez, enfrenté al público."

Cuando, según pienso, fue aplaudido, comprendió lo que era el triunfo, y desde entonces siempre lo escuché hablar con notable fuerza y riqueza de lenguaje. Cierto: los primeros quince minutos de un discurso de Sabat eran algo vagos, como buscándose a sí mismo, pero de pronto tomaba el ritmo de lo que debía decir y  hablaba maravillosamente a veces hasta casi dos horas.

Ya desde bastante muchacho, es decir, desde 1907 jugaba al fútbol en canchitas que se hacían donde hoy es el Club de Golf y en otros lugares afines, pues entonces no había rambla. E incluso ayudó a formar algunos clubes que no figuraban sino con nombres no oficializados en esos lugares. Queda claro que dado su físico, pues era alto y de gran fortaleza su puesto era siempre el de back. Y allí vio surgir a algunos muchachos que luego figuraron en grandes clubes, como los hermanos Céspedes, e incluso, algo después a Piendibeni y quizá a otros más en la zona de Punta Carretas.

Como su padre era profesor de esgrima el muchacho gustó de ese arte y lo ayudó, pues Don Mariano Sabat y Fargas tenía bastante trabajo en dicha enseñanza ya que el duelo estaba todavía vigente. Sabat Ercasty, pues, por un tiempo, fue auxiliar de su padre en esas tareas más o menos en 1904; esas clases se daban entonces en el Club Rivera.

Como toda la vida a Sabat le gustó dibujar y especialmente cabezas de Cristos, le pregunté de dónde venía esa afición y me respondió esto:

"- De niño leía los Evangelios, porque mi padre tenía una Biblia impresa en Chicago, aunque en español. Además había en mi casa dos grandes reproducciones de cuadros religiosos, reproducciones oleográficas. Una de ellas era la "Virgen María" de Murillo y la otra, que era la que más me impresionaba, era nada menos que El Cristo Crucificado de Velázquez. Durante toda mi niñez veía todas esas imágenes diariamente; especialmente contemplaba la del Cristo que me impactaba. Cuando llegué más o menos a los 18 o 20 años me dejé crecer la barba y el cabello en la misma forma en que ambos están pintados por Velázquez. Yo salía a la calle a pasear, al atardecer, que era la hora en que las muchachas se asomaban a los balcones para mirarlas. Entre las jóvenes del barrio mi sobrenombre era "el Nazareno". Tal vez, impresionado por ese sobrenombre, insistí en el estudio de Cristo y leí cuanto se escribió sobre él a favor y en contra y que estuviera a mi alcance.  Fui  reuniendo distintas reproducciones de cuadros célebres, de Cristo, y como siempre tuve afición al dibujo, empecé a dibujarlo. A través de la imagen de Cristo y hasta de las doctrinas cristianas que estudié profundamente, yo, que era un pecador convencido de sus propios pecados, como por envidia concebí un Cristo interior y siempre me incliné en todos los actos de mi vida ante las supremas virtudes del Cristo, que son el amor y la bondad."

"Después de algunos años sacrifiqué la barba, pero sólo sacrifiqué la barba exterior, no la interior. Me sentía, es cierto, un pecador, pero siempre, en una forma un poco ensoñadora, veía en mis profundidades a un Cristo sofocado, y ese Cristo, es el que he dibujado tantas veces, tal vez sea mi propio retrato soñado por el deseo."

Gustó de la lectura y a ella se dedicó usando la biblioteca de su padre, que era buena, desde 1901 hasta 1904 y eso comenzó a darle la idea de la amplitud de la temática literaria internacional de la cual en todos los pueblos lo sabe solo una minoría de personas cultas. Las lecturas bíblicas que hacía en ese tiempo le llevaron, él mismo no sabía decirme si era en serio o en broma, a dejarse crecer la barba,  y así producía cierta sensación en el barrio, y como además tenía un notable físico causaba bastante admiración en las chicas; el uso de la barba duró desde los 18 a los 20 años pero la cabellera larga la usó toda la vida.

Pero además de esas lecturas bíblicas leía mucha literatura de diversos temas y países, por ejemplo de ciencia y de filosofía. En realidad había ido mejorando mucho en el plano de sus estudios escolares, pues entre viejos papeles encontró un día una comunicación de la escuela, donde constaba que en el sexto año había obtenido la calificación de sobresaliente, pero eso de leer y estudiar por su cuenta le apartaba de la enseñanza sistemática y así es que, como ya se ha expresado, Emilio Oribe le aconsejó que diera el examen para entrar en el bachillerato universitario. Al fin se decidió a ello en 1901 o sea a los 17 años; hasta entonces desde los 14 hasta los 17 se dedicó a la lectura con una búsqueda totalmente personal; usaba, como hemos señalado, la buena biblioteca de su padre, le leía a éste, y con él cambiaba impresiones y asimismo frecuentaba la biblioteca de la Universidad, pero ante esos consejos de Emilio Oribe se reunieron los de Abadie Santos y del poeta Vicente Basso Maglio y así dio el examen de ingreso que aprobó en 1905. Pero mismo así, tampoco seguía todos los cursos regulares, sino que optaba por los que le interesaban en una u otra carrera.

Recordemos que la Enseñanza Secundaria pertenecía por ese entonces a la Universidad. El Sabat juvenil seguía siendo medio chusco, cosa que se manifestaba en algunas clases. En general los alumnos y eso yo lo recuerdo bien se reían de la pronunciación de los profesores de idiomas. Yo no me reía, pero toda la clase sí. Y a Sabat Ercasty estudiante ya en la sección preparatoria de la universidad, le causaba gracia el profesor de francés. Era un buen profesor, lo reconoció, pero, la incorrecta pronunciación del idioma castellano hacía que el alumnado de antes se riera sin respeto.

Pero al acercarse el día del examen, Sabat estaba convencido de que el profesor iba a ser exigente con él, y así aprendió de memoria que ya sabemos la tuvo prodigiosa, todo el libro, o por lo menos lo que se había dado en clase.

Y con lo chusco que era entonces al pasar a leer el día del examen dio vuelta al libro y empezó a hacer como que leía de abajo hacia arriba y en el sentido contrario de como estaba escrito.

Extrañado, el profesor le dijo: "-¿Por qué lee así? ¿Lo ha aprendido de memoria? "

"-No. Es que lo aprendí a leer de ese modo."

Fastidiado y tal vez curioso de lo que ocurría el profesor le cambió la página, le mandó a leer  otra. Y Sabat leyó esa otra página con el libro también dado vuelta y moviendo la cabeza como si leyera del final de la línea al comienzo. Cuando le cambió por tercera vez la lectura y le exigió otra página; al fin Sabat le confesó:

"-Como sabía que usted me quería bochar me aprendí el libro de memoria."

Los compañeros se reían y el profesor le dijo más o menos esto: "-Bon, Bon...Vous etes un bon èleve, mais vous ne devais pas apprendre le texte pour aivoir peur de mois, mais pour amour à la  langue française."

Excelente respuesta, quizá con alguna pequeña variante de expresión, y lo aprobó. Revela el carácter chusco del Sabat juvenil. Me confesó:

"-Entonces yo era medio diablo..."

En realidad pienso que ese susto fue conveniente. Le vino bien aprender el francés porque luego le sirvió mucho ese idioma para leer libros que entonces no estaban traducidos al castellano.

La severidad de un profesor no es mala: Sabat aprendió también todo el texto latino de memoria, porque el profesor de esa lengua de apellido Ferrer tenía fama de muy bochador, y de esa manera lo exoneró de dar examen.

En ese momento Carlos Vaz Ferreira, decano de Secundaria y Preparatorios de la Universidad y el historiador Doctor Eduardo Acevedo, Rector de la Universidad habían logrado que pudiera aprobarse el curso sin previo examen, es decir exonerar, si el alumno era bueno, aunque todo eso levantaba gran resistencia de los profesores exaministas.

En su literatura sus temas de la muerte pueden haberse acentuado por lo que él narra: "Padecía desde niño, una tremenda hipersensibilidad de impresiones, que los médicos llaman "Lipotimia". Caía sin sentido y me expresó que después, poco a poco me iba recuperando; eso me ha durado hasta ahora. Eso ha influido en lo que he escrito respecto a ciertas obsesiones de la muerte. En la lipotimia, cuando es intensa, se pierde todo contacto con el mundo, es un bachillerato de la muerte. Era en mí la contraposición de mi casi natural hipersensibilidad. Cuando salía de la lipotimia me parecía que resucitaba y me decía: "-Voy saliendo del túnel de la muerte." Sentía la extraña sensación de penetrar en la zona más profunda del misterio y de encararme con otra cosa distinta, que no era la realidad habitual. Creo que esto dio a mi poesía la visión del misterio y la intuición de lo afirmativo y lo negativo. La caída equivale -hoy lo pienso- a la negación búdica de toda realidad, como si se desprendiese de los sentidos. Al volver no sabía si realmente entraba en una realidad existente o si a medida que se despertaban mis sentidos era yo mismo el creador del sueño del universo. Son experiencias, no cosas leídas en algún libro, son cosas vividas."

Como origen de ciertos temas de su poesía le pregunté a propósito del árbol y él me respondió:

"-Me acuerdo que de niño ponía una pequeña mesa debajo de un árbol y hacía allí los deberes de la escuela y estudiaba mis lecciones. Algo me transmitía el árbol; yo lo sentía en su vida, en su savia y nunca olvidaré lo que me ocurrió siendo alumno de la Escuela de Aplicación de Varones (alrededor de 1899) cuando por primera vez, en el actual Parque Rodó, que entonces se llamaba "Los Sauces" y por donde cruzaba un pequeño arroyuelo que iba a desembarcar frente al actual edificio del Parque Hotel, se celebró la primera fiesta del árbol. Concurrió el alumnado de todas las escuelas de Montevideo y a mí me tocó plantar un eucalíptus en una cañada llamada "de la Estanzuela " de muy poquita agua. Recuerdo que primero se llamó "Los Sauces", después "Parque Urbano" y por último "Parque Rodó".

"Después volví muchas veces a ese lugar. Y los árboles fueron creciendo al mismo tiempo que yo, y dentro de la zona donde coloqué mi eucaliptus yo buscaba cuál sería el mío para quererlo más, pero como era imposible saber cuál era, los amé a todos por igual. Lo mismo hubiera querido amar así a todos los hombres. Este amor al árbol correspondería al tirón secreto de la sangre catalana pero ¿y los abuelos vascos? Entonces he pensado que el árbol cortado se transforma en fuego y no muere o que se transforma en vivienda o en nave, de modo, pues que los catalanes de mi sangre me daban el sentimiento de la vida que nace, de la semilla sembrada y que los labradores daban al genio constructor del hombre: mástil con una vela henchida por el viento; creando la velocidad de una nave, es una estupenda metamorfosis del árbol de la selva."

Sabat tendría 9 o 10 años, pasaba largas temporadas en Colón. Muchas veces, con un peoncito empleado de la farmacia de su cuñado Pacard, la primera que se estableció allí, llevaban algún medicamento a las quintas de Lezica. Este muchacho, que se llamaba Juan Parodi (me gustaría que pusiera su nombre porque me quiso entrañablemente toda la vida) entrábamos por la avenida marginada de cuatro hileras de eucaliptus. El saltaba  y charlaba, porque era muy jovencito, y Sabat en cambio, se iba quedando mudo y caminaba cada vez más lentamente. Parodi le apuraba, pero Sabat no podía casi avanzar. -¿Qué fuerza podía más que mi cuerpo? Esa fuerza estaba en mis ojos; la gigantesca fila de eucaliptus, mirada a lo largo, hacia más allá del colegio Pío, me detenía. La visión de los árboles podía más que mi voluntad. Necesitaba la quietud para verlos en todo su esplendor. El árbol siempre ejerció en mí un poder extraordinario y muchas veces he recordado aquella contemplación y el éxtasis que sentía en Lezica. Y es curioso: veinte años después, el poema central de "Pantheos" se titula "El árbol". Parecería que esas cuatro filas formadas hubiesen realizado al árbol arquetipo, como lo ideó Platón."

Pero poco tiempo después de 1917, fecha de Pantheos, esa influencia del tema vegetal se ahondó más todavía en el poema que apareció en mi libro "El Vuelo de la Noche", titulado "El Hada de los Jardines". En ese poema se realiza en mí una verdadera metamorfosis: "-Yo me siento vegetal, etc." Tenía la frescura de los contactos verdes, de las sensaciones, expansiones y crecimientos..."

A veces, en Colón, iba por el arroyo llamado Pantanoso; se detenía con su compañero a mirar el arroyo que a veces, crecido, corría más rápido. "Mirábamos, no sólo el agua en su correr sino también las orillas arboladas. Yo fijaba un día mis ojos en el correr del agua y en que las imágenes de los árboles permanecían quietas en el agua y el agua no las arrastraba. No me podía dejar de admirar que si el agua se llevaba todo no se llevaba las imágenes de los árboles. Ese hecho que comprobaba allí me quedó en el recuerdo y un día contando esa anécdota en una clase, repentinamente se me ocurrió un paralelo humano entre estos dos hechos. Y le dije a los alumnos: "-Yo estoy viendo otra vez las imágenes de los árboles y ahora me explico: en el torrente del tiempo así quedan en la vida las imágenes del recuerdo. El tiempo corre en su devenir, pero el recuerdo permanece como en el arroyo de Colón las imágenes de sus árboles."

Vamos a relatar aquí algunos sueños que Sabat Ercasty me relató y que consideraba bastante impresionantes; me los expresó de la siguiente manera:

"En un momento de desorientación de mi vida, hace ya mucho tiempo me sentía vacilar, no hallaba ningún camino y tal vez peligraba el destino de mi propia vida. Leía muchos libros de pensadores y orientadores para que influyesen en mi, y en mi interior se realizaba un drama que pudo haber sido de las peores consecuencias para mí."

"En esas circunstancias tuve uno de los más raros sueños de mi vida. De pronto, detrás de mí sentí la amenaza de todos los peligros que pueden destruir, esos peligros se abalanzaron y huí, pero de pronto fui detenido por un pantano enorme, lleno de barriales y muy profundo, en el cual aparecían algunos puntos de apoyo sobre los que me afirmaba antes de que me alcanzaran esos monstruos que venían detrás de mi. Me arrojé entre el lodo y lograba algún pequeño lugar donde apoyar los pies. En cuanto entré, a pesar de ese peligro, para salvarme de otro, empezó a caer una lluvia fina de semillas y de ellas surgían cientos, miles de cerdos que venían tras de mí hambrientos; sentía a momentos el roce de sus hocicos en mis zapatos y mismo su aliento. Si caía, de seguro sería tragado por el barro o por los cerdos. Experimentaba verdadero horror y desesperaba de salvarme. A lo lejos vi de pronto una forma entre real e ideal; una mujer cubierta de larga túnica y de entre ella sacó sus brazos para salvarme. Llegué al fin a esa última isla, pero estaba aun muy lejos de la mujer. Ella extendió los brazos, me ayudó y salté a la orilla, salvado; no sabía quién era. Me dijo: "-Soy la mitad de tu alma, la mejor. Te salvaste de la peor. Esos monstruos estaban dentro de ti." Y Sabat agrega pensativo: "Era como si me dijese que ahora era puro. De pronto ya no la vi."

Luego me narró un segundo sueño diciéndome que en ese tiempo tenía en su casa un pequeño museo en el que había principalmente minerales y este sueño tiene origen en ese museo. En la realidad la había visitado una joven argentina que quería conocer el museo y Sabat le había mostrado las piedras coleccionadas. Lo que luego soñó y que se relacionaba con lo sucedido, pero aunque modificado, es lo siguiente: Tenía, además de las piedras, en una cajita una piedra que no era de la tierra sino de un pequeño fragmento de aerolito y le dijo a ella: "Viene de un planeta donde la vida ha llegado al grado supremo de la perfección. Es "La piedra del vuelo"." En el sueño la sostuvieron ambos sobre sus manos y empezaron a remontarse entre estrellas hasta llegar al planeta de donde había caído ese trozo de mineral. Ahora éramos seres casi perfectos y nos parecía que la tierra era un mundo muy atrasado. Los habitantes que se nos aparecieron de ese planeta y que eran dos nos decían que nos faltaban miles de siglos para ser como ellos. Nos transformaron y éramos perfectos. De pronto ella sacudió mi mano de su mano, cayó la piedra y de nuevo estábamos en nuestro pobre planeta, y ella reflexionó: "Cuánto hemos perdido" y Sabat contestó: "Cuánto hemos ganado". Pero reflexionando una vez despierto sobre lo que había soñado me explicaba el caso así: "Los habitantes de ese mundo habían llegado a la perfección y ya no podían cambiar. Habían perdido la esperanza y el esfuerzo de levantar cada día más el nivel de la vida como lo hace el hombre. Pero pienso yo: caben muchas reflexiones sobre el sueño."

3) Amistad de Sabat Ercasty con otros escritores.        

El ingreso al bachillerato que según recordamos formaba parte inicial de la Universidad de entonces, no significaba ya ser bachiller; éste título se logra con la terminación de todos esos cursos que entonces se dictaban para la entrada de una carrera determinada: Derecho, Medicina, Arquitectura, etc. Las clases se dictaban en la calle Cerrito y Patagones luego Juan Lindolfo Cuestas, o sea en un edificio muy importante y conocido de todos, de la zona del Puerto.

Lo que lo unió definitivamente a Emilio Oribe, a pesar de pertenecer a distintos cursos, fue la común atracción por la poesía. Oribe se sentaba sobre alguno de los bancos de clase o del patio y en general quedaba largo rato callado, abstraído, tanto en su creación poética como en sus estudios sobre metafísica y otras ramas de la filosofía.

A veces Sabat se sentaba junto a él, y tal vez porque hablaban de un tema común, Oribe rompía su mutismo. Los estudiantes de esas clases le llamaban "El silencioso Oribe", pero si estaba meditando en algún tema muy profundo al cual distraía la conversación pobre en general de sus condiscípulos, que fuera de la clase hablaban en un plano jocoso y aunque se acercó luego un poco más a sus compañeros siempre quedó como envuelto en algo misterioso para ellos. Yo fui alumno de Emilio Oribe, que sabía mucho y dictaba sus clases en el primer salón a la izquierda a la entrada del Vázquez Acevedo. Oribe explicaba los problemas filosóficos o psicológicos sin mirar al alumnado, sino hacia la pared que separaba del patio; hablaba concentrado como si se expresara a sí mismo. Creo que se encerraba en su meditación y tal vez le distraía la mirada de los estudiantes y lo que decía siempre era claro pero profundo. No preguntaba a ninguno de los discípulos, pero todo lo que expresaba valía la pena de pensarlo y retenerlo.

Y ciertamente nuestra clase, como de unos cincuenta alumnos, era silenciosa, respetuosa y atenta. Y así el día del examen no lo perdió ninguno de los que nos presentamos: salvamos la prueba escrita y luego la oral, que era entonces una lectura, comentario de ella y respuesta a las preguntas de los profesores sobre lo que había escrito el alumno. Ese sistema sólo lo observé en los exámenes ante Emilio Oribe. Pero era además un poeta; siendo muy joven publicó su primer libro titulado "Alucinaciones de belleza" que luego reeditó con otro nombre.

Sabat Ercasty me reveló que él fue el primero que escribió un artículo sobre Oribe, en una salita del local de la Federación de Estudiantes que se publicó en una revista titulada "Evolución" dirigida por un señor de apellido Cibils. Me contó Sabat que los compañeros de clase que allí estaban y que en el patio hablaban, discutían y reían a propósito de cualquier tema, apreciaban mucho el esfuerzo de Oribe y así en algún momento exclamaron: "Silencio: Sabat está escribiendo un artículo sobre Oribe."

Eso revela especialmente la solidaridad que los alumnos tenían entre sí. Y ese fue el artículo que primero se editó sobre el pensador y filósofo.

Pero por otra parte, Oribe era un hombre que sentía mucha atracción por las mujeres, y cuando en una reunión había muchas, Oribe se transformaba y dejaba de ser el meditativo reconcentrado; hablaba alegremente, lo cual para quien observó esas dos expresiones no puede menos de llamarle la atención.

Y era un hombre bueno: regalaba sus libros. Un día me encontré con él bastante tiempo después de haber sido su discípulo en la calle Juan Carlos Gómez a cuadra y media del Cabildo; conversamos y él me regaló un libro que acababa de imprimir y me lo firmó.

Desde luego, la obra de Oribe es amplia y rica aunque a veces difícil y profunda. El final de su vida fue triste en verdad, pues murió en la mayor pobreza, en un hospital público. Siempre me quedó grabado eso ¿cómo tal injusticia, con un talento como el de Emilio Oribe? ¿No encontró una mano amiga que lo ayudara? Como amigo que era de Sabat, a veces, en los últimos años le pedía unos pesos. Tremendo para mí todo eso, porque Oribe era un valor de los realmente auténticos. Especialmente en la obra filosófica aunque sin descartar la poética, vale la pena recordar algunos de sus libros: en verso puede citarse "El Nardo del Ánfora" 1915, "El Castillo Interior" 1917, "El Halconero Astral" 1919, "El Nunca Usado Mar" 1922, "La Colina del Pájaro Rojo" 1925, "La Transformación del Cuerpo" 1930... Pero en prosa son profundos sus ensayos, como por ejemplo "Poética y Plástica" 1931 libro amplio e interésantísimo, "Hacia una Escuela de Belleza" 1932, y "Teoría del Nous" 1934, éste libro tiene una dedicatoria: A Clemente Estable, príncipe del Nous. Y aquí agrego que yo como alumno que fui de Estable, me resultó quien más me interesó de todos los excelentes profesores, por lo que considero esa dedicatoria de Oribe como muy justa.

Sabat Ercasty conoció a Enrique Rodó (1871-1917) e iba a la casa de éste en la calle Cerrito, en una manzana donde ahora está ubicado el Banco de la República. Era una casa de dos pisos, amplia, antigua, pero hermosa, tenía una escalera central y dos salas. una a la derecha y otra a la izquierda. Cuando Sabat asistía a cursos de la sección primera de la Universidad, bajaba del tranvía en Cerrito e iba casi diariamente a casa de la familia Rodó,  porque allí le esperaba Alfredo, hermano del gran escritor, que era ciego, pero muy culto y que colaboraba con poemas y prosas en el diario La Tribuna Popular.

Sabat le daba el brazo a Alfredo Rodó y de ese modo caminaban hasta la Universidad a escuchar especialmente las clases de literatura y filosofía. Había distintos profesores que dieron cursos durante algún tiempo. Por ejemplo Samuel Blixen dictó cursos desde 1892, y en 1894 publicó su extenso libro de tres volúmenes sobre las literaturas extranjeras, porque en aquella época, en vez de dar como ahora, unos pocos autores, se daba un panorama amplísimo de los diversos escritores de los que un estudiante o un lector pudiera interesarse. Hubo otros profesores como ser Francisco Alberto Schinca (1883-1934) que tenía cuatro años más que Sabat y es probable que fuese él quien le dio clases, y quizá también el de segundo año que fue Osvaldo Crispo Acosta (1884-1962) que tenía tres años más que Sabat y fue en su momento un notable profesor (aún tengo sus apuntes de literatura pasados a mimeógrafo) y que continuó dictando clases hasta que tuvo el ataque, no sé si a la cabeza o al corazón, cuando entraba a dictar, a los 80 años su curso de literatura de preparatorios para el ingreso a medicina, del Vázquez Acevedo. Si bien yo fui alumno del profesor Segundo, quien dictaba sus clases a los estudiantes de preparatorios de derecho, como había horas libres que coincidían con las que daba en medicina Crispo Acosta, iba también a escucharlo a él; era en mi opinión, el mejor profesor de aquel momento en esa materia.

Sabat con ese acto generoso de llevar hasta la clase, del brazo a Alfredo Rodó, pensaba, según me dijo, en el recuerdo que tenía de su propio padre que también había quedado ciego, y el poeta lo acompañaba también del brazo cuando quería asistir a algún lugar y me agregó al narrarme ésto: "Me hacía comprender mejor la tragedia de ser ciego".

Rodó se sentía agradecido del trato dispensado por Sabat a su hermano, y a veces se acercaba a ellos y conversaba un poco con ambos. Curiosamente Alfredo Rodó nunca firmaba sus artículos y le explicó al poeta que no podía admitir que el apellido Rodó fuese usado por otro que no fuera José Enrique. Y además, y esto es emocionante, a veces componía poemas de memoria y le pedía a Sabat dictándoselos que los pusiera por escrito sobre papel. El caso más recordado por él fue cuando visitó Montevideo Anatole France. Alfredo Rodó compuso, de memoria un soneto dedicado al grande y admirado escritor francés y Sabat Ercasty me dijo: "De ese soneto recuerdo dos versos que son éstos:

         "Ven, y en ara indígena pon la flor de Epicuro;

         derrama en nuestro ambiente tu ironía sutil..."

Sin duda puede deducirse que de estos dos versos, que era un soneto alejandrino, aunque en el primero de ellos parezca de quince sílabas, pero es que en la primera parte la palabra "indígena" por su acentuación esdrújula reduce una.

Me decía Sabat que el hermano de Rodó tenía "un talento bárbaro" y que sabía muchísimo. Y que adoraba la capacidad notable de su hermano, el gran ensayista uruguayo que era atacado por razones políticas; el caso es que, aunque diputado colorado, Rodó no se entendía con algunas de las ideas de Batlle y Ordóñez. Yo reflexiono para mí: "Dos genios, si, pero que le vamos a hacer."

Y una vez cuando se atacaba a Rodó por sus diferencias políticas (era por ejemplo contrario al sistema colegiado y prefería que se continuara con el presidencialismo y quizá hubiera otras diferencias) al escuchar esos ataques de los mismos hombres de su partido, el hermano dijo a Sabat: "Lo llevan a cosas pequeñas; los mismos de su partido no lo valoran. Pero... ¿qué importa? "Aquila non capit muscas." Es decir, "El águila no caza moscas".

Pensaba Alfredo que su hermano debía abandonar la política y dirigir una gran revista del americanismo, para tener una influencia continental, y que a Rodó a veces "lo manoseaban" porque si bien existe -agregaba- una alta política también existe una política inferior.

Sabat Ercasty admiraba tanto a Batlle y Ordóñez como a Rodó y entonces en ese punto mantenía su neutralidad.

Recuerdo que conversamos sobre el desentendimiento que a veces ocurre entre dos genios. Pero volviendo a como era físicamente Rodó, Sabat lo evocó de ésta manera: "Me parece todavía verlo caminar con sus pasos largos y lentos, dada su estatura que era de 1.90m y el modo de caminar de Rodó tenía cierta semejanza con el de Vaz Ferreira, aunque los pasos de éste no eran tan lentos como los de Rodó."

Y luego tras dar esta opinión cambió Sabat el tono, y me dijo que me iba a narrar al respecto, una nota jocosa de Teodoro José Barboza, que asistía a clases de psicología de Vaz Ferreira y además tenía amistad con Roberto de las Carreras. Y fue la siguiente: Sabat vio a Barboza caminar un día de un modo muy distinto, o sea con pasos más lentos y largos. Y le preguntó "¿qué te pasa que caminas así?" Y él, que era algo chusco y tenía mucha gracia me respondió: "Y... Los grandes talentos caminan así: a pasos lentos. El talento no me va a venir de ahí, pero por lo menos, camino como ellos."

Sabat no pudo menos que reírse y le preguntó: "¿Y piensas cómo ellos también?" "No. Por ahora sólo camino, pero por algo hay que empezar para ser genio."

Esta anécdota revela la gracia estudiantil, y además cómo los contemporáneos no veían a esos escritores como acartonados en su gloria que es lo que a menudo ocurre cuando se les mira desde las generaciones que no los conocieron personalmente.

Cuando hizo la prueba de trabajar en Buenos Aires entre los años 1909 y 1910 (en ese momento murió el 18 de marzo de 1910 en Montevideo, Julio Herrera Y Reissig) hizo en "El Diario" de esa capital tareas desde luego muy sencillas, es decir, modestas colaboraciones periodísticas; ese periódico salía por la tarde.

En él escribía también Leopoldo Lugones, quien, de tanto en tanto, aparecía y escribía de pie sobre una mesa muy alta. Y me narra Sabat: -"Yo, que literariamente no era nada frente a Lugones, no me animaba nunca a hablar con él hasta que una mañana nos encontramos uno frente al otro; yo bajaba la escalera y él la subía. En un descanso, lo detuve y le pregunté: -"¿Usted es el gran poeta Leopoldo Lugones?" Y él me respondió: "No sé si grande o chico pero soy, evidentemente Leopoldo Lugones." Y le dije: -"¿Puedo decirle algo que va a demostrarle que tiene en mi un gran admirador?" Y él me respondió:

-"Eso siempre agrada, sobre todo cuando se trata de un joven, que son los más inquietos, los que tratan de avanzar más..."

Entonces empecé a recitarle: "Qué hermosas las mujeres de mis noches...

Y le recité todo ese poema, y salteando partes también de todo el libro. Me dijo: -"¡Pero cómo! ¿Usted lo sabe todo de memoria?" -"En efecto, lo se todo de memoria." Me respondió: -"Cómo me impresiona que haya alguien que sepa de un libro mío más que yo mismo. Y además ¡cómo me agrada que un joven argentino me haya leído de esa forma!" Yo le dije: -"No es un joven argentino, es un joven uruguayo." "¡Ah, eso me impresiona mucho más! ¿Y usted leyó mi libro aquí o en el Uruguay?" "Conseguí un ejemplar en Montevideo, y en pequeñas reuniones de jóvenes lo leíamos siempre a usted, a Rubén Darío y a Jaimes Freyre." Yo decía: "Estos tres astros de la poesía americana podían ser las tres estrellas que forman el Tahali o Cinturón de Orión." Y él, meditabundo y sonriente, me respondió: "No está mal nunca formar parte de un gigante."

De pronto Sabat Ercasty retornó a Montevideo cuando supo que su padre había perdido la vista.

Pasaron años, se produjo la Primera Guerra Mundial, era Yrigoyen el primer presidente de Argentina y no quería romper la neutralidad ni manifestar inclinación alguna por los aliados. Aquí en Montevideo se produjo un acto de adhesión a ellos, y fue invitado Lugones para que hablara y lo hizo desde un balcón del Cabildo. Se refirió a la estrecha unión existente entre Uruguay y Argentina, censurando la doctrina de Zeballos, que quería que el Río de la Plata fuese sólo para Argentina. Dijo que ese personaje era el que revolvía y enturbiaba las aguas del Río de la Plata con un palito caviloso y torcido.

Yo trabajaba entonces como cronista parlamentario de "El Día". Lugones, por la noche visitó la redacción de ese diario. Y cuando estabamos todos reunidos yo, que me enteré me aproximé a él, le di la mano, y le dije: "qué hermosas las mujeres de mis noches...". Entonces me miró fijamente y me reconoció y me dijo: "-¿El mismo uruguayo de "El Diario? ¿Y todavía me sabe de memoria?" "-Todavía". "-Bueno, entonces vamos a darnos un abrazo."

Vuelto a Montevideo ¿cómo consiguió Sabat en 1911, ser empleado en la Fiscalía de la entonces llamada Alta Corte de Justicia? (Ahora en vez de Alta se le dice Suprema).

Su amigo, don Horacio Abadie Santos (1886-1936) un año mayor que el poeta, le comunicó que iba a dejar ese puesto; le advertía con eso que Sabat debía moverse para conseguirlo. Este pensó que lo podía ayudar Feliciano Viera que en ese momento era diputado, cuando se iniciaba la segunda presidencia de Batlle y Ordóñez.

Se conocían bien porque Viera aprendía esgrima, como todos los políticos de entonces, en este caso, en la sala en la que Don Mariano Sabat y Fargas la enseñaba, y el futuro poeta era ayudante de esa ciencia y a veces le tocaba que Viera la practicara con él. Así que lo fue a ver y le dijo: "-Don Feliciano vengo a hacerle un asalto de esgrima." "-¿Ahora mismo?" -preguntó Viera entre sorprendido y sonriente. "-Sí, le vengo a pedir un puesto en la Fiscalía. Horacio Abadie Santos me avisó que iba a renunciar para pasar a otra actividad."

Enseguida Don Feliciano Viera tomó el teléfono y llamó a la Fiscalía y tratando ese tema logró que apenas renunciara Abadie Santos fuese propuesto Sabat. Y así fue. Estuvo unos tres años y logró dejárselo a su novia para que tuviera algún sustento y él entró en "El Día"; sería hacia 1914. Y empleados ambos, aunque con poco dinero, se casaron.

¿Cómo conoció a Diana de la Fuente? Su novia, que era hermana de la que se casó con Julio Herrera y Reissig, estando en 1911 en El Ateneo, que en esa época era la casa de cantidad de intelectuales de ideas anti religiosas, Instituto adversario del club católico que se agrupaba bajo la égida de Zorrilla de San Martín, Sabat había ido a escuchar a Angel Falco el cual leía su poema dedicado a Artigas. Estaban en la sala grande del piso superior, llena de escuchas. Había ido con el poeta Ovidio Fernández Ríos (1882-1963) y vio al final de la sala a una muchacha que desde el primer momento le resultó muy bonita; le pidió a su acompañante que si la conocía se la presentara. Terminada la charla de Angel Falco y el acto cultural en general, Sabat Ercasty la acompañó a su casa, junto con amigas de ella y ahí nació su entusiasmo por Diana. Le advirtieron que ella no viviría mucho porque sufría gravemente de los pulmones, Sabat igual quería casarse con ella y le advirtieron que Diana no podía tener hijos, entonces Sabat dejó su empleo, logró que se lo dieran a Diana y él consiguió entrar en "El Día" y así se casaron. Sabat escribía algunas veces notas en "El Día" a su vuelta de Buenos Aires, pero ¿cómo entró como funcionario fijo? fue de la manera que le contó una vez, tras bastantes años, Pedragosa Sierra, escribano, diputado y que en cierto tiempo ejercía la dirección de ese gran diario, y se lo dijo a Sabat cuando tomaban un café frente al inolvidable edificio de El Día.

Sabat quería un empleo fijo para casarse con Diana de la Fuente. Ocurrió que Batlle y Ordóñez tenía un candidato y Domingo Arena tenía otro. Tras conversar los tres, Batlle por respeto a los dos amigos que opinaban diversamente a él, no quiso imponer el suyo y decidió que se haría un concurso, sin que los concursantes supieran que concursaban y a cada candidato se le requeriría un artículo sobre un tema diverso. Cuando leyeron esos tres artículos resultó unánime la decisión. "-¿Qué le parece el de Sabat? -le preguntó Pedragosa Sierra. "-Es evidentemente el mejor..."-reconoció Batlle.

-"Pero... usted también le dio, para inspirarse, una bañista hermosísima."

Así fue cómo Sabat Ercasty, sin saberlo, había concursado para gacetillero de "El Día". En efecto, Pedragosa Sierra le había dado una foto de una bañista y le encargó un artículo sobre el mar, las playas, los bañistas que fuera más o menos de media columna. Sabat lo escribió sin saber para qué era. Apenas había entrado Sabat al diario "El Día", siendo principios de 1914, poco antes del estallido de la primera guerra mundial, ocurrida por el asesinato del Príncipe heredero del imperio Austro-Húngaro, recién casado con una bella muchacha de bastante inferior alcurnia, recibieron una bomba en Sarajevo, aplicada por un anarquista al pasar un pequeño puente. Aunque el emperador Austríaco estaba disgustado ante el casamiento de su nieto y heredero directo, reaccionó con violencia contra los servios y arrastró a todos, tanto a sus aliados como a los de Francia y Rusia a la primera guerra mundial. Pero en esos momentos le tocó también a Sabat Ercasty el ir a la casa de la familia de Delmira Agustini a pedir, de parte de "El Día" una foto de ella, asesinada por el marido el cual se suicidó enseguida. En tremendos momentos, pues, Sabat iniciaba su carrera periodística en el diario fundado por Batlle y Ordóñez; entró escribiendo en la sección artes plásticas, pero además se le dio casi enseguida la de economía y finanzas. Cuando trabajó en El Día ocupó  muy distintos cargos, en cierto momento dos actividades a la vez, pues habían quedado vacantes. Después pasó a otras actividades en el famoso y tristemente cerrado periódico; por ejemplo, intervino en la sección telegráfica de noticias del extranjero, a fin de separarlas de las que debían ser incorporadas a otras secciones y también subtitularlas. En otro tiempo se desempeñó como reportero ante casi todos los ministerios del Estado y también tuvo a su cargo la crónica parlamentaria. No era fácil conseguir las notas y las crónicas y un ejemplo entre otros fue el siguiente: se le había encargado redactar las crónicas de la Asamblea Constituyente preparatoria de la Constitución de 1917. Y me contó Sabat Ercasty lo siguiente: que lo transcribo como me lo narró:

-"Como para esas crónicas para un diario colorado se les daba mucho espacio a lo que expresaban los representantes de ese partido y se hacía una síntesis breve de lo que decían los blancos, es de señalar que éstos últimos obraban  de la misma manera. Y hay que convenir que eso era en ambos casos comprensibles. Pero en cierta ocasión entregué la crónica ya terminada al entonces director de "El Día" Don Julio María Sosa. Y éste me dijo: -"Supongo que habrá aprovechado bien lo que dijo hoy Don Alfredo Vasquez Acevedo (1844-1923) porque viene muy bien para nuestras ideas." Le respondí: -"Hice como siempre...un breve párrafo sintético y nada más, pero si usted quiere, voy a ver a Vasquez Acevedo para pedirle la versión taquigráfica, que a esta hora debe haberla corregido." "Me contestó Sosa: -¿Lo conoce usted personalmente? ¿Sabe que escribe usted para "El Día"? Porque a mi no me tiene ninguna simpatía ni tampoco al diario." "-Algo lo conozco y trataré de convencerlo." "-Bueno...Vaya, bajo su responsabilidad, a ver si tiene éxito, aunque me parece que le resultará empresa difícil."

Antes de continuar con el episodio narrado por Sabat Ercasty presentemos someramente a las dos personalidades:

A) Julio María Sosa entonces director de El Día nació en 1879 y falleció en 1931. Fue diputado durante varias legislaciones y contribuyó al mejoramiento edilicio, tratando de abrir grandes avenidas y mejorando el entonces Parque de los Aliados, hoy Parque Batlle y Ordóñez. Era miembro de la Sociedad Uruguaya de Derecho Internacional, Presidente del Consejo Nacional de Administración, fue un posible candidato a la presidencia de la República y escribió diversas monografías, como ser. "Confraternidad americana" (1900); "Lavalleja y Oribe" (1902); "Maestros y escuelas" (1916).

B) Pero el abogado Don Alfredo Vasquez Acevedo nacido en 1844 y fallecido en 1923 fue también una figura prominente, por cuanto, además de ser Jurista fue Magistrado y hombre de gobierno. Se licenció en Jurisprudencia (antiguo nombre que se daba en la Facultad de Derecho) en 1866. Fue Fiscal en varios cargos a saber: Fiscal de Gobierno y Hacienda entre 1873 y 1875; de lo Civil y del Crimen (1876-78); de lo Civil (1878-85). Fue miembro de la Comisión Redactora del Código Penal en 1892, y Rector de la Universidad de la República durante casi 10 años, es decir, desde 1890 hasta 1899; en esa actividad hizo grandes reformas en la enseñanza superior. Además integró, como Diputado y luego Senador, el Poder Legislativo; fue Presidente en 1917 de la Convención Nacional Constituyente e incluso miembro del Consejo Nacional de Administración hasta 1922.

Entre esas dos notabilidades, muy enemistadas entre si, estaba Sabat Ercasty encargado de ver si podía conseguir lo que había expresado Vasquez Acevedo. Y Sabat optó por la sinceridad y me dijo: "-Recuerdo que entré muy decidido al escritorio del que fue constituyente nacionalista. Le dije sinceramente que era cronista parlamentario de "El Día" y que venía a solicitarle la versión taquigráfica de las palabras que él había pronunciado en la sesión de la Constituyente. Me contestó que ello era imposible, porque la tenía comprometida para "El País" y esperaba que la viniesen a buscar. Yo dudé y pensé: "No me la quiere entregar porque es para El Día." "Vasquez Acevedo ya tenía mucha edad. Lucía unos largos bigotes, que me hacían pensar en cierto grabado o pintura de Vercingétorix (aclaremos para quienes no recuerdan que éste hombre citado por Sabat fue el ilustre jefe galo que se opuso a la conquista del romano Julio César). Su cabellera era impecablemente blanca; el cuerpo, delgado, era alto, y poseía manos finas alargadas y de flexibles dedos."

"Ante su contestación lo miré un momento bien de frente y le dije: -"¿Usted no fue compañero de José Pedro Varela en la Sociedad "Amigos de la Educación Popular"? Me dijo que si. "¿Y no fue también autor de los cuatro libros que se utilizaron en la escuela pública en la época de la Reforma y en los cuales tuve la satisfacción de aprender a leer? Me contestó, complacido entonces, que así era." -"Tanto los estudié, complacido, que me quedaron hasta hoy en la memoria" -le dije.

Sabat Ercasty me recordó que tenía en aquel tiempo una memoria prodigiosa y que hacía entonces unos dieciocho o veinte años que había dejado la escuela pero que eso no le impedía recordar prácticamente todas las lecciones de los cuatro volúmenes; claro que en ese tiempo se aprendía todo de memoria, lo que hoy desde luego, y con razón, no se exige así. Parece que Vasquez Acevedo quedó intrigado con lo que le aseguraba Sabat Ercasty y se adivinaba que querría hacer una comprobación de lo que éste afirmaba, sin decidirse por caballerosidad a ponerlo en duda. Y Sabat, al darse cuenta de ello, lo alentó -díjome- con cierta especie de desafío: -"Tome cualquiera de los cuatro volúmenes y pregúnteme lo que quiera." "Abrió el destacado político el libro cuarto y al azar surgió un largo fragmento de "Vértigo" de Gaspar Nuñez de Arce y me dijo: -A ver: repítame la primera décima de este poema (Yo lo interrumpí y le pregunté si todavía la recordaba Sabat, y ante mi interrogación, muy complacido me la volvió a decir a mí a los 91 años, sin ninguna vacilación y todavía siguió un poco más). Y prosiguió: "Tras ésto el ilustre político abría el libro a azar y Sabat siempre le contestaba. Sorprendido lo hizo con los otros volúmenes. Sabat me contó que ya muy alegre pues veía que la actitud de Vasquez Acevedo hacia él se hacía muy amable y veía que iba con esas preguntas ganando la versión taquigráfica. Al fin, Vasquez Acevedo, al ver que tras tantos años recordaba sus libros de escuela de memoria se fue sintiendo verdaderamente emocionado. Al fin tomó la versión y se la dio, pero con ésta advertencia: "-Se la presto pero a usted, no al Director de "El Día", el señor Julio María Sosa."

Lo notable del caso es que tanto tiempo después, unos 82 años de haber aprendido esas lecciones, me las recitaba a mí, y lo hacía tanto en las partes en verso como en las de prosa.

Pero en el diario "El Día" Sabat Ercasty tuvo que realizar otros trabajos: estuvo en las secciones de ganadería y agricultura y en otra ocasión escribió algunas crónicas policiales de último momento.

Orosman Moratorio (no sé bien cual de los dos de mismo nombre) que fue en una época secretario de "El Día" e interinamente Director le llamaba a Sabat "El Hombre-Orquesta", porque tocaba todos los instrumentos.

Leoncio Lasso de la Vega, que se radicó aquí y falleció en 1915 le decía: "-Pero, tú escribes de todo". Le respondió Sabat: "Cronista de todo, menos cronista social." "-Te felicito -le respondió Lasso de la Vega-. Porque hay tres clases de sexo: masculino, femenino... y cronista social."

Ciertamente salvo los editoriales y las crónicas políticas que no le tocaban a él y la página social, escribió en todas las secciones. Y me hizo esta reflexión: "-En el que escribe de todo hay una especie de inestabilidad emocional. Va de un lugar a otro: hoy al Cerro, mañana a Maroñas, pasado a Buenos Aires."

Sabat Ercasty también apreciaba y era apreciado por el Doctor Domingo Arena, la figura colorada de más importancia después de la de Batlle y Ordóñez. Arena (1870-1939), fue una figura notable con la cual a veces Batlle discutía a solas distintos grandes proyectos sociales; es asombroso que hoy -espero que solo momentáneamente- no se le tenga presente había nacido en Italia y por ley no podía ocupar la presidencia de la República que de otro modo le hubiera correspondido; escribió artículos y también libros y folletos como ser: "Batllismo y sociedad; la cuestión obrera en el Uruguay" (125 páginas); "Batlle y los problemas sociales en el Uruguay" (291 páginas); "Batlle y el ejecutivo Colegiado" (78 páginas); "Batlle, recuerdos, anécdotas, reflexiones; la muerte" (36 páginas); "Cuadros criollos, escenas de la dictadura de Latorre" (183 páginas); "Discurso... pronunciado en la sesión del 28 de mayo de 1916" (23 páginas); "Divorcio y Matrimonio"; "Escritos y discursos del Dr. Domingo Arena sobre Batlle y Ordóñez" (1942) de 241 páginas; "Ley de horario obrero, discurso de 1915"; "Por el alivio del dolor humano"; "El pensamiento de Batlle en acción, discursos parlamentarios y artículos periodísticos"; "La presunción de Legitimidad" comentario a los artículos 190 y 196 del código Civil (1910); "La Reforma Constitucional" conferencia de 1913 (78 páginas)...

Sabat Ercasty apreciaba muy especialmente los discursos parlamentarios de Domingo Arena, y éste, que conocía bien el valor literario del naciente gran escritor le mandaba sus crónicas a "El Día" con éstas palabras: -"Te voy a mandar la versión taquigráfica, el discurso es largo, pero te marginaré algunos fragmentos. Y los marginaba con admirable sentido de lo que era necesario destacar."

Me confesó Sabat que tenía avidez de leer antes de ser publicados, los artículos que Batlle enviaba, desde Piedras Blancas, para seguir sus opiniones respecto de la lucha política de aquella época, y a veces pedía al corrector que se las prestara un momento y así se adelantaba a los lectores que recién al otro día iban a leerlas. Y me agregó: -"Batlle utilizaba una prosa sencilla, de fácil asimilación, como para que fuera comprendida por la mayor cantidad de público. Eran artículos de lucha política, contestando a editoriales de otros diarios, en combate continuado e intenso."

En "El Día" le tocó también a Sabat hacer la sección ganadería y agricultura como se ha dicho, para lo cual estuvo durante varios días en la estación agronómica de Colonia, siguiendo los trabajos del célebre doctor Berger, a fin de redactar artículos de filotecnia (técnica de las semillas).

Cuando después de estar en el Instituto fototécnico pasó a hacer la crónica parlamentaria, tuvo ocasión de conocer a todos los grandes políticos del país y de aquella época.

En algunas noches en las que se debía quedar de guardia en "El Día" hasta las cinco de la mañana, tenía ocasión de escribir las crónicas de los crímenes que se cometían durante la noche.

Más de una vez quedaban él y Vicente Basso Maglio (1889-1950) y tenían ocasión, como grandes amigos que eran, de hablar sobre sus respectivas obras literarias. Señalemos que Basso Maglio escribió en 1917 "El Diván y el Espejo", "Canción de los pequeños círculos y los grandes horizontes" (de poesía algo barroca y tendencia simbolística, honda pero difícil aunque es de lo mejor que escribió) y además, en prosa en 1929 su ensayo sobre el tema de la estética bajo el título "De expresión Heroica" y en 1930 "La tragedia de la Imagen". Autor muy capaz, pero que escribió poco.

Cuando ambos amigos dejaban su trabajo en "El Día" a las cinco de la mañana, tenían el buen apetito de la juventud, pero lo que les faltaba era el dinero para comer en alguno de los lugares nocturnos. Y dice Sabat que en esos casos esperaban la noticia de la muerte de alguien. Cuando venían con un aviso fúnebre, Basso Maglio, quien era muy gracioso e ironista y reconocía los pasos característicos del empleado de empresas fúnebres que traía los avisos mortuorios, le decía a Sabat: "-Escucha sus pasos: Éste nos trae un muerto fresco para esta noche. Ese empleado depositaba el dinero para el anuncio mortuorio del día siguiente y tanto Basso Maglio como Sabat lo tomaban y dejaban un recibo a Barrandeguy para que les descontara el dinero del sueldo a fin de mes. Barrandeguy -aclaró Sabat- que era un administrador sumamente escrupuloso, comprendía, cierto, la necesidad de esos muchachos que hacían el trabajo nocturno y siempre la disculpaba, pero al pagarles el sueldo a fin de mes les decía: "-Vamos a contar bien porque éste tiene dos muertos en su contra y éste otro tantos..."

Sabat se arriesgaba a mucho y para probarle a Diana que  creía que se curaría tomaba en la misma copa de ella. Pero Diana se agravó y falleció ante la tristeza muy grande de Sabat; solamente permanecieron alrededor de tres años de casados. Estando solo en la pieza de la casa alquilada donde habían vivido ambos, le ocurrió a Sabat una visión que le impresionó; sintió ruidos en la escalera y Diana de la Fuente, que ya había fallecido, se le apareció en el momento en que Sabat estaba recostado en la cama. Ella llegó hasta la ventana donde había una mesa con libros, lo miró sonriente, le señaló el libro que estaba a punto de publicar y Sabat la miraba inmóvil y ella desapareció. El libro es "Pantheos", de manera que Sabat quedó solo con el trabajo de "El Día".

Por ese matrimonio fue concuñado de Herrera y Reissig aunque ya había muerto el gran poeta.

Vamos a narrar algunos recuerdos  que Sabat Ercasty tenía de su actividad en El Día, la cual comenzó a principios de 1914 cuando tenía unos 26 años aproximadamente en el momento en que comenzó la primera guerra europea. Sabat admiraba mucho a Batlle y a veces trabajaba en ese diario notable no sólo de día sino que en algunas ocasiones le tocaba la labor nocturna para recibir telegramas y también cuidar el local. A ocasiones Batlle y Ordóñez llamaba por teléfono desde Piedras Blancas, su residencia, para adquirir noticias importantes extranjeras y políticas, especialmente cuando se desarrollaba la primera guerra mundial.

Por otra parte gustaba junto con otros empleados de ese diario, especialmente su muy buen amigo que trabajaba en él, el escritor Vicente Basso Maglio ir a Piedras Blancas a jugar los domingos al fútbol, pues se había hecho no lejos de aquella mansión, una especie de canchita para practicar dicho deporte. Los hijos de Batlle a los que conoció cuando eran estudiantes gustaban mucho también de practicarlo. También iba el que luego fue abogado y fiscal llamado Gerardo González Murigan que era muy amigo de todos ellos, y también otras personalidades. A veces, después de trabajar, salía de la casa Batlle y Ordóñez y entonces todos detenían el juego y se acercaban con devoción a saludarlo. En general Batlle los observaba de lejos para ver cómo jugaban, y entonces seguían un poco más; como demostración de su experiencia futbolística pero luego se acercaban a Batlle si el se detenía. Y me contó Sabat que un día al llegar hasta Batlle éste les dijo que le agradaba el fútbol porque era una lucha, un esfuerzo, y siempre se impresionaba en el instante en el que un jugador hacía un gol. Pero un día, meditando más el tema, agregó: "Cierto; por eso mismo me complace mirarlos a ustedes, pero les diré que si bien el pie logra buenos goles, conviene no olvidar que los mejores goles son los que se hacen con la cabeza."

Notable apreciación de Don Pepe, como se le llamaba; sus leyes humanas fueron notables tanto que transformó la economía del país; en aquella época el peso uruguayo valía dos centésimos más que el dólar.

Era adorado del pueblo y es de recordar cómo se lloró su fallecimiento... Vi a mi padre llorar... por única vez.   

Personajes conocidos por Sabat Ercasty 

Le pregunté: ¿Conoció a Luis Alberto de Herrera?.

“Lo conocí cuando era cronista parlamentario entre los años 1914 y 1920 aproximadamente, cuando él era diputado y yo cronista parlamentario de “El Día”, y se hacían sesiones en el Paraninfo de la Universidad, y allí se debatía, porque el Palacio Legislativo no estaba terminado.

Allí vi a Herrera. Tenía un extraordinario don de gente, era un hombre que hablaba, aun en los discursos de la Cámara, en forma muy natural y sencilla. Sus discursos salían publicados y parecía que estaban hechos, no sólo pensando en disputas, sino en la masa del pueblo.

Lo encontré sí varias veces, pero no cultivé mayor amistad con él. Y sin embargo – agrega-  tengo un recuerdo personal, de algo muy amable que me dijo Herrera. Se había organizado un acto en el Ateneo y había sido invitado a leer un poema mío. Entre los que presidían el acto estaban Vaz Ferreira y L. A. De Herrera. Recité el poema titulado “La ola”, perteneciente a los “Poemas del Hombre”, era muy largo, pero impresionó favorablemente al público. Y cuando terminé la lectura, el primero que me felicitó fue Herrera, que me dio la mano calurosamente, y me dijo más o menos estas palabras: “Su ola es digna de cualquiera de los océanos”. Después me felicitó Vaz Ferreira y yo quedé sentado entre ambos, formando un trío del cual, yo desde luego, era el menos importante”.

Juana de Ibarborou 

“La conocí poco después de su publicación de “Lenguas de Diamante”. Yo ya había editado “Pantheos” y a ella le había gustado mucho. Era una mujer que con solo verla y escucharle la primera palabra producía una verdadera corriente de simpatía. La visité varias veces y siempre se manifestó con gran sencillez y modestia; le gustaba hablar de los demás en forma elogiosa, más que de sí misma. Pero a veces, a solicitud de Sabat le leyó algunos poemas.

Sabat le dijo: “Ud. Es extraordinaria componiendo versos, pero no leyéndolos. Démelos”.

“Y yo se los leía, porque había sido profesor de lectura en el Instituto Normal”.

Había admiración mutua entre Juana de Ibarborou y Sabat Ercasty.

Su marido, el Coronel Lucas Ibarborou sentía gran admiración por ella. Y más de una vez se complacía en elogiarla de un modo extraordinario. Era un buen esposo, que sabía apreciar el valor de ella.

Sabat conoció a la madre, que era ya anciana, Juana, que tenía veneración por ella, la cuidó abnegadamente.

Juana y Sabat se mandaban mutuamente los libros que publicaban. 

Clemente Estable (1894 – 1976) 

“Es (lo decía el 18 de Noviembre de 1975) desde hace unos 30 o 40 un gran amigo mío al cual estimo muchísimo. Estudió magisterio como interno, así era entonces, del Instituto Normal de Varones (sito en 18 de Julio y Cufré, más o menos). Estable fue alumno de dibujo de mi hermano Hermenegildo. Sabat le hizo un soneto a Estable. Fue en una fiesta que se le hizo al cumplir.

Sintió, desde muy joven, Estable una gran vocación por la histología y fue a España a estudiar con el más célebre histólogo Ramón y Cajal (Premio Nobel en 1906 de Filosofía y Medicina, repartido con Camilo Golgi, italiano, 1843 – 1926). Fue muy apreciado por Ramón y Cajal. Cuando vino aquí se fundó el Instituto de Investigaciones Biológicas bajo la dirección de Estable, al cual dedicó la mayor parte de su tiempo. Publicó estudios muy elogiados en importantes revistas Europeas. Y un libro de gran importancia pedagógica: “El reino de las vocaciones”.

“Yo sentía una atracción especial por el estudio de la histología y muchas veces iba al Instituto y me pasaba días contemplando con él su microscopio. Y mirábamos desligarse bajo los lentes los prodigiosos dibujos de los tejidos de todo nuestro organismo y en especial los del sistema nervioso. Ni juntando las letras de todos los abecedarios de todos los idiomas del mundo se podría reunir la cantidad de líneas realmente inimaginables de que está compuesto nuestro organismo. Yo sentía, y así se lo manifestaba a Estable, la misteriosa impresión que me causaba, el que pudiéramos llamar el infinito paisaje del cuerpo del hombre. Si por un lado me atraía la parte científica y el contemplar aquella complejidad que está encerrada dentro de nuestra piel y las incalculadas funciones de todos aquellos elementos celulares, por otra parte sentía el goce estético de esas casi inverosímiles geometrías y pensaba en el genio incalculable de la Vida. ¡Con cuánta inocencia vivíamos! Recuerdo (hace un paréntesis) que más tarde concurrí durante seis meses a un curso especial de histología que nos dictó, a un pequeño grupo, uno de los histólogos del Instituto de Estable: el Dr. Julio María Sosa (que nada tiene que ver con el político). Las clases se dictaban en la casa de ese doctor. (Es el que estuvo casado con Isabel Sexto). Allí tuvo oportunidad de ver cuatro o cinco cortes del cerebro humano. Cuando terminó el curso, yo le agradecí al Dr. J. M. Sosa todo lo que había comprendido y sentido y todo lo que en realidad había profundizado, tal vez en lo más prodigioso que existe en el planeta: el cerebro del hombre. El Dr. Julio María Sosa me dijo: “Y por suerte ahora puede decir que sabe lo que es un cerebro”. Yo le contesté: “Es cierto, ahora sé en sus detalles lo que podríamos llamar el mapa geográfico del cerebro, pero me hubiera agradado ver algo más, ver el instante en que un cerebro vivo concibe una idea”. Y el Dr. Sosa me contestó: “No sé si creo o no creo en Dios, pero si Dios da lecciones de histología, vaya a tomar lecciones con él y tal vez le muestre cómo se forma una idea”. 

Enrique Casaravilla Lemos (1889 – 1968)  

Lo conoció desde muy joven. Tenía éste una gran memoria. Cree Sabat que incluso muchos poemas no los escribía, sino que los hacía en la memoria, los corregía en la memoria, hasta que le parecía que el poema estaba bien, y entonces recién los escribía. Cada vez que Casaravilla se encontraba con Sabat le decía las correcciones que hacía a un poema, de modo que Sabat aprendió algunos de memoria. Dice uno más o menos:

“De las tenaces águilas la más tenaz se curva

ante el silencio enorme de la celeste curva...” 

Julio Raul Mendilarshu (1887 – 1924) 

A Julio Raúl Mendilarshu lo conoció menos, de estudiante. Su trato fino. Era rico y generoso. Luego lo perdió de vista cuando se fue a Europa. Este tenía gran admiración por Verharen.  

El busto que hizo el escultor Barbieri 

“Cuando la presidencia de Brum el gobierno uruguayo resolvió donar un bajorrelieve para que fuera colocado en un costado del monumento que hoy se levanta en una plaza principal de la Habana. Barbieri realizó esta obra y tenía un taller muy cerca del liceo Miranda (Sierra y Nicaragua). Yo daba clases de tarde, en las primeras horas y muchas veces iba a conversar con el escultor, que era muy dado a la lectura de obras más o menos esotéricas y le interesaba mucho el ocultismo. Por esa época estaba modelando el friso para el monumento de Martí y quería hacer una figura humana desnuda, pero no tenía modelo, ni siquiera una pobre estufa. No obstante eso, yo le dije:

-Yo soy el modelo.

-Pero hace mucho frío.

-Yo aguanto, lo hacemos en varias veces en vez de pocas para no enfriarme.

En efecto, desde ese día me quité la ropa y todos los días, al salir del Miranda, posaba, lo único que le pedí es que no hiciera mi cabeza igual; bastaba con que saliera el cuerpo.

Terminado el friso fue a Cuba y colocado en el pedestal de Martí.

Cuando el Congreso del Centenario de Martí en 1953, muchos años después de ser modelo, los académicos americanos y europeos le hicieron al poeta y prócer un homenaje colocando un ramo de flores. Y dije ante el asombro de todos los académicos que aquel cuerpo que estaba allí era el mío, lo cual dio motivo a un excelente artículo que salió en La Habana, comentando eso. Durante los actos recordatorios yo recité tres cantos del libro titulado “Poemas del Hombre; Libro de Martí”.

Lo curioso es que después de 30 años un profesor italiano de literatura de la lengua española de la Universidad de Florencia publicó un libro (y es realmente una casualidad) “De Martí a Sabat Ercasty. De modo que si en el monumento de La Habana están Martí y Sabat Ercasty, también lo están en mi libro”

 

Con Juan Parra del Riego (1894 – 1925)

“Durante un par de años Parra del Riego vivió en mi casa familiar (Palmar entre Patria (Acevedo Díaz) y Victoria (Duvimioso Terra). Yo ocupaba en el fondo un altillo un tanto angosto pero muy largo. En esa época, Parra y yo leíamos el Fausto de Goethe y lo analizábamos fragmento por fragmento. Era más o menos por 1920 o 1921. El vino a Montevideo por 1917.

Quien leía en voz alta y maravillosamente bien era Parra del Riego. Y me decía:

- “Fausto es extraordinario como personaje, pero yo no sé por qué rara transformación que en mí se opera, nunca me siento Fausto al leerlo, me siento Mefistófeles y a veces se apodera tanto de mí que es como si yo fuera él mismo y eso me provoca un estado de excitación, porque ser Fausto es magnífico pero ser Mefistófeles es terrible”.

“También leíamos juntos un volumen de Andreiev que le había regalado en Chile Gabriela Mistral. Parra sentía admiración por ese autor ruso y le gustaba, especialmente “Los siete ahorcados”. Era muy excitable por medio de la lectura, de modo que al apagar la luz para dormir (lo hacíamos en la misma pieza) al rato, cuando creía que me había dormido, me pegaba un grito:

-¡Carlos! ¡Carlos!.

- ¿Qué?

-Estoy muy excitado con la lectura y no puedo dormir. Vamos a la azotea.

Ibamos por una escalera. Y entonces empezaba a hacer gimnasia y yo también, para fatigarse y atraer el sueño. Parra levantaba la cabeza, miraba las constelaciones (que yo se las había enseñado, como había sido profesor particular de astronomía) y al hacer, por ejemplo, una flexión doble, miraba, por ejemplo, a la Cruz del Sur y decía:

-Esta flexión la estoy haciendo en ofrenda a Alfa y a la Beta de la Cruz del Sur.

Otras veces acentuaba su esfuerzo gimnástico y decía:

-Esta flexión es para Sirio, por ser la más brillante del cielo.

Y así, los distintos movimientos gimnásticos que hacía los dedicaba siempre a alguna estrella, pero al fin lo hacía con más afirmamiento y delicadeza y lo dedicaba a las Tres Marías, porque en Perú, su más grande amor había sido una joven llamada María y decía:

-Ella era tan grande estrella como las Tres Marías.

Bajábamos a la pieza y entonces, indefectiblemente se dormía”.

“A Parra lo seguí viendo toda la vida, pues éramos muy amigos. El escribió sobre mí un estupendo trabajo que está en su libro “Prosas”.

El día que él falleció, llegó muy apurado Lasplaces a casa. Con gran dolor me anunció:

-Acaba de fallecer Parra. Tenemos pronta la revista (se refería a “La Cruz del Sur” que dirigía  el propio Lasplaces”). Haceme un artículo sobre Parra; nadie lo va a hacer mejor que tú.

Y lo hice.

Se enamoró de Blanca Luz, que estaba empleada, y vivía en un convento. Tenía ella que llegar a la hora reglamentaria y por eso se veían sólo un rato. Parra, al propio tiempo, escribía “El libro de Blanca Luz” (1925).

Parra en cierto tiempo, si no me traiciona la memoria, vivía en la calle Misiones, donde tenía una pieza alquilada, una habitación muy modesta. A propósito el único lujo que tenía era una máquina de escribir. Más de una vez, cuando iba a verlo, la máquina no estaba. Estaba, como de costumbre empeñada.

-Pero ¿no hacés más que empeñarla y desempeñarla?.

-Ahora la máquina está tan acostumbrada que va caminando sola hasta la casa de empeños... Y vuelve sola. Es la que me saca de los apuros económicos.

Una vez en que hacíamos un homenaje a Jules Supervielle en el Hotel del Prado fui a buscar a Parra (a la calle Misiones). En esa época había escrito “El libro de Blanca Luz” y lo puso en su bolsillo. Al llegar a la acera me dijo:

-Tomemos un auto; es el banquete a un gran poeta.

¿Qué sucedió? Parra me leyó durante el viaje todos los poemas de “El libro de Blanca Luz”. Yo lo abracé y lo felicité. Y él me dijo:

-No digas nada en el banquete. No quiero leer nada allí. Con habértelo leído a ti ya estoy satisfecho. Además soy la antípoda de esos poetas que andan buscando amigos en la calle para fusilarlos con sus poemas.”

¿Cómo era física y espiritualmente Parra?

“Recuerdo que el mismo día que vino a Montevideo fue a presentarse a “La Razón” como poeta que venía de Chile (donde había tratado a Gabriela Mistral y había hecho amistad con ella), y también de Argentina, donde trabó amistad con Bernardo Canal Feijóo, que vivía en Santiago del Estero. Vino más o menos por la época en que publiqué “Pantheos”. Allí se enfermó Parra de “Paludismo”. Y quedó durante un tiempo todavía convaleciente pero aun con mala salud, en una pieza que alquiló en Montevideo, por Río Negro casi Soriano, donde yo iba a visitarlo y le llevaba remedios porque estaba muy solo. Quedamos amigos para siempre. Yo escribí lo primero que se publicó aquí sobre él, cuando estaba en “La Razón”. El artículo salió con una foto. Hice el artículo de bienvenida y él el de despedida. Parra vino como en aventura, como luego fue a Brasil y a España. Y luego volvió a Montevideo para morir. Era un poco menor que yo, muy entusiasta, conversador, recitaba prodigiosamente bien. Dio varias conferencias”.

Manifestó a Sabat mucho entusiasmo por “Pantheos”.

“Más adelante, cuando publiqué el primer volumen de “Poemas del Hombre” y algo más, él me decía, a modo de censura, al ver mi modo de ser:

-Tú eres demasiado modesto. No te das el lugar que debe darse aquí un poeta como tú.

Yo le respondí:

-Yo no soy modesto ni inmodesto. El poema central de Pantheos se titula “El árbol”. Y yo soy como el árbol. Tiene raíces, frutos y el árbol ni siquiera se entera de que lo despojan. Ahora, lo que yo interiormente pienso de mí, quién sabe qué será.

Y me acuerdo que él me dijo:

-Las virtudes muy exageradas corren el peligro de no ser virtudes”.

Le respondí:

-Parra, cuando yo estudiaba para dar un examen de ingreso en la Universidad me preparaba con un maestro siciliano, don Francisco Marota, entre los ejercicios que me ordenaba para la lección siguiente siempre había una composición escrita en mi domicilio. Cierta vez él mismo me dio el tema, contándome una anécdota de Arquímedes, que se hundió en mi espíritu para toda la vida: “Un rey de alguna ciudad de Sicilia invitó a Arquímedes a su estado, porque quería hacerle algunas consultas. Aceptó y el día en que partió en la nave se encontró como que iban muchos viajeros ricos y poderosos en ella. Al arribar la nave al puerto italiano. Arquímedes quedó algo alejado viendo desfilar a todos esos viajeros opulentos que llevaban grandes equipajes. Arquímedes que nada llevaba, bajó después y se le pidió el equipaje. El levantó la mano hasta tocarse la frente y dijo:

-Todo lo llevo aquí conmigo”.

Esa anécdota siempre me ha impresionado sobremanera.

 

Con Enrique Larreta (1875 – 1961)  

“A Larreta lo conocí en Montevideo, cuando vino a buscar datos sobre su propia familia. Conversamos en esa ocasión un par de horas. Larreta tenía una idea bastante exacta del Uruguay y detalló muchas cosas, tal vez algunas que yo mismo, ni siendo uruguayo, las conocía. Hablaba lentamente con una gran seguridad y provocaba la inmediata simpatía de quien estaba conversando con él. Acaso se haya impresionado por todo lo que yo le dije de su obra. No hacía ostentación de su personalidad literaria, ni tampoco quiso referirse a los valores de sus libros. Me dio la impresión de que anteponía en él lo que llamaríamos “el hombre” (como hombre) por encima  de lo que tenía de escritor, cosa que no siempre ocurre, pues lo que a menudo sucede en otros, es que el escritor quiere sobreponerse al hombre”.

Con Arturo Capdevilla (1889 – 1967).  

“A Capdevilla lo conocí fugazmente en Montevideo. Recuerdo que en un momento determinado, cuando yo le dije que éramos de la misma sangre catalana él me habló un momento en catalán y quedó sorprendido cuando yo le contesté también en catalán y le recité algunos fragmentos de la célebre epopeya “la Atlántida” de Mosén Sinto, que mi padre tenía siempre a mano.

Después me escribió Capdevilla algunas cartas acusándome recibo. Por cierto que dijo de mí muchas cosas que no creo merecer. Fue muy generoso”.  

Con Ricardo Rojas (1882 – 1967)  

“A Rojas lo conocí cuando vino a Montevideo. Estuvo invitado especialmente por la Escuela República Argentina en la cual yo dictaba unas sencillas clases de literatura a las alumnas de las clases superiores, entre las cuales se encontraba mi hija”.

“Se realizó un acto en el gran patio de la escuela en donde fueron congregados todos los alumnos a fin de escuchar a Rojas. La presentación la hice yo, leyendo un par de páginas. Me parece ahora, tras tantos años, que había realmente acertado en lo que dije de él. Cuando terminé la lectura, Rojas me abrazó y me dijo:

-Esas páginas son mías.

Me las tomó de las manos en tanto yo le expresaba:

- Con respecto a lo que Ud. vale son muy poca cosa mis palabras.

Y él me replicó:

- Ni Ud. que las escribió ni yo que fui el motivo de estas hojas podemos juzgar a propósito de ellas.

¿Sabe quién fue el juez? El entusiasmado aplauso de toda la escuela”.

J. Herrera y Reissig (1875 – 1910)

Sabat, Lasplaces y Herrerita (Ernesto Herrera 1886 – 1917) fueron a ver a Herrera y Reissig para que colaborara en la revista “Bohemia” (cree que la dirigía, pero no recuerda bien, Alberto Lista).

“Fuimos a verlo a la casa de la familia. Vivía con su esposa. Cuando se enteró del objeto de la visita y tras saludar más efusivamente a su primo (Herrerita) nos dijo que casualmente tenía un par de sonetos alejandrinos que podíamos insertar en la revista, y nos leyó uno que comenzaba:

“¡Oh, la brega que jacta de virtudes y pieles!”.

Mientras leía cada palabra, y especialmente al final, nos miró a todos y nos preguntó si habíamos captado el sentido de ese verso inicial. Nos miramos los tres un poco sorprendidos por lo extraño que nos resultaba ese primer verso del soneto y no sabíamos qué decir. Entonces él dijo:

- Voy a repetirlos.

Y volvió a leer el soneto.

Como advirtió que estábamos algo perplejos y que le decíamos, algo tímidamente, que nos parecía algo oscuro para nosotros, lo leyó por tercera vez y ya mirándonos con sus ojos sonrientes nos dijo al fin:

-¿Uds. no lo ven? Pero, ¡si es una pelea de chivos!

Siendo Herrera y Reissig todavía muy joven, se despertó casi repentinamente en él, según sus propias palabras, su vocación de poeta, que por ser tan intensa le absorbería casi la totalidad de su vida. Por su misma juventud, sus comienzos coincidían con las formas decadentes del romanticismo, y sus versos, según la expresión de algunos de sus familiares, no representaban aún un verdadero valor literario. Además, lo que llamaríamos “la profesión de poeta” no era de gran porvenir, sobre todo desde el punto de vista práctico en el Uruguay.

Un hermano de Herrera y Reissig, que estudiaba derecho, se preocupaba por el porvenir de Julio; tomó a escondidas el cuaderno de éste para que fuesen leídos y juzgados sus versos por Vaz Ferreira. Este leyó y estudió los poemas y le dijo al hermano de Julio:

- Son como los versos que todos hemos hecho a esa edad (Sabat llegó a leer algunos escritos por Vaz Ferreira que estaban en un cuaderno en el Ateneo). Sin embargo he sorprendido, aquí y allá, algunos chispazos que me impresionaron. Si en el futuro como posiblemente ocurrirá, esos chispazos llenan sus poemas, me parece que lo mejor es que siga escribiendo. A una cabeza mediocre jamás le saltan chispazos. (Sabat no sabe por qué se lo contó Vaz Ferreira). Y agregó Vaz Ferreira a Sabat “Por suerte sólo subsistieron los chispazos.

Con Emilio Frugoni (1880 – 1960)  

“Yo era muy amigo del Dr. Lincoln Machado Rivas, el cual a su vez era amigo y correligionario, como socialista, de Emilio Frugoni. Eso hacía que los tres nos encontráramos frecuentemente, porque a Machado Rivas le gustaba ir conmigo, lo que daba lugar a largas charlas.

Yo conocía a Frugoni desde tiempos atrás, porque cuando se dictaba el Bachillerato en Cerrito y Patagones (hoy Juan L. Cuestas) Frugoni daba clases de Literatura (como las dieron también, siendo estudiante de derecho Juan Antonio Buero y Eduardo Rodríguez Larreta).

A mí también me agradaba ir a todas esas clases como estudiante libre; escuchaba a esos profesores y me daba cuenta que las clases de los tres tomaban un tono oratorio.

Pasados los años yo le señalaba esta característica a Basso Maglio, que era también estudiante en esa época y que además de ser un finísimo poeta era temible en sus ironías. Y entonces me contestó:

- Yo también alguna vez los escuchaba y llegué (quizá por ser cronista parlamentario) a la conclusión de que si bien daban muy buenas clases de literatura, a la vez se estaban ensayando en la oratoria política y de ahí el tono de discurso que tomaban sus clases, que, por otra parte, era muy del agrado de los estudiantes.

Después de muchos años, ya en la vejez de Frugoni yo le conté todo esto que acabo de decir y Frugoni me contestó:

-Los oradores nacemos para la oratoria y la aplicamos sin darnos cuenta, hasta en las conversaciones familiares, y eso a veces nos exige un gran esfuerzo, porque es muy difícil matar un discurso; uno no sabe por donde pincharlo. Ahora, con los años, va predominando el conversador sobre el orador, lo cual a veces hace peligrar el éxito de los discursos, porque el público quiere grandes frases.

Veía a Frugoni en su casa de 18 de Julio, hablábamos de todo, porque era un hombre muy culto, de temas generales, literatura, filosofía, sociología, en la cual él era muy fuerte. Cuando se hizo una elección para uno de los gobiernos colegiados, el Partido Socialista, que sólo podía sacar uno o dos diputados, necesitaba hacer una lista de los nueve titulares al Consejo Nacional de Administración. Me mandó llamar por intermedio de Machado Rivas y me dijo:

-Ud. es mi candidato para Presidente del Consejo en la lista socialista.

Yo le dije:

-Pero, don Emilio, aunque tengo una gran simpatía por el socialismo y lo he estudiado, no pertenezco a ese partido, ni a ningún partido político, de modo que me resulta realmente extraordinario que me quieran incluir en la lista como Presidente del Consejo, el cargo más importante del país.

Entonces Frugoni, sonriente, mirándome un poco a mí y un poco a Machado Rivas, me respondió:

-Ud. es tan socialista como yo, porque Ud. es un hombre muy inteligente y de gran corazón y todos los hombres de talento y buenos son socialistas, aunque no se den cuenta de ello.

En esa forma, y ante la habilísima esgrima de Frugoni me tuve que rendir, pero seguro de no llegar a ocupar tan alto cargo. Yo era sólo un profesor de literatura y un poeta que había publicado, cierto, una veintena de libros, dos cosas que en la política no valen nada. Y en efecto, hecha la votación, tuve el honor de ser derrotado por el pueblo. 

Rafael Barret  

“Lo leía, pero no lo conocí personalmente. Tenía coleccionados casi todos los artículos que él publicaba en “La Razón” dirigida entonces por Samuel Blixen (1867 – 1909), quien fue el que descubrió en cierto modo al gran escritor.

En el Parque Rodó nos reuníamos frecuentemente y en el mismo lugar, algunos amigos, entre ellos, Basso Maglio y el Dr. Bogliacini. En esa época salían publicados si no recuerdo mal, dos veces por semana, los artículos de Rafael Barret. El diariero sabía que siempre le comprábamos en esos días “La Razón” y reunidos los tres amigos leíamos juntos a Rafael Barret, a quien considerábamos el más notable periodista del Río de la Plata y tal vez de América más tarde adquirí todos los volúmenes que publicó Orsini Bertani y más de una vez hablamos del gran periodista con Vaz Ferreira, que lo admiraba muchísimo y que estaba impresionado, no sólo por la riqueza y profundidad mental de Barret, sino también por su estilo. Decía Vaz Ferreira que las palabras de Barret impresionan mucho, porque están escritas con palabras que tomadas por él parecen vivir; parecen escritas como por sus nervios.

Con quien también comentábamos mucho a Barret era con Ernesto Herrera, y fue el mismo Barret quien prologó ese libro de Ernesto Herrera titulado (si mal no recuerdo) “Su Majestad el hombre”. La admiración de Herrerita llegó a tanto que a su hijo varón le puso el nombre “Barret Herrera”. De tanto en tanto, en rueda de amigos, que se reunían en mi casa, alguien proponía la lectura de algún poema, de algún breve ensayo o artículo de un periodista célebre y recuerdo bien que en esa elección, Barret era posiblemente el más afortunado.

Uno de los artículos de mayor éxito por su verdadera genialidad es el que se titula “En el Louvre”, donde se hace un dramático paralelo entre dos grandes estatuas, la serena de Afrodita y la vibrante, tensa y agitada de la Victoria de Samotracia, que resultaba para él la lucha y el cambio y era para él la preferida. ¡Cómo escribía! Yo aprendí mucho con Barret. ¡Pobre! Murió a los 33 años tuberculoso. Llegó del Paraguay al hospital, allí escribía y se los mandaba a Samuel Blixen. Luego se fue a Francia a ver si se curaba en unas aguas termales pero (creo) que allí murió (o acá, no recuerdo).

Alvaro Armado Vasseur (1878 – 1915)  

“Vasseur era un hombre alto. Se reunía con los escritores del modernismo, a cuyo movimiento pertenecía, en los cafés, en el Polo Bamba, el Moca (en Sarandí y Policía Vieja).

Yo en esa época apenas si lo traté, porque él también estaba empleado en “El Día”, cuando Hermenegildo era el caricaturista y director de la parte gráfica. Vasseur entró luego en la carrera diplomática (Consulado de San Sebastián). Se hizo muy amigo de Rufino Blanco Fombona, que le publicó algunos libros. Uno de esos libros fue el primer volumen de Kierkegaard traducido al castellano. Vasseur siempre estaba al día en literatura y filosofía, y hay que hacerle justicia: era un gran estudioso. Y en una editorial valenciana publicó la primera producción al español de Walt Whitman. Ambas traducciones resultaron extraordinarias por ser las primeras que se hacían en nuestro idioma. De tanto en tanto y en forma esporádica venía al Uruguay y en esas oportunidades yo lo traté bastante. Conservo todavía los originales de algunos de sus últimos poemas en forma manuscrita... Andan por ahí... Se sabe que muy ordenado no soy. Le ocurrió, al alejarse del Uruguay, que  en su propia patria no era conocido y apreciado con relación a sus valores. A ese respecto, algunos de los que éramos sus amigos, y con la cooperación de algunos profesores, se le hizo, allá por el año 1933 un gran homenaje en el Salón de Actos de la Universidad (Paraninfo). Allí hablamos Emilio Oribe y yo sobre la personalidad literaria de Vasseur. El acto fue muy bien organizado y resultó un verdadero éxito. Fueron leídas diversas composiciones y la Revista Letras, del Instituto José Batlle y Ordóñez le dedicó un número especial, en ese mismo 1933, con una explicación de Oribe en la primera página y luego viene una antología, tomada de todas sus obras. Creo que Vasseur, que fue atacado por un crítico de prestigio, merece una revisión, por ser uno de los valores líricos más grandes del Uruguay. Además hay que tener en cuenta, entre otras cosas, que en algunos temas es de una novedad evidente. Entre ellos bastaría recordar su libro “Cantos del otro yo” (1909). En nuestro idioma cantó poemas inspirados en el yo subliminal que tanto preocupó a la psicología del principio de este siglo, en un libro que por lo que dice y cómo lo dice, su originalidad es extraordinaria.

Vasseur era íntimo amigo de Carlos Vaz Ferreira y muy amigo también de María Eugenia. Se reunían los tres y charlaban. Vasseur estuvo en Buenos Aires y se hizo muy amigo de Rubén Darío, tanto que a veces, Rubén Darío llegó a dictarle algunos de sus poemas.

Darío le decía que en determinados días sentía cierto horror de la noche, de la sombra y le pedía entonces a Vasseur que lo acompañara.

Las lecturas de psicología, que trataban del “yo subliminal” y también los problemas que planteaba el espiritismo, tan de moda en aquella época, producían una especie de terror nocturno en Darío – según Vasseur – que creía que de este terror nocturno habían surgido algunos de esos poemas como “Lo fatal”, “Los nocturnos”, etc. Fue en esos estados de espíritu que Darío escribió su célebre poema que termina con la mayor contradicción del título “Cantos de Vida y Esperanza”.

Cuando murió Rubén Darío, Vasseur estaba, si no recuerdo mal, en España y entre los muchos poemas que le escribieron, hizo Vasseur uno de los más hermosos y se ve hasta dónde lo sintió: “En la muerte de Rubén Darío” (Letras, pág. 39).

En el “Diario íntimo de Rubén Darío” (Autobiografía) publicado en forma de artículos en “Caras y Caretas” en Buenos Aires, hay una referencia a Vasseur.  

Con José Santos Chocano  

“Cuando publiqué “El libro del mar” le mandé con una amable dedicatoria, un ejemplar a Santos Chocano. Yo tenía la idea de que esa colección de poemas marítimos le iba a causar buena impresión, pero jamás recibí una sola línea acusando recibo de esa obra.

Pasados los años, Chocano cambió de país y se fue a vivir a Chile. Mucho tiempo corrió, años y años, y justo en el año de su muerte me llega un sobre de Chile. Abro. ¿Qué había? El acuse de recibo de “El libro del mar”. Una carta preciosa reveladora de que el libro le había gustado mucho. Muy amablemente me pedía disculpas (el libro era del 22 y la carta del 33 o más) por el retraso en escribirme y a la vez me daba una explicación, el libro no lo había leído ni lo había visto nunca; alguien, junto con otros, lo tomó de su mesa y lo vendió en una casa de compraventa de libros en Lima. Un pariente suyo, después de doce o trece años, lo encontró en librería junto con otros dos o tres más, dedicados también a Chocano por otros escritores y se los mandó por Correo a Santiago de Chile. Chocano reaccionó de inmediato; lo leyó y decidió contestarme. Consiguió mi nueva dirección, pensando que yo no viviría más en la antigua. La carta es muy elogiosa. Lo asombroso de esta anécdota es comprobar dos cosas: a) el juicio en sí sobre mi libro y b) cómo quiso reparar la involuntaria omisión después de tanto tiempo.

Pasaron después unos trece o catorce años más y yo daba una serie de conferencias sobre literatura hispanoamericana en una estación radiodifusora. Y entre los temas elegidos estaba el de Chocano, tratado con bastante detención en varias de mis disertaciones radiales. No fue, naturalmente, una compensación, sino un reconocimiento de los valores líricos del poeta peruano, pero sin duda, en lo más íntimo, hubo cierto matiz de agradecimiento. Él hizo un modernismo muy personal y es difícil juzgarlo en bloque; mejor es hacerlo agregando sus obras.  

Vicente Basso Maglio (1889 – 1931)  

“Tengo muy al vivo su recuerdo. Fue de mis más grandes amigos. Aproximadamente a los 28 o 29 años publicó su primer libro, allá por 1917, en la época en que yo publiqué también el primer libro mío (Pantheos).

El libro de Basso fue escrito después de romper muchos poemas; de pronto, leyendo los simbolistas franceses y a algunos de los nuevos poetas, encontró su modo originalísimo. Ese primer libro se llama “El diván y el espejo” y tiene un poema mío.

Hay un folleto mío sobre ese libro, completamente agotado. Basso Maglio fue arrastrado por una ola de entusiasmo y yo recibía el mensaje de sus poemas a medida que los iba componiendo.

Vivíamos cerca uno del otro y ambos estábamos empleados en “El Día”. Nos encontrábamos siempre. En poco tiempo el libro estuvo concluido.

Luego publicó su segundo volumen, pero fue el fruto de una elaboración  mucho más lenta y siguió trabajando en un tercer volumen. Yo iba a verlo una o dos veces por semana y le preguntaba:

-¿Cómo van tus nuevos poemas?

Y me decía:

- Van bien, pero son menos, cada vez me exijo más y hasta corro el peligro de llegar a la esterilidad. Es curioso lo que me sucede, de pronto aumentan las páginas y de pronto disminuyen, porque hasta no llegar estrictamente a lo que deseo hacer, no acepto mis propios poemas. Y si hay que hacer el sacrificio de romper algunos de ellos los rompo sin arrepentimiento y vuelvo a insistir en los mismos temas o en otros.

Ahora bien, Basso Maglio, fue a la vez de ser un gran lírico era muy humorista, me decía:

-Antes escribía todos de ida y ahora escribo de ida y vuelta.

Yo, entonces, le aconsejaba todo, porque una autocrítica exagerada puede ser tan perjudicial como una autocrítica demasiado tolerante.

Y le agregaba, además, en vista de que él corregía y trabajaba paciente y sutilmente sus últimos poemas, que Vaz Ferreira tenía una gran memoria y sabía muchos poemas me hizo escuchar más de una vez las dos versiones de un verso corregido y me decía:

-Estaba mejor antes de corregir, que después, porque cuando se escribe dominando el tema y con vivencia de la inspiración, se acierta más cuando actúa fríamente el crítico. Y en ese sentido, el poeta debe evitar una corrección fría, calculada, sobre un verso del que tal vez su mayor virtud está en el calor con que fue escrito.

Con Susana Soca  

“Un día Mendilaharsu, el poeta, con el cual yo tenía amistad desde la época estudiantil, me vino a visitar para ver si yo le daría clases de literatura a Susana Soca, que por entonces estaba estudiando bachillerato pero sin concurrir a las clases y en calidad de estudiante libre. Para ello, desde luego, completaba sus estudios recibiendo clases particulares.

Yo acepté la invitación y me quedé sorprendido del talento de esa joven alumna y de su capacidad y rapidez para asimilar todo lo que le explicaba y lo que leía en los libros. Gracias a esas condiciones, Susana se ganaba siempre la nota de sobresaliente por unanimidad en los exámenes.

Ella tenía, además, gran memoria. Después de las clases, en la casa de ella, de la calle San José, seguí las tres lecciones semanales, porque Susana me solicitó un curso de literaturas de Oriente, principalmente de India y Persia antiguas.

Yo le presté la casi totalidad de los libros que había yo hecho venir de Europa, porque era imposible encontrarlos en las librerías de Montevideo. De todos los libros de Oriente que estudió el que más la impresionó fue el Bhagavad Guita, tal vez no sólo por la belleza del poema, sino también por su profundidad religiosa.

Su entusiasmo por la literatura fue realmente enorme. Cuando yo le di las primeras lecciones tendría recién 14 años y fue entonces que comenzó a escribir sus primeros poemas, aunque guardaba el mayor secreto posible.

Me mostraba los poemas, pero sin decir que eran de ella, sino de una amiga, pero yo tenía ya unos 35 años y es un poco difícil engañarlo a uno cuando ya se tiene experiencia, aun con respecto a las más prudentes y delicadas mentiras.

Conservamos siempre una verdadera y sincera amistad. (Era muy generosa, me pagaba tres o cuatro veces más el precio de una lección).

La madre, Luisa Blanco Acevedo de Soca, venía frecuentemente a interesarse por cómo iban los estudios de su hija.

Era Susana bastante nerviosa en esa edad, se entiende, y sumamente impresionable. Recuerdo que yo tenía que explicarle para que las clases no terminaran en llanto. Atendía mis explicaciones fijando los ojos en la ventana, en su libro, en un jarrón que siempre tenía flores, hasta que yo terminaba mis párrafos. Yo creía a veces que su imaginación la distraía y la alejaba del tema, y sorpresivamente la interrogaba y entonces, sonriente, fijaba los ojos en mí, como estudiándome y repetía sorprendentemente bien todo lo que yo había dicho.

Yo le preguntaba entonces:

-Pero Susana ¿Ud. no estaba distraída, con la vista en otra parte?

Y ella me decía:

-En esos momentos miro más hacia adentro que para afuera, aunque aparentemente mis ojos parecen fijos en determinado objeto.

Confieso que Susana es uno de mis mejores recuerdos como profesor, y ella siempre quedó muy satisfecha de mis clases y me lo manifestaba cada vez que teníamos ocasión de conversar”.  

¿Cómo conoció a Juan Ramón Jiménez?  

“Lo conocí desde sus primeros libros y sentí que en él había un gran poeta.

No nos conocíamos personalmente, simplemente, lo leía con interés y deleite. Le envié alguno de mis libros sin que jamás me acusara recibo.

No obstante, en una conferencia o en un artículo suyo, cosa que después repitió en su conferencia en Montevideo, hizo referencia a mi supuesta influencia sobre Pablo Neruda. Ya con un renombre universal, Juan Ramón vino a nuestra ciudad. Lo escuché en su bella disertación en el teatro Solís y luego tuve la oportunidad de conversar con él cuando concurrió a la Escuela “Cervantes” que le rindió homenaje.

Allí me dijo que había recibido mis libros, pero que era muy perezoso para contestar. No quiero insistir más sobre este tema porque Juan Ramón fue muy generoso conmigo. Insistió acerca del problema de la influencia sobre Neruda, al cual, me pareció, no le tenía ninguna simpatía.

En cuanto a la fiesta en sí, fue muy emotiva. Y recuerdo vivamente la impresión de Jiménez cuando vio expuestos los dibujos de escenas de “Platero y yo” ejecutados por los pequeños alumnos.

Sorprendido de esa iniciativa, dijo que era una de las mejores aventuras de toda su vida, cosa que explicaba por tratarse de una escuela que llevaba el nombre del autor del Quijote, el libro humano de las más extraordinarias e inesperadas aventuras. Pidió a la Directora (que fue alumna de Sabat) que los dibujos le fueran todos para conservarlos en su propio hogar, porque – dijo – ese acto resultaba para él uno de los momentos más agradables y más emocionantes de su vida.

Y se llevó los 80 o 90 dibujos.

-Hasta ahora – dijo – todos mis recuerdos literarios se relacionan con personas que han dejado muy atrás su niñez, pero aquí se trata de niños; del gusto de los intelectuales podré dudar o no dudar, pero de los niños que han creado todas estas interpretaciones de mis poemas, tengo que creer. Y creo con una plena felicidad. La escuela “Cervantes” de Montevideo, será inolvidable para mí.

De Torres García  

“A Torres García lo conocí personalmente y pronuncié un discurso sobre él que se publicó en “Anales de la Universidad”.

Lo conocí y traté bastante en su vejez, porque cuando yo iba diariamente al Ateneo, me encontraba muchas veces con él, ya que su taller de enseñanza estaba en un sótano muy grande y bueno que tiene el Ateneo. Ahora está en él el teatro. A él se le había cedido una parte muy grande en la parte que daba a la plaza. Cierto día Torres García subió la escalera del Ateneo y entró en la Biblioteca. Sobre la larga mesa de lectura había no menos de 30 dibujos de cabezas puestas en fila, cosa que, como es lógico, le llamó mucho la atención al gran pintor. Lentamente las fue mirando, como estudiándolas. No había ninguna firma en los dibujos.

Yo, que estaba sentado ante una máquina de escribir, interrumpí mi trabajo para ver qué decía Torres García o si no decía nada.

Cuando terminó de ver el último dibujo, tras manifestar interés evidente, me preguntó:

-¿Quién dibujó todas estas cabezas?

Yo contesté:

-El dibujante desconocido.

Y él sonriendo, fijando en mí la mirada, me contestó:

-Es un poeta. No me diga más, es Ud.

-Ante el gran Pintor Torres García prefiero decir que no.

Y él agregó:

-Ud. no es un técnico, Ud. nunca estudió dibujo, pero tiene el secreto de la expresión. Y algo más, cada dibujo podría ser un poema.

Y yo le dije:

-Nunca pensé que Ud. los pudiera valorar, porque sé muy bien que no soy un dibujante.

Y él, por toda respuesta, me dijo:

-Cuando dé una conferencia ponga en cualquier lugar del salón todas estas cabezas, sin ninguna preocupación de ser o no ser un dibujante. Confórmese con hacer poemas con líneas que no son letras.

No obstante, jamás obedecí la indicación de Torres García y sólo algunos amigos poseen algún dibujo mío.

José Cúneo Perinetti  

A Cúneo lo conoció de niño por haber nacido en el mismo año 1887, Sabat en la antigua calle Yaro y él a dos cuadras de distancia, en la actual Eduardo Acevedo.

Ya en la infancia se conocían pero sin intimar todavía.

Pasados unos años, Cúneo concurría a una peña de escritores y de artistas plásticos que se reunían en el Tupí Nambá. Allí tuvo oportunidad de tratarlo, de conversar mucho con él, de concurrir a su taller y de apreciar sus grandes condiciones de pintor y además, de comprobar la fecundidad creadora que le ha permitido trasmitir una obra tan extensa y además tan variada, donde uno comprueba permanentemente su inquietud, su búsqueda, que, por otra parte, le ha llevado hasta sus años de vejez en pleno triunfo.

Por 1928 o 1929 le hizo un retrato que quedó algo inconcluso. Sabat igual quedó con el retrato y cuando realizó una exposición retrospectiva de su obra se lo pidió; cortó un poco las partes laterales, que eran las que estaban menos trabajadas, y fue expuesto, lo que fue muy del agrado de los amigos de Sabat y del público en general.

“El retrato exagera, amplía mis dimensiones, el cuerpo, la cabeza, son más grandes que el modelo. Dos escritores de la época lo miraban y uno de ellos (un escritor envenenado, ya fallecido) expresó: “Para lo que ha hecho Sabat el retrato es demasiado grande; yo hubiera invertido las dimensiones para que hubiera una verdadera coincidencia entre el retrato real y la persona”. El otro, que era Basso Maglio le contestó: “Conviene, para opinar, que pasen los años; tal vez Cúneo tenga que agrandarlo”.

(Está de más aclarar que uno era un enemigo literario y el otro un poeta amigo).

Sabat y Cúneo han sido amigos toda su vida.

Otros escultores  

Le pregunté por los grandes escultores y si los había tratado. Me respondió que los conoció, pero que aunque de tratos afectuosos, los tres se encontraban de modo ocasional, sin llegar a frecuentarse como amigos, por lo que es difícil hablar de la personalidad humana de ellos: o sea de Belloni, Zorrilla y Ferrari.

¿Cuántos bustos le han hecho, por ahora, le pregunté?

Sabat me respondió:

1 – “El más antiguo lo hizo Antonio Pena”. Sabat tenía entre treinta y treintaicinco años. Fue antes de ir Pena becado a Europa. Ese busto lo tiene ahora un sobrino, que se llama Hugo Palacio Sabat.

“Cuando lo terminó me dijo Pena: “Caí en lo mismo que hizo Cúneo y creo que todavía exageré más. Si alguna vez me encargaran una estatua de Júpiter utilizaría esa cabeza a la que le hacía, pensaba en una cabeza que he visto reproducido en una lámina, del dios griego”. La conversación era en el Tupí Nambá al cual asistían ambos a menudo.

Sabat no pudo menos de sonreírse y le contestó: “Saint Víctor escribió un hermoso libro titulado “Hombres y dioses”. En ese libro jamás podría caber mi cabeza, ni como dios ni como hombre porque apenas si soy un simple ciudadano de mi país”. Sabat no podía contar de otro modo, sin vanagloriarse, pero me parece que tenía razón en no caber en la escala de los dioses, pero era más que un hombre: era un titán en los planos del pensamiento, de la cultura del sentimiento.

2 – La otra la hizo Federico Lanau y estaba en la casa de Sabat. Lanau era profesor de cerámica en la Escuela Industrial, allá por 1920 (fue el que trajo la cerámica al Uruguay y los grabados en madera). Dice Sabat:

“Yo lo veía diariamente porque era auxiliar segundo de la Oficina. Yo iba al taller porque me agradaba mucho ver trabajar con arcilla las formas, utilizando un medio que ya se conocía en los tiempos más primitivos. Lanau tenía  una habilidad extraordinaria, como que era a la vez escultor y pintor;  y tomando unos puñados de arcilla, los colocaba en el platillo giratorio y siempre acertaba en modelar una forma de bellísimas líneas”.

“Una vez yo mismo intenté moldear un jarrón, un ánfora, pero parece que mis manos, que en el dibujo espontáneo tenían, sin duda alguna habilidad, en el tornado de arcilla eran un verdadero fracaso. Lanau que era muy amigo y un tanto bromista, le decía:

-Puedes seguir aprendiendo, porque alguna vez podrás emplearte en una fábrica de cacerolas. Confínáte con la poesía. Esa es tu cerámica, es decir, la cerámica de las palabras. Total, todo el arte no consiste sino en crear formas.  

Con Danielo 

“A Danielo lo conocí cuando formé parte de una misión cultural (con Vaz Ferreira y Prando) enviada por Uruguay a Río de Janeiro.

Danielo tenía un cargo en la Legación de Uruguay.

Escuchó mi conferencia y me observó atentamente y me dijo:

-En cuanto pase unas vacaciones en Montevideo le haré un busto.

Y así fue. El busto fue modelado en la Biblioteca del Ateneo. Me llamó la atención que Danielo, en su escultura, en vez de ponerme mi cuello y mi corbata, me puso una especie de toga romana, que le daba cierta jerarquía al busto.

Le pregunté por qué hacía eso y me contestó que había estudiado en Italia, que le interesaba mucho la escultura romana y que aunque yo (Sabat) no había sido nunca senador en el Uruguay, tenía por lo menos, derecho a serlo en el arte. No sé por qué – agregó – lo vi como los bustos de los personajes romanos.

Sabat le dijo que, sin embargo, no tenía sangre  italiana, sino catalana y vasca, a lo que Danielo replicó:

-Después del  imperio romano y de todas las invasiones que ha sufrido Europa, no se puede  ya hablar de sangres”.  

A Pablo Neruda (1904 – 1973) lo trató personalmente cuando Sabat dictó sus clases sobre literatura de India en los cursos Americanos de Vacaciones. Dice: “Allí comí en la casa de Neruda, porque siempre se sintió muy amigo mío y leyó mis primeros libros”.

En esa ocasión “también me invitó a cenar Eduardo Barrios en su casa. Tengo varias cartas de él, que envié creo, a la Biblioteca Nacional. Me ofrecieron un banquete en la Academia de Letras. Publiqué allí tres libros: “Prometeo, Poema dramático”, “Retratos del Fuego: María Eugenia Vaz Ferreira” y una segunda edición de muy pocos ejemplares de “El libro del mar”, porque muchos me pedían copiar  del poema “Alegría del mar”, que allí había popularizado por entonces Berta Singerman.

Después  publiqué “Chile, en monte, valle y mar” en 1958. En él hay dos sonetos a Neruda. El libro está prologado por Manuel Eduardo Hübuer. Cada soneto está dedicado a un amigo chileno. Uno de los que me parecen mejor logrado fue el que dediqué a Gabriela Mistral (1889 – 1957). Ella ya había muerto. Así que esos cuatro libros fueron impresos en Chile. Creo que uno de los mejores poetas chilenos fue Juan Guzmán Cruchaga;  le dediqué un soneto”.  

De José de Vasconcelos

En el año del centenario de Brasil representó allí a México el célebre escritor y filósofo José de  Vasconcelos en las festividades que con tal motivo se celebraron allí. Terminadas  las ceremonias en Río de Janeiro, Vasconcelos, antes de regresar a su casa visitó el Uruguay, entrando por Rivera hasta llegar a Montevideo. Estuvo poco tiempo y se  interesó mucho por la organización de la enseñanza en nuestro país. Visitó la Escuela Industrial N° 1, donde  además funcionaba la Inspección General y el Consejo Directivo.

Recuerdo que al llegar el Ministro de Instrucción Pública de México (o sea Vasconcelos) estaban presentes aguardándolo, el Dr. José F.  Arias, el Ing. Cayetano Carcavalo y el arquitecto hizo un proyecto de la Facultad de Derecho, que mi hermano, Hermenegildo Sabat era Secretario. Y había otros miembros del Consejo cuyo nombre no recuerdo en este momento. Pasados unos instantes en que se hicieron las presentaciones, yo me atreví a entrar en el Salón del Consejo para saludar a Vasconcelos, del cual yo había leído algunas obras y le dije:

-Yo soy un uruguayo al cual Ud. conoce, un poeta que le ha hecho llegar algunos de sus libros y soy, a la vez, el más humilde de los funcionarios de la Institución, pues ocupo el cargo de auxiliar segundo.

Entonces Vasconcelos fijó en mí sus ojos con evidente curiosidad y me preguntó:

-¿Y cuál es su nombre? – Y al saludo, Vasconcelos me tendió la mano y me dijo – Ud. aquí no es más que un auxiliar segundo, pero en América y en México lo conocemos; es un gran poeta. Lo espero mañana a la hora del almuerzo en el Parque Hotel, donde hablaremos de literatura y de filosofía, porque Ud. es, además de un poeta lírico, un poeta filosófico, y la filosofía es el estudio que a mí más me interesa.

(Yo, Blixen, le dije: “Lo que pasa, Sabat, es que los poetas y los escritores, cuando son de talento, cualquiera que sea el lugar que ocupen en la escala administrativa, siempre ocupan, en realidad, el primero”).

Sabat agregó que Vasconcelos le envió luego, desde México, todo lo que había publicado.

¿Cuándo conversaron solos? Vasconcelos se mostró muy extrañado de que Sabat ocupase el último puesto y dijo como para sí mismo: “Pues no sabía que en el Uruguay ocurrían estas cosas”.

Decía Sabat que Vasconcelos tenía gran admiración por el pensamiento de la India, aun que más adelante “tiró hacia el cristianismo”.  

Con Sara De Ibañez

Cuando la escritora española Mercedes Pinto hacía reuniones literarias presididas por un grupo de escritores ya hechos, de nombre y con un público que ella sabía atraer con su don de simpatía, un día me tocó estar entre los que presidían el acto. Al final recitaron sus composiciones varios escritores y escritoras muy jóvenes, que recién se iniciaban y aún no habían publicado ninguna obra.

Finalizado ese acto apareció una jovencita vestida de negro, de luto, pálida, de modos muy suaves y delicados. Se presentó con cierta serenidad y con voz pausada, de un modo lento, como si fuera repensando lo que decía, leyó tres sonetos. Terminada la lectura, e impresionado, me levanté hacia aquella joven, le estreché la mano, la felicité y le dije:

-Ud. va a llegar muy lejos.

Esa jovencita era Sara de Ibáñez.

Ella, que ya conocía mis obras, me miró un tanto asombrada y me contestó:

-Me siento feliz al recibir su felicitación y deseo que su frase tan halagadora sea una profecía.

Y realmente lo fue. Toda la vida, Sara de Ibáñez recordó este episodio y siempre que se encontraba conmigo hacía una referencia a aquel momento en que yo le profeticé su porvenir como poetisa.

-Su voz afirmativa y sus palabras fueron como una sacudida – agregó – y me afirmaron en mí misma.

Sobre Carlos Vaz Ferreira (1872 – 1958)

Su puntualidad. Como decano, ya de Secundaria, ya de la Facultad de Humanidades, era muy atento a sus deberes y muy puntual. También cuando se desempeñó en la cátedra de conferencias.

En la Facultad de Humanidades ya estaba, reloj en mano y entraba justo a la hora pues le preocupaba la puntualidad. Cuando presidía el Ateneo indefectiblemente venía un rato antes. Esa puntualidad nos impresionaba a todos y nos hacía cumplir estrictamente el horario, aun a los que éramos más desordenados. Nos avergonzaba Vaz Ferreira con ese cumplimiento en el que no se perdonaba a sí mismo ni un minuto. Tenía un excelente colaborador en la secretaría, hombre muy bueno, de natural excelente. Era de la comisión directiva del Ateneo.

El Ateneo había decaído en cierta época. Se reunían a jugar algunos viejos al tresillo, pero cuando el historiador Eduardo Acevedo entró en él, lo revitalizó, se preocupó de darle de nuevo jerarquía y dignidad. Se preocupó de atraer jóvenes. (Sabat era compañero de clase de Eduardo Acevedo Alvarez, aunque éste era más joven).

Vaz Ferreira inauguró su cátedra de “Maestro de Conferencias” el 7 de Agosto de 1913. Sabat fue uno de los estudiantes que hicieron el movimiento para que fuese nombrado Maestro de Conferencias. El acto para pedir que lo nombraran se hizo en el Instituto Verdi.

También asistió a las clases de psicología y lógica de Vaz Ferreira. Alguna vez fue a los jueves musicales, pero poco.

La amistad con Vaz Ferreira se acentuó con el tiempo. Fue en el Ateneo, en la época en que Vaz Ferreira era presidente, y Sabat vicepresidente. A veces conversaban allí y a veces Vaz Ferreira le pedía a Sabat, que escribía poemas en un rincón, que le leyera alguno. Vaz Ferreira muy admirado le dijo:

-¡Ud. no sabe lo que es!

Y Sabat, que también lo admiraba le respondió:

-¡Ud. tampoco sabe lo que es!

-¿Sí? – preguntó Vaz Ferreira – Pero si vamos al caso, nadie sabe lo que es.

El 22 de Setiembre de 1975 Sabat me presta unos poemas sagrados de Yeluda Halevi. Dice que es el mejor poeta judío de la Edad Media, desde luego hasta que apareció Dante.

Ese día me dijo que Vaz Ferreira sabía de memoria muchos poemas: de Zorrilla conocía hasta las correcciones que hizo al Tabaré, que lo perjudicaron. Lo mismo las correcciones de Emilio Oribe. Los poetas no deben corregir demasiado.

Gabriela Mistral (1889 – 1957)  

Las primeras noticias que Sabat tuvo de Gabriela Mistral, aparte de algún poema leído en revistas, se las dio Parra del Riego. Cuando éste salió del Perú fue a Chile y su amistad mayor fue allí con Gabriela. Traía Parra un cuaderno con poesías de Gabriela y se lo regaló a Sabat. Cuando ésta pasó por primera vez por Montevideo, unos cuantos escritores y admiradores fueron a hablar con ella al barco.

Luego la trató cuando vino por segunda vez y supo que Sabat había dado una conferencia sobre “Desolación”. Se la pidió prestada, y luego de leerla, le dijo una frase muy bella: “Haré lo posible, en lo que me resta de vida, de llegar a ser como Ud. me retrata en su conferencia”.

Hablaban de temas generales: filosofía, religión. Al respecto expuso ella cómo concibió su admiración por la Biblia. También le dijo a Sabat que en él había elementos bíblicos: “De modo que en eso somos un poco hermanos”.  

La carta de Sabat se la envió desde México.

Además de la conferencia sobre Gabriela, Sabat dio otra en la Universidad.

Horacio Quiroga (1878 – 1937) 

Lo conoció un día en que, siendo cónsul, vino a Montevideo por algún asunto. Estaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores, esperando.

Sabat lo iba mirando, tenía un lápiz y le sacó un perfil que le regaló al Dr. Felipe Gil.  

Florencio Sánchez (1875 – 1910) 

De Florencio era solo saludo. Florencio era bastante amigo del hermano de Sabat, Hermenegildo, que le hizo unas valiosas caricaturas. 

Adolfo Montiel Ballesteros (1888 – 1971).

El padre era propietario de una diligencia y cree Sabat, que de joven, Montiel la manejó un tiempo. Sentía enormemente lo gauchesco, lo campesino.

“Era un hombre de una bondad infinita, de una generosidad notable”.  

Francisco Espínola (1901 – 1973) 

“No vi nunca a nadie que cantase sus cuentos de modo tan formidable. Hubiera sido un artista notabilísimo. Leía y representaba a sus personajes. Tenía unas modulaciones de voz que eran sorprendentes”.

Algo asombrado por los elogios admirativos de Sabat, Espínola le dijo un día:

-¿Te parece que soy un lector tan extraordinario como tú me consideras?

-Yo sólo te comparo, como lector, a lo que era Parra del Riego en el verso, pero tú eres más completo, pues le das igual vida a los poemas que a las prosas.

(Porque Parra era prodigioso en la lectura del verso, pero no tanto de la prosa).

Sabat daba en el Instituto Normal una materia llamada “Lectura técnica expresiva”. Espínola estaba en muy mala situación económica y Sabat le dijo un día: “Mirá, yo voy a dejar tal y cual clase. Podrías dictarla tú”. Y le dio sus esquemas de clase. Espínola le había dicho que no se había preparado para esa materia y Sabat le respondió que al principio él tampoco la conocía, pero que, a fuerza de estudiarla, la había sabido.

Preparó Sabat el camino y luego renunció para que Espínola fuera designado, lo que se hizo. Un tiempo después Espínola le dijo:

-Hermano, me va muy bien.

Federico García Lorca 

Sabat le envió libros y algún retrato, sobre todo por intermedio de Julio J. Casal, que vivía en España.

“Un día, a eso de las seis de la tarde, yo caminaba por la acera del teatro “18 de Julio” y veo a un hombre que me impresionó porque me pareció reconocerlo como “García Lorca”. Me dirigí a él y lo miré fijamente, le agarré la mano y le dije: “¡Tú eres Federico García Lorca!”. Me estrechó a su vez mi mano y me respondió:

-“¡Y tú eres Carlos Sabat Ercasty!

-¡Sí!.

-¡Entonces, hermano, somos nosotros!

Nos quedamos conversando largo rato y luego lo acompañé al teatro, porque allí se representaba una obra suya. Después entré al lado del escenario. Y en el intervalo de la representación, fue al escenario, tocó el piano y representó con una gran fineza y el público lo ovacionó.

Marquina y Valle Inclán 

A Marquina lo conoció rápidamente. El arribó a Montevideo algún tiempo después de la fecha en que se representó aquí “En Flaudes se ha puesto el sol” por los Díaz de Mendoza. Una de las actrices era esposa de Valle Inclán y éste vino también y estaba en un palco, frente al de Sabat.

Se dieron la mano, pero no hubo una conversación formal. Recuerda que le recitó los últimos versos del soneto famoso que Darío le dedicó, y Valle Inclán y Sabat hablaron de Rubén Darío. En sustancia la conversación de Valle Inclán versó sobre la deuda que tanto la literatura de España como la de Hispanoamérica tenían para con Darío.

Sabat fue a reportar a Marquina en nombre del diario “El Día”, al hotel Alhambra, donde estaba alojado. Se levantaba tarde, como que era hombre de teatro.

-Espere que termine mi café con leche – me dijo.

Pero hablábamos y conversábamos. Cuando pasó un rato, de improviso me dijo:

-¿Y el reportaje?

-Ya está hecho. – le respondió Sabat.

Había captado rápidamente todo lo que Marquina decía sin pensar que eso espontáneo era tan jugoso.

Samuel Blixen (1867 – 1909)

Lo conoció, pero más superficialmente, cuando Samuel Blixen era cronista teatral de “El Día”.

No hubo ocasión de hablar mucho entre el ajetreo del periodismo pero recordaba que le resultaba encantador como persona, de trato sumamente agradable y de un notable “sprit”.  

De Julio J. Casal (1889 – 1954) 

Lo conocí muy joven, en la zona del Tupí Nambá y del Polo Bamba y en un café inglés que había en la pasiva.

Casal era un ser que transmitía con su sola presencia y en especial con la expresión de su mirada, siempre clara y de su sonrisa, una impresión de bondad. Su voz, sus inflexiones, sus mismas palabras, no sé si a veces elegidas o espontáneas, revelaban una naturaleza muy armónica, un espíritu dueño de sí mismo, pero a la vez muy delicadamente emotivo. Era generoso en sus juicios con todos, con todos los poetas contemporáneos; no había en él ni el más leve sentimiento de envidia.

Le agradaba (con los que éramos realmente sus amigos y admiradores) leer sus poemas recién escritos de los cuales siempre llevaba alguna copia “casual” en el bolsillo.

Durante mucho tiempo, por haber sido Cónsul de Uruguay en España, dejé de verlo. Yo pensaba qué amigos de Casal tendrían allí el privilegio de escuchar la lectura de los poemas que creara en ese país. Alguna vez me vino en suerte recibir alguna de sus obras impresas en España y desde luego la “Revista Alfar”, que fue todo un acierto, y en la cual hay más de un elogio generoso para los libros míos, que le remitía desde Montevideo.

Después de muchos años, ya trabajado por la edad, impresa en su rostro y con toda evidencia de madurez, Casal regresó a Montevideo y me encontré con él en la explanada del Teatro Solís. Nos dimos un cordial abrazo y lo estuve escuchando, ya sentado ante una mesa del Tupí Nambá. Casal habló largo y tendido de su vida en España y yo, deliberadamente, cerré los ojos. Su voz, su entonación, los modos de su palabra y de sus frases eran los mismos. De pronto Casal me miró y me preguntó:

-¿Te estás durmiendo?

Y yo le contesté:

-No, me parece que estoy escuchando al mismo Casal de los veinte años.

Faltaba, pues, cerrar los ojos para verlo igual que antes, con la misma frescura juvenil y bondadosa.

Cuando falleció Casal, en 1954, se le hizo un homenaje en el Jardín del Museo Blanes, y allí leí un soneto escrito a propósito para ese homenaje, que salió publicado posteriormente en una selección que se hizo de Casal.

A veces los poetas tienen o sufren la mística de su propia obra y viven casi exclusivamente absorbidos por ella. Otros realizan una vida múltiple, pero en la cual incluyen como principal motivo de justificarse, la realización de su obra. Muchas veces he pensado en la diversidad de caracteres que es posible descubrir en los escritores y hasta en los cambios que sufren al correr de los años.

Con Carlos Reyles (1868 – 1938)  

Carlos Reyles le obsequió al padre de Sabat un caballo alazán cuatralbo. A Sabat le regaló un poney precioso, que lo llevó a Colón y que era la envidia de todos los muchachos.

Cuando volvió a radicarse en el Uruguay, en el año 1930, volvieron a la vieja amistad y cuando él organizó las conferencias (Plan Reyles) le dijo:

-Tengo un tema para Ud., un poeta tiene que hablar de otro poeta; por eso lo elegí para Julio Herrera y Reissig.

Reyles y Sabat charlaban mucho, era un buen conversador, aunque de poca voz. Incluso cuando lo nombraron Maestro de Conferencias, quería que Sabat las leyese. Abundaba en las anécdotas, siempre interesantes. Ya en la vejez, centraba la conversación en sí mismo. Tenía plena conciencia de lo que valía.  

Con Rubén Darío 

Lo leyó desde sus tiempos de estudiante y luego lo conoció cuando vino a Montevideo.

La conferencia de Darío (1912) sobre Herrera (afortunadamente un discípulo de Herrera, el doctor Miranda, le pidió una copia a Rubén Darío y luego fue publicada, quizá por primera vez, en un número de Alfar).

“Darío, recuerdo, leyó con una voz pausada algunos de los poemas, de una manera inolvidable, captando, sin exageración ninguna, la musicalidad del verso, en especial cuando dijo los sonetos de “El collar de Salambó”.

Antes de irse Rubén Darío, se le hizo un gran homenaje en el Urquiza (luego Sodre). Habló en primer término el profesor de Literatura y periodista de “El Día”, Francisco Alberto Schinca, que fue uno de sus profesores en literatura e hizo un discurso que se publicó en “Oriflanas”. Una joven actriz llamada Berta Eirín recitó muy bien el célebre soneto de “Prosas Profanas” (Recuerdo que quería ser una Margarita Gautier). Luego habló el poeta Guzmán Papini y Zás, que llamaba la atención a Darío por la tremenda exageración de sus gestos (parecía electrizado ante el poeta de Nicaragua). Y recuerdo el momento en que el entonces agitador ácrata Angel Falco, con cierta oscilación del cuerpo que le daba un curioso ondear a su larga melena. (Sabat y Falco eran muy amigos y tiraban mucho a la esgrima entre sí). Y como si fuera transmitiendo el oleaje del ritmo de los alejandrinos leyó tres sonetos propios dedicados a Darío, el primero de los cuales (aun merece oírlo) comenzaba:

“Ruiseñor de las verdes selvas de Nicaragua,

divino ruiseñor...”

Rubén Darío había hecho colocar, a un costado del escenario una pequeña mesa y una silla, sobre la que se sentó y no se levantó hasta el final. Alguien decía que era porque no tenía las piernas muy seguras por el alcohol.

Darío agradeció después del acto de homenaje. Los que hablaban lo hacían en el centro del escenario. Sea por la acústica de los teatros o por la intensidad o tono de voz del poeta, el público oyó mucho mejor a Darío en el Solís que en el Urquiza. En medio de las palabras de Darío se escuchó una voz desde las galerías: “¡Más fuerte poeta divino!”. Sabat estaba en un palco cerca de Darío.

Por último se le hizo también un homenaje en el Ateneo de Montevideo. Se sirvió un vino de honor (champagne tal vez, no lo recuerdo). Como figura uruguaya que se destacaba en ese homenaje junto a Rubén Darío, recuerdo a María Eugenia Vaz Ferreira y también a la célebre actriz española, de temporada en Montevideo, Rosario Pino.

En el Ateneo leyó su soneto a Montevideo. Ha quedado una espléndida foto en que está Rubén Darío junto a María Eugenia Vaz Ferreira. Había cantidad de escritores, profesores y estudiantes. No recuerdo quién le dirigió la palabra. Pero Rosario Pino recitó ese poema que a modo de interludio, colocó Benavente en su “Los intereses creados”.

Alfonsina Storni  

Había venido a dar una conferencia en el Paraninfo de la Universidad. Sabat fue a saludarla y ella le dijo: ¿Conoce mi obra?

Sabat le recitó varias composiciones de ella y Alfonsina se emocionó. Desde ese momento se estableció una franca corriente de amistad y se remitieron mutuamente sus libros.

Ella venía a veranear con frecuencia a Montevideo y era rara la vez que ambos no tenían alguna conversación literaria.

Caracterizaba a Alfonsina el “don de simpatía, de naturalidad. Hablando nadie diría que era poseedora de tal genio. La razón es que ponía siempre a la mujer por encima de la poetiza”.  

El tema del tiempo en Sabat Ercasty (Blixen ) 

Muchas veces, cuando yo salía a las dos o a las tres de la redacción de “El Día”, seguía por Mercedes, entraba por Rincón y pasaba por la Plaza Matriz. La Plaza a esa hora estaba completamente desierta; el único latido que yo me imaginaba  escuchar era el del reloj de la Catedral. Había un banco que enfrentaba perfectamente bien la torre, donde estaba el círculo del reloj y en ese banco me sentaba muy especialmente, cuando concebía, y luego fui escribiendo “El libro del tiempo”. Seguía paso a paso al minutero y al horario e iba evocando todo lo que la filosofía, la ciencia y la literatura han dicho del tiempo. La esfera del reloj se apoderaba de todo mi pensamiento y en cierto modo, a mí mismo me parecía entrar en todas las ruedas interiores por donde suponía entrar en todas las ruedas interiores por donde suponía que pasaba ese misterioso elemento dentro de cuyo ámbito se mueve nuestra vida, y del cual en realidad, no poseemos nada más que el instante del presente; el brevísimo instante que parece creado por el latido de la vida, del corazón. Yo pensaba: ¡qué enorme distancia y diferencia hay entre el tiempo exclusivamente mecánico, ese tiempo que yo veía pasar por el reloj y el tiempo que yo vivía, mi propia duración, mi tiempo que por ser el de nuestra vida no lo puede medir ningún mecanismo. Y trataba, por momentos, de fijar, a base de sensibilidad, la diferencia que forzosamente hay entre la maquinaria de un reloj y la tremenda e incógnita maquinaria de un sistema nervioso, tal vez con un alma adherida a sus fibras. Muchas veces me pareció sentir el tiempo que se va creando en el movimiento de la tierra, ceñido genéticamente a su órbita fatal de acuerdo con las leyes físicas y al tiempo captado sobre todo a esa hora nocturna en el conjunto de todas las vidas de la humanidad, imaginando entonces, que para los astros, hay nada más que un solo tiempo, pero que para la humanidad hay tantos tiempos como vidas; que el primero se puede medir, pero que los otros burlan toda posibilidad de medida. En el Canto XXV del Libro del Tiempo traté de fijar en parte esa emoción, aunque en realidad, para poderla apreciar plenamente, había que leerlo entero. Le leeré el fragmento que me inspiró estos pensamientos (lo lee). Sobre el cuerpo y el alma.”

“Alegría del mar” (Blixen) 

“Allá por el año 1920 yo vivía a muy poca distancia del mar, por la calle Eduardo Acevedo, a la cual yo llamaba por su antiguo nombre de ¿Caiguá?, la cual corre paralela a Tristán Narvaja (la que en aquella época se llamaba Yaro y en la cual nací, como le he dicho, el 4 de noviembre de 1887.

Cuando comencé, de niño, a leer, me acostumbré a juntar, en mi memoria, frente a los letreros, los nombres de Yaro y Caiguá (cuando se inauguró la Facultad de Derecho ambas calles cambiaron de nombre para ponerles los de dos grandes codificadores: Eduardo Acevedo y Tristán Narvaja). Yo confieso que cada vez que pienso en esas calles les doy el nombre de esas dos tribus indígenas y esto no deja de tener su justificación (vaya sin desmedro de esos grandes juristas). Es  que yo hube de ser abogado pero al emplearme en una oficina judicial, en la primer semana de trabajo falleció el abogado con el que me desempeñaba. Eso me alejó del derecho, pero me quedé con la poesía y hasta con los indios (Creo que alude a “El Charrúa Veinte Toros).

Vivía pues, en Acevedo, próximo al mar. Salía muy a menudo hasta llegar a la orilla y seguir caminando hasta Punta Carretas. Ese paseo lo hacía muchas veces acompañado del iniciador del grabado en madera en nuestro país, Federico Lanou (se pronuncia Lanau, pues es apellido aragonés; era hijo de aragoneses).

Llegábamos a la orilla del mar y hacíamos gimnasia, arrojando piedras siempre en la misma dirección, hasta que poco a poco se había formado una pequeña pero aparentemente firme muralla, de cuya construcción estábamos muy orgullosos. Cierto día yo vi, desde la misma orilla del mar, que se aproximaba una fuerte tormenta del sur, es decir, un violento pampero. Corrí hacia mi casa, me puse un capote de goma y me decidí a llegar hasta Punta Carretas, en lo posible antes de que llegara el Pampero. Pero el Pampero llegó muy pronto y yo tuve que desafiarlo. Cuando llegué a la escollera, ya el Pampero había removido el oleaje y todo el trabajo de hombres que habíamos realizado con Lanou quedó desecho, y el mar, como dándonos una lección de respeto a la naturaleza, había devuelto las piedras al mismo lugar en que estaban antes. Eso me hizo ver de pronto el poder del mar. El agua, que parece tan suave – pensé – y su fuerza es tan tremenda.

Seguí mi camino hasta llegar a Punta Carretas, me interné en ella, me recosté un momento, casi vencido por la fuerza del viento, contra el muro del faro y después de contemplar un rato la furia del Pampero, y el oleaje, cada vez más violento, me adelanté, buscando el amparo de dos grandes rocas, que me resguardaron, y entre la figura de ambos, miraba venir el oleaje. Sentí una impresión que llamaría paradojal, contradictoria: las olas hacían temblar las piedras y parecían removerlas; yo mismo, allí colocado, y ante la potencia del viento y del oleaje, corría peligro. Y es curioso: sentí de pronto un inesperado júbilo; casi salvaje y exclamé: ¡Alegría del mar!. Y volvía a repetir esas palabras. Y pasado un momento, de nuevo las repetí. Y sentí en la frente el parto de un poema que lleva  por título “Alegría del mar” y es el primero del “Libro del mar” (de la serie Poemas del Hombre). No tenía papel donde escribirlo pero llevaba en el bolsillo una cantidad de poemas últimamente compuestos y que  - recuerdo – estaban pasados a máquina. Tomé esas hojas y apoyándome en mis propias rodillas, intercalé “Alegría del mar” en el interlineado de otros poemas. Y cuando llegué a mi casa lo pasé a máquina e hice varias copias.

Por esos días vino por primera vez a recitar a Montevideo Berta Singerman, a la cual yo no conocía. Entonces ella era también desconocida en Montevideo. Yo había ido al teatro “Cataluña” que existía en la calle Ibicuí, y estaba escuchando a un concertista de violín. Me hallaba en medio de la platea aproximadamente. Y desde un palco sorprendí a una señorita que de tanto en tanto me miraba y que hablaba con alguien que estaba también en el palco y que yo no podía ver quién era.

Terminada la parte de concierto, sentí una mano que se apoyaba en mi hombro y una voz muy amiga, que me decía: “Hay alguien que te quiere conocer”.

Y yo le dije: “Debe ser aquella señorita que está en aquel palco”. Me miró sorprendido y me dijo: “Eres poeta, pero también eres un brujo. ¿Cómo te diste cuenta?.

“Porque me miraba y hablaba con alguien al que no veía”.

El amigo era Parra del Riego.

Fui a saludarle y después de un rato de conversación me dijo si no tenía algún poema mío. Yo llevaba una copia de “Alegría del mar” y se lo regalé.

Años después, la misma Berta Singerman me decía: “Aprendí su poema de memoria, porque me gustó mucho, pero no encontraba el modo de interpretarlo. Lo dejé estar en la memoria y pensé, ya vendrá el momento”. Y ese momento vino del modo más curioso. Yo viajaba de Lima a Guayaquil, en pleno Océano Pacífico. De pronto se produjo una verdadera tempestad, que hasta me hizo pensar por un momento en un naufragio. Pero, a pesar de todo, me acerqué hacia la proa y al sentir todo el poder del viento y del oleaje, empecé a recitar su poema de acuerdo con lo que estaba mirando y , me complace decírselo, desde ese momento su “Alegría del mar” ha sido uno de mis más grandes éxitos”.

Se quedó sorprendida cuando al contarle la génesis del poema, advirtió la coincidencia entre el nacimiento y la interpretación.

Yo le dije: “Hay que creer en las tempestades. La calma, tan buscada por la humanidad, se parece más a la muerte que a la vida”. 

“Los juegos de la frente” (1929)  

“En mí época de profesor del liceo Miranda atendía muchas clases y apenas tenía tiempo para escribir, pero no quería perder la oportunidad de ir haciendo mi obra”.

“Iba a pie, desde mi casa de la calle Médanos, al liceo Miranda, y durante el camino iba pensando alguna reflexión, iba meditando. Al llegar a la altura de la iglesia de la Aguada hay una plazuela en los fondos; cuando llegaba allí me sentaba en el banco de esta plazuela y allí mismo escribía las reflexiones que pensaba durante el camino. Este libro lo hice así, poco menos que jugando, caminando, paseando, meditando, mientras daba largos pasos para llegar pronto y tener tiempo para escribir”.

“Así fui formando este libro, al cuál no sabía qué título ponerle, hasta que al fin  se me ocurrió cómo llamarle. Por tratarse de prosas reflexivas, a veces filosóficas, psicológicas, por los temas que tratan, pensé que debía considerarlos pensamientos, no poesía, aunque en algunas reflexiones hay también poesía. Al fin di con las palabras, “juegos”, “interludios”, y ello ocurrió durante las caminatas que hacía hasta el liceo. ¿Quién juega cuando uno piensa? Juega la frente y de ahí salió el título”.

“No quise darle un título más filosófico, más grave, más profundo, quise hacerlo como que eran simples juegos en momentos fugaces de la vida, cuando iba realizando mi labor docente”.

“Contiene pequeñas prosas, algunas son verdaderos aforismos, más breves no se podrían concebir; algunas son un poco más extensas. Cuando eran más extensas yo no las escribía enteras en el banco de la plazuela, sino que hacía un esquema rápido, apuntaba los puntos centrales y después, en mi casa lo pasaba en limpio, y componía la prosa como para que integrase ese librito que se me había puesto en la cabeza que fuera prosa de tendencia filosófica”.

“Libro del amor” (1930) 

Llama la atención que en el año del centenario no haya escrito nada sobre la patria. Lo mismo ocurrió con Oribe (que editó “La Transfiguración de lo Corpóreo” (Sabat intervino en ese año en el Plan Reyles)

Tanto Sabat como Oribe sintieron la necesidad de entregar a su pueblo dos creaciones hondas, perdurables de su inspiración que señalan hitos en su poesía; al fin, expresión viva y alta del alma nacional.

¿Por qué el Libro del Amor es un Poema del Hombre? ¿Por qué Sabat prefiere incluir estos poemas en su serie universal?

“Porque con seguridad entendió que estas vivencias ígneas suyas en torno al amor son del Hombre, pertenecen a su grandeza y el tránsito de ellas por cada alma es un reflejo de su universalidad. Es el amor como esencia, como acto esencial”.

“Hay un océano verbal”, “un sentido polífono” además del “aleteo” universal”, “ebriedad”, “torbellino cósmico”, en donde nace vertical la ascensión del poema.

El Amor se destruye y se crea (en su libro) como en el fuego de un vitalismo pánico. Es un vitalista hondo.

Además tiene un platonismo místico. Pero su misticismo difiere del de los clásicos del género (en éstos, alma y visión son estáticas y en Sabat hay un intenso dinamismo).

El platonismo sabatiano no es una doctrina o una categoría filosófica, aunque su fuente es ella, sino un modo de vivir en un mundo espiritualizado.

También hay fuentes orientales (H. Blixen: Sabat me aseguró que los Vedas influyeron mucho en él; ese libro, adquirido en París, me lo regaló diciéndome “cómo lo querré que le regalo el libro que más quiero”). Mística y filosofía hindú: hay un misticismo erótico.

“El Libro del Amor”, poema rigurosamente platónico ha dado una visión del amor trascendiendo del ser mismo: su dimensión está en el Universo y en la Eternidad. 

“Geografía del Río Cebollatí” (1939) 

“La Sociedad Lineana de Amigos de la Naturaleza”, fundada por Clemente Estable, en una de sus tantas exploraciones por el interior de nuestra República, me invitó a una expedición a la zona del río Cebollatí, desde un punto muy interesante frente a Rocha, hasta la desembocadura de la Laguna Merín”.

“En una de las tantas expediciones que hicimos en esa zona, descubrí una pequeña isla sobre la costa de Treinta y Tres. Inmediatamente llamó poderosamente la atención una columna de humo que subía permanentemente de la isla cubierta de vegetación y decidí ir a ver de qué se trataba”.

“Al llegar a la isla divisé, entre la vegetación, a un hombre ya bastante viejo, que cortaba leña. Su vestimenta era muy rudimentaria: un chiripá improvisado y nada más. Luego de un rato se sentó y se puso a fumar un cigarro”.

“Entonces decidí acercarme. Estuvimos hablando un lapso bastante largo y me contó acerca de su vida pasada y actual, de su actuación en todas las revoluciones”.

“La isla estaba habitada solamente por él, y mantenía muy poco contacto con el mundo exterior; el necesario para canjear la leña por otros alimentos. El libro es un retrato muy realista, pero emotivo, de la vida de ese hombre, el cual me causó una verdadera conmoción”.

“Oda a Luis Gil Salguero (1840) 

“Luis Gil Salguero fue un notable profesor de filosofía y muy amigo mío”.

“La obra consiste en un poema escrito en tercetos, que interesaron mucho a las personas relacionadas con él, pues traté de hacer una síntesis en verso, que reflejase la personalidad de éste, a quien podríamos llamar uno de los filósofos uruguayos”.  

Libros escritos por Carlos Sabat Ercasty 

1917 – Panteos (Poemas).

1921 – V. Basso Maglio (Ensayo Crítico).

1921 – Poemas del hombre – Libro de la Voluntad.

1921 – Poemas del hombre – Libro del Corazón.

1921 – Poemas del hombre – Libro del Tiempo.

1922 – Poemas del hombre – Libro del Mar.

1923 – Vidas (Poemas).

1925 – El vuelo de la noche (Poemas).

1929 – Los juegos de la frente (Poemas).

1929 – Los adioses (Sonetos).

1930 – Julio Herrera y Reissig (Ensayo crítico).

1933 – Lívida (Poemas).

1935 – El Demonio de Don Juan (Poema dramático).

1937 – Poemas del hombre – Sinfonía del Río Uruguay.

1939 – Geografía: El Río Cebollatí.

1940 – Verbo de América; discurso a los jóvenes.

1940 – Cántico desde mi muerte.

1941 – Artemisa (Poemas).

1944 – El espíritu de la Democracia.

1944 – Romances de la soledad.

1945 – Himno universal a Rosevelt.

1946 – Himno a Artigas.

1947 – Las sombras diáfanas (Sonetos).

1947 – Poemas del hombre: Libro de la Ensoñación.

1947 – Oda a Eduardo Fabini.

1948 – Retratos del Fuego: Antonio de Castro Alves.

1948 – Poemas del hombre: El libro de Eva inmortal.

1948 – Unidad y dualidad del sueño y de la vida en la obra de Cervantes.

1948 – Libro de los Cánticos: cánticos de la presencia.

1952 – Prometeo (Poema dramático).

1953 – Poemas del hombre: Libro de José Martí.

1953 – Retratos del fuego: María Eugenia Vaz Ferreira.

1957 – El charrúa veinte toros.

1958 – Chile en monte, valle y mar.

1958 – Poemas del hombre: Libro de los mensajes.

1958 – Sonetos Ecuatorianos.

1958 – Retratos del fuego: Carlos Vaz Ferreira.

1959 – Lucero, el caballo loco.

1959 – El mito de Prometeo.

1960 – Dramática de la introspección.

1964 – Eurídice, la joven del canto.

1964 – Himno a Artigas – Himno a Mayo.

1967 – Himno al joven de la esperanza.

1967 – De Martí a Sabat Ercasty (Meo Zilio).

1967 – Canto secular a Rubén Darío.

1969 – Transpoemas XXVII.

1977 – Sonetos de la Agonía.

1978 – Parábolas

1978 – Retratos del fuego: José Luis Zorrilla de San Martín.

1979 -  Bula Piriz: Sabat Ercasty; poemas y creación.

1980 – Cánticos a Eurídice: Tomo I y Tomo II.

1982 – Antología de Clásicos Uruguayos.

 

por Hyalmar Blixen
 

El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.

 

Ver, además:

 

                     Carlos Sabat Ercasty en Letras Uruguay 

                 

                                                              Hyalmar Blixen en Letras Uruguay

 

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