Carlos Real de Azúa

por Hyalmar Blixen

El ambiente familiar

En el plano personal, conocí poco a Real de Azúa, y al ser invitado a escribir sobre él empecé por negarme: hay una veintena de críticos que podrían hacerlo mejor que yo. Luego acepté, porque con ello me obligaba a mi mismo a entrar en el mundo muy complejo; rico en variaciones, pero de gran profundidad intelectual, de múltiples experiencias, de hondura de pensamiento, de vasta cultura, de sintaxis que a veces obligan a leer de nuevo, de este señor de la prosa, ensayista, polemista, doctor en leyes y profesor, que es una de las cumbres de que puede enorgullecerse la literatura uruguaya del siglo XX. No sé si al iniciar este estudio podré enseñar a otros algo respecto de Real de Azúa, pero por lo menos, al adentrarme en su vida y escritos, aprenderé yo mismo.

En denso prólogo a los escritos de Carlos Real de Azúa, Tulio Halperin Donghi señala algunos antecedentes de la familia paterna. En cuanto a Rodríguez Monegal, ha rastreado, de manera accidental, la existencia de algún Real de Azúa en un cargo importante en Chile, en la época de la independencia. Pero de acuerdo al primero de los críticos, en 1794 llegó a Buenos Aires Don Gabriel Real de Azúa, el cual se dedicó, como era muy corriente, a labores vinculadas con el comercio. Uno de sus hijos, Ezequiel Maria, que nació en 1804, contrajo enlace con Mercedes Lavalle (hermana del general Juan Lavalle, adversario de Rosas: de este matrimonio nacieron cinco hijos, uno de los cuales fue Gabriel Real de Azúa Lavalle. En 1854, Mercedes Lavalle, ya viuda, se casó en segundas nupcias con Carlos Horne, norteamericano. radicándose en Montevideo. Gabriel Real de Azúa Lavalle contrajo matrimonio con Cipriana Muñoz y entre los diez hijos que tuvieron uno, también Gabriel, de profesión médico se entusiasmó con la vida, personalidad y obra de Batlle y Ordóñez y, casado con Maria Esperanza Tocavent, de este matrimonio nacieron tres vástagos, uno de los cuales fue el escritor Carlos Real de Azúa. Pero aparece una contradicción en el plano de las ideologías pues si bien el padre era, además de batllista, ateo, la madre practicaba el catolicismo. Esas dos influencias debían forzosamente incidir en la formación de su hijo. Venció la voluntad o persuasión materna y Carlos Real de Azúa recibe la enseñanza católica de la época, que era muy cerrada, pues recuerdo que aún en 1944, cuando examinaba literatura, en algún colegio religioso, como representante oficial, a veces, al preguntar Tolstoi y Víctor Hugo, la alumna, asustada por la pregunta, me decía: "Pero... ese autor está prohibido". Las monjas, algo azoradas, me miraban a ver qué actitud tomaría yo. Y como mi "¡buá, vamos a preguntar otro autor!" respiraban. Y si señalo esto es porque la enseñanza que habrá recibido Real de Azúa debe haber sido muy dogmática y eso puede explicar ciertas incongruencias de su pensamiento inicial. Que no representan al verdadero pensador que luego fue. Hubo un enfrentamiento duro entre Batlle y los católicos uruguayos a propósito de la separación de la Iglesia y el Estado que dejó heridas por ambos bandos, sin recordarse que el primero que marcó esa distinción fue Jesús, cuando dijo: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero el caso es que las mujeres católicas llevaron, durante mucho tiempo, una cruz colgada sobre el pecho en señal de protesta. En realidad Batlle no quería perseguir a la religión católica, sino que consideraba que ninguna religión debía ser oficial. Incluso, cuando una comisión de damas que hacían obras de beneficencia fue a ver a Batlle para pedirle la colaboración del Estado en esa obra social y laica, llevaban, las más, cruces de protesta, aquél las felicitó por la dignidad con que mantenían sus ideales y luego entró a tratar el tema objeto de la audiencia.

El ambiente estudiantil

Curiosamente, a pesar de tener la misma edad. conocí a Real de Azúa en un tribunal examinador de literatura en el Vázquez Acevedo. El hacia una agregatura de esa materia y al recibirse de bachiller, ya podía aspirar a suplencias, pues entonces no existía, ni el Instituto de Profesores Artigas, ni la Facultad de Humanidades, ni la Escuela de Profesores del Instituto de Estudios Superiores, que fue anterior a ambos. Cada docente estudiaba por si mismo y a los porrazos. La llamada al pie de página de un libro o la cita dentro del texto advertía al incipiente aprendiz de profesor la existencia de otra fuente a explorar de manera bastante solitaria. En Preparatorios para Derecho había, entonces, en el Vázquez Acevedo, dos grupos en primero: el "A" y el "B", que tenían, de momento. cierta rivalidad. Quizá en el "B" estuviera Real de Azúa; si era así, en ese momento no lo había identificado. Luego. significativamente existía un solo segundo curso de Preparatorios de Derecho, lo que indicaba que la barrida iba a ser grande. Dentro del "A" se polemizaba en el patio, incluso con brillantez, a propósito de políticos, pero más aún sobre religión, pero los planteos eran de un extremismo increíble. "¿Sos fascista o sos marxista?" y "¿Creés en Dios o sos ateo?". No había puntos medios en esa dialéctica. Y curiosamente, las discusiones sobre religión eran más encarnizadas: memorables las de Ganón contra Grauert y Barbé Pérez: los tres llegaron a ser profesores. Se formaban corrillos para escucharlos. Algo de lo que decían se entendía y el resto de la dialéctica metafísica se captaba a medias, pues los escuchas no nos especializábamos tanto, ni estábamos. por lo menos yo, seguros respecto de a qué cosa le llamaban Dios. Además, había cierta rivalidad de grupo a grupo. Por motivos que ignoro, uno del "A" entreabrió la puerta del "B" cuando daban clase y dijo a media voz "cornudos". Cuatro o cinco zamarrearon durante el recreo a quien tuvo la malhadada idea. Entonces, en el recreo siguiente, los del "A" consideraron que cinco contra uno era demasiada prepotencia y decidieron "cascar" a los actores; pero estos fueron defendidos por todo el grupo "B". Los dos grupos se trenzaron a puñetazos en el ángulo del segundo patio próximo a donde estaba el salón 13 o 15. Alrededor de ciento cincuenta alumnos a puño limpio: por suerte, de físicos más o menos iguales, nadie quedó "knock out". Se separaron al tocar la campana y de puro molidos.

Al año siguiente todos estábamos juntos en el único curso de segundo. En cuanto a mi, si bien gustaba escuchar las ideas de mis compañeros, me interesaba más el tema de la federación latinoamericana y el estudio del indígena precolombino y luego la condición actual en planos culturales y sociológicos, con cierta simpatía, quizá bastante, por el aprismo. Cuando tímidamente se aventura la idea de la federación, era entonces hablar en chino; algunos de mis compañeros de clase que me oían, a las primeras palabras me salía con un "Bah, tú estás loco". Me iba a la Biblioteca del Vázquez a escribir, durante el recreo y en las horas puente, la novela de ambiente charrúa prehispánico "Los Iporas", que se editó recién en 1939, por razones económicamente obvias. En el prólogo hago una mención a Haya de la Torre. Naturalmente que descuidaba algunas materias, y el bachillerato lo hice en tres años, no en dos. Por eso, cuando rendí examen del segundo curso de Literatura, en el Tribunal estaba Real de Azúa. Yo había dejado ese examen para febrero, porque el profesor José Pedro Segundo era, según se decía, muy exigente, y cuando reprobaba a un alumno expresaba su fallo con estas palabras: "Al Báratro" (era el precipicio donde se arrojaba a ciertos criminales en Atenas). Y de ahí que en el Vázquez Acevedo subsistió durante bastante tiempo un neologismo: el verbo "baratrear". Pero Segundo tenía la cortesía de no examinar en febrero, con lo que daba un respiro a los estudiantes. Yo me presenté en ese período ante un tribunal formado por Carlos Sabat Pebet, Hugo Rodríguez y Carlos Real de Azúa. Después de hacer la disertación (el autor de la bolilla era Diderot), me preguntó Real de Azúa sobre "el tema del mar en Lord Byron". En aquella época leíamos seis o siete libros de un autor y había que relacionar puntos afines o dispares. Ese tema lo relacionamos, de acuerdo a las preguntas de Real de Azúa, sobre la base de "Chile Harold", "El corsario" y "Don Juan". Luego Sabat Pebet me preguntó un punto de un libro de Chateaubriand y después, satisfecho con las respuestas, se recostó hacia atrás y me dijo que disertare a propósito del simbolismo francés. El examen me gustó y Real de Azúa se levantó de su asiento, salió al patio y me estrechó la mano, con algunas palabras elogiosas tal vez, cosa que hicieron después los otros dos examinadores. Ahí conocí a Carlos Real de Azua y aprecié su espontaneidad cordial. Tal vez lo hubiera visto antes; de repente estuvo en la olla de "piñazos", pero fue la primera vez que hablamos.

El ambiente mundanal

Real de Azúa frecuentaba ambientes distinguidos donde su figura elegante, su talento y su cultura lo hacían simpático a los amigos y mirado por algunas jóvenes con muy buenos ojos. Con alguna salió bastante: lo corriente era bailar, ir al cine o a la confitería Americana, en 18 de Julio. En el hotel Carrasco había a la vez tres orquestas: en la terraza abierta se bailaba al son de los "Lecuona Cuban Boys" o de la orquesta de "Xavier Cugat", acompañado de la escultural Abe Lene. En el salón comedor tocaba alguna de las típicas: se alternaban los tangos con las milongas. En el salón de fiestas, durante un tiempo, funcionó una orquesta de vals, generalmente vieneses. Según la chica, uno la invitaba a bailar en una u otra sala, consultando desde luego el gusto de la señorita. Nada hay que censurarle ni de frívolo, si se tiene en cuenta que actualmente los muchachos salen a bailar también todos los sábados. El resto de la semana trabajábamos y estudiábamos.

Pero donde aparecía una cuestión cultural, Real de Azúa dejaba de lado todo lo frívolo, que era sólo una envoltura bastante aparente en él, y se enfrascaba en el tema. Aunque no éramos del mismo grupo de amigos, por lo que lo conocí un poco al pasar, puedo contar esta anécdota. Una noche estábamos en el hotel Carrasco, serian las tres de la madrugada y ya cansados íbamos dos o tres a esperar un ómnibus que pasara por la Rambla, cuando Real de Azúa, que tenía un autito, y también se retiraba, nos dijo algo así como "los arrimo" o "los llevo". Nos pareció de perlas, pero al llegar al hall de salida, se encontró con una señora, para nosotros, en aquel tiempo, veterana, pero que hablaba muy bien inglés y se puso Real de Azúa a hablar con ella, pues estaba mejorando esa lengua. Al rato se sentaron y nosotros, en la puerta, esperábamos rezongando: -"Pero ¡mire que detenerse por esa vieja!" A los tres cuartos de hora se despidió de ella y nos trajo. Y esto, que no es nada en si, ilustra visualmente cómo Real de Azúa, como nosotros, era frívolo hasta que aparecía una cuestión cultural, que se superponía en seguida a lo superficialmente aparente. En realidad era sumamente llano, cordial y aunque pertenecía al patriciado jamás hizo la más mínima diferenciación de clase social. Trataba a todos como tiene que hacerse pero a veces no se hace, con igual llaneza. Rodríguez Monegal dice que Real de Azúa lo invitaba a las fiestas a las que iba, a partidos de básquetbol, a vacaciones en Punta del Este, a almuerzos en el Golf "todo un mundo -agrega- que yo apenas conocía y era el mundo de Carlitos, más urbano y elegante que el que me había tocado en el reparto, pero que él me ofrecía con la sencillez y elegancia del que sabe dar". Solamente objetaría la palabra "reparto", porque el tener un apellido antiguo no implica riqueza: quizá en el bolsillo de ambos la cantidad de dinero estaría bastante pareja. Pero, en fin, todas fueron experiencias aprovechables: vio el mundo desde bastante arriba, también el de la posguerra de España, el turbulento de la política uruguaya: conoció la pobreza de amigos y los ayudó a mejorar su condición. pues terna un corazón de oro. Todo eso hace de él un ser intelectual, y emocionalmente rico, complejo, difícilmente aprehensible. Incluso creo que hubo un desencanto amoroso que tal vez dejó huella: la muchacha era bonita, fina, agradable. En ese aspecto la suerte fue injusta con Real de Azúa. Pero no se quejó ante nadie, porque era un perfecto caballero.

El ambiente intelectual

Durante la guerra española, la educación católica de Real de Azúa lo impulsó hacia el falangismo, ya se ha visto que las opciones que se planteaban eran en sus términos extremos y había alguna información de lo 7 que acontecía, pero podía ser parcial. Se miraba más quién vencía a quién que el horror de lo que ocurría a un pueblo al que los ejércitos obligaban en su avance a engancharse en uno u otro bando. Nuestro pueblo era decididamente antifalangista, antifascista y antinazi, pero había alguna minoría que acompañaba activamente a la extrema derecha. El caso de Real de Azúa se basaba en su catolicismo y en su desinformación respecto de lo que era el falangismo; hizo un viaje a España para ver por si mismo lo ocurrido y qué cosa era la "falange": alguien escribió que podía haberse ahorrado el viaje, de haber leído tal o cual libro. Indudablemente, pero hubiera sido una experiencia indirecta: era adherirse a una opinión ajena.

Real de Azúa mostró, desde temprano, su jerarquía de buen escritor al obtener, en 1936, un segundo premio en un concurso organizado por William Berrieu, como lo recuerda Ruben Cotelo, del cual tomo estos datos. El tema era "Rodó y el arielismo"; los otros jurados eran de valía: Pedro Henríquez Ureña, Federico de Onis, Alfonso Reyes, Arturo Torres Rioseco. El primer premio le fue adjudicado al peruano Andrés Townsend Ezcurra.

Ese mismo año escribió su estudio sobre Eduardo Mallea, escritor argentino nacido en Bahía Blanca en 1903, novelista y ensayista que estudió derecho y ciencias sociales sin llegar a doctorarse, delegado oficial al PEN CLUB que ese mismo año se reunía, si mal no recuerdo, en Buenos Aires. Era autor muy leído, especialmente en "Historia de una pasión argentina", "La ciudad junto al río inmóvil", "Cuentos para una inglesa desesperada", anterior a los ya mencionados, y preparaba "El sayal y la púrpura" que saldría editado en 1941. En ese mismo 1936 Real de Azúa aborda, en la Facultad de Derecho, a Carlos Martínez Moreno: eran compañeros de clase pero era tal el número, que en el primer año no se conocían. Había escrito éste un articulo en "El Día" y sobre el tema: "La contradicción de Don Miguel de Unamuno". Real de Azúa lo abordó y le objetó lo escrito y ahí discutieron un rato. Yo conocía más a Martínez Moreno, pues veníamos desde el Liceo Nº 4 avanzando juntos y además teníamos afinidad literaria: todas las semanas íbamos a discutir a propósito de libros: generalmente se efectuaban esos encuentros en la casa de la calle Colonia 2255 bis, si no me falla la memoria. Era más latinoamericanista que los demás y como coincidía conmigo en ese punto, me avisaba qué libros habían adquirido notoriedad internacional: Rivera, Gallegos e Icaza. No escribía en "El Día", sino en "El País", tal vez propuesto por Daniel Rodríguez Larreta, que era otro de nuestros excelentes compañeros de clase. Y cuando no podía ir a hacer la crónica musical a causa de sus estudios, me pasaba la entrada reservada a cronistas, que me venia estupendamente, dado lo exiguo de mis estipendios: veía la función, hacia el juicio que me parecía adecuado y se lo llevaba a "El País". Martínez Moreno lo leía, pero tenía juicio más severo que el mío y a veces me preguntaba con aire de sospecha: - ¿Te parece que la actuación de Tal o Cual puede decirsele "buena"?.

- Y... sí. respondía yo dubitativamente.

Después de una mirada "Rayos X", Martínez Moreno tachaba mi "buena" y decía: - Vamos a poner "discreta".

-Ah, como quieras. Total, vas a firmar tú.

Y al conocerlos a ambos comprendo cómo habrá sido la discusión política entre Real de Azúa y Martínez Moreno. La amistad entre ellos, o por lo menos el compañerismo, se inició mucho después, cuando los dos colaboraron en "Marcha", reclutados, según parece, por el propio Quijano, aunque Rodríguez Monegal expresa que fue él quien llevó a Real de Azúa a ese semanario. Pero efectuando el viaje a la España ya franquista, Real de Azúa comprendió que lo que estaba viendo difería de modo sustancial con lo que creía. Un día se encontró conmigo cerca de la confitería "La Americana", nos sentamos y me habló unas dos horas. No entendí muy bien qué era lo que me quería decir, simplemente que estaba "de vuelta de muchas cosas" y que había que repensar todo de nuevo. Me regaló por esa época "España de cerca y de lejos" editada en 1943, fecha en que yo dictaba mi conferencia en el Paraninfo de la Universidad, sobre el tema "Los Estados Unidos de Latinoamérica". Antes le había regalado mi novela "Los Iporas". La verdad es que no leí entonces su libro sobre España, y recién lo hago ahora, y supongo que él no habrá leído mi narración de ambiente charrúa prehispánico.

En 1937 fue designado Profesor de Literatura, actividad que ejerció hasta 1966. En 1950 colaboró en una revista literaria que lamentablemente duró poco: "Número". Allí publicó "Ambiente espiritual del 900" en las entregas 6, 7 y 8. En esa publicación empezaron a surgir plumas de las más importantes de la nueva promoción literaria. En 1954. "Problemas de la juventud en el Uruguay": en 1955 los artículos a propósito del "Indice critico de la literatura hispanoamericana", de Zum Felde, de los cuales derivó al fin una polémica. Se había afirmado en sus estudios de Derecho y se recibió de abogado en 1946. Ejerció su profesión, pero sin darle demasiada importancia a esa actividad. Escribía, además, en revistas, no sólo en "Número", sino en ''Escritura''. "Tribuna Universitaria''. "Anales del Instituto Artigas" y "Entregas de la Licorne", que dirigía, con gran conocimiento y claridad, Susana Soca. Pero lo más importante de su actividad periodística la realizó en el semanario "Marcha". Quijano acentuó en éste su posición de avanzada que ya había demostrado en su anterior semanario, "El Nacional", que debió cerrarse porque el público uruguayo no estaba todavía suficientemente maduro para las ideas allí sustentadas. Tanto en "El Nacional" como en "Marcha" dio Carlos Quijano mucha libertad a sus colaboradores, porque consideraba que cada uno debía asumir su cuota de libertad con su correspondiente cuota de responsabilidad. Dice Martínez Moreno: "Allí (en 'Marcha') comencé a escribir mi crónica de teatros y Real de Azúa los ensayos que, en el tránsito hacia su madurez harían de él a uno de los creadores críticos más importantes del Uruguay, sin amonestación de tiempo o de limitación generacional".

El ambiente docente

Entretanto su desempeño en la docencia era de destaque. Expresaba cosas muy finas e incluso profundas y daba al alumnado gran libertad, lo que hacía que todos intervinieran a la vez. Rodríguez Monegal, que había estudiado en el Liceo Francés, o sea dentro de una línea muy estricta de disciplina, señala lo ruidosa que era a veces una clase de Real de Azúa: pero ruidosa por fermental no puede tomarse sino como elogio. Más vale entre un extremo y el otro, que todos hablen, y no que la muchachada esté muda. El otro día, por casualidad, me encontré con una alumna mía que también lo había sido de Real de Azúa. Cuando le conté que estaba escribiendo sobre él se puso muy contenta y me hizo de las clases de Real de Azúa un elogio que revelaba admiración cálida: sabía muchísimo, penetraba en los temas con gran captación de aspectos sutiles, pero de pronto se dispersaba. Y textualmente: "Lo distraía hasta el vuelo de una mosca". El juicio de esa chica es sumamente valorativo y la expresión un tanto negativa la vi tan cargada de afectividad y tan gráfica dentro de la manera de expresarse de un alumno, que no me parece que desmerezca al excelente profesor del que estamos tratando de hacer una semblanza.

Dentro de las polémicas literarias recuerdo una que mantuvo con Crispo Acosta, a propósito de un cambio de autores del programa. Guardé los artículos periodísticos y luego los tiré unos años después, creyendo que habían perdido actualidad: ahora me harían falta. A Crispo Acosta (Lauxar) le dolía la exclusión de Anatole France y de Vigny, dos de sus autores favoritos. Real de Azúa replicaba que Anatole France estaba "demodé", me parece que esa fue la palabra, pues cito de memoria. Y pienso que efectivamente, ya no tenía razón en figurar, en el programa. Pero creo injusta la exclusión de Vigny, para mi el más profundo poeta francés de todos los tiempos: claro que había qué leerlos en su lengua original y los muchachos, qué cada vez leían menos en español ¿cómo exigirles que estudiaran en francés? Pero coincide con que los dos autores que quería y logró excluir Real de Azúa eran anticatólicos. Toda la obra de Anatole France es un ataque cómico a la Iglesia. Y si de Vigny se lee "El Monte de los Olivos", donde hay un reproche a Dios por permitir la muerte de Jesús...

Real de Azúa ascendió al desempeño de cargos docentes de gran relevancia, conforme a sus méritos: fue Profesor de "Teoría Literaria" en el Instituto de Profesores Artigas, también en el mismo I.P.A., Profesor de "Estética Literaria" y de "Ciencia Politica" en la Facultad de Ciencias Económicas.

Creo que examiné una vez junto a Real de Azúa, me parece, en el Vázquez Acevedo. Presidía Esther de Cáceres y se empezó a poner seria con nosotros porque sospechaba que en las preguntas éramos más blandos con las muchachas, lo cual no era, me parece, cierto. Pero, sea esto así o no ¿cómo examinaba Real de Azúa? Lo hacia con mucha personalidad. Mercedes Ramírez señala que ayudaba mucho al examinado, eso porque era bondadoso, comprensivo de la carencia de algunos de ellos, y se refiere al caso de un estudiante japonés: ella y Real de Azúa le hicieron varias preguntas. Nada. El pobre chico japonés sólo sonreía dulcemente, Real de Azúa, que presidía el Tribunal, dijo: "Aprobado". Y explicó: "Yo no voy a llevar sobre mi conciencia el peso de haber bochado a un japonés que ya ha perdido seis exámenes". Porque él leía el carné donde estaba el debe y el haber del examinado. Pero es que había docentes que tenían mucha personalidad. Un día Crispo Acosta presidía un tribunal de Literatura para Preparatorios de Medicina. El examinado declaró que no podía disertar sobre el tema de la bolilla y cuando se pasó a preguntar el primer examinador, el muchacho no contestó nada. Pasó a Crispo Acosta la "suerte de matar" como se dice en tauromaquia y le preguntó un autor de los 14 del programa, y no lo supo. Indignado le repetía:

- ¿Y qué autor ha estudiado?

- Rodó.

- ¿Y qué ha leído de Rodó?

- Todo.

- ¿Todo? Dígame qué expresó en tal conferencia.

El alumno contestó sin titubear al bombardeo feroz de Crispo Acosta. Quien lo paseó por toda la obra ensayística y periodística. Resultó que en ese tema sabia igual que el profesor. Crispo Acosta explicó a los otros dos miembros del Tribunal:

- Quien ha estudiado de tal manera a nuestro máximo ensayista, no pudo tener tiempo para dedicarse a los demás temas del programa. Propongo que se lo apruebe con sobresaliente.

Yo me aparté de Real de Azúa y los profesores del Vázquez Acevedo cuando fui destinado al "Instituto José Batlle y Ordóñez", que entonces funcionaba solamente para señoritas. Allí observé que Alicia Goyena -espíritu totalmente superior- tampoco hacia demasiado caso de los Reglamentos: cuando le llegaba uno con modificaciones a propósito de algo que no mejoraba nada en su opinión, se limitaba a decir: "Bueno, guárdelo... Es poco importante".

La madurez del escritor

A "España de cerca y de lejos" (1943), sucede "Ambiente espiritual del 900" (1950) como ya se ha expresado. En 1954, "Problemas de la juventud en el Uruguay" y, después, "Prólogo a Motivos de Proteo", en la edición de le Biblioteca Artigas, 1957. Luego, "Un siglo y medio de cultura uruguaya", 1958: "Evasión y arraigo en Borges y Neruda" (con Angel Rama y Emir Rodríguez Monegal) en Revista Nacional Nº 202: "El patriciado uruguayo", 1961: "El impulso y el freno", 1964; "Prólogo a El Mirador de Próspero". ed. Biblioteca Artigas, 1965; "¿Cuáles son las causas de que los llamados partidos tradicionales reúnan un porcentaje tan aplastante del electorado? Ponencia", Instituto de Economía, 1967: "José Vesconcelos (La Revolución y sus bemoles)", 1967; "Prólogo a Crítica y Arte de Gustavo Gallinal", 1967; luego se suceden sus varios aportes a los fascículos de la Serie Capitulo Oriental: le pertenecen los números 1, 5, 8, 9, 38, 37 y 40. También colabora en la "Enciclopedia Uruguaya": capítulos 1 y 50; en ésta trata el tema de "Herrera y el nacionalismo agrario". Aunque estos aportes son de divulgación no dejan de resultar interesantes, para los estudiar especialmente, y para todos los que tener una visión clara y sinóptica de literatura. Será inevitable que algunos autores se sientan relegados, pero toda selección es naturalmente subjetiva, personalísima del seleccionador. Y responde a las "perspectivas", no diría "generaciones", porque creo que propiamente las haya, pero si a jalones o puntos desde donde puede hacerse una apreciación del estado de evolución de corrientes artísticas y literarias en particular; podría tomarse en 1900, el 1920, 1940, 1980 y, en fin, el 2000, que no está lejano. En realidad, si nos ceñimos a la cronología de nacimientos o comienzos literarios y culminaciones de obras y de vidas, la diversidad es continua. En el caso de cada uno de esos aproximados puntos de referencia, se encuentra que unos artistas viven veinticinco o treinta años, y otros noventa, y han pasado por distintas experiencias, hechos históricos, cambios sociales que han modificado su arte, aun cuando de pronto nacieron el mismo día, empezaron a crear el mismo año. El problema es sumamente complejo y si se quisiera agrupar por tendencias políticas, no sólo hay muchas, sino que presentan matices dentro de las mismas. Y en cuento a escuelas místicas, también duran poco, por lo menos en el siglo XX.


Real de Azúa publica, en 1969, "Legitimidgd, apoyo, y poder político; ensayo de tipología", como también "La Clase dirigente"; "Disyuntiva de la democracia cristiana", de la que es coautor, en 1971: "La política como acción: el sistema político. Curso de ciencia política", en 1972. "Curso de política internacional" y "La teoría política latinoamericana: una actividad cuestionada" son publicaciones de 1973, esta ultima, editada por la Columbia University. De 1976 son "Historia visible e historia esotérica: personajes y claves del debate latinoamericano" y "Los estados de desarrollo y las pequeñas naciones". En 1976 publica tres obras: "Filosofía de la historia e imperialismo" (separata), editada por el "Centro de Estudios Latinoamericanos de México"; el "Prólogo" a Ariel y a Motivos de Proteo en la Biblioteca Ayacucho de Venezuela y "El clivaje mundial eurocentroperiferia (1500 - 1900) y las áreas exceptuadas (para una comparación con el caso latinoamericano".

Luego de su fallecimiento, acaecido el 17 de julio de 1977, son editadas por lo menos cuatro obras más: "Uruguay ¿una sociedad Amortiguadora?" y "Ambiente espiritual del 900: Carlos Roxlo, un nacionalista popular", ambas en 1984. En 1987, "Montevideo, el peso de su destino" y en agosto de 1989, "El Poder: escritos políticos".

Rasgos del carácter de Real de Azúa

1. Ausencia de lo confesional. Lisa Block expresa que "en su despego por la literatura confesional había más que un rasgo de pudor", pero Real de Azúa admitía desgarramientos de su mundo interior, desde luego importantes. Esa actitud era bastante corriente en la crítica literaria de la década del 40, y Crispo Acosta, en una clase, atacó duramente en Musset, el desnudar su alma en los versos, cosa que señaló en otros románticos, también, como ciertas formas, todo lo valiosas que se quiera, pero un tanto impúdicas. De modo que esa actitud de Real de Azúa estaba dentro de las ideas corrientes de su formación literaria.

2. Se le ha llamado excéntrico. Etimológicamente este adjetivo indicaría "rareza o extravagancia de carácter". Y " extravagancia en el pensar y obrar". Y como adjetivo, "que se hace o dice fuera del orden o común modo de obrar". Para quienes no lo conocieron suena un tanto negativo este juicio. Pero en todo caso no eran actitudes que lo menoscabaran que no le gustare ser retratado y que de pronto sería por superstición. Podía ser por cualquier razón: tal vez por sentir una convicción de insignificancia personal (Lisa Block de Dehar). Otra excentricidad: su manía de no comer sin pan ... Y bueno: si le gustaba el pan... Rodríguez Monegal apunta un rasgo ya más grave: su impuntualidad: parece que no llegaba nunca a la hora. Es malo eso. El tiempo de los demás vale oro y eso no lo comprenden bien los criollos y más las criollas; en ellas es más perdonable porque cuidan salir a la calle hermosas. Yo, como de origen sueco, soy maniático de la puntualidad y, un día, un compañero de la Directiva del "Club Escandinavo", al verme tocar el timbre en el instante mismo de la hora fijada, me dijo: "- tú eres bien como los suecos: que llegan cinco minutos antes, dan una vuelta a la manzana y en el minuto justo aparecen". Ni que me hubiera visto: era lo que acababa de hacer. Se dice que a Real de Azúa no le gustaba subir en aviones.., pero subía. Y el ochenta por ciento de la gente me ha confesado tener la misma aprensión. Lo que pasa es que se da mucha publicidad a las catástrofes aéreas. Y en general a todas las catástrofes.

3. Era fanático de Peñarol. Eso ya no es una excentricidad, sino una pasión. Y además, peor es que hubiera sido "burrero" y dejado su sueldo "en las patas de un tungo roncador", como dice el tango, o en la ruleta, a la que nunca lo vi jugar. Y a propósito, un día estaba yo viendo un partido de fútbol, generalmente iba a la Olímpica, pera a causa del calor me decidí por la tribuna América. Nacional le venía ganando a Central por 3 a 0 al finalizar el primer tiempo. En eso se me acerca Real de Azúa. Lo miré inquisidoramente, quizá como Farinata a Dante.

- ¿Qué estás haciendo por aquí?, le pregunté.

- Vine para ver si le sacábamos un puntito a Nacional ... Pero veo que ya no será posible.

Analizábamos algunas jugadas del primer tiempo y luego se fue:

- Me voy, que estoy con mi sobrino.

Pero en el segundo tiempo ¡Oh. dioses de Píndaro! Central reaccionó de modo inconcebible, ante el público estupefacto y le hizo tres goles a Nacional, que en ese momento defendía el arco de la Amsterdam y que, confiado, se dejó estar. Real de Azúa se fue con su soñado "puntito" y yo salí por la otra puerta de la tribuna.

Dice "el Sobrino" que su tío tenía la excentricidad de leer en los entretiempos, pero en ese caso, más excéntrico era mi padre, porque sin ser hincha de ningún cuadro, cuando el partido no estaba bien jugado, sacaba una novela policial del bolsillo y, en señal de protesta, se ponía a leer, desentendiéndose del magro espectáculo. Por otra parte, muchos intelectuales iban al fútbol: Sabat Ercasty y Parra del Riego, dos grandes poetas, gustaban de los partidos bien jugados y de la antigua picardía criolla, sin ser mayormente hinchas. Eduardo J. Couture, el eximio catedrático de "Procedimiento Civil", "se comía el sombrero de nervios", según la expresión de algunos discípulos. Con Sabat Pebet no se podía discutir de fútbol porque se exaltaba: una vez me dijo: "¿Sabés cómo formaría el Seleccionado? Y me citó los once titulares de Peñarol. Sólo José Pedro Segundo, excelente expositor de los autores de literatura y disertaciones muy ordenadas, que era, según parece, de Nacional, se mantenía impávido. Tiene una "Serenidad olímpica", decían algunos alumnos. Aunque "baratreaba". De manera que no es nada especial que Real de Azúa tuviera su corazoncito, si bien "rayado".

4. Fue un polemista que enfrentó a adversarios de jerarquía. Se ha hecho mención a la que sostuvo por cuestiones del programa de literatura, pero otra se produjo con Zum Felde a propósito de aspectos de su obra, también citada, y desde "Marcha" le reprochó, según señala Rubén Cotelo, "altanería, énfasis, contundencia, inexactitud (de títulos, de fechas y nombres; arrogancia, juicios conclusivos, afirmaciones rotundas, estilo altivo, y un tono afirmativo, apodíctico, incoerciblemente dogmático". Y tomo de Cotelo esta otra cita de Real de Azúa, casi dos meses después de la polémica, que por lo general duraban semanas: "Cuando hago una aseveración, muy frecuentemente la matizo, la complemento con una atenuación, trato de ponerla en su punto. Creo que hay que tener el sentido dialógico de la verdad y mucho respeto por la verdad misma. Quien todo lo vea blanco o negro, quien no pueda escaparse de su cuadrícula mental, quien sólo vea las líneas gruesas, quien no tenga el sentido del matiz, quien no comprenda la función insustituible de lo complementario, raramente ha de coincidir conmigo".

Angel Rama alude también a un duro enfrentamiento polémico que Real de Azúa tuvo con Carlos Rama, del que de momento no poseo información suficiente como para emitir un juicio ni es mi intención otra que la de señalar, que ese escritor cuyo sobrino Santiago llama "tímido, retraído, oso, excéntrico y maniático" se apasionaba, de pronto, por problemas y, equivocado o no, pero sincero en ese momento, se lanzaba al ruedo, a veces como torero y en ocasiones como el toro. Capitulo que habrá que estudiar un día.

por Hyalmar Blixen

El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.

Ver, además:

 

                       Carlos Real de Azúa en Letras Uruguay

                    

                                                              Hyalmar Blixen en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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