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1938-1988 A cincuenta años de la muerte de Reyles
El embrujo de Europa y del terruño
Hyalmar Blixen

Carlos Reyles nació en 1868 y falleció en Montevideo en 1938, a los setenta años; se cumplen pues, en 1988, cincuenta de su deceso. Hay dos aspectos importantes en la labor de Reyles: una, el haber resultado, como su padre, un pionero en el mejoramiento de la ganadería uruguaya, para lo cual arriesgó sumas considerables, que al final causaron en buena medida, su ruina económica. Mucho, pues, le debe nuestro país en ese plano. Se cuenta que en una exposición ganadera realizada en Londres, deseaba fervientemente traer a nuestro país un toro reproductor, primer premio de dicho evento. Al final de la puja quedaron solos, como ofertantes, el príncipe de Gales y él. Costó mucho sacrificio, pero ese toro fue traído al Uruguay. Tenía, pues clara conciencia de lo que haría la riqueza de nuestro país. Amaba mucho, desde luego, el campo, del cual era un buen conocedor, y escribió novelas de fuerte raigambre criolla, como ser “El terruño” y “El gaucho Florido”.

EL ARTE DE NOVELAR

Reyles se había formado una teoría a propósito de la narrativa hispanoamericana, que en el fondo era, en buena parte, una posición modernista. Cuando publicó, a fines del siglo pasado, bajo el título de “Academias”, tres cuentos, a saber: “Primitivo”, “El extraño” y “El sueño de Rapiña”, precedidos de un prólogo que resultaba un manifiesto sobre el arte de la narrativa, ella motivó una trascendente polémica con el novelista español Juan Varela, el autor de “Pepita Jiménez”, “Juanita la larga”, “Doña Luz”, “Las ilusiones de Don Faustino” y de algunos cuentos entre los que se destaca “El pájaro verde”.

Fuerte polemista, el andaluz Varela se enfrentó en ocasiones con Castelar, Emilia Prado Bazán y Campoamor. Buen crítico, escribió su serie de “Cartas americanas”, una de ellas, muy interesante, sobre Rubén Darío, a propósito de la primera edición de “Azul”. Hizo periodismo en “La Nación” y en “El Correo de España”, ambas publicaciones periodísticas de Buenos Aires.

Varela comenzó atacando la teoría novelística de Reyles e hizo un comentario acre sobre “Primitivo”, en “El Correo de España”. Luego comentó también, pero para el público español, “El extraño”. Eso llevó al narrador uruguayo a defender, no sus propias novelas, pues admitía que el crítico tiene derecho, dentro de los límites de ecuanimidad y respeto, a juzgar las obras artísticas con entera libertad, pero sí su teoría de la novela. Pensaba que el ser humano había adquirido en esa época una sicología más rica y refinada, y que la acción debía ser movida por personajes de vida más compleja, como la de los novelistas rusos, especialmente Tolstoy, las de los personajes de Ibsen y de D´Annunzio y otros autores, y además –lo que enfureció a Varela- que la novela española se había vuelto demasiado superficial y epidérmica.

¿Cómo es posible, argumentaba Varela, que sea superficial una literatura que tiene al Quijote? Pero ese no era el caso: el Quijote estaba por encima de toda narración; el problema estribaba, para Reyles, en discernir cuál debía ser el rumbo de la novela hispanoamericana contemporánea. Varela replicó con un artículo “Sobre la novela en nuestros días” y a esa altura intervino con algunas puntualizaciones Emilia Prado Bazán (1851-1921) escritora gallega, autora de “Pascual López”, “Un viaje de novios”, “Los pazos de Ulloa”, Doña Milagros” y una serie de cuentos, y de ensayos sobre diversos autores.

Sabía hacer análisis críticos de una sicología penetrante, así como retratos físicos y morales. Emilia Prado Bazán escribió en “El Liberal” y Varela le replicó con el artículo “Del progreso en el arte de la palabra”. A esa altura la polémica se enriqueció con la intervención del novelista madrileño  Jacinto Octavio Picón (1852-1924) miembro de la Academia Española, autor de tendencia naturalista, y otros escritores, uno de los cuales fue Leopoldo Lugones. Todo este interesante debate sobre la narrativa contemporánea llevó a José Enrique Rodó a escribir su opúsculo “La novela nueva”. Para Varela, en fin, la novela debía deleitar, entretener, sin dejar, por eso, de estar bien escrita. Para Reyles lo necesario consistía en desarrollar personalidades complejas, aunque el lector sufriera amargas emociones, sensaciones agrias, y sobre todo, pintar caracteres más que desarrollar argumentos, pues el idioma español, tiene la riqueza suficiente como para expresar cualquier matiz.

Varela, algo brutalmente, sostuvo que los personajes de las “Academias” eran “rastreros, vulgares, degollantes y apestosos”. En fin: que cada lector, si le interesa la famosa polémica, la más enconada del novecientos, lea las obras de unos y otros y saque las conclusiones que considere adecuadas. Personalmente creo, usando una terminología de Vaz Ferreira, que los actores de la polémica cometían parlogismos de falsa oposición, a pesar del talento de unos y otros, pues bien puede escribirse una novela ágil, rica y entretenida, movida por personajes de caracteres complejos.

SEVILLA Y PARIS

A pesar de su amor al terruño, Reyles gustaba de dos ciudades en especial: una, como casi todos los hispanoamericanos del novecientos, era París. La otra ciudad que lo deslumbró fue Sevilla. Y de ese amor surgió la novela máxima de nuestro escritor: “El embrujo de Sevilla”, de un colorido sorprendente, gran fuerza de caracteres y notables descripciones, como la de “El Tronío”, café de canto y baile flamencos, la pintura de la corrida de toros, que tiene una movilidad como las escenas de tauromaquia de Goya, y en fin, la descripción de la Semana Santa, con todo su ritual cristiano y más aún, pagano. El protagonista de esta narración, Paco Quiñones, un muchacho huérfano, al cual los malos administradores de su fortuna se la han volatilizado, comprende que no habiendo estudiado nada, pues se creía rico, no le queda otra opción que la de ser político o torero. Elige lo segundo porque le parece cosa más honesta. Torea en distintos lugares de España y llega a su ciudad natal para ascender de novillero a matador en la ceremonia de la “alternativa”. A su alrededor se mueven tres mujeres: su hermana Rosarito, su novia Pastora, que se ha distanciado de él, porque piensa que ha preferido el toreo a conseguir un buen empleo y casarse con ella, y en fin, un tercer personaje, la “Puriya”, la “ballaora”, gitana de inquietante belleza.

Más a la sombra está “el Pitoche” antiguo amante de Pura, ahora desdeñado por esta... Especialmente interesante es el pintor Cuenca, espíritu leal, razonador, cuyas ideas coinciden con las de la generación del 98 en la búsqueda de la problemática de España. Una vez alguien me dijo que la Sevilla de ahora no es así; el argumento es poco válido; Montevideo de hoy tampoco es igual al del novecientos. Es bueno asimismo admitir que a los escritores rioplatenses, Reyles en esta novela, y Enrique Larreta en “La gloria de Don Ramiro”, hay que reconocerles el derecho a no estar obligados a escribir siempre sobre el tema de nuestro campo o nuestras ciudades; deben tener la libertad de escoger temáticas, paisajes y tiempos históricos con cabal sentido de la libertad creadora; simplemente cabe exigírseles que pongan una cosa: vida y talento en el arte.

Hyalmar Blixen
Diario "Lea" - Montevideo

29 de diciembre de 1988

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