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Felisberto Hernández, el hombre y el narrador 
Capitulo I: su mundo

Raúl Blengio Brito

1.1. Introducción.- 1.2. Nacimiento.- 1.3. La música.- 1.4. Las letras. -1.5. Sus otras aficiones.-1.6. Sus empleos.-1.7. Sus movimientos.-1.8. Las mujeres.- 1.9. Los amigos.-1.10.- La muerte.-1.11.- La crítica.-1.12. Notas al capítulo. -

 

1.1. Casi nunca es necesaria una biografía lineal del escritor que se pretende investigar. O, mejor, sólo es necesaria una vez: cuando se llega a la primera buena.

 

Eso, en el caso de Felisberto Hernández, ya ha ocurrido. Quien quiera saber qué cosas más o menos importantes pasaron en su vida, desde el momento de su nacimiento hasta los primeros años que siguieron a su muerte, no tiene más que recurrir al libro de Norah Giraldi de Dei Cas[1], en el que, sin duda con algunas omisiones, pero no graves, y tal vez con ciertos excedentes de los que pudo prescindir, se proporcionan todos los datos, fechas, nombres y circunstancias por los que discurrió la vida del narrador, en riguroso orden cronológico.

 

Quien aspire a lo mismo, pero en menos páginas (lo que cuando sólo se quiere una cronología es probablemente lo más sensato), puede recurrir al trabajo de Walter Rela[2], en el que, con otras omisiones y excedentes, se registran también, muy ordenados en el tiempo, casi todas las circunstancias, nombres, fechas o datos que su necesidad o su curiosidad requieran.

Felisberto Hernández

Escrita esa cronología básica, esa biografía lineal, lo que hace falta es profundizar un poco en los sectores más importantes y constantes de la vida del investigado, de modo de disponer de mejores instrumentos para llegar a su obra (o estar en mejores condiciones personales para recibirla). Es lo que vamos a tratar de hacer en este capítulo, sin perjuicio de respetar en lo fundamental la cronología, de modo de ubicar con claridad los grandes sectores (y no períodos) de la vida del narrador, y sin perjuicio también de anotar los obstáculos con los que tropezó y que en buena medida pospusieron el reconocimiento general de sus méritos (reconocidos, sin embargo, desde temprano, por un grupo limitado de amigos, críticos y escritores).

 

1.2. Feliciano Félix Verti Hernández —que así aparece inscripto Felisberto en el Registro Civil, muy probablemente por error del funcionario que tomó la inscripción de boca de su padre[3]— nació el 20 de octubre de 1902 en el barrio conocido como Atahualpa[4], en las inmediaciones del Cerrito de la Victoria, en una casa de la calle Huáscar.

 

Paulina Medeiros, con quien el escritor estuviera vinculado sentimentalmente durante varios años, afirma en cambio que, "según aseveración propia", nació en Punta Yeguas, paraje próximo al Cerro.[5]

 

Fueron sus padres un español, Prudencio Hernández González, y Juana Hortensia Silva, uruguaya, que usó más tarde el apellido del esposo de su tía materna Deolinda Arecha de Martínez (y a la que suele individualizarse en las biografías como Juana o Juanita Martínez), con la que se crió, y cuyo segundo nombre, Hortensia, no puede dejar de vincularse con una de las narraciones más sugestivas del autor, "Las Hortensias", hoy recogida como cabeza del cuarto tomo de sus obras completas.[6]

 

Fueron sus abuelos paternos, ambos españoles, Ignacio Hernández, de profesión jardinero, y Antonia González, de la aristocracia de Las Palmas, pero tan independiente de criterio como para contraer un matrimonio que disgustó a toda su familia.

 

Antonia González, Juana Hortensia Silva —o Juana o Juanita Martínez—, y Deolinda Arecha de Martínez, es decir, su abuela paterna, su madre real, y su tía abuela (o abuela de hecho y madre también de hecho), fueron las tres primeras mujeres que dejaron sus huellas en Hernández, tanto o más que las dos inmediatas siguientes (y hablamos de su familia), sus hermanas Deolinda (llamada así, sin duda, por esa tía que crió a su madre), nacida en 1905, y Mirta, nacida en 1911.

 

1.3. La música fue, probablemente, la primera vocación de Hernández.

 

La tomó, es cierto, de su padre, que solía tocar, como entretenimiento, la guitarra, o cantar y bailar, como en España, con su mujer y sus hijos[7]. Pero el sueño del gran concierto lo acompañó hasta su muerte, lo que permite afirmar que más que músico por tradición o por contagio, lo fue en realidad por vocación y por afecto.

 

Sus estudios regulares, de piano y no de guitarra, comenzaron en 1911, es decir, sobre los nueve años.

 

Tuvo, como primera e influyente maestra, a Celina Moulié, una francesa por entonces de unos cuarenta años, con quien su madre tenía, no obstante ser diez o doce años menor, una antigua amistad.

 

Evocados, o convocados, por los extraños mecanismos de la memoria, Celina y el piano serán más tarde la línea temática tal vez más importante de "El caballo perdido".[8]

 

Como lo será, de "Por los tiempos de Clemente Colling"[9], la evocación de quien sustituyó a Celina en la enseñanza del piano.

 

Hernández conoció a Clemente Colling cuando apenas tenía trece años —lo que explica, entre otras cosas, la profunda impresión que causó en él—, gracias a unas amigas mayores de su madre, Petrona, Carmen y Felicia Ferreira, de cuyo sobrino, entre otros, era Colling profesor.[10]

 

Entre la época en que lo conoce y la época en que comienza a recibir sus lecciones, sin embargo, transcurrirán cinco años.

 

En 1917, cuando ya lleva seis de estudios regulares pero no tiene sino quince de edad, comienza a trabajar como pianista de acompañamiento en los cines de Montevideo, y a ejercitar, en función de los acontecimientos que se sucedían en las películas mudas, sus excelentes facultades de improvisación: la música debía acompañar, subrayar o complementar la acción.[11]

 

Al año siguiente, trasladada la familia a una casa amplia en la calle Minas número 1816, entre La Paz y Miguelete, funda e instala en ella un conservatorio musical, el "Conservatorio Hernández", agregando a su tarea como pianista de cines la de profesor de piano.

 

No obstante, sigue estudiándolo y perfeccionándose, ahora con Raúl Dentone, sucesor inmediato, aunque no tan recordado, de Celina Moulié.

 

También por esta época, aunque con menos intensidad que en los años siguientes, comienza su actividad como concertista profesional y sus giras por el interior de la República, en un esfuerzo complementario por vivir exclusivamente de la música.

 

En 1920 comienza a recibir lecciones de composición y armonía de aquel Clemente Colling que había conocido en 1915 gracias a las amigas de su madre.

 

Clemente Colling era un personaje singular, ciego, bohemio, y sobre todo músico, que había dado algún concierto en el Instituto Verdi y que se desempeñaba como organista en la Iglesia de los Vascos. Vivía en una pieza de lo que era en realidad un viejo conventillo de la calle Gaboto, cerca del río. Casi sin dinero, escribía en braille algunas notas para revistas y periódicos franceses y daba clases a los que toleraban su afición por la bebida y su falta de higiene personal.

 

La relación de Hernández con Colling es mucho más que una relación docente.

 

Tras los primeros años de estudios, en efecto, en 1924, Hernández lo lleva a vivir con su familia (y lo primero que harán con él es bañarlo); pero tan difícil se hace la convivencia que, un año después, para sacárselo de encima, y no obstante la voluntad y la insistencia de Hernández, su madre decide dejar la casa de la calle Minas y mudarse a otra con menos comodidades, en Francisco Bicudo y Larrañaga.

 

De Colling, además, muerto poco después de la mudanza de los Hernández, hereda el escritor un pequeño armonio, conservado por su familia.[12]

 

Guillermo Kolischer, tan vinculado a la historia musical montevideana, sustituye a Colling como profesor de Hernández, que insiste en perfeccionarse y en vivir de la música.

 

Tiene ya, en 1926, veintitrés años cumplidos.

 

Pasado el tiempo del conservatorio de la calle Minas, apremiado por necesidades inmediatas -su primera mujer está embarazada- se emplea como pianista en un conocido café del Montevideo de entonces: "La Giralda"; y, luego, desplazado de él por una orquesta de señoritas -gran atractivo o novedad para los parroquianos—, en un café concert de la ciudad de Mercedes, según Paulina Medeiros, su verdadero debut como pianista.[13]

 

No obstante, su verdadero primer gran concierto recién tiene lugar en 1927, en el teatro Albéniz, con el apoyo de la Asociación de Pianistas del Uruguay; en él se registra la primera audición de tres de sus piezas para piano: "Festín Chino", "Bordoneos", y "Negros"[14]. Al año siguiente, también en el Albéniz, ahora con el apoyo del Ministerio de Instrucción Pública, tiene lugar el segundo.

 

La crítica de la prensa montevideana le resulta, en ambos casos, francamente favorable. No es de extrañar, así, que en 1929 recibiera un gran acto de homenaje de sus amigos. Aunque Hernández, por entonces, sólo había publicado, en 1925, su tímido "Fulano de Tal", y a lo que se rendía homenaje era a su talento musical, como compositor y pianista, en el álbum de firmas figuran sobre todo escritores: José Pedro Bellán, Manuel de Castro, Juvenal Ortiz, Esther de Cáceres. De alguna manera, ya está comenzando una parcial transferencia hacia las letras.[15]

 

Tal vez pueda decirse, en efecto, que ya en los años siguientes el músico y el escritor viven al mismo tiempo en el hombre.

 

Las giras por el interior de la República, incluidas algunas ciudades próximas de Brasil y Argentina, iniciadas en 1926, se multiplican (llegarán, en realidad, hasta 1942); entre 1931 y 1933, las comparte con Yamandú Rodríguez, poeta, que alterna sus recitados con la música de Hernández; más tarde, lo acompaña, como amigo y empresario y sin intervenir en los programas. Venus González Olasa, a quien había conocido, en su primer viaje a Maldonado, en 1919; en Buenos Aires, ciudad a la que también alcanza en sus desplazamientos como concertista, cuenta con el apoyo de Lorenzo Destoc, un amigo de Yamandú Rodríguez; allí, en 1939, ofrece tal vez el más exitoso de todos sus conciertos, gracias, fundamentalmente, a lo que parece haber sido una inspirada -y muy preparada- ejecución de "Petroushka", de Stravinski.

 

Otros homenajes ha recibido o recibe como músico: en 1935, en el Ateneo de Montevideo, Esther de Cáceres, Alberto Zum Felde y Joaquín Torres García habían hablado de sus méritos y talento; en 1944, CX32 Radio "Águila" (hoy "Radiomundo") le destina una audición organizada por su amigo Soria Gowland, y el propio Hernández, en CX12 radio Oriental, lee un fragmento de "Tierras de la memoria" y ejecuta una pieza pro­pia: la literatura y la música pujan por predominar.

 

El primero que recibe como escritor es de 1945: Jules Supervielle, en Amigos del Arte, prescinde de la música y lo define como "un gran cuentista poético".[16]

 

Podría pensarse que él mismo comienza a olvidarse de su primera vocación: incluso, según Paulina Medeiros, en 1942, al regresar de un viaje a Treinta y Tres y ocupar una habitación en una pensión de la calle Guana 1964, agobiado por sus dificultades económicas, pero además con la convicción de haber culminado su carrera de concertista, había vendido el piano, "incorporado un día a sus bienes por algún sistema que excluye la compra"[17]; es posible también que haya intentado, con su dramático gesto de quemar una nave, recuperar a su segunda esposa, Amalia Nieto, cansada ya de dificultades y de recurrir a su propia familia para resolver los problemas que el propio Hernández no había podido resolver.[18]

 

No es del todo así, sin embargo.

 

En 1955, estimulado por Reina Reyes, su quinta mujer y cuarta esposa, vuelve a estudiar, en el piano del Ateneo de Montevideo, con el propósito formal y declarado de rehabilitarse como músico; en 1959, interviene como pianista en la revista musical "Caracol, col, col", puesta en escena en la sala Verdi; en 1960 ahonda su amistad con el hijo de Javier de Viana, músico; en 1961, en fin, vuelve a dar lecciones de piano, estudia a Falla y a Albéniz, e insiste en su propósito del gran concierto que, sin embargo, nunca llegará a dar.

 

Es que, tal vez, no había logrado en las letras el éxito que buscaba, y que, en cambio, en varias oportunidades lo había tocado como pianista y compositor.

 

Es cierto, como dice Visca[19], que "en realidad no se sabe si es un pianista que devino escritor o si es un escritor que durante muchos años desvió su vocación de narrador, canalizándola en la de concertista", "un pianista que, luego de recoger experiencias, ha encontrado su vocación de escritor, o un narrador casi diríamos innato que ha encontrado en la actividad pianística otro modo de vivir, sentir, y expresar su mundo".[20]

 

Pero también lo es que música y literatura no son en realidad cosas distintas, sino apenas distintas formas de expresión del arte, distintos lenguajes para intentar la comunicación.

 

Puede decirse que, en la vida de Hernández, hubo un período, entre 1925 y 1941, en el que su dedicación a la música superó largamente a su dedicación a la literatura[21]; y, aun, que siguieron un período de equilibrio y un período de franco predominio de la literatura sobre la música.

 

Puede decirse, incluso —aunque la última palabra sobre sus composiciones para piano no está dicha— que es mejor como narrador que como compositor.

 

Ambos caminos, sin embargo, tuvieron para Hernández, desde el principio y hasta el final, idéntica importancia, porque por ambos simultáneamente trató de llegar, y llegó, al objetivo final de todo artista: compartir con los demás su propia y personal visión del mundo.

 

1.4. También temprana, aunque no tanto, ni tan definida, es su vocación por las letras.

 

"Fulano de Tal", en efecto, editado en Montevideo en 1925 por el librero José Rodríguez Riet —aunque sin fecha ni pie de imprenta impresos—, contiene fragmentos de lo que venía escribiendo desde 1920[22]. Los que integran su segundo libro, "Libro sin tapas", publicado en Rocha por la imprenta "La Palabra" en 1929, habían sido publicados ese mismo año, también en Rocha, por el periódico "La Palabra", del mismo dueño y director de la imprenta.[23]

 

Es cierto que estos primeros trabajos carecen de rigor y no anuncian en realidad —aunque el conocimiento de lo que ocurrió después pueda permitir a algunos descubrir en ellos lo que, no obstante, no es en ellos evidente— lo que vendrá ni, mucho menos, su verdadera calidad artística. Es cierto, también, que el propio Hernández no parece haber tenido demasiada confianza en su futuro: las ediciones, limitadas, no tenían, ni tuvieron en su momento, otros destinatarios que sus amigos, a quienes el autor las regalaba, jubilosamente, y con sugestivas dedicatorias.[24]

 

Pero también lo es que estos primeros ejercicios recogidos en los libros de 1925 y 1929, y escritos, según afirmaciones a que hemos hecho referencia, desde 1920, no quedaron limitados a los manuscritos originales, ni olvidados en un cajón, ni fueron nunca destruidos o perdidos por su autor.

 

Todo indica, por el contrario, que fueron corregidos con cuidado (publica en 1925, a los veintitrés años, trabajos escritos en 1920, a los dieciocho, lo cual es por cierto sugestivo); y la sola circunstancia de su edición y distribución por su autor, no importa que en su círculo de familiares y amigos, confirma una voluntad de trascenderle suele acompañar a las vocaciones tempranas.

 

No parece acertado, pues, afirmar que su entrega a las letras fue "tardía"[25]: si empezó a los dieciocho años, no empezó demasiado después que su primer tarea como pianista, a los quince, en los cines de barrio.

 

Sí es acertado, en cambio, decir que esa entrega fue una entrega fervorosa.  

Esther de Cáceres, a quien Hernández conoce hacia 1925, subraya "la persistencia que tomaba a veces en él los acentos del ardor ciego con que los niños desean tan violentamente". "Así lo recuerdo —agrega— en los primeros años de nuestra amistad, y ya publicados sus primeros cuentos, cuando respondía con aire terco y desolado a los elogios que lo señalaban como pianista excelente: ¡Yo quiero ser escritor!".[26]

 

Otra cosa es la madurez, o aun el comienzo de la madurez, que no está, por cierto, ni en "Fulano de Tal", ni en "Libro sin tapas", ni en otros trabajos menores publicados en los años siguientes en periódicos y revistas de Montevideo y el interior[27], ni en "La cara de Ana", ni en "La envenenada", otros dos libros muy breves, publicados en Mercedes en 1930 y Florida en 1931, sino en realidad en "Por los tiempos de Clemente Colling", editado en 1942, y "El caballo perdido", editado en 1943.

 

Si hasta entonces había sido más importante la música como camino para la vocación artística de Hernández, a partir de estos dos libros el camino de las letras toma la misma —y, luego, mayor— importancia.

 

Persistirá en él, con el ardor y el entusiasmo que tanto Paulina Medeiros como Esther de Cáceres le señalan, pese a las ásperas críticas que recibió desde temprano, fundamentalmente, la del por entonces conceptuado Emir Rodríguez Monegal, que afirmó, en 1945, que "para ser el gran autor que sus amigos proclaman, le falta a Hernández estatura y profundidad"[28], reiterando su opinión en forma tal vez más terminante, tres años después.[29]

 

Y llegará, sin perjuicio de su frustrada decisión de regresar a la música, prácticamente hasta su muerte.

 

1.5. Las letras y la música, siendo sin duda las principales, no fueron sin embargo las únicas aficiones de Hernández.

 

No estamos muy seguros de que deba incluirse, entre ellas, la afición por los idiomas. Se ha dicho, por ejemplo, que aprendió, gracias a métodos personales —y es el detalle el que apunta a lo de afición o placer personal—, tanto el francés como el inglés, especialmente éste, "que practicaba mediante la trascripción de novelas o cuentos policiales"[30]. Y no estamos seguros, porque de algunas de las cartas cursadas a Paulina Medeiros durante su traslado a Francia surge más bien una cierta dificultad de aprendizaje que vuelve poco imaginable la afición: dedico los ratos libres —escribe el 14 de febrero de 1945— al "tranquilo estudio del francés"; "aprendo francés a la fuerza", cambia en carta del 7 de octubre de 1946; "es muy difícil hablar y sobre todo comprender el francés", reitera el 22 de octubre del mismo año; "es difícil el francés; yo voy a la Alliance de-acá y nunca puedo hablar"[31], concluye categóricamente, ya en París, el 21 de marzo de 1947, es decir, cuando ya lleva más de dos años de estudio y puede imaginarse la presión de sus necesidades.

 

Está fuera de discusión, en cambio, su sorprendente afición por la taquigrafía, que al principio, al parecer, es sólo una tentativa por mejorar sus ingresos, pero que luego se convierte sin duda en algo más: "me ha recrudecido la taquimanía", dice sugestivamente en una carta del 8 de enero de 1941, dirigida a Lorenzo Destoc; "haré algún que otro trabajo taquigráfico", insiste en carta dirigida también a Destoc el 21 de diciembre de 1942[32]. Más aun: se sabe que Hernández inventó un nuevo sistema taquigráfico, "llenando libretas que hoy son una fuente de intriga sin resolución visible, al no lograrse esclarecer su método", y que pueden contener textos realmente valiosos[33]; se ha dicho, incluso, que el propio Hernández afirmó alguna vez haber escrito una novela completa en su sistema taquigráfico[34]. Es posible que sea exacto: nos parece que Hernández atribuía especiales aunque no especificadas virtudes de elocuencia a la taquigrafía, como si fuera algo más que una técnica de escritura veloz, o como si la velocidad de la escritura llevara implícita la posibilidad de poder decir mejor o más adecuadamente ciertas cosas. En ese sentido, es de singular interés una carta de amor, sin fecha, dirigida a Paulina Medeiros, en la que afirma: "Pienso muchas cosas, pero tendrían que ser taquigrafiadas"[35], como si la larga enumeración o exposición les quitaran la simultaneidad con que se dan en el espíritu y en esa misma medida las falsificaran. La taquigrafía sería, así, el único camino para superar la dificultad —que no tienen la pintura o la escultura— con la que tropieza el artista en literatura o en música: la necesidad de someterse por lo menos al tiempo que lleva la lectura, sin duda más largo y lento que el de sus registros interiores.

 

Tal vez algún vínculo con su afición a la taquigrafía tenga el insólito cambio de su letra manuscrita, inglesa durante un largo período, y repentinamente script desde la época de "Nadie encendía las lámparas",[36] editada por primera vez en 1947.

 

De otro tipo es su afición por la filosofía, iniciada tal vez con las lecturas de Freud en 1937[37], consolidada en la amistad con Vaz Ferreíra y sus lecturas de Bergson, y en alguna pequeña parte sistematizada desde su vinculación al Centro de Estudios Psicológicos que dirigía el profesor Waclaw Radecki, y "al que seguirá concurriendo asiduamente hasta su viaje a Europa"[38], es decir, hasta fines de 1946.

 

Sus estudios o lecturas, en esta materia, le sirvieron, no para formular un sistema filosófico ni para pensar según uno determinado, sino para ahondar en ciertos mecanismos, como la evocación o la memoria, cuya ponderada utilización dará a buena parte de sus cuentos el aire singular que los caracteriza.

 

Es posible, además, que esta misma afición por los estudios o lecturas de ciertos textos filosóficos lo haya llevado también a reflexionar sobre algunos grandes temas de política y a tomar a veces apasionada posición frente a ellos.

 

Hernández, en efecto, fue siempre un conservador, un hombre, como señala Paulina Medeiros, que "experimentaba temores a violentos cambios en las personas, extensible también a sistemas sociales"[39]. Tal vez haya influido en esta actitud su temprana incorporación —cuando tenía doce años, en 1914— a las "Vanguardias de la Patria", una "institución juvenil y democrática" similar a la de los boy-scouts[40], con la que recorrió pueblos y ciudades del interior, interviniendo en veladas artísticas y actos similares[41]; su incorporación a las "Vanguardias de la Patria" se debió sin duda a la vinculación de la familia de su madre con la familia del fundador del movimiento, un profesor de educación física de apellido Lamas.[42]

 

Este apego al orden reinante, o este temor a los cambios, se tradujo en una actitud de combate intelectual contra el comunismo, que aunque puede descubrirse ya en correspondencia de 1944, se agudizó y expresó con claridad sobre el final de su vida.

 

Hacia 1956, en efecto, se afilió al "Movimiento Nacional por la Defensa de la Libertad" (más conocido por su acrónimo: MoNDeL), cuya meta era la erradicación del pensamiento marxista; y dio, en su representación, numerosas charlas —tres por semana— por CX 14 radio "El espectador".[43]

 

Un poco posteriores son los dos artículos periodísticos sobre el tema, publicados por "El Día", ambos bajo su firma, que hemos podido localizar[44]. En el primero, publicado el 27 de diciembre de 1957 y titulado, muy circunstancialmente, "Cuatro sputniks de la libertad", Hernández marca cuatro grandes momentos en la historia de la libertad: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776 (primer sputnik), la declaración de la Asamblea Nacional Francesa de 1789 (segundo), la declaración del Congreso de los Soviets de 1918 (tercero) y la de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 10 de diciembre de 1948 (cuarto), " ¡Qué lástima —dice Hernández, refiriéndose al tercero— que este Sputnik fracasó y dio en tierra con la realización sarcásticamente contraria a todo lo que habían dicho!". "En la historia de los traidores —concluye—, es obvio decirlo, tenían el primer puesto los comunistas". Sobre su estilo —"El estilo literario comunista"— versa el segundo de sus artículos, aparecido el 2 de enero de 1958; en él, luego de resumir largamente el anterior, Hernández llega al punto clave de su pensamiento: el cuarto sputnik, es decir, la declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos del hombre, "que no lleva perro n¡ gato encerrado y cuyo vuelo debe ser cuidado constantemente por los hombres libres, fue saboteado desde su lanzamiento por la Unión Soviética"; y en apoyo de sus afirmaciones comenta con variados sarcasmos las modificaciones propuestas por la Unión Soviética a la Declaración y a las que se había referido días antes, en el Ateneo, el delegado uruguayo ante las Naciones Unidas, Dr. Justino Jiménez de Aréchaga.

 

La descripción del pensamiento político de Hernández no quedaría completa, sin embargo, si no se dejaran otras dos constancias.

 

La primera, es que tampoco había sentido, en tiempos de la Segunda Guerra mundial, ningún tipo de simpatía por los alemanes, o, por lo menos, por su líder. En una carta de 5 de junio de 1940, dirigida a Lorenzo Destoc, habla de un nuevo conocido y de los vínculos que habrá de procurarle, y comenta: "Me arma una cadena que tendré para toda la vida o por lo menos hasta que Hitler tome estos países. La puta que lo parió"; y sigue lateralmente: "Tengo dada una conferencia sobre Hitler que lo divertiría mucho, pero además de la ficha psicológica, tengo unos datos colosos. Pierda tiempo y lea "Hitler me dijo" de Raschmning que le interesará". [45]

 

La segunda, es que ni estas opiniones sobre Hitler ni aquellas sobre el comunismo se reflejan en su obra, que es realmente apolítica e independiente y en la que no se advierten otras preocupaciones que las puramen­te estéticas. "Sin preocupación alguna de tipo socio moral", dice refiriéndose a él John E. Englekirk; "no se le ocurre nunca reflexionar sobre su país, sobre lo que está sucediendo en el plano histórico", agrega Julio Cortázar.[46]

 

Así es, en efecto: sus tierras literarias son, todas ellas, tierras del pasado, de su propio y cercano pasado, recuperadas, para él y para los demás, por su tenaz e implacable memoria.

 

1.6. Ya hemos dicho que Hernández intentó desde temprano vivir de sus habilidades de pianista: lo intentó, primero, como acompañante en las salas de cine; luego, con su conservatorio y como profesor, con sus giras de conciertos por el interior del país y por la Argentina, con su empleo en "La Giralda", con sus conciertos en Montevideo de 1927 y 1928; y, tras una pausa de diez o doce años, retomó la esperanza, desde 1955, con el sueño del gran concierto que no llegó a concretar.[47]

 

No parece, en cambio, que haya confiado demasiado en vivir de su obra literaria.

 

Es cierto que en su correspondencia con Paulina Medeiros hay algunas referencias incidentales al tema: le informa, por ejemplo, el 8 de noviembre de 1944, que cobró el premio ganado en el concurso de remuneraciones literarias organizado por el entonces Ministerio de Instrucción Pública, pero "no el primero, y también retaceado", lo que da idea de una cierta expectativa frustrada; el 7 de enero de 1947 hace referencia, desde París, a cinco mil francos recibidos a cuenta de la revista de Susana Soca, "La Licorne", por su cuento "El balcón"[48]. Algún optimismo se advierte también en la correspondencia dirigida desde París a su familia: en carta de 25 de diciembre de 1946 habla, en efecto, de sus posibilidades —no concretadas— de publicar en "Fontaine", y adelanta lo de "La Licorne"[49]. Pero, en conjunto, no se descubre en él ninguna esperanza firme de vivir de su trabajo como escritor.

 

Insuficiente el piano, y más aun las letras, Hernández debe recurrir a otros empleos para sostenerse.

 

Logra el primero en la Asociación General de Autores del Uruguay (A.G.A.D.U.), a mediados de 1943 (aunque la incorporación formal es de 1o. de febrero de 1944), gracias a la vinculación con la institución del poeta amigo Humberto Zarrilli. Su tarea, de control de las emisiones de radio, consistía en escucharlas y anotar en planillas los títulos y características principales de las audiciones, mecanismo puesto en práctica por la institución para asegurar a los autores el cobro real de sus derechos. Esta tarea inicial fue sustituida por otras, de inspección y cobranza de derechos en salas de cafés-concert y de teatros. Hernández, que se mantuvo en A.G.A.D.U. hasta el 10 de agosto de 1956, no estimaba demasiado su trabajo, pero comprendía en cambio sus ventajas: "Tendré que aprenderme de memoria todas las porquerías que andan por ahí. Pero el trabajo se reduce a dos o tres horas por día de inspección", dice antes de ingresar a él a su amigo Destoc[50]. Al parecer, cambios en la comisión directiva cambian también la situación: una mayor rigidez de sus empleadores, lo lleva a renunciar en 1956.[51]

 

Toma entonces —tal vez ya contaba con él— un empleo de taquígrafo en la Imprenta Nacional, logrado por su esposa de entonces, Reina Reyes. Para estar más cerca del lugar de trabajo (la Imprenta estaba, y está, en Cuareim 2391, esquina Agraciada), el matrimonio se muda de la casa de la esposa, en Pocitos, a otra ubicada en Suárez y Agraciada. Hernández conservará este segundo empleo hasta su muerte.

 

1.7. No, en cambio, el domicilio, que le durará relativamente poco (menos, en total, que su matrimonio con Reina Reyes, que no alcanzó a los cuatro años reales), como todos o casi todos los anteriores y los siguientes.

 

Hernández, en efecto, un poco como Joyce, comenzó tempranamente a conocer su ciudad.

 

Nació en una casa de la calle Huáscar, una calle corta, de cuatro o cinco cuadras en total, ubicada en barrio Brazo Oriental, de la que su familia se trasladó, primero, en 1907, a la de sus abuelos paternos, en la falda del Cerro de Montevideo[52]; luego, en 1910, a una de la avenida Suárez, en las proximidades del Prado; más tarde, sin salir del barrio, en 1911, a otra ubicada en la calle Gil; en 1918, a la de la calle Minas 1816, entre las de La Paz y Miguelete, en cuya planta alta instaló y puso en funcionamiento su conservatorio musical "Hernández".

 

A estos desplazamientos sobre la ciudad de Montevideo suceden, desde 1919, sus muchos y casi continuos por ciudades y pueblos grandes y pequeños del interior del país, y por el interior de Argentina, como concertista de piano.

 

En realidad, el primer viaje al interior, a la ciudad de Maldonado, de 1919, fue proyectado apenas como un viaje de vacaciones[53]. Tuvo, sin embargo, para Hernández, mayor importancia: conoció, en él, a María Isabel Guerra, con quien habría de contraer su primer matrimonio, y a Venus González Olasa, quien sería más tarde su editor y consejero; ambos, simple coincidencia, eran maestros.

 

De la casa de la calle Minas, los Hernández se trasladan, con Felisberto ya casado con María Isabel Guerra, en 1925, a una casa ubicada en Francisco Bicudo -de dos cuadras apenas- y Larrañaga, hoy Luis Alberto de Herrera, en el barrio Atahualpa.

 

Fracasado su primer matrimonio, y siempre con sus padres, pasa a vivir en la construida por ellos mismos en la calle Trápani (también en el barrio Atahualpa, como se ve), última, o tal vez penúltima si se toma en cuenta la de Alfredo y Esther de Cáceres, en Bulevar Artigas y Duvimioso Terra, con quienes viviera un tiempo, en 1929, de las que integrarían la que sería más tarde la gran zona montevideana de los recuerdos, la tierra a explorar por la memoria.

 

La lista de desplazamientos, por supuesto, no se agota ni aquí ni en esta fecha.

 

A partir de su primer matrimonio, en efecto, a los desplazamientos anteriores, en los que había acompañado a sus padres y hermanos, se suman los desplazamientos impuestos por sus sucesivos matrimonios y rupturas: Hernández, hasta su muerte, vive moviéndose de las casas que alquila, o en las que alquila piezas, a las casas de sus mujeres, de la familia de sus mujeres, y recurrentemente —en los intermedios, hemos dicho, de su vida de casado— a la ocupada en cada tiempo por su madre, que lo sobreviviría siete años.

 

Con todo, y descartando sus viajes a Buenos Aires y a las provincias argentinas, bien puede decirse que Hernández sólo una vez se alejó de su país.

 

Gracias a la influencia de Jules Supervielle, en efecto, que tuvo temprana conciencia de sus condiciones, en 1946 el gobierno francés le otorgó una beca de estudios en París.

 

Hernández, por supuesto, la acepta con regocijo y esperanzas; y parte en el vapor "Formose" a principios de octubre de ese mismo año; su estada en Francia habría de prolongarse hasta el 20 de mayo de 1948[54], día en el que embarca de regreso.

 

Sus dieciocho meses en París —con alguna escapada a Blois, y trece días en Londres, en setiembre de 1947, a donde viajó invitado por el Instituto Millington Drake, cuyo titular, Eugen Millington Drake, había sido embajador de Gran Bretaña en Uruguay, y en donde no habló de literatura pero ofreció un concierto (¡)— registran más esperanzas y frustraciones que realidades o éxitos.

 

Es cierto que en marzo de 1947 "La Licorne" publica la traducción francesa de "El balcón"; que en diciembre del mismo año Jules Supervielle lo presenta en el "Pen Club" de París; y que en abril de 1948, el mismo Supervielle se refiere elogiosamente a su obra y a su personalidad en el salón "Richelieu" de la "Sorbonne". Pero también es cierto que esto es todo, o casi todo, y que tanto la directora y editora de "La Licorne", Susana Soca, como Supervielle, por entonces en París, eran sin embargo uruguayos, y sin duda por eso mejor dispuestos a apoyar a un compatriota que sabían de talento.

 

Por otra parte, las muchas cartas cursadas desde París, a su familia[55] y a Paulina Medeiros[56], que no han de ser las únicas, pero sí las publicadas hasta ahora, muestran un constante proceso de desaliento y aun nostalgia, en el que abundan las referencias a sus dificultades económicas, predomina su inquietud por los envíos—que espera—de Montevideo, y transcribe puntualmente sus procesos de esperanza y frustración en cuanto a la traducción y publicación de sus cuentos en revistas o editoriales francesas. Las últimas, sobre todo, lo muestran ansioso por regresar (lo que es lo mismo que decir, sin esperanzas ya de lograr el triunfo europeo con el que algún día, sin duda, soñó): "La beca termina el 31 de julio y con seguridad que no pediré ni un día más. Más bien me iré antes, si puedo" (y como queda dicho, pudo: embarcó para Montevideo el 20 de mayo), dice en carta de 6 de marzo de 1948; "Yo soy siempre el mismo; y por eso que también prefiero que no hablemos de este país", concluye en carta del 7 de abril.[57]

 

1.8. Ya hemos dicho[58] la temprana influencia —o si se prefiere, la importancia— que tuvieron en la vida de Hernández las mujeres: su abuela paterna, su madre, su tía abuela. Y hemos señalado, también, expresamente, la de su primera profesora de piano[59], fuertemente evocada en alguna de sus narraciones.

 

Es verdad, como señala Vítale[60], que las apariciones directas de su madre no son frecuentes en la obra del escritor, aunque, no obstante, se la siente difusa en la atmósfera de varios de los cuentos. Y es natural que así sea, si se tiene en cuenta no sólo su natural apego filial sino, además, un par de insólitas circunstancias concurrentes: la de ir a dormir la siesta a su casa, por ejemplo[61], aún después de casado; o la de volver a vivir con ella, entre matrimonio y matrimonio. Este arraigo constante a su madre surge con claridad de su correspondencia con ella, y no sólo de la cursada desde Francia, sino incluso de la anterior.[62]

 

Menos visible todavía, en la obra de Hernández, es la presencia de sus hermanas. La omisión, sin embargo, no indica en absoluto desapego. En la correspondencia citada, en efecto, hay frecuentes referencias a ellas: "a las tres gracias, gracias", dice en carta del 27 de enero de 1947; "dime cosas de las muchachas", Deolinda y Mirta, pide en carta de 5 de julio; "hay días que extraño bastante Montevideo y la vida supertranquila y las muchachas", agrega en carta de 27 de setiembre; el 24 de octubre, en fin, añora con elocuencia a la "verdadera familia".

 

A todo este conjunto temprano de mujeres —a las que habría que agregar tal vez aquellas amigas mayores de su madre, gracias a las que llegó a conocer a Clemente Colling [63], uno de sus influyentes maestros de música, y que aparecen con él, precisamente, en "Por los tiempos de Clemente Colling"— se van sumando, a partir de 1919, las seis que compartirían sucesivamente su vida como hombre.

 

Conoce a la primera, María Isabel Guerra, en efecto, cuando viaja a Maldonado, con el propósito de pasar unas semanas de descanso en casa de familiares. María Isabel era cinco años mayor que Felisberto; y Felisberto tenía entonces, apenas, diecisiete. Tal vez a estas circunstancias se haya debido la oposición de los padres de la muchacha a la relación ya iniciada[64], y aún la oposición de su propia madre. Pese a todo, a mediados de 1925 contrajeron matrimonio. La vida en común, de la que nació en 1926 la primera hija del escritor, Mabel, duró bastante poco: la pareja se separa en 1931 (y María Isabel se recluye con su hija en casa de sus padres) y se divorcia en 1935.

 

Dos años después, en 1937, se casa con la pintora Amalia Nieto, a quien había conocido en 1927 o 1928 en la casa de unos amigos comunes. Nace del matrimonio, en 1938, la segunda hija del escritor, Ana María. La pareja resulta estable durante los primeros años; pero, al parecer, las dificultades económicas supervinientes la llevan al fracaso: "un buen día, Amalia se planta; le exige al marido que cese los ensayos musicales y las escrituras interminables; quiere que lleve dinero a casa, como un hombre corriente, o que se vaya"; Felisberto "vende el piano y deja el fajo de billetes sobre el rincón desierto del vestíbulo donde ensayaba por las tardes. Es el fin: aquel mismo día descubre que no siente amor por Amalia"[65]. En diciembre de 1942 confiesa a Destoc que se llevan "bastante mal, gracias a Dios, aunque guardamos las apariencias de matrimonio"[66]. En 1943, la pareja se separa, y Hernández inicia su tercera relación estable.[67]

 

Es con la escritora Paulina Medeiros, a quien conoce en el homenaje que le organiza su amigo Soria Gowland en la audición "Escritores de América" que se trasmitía por CX 32 radio Águila. Del testimonio de la propia escritora parece deducirse que no hubo en la relación, que se extendió no obstante, como las dos anteriores, alrededor de cinco años, verdadero amor, sino más bien estima, respeto y afecto[68]. Su desvinculación formal de la escritora se produce en 1948, al regresar de Francia, donde ya "había conocido a la que sería su tercera esposa y cuarta mujer, María Luisa Las Heras. De esta circunstancia, y de algunos datos que surgen de su correspondencia desde Europa, se puede deducir sin embargo que Hernández ya había pensado desde antes en la ruptura, probablemente incluso desde antes de partir.[69]

 

Estrictamente, entre Paulina Medeíros y María Luisa Las Heras, dos relaciones estables, hubo o pudo haber algunas otras transitorias: una prima de la propia Paulina Medeiros, a la que alude, él, en carta de 12 de ju­lio de 1945, y Paulina Medeiros en carta de 19 de julio[70]; una muchacha que más bien lo fastidiaba con sus cartas, a la que hace referencia en carta a su madre de 14 de enero de 1948[71]; Susana Soca, con quien proyectó ennoviar, y que le resultó muy útil durante su estada en París[72]; una joven inglesa paralítica, que en una conmovedora carta de amor, que firma "Fiora", le devuelve el poco de dinero que Hernández le había prestado en Francia.[73]

 

Su cuarta relación estable —queda dicho— nace también en Europa. En París, en efecto, en 1948, conoce a María Luisa Las Heras, una española que había abandonado su patria en tiempos de la guerra civil, y que ganaba su vida como modista de buena categoría. Hernández vuelve solo a Montevideo, en 1948, pero ya con la decisión de casarse de nuevo. Lo hace, por poder, en 1949. Y ese mismo año, María Luisa se reúne con él en Montevideo[74]. El nuevo matrimonio resulta más efímero que los anteriores: la pareja se separa en 1950, y María Luisa, aquejada de una dolencia al corazón, regresa a Europa.[75]

 

Se casa nuevamente, con su quinta mujer y cuarta esposa, en 1954. Se ha dicho que la conoció en 1943, "en la Torre de los Panoramas, que había pasado de las manos de Herrera y Reissig a las de Alfredo Cáceres, en donde en vez de soñar con clepsidras y parques abandonados, los poetas iban ahora a tomar clases de psicología"[76]. Algún grueso error se ha deslizado, sin embargo, porque en 1943 la casa donde había funcionado la Torre de los Panoramas, en Ituzaingó 1255, no funcionaba precisamente como sede de una escuela de psicología. El comienzo de la relación amorosa, de todas formas, es de 1953. Una larga serie de apasionadas cartas culmina, al año siguiente, en el matrimonio, celebrado en un juzgado ubicado en las proximidades del balneario Solís. Durante los primeros tiempos, la pareja funcionó aceptablemente. La sobreprotección de Reina, se ha dicho[77], terminó por hastiarlo, "e intempestivamente, de un día para otro, se separó de ella". Con más detalles, es lo que dice la propia Reyna: "se desentendió por completo de mí, y llevó tan lejos su apartamiento que acudía a la casa de Joaquín Suárez cuando confiaba en no encontrarme, para ir retirando de a poco sus ropas y sus libros"[78]. Estamos en 1958.

 

Ya por entonces había conocido (en la Imprenta Nacional, a la que había ingresado gracias a Reyna Reyes) a su sexto y último amor: María Dolores Roselló[79]. La demora en los trámites de divorcio (no toda, tal vez, imputable a los procedimientos, sino, en parte, a la propia modalidad de Hernández) y la muerte del narrador impidieron su decisión de casarse con ella; pero fue ella, sin embargo, y Ana María, la hija que había tenido con Amalia Nieto, las que estuvieron con él hasta el último momento.[80]

 

1.9. Esta intensa vida sentimental no fue obstáculo, sin embargo, para una también intensa vida de relación con otros pensadores y escritores de su tiempo.

 

Tal vez sea José Pedro Bellán —uno de los únicos tres escritores dramáticos uruguayos de cierta importancia de su tiempo— el que deba encabezar la lista. Veintitrés años mayor que Hernández, lo había conocido como maestro de la escuela "Artigas" de tercer grado —que funcionaba en Rivera chica, hoy Guayabo, 1741, esquina Gaboto, en el local en el que hoy funciona la escuela "José Pedro Varela" de segundo grado—, aun­que no había sido su alumno[81], a la que asistió en su niñez. Al margen de cierta similitud de ambientes en la obra de ambos escritores, menos fuerte que sus diferencias, y, tal vez, del hecho de que haya sido él quien lo presentó más tarde a Carlos Vaz Ferreira[82], la circunstancia de que Hernández le haya dedicado su "Genealogía"[83] permite afirmar que le interesó como escritor y lo estimó como persona.

 

Parecida reflexión puede hacerse con respecto a Venus González Olasa, a quien conoció en Maldonado, en 1919 [84], y que habría de ser, sobre todo en los primeros tiempos, además de su amigo, su consejero y su editor. A él dedica -y él es el tema- "La barba metafísica", octava parte de su segundo libro, "Libro sin tapas".[85]

 

Su amistad con el filósofo Carlos Vaz Ferreira, iniciada poco después, hacia 1922, estimuló sin duda su interés intelectual por la disciplina del maestro. Dice sobre el punto Esther de Cáceres: "podría marcar la influencia profunda de Vaz Ferreira, a quien estuvo unido Hernández por una admiración, un respeto y una fidelidad intensísimas; esto arraigaba seguramente en las oscuras afinidades, las similitudes de sensibilidad, las correspondencias psicológicas existentes entre los dos seres"; de Vaz Ferreira recibió "la fuerte influencia como sentido de arte, como ser enfrentado a la orientación de la Lógica Viva, al ejercicio de pensar directamente sobre los problemas".[86]

 

Precisamente: idéntica importancia tuvo su amistad con Esther de Cáceres, y con su esposo, el Dr. Alfredo Cáceres, a quienes conoció hacia 1925, y en cuya casa vivió durante algún tiempo. La escritora, indirectamente, ha de haber ejercido algún tipo de influencia sobre su estilo, no una influencia visible tal vez, pero quizás vinculada a esa cierta tendencia a la poesía que se descubre en la narrativa de Hernández, y ese progresivo cuidado por la forma que se advierte en sus libros de madurez. Al Dr. Cáceres debe un fuerte acercamiento a ciertos temas —era psiquiatra del Hospital Vilardebó, y Hernández solía acompañarlo para tomar contacto directo con los problemas de sus pacientes— que estarán presentes en lo más significativo de su obra.

 

A la amistad o relación con Jules Supervielle, uruguayo y francés, debió más tarde la beca que le permitió su sin embargo frustrada aventura europea. Lo conoce, en efecto, en 1942, en Montevideo, en donde estaba Supervielle desde 1939: por consejo de sus amigos, deja en la casa del poeta su recién editado "Por los tiempos de Clemente Colling"; y Supervielle, al que hay que reconocer el mérito de haber visto de inmediato en Hernández la presencia de un gran narrador, le escribe sobre el placer que ha tenido "al conocer a un escritor realmente nuevo, que alcanza la belleza y aun la grandeza a fuerza de humildad ante el asunto"; "tiene usted un sentido innato de lo que un día será considerado clásico; sus imágenes son siempre significativas, y como responden a una necesidad están siempre dispuestas a grabarse en el espíritu; su narración contiene páginas dignas de figurar en rigurosas antologías"[87]. Esta franca admiración de Supervielle persistirá en el tiempo y se manifestará claramente en el apoyo y el elogio que le brinda durante su estada en París, y muy concretamente en la conferencia que dicta sobre él en la Sorbonne. Hernández, por su parte, habría de elogiar más tarde la obra de Supervielle, "El ladrón de niños", estrenada en el Sodre el 16 de octubre de 1943, en páginas de "El País" de 22 de mayo de 1960.

 

Fue también Supervielle el que trató de relacionarlo con Jorge Luis Borges, el otro de los dos grandes cuentistas rioplentenses contemporáneos[88], lo que en los hechos, sin embargo, según Giraldi de Dei Cas[89], no llegó a concretarse. Hay, sin embargo, una referencia al argentino, en carta a Paulina Medeiros fechada en París el 24 de mayo de 1947[90], en la que dice: en la revista "La Licorne", "después de las poesías de Supervielle está el cuento 'Ficciones', de Borges; pero he tenido la sa­tisfacción de que en 'El Fígaro' me nombren a mí el primero entre las novedades. También me he vengado de B..., y en buena ley, pues aquí él no figura para nada y a cada momento me pide que lo visite". No es seguro, pero sí posible, que B... sea precisamente Borges.

 

Habría que señalar, por último, y sin perjuicio de las inevitables omisiones en las que sin duda hemos incurrido, la importante relación personal con el crítico chileno Ricardo Latcham, que estuvo en Montevideo en 1958, que analizó en los Cursos Internacionales de la Universidad los relatos de Hernández, y con quien mantuvo, cuando volvió, en 1960 y 1961, una cordial amistad.[91]

 

De ninguno de los escritores citados, ni de sus presumibles lecturas[92], hay sin embargo, en su obra, huellas realmente visibles; porque aunque todos contribuyeron sin duda a su formación, sobre todos predominó su fuerte personalidad como creador.

 

1.10. Todo era, en efecto, para Hernández, tema o material a transformar, por el camino de la evocación conciente, de la memoria analítica, en material o tema literarios.

 

Lo fue, incluso, la muerte de quienes se encontraban en sus proximidades.  

No hemos descubierto rastros, es cierto, de la muerte de su padre, ocurrida el 23 de febrero de 1940. Por entonces, sin embargo, Hernández no estaba en Montevideo, sino en alguna localidad de la provincia de Buenos Aires, por lo que, aunque sorprende la falta de toda referencia al hecho en su correspondencia conocida[93], le faltó lo que parece indispensable para su técnica: sólo lo realmente vivido puede ser evocado.

 

La muerte de su abuelo, en cambio, se transforma, en "La cara de Ana", en excelente material literario: "No me causaba el dolor que debía causarme. Cuando lo vi por primera vez en la pieza que lo velaban, tuve una impresión rara pero no de terror"; no obstante, "a los muchos días, cuando todo estaba más tranquilo y más parecido a antes, tuve una gran tristeza por mi abuelo"[94]; ya esta primera evocación, a los "muchos días", pero sólo días, transforma o modifica de alguna manera el hecho; la última, al escribirlo, tras explorarlo, lo fija.

 

Algo similar ocurre con la muerte de una nieta, material rico y angustioso que Hernández no se abstuvo de examinar desde afuera, más como hecho potencialmente literario que como motivo de amargura íntima o personal.

 

Este alejamiento característico de los hechos puede haber sido también el que, ya a fines de 1963, no le permite tomar conciencia de la gravedad de su propia y última enfermedad, leucemia, ni de la proximidad de su muerte.

 

Poco antes de Navidad, sufre un desvanecimiento. Su madre lo lleva al consultorio del Dr. Pablo Purriel, en el Hospital de Clínicas. Conocidos los resultados del examen de sangre -y diagnosticada la enfermedad-, el médico decide internarlo. Se le permite salir, el 3 de enero, para visitar a su madre, también enferma, en casa de su hermana Deolinda. A partir de su reinternación, se agrava, hasta morir, diez días después, el 13 de enero a las seis de la mañana.

 

Había cumplido, dos meses y medio antes, sesenta y un años de edad.

 

"El primer paso del cuerpo fue inflamarse de tal modo que no pudieron sacarlo por la puerta de la casa de Ponga (Deolinda), sino por la ventana. El último fue no acomodarse a ninguna de las fosas que habían cavado los sepultureros del Cementerio del Norte, de modo que debió aguardar dos horas, a la sombra de un árbol, hasta que hubo una tumba a su medida y un punto final para sus estremecimientos".[95]

 

Amalia Nieto, Paulina Medeiros, Reyna Reyes y María Dolores Roselló, su madre, sus hermanas, sus hijas, sus amigos, velaron sus restos.

 

1.11. Ya hemos dicho que, en los primeros tiempos, no todas las opiniones le fueron favorables. "Felisberto Hernández tenía condiciones de médium, pero no era un genio", dijo Rubén Cotelo, después de su muerte, refiriéndose a "El caballo perdido"[96]. Ya había dicho, refiriéndose a "La casa inundada": "Un caso extraño y ambiguo en las fronteras de lo fantástico, cuyo sentido el autor no ha sabido explorar".[97]

 

Más importantes y de consecuencias fueron sin duda las ásperas críticas de Emir Rodríguez Monegal, las primeras, de 1945 y 1948[98], reiteradas no obstante, casi sin perder virulencia, en 1961[99], cuando ya el resto de la crítica, incluso fuera del país, había comenzado a tomar conciencia de su verdadera importancia como escritor.

 

Tal vez también a su predicamento como crítico se deban las reservas[100], las insuficiencias[101]o la falta de entusiasmo[102], que se advierten en algunos tratados o historias de la literatura uruguaya, que debieron tener ya, en el momento de su edición, suficiente perspectiva como para opinar con otra agudeza o perspicacia: ya en 1966 o en 1969, y sobre todo en 1976, al margen de gustos o simpatías personales, el talento de Hernández como escritor y la importancia de su obra narrativa estaban fuera de toda negación y aun de toda razonable discusión.

 

Referencias

 

[1] "Felisberto Hernández: del creador al hombre", Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1975.

[2] "Felisberto Hernández; Bibliografía anotada", Editorial Ciencias, Montevideo, 1979, págs. 5 a 8.

[3] Norah Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 19.

[4] Es lo que dice el propio Hernández en "Primeras invenciones" ("Primera casa"), editorial Arca, Montevideo, 1969, pág. 143.

[5] "Felisberto Hernández y yo", Biblioteca de Marcha, Montevideo, 1974, pág. VII.

[6] "Las Hortensias", Editorial Arca, Montevideo, 1967, págs. 9 y ss.

[7] Norah Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 20.

[8] "El caballo perdido", Editorial Arca, Montevideo, 1970.

[9] En el mismo tomo de las obras completas.

[10] Llama a aquéllas, "las longevas"; y al sobrino, "el nene".

[11] En Capítulo Oriental, en el trabajo de Carlos Martínez Moreno, se afirma que comenzó a trabajar como pianista en las salas cinematográficas a los doce años. Pero como también se afirma que nació en 1912, lo cual es un claro error, nos quedamos con la versión tradicional de que comenzó a los quince. V. Capítulo Orienta I, pág. 458.

[12] Tomamos el dato del trabajo de Ida Vítale "Tierra de la memoria, cielo de tiempo", publicado en "Crisis" número 18, Buenos Aires, octubre 1974, pág. 12.

[13] Paulina Medeiros, op. cit., pág. VI.

[14] Paulina Medeiros afirma que esta última pieza fue oída por primera vez "en la Universidad, en el ciclo de Arte y Cultura Popular" (op. cit., pág. Vil).

[15] Justamente, en 1929,en Rocha, Hernández publica su segundo libro, "Libro sin tapas",

[16] La conferencia de Superviene fue publicada por "El País" el 15 de octubre de 1945.

[17] Ida Vítale, trabajo citado, pág. 12.

[18] Tomas Eloy Martínez, "Para que nadie olvide a Felisberto Hernández", en "La Opinión Cultural", Buenos Aires, 31 de marzo de 1974, págs. 1 y 2.

[19] Arturo Sergio Visca, "Antología del cuento contemporáneo", Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República, Montevideo, pág. 196.

[20] Hugo Riva, en "Felisberto Hernández; notas críticas", Cuadernos de Literatura No. 16, Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 1974, pág. 46.

[21] Walter Rela, "Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales", editorial Ciencias, Montevideo, 1979, pág. 141.

[22] Norah Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 45.

[23] V. Walter Rela, "Bibliografía anotada" cit., págs. 20 y 17-18.

[24] Tenemos el ejemplar de "Fulano de Tal" dedicado por Hernández al pintor Milo Beretta, todo indica que encuadernado y ornamentado por éste, que el pintor regaló más tarde a Ariosto Fernández, y su hijo Gustavo Ariosto a nosotros. La dedicatoria dice: "A Milo Beretta: dio escape al espíritu por la pintura y es amigo mío. Felisberto Hernández", lo que confirma lo que ya hemos dicho en el sentido de que el arte es una sola cosa y la música y la literatura fueron, para Hernández, sólo dos caminos para intentar comunicar lo mismo.

[25] Paulina Medeiros, op. cit., pág. 111.

[26] Esther de Cáceres, "Testimonio sobre Felisberto Hernández", en Cuadernos de Literatura No. 16 cit., pág. 7.

[27] Uno incluso en "Sur", Buenos Aires: "Las dos historias".

[28] En "Marcha" de 15 de junio de 1945, pág. 15; trascripto por Walter Rela en "Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales" cit., pág. 143.

[29] En "Clinamen" No. 5, Montevideo, mayo-junio 1948.

[30] Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 36.

[31] Transcriptas por Paulina Medeiros, op. cit., págs. 90, 103, 105 y 114.

[32] Transcriptas por Giraldi de Dei Cas, op. cit., págs. 117 y 120.

[33] Ida Vitale, trabajo cit., pág. 4.

[34] Giraldi do Dei Cas, op. cit., pág. 36.

[35] Transcripta por Paulina Medeiros, op cit., pág. 16.

[36] José Pedro Díaz, prólogo a "Diario del sinvergüenza y últimas invenciones", Arca, Montevideo, 1974, pág. 6.

[37] Walter Rela, "Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales" cit., pág. 148.

[38] ídem., pág. 149.

[39] Paulina Medeiros, op cit , pág  XX

[40] Así la describe el propio Hernández en "Tierras de la memoria", editorial Arca, Montevideo, 1967, pág. 20.

[41] Giraldi de Dei Cas. op. cit., pág 32.

[42] Paulina Medeiros, op. cit , págs. V y VI

[43] Tornas Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 5.

[44] Gracias a Walter Rela, "Felisberto Hernández; bibliografía anotada"  en pág. 19.

[45] Transcripta por Giraldi de Dei Cas, op. cit.. pág. 115.

[46] En Rela, "Felisberto Hernández, 5 cuentos magistrales" cit, págs. 87 y 93.

[47] Véase 1.3.

[48] Transcriptas por Paulina Medeiros, op. cit , págs. 86 y 111 respectivamente.

[49] Transcripta por Giraldi de Dei Cas, op cit., pág. 91.

[50] Carta de 21 de diciembre de 1942, transcripta por Giraldi de Dei Cas, op. cit , pág. 120.

[51] Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 69.

[52] F. Hernández, "Nadie encendía las lámparas" ("El corazón verde"), editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1947, pág. 149.

[53] Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág 36.

[54] Según carta de 7 de abril, transcripta por P  Medeiros, op. cit., pág. 131

[55] Transcriptas por Giraldi de Dei Cas, op cit . págs 8b a 110).

[56] Transcriptas por P. Medeiros, págs. 103 a 131.

[57] Transcriptas por P  Medeiros, op. cit, pág.131

[58] Véase 1.2. 1

[59] Véase 1. 3.

[60] Trabajo cit.. pág. 7

[61] Tomás Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 3.

[62] En Giraldi de Dei Cas, op. cit., págs. 83 a 110.

[63] Véase 1.3.

[64] O, tal vez, a la poco formal respuesta de Hernández al cuestionario del padre de la novia: "¿Con qué cuenta para sostenerla?", le preguntó, "Con los dedos", habría contestado Hernández (en Tomás Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 4.

[65] Tomás Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 4.

[66] Transcripta por Giraldi de Dei Cas. op. cit., pág. 119

[67] Rela, "Felisberto Hernández, 5 cuentos magistrales" cit., pág. 149.

[68] P. Medeiros, op. cit. págs. II, III, XVI y concs.

[69] La propia Paulina Medeiros afirma que le pidió expresamente que no fuera a despedirlo (op. cit., pág XVI)

[70] Transcriptas por P  Medeiros, op. cit., págs 94, 97 y 98.

[71] Transcripta por Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 105.

[72] Girald. de Doi Cas. op. cit , págs. 71, 94 y 101.

[73] Girald de Doi Cas, op cit, pág  73

[74] Tomás Eloy Mai tínez, trabajo cit., pág. 5.

[75] P.  Medeiros, op. cit, pág   XIX.

[76] Tomás Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 5.

[77] Norah Giraldi de Dei Cas, "Las seis viudas", en "La Opinión Cultural" cit., pág. 9.

[78] Reyna Reyes, en "La Opinión Cultural" cit , pág. 6.

[79] Rela ubica el comienzo de la relación en 1960 ("Felisberto Hernández, 5 cuentos magistrales" cit , pág. 150), pero la propia Reyna Reyes la ubica en 1958 (en "La Opinión Cultural" cit , pág. 6).

[80] Giralüi de Dei Cas, "Las seis viudas" cit.

[81] Hernández asistió a la escuela "Artigas" en 1915, cursando 6o. año, 1916, cursando 7o., y hasta abril de 1917, cursando 8o.; y Bellán fue maestro en ella en 1914 y 1915, pero de 5o. año; por lo que nunca coincidieron.

[82] Según piensan José Pedro Díaz y Amalia Berenguer, en opinión citada en nota por Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 31.

[83] En "Primeras invenciones" cit., pág. 44.

[84] Véase 1.7.

[85] En "Primeras invenciones" cit., pág. 55.

[86] Esther de Cáceres, trabajo cit., pág. 9.

[87] En "La Opinión Cultural" cit., pág. 5.

[88] Alberto Zum Felde, "Borges y Hernández", en "Capítulo Oriental" cit., pág. 462.

[89] Op. cit., pág. 69.

[90] Transcripta por P. Medeiros, op. cit., págs. 121-122.

[91] W. Rela, "Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales" cit., págs. 5 y 6.

[92] Rela localiza en su biblioteca obras de Hesse, Kafka y Joyce, en "Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales" cit., pág. 144.

[93] Cartas a Lorenzo Destoc, de 21 de marzo, 23 de mayo, 5 de junio, transcriptas por Giraldi de Dei Cas, op. cit., págs. 112a 115.

[94] F. Hernández, "La cara de Ana", en "Primeras invenciones" cit., págs. 67 y 68.

[95] Tomás Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 6.

[96] Rubén Cotelo, "El caballo perdido", en "El País", Montevideo, 19-XII-960.

[97] Rubén Cotelo, "La casa inundada", en "El País", Montevideo, 19-XII-960.

[98] Emir Rodríguez Monegal, nota sobre Felisberto Hernández, en "Marcha", Montevideo, 15-VI-945; y "Clinamen", No. 5, Montevideo mayo-junio 1948.

[99] "Uno de nuestros escritores malditos", en "El País", Montevideo, 16-1-961.

[100] Emir Rodríguez Monegal, "Literatura uruguaya del medio siglo", editorial Alfa, Montevideo, 1966, págs. 191 ss.

[101] Sarah Bollo, "Literatura Uruguaya", División Publicaciones y Ediciones de la Universidad de la República, Montevideo, 1976, pág. 264.

[102] Mario Benedetti, "Literatura uruguaya siglo XX", editorial Alfa, Montevideo, 1969, págs. 90 a 95.

Raúl Blengio Brito 
De Felisberto Hernández, el hombre y el narrador 
Ediciones de la Casa del Estudiante
Autorizado por la Flia. del autor
Digitalizado por Carlos Echinope Arce - editor de Letras-Uruguay
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