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Felisberto Hernández, el hombre y el narrador Raúl Blengio Brito |
1.1.
Introducción.- 1.2. Nacimiento.- 1.3. La música.- 1.4. Las letras. -1.5.
Sus otras aficiones.-1.6. Sus empleos.-1.7. Sus movimientos.-1.8. Las
mujeres.- 1.9. Los amigos.-1.10.- La muerte.-1.11.- La crítica.-1.12.
Notas al capítulo. - 1.1.
Casi nunca es necesaria una biografía lineal del escritor que se pretende
investigar. O, mejor, sólo es necesaria una vez: cuando se llega a la
primera buena. Eso,
en el caso de Felisberto Hernández, ya ha ocurrido. Quien quiera saber
qué cosas más o menos importantes pasaron en su vida, desde el momento
de su nacimiento hasta los primeros años que siguieron a su muerte, no
tiene más que recurrir al libro de Norah Giraldi de Dei Cas[1], en el
que, sin duda con algunas omisiones, pero no graves, y tal vez con ciertos
excedentes de los que pudo prescindir, se proporcionan todos los datos,
fechas, nombres y circunstancias por los que discurrió la vida del
narrador, en riguroso orden cronológico. Quien
aspire a lo mismo, pero en menos páginas (lo que cuando sólo se quiere
una cronología es probablemente lo más sensato), puede recurrir al
trabajo de Walter Rela[2], en el que, con otras omisiones y excedentes,
se registran también, muy ordenados en el tiempo, casi todas las
circunstancias,
nombres, fechas o datos que su necesidad o su curiosidad requieran. |
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Escrita
esa cronología básica, esa biografía lineal, lo que hace falta es
profundizar un poco en los sectores más importantes y constantes de la
vida del investigado, de modo de disponer de mejores instrumentos para
llegar a su obra (o estar en mejores condiciones personales para
recibirla). Es lo que vamos a tratar de hacer en este capítulo, sin
perjuicio de respetar en lo fundamental la cronología, de modo de ubicar
con claridad los grandes sectores (y no períodos) de la vida del
narrador, y sin perjuicio también de anotar los obstáculos con los que
tropezó y que en buena medida pospusieron el reconocimiento general de
sus méritos (reconocidos, sin embargo, desde temprano, por un grupo
limitado de amigos, críticos y escritores). 1.2.
Feliciano Félix Verti Hernández —que así aparece inscripto Felisberto
en el Registro Civil, muy probablemente por error del funcionario que
tomó la inscripción de boca de su padre[3]— nació el 20 de
octubre
de 1902 en el barrio conocido como Atahualpa[4], en las
inmediaciones
del Cerrito de la Victoria, en una casa de la calle Huáscar. Paulina
Medeiros, con quien el escritor estuviera vinculado sentimentalmente
durante varios años, afirma en cambio que, "según aseveración
propia", nació en Punta Yeguas, paraje próximo al Cerro.[5] Fueron
sus padres un español, Prudencio Hernández González, y Juana
Hortensia Silva, uruguaya, que usó más tarde el apellido del esposo de
su tía materna Deolinda Arecha de Martínez (y a la que suele
individualizarse
en las biografías como Juana o Juanita Martínez), con la que se crió, y
cuyo segundo nombre, Hortensia, no puede dejar de vincularse con una de
las narraciones más sugestivas del autor, "Las Hortensias", hoy
recogida como cabeza del cuarto tomo de sus obras completas.[6] Fueron
sus abuelos paternos, ambos españoles, Ignacio Hernández, de profesión
jardinero, y Antonia González, de la aristocracia de Las Palmas, pero
tan independiente de criterio como para contraer un matrimonio que
disgustó a toda su familia. Antonia
González, Juana Hortensia Silva —o Juana o Juanita Martínez—, y
Deolinda Arecha de Martínez, es decir, su abuela paterna, su madre
real, y su tía abuela (o abuela de hecho y madre también de hecho),
fueron las tres primeras mujeres que dejaron sus huellas en Hernández,
tanto o más que las dos inmediatas siguientes (y hablamos de su familia),
sus hermanas Deolinda (llamada así, sin duda, por esa tía que crió a su
madre), nacida en 1905, y Mirta, nacida en 1911. 1.3.
La música fue, probablemente, la primera vocación de Hernández. La
tomó, es cierto, de su padre, que solía tocar, como entretenimiento,
la guitarra, o cantar y bailar, como en España, con su mujer y sus hijos[7]. Pero el sueño del gran concierto lo acompañó hasta su muerte, lo
que permite afirmar que más que músico por tradición o por contagio, lo
fue en realidad por vocación y por afecto. Sus
estudios regulares, de piano y no de guitarra, comenzaron en 1911, es
decir, sobre los nueve años. Tuvo,
como primera e influyente maestra, a Celina Moulié, una francesa por
entonces de unos cuarenta años, con quien su madre tenía, no obstante
ser diez o doce años menor, una antigua amistad. Evocados,
o convocados, por los extraños mecanismos de la memoria, Celina y el
piano serán más tarde la línea temática tal vez más importante de
"El caballo perdido".[8] Como
lo será, de "Por los tiempos de Clemente Colling"[9], la
evocación
de quien sustituyó a Celina en la enseñanza del piano. Hernández
conoció a Clemente Colling cuando apenas tenía trece años —lo que
explica, entre otras cosas, la profunda impresión que causó en él—,
gracias a unas amigas mayores de su madre, Petrona, Carmen y Felicia
Ferreira, de cuyo sobrino, entre otros, era Colling profesor.[10] Entre
la época en que lo conoce y la época en que comienza a recibir sus
lecciones, sin embargo, transcurrirán cinco años. En
1917, cuando ya lleva seis de estudios regulares pero no tiene sino
quince de edad, comienza a trabajar como pianista de acompañamiento en
los cines de Montevideo, y a ejercitar, en función de los acontecimientos
que se sucedían en las películas mudas, sus excelentes facultades de
improvisación: la música debía acompañar, subrayar o complementar la
acción.[11] Al
año siguiente, trasladada la familia a una casa amplia en la calle Minas
número 1816, entre La Paz y Miguelete, funda e instala en ella un
conservatorio musical, el "Conservatorio Hernández", agregando
a su tarea como pianista de cines la de profesor de piano. No
obstante, sigue estudiándolo y perfeccionándose, ahora con Raúl Dentone,
sucesor inmediato, aunque no tan recordado, de Celina Moulié. También
por esta época, aunque con menos intensidad que en los años siguientes,
comienza su actividad como concertista profesional y sus giras por el
interior de la República, en un esfuerzo complementario por vivir
exclusivamente de la música. En
1920 comienza a recibir lecciones de composición y armonía de aquel
Clemente Colling que había conocido en 1915 gracias a las amigas de su
madre. Clemente
Colling era un personaje singular, ciego, bohemio, y sobre todo músico,
que había dado algún concierto en el Instituto Verdi y que se desempeñaba
como organista en la Iglesia de los Vascos. Vivía en una pieza de lo que
era en realidad un viejo conventillo de la calle Gaboto, cerca del río.
Casi sin dinero, escribía en braille algunas notas para revistas y periódicos
franceses y daba clases a los que toleraban su afición por la bebida y su
falta de higiene personal. La
relación de Hernández con Colling es mucho más que una relación
docente. Tras
los primeros años de estudios, en efecto, en 1924, Hernández lo lleva a
vivir con su familia (y lo primero que harán con él es bañarlo); pero
tan difícil se hace la convivencia que, un año después, para sacárselo
de encima, y no obstante la voluntad y la insistencia de Hernández, su
madre decide dejar la casa de la calle Minas y mudarse a otra con menos
comodidades, en Francisco Bicudo y Larrañaga. De
Colling, además, muerto poco después de la mudanza de los Hernández,
hereda el escritor un pequeño armonio, conservado por su familia.[12] Guillermo
Kolischer, tan vinculado a la historia musical montevideana, sustituye a
Colling como profesor de Hernández, que insiste en perfeccionarse y en
vivir de la música. Tiene
ya, en 1926, veintitrés años cumplidos. Pasado el tiempo del conservatorio de la calle Minas, apremiado por necesidades inmediatas -su primera mujer está embarazada- se emplea como pianista en un conocido café del Montevideo de entonces: "La Giralda"; y, luego, desplazado de él por una orquesta de señoritas -gran atractivo o novedad para los parroquianos—, en un café concert de la ciudad de Mercedes, según Paulina Medeiros, su verdadero debut como pianista.[13] No
obstante, su verdadero primer gran concierto recién tiene lugar en 1927,
en el teatro Albéniz, con el apoyo de la Asociación de Pianistas del
Uruguay; en él se registra la primera audición de tres de sus piezas
para
piano: "Festín Chino", "Bordoneos", y
"Negros"[14]. Al año
siguiente, también en el Albéniz,
ahora con el apoyo del Ministerio de Instrucción Pública, tiene lugar el
segundo. La crítica de la prensa montevideana le resulta, en ambos casos, francamente favorable. No es de extrañar, así, que en 1929 recibiera un gran acto de homenaje de sus amigos. Aunque Hernández, por entonces, sólo había publicado, en 1925, su tímido "Fulano de Tal", y a lo que se rendía homenaje era a su talento musical, como compositor y pianista, en el álbum de firmas figuran sobre todo escritores: José Pedro Bellán, Manuel de Castro, Juvenal Ortiz, Esther de Cáceres. De alguna manera, ya está comenzando una parcial transferencia hacia las letras.[15] Tal
vez pueda decirse, en efecto, que ya en los años siguientes el músico
y el escritor viven al mismo tiempo en el hombre. Las
giras por el interior de la República, incluidas algunas ciudades próximas
de Brasil y Argentina, iniciadas en 1926, se multiplican (llegarán, en
realidad, hasta 1942); entre 1931 y 1933, las comparte con Yamandú Rodríguez,
poeta, que alterna sus recitados con la música de Hernández; más
tarde, lo acompaña, como amigo y empresario y sin intervenir en los
programas. Venus González Olasa, a quien había conocido, en su primer
viaje a Maldonado, en 1919; en Buenos Aires, ciudad a la que también
alcanza en sus desplazamientos como concertista, cuenta con el apoyo de
Lorenzo Destoc, un amigo de Yamandú Rodríguez; allí, en 1939, ofrece
tal vez el más exitoso de todos sus conciertos, gracias,
fundamentalmente,
a lo que parece haber sido una inspirada -y muy preparada- ejecución de
"Petroushka", de Stravinski. Otros
homenajes ha recibido o recibe como músico: en 1935, en el Ateneo de
Montevideo, Esther de Cáceres, Alberto Zum Felde y Joaquín Torres García
habían hablado de sus méritos y talento; en 1944, CX32 Radio "Águila"
(hoy "Radiomundo") le destina una audición organizada por su
amigo Soria Gowland, y el propio Hernández, en CX12 radio Oriental, lee
un fragmento de "Tierras de la memoria" y ejecuta una pieza propia:
la literatura y la música pujan por predominar. El
primero que recibe como escritor es de 1945: Jules Supervielle, en Amigos
del Arte, prescinde de la música y lo define como "un gran cuentista
poético".[16] Podría
pensarse que él mismo comienza a olvidarse de su primera vocación:
incluso, según Paulina Medeiros, en 1942, al regresar de un viaje a
Treinta y Tres y ocupar una habitación en una pensión de la calle Guana
1964, agobiado por sus dificultades económicas, pero además con la
convicción
de haber culminado su carrera de concertista, había vendido el piano,
"incorporado un día a sus bienes por algún sistema que excluye la
compra"[17]; es posible también que haya intentado, con su dramático
gesto de quemar una nave, recuperar a su segunda esposa, Amalia Nieto,
cansada ya de dificultades y de recurrir a su propia familia para resolver
los problemas que el propio Hernández no había podido resolver.[18] No
es del todo así, sin embargo. En
1955, estimulado por Reina Reyes, su quinta mujer y cuarta esposa, vuelve a estudiar, en el piano del
Ateneo de Montevideo, con el propósito formal y declarado de
rehabilitarse como músico; en 1959, interviene como pianista en la
revista musical "Caracol, col, col", puesta en escena en la
sala Verdi; en 1960 ahonda su amistad con el hijo de Javier de Viana, músico;
en 1961, en fin, vuelve a dar lecciones de piano, estudia a Falla y a Albéniz,
e insiste en su propósito del gran concierto que, sin embargo, nunca
llegará a dar. Es
que, tal vez, no había logrado en las letras el éxito que buscaba, y
que, en cambio, en varias oportunidades lo había tocado como pianista y
compositor. Es
cierto, como dice Visca[19], que "en realidad no se sabe si es un
pianista que devino escritor o si es un escritor que durante muchos años
desvió su vocación de narrador, canalizándola en la de
concertista", "un pianista que, luego de recoger experiencias,
ha encontrado su vocación de escritor, o un narrador casi diríamos
innato que ha encontrado en la actividad pianística otro modo de vivir,
sentir, y expresar su mundo".[20] Pero
también lo es que música y literatura no son en realidad cosas
distintas, sino apenas distintas formas de expresión del arte, distintos
lenguajes para intentar la comunicación. Puede
decirse que, en la vida de Hernández, hubo un período, entre 1925 y
1941, en el que su dedicación a la música superó largamente a su
dedicación a la literatura[21]; y, aun, que siguieron un período de
equilibrio y un período de franco predominio de la literatura sobre la
música. Puede
decirse, incluso —aunque la última palabra sobre sus composiciones
para piano no está dicha— que es mejor como narrador que como
compositor. Ambos
caminos, sin embargo, tuvieron para Hernández, desde el principio y
hasta el final, idéntica importancia, porque por ambos simultáneamente
trató de llegar, y llegó, al objetivo final de todo artista: compartir
con los demás su propia y personal visión del mundo. 1.4.
También temprana, aunque no tanto, ni tan definida, es su vocación por
las letras. "Fulano
de Tal", en efecto, editado en Montevideo en 1925 por el
librero
José Rodríguez Riet —aunque sin fecha ni pie de imprenta impresos—,
contiene fragmentos de lo que venía escribiendo desde 1920[22]. Los que
integran su segundo libro, "Libro sin tapas", publicado en Rocha
por la imprenta "La Palabra" en
1929, habían sido publicados ese mismo año, también en Rocha, por el
periódico "La Palabra", del mismo dueño y director de la
imprenta.[23] Es
cierto que estos primeros trabajos carecen de rigor y no anuncian en
realidad —aunque el conocimiento de lo que ocurrió después pueda
permitir a algunos descubrir en ellos lo que, no obstante, no es en ellos
evidente— lo que vendrá ni, mucho menos, su verdadera calidad artística.
Es cierto, también, que el propio Hernández no parece haber tenido
demasiada
confianza en su futuro: las ediciones, limitadas, no tenían, ni tuvieron
en su momento, otros destinatarios que sus amigos, a quienes el autor las
regalaba, jubilosamente, y con sugestivas dedicatorias.[24] Pero
también lo es que estos primeros ejercicios recogidos en los libros de
1925 y 1929, y escritos, según afirmaciones a que hemos hecho referencia,
desde 1920, no quedaron limitados a los manuscritos originales, ni
olvidados en un cajón, ni fueron nunca destruidos o perdidos por su
autor. Todo
indica, por el contrario, que fueron corregidos con cuidado (publica en
1925, a los veintitrés años, trabajos escritos en 1920, a los dieciocho,
lo cual es por cierto sugestivo); y la sola circunstancia de su edición y
distribución por su autor, no importa que en su círculo de familiares y
amigos, confirma una voluntad de trascenderle suele acompañar a las
vocaciones tempranas. No
parece acertado, pues, afirmar que su entrega a las letras fue "tardía"[25]: si empezó a los dieciocho años, no empezó demasiado después que
su primer tarea como pianista, a los quince, en los cines de barrio. Sí
es acertado, en cambio, decir que esa entrega fue una entrega fervorosa.
Esther de Cáceres,
a quien Hernández conoce hacia 1925, subraya "la persistencia que
tomaba a veces en él los acentos del ardor ciego con que los niños
desean tan violentamente". "Así lo recuerdo —agrega— en los
primeros años de nuestra amistad, y ya publicados sus primeros cuentos,
cuando respondía con aire terco y desolado a los elogios que lo señalaban
como pianista excelente: ¡Yo quiero ser escritor!".[26] Otra
cosa es la madurez, o aun el comienzo de la madurez, que no está, por
cierto, ni en "Fulano de Tal", ni en "Libro sin
tapas", ni en otros trabajos menores publicados en los años
siguientes en periódicos y revistas de Montevideo y el interior[27],
ni en "La cara de Ana", ni en "La envenenada", otros dos libros
muy breves, publicados en Mercedes en 1930 y Florida en 1931, sino en
realidad en "Por los tiempos de Clemente Colling", editado en
1942, y "El caballo perdido", editado en 1943. Si
hasta entonces había sido más importante la música como camino para la
vocación artística de Hernández, a partir de estos dos libros el camino
de las letras toma la misma —y, luego, mayor— importancia. Persistirá
en él, con el ardor y el entusiasmo que tanto Paulina Medeiros como
Esther de Cáceres le señalan, pese a las ásperas críticas que recibió
desde temprano, fundamentalmente, la del por entonces conceptuado Emir
Rodríguez Monegal, que afirmó, en 1945, que "para ser el gran autor
que sus amigos proclaman, le falta a Hernández estatura y profundidad"[28], reiterando su opinión en forma tal vez más terminante, tres años
después.[29] Y
llegará, sin perjuicio de su frustrada decisión de regresar a la
música,
prácticamente hasta su muerte. 1.5.
Las letras y la música, siendo sin duda las principales, no fueron sin
embargo las únicas aficiones de Hernández. No
estamos muy seguros de que deba incluirse, entre ellas, la afición por
los idiomas. Se ha dicho, por ejemplo, que aprendió, gracias a métodos
personales —y es el detalle el que apunta a lo de afición o placer
personal—,
tanto el francés como el inglés, especialmente éste, "que
practicaba
mediante la trascripción de novelas o cuentos policiales"[30]. Y no
estamos seguros, porque de algunas de las cartas cursadas a Paulina
Medeiros durante su traslado a Francia surge más bien una cierta
dificultad
de aprendizaje que vuelve poco imaginable la afición: dedico los ratos
libres —escribe el 14 de febrero de 1945— al "tranquilo estudio
del francés"; "aprendo francés a la fuerza", cambia en
carta del 7 de octubre de 1946; "es muy difícil hablar y sobre todo
comprender el francés", reitera el 22 de octubre del mismo año;
"es difícil el francés; yo voy a la Alliance de-acá y nunca puedo
hablar"[31], concluye categóricamente, ya en París, el 21 de marzo de
1947, es decir, cuando ya lleva más de dos años de estudio y puede
imaginarse la presión de sus necesidades. Está
fuera de discusión, en cambio, su sorprendente afición por la
taquigrafía,
que al principio, al parecer, es sólo una tentativa por mejorar sus
ingresos, pero que luego se convierte sin duda en algo más: "me ha
recrudecido la taquimanía", dice sugestivamente en una carta del 8
de enero de 1941, dirigida a Lorenzo Destoc; "haré algún que otro
trabajo taquigráfico", insiste en carta dirigida también a Destoc
el 21 de diciembre de 1942[32]. Más aun: se sabe que Hernández inventó
un nuevo sistema taquigráfico, "llenando libretas que hoy son una
fuente de intriga sin resolución visible, al no lograrse esclarecer su
método", y que pueden contener textos realmente valiosos[33]; se
ha dicho, incluso, que el propio Hernández afirmó alguna vez haber
escrito una novela completa en su sistema taquigráfico[34]. Es posible
que sea exacto: nos parece que Hernández atribuía especiales aunque no
especificadas virtudes de elocuencia a la taquigrafía, como si fuera algo
más que una técnica de escritura veloz, o como si la velocidad de la
escritura llevara implícita la posibilidad de poder decir mejor o más
adecuadamente ciertas cosas. En ese sentido, es de singular interés una
carta de amor, sin fecha, dirigida a Paulina Medeiros, en la que afirma:
"Pienso muchas cosas, pero tendrían que ser taquigrafiadas"[35], como si la larga enumeración o exposición les quitaran la
simultaneidad con que se dan en el espíritu y en esa misma medida las
falsificaran. La taquigrafía sería, así, el único camino para superar
la dificultad —que no tienen la pintura o la escultura— con la que
tropieza el artista en literatura o en música: la necesidad de someterse
por lo menos al tiempo que lleva la lectura, sin duda más largo y lento
que el de sus registros interiores. Tal
vez algún vínculo con su afición a la taquigrafía tenga el insólito
cambio de su letra manuscrita, inglesa durante un largo período, y
repentinamente
script desde la época de "Nadie encendía las lámparas",[36]
editada por primera vez en 1947. De
otro tipo es su afición por la filosofía, iniciada tal vez con las
lecturas
de Freud en 1937[37], consolidada en la amistad con Vaz Ferreíra y sus
lecturas de Bergson, y en alguna pequeña parte sistematizada desde su
vinculación al Centro de Estudios Psicológicos que dirigía el profesor
Waclaw Radecki, y "al que seguirá concurriendo asiduamente hasta su
viaje a Europa"[38], es decir, hasta fines de 1946. Sus
estudios o lecturas, en esta materia, le sirvieron, no para formular un
sistema filosófico ni para pensar según uno determinado, sino para
ahondar en ciertos mecanismos, como la evocación o la memoria, cuya
ponderada utilización dará a buena parte de sus cuentos el aire singular
que los caracteriza. Es
posible, además, que esta misma afición por los estudios o lecturas de
ciertos textos filosóficos lo haya llevado también a reflexionar
sobre algunos grandes temas de política y a tomar a veces
apasionada posición
frente a ellos. Hernández, en efecto, fue siempre un conservador, un hombre, como señala Paulina Medeiros, que "experimentaba temores a violentos cambios en las personas, extensible también a sistemas sociales"[39]. Tal vez haya influido en esta actitud su temprana incorporación —cuando tenía doce años, en 1914— a las "Vanguardias de la Patria", una "institución juvenil y democrática" similar a la de los boy-scouts[40], con la que recorrió pueblos y ciudades del interior, interviniendo en veladas artísticas y actos similares[41]; su incorporación a las "Vanguardias de la Patria" se debió sin duda a la vinculación de la familia de su madre con la familia del fundador del movimiento, un profesor de educación física de apellido Lamas.[42] Este
apego al orden reinante, o este temor a los cambios, se tradujo en una
actitud de combate intelectual contra el comunismo, que aunque puede
descubrirse ya en correspondencia de 1944, se agudizó y expresó con
claridad sobre el final de su vida. Hacia
1956, en efecto, se afilió al "Movimiento Nacional por la Defensa
de la Libertad" (más conocido por su acrónimo: MoNDeL), cuya meta
era la erradicación del pensamiento marxista; y dio, en su
representación,
numerosas charlas —tres por semana— por CX 14 radio "El
espectador".[43] Un
poco posteriores son los dos artículos periodísticos sobre el tema,
publicados por "El Día", ambos bajo su firma, que hemos podido
localizar[44]. En el primero, publicado el 27 de diciembre de 1957 y
titulado, muy circunstancialmente, "Cuatro sputniks de la
libertad", Hernández marca cuatro grandes momentos en la historia de
la libertad: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de
1776 (primer sputnik), la declaración de la Asamblea Nacional Francesa de
1789 (segundo), la declaración del Congreso de los Soviets de 1918
(tercero) y la de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 10 de
diciembre de 1948 (cuarto), " ¡Qué lástima —dice Hernández,
refiriéndose al tercero— que este Sputnik fracasó y dio en tierra
con la realización sarcásticamente contraria a todo lo que habían
dicho!". "En la historia de los traidores —concluye—, es
obvio decirlo, tenían el primer puesto los comunistas". Sobre su
estilo —"El estilo literario comunista"— versa el segundo de
sus artículos, aparecido el 2 de enero de 1958; en él, luego de
resumir largamente el anterior, Hernández llega al punto clave de su
pensamiento: el cuarto sputnik, es decir, la declaración de las Naciones
Unidas sobre los derechos del hombre, "que no lleva perro n¡ gato
encerrado y cuyo vuelo debe ser cuidado constantemente por los hombres
libres, fue saboteado desde su lanzamiento por la Unión Soviética";
y en apoyo de sus afirmaciones comenta con variados sarcasmos las
modificaciones propuestas por la Unión Soviética a la Declaración y a
las que se había referido días antes, en el Ateneo, el delegado uruguayo
ante las Naciones Unidas, Dr. Justino Jiménez de Aréchaga. La
descripción del pensamiento político de Hernández no quedaría
completa, sin embargo, si no se dejaran otras dos constancias. La
primera, es que tampoco había sentido, en tiempos de la Segunda Guerra
mundial, ningún tipo de simpatía por los alemanes, o, por lo menos,
por su líder. En una carta de 5 de junio de 1940, dirigida a Lorenzo
Destoc, habla de un nuevo conocido y de los vínculos que habrá de
procurarle,
y comenta: "Me arma una cadena que tendré para toda la vida o por lo
menos hasta que Hitler tome estos países. La puta que lo parió"; y
sigue lateralmente: "Tengo dada una conferencia sobre Hitler que lo
divertiría mucho, pero además de la ficha psicológica, tengo unos
datos colosos. Pierda tiempo y lea "Hitler me dijo" de
Raschmning que le interesará". La
segunda, es que ni estas opiniones sobre Hitler ni aquellas sobre el
comunismo se reflejan en su obra, que es realmente apolítica e
independiente
y en la que no se advierten otras preocupaciones que las puramente estéticas.
"Sin preocupación alguna de tipo socio moral", dice
refiriéndose
a él John E. Englekirk; "no se le ocurre nunca reflexionar sobre su
país, sobre lo que está sucediendo en el plano histórico", agrega
Julio Cortázar.[46] Así
es, en efecto: sus tierras literarias son, todas ellas, tierras del
pasado,
de su propio y cercano pasado, recuperadas, para él y para los demás,
por su tenaz e implacable memoria. 1.6. Ya hemos dicho que Hernández intentó desde temprano vivir de sus habilidades de pianista: lo intentó, primero, como acompañante en las salas de cine; luego, con su conservatorio y como profesor, con sus giras de conciertos por el interior del país y por la Argentina, con su empleo en "La Giralda", con sus conciertos en Montevideo de 1927 y 1928; y, tras una pausa de diez o doce años, retomó la esperanza, desde 1955, con el sueño del gran concierto que no llegó a concretar.[47] No
parece, en cambio, que haya confiado demasiado en vivir de su obra
literaria. Es
cierto que en su correspondencia con Paulina Medeiros hay algunas
referencias incidentales al tema: le informa, por ejemplo, el 8 de
noviembre
de 1944, que cobró el premio ganado en el concurso de remuneraciones
literarias organizado por el entonces Ministerio de Instrucción Pública,
pero "no el primero, y también retaceado", lo que da idea de
una cierta expectativa frustrada; el 7 de enero de 1947 hace referencia,
desde París, a cinco mil francos recibidos a cuenta de la revista de
Susana Soca, "La Licorne", por su cuento "El balcón"[48]. Algún optimismo se advierte también en la correspondencia dirigida
desde París a su familia: en carta de 25 de diciembre de 1946 habla, en
efecto, de sus posibilidades —no concretadas— de publicar en "Fontaine",
y adelanta lo de "La Licorne"[49]. Pero, en conjunto, no se
descubre en él ninguna esperanza firme de vivir de su trabajo como
escritor. Insuficiente
el piano, y más aun las letras, Hernández debe recurrir a otros empleos
para sostenerse. Logra
el primero en la Asociación General de Autores del Uruguay (A.G.A.D.U.),
a mediados de 1943 (aunque la incorporación formal es de 1o. de febrero
de 1944), gracias a la vinculación con la institución del poeta amigo
Humberto Zarrilli. Su tarea, de control de las emisiones de radio, consistía
en escucharlas y anotar en planillas los títulos y características
principales de las audiciones, mecanismo puesto en práctica por la
institución para asegurar a los autores el cobro real de sus derechos.
Esta tarea inicial fue sustituida por otras, de inspección y cobranza de
derechos en salas de cafés-concert y de teatros. Hernández, que se
mantuvo en A.G.A.D.U. hasta el 10 de agosto de 1956, no estimaba demasiado
su trabajo, pero comprendía en cambio sus ventajas: "Tendré que
aprenderme de memoria todas las porquerías que andan por ahí. Pero el
trabajo se reduce a dos o tres horas por día de inspección", dice
antes de ingresar a él a su amigo Destoc[50]. Al parecer, cambios en la
comisión directiva cambian también la situación: una mayor rigidez de
sus empleadores, lo lleva a renunciar en 1956.[51] Toma
entonces —tal vez ya contaba con él— un empleo de taquígrafo en la
Imprenta Nacional, logrado por su esposa de entonces, Reina Reyes. Para
estar más cerca del lugar de trabajo (la Imprenta estaba, y está,
en
Cuareim 2391, esquina Agraciada), el matrimonio se muda de la casa de la
esposa, en Pocitos, a otra ubicada en Suárez y Agraciada. Hernández
conservará este segundo empleo hasta su muerte. 1.7.
No, en cambio, el domicilio, que le durará
relativamente poco (menos, en total, que su matrimonio con Reina Reyes,
que no alcanzó a los cuatro años reales), como todos o casi todos los
anteriores y los siguientes. Hernández,
en efecto, un poco como Joyce, comenzó tempranamente a conocer su
ciudad. Nació
en una casa de la calle Huáscar, una calle corta, de cuatro o cinco
cuadras en total, ubicada en barrio Brazo Oriental, de la que su familia
se trasladó, primero, en 1907, a la de sus abuelos paternos, en la falda
del Cerro de Montevideo[52];
luego, en
1910, a una de la avenida Suárez, en las proximidades del Prado; más
tarde, sin salir del barrio, en 1911, a otra ubicada en la calle Gil; en
1918, a la de la calle Minas 1816, entre las de La Paz y Miguelete, en
cuya planta alta instaló y puso en funcionamiento su conservatorio
musical "Hernández". A
estos desplazamientos sobre la ciudad de Montevideo suceden, desde 1919,
sus muchos y casi continuos por ciudades y pueblos grandes y pequeños del
interior del país, y por el interior de Argentina, como concertista de
piano. En
realidad, el primer viaje al interior, a la ciudad de Maldonado, de 1919,
fue proyectado apenas como un viaje de vacaciones[53]. Tuvo, sin embargo,
para Hernández, mayor importancia: conoció, en él, a María Isabel
Guerra, con quien habría de contraer su primer matrimonio, y a Venus
González Olasa, quien sería más tarde su editor y consejero; ambos,
simple coincidencia, eran maestros. De
la casa de la calle Minas, los Hernández se trasladan, con Felisberto ya
casado con María Isabel Guerra, en 1925, a una casa ubicada en Francisco
Bicudo -de dos cuadras apenas- y Larrañaga, hoy Luis Alberto de
Herrera, en el barrio Atahualpa. Fracasado
su primer matrimonio, y siempre con sus padres, pasa a vivir en la
construida por ellos mismos en la calle Trápani (también en el barrio
Atahualpa, como se ve), última, o tal vez penúltima si se toma en cuenta
la de Alfredo y Esther de Cáceres, en Bulevar Artigas y Duvimioso Terra,
con quienes viviera un tiempo, en 1929, de las que integrarían la que sería más tarde la gran zona
montevideana de los recuerdos, la tierra a explorar por la memoria. La
lista de desplazamientos, por supuesto, no se agota ni aquí ni en esta
fecha. A
partir de su primer matrimonio, en efecto, a los desplazamientos
anteriores, en los que había acompañado a sus padres y hermanos, se
suman
los desplazamientos impuestos por sus sucesivos matrimonios y rupturas:
Hernández, hasta su muerte, vive moviéndose de las casas que alquila,
o en las que alquila piezas, a las casas de sus mujeres, de la familia de
sus mujeres, y recurrentemente —en los intermedios, hemos dicho, de su
vida de casado— a la ocupada en cada tiempo por su madre, que lo
sobreviviría
siete años. Con
todo, y descartando sus viajes a Buenos Aires y a las provincias
argentinas, bien puede decirse que Hernández sólo una vez se alejó de
su país. Gracias
a la influencia de Jules Supervielle, en efecto, que tuvo temprana
conciencia de sus condiciones, en 1946 el gobierno francés le otorgó
una beca de estudios en París. Hernández,
por supuesto, la acepta con regocijo y esperanzas; y parte en el vapor
"Formose" a principios de octubre de ese mismo año; su estada
en Francia habría de prolongarse hasta el 20 de mayo de 1948[54], día
en el que embarca de regreso. Sus
dieciocho meses en París —con alguna escapada a Blois, y trece días en
Londres, en setiembre de 1947, a donde viajó invitado por el Instituto
Millington Drake, cuyo titular, Eugen Millington Drake, había sido
embajador de Gran Bretaña en Uruguay, y en donde no habló de literatura
pero ofreció un concierto (¡)— registran más esperanzas y
frustraciones que realidades o éxitos. Es
cierto que en marzo de 1947 "La Licorne" publica la traducción
francesa de "El balcón"; que en diciembre del mismo año Jules
Supervielle lo presenta en el "Pen Club" de París; y que en
abril de 1948, el mismo Supervielle se refiere elogiosamente a su obra y a
su personalidad en el salón "Richelieu" de la "Sorbonne".
Pero también es cierto que esto es todo, o casi todo, y que tanto la
directora y editora de "La Licorne", Susana Soca, como
Supervielle, por entonces en París, eran sin embargo uruguayos, y sin
duda por eso mejor dispuestos a apoyar a un compatriota que sabían de
talento. Por
otra parte, las muchas cartas cursadas desde París, a su familia[55] y a
Paulina Medeiros[56], que no han de ser las únicas, pero sí las
publicadas hasta ahora, muestran un constante proceso de desaliento y aun
nostalgia, en el que abundan las referencias a sus dificultades
económicas,
predomina su inquietud por los envíos—que espera—de Montevideo, y
transcribe puntualmente sus procesos de esperanza y frustración en cuanto
a la traducción y publicación de sus cuentos en revistas o editoriales
francesas. Las últimas, sobre todo, lo muestran ansioso por regresar
(lo que es lo mismo que decir, sin esperanzas ya de lograr el triunfo
europeo con el que algún día, sin duda, soñó): "La beca termina
el 31 de julio y con seguridad que no pediré ni un día más. Más bien
me iré antes, si puedo" (y como queda dicho, pudo: embarcó para
Montevideo el 20 de mayo), dice en carta de 6 de marzo de 1948; "Yo
soy siempre el mismo; y por eso que también prefiero que no hablemos de
este país", concluye en carta del 7 de abril.[57] 1.8.
Ya hemos dicho[58] la temprana
influencia —o si se prefiere, la importancia— que tuvieron en la vida
de Hernández las mujeres: su abuela paterna, su madre, su tía abuela.
Y hemos señalado, también, expresamente, la de su primera profesora de
piano[59], fuertemente evocada en alguna de sus narraciones. Es
verdad, como señala Vítale[60], que las apariciones directas de su
madre no son frecuentes en la obra del escritor, aunque, no obstante, se
la siente difusa en la atmósfera de varios de los cuentos. Y es natural
que así sea, si se tiene en cuenta no sólo su natural apego filial sino,
además, un par de insólitas circunstancias concurrentes: la de ir a
dormir la siesta a su casa, por ejemplo[61], aún después de casado; o
la de volver a vivir con ella, entre matrimonio y matrimonio. Este arraigo
constante a su madre surge con claridad de su correspondencia con ella,
y no sólo de la cursada desde Francia, sino incluso de la anterior.[62] Menos
visible todavía, en la obra de Hernández, es la presencia de sus
hermanas. La omisión, sin embargo, no indica en absoluto desapego. En la
correspondencia citada, en efecto, hay frecuentes referencias a ellas:
"a las tres gracias, gracias", dice en carta del 27 de enero de
1947; "dime cosas de las muchachas", Deolinda y Mirta, pide en
carta de 5 de julio; "hay días que extraño bastante Montevideo y la
vida supertranquila y las muchachas", agrega en carta de 27 de
setiembre; el 24 de octubre, en fin, añora con elocuencia a la
"verdadera familia". A
todo este conjunto temprano de mujeres —a las que habría que agregar
tal vez aquellas amigas mayores de su madre, gracias a las que llegó a
conocer a Clemente Colling [63], uno de sus influyentes maestros de música,
y que aparecen con él, precisamente, en "Por los tiempos de Clemente
Colling"— se van sumando, a partir de 1919, las seis que
compartirían
sucesivamente su vida como hombre. Conoce
a la primera, María Isabel Guerra, en efecto, cuando viaja a Maldonado,
con el propósito de pasar unas semanas de descanso en casa de familiares.
María Isabel era cinco años mayor que Felisberto; y Felisberto tenía
entonces, apenas, diecisiete. Tal vez a estas circunstancias se haya
debido la oposición de los padres de la muchacha a la relación ya
iniciada[64], y aún la oposición de su propia madre. Pese a todo, a
mediados
de 1925 contrajeron matrimonio. La vida en común, de la que nació en
1926 la primera hija del escritor, Mabel, duró bastante poco: la pareja
se separa en 1931 (y María Isabel se recluye con su hija en casa de sus
padres) y se divorcia en 1935. Dos
años después, en 1937, se casa con la pintora Amalia Nieto, a quien había
conocido en 1927 o 1928 en la casa de unos amigos comunes. Nace del
matrimonio, en 1938, la segunda hija del escritor, Ana María. La pareja
resulta estable durante los primeros años; pero, al parecer, las
dificultades económicas supervinientes la llevan al fracaso: "un
buen día, Amalia se planta; le exige al marido que cese los ensayos
musicales y las escrituras interminables; quiere que lleve dinero a casa,
como un hombre corriente, o que se vaya"; Felisberto "vende el
piano y deja el fajo de billetes sobre el rincón desierto del vestíbulo
donde ensayaba por las tardes. Es el fin: aquel mismo día descubre que no
siente amor por Amalia"[65]. En diciembre de 1942 confiesa a Destoc
que se llevan "bastante mal, gracias a Dios, aunque guardamos las
apariencias de matrimonio"[66]. En 1943, la pareja se separa, y Hernández
inicia su tercera relación estable.[67] Es con la escritora Paulina Medeiros, a quien conoce en el homenaje que le organiza su amigo Soria Gowland en la audición "Escritores de América" que se trasmitía por CX 32 radio Águila. Del testimonio de la propia escritora parece deducirse que no hubo en la relación, que se extendió no obstante, como las dos anteriores, alrededor de cinco años, verdadero amor, sino más bien estima, respeto y afecto[68]. Su desvinculación formal de la escritora se produce en 1948, al regresar de Francia, donde ya "había conocido a la que sería su tercera esposa y cuarta mujer, María Luisa Las Heras. De esta circunstancia, y de algunos datos que surgen de su correspondencia desde Europa, se puede deducir sin embargo que Hernández ya había pensado desde antes en la ruptura, probablemente incluso desde antes de partir.[69] Estrictamente, entre Paulina Medeíros y María Luisa Las Heras, dos relaciones estables, hubo o pudo haber algunas otras transitorias: una prima de la propia Paulina Medeiros, a la que alude, él, en carta de 12 de julio de 1945, y Paulina Medeiros en carta de 19 de julio[70]; una muchacha que más bien lo fastidiaba con sus cartas, a la que hace referencia en carta a su madre de 14 de enero de 1948[71]; Susana Soca, con quien proyectó ennoviar, y que le resultó muy útil durante su estada en París[72]; una joven inglesa paralítica, que en una conmovedora carta de amor, que firma "Fiora", le devuelve el poco de dinero que Hernández le había prestado en Francia.[73] Su
cuarta relación estable —queda dicho— nace también en Europa. En París,
en efecto, en 1948, conoce a María Luisa Las Heras, una española que
había abandonado su patria en tiempos de la guerra civil, y que ganaba su
vida como modista de buena categoría. Hernández vuelve solo a
Montevideo, en 1948, pero ya con la decisión de casarse de nuevo. Lo
hace, por poder, en 1949. Y ese mismo año, María Luisa se reúne con él
en Montevideo[74]. El nuevo matrimonio resulta más efímero que los
anteriores: la pareja se separa en 1950, y María Luisa, aquejada de una
dolencia al corazón, regresa a Europa. Se
casa nuevamente, con su quinta mujer y cuarta esposa, en 1954. Se ha dicho
que la conoció en 1943, "en la Torre de los Panoramas, que había
pasado de las manos de Herrera y Reissig a las de Alfredo Cáceres, en
donde en vez de soñar con clepsidras y parques abandonados, los poetas
iban ahora a tomar clases de psicología"[76]. Algún grueso error
se ha deslizado, sin embargo, porque en 1943 la casa donde había
funcionado la Torre de los Panoramas, en Ituzaingó 1255, no funcionaba
precisamente como sede de una escuela de psicología. El comienzo de la
relación amorosa, de todas formas, es de 1953. Una larga serie de
apasionadas cartas culmina, al año siguiente, en el matrimonio,
celebrado en un juzgado ubicado en las proximidades del balneario Solís.
Durante los primeros tiempos, la pareja funcionó aceptablemente. La
sobreprotección de Reina, se ha dicho[77], terminó por hastiarlo,
"e intempestivamente, de un día para otro, se separó de ella".
Con más detalles, es lo que dice la propia Reyna: "se desentendió
por completo de mí, y llevó tan lejos su apartamiento que acudía a la
casa de Joaquín Suárez cuando confiaba en no encontrarme, para ir
retirando de a poco sus ropas y sus libros"[78].
Estamos en 1958. Ya
por entonces había conocido (en la Imprenta Nacional, a la que había
ingresado gracias a Reyna Reyes) a su sexto y último amor: María Dolores
Roselló[79]. La demora en los trámites de divorcio (no toda, tal vez,
imputable a los procedimientos, sino, en parte, a la propia modalidad de
Hernández) y la muerte del narrador impidieron su decisión de casarse
con ella; pero fue ella, sin embargo, y Ana María, la hija que había
tenido con Amalia Nieto, las que estuvieron con él hasta el último
momento.[80] 1.9.
Esta intensa vida sentimental no fue obstáculo,
sin embargo, para una también intensa vida de relación con otros
pensadores y escritores de su tiempo. Tal
vez sea José Pedro Bellán —uno de los únicos tres escritores
dramáticos
uruguayos de cierta importancia de su tiempo— el que deba encabezar la
lista. Veintitrés años mayor que Hernández, lo había conocido como
maestro de la escuela "Artigas" de tercer grado —que
funcionaba en Rivera chica, hoy Guayabo, 1741, esquina Gaboto, en el local
en el que hoy funciona la escuela "José Pedro Varela" de
segundo grado—, aunque no había sido su alumno[81], a la que asistió
en su niñez. Al margen de cierta similitud de ambientes en la obra de
ambos escritores, menos fuerte que sus diferencias, y, tal vez, del hecho
de que haya sido él quien lo presentó más tarde a Carlos Vaz Ferreira[82], la circunstancia de que Hernández le haya dedicado su
"Genealogía"[83] permite afirmar que le interesó como
escritor y lo estimó como persona. Parecida reflexión puede hacerse con respecto a Venus González Olasa, a quien conoció en Maldonado, en 1919 [84], y que habría de ser, sobre todo en los primeros tiempos, además de su amigo, su consejero y su editor. A él dedica -y él es el tema- "La barba metafísica", octava parte de su segundo libro, "Libro sin tapas".[85] Su
amistad con el filósofo Carlos Vaz Ferreira, iniciada poco después,
hacia 1922, estimuló sin duda su interés intelectual por la disciplina
del maestro. Dice sobre el punto Esther de Cáceres: "podría marcar
la influencia profunda de Vaz Ferreira, a quien estuvo unido Hernández
por una admiración, un respeto y una fidelidad intensísimas; esto
arraigaba seguramente en las oscuras afinidades, las similitudes de
sensibilidad, las correspondencias psicológicas existentes entre los
dos seres"; de Vaz Ferreira recibió "la fuerte influencia como
sentido de arte, como ser enfrentado a la orientación de la Lógica Viva,
al ejercicio de pensar directamente sobre los problemas". Precisamente:
idéntica importancia tuvo su amistad con Esther de Cáceres, y con su
esposo, el Dr. Alfredo Cáceres, a quienes conoció hacia 1925, y en cuya
casa vivió durante algún tiempo. La escritora, indirectamente, ha de
haber ejercido algún tipo de influencia sobre su estilo, no una
influencia visible tal vez, pero quizás vinculada a esa cierta tendencia
a la poesía que se descubre en la narrativa de Hernández, y ese
progresivo
cuidado por la forma que se advierte en sus libros de madurez. Al Dr. Cáceres
debe un fuerte acercamiento a ciertos temas —era psiquiatra del Hospital
Vilardebó, y Hernández solía acompañarlo para tomar contacto directo
con los problemas de sus pacientes— que estarán presentes en lo más
significativo de su obra. A
la amistad o relación con Jules Supervielle, uruguayo y francés, debió
más tarde la beca que le permitió su sin embargo frustrada aventura
europea. Lo conoce, en efecto, en 1942, en Montevideo, en donde estaba
Supervielle desde 1939: por consejo de sus amigos, deja en la casa del
poeta
su recién editado "Por los tiempos de Clemente Colling"; y
Supervielle, al que hay que reconocer el mérito de haber visto de
inmediato en Hernández la presencia de un gran narrador, le escribe
sobre el placer que ha tenido "al conocer a un escritor realmente
nuevo, que alcanza la belleza y aun la grandeza a fuerza de humildad ante
el asunto"; "tiene usted un sentido innato de lo que un día
será considerado clásico; sus imágenes son siempre significativas, y
como responden a una necesidad están siempre dispuestas a grabarse en el
espíritu; su narración contiene páginas dignas de figurar en rigurosas
antologías"[87]. Esta franca admiración de
Supervielle persistirá
en el tiempo y se manifestará claramente en el apoyo y el elogio que le
brinda durante su estada en París, y muy concretamente en la conferencia
que dicta sobre él en la Sorbonne. Hernández, por su parte, habría de
elogiar más tarde la obra de Supervielle, "El ladrón de niños",
estrenada en el Sodre el 16 de octubre de 1943, en páginas de "El País"
de 22 de mayo de 1960. Fue
también Supervielle el que trató de relacionarlo con Jorge Luis Borges,
el otro de los dos grandes cuentistas rioplentenses contemporáneos[88], lo que en los hechos, sin embargo, según Giraldi de Dei Cas[89], no
llegó a concretarse. Hay, sin embargo, una referencia al argentino, en
carta a Paulina Medeiros fechada en París el 24 de mayo de 1947[90], en
la que dice: en la revista "La Licorne", "después de las
poesías de Supervielle está el cuento 'Ficciones', de Borges; pero he
tenido la satisfacción de que en 'El Fígaro' me nombren a mí el
primero entre las novedades. También me he vengado de B..., y en buena
ley, pues aquí él no figura para nada y a cada momento me pide que lo
visite". No es seguro, pero sí posible, que B... sea precisamente
Borges. Habría
que señalar, por último, y sin perjuicio de las inevitables omisiones
en las que sin duda hemos incurrido, la importante relación personal
con el crítico chileno Ricardo Latcham, que estuvo en Montevideo en 1958,
que analizó en los Cursos Internacionales de la Universidad los relatos
de Hernández, y con quien mantuvo, cuando volvió, en 1960 y 1961, una
cordial amistad.[91] De
ninguno de los escritores citados, ni de sus presumibles lecturas[92],
hay sin embargo, en su obra, huellas realmente visibles; porque aunque
todos contribuyeron sin duda a su formación, sobre todos predominó su
fuerte personalidad como creador. 1.10.
Todo era, en efecto, para Hernández,
tema o material a transformar, por el camino de la evocación conciente,
de la memoria analítica, en material o tema literarios. Lo
fue, incluso, la muerte de quienes se encontraban en sus proximidades.
No hemos
descubierto rastros, es cierto, de la muerte de su padre, ocurrida el 23
de febrero de 1940. Por entonces, sin embargo, Hernández no estaba en
Montevideo, sino en alguna localidad de la provincia de Buenos Aires,
por lo que, aunque sorprende la falta de toda referencia al hecho en su
correspondencia conocida[93], le faltó lo que parece
indispensable
para su técnica: sólo lo realmente vivido puede ser evocado. La
muerte de su abuelo, en cambio, se transforma, en "La cara de
Ana", en excelente material literario: "No me causaba el dolor
que debía causarme. Cuando lo vi por primera vez en la pieza que lo
velaban, tuve una impresión rara pero no de terror"; no obstante,
"a los muchos días, cuando todo estaba más tranquilo y más
parecido a antes, tuve una gran tristeza por mi abuelo"[94]; ya esta
primera evocación, a los "muchos días", pero sólo días,
transforma o modifica de alguna manera el hecho;
la última, al escribirlo, tras explorarlo, lo fija. Algo
similar ocurre con la muerte de una nieta, material rico y angustioso
que Hernández no se abstuvo de examinar desde afuera, más como hecho
potencialmente literario que como motivo de amargura íntima o personal. Este
alejamiento característico de los hechos puede haber sido también el
que, ya a fines de 1963, no le permite tomar conciencia de la gravedad
de su propia y última enfermedad, leucemia, ni de la proximidad de su
muerte. Poco
antes de Navidad, sufre un desvanecimiento. Su madre lo lleva al
consultorio del Dr. Pablo Purriel, en el Hospital de Clínicas. Conocidos
los resultados del examen de sangre -y diagnosticada la enfermedad-, el médico
decide internarlo. Se le permite salir, el 3 de enero, para visitar a su
madre, también enferma, en casa de su hermana Deolinda. A partir de su
reinternación, se agrava, hasta morir, diez días después, el 13 de
enero a las seis de la mañana. Había
cumplido, dos meses y medio antes, sesenta y un años de edad. "El
primer paso del cuerpo fue inflamarse de tal modo que no pudieron
sacarlo por la puerta de la casa de Ponga (Deolinda), sino por la ventana.
El último fue no acomodarse a ninguna de las fosas que habían cavado
los sepultureros del Cementerio del Norte, de modo que debió aguardar
dos horas, a la sombra de un árbol, hasta que hubo una tumba a su medida
y un punto final para sus estremecimientos".[95] Amalia
Nieto, Paulina Medeiros, Reyna Reyes y María Dolores Roselló, su madre,
sus hermanas, sus hijas, sus amigos, velaron sus restos. 1.11.
Ya hemos dicho que, en los primeros
tiempos, no todas las opiniones le fueron favorables. "Felisberto
Hernández tenía condiciones de médium, pero no era un genio", dijo
Rubén Cotelo, después de su muerte, refiriéndose a "El caballo
perdido"[96]. Ya había dicho, refiriéndose a "La casa
inundada": "Un caso extraño y ambiguo en las fronteras de lo
fantástico, cuyo sentido el autor no ha sabido explorar".[97] Más
importantes y de consecuencias fueron sin duda las ásperas críticas de
Emir Rodríguez Monegal, las primeras, de 1945 y 1948[98],
reiteradas
no obstante, casi sin perder virulencia, en 1961[99], cuando ya el resto
de la crítica, incluso fuera del país, había comenzado a tomar
conciencia
de su verdadera importancia como escritor. Tal
vez también a su predicamento como crítico se deban las reservas[100],
las insuficiencias[101]o la falta de entusiasmo[102], que se
advierten
en algunos tratados o historias de la literatura uruguaya, que debieron
tener ya, en el momento de su edición, suficiente perspectiva como para
opinar con otra agudeza o perspicacia: ya en 1966 o en 1969, y sobre todo
en 1976, al margen de gustos o simpatías personales, el talento de Hernández
como escritor y la importancia de su obra narrativa estaban fuera de toda
negación y aun de toda razonable discusión. Referencias [1]
"Felisberto Hernández: del creador al hombre", Ediciones de la
Banda Oriental, Montevideo, 1975. [2]
"Felisberto Hernández; Bibliografía anotada", Editorial
Ciencias, Montevideo, 1979, págs. 5 a 8. [3] Norah
Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 19. [4] Es lo que
dice el propio Hernández en "Primeras invenciones"
("Primera casa"), editorial Arca, Montevideo, 1969, pág. 143. [5]
"Felisberto Hernández y yo", Biblioteca de Marcha, Montevideo,
1974, pág. VII. [6] "Las
Hortensias", Editorial Arca, Montevideo, 1967, págs. 9 y ss. [7] Norah
Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 20. [8] "El
caballo perdido", Editorial Arca, Montevideo, 1970. [9] En el
mismo tomo de las obras completas. [10]
Llama a
aquéllas, "las longevas"; y al sobrino, "el nene". [11] En Capítulo
Oriental, en el trabajo de Carlos Martínez Moreno, se afirma que comenzó
a trabajar como pianista en las salas cinematográficas a los doce años.
Pero como también se afirma que nació en 1912, lo cual es un claro error,
nos quedamos con la versión tradicional de que comenzó a los quince.
V. Capítulo
Orienta I, pág. 458. [12] Tomamos
el dato del trabajo de Ida Vítale "Tierra de la memoria, cielo de
tiempo", publicado en "Crisis" número 18, Buenos Aires,
octubre 1974, pág. 12. [13] Paulina
Medeiros, op. cit., pág. VI. [14] Paulina
Medeiros afirma que esta última pieza fue oída por primera vez "en
la Universidad, en el ciclo de Arte y Cultura Popular" (op. cit., pág.
Vil). [15]
Justamente, en 1929,en Rocha, Hernández publica su segundo libro,
"Libro sin tapas", [16] La
conferencia de Superviene fue publicada por "El País" el 15 de
octubre de 1945. [17] Ida Vítale,
trabajo citado, pág. 12. [18] Tomas
Eloy Martínez, "Para que nadie olvide a Felisberto Hernández",
en "La Opinión Cultural", Buenos Aires, 31 de marzo de 1974, págs.
1 y 2. [19] Arturo
Sergio Visca, "Antología del cuento contemporáneo",
Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República,
Montevideo, pág. 196. [20] Hugo
Riva, en "Felisberto Hernández; notas críticas", Cuadernos de
Literatura No. 16, Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 1974,
pág. 46. [21]
Walter Rela, "Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales",
editorial Ciencias, Montevideo, 1979, pág. 141. [22] Norah
Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 45. [23] V. Walter
Rela, "Bibliografía anotada" cit., págs. 20 y 17-18. [24] Tenemos
el ejemplar de "Fulano de Tal" dedicado por Hernández al pintor
Milo Beretta, todo indica que encuadernado y ornamentado por éste, que el
pintor regaló más tarde a Ariosto Fernández, y su hijo Gustavo Ariosto
a nosotros. La dedicatoria dice: "A Milo Beretta: dio escape al espíritu
por la pintura y es amigo mío. Felisberto Hernández", lo que
confirma lo que ya hemos dicho en el sentido de que el arte es una sola
cosa y la música y la literatura fueron, para Hernández, sólo dos
caminos para intentar comunicar lo mismo. [25] Paulina
Medeiros, op. cit., pág. 111. [26] Esther de
Cáceres, "Testimonio sobre Felisberto Hernández", en Cuadernos
de Literatura No. 16 cit., pág. 7. [27] Uno
incluso en "Sur", Buenos Aires: "Las dos historias". [28] En
"Marcha" de 15 de junio de 1945, pág. 15; trascripto por Walter
Rela en "Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales" cit., pág.
143. [29]
En "Clinamen" No. 5, Montevideo, mayo-junio 1948. [30] Giraldi
de Dei Cas, op. cit., pág. 36. [31]
Transcriptas por Paulina Medeiros, op. cit., págs. 90, 103, 105 y 114. [32] Transcriptas por Giraldi de Dei Cas, op. cit., págs. 117 y 120. [33]
Ida Vitale, trabajo cit., pág. 4. [34] Giraldi
do Dei Cas, op. cit., pág. 36. [35]
Transcripta por Paulina Medeiros, op cit., pág. 16. [36] José
Pedro Díaz, prólogo a "Diario del sinvergüenza y últimas
invenciones", Arca, Montevideo, 1974, pág. 6. [37] Walter
Rela, "Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales" cit., pág.
148. [38] ídem., pág.
149. [39] Paulina
Medeiros, op cit , pág XX [40] Así la
describe el propio Hernández en "Tierras de la memoria",
editorial Arca, Montevideo, 1967, pág. 20. [41] Giraldi
de Dei Cas. op. cit., pág 32. [42] Paulina
Medeiros, op. cit , págs. V y VI [43] Tornas
Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 5. [44] Gracias a
Walter Rela, "Felisberto Hernández; bibliografía anotada"
en pág. 19. [45]
Transcripta por Giraldi de Dei Cas, op. cit.. pág. 115. [46] En Rela,
"Felisberto Hernández, 5 cuentos magistrales" cit, págs. 87 y
93. [47] Véase
1.3. [48]
Transcriptas por Paulina Medeiros, op. cit , págs. 86 y 111
respectivamente. [49] Transcripta por Giraldi de Dei Cas, op cit., pág. 91. [50] Carta de
21 de diciembre de 1942, transcripta por Giraldi de Dei Cas, op. cit , pág.
120. [51] Giraldi
de Dei Cas, op. cit., pág. 69. [52] F. Hernández,
"Nadie encendía las lámparas" ("El corazón verde"),
editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1947, pág. 149. [53] Giraldi
de Dei Cas, op. cit., pág 36. [54] Según
carta de 7 de abril, transcripta por P
Medeiros, op. cit., pág. 131 [55]
Transcriptas por Giraldi de Dei Cas, op cit . págs 8b a 110). [56]
Transcriptas por P. Medeiros, págs. 103 a 131. [57]
Transcriptas por P Medeiros,
op. cit, pág.131 [58] Véase 1.2. 1 [59] Véase 1. 3. [60] Trabajo
cit.. pág. 7 [61] Tomás
Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 3. [62] En
Giraldi de Dei Cas, op. cit., págs. 83 a 110. [63] Véase
1.3. [64] O, tal
vez, a la poco formal respuesta de Hernández al cuestionario del padre de
la novia: "¿Con qué cuenta para sostenerla?", le preguntó,
"Con los dedos", habría contestado Hernández (en Tomás Eloy
Martínez, trabajo cit., pág. 4. [65] Tomás
Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 4. [66] Transcripta por Giraldi de Dei Cas. op.
cit., pág. 119 [67] Rela,
"Felisberto Hernández, 5 cuentos magistrales" cit., pág. 149. [68] P.
Medeiros, op. cit. págs. II, III, XVI y concs. [69] La propia
Paulina Medeiros afirma que le pidió expresamente que no fuera a
despedirlo (op. cit., pág XVI) [70]
Transcriptas por P Medeiros,
op. cit., págs 94, 97 y 98. [71] Transcripta por Giraldi de Dei Cas, op.
cit., pág. 105. [72]
Girald. de Doi Cas. op. cit , págs. 71, 94 y 101. [73] Girald de
Doi Cas, op cit, pág 73 [74] Tomás
Eloy Mai tínez, trabajo cit., pág. 5. [75] P.
Medeiros, op. cit, pág
XIX. [76] Tomás
Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 5. [77] Norah
Giraldi de Dei Cas, "Las seis viudas", en "La Opinión
Cultural" cit., pág. 9. [78] Reyna
Reyes, en "La Opinión Cultural" cit , pág. 6. [79]
Rela ubica el comienzo de la relación en 1960 ("Felisberto Hernández,
5 cuentos magistrales" cit , pág. 150), pero la propia Reyna Reyes
la ubica en 1958 (en "La Opinión Cultural" cit , pág. 6). [80] Giralüi
de Dei Cas, "Las seis viudas" cit. [81] Hernández
asistió a la escuela "Artigas" en 1915, cursando 6o. año,
1916, cursando 7o., y hasta abril de 1917, cursando 8o.; y Bellán fue
maestro en ella en 1914 y 1915, pero de 5o. año; por lo que nunca
coincidieron. [82] Según
piensan José Pedro Díaz y Amalia Berenguer, en opinión citada en nota
por Giraldi de Dei Cas, op. cit., pág. 31. [83] En
"Primeras invenciones" cit., pág. 44. [84] Véase
1.7. [85] En
"Primeras invenciones" cit., pág. 55. [86]
Esther de Cáceres, trabajo cit., pág. 9. [87] En
"La Opinión Cultural" cit., pág. 5. [88] Alberto
Zum Felde, "Borges y Hernández", en "Capítulo
Oriental" cit., pág. 462. [89]
Op. cit.,
pág. 69. [90] Transcripta por P. Medeiros, op. cit., págs. 121-122. [91] W. Rela,
"Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales" cit., págs. 5 y
6. [92] Rela
localiza en su biblioteca obras de Hesse, Kafka y Joyce, en
"Felisberto Hernández; 5 cuentos magistrales" cit., pág. 144. [93] Cartas a
Lorenzo Destoc, de 21 de marzo, 23 de mayo, 5 de junio, transcriptas por
Giraldi de Dei Cas, op. cit., págs. 112a 115. [94] F. Hernández,
"La cara de Ana", en "Primeras invenciones" cit., págs.
67 y 68. [95] Tomás
Eloy Martínez, trabajo cit., pág. 6. [96] Rubén
Cotelo, "El caballo perdido", en "El País",
Montevideo, 19-XII-960. [97] Rubén
Cotelo, "La casa inundada", en "El País", Montevideo,
19-XII-960. [98] Emir Rodríguez
Monegal, nota sobre Felisberto Hernández, en "Marcha",
Montevideo, 15-VI-945; y "Clinamen", No. 5, Montevideo
mayo-junio 1948. [99] "Uno
de nuestros escritores malditos", en "El País",
Montevideo, 16-1-961. [100] Emir
Rodríguez Monegal, "Literatura uruguaya del medio siglo",
editorial Alfa, Montevideo, 1966, págs. 191 ss. [101] Sarah
Bollo, "Literatura Uruguaya", División Publicaciones y
Ediciones de la Universidad de la República, Montevideo, 1976, pág. 264. [102] Mario Benedetti, "Literatura uruguaya siglo XX", editorial Alfa, Montevideo, 1969, págs. 90 a 95. |
Raúl Blengio Brito
De Felisberto Hernández, el hombre y el narrador
Ediciones de la Casa del Estudiante
Autorizado por la Flia. del autor
Digitalizado por Carlos Echinope Arce - editor de Letras-Uruguay
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