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Anne Brontë en español:

Aquélla violencia doméstica
Andrea Blanqué

Al fin ha aparecido en librerías de Montevideo una traducción al español de la pieza que faltaba del puzzle Brontë. Se trata de la obra emblemática de Anne Brontë –la menor de las tres escritoras hermanas-  una larga y rigurosa novela titulada La inquilina de Wildfell Hall, publicada en 1848.

En los últimos años la revalorización de la narrativa de las escritoras del siglo XIX, ha permitido que las mesas de  las librerías se llenen de reediciones y traducciones de Jane Austen,  así como también de ejemplares de las novelas de las famosas hermanas de Anne -Charlotte y Emily-. Por otra parte, prácticamente cada diez años, Jane Eyre o Cumbres Borrascosas son llevadas nuevamente al cine.

El hecho de que Anne Brontë, la más pequeña y menos conocida del genial trío, haya debido esperar para transitar por el camino de las reediciones, quedando tal vez a la sombra de sus arrolladoras hermanas, no invalida la lectura de esta asombrosa novela (con excelente traducción), que expone con minucia la cotidianeidad de un matrimonio regido por la violencia.

Se ha dicho en alguna oportunidad que, mientras  Charlotte y Emily Brontë son referentes de la narrativa del siglo XIX,  la obra de Anne Brontë pertenece en cambio ya al siglo XX. No hay en La inquilina de Wildfell Hall ese viento romántico que hace inolvidables a Jane Eyre y en Cumbres Borrascosas. No queda nada de la tendencia gótica de sus hermanas,  de esas historias abismales que transcurren en  caserones donde los amores imposibles merodean sus fantasmas.

Historia familiar

La novela fundamental de Anne Brontë versa sobre una mujer sola, con un niño pequeño, que llega a vivir a una mansión ruinosa en un aislamiento total. Esa mujer vive del trabajo de sus manos: es pintora y vende sus cuadros. Con ello subsiste sin apoyo de nada ni nadie. Un vecino, un joven laborioso agricultor se enamora de ella. Pronto las habladurías comienzan a correr. En realidad, esa mujer no es viuda... sino que ha abandonado a un marido. Ni siquiera es divorciada. Ha huído con su niño, en un contexto histórico donde las mujeres estaban totalmente despojadas de derechos: los maridos podían disponer de todo. Del dinero de su mujer, de su dignidad y, por supuesto, de los hijos.

Esa mujer misteriosa con nombre falso ha llevado un diario , ha escrito durante años páginas y páginas que explican cómo es que ha llegado allí. Los ojos ávidos del joven agricultor, y por supuesto del lector de la novela, desean develar el misterio. Entonces la novela (un relato dentro de otro relato), comienza a ser un largo registro del horror del matrimonio entre dos seres humanos que en un principio se aman y que, sin embargo,  día a día se deslizan por la pendiente del victimario y la víctima.

El hombre con quien Helen se ha casado es un muchacho de alto rango, brillante y burlón: la vida disipada de niño rico que ha llevado en Londres, hasta el momento del casamiento, le es advertida a la novia, que sólo tiene dieciocho años. Huntingdon , el novio, bebe alcohol con una adicción poderosa – en algún momento se menciona que consume también láudano , es decir, opio-, y tiene un clan de amigos varones que retroalimentan su necesidad de consumir alcohol, jugar por dinero, y por supuesto, vivir una sexualidad promiscua.

No es la mejor manera de comenzar un matrimonio, pero como tantas mujeres que se vinculan en estas relaciones de humillación, fantasea con que ella lo cambiará, que el amor que los une vencerá a  la poderosa fuerza destructiva que impera en el pecho de Arthur Huntingdon: en una palabra, Helen se siente un ángel que va a rescatar a su amado perdido de las llamas del infierno.

Educado pero violento

Pero lo que es magistral en la novela de Anne Brontë es la descripción del día a día en el cual el vínculo entre marido y mujer se va deteriorando. Aunque nunca hay golpes de puño -lo cual resultaría en el relato perfectamente verosímil- Huntingdon  es un  maltratador verbal y psicológico cuya agresión compite con cualquier paliza.

Estos nobles ingleses, con casas y jardines refinados y bibliotecas repletas de libros, con criados que los atienden para los menores detalles, que se adecuan a las normas de la cortesía con una formalidad extrema, viven un infierno marital donde pronto cunde el odio. Helen debe vivir humillaciones sin límite en la dolorosa situación de tener que guardar las apariencias.

Un detalle relevante en la vida de este ocioso grupo social es que los amigos se visitan y pasan temporadas en las casas de unos y otros. Los hombres (verdaderos holgazanes) se dedican a la caza en sus frondosos bosques. Huntingdon (cuyo nombre viene de to hunt, en inglés, cazar), ha conseguido una verdadera presa a quien desangrar : su propia esposa. Ninguno trabaja, ninguno produce, el alcohol, la promiscuidad, la ludopatía de esos hombres a quienes todo les es permitido, tal vez venga a llenar ese profundo vacío.

Decir basta

Lo verdaderamente moderno de esta novela no es sólo la descripción de esa tortura que es el matrimonio en donde hay violencia, sino la capacidad de Helen, la mujer, de liberarse de ella, en un contexto social y legal en donde al marido todo le estaba permitido. Helen escapa con su hijo, cambia su nombre, se va a vivir a un caserón ruinoso, vive de su trabajo y hasta se enamora de otro hombre (aunque Anne Brontë, una escritora de la Inglaterra victoriana, no le permite acostarse con él).

El libro tiene una formidable vuelta de tuerca: el lector siente el terror de que Helen vuelva con su marido. En efecto, a lo largo de la historia, ha habido muchas escenas de “arrepentimiento”, perdón y reconciliación, como tantas veces se produce en casos de violencia doméstica. Pero en verdad Helen no se va a meter en el lecho del maltratador, sino del moribundo. La fuerza de esta mujer que ha logrado romper un vínculo de este tipo le permite asistir a su ex marido cuando éste está a merced del delirium tremens y la gangrena.

Y, por supuesto, no vuelve a amarlo jamás. Anne Brontë se muestra en esto inflexible. Mientras que Charlotte Brontë en el final de Jane Eyre dejaba al héroe caído recuperado por el amor y la bondad de la mujer, y Emily Brontë mostraba al fantasma de Heathcliff deambulando con el fantasma de su amada Catherine por el páramo, (totalmente libres de las normas sociales y del concepto del bien y el mal), la hermana menor de las Brontë busca una solución en un mundo real y posible. El marido/demonio es irrecuperable. Las mujeres no son ángeles sino seres humanos. Una mujer puede estar sola y sentir bienestar , sin necesidad de un fantasma romántico abrazándola por la cintura. Y de paso, la escritora se permite el lujo de un final feliz: Helen hereda la fortuna del marido maldito y se casa con el agricultor, un hombre mucho más pobre pero inteligente y trabajador, en el extremo opuesto. La vida no es una maldición, hay lugar para el cambio.

La joven escritora

La inquilina de Wildfell Hall fue escrita cuando Anne Brontë tenía veintipocos años. Era su segunda novela. Anteriormente había escrito Agnes Grey, que se publicó en 1847 conjuntamente con Cumbres borrascosas, de Emily, bajo los seudónimos ambiguos de Acton y Ellis Bell. Agnes Grey es profundamente autobiográfica, pues relata el horror de la vida de las institutrices en casas de aristócratas, como vivió en carne propia Anne Brontë. Por su parte, La inquilina de Wildfell Hall utiliza  también abundante material de la vida real, pero tomado de la tragedia de  Branwell, el hermano varón de las escritoras, que se sumió en una vorágine de alcohol y drogas, entre otras cosas frustrado por el fracaso de su vocación literaria.

Anne nació en 1820 y no conoció a su madre. Siendo un bebé fue protegida por su tía, que la trató como si fuera su propia hija. La proverbial orfandad de los Brontë no tuvo en ella el típico ejemplo. Asmática, de pelo rizado, piel blanquísima y ojos azules, parecía tímida y apocada pero tenía un profundo tesón y no se dejaba dominar.

Cuando niña hizo “yunta” con Emily -mientras que Charlotte lo hacía con Branwell- y de ella salió la idea de hacer aquellos diminutos libritos con letra microscópica que imitaban las publicaciones de la época y que hoy hacen las delicias de los visitantes al museo-casa de las Brontë, en Yorkshire.

De las hermanas, fue la que más años soportó trabajando como institutriz: dos años con una familia atroz, disfuncional –los Ingham- y cuatro con los Robinson, frívolos y disolutos. Trabajando con ellos fue que recomendó a Branwell como tutor, quien se liaría con la Sra. Robinson , diecisiete años mayor.

La inquilina de Wildfell Hall fue un éxito editorial sólo comparable a Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Sin embargo, pese a las ventas, los críticos la condenaron duramente por mostrar con tal realismo y lujo de detalles la corrupción de un hombre.

Anne Brontë murió a los 29 años de tuberculosis, en Scarborough, adonde había pedido a su hermana Charlotte y a su amiga Ellen que la llevasen para ver por última vez el mar.

La inquilina de Wildfell Hall, de Anne Brontë, traducción de Waldo Leirós, DeBolsillo, Alba Editorial, 2003, 567 páginas.

Andrea Blanqué
El País Cultural

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