La noche de la mojadura 

 

Ya hace mucho rato que oscureció. He mirado el reloj varias veces porque a esta hora siempre llega a casa.
Antes de salir dijo a dónde iba, incluso se llevó la camioneta. Salió temprano. Lo llamaron por teléfono, le dieron la noticia y no dudó en salir. La camioneta se necesitaba y como no tienen vehículo, él se llevó la única que tiene la empresa. Cuando lo vi salir eran las cuatro de la tarde. Ya lleva como cinco horas.

La puerta de casa -la que lleva hasta la cocina- se abrió. 
De pronto llegó.
La cara era una sola sonrisa y no se le borraba. Los ojos verdes -detrás de los lentes- brillaban con picardía. 
Quedó con su mano derecha prendida del picaporte de la puerta.
Se quedó un buen rato en el mismo lugar sin avanzar.
Lo miré asombrada y se comenzó a mirar desde los zapatos a la camisa.
Sus zapatos hace más de dos horas que habían dejado de llamarse zapatos. Sus pies quedaron nadando en ellos y mientras -con el movimiento de cada pie- el agua se apretaba y se escapaba por el primer lugar que encontraba. Intentaba mover los pies y se escuchaba el chasquido del agua cuando salía de los zapatos toda junta. 
Las medias eran todavía medias pero empapadas. Chorreaban agua incapaces de aguantar una gota más.
El pantalón y la camisa de tanta agua que cargaban se habían adherido al cuerpo pidiendo ayuda para sostenerse.
El agua seguía corriendo en el exacto lugar que estaba parado. Detrás de él ha quedado un montón de agua. Miró hacia atrás y no se animó a seguir caminando. Lo detuvo la cantidad de agua que lleva encima.

La sonrisa sigue en la cara.
Lo miro con ojos de asombro.
Se acerca mamá usando sus ojos de asombro y abre la boca.
Como espera la pregunta él se anticipa con la respuesta:

-Tuve que ayudar en el incendio de la Casa Carlitos. Faltaba gente. Recién estamos armando el cuartelillo.

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