Una muerte mía

 

Sorpresivamente, su figura se dibujó en la esquina y yo la miré. Traía el paso rápido de siempre y su cara no decía lo de todos los días, por eso me detuve a esperarla. Cuando estuvo lo suficientemente cerca me dijo lo que mi corazón no esperaba: "Raquel ha muerto". Miré el reloj, eran las nueve horas y treinta y cinco minutos, exactamente de mi muerte. Y luz y sombra se acercaron. Comencé a ordenar los recuerdos de mi amiga meticulosamente en mi memoria desde el día que la conocí, cuando teníamos quince años hasta hoy, para que se convirtieran en eternos.
Seguía hablando y las palabras no las escuchaba.
Y me fui.
Me llevé los ojos grandes de Raquel, bien negros, con esa luz que tenían cuando se acercaba a hablarme, antes que apareciera su sonrisa. 
Caminé sin saber por dónde, con el montón de años que cargaba mi espalda, que se iba doblando cada vez más porque llevaba los cincuenta y tantos de ella, más los míos.
Pasó el día y la tarde y las agujas del reloj fueron agujas más que nunca. Y las horas fueron años.
¡Cómo estoy muriendo Dios mío, hoy! Mientras, Raquel, seguirá viva, dentro mío en luminosa vigilia..

Graciela Blanco

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