Laura

 

De su sonrisa -esa mañana- no me voy a olvidar. Más que una sonrisa, era risa. Risa de tan contenta que estaba.
La conocía de hacía muchos años, cuando estaba "bien casada". Me cuesta reconocerla ahora. Aquella mujer, entonces, llevaba un montón de kilos a cuestas. Ahora se había convertido en ésta, con unos pocos kilos, los suficientes para que su diminuto esqueleto los cargara y que no se le notaran los huesos.
Se la reconocía por la expresión de su cara. Seguía siendo una linda mujer a pesar de que podía contar tantas penas … Su mirada las iba contando sin que uno quisiera enterarse de ellas. Con el cabello renegrido, los ojos tan grandes y claros, llamaban la atención. Uno se detenía en ellos y ahí, empezaban a contar historias. Hacía ya mucho tiempo que tenían un triste color y habían perdido la luz.
Su marido era un hombre elegante, de esos que a cualquier mujer llama la atención cuando se miran. Primero lo conocí a él y años después a ella. Costaba entender cómo esa mujer tenía tantos kilos a cuestas con "semejante hombre" al lado.
El matrimonio vivió en el barrio más elegante de la ciudad
Cuando a Laura la abandonó su marido, ella se enfermó. Esta enfermedad la llaman estado depresivo. Primero a una la abandonan y, después, a los días se da cuenta qué fue lo que le pasó. Hace tiempo que yo lo llamo "estado para cambiar". Porque quien padece esta enfermedad se transforma en otra persona. 
Laura cambió su sonrisa por llanto. De pronto, se miró en el espejo y no reconoció su propia imagen.
Fue así que Laura perdió los kilos.
Fue así que perdió la casa en que vivía, en el barrio donde vive la gente distinguida por su dinero. Y también se quedó sin el auto en que solía pasear los fines de semana.
Quedó con un montón de deudas que desconocía y sola con sus dos hijos por terminar de criar.
Su marido se fue como para que no lo encontraran. Se olvidó que había vivido -algún día- con ella y con sus dos hijos, un varón y una mujer adolescentes. 
Laura comenzó a limpiar vidrios y pisos para "ganarse la vida".

La encontré -esa tarde- cuando me llamó por mi nombre. Me detuve frente al ventanal. Ahí estaba ella limpiándolo.
-¿Usted sabe si algún día vamos a cobrar?
Yo guardé en el Banco de Crédito, el dinero que me correspondía, del despido de mi marido, cuando se fue.
Seguía hablando sin esperar mi respuesta.
Sus dos manos apretaban un trapo húmedo.
La miraba, había conocido esa mujer unos cuántos años antes.
El trapo cambiaba de forma.
-Mi hija se fue del país. Hace más de un años que no la veo .. Se imagina cómo estoy.
El paño húmedo estaba totalmente preso en sus manos.
-El dinero lo tenía guardado para pagar su pasaje, para que ella volviera.
-¿Me lo darán antes de agosto? Tengo que pagar en julio, por adelantado.
El paño húmedo se había escapado de sus manos y solamente estaba sostenido de un extremo, al sólo efecto de no llegar al suelo.
-Sí seguro que sí.
-¿A usted le parece? Tengo tantas ganas de ver a mi hija.
Tomó conciencia del paño húmedo y lo volvió a aprisionar ayudándose con su mano izquierda.

Esa mañana del 21 de julio -cuando me encontró- se olvidó de saludarme. Traía una pregunta en sus labios que parecía escaparse de ellos.
Cuando la vi, estaba frente a mí, sorprendiéndome.
Sus ojos grandes y claros estaban fijos en mí.
-¿Yo voy a cobrar el dinero que tengo en el banco de Crédito?
La pregunta inevitable se había escapado de sus labios.
Había oído la noticia, o se la habían contado. Estaba ahí, de pie, después de su pregunta. Esperaba la respuesta, hacía muchos meses.
Sus ojos grandes y claros seguían mirándome y su cara lucía como para ir a una fiesta.
-Sí. Vaya bien temprano, a la una de la tarde, que a usted sí le van a entregar el dinero.
Sus ojos claros se iluminaron con la luz que parecía perdida. El color celeste, con un intenso brillo, se transformó en un recuerdo.

La recordé con su trapo. Allí estaría ella haciéndolo girar en el aire cada vez más alto prendido apenas de un extremo, hasta soltarlo.
Lo contemplaría con picardía mientras volara y … abriría sus dos brazos extendiendo sus manos para esperarlo. Y como una ilusión caería despacio.
Laura, lo atraparía, aprisionándolo muy fuerte -con sus dos manos- hasta llevarlo, así apretado contra su corazón.

Así como llegó, se fue. 
Iba con paso rápido, parecía correr en vez de caminar.

Graciela Blanco

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