Hilda

 

Caminaba siempre con estilo. Balanceaba su cuerpo de derecha a izquierda intentando equilibrar su peso .Yo le calculaba que estaría por los setenta quilogramos repartidos en su metro cuarenta y seis centímetros de estatura .Lo calculé por aproximación, pero al metro cincuenta no llegaba.

Así la vi la primera vez. El día que se nos ocurrió reunirnos, todos los ahorristas del Banco de Crédito de mi pueblo. Fue cuando nos conocimos las caras y escuchamos "penas ajenas".

El Poder Ejecutivo había decretado suspender las actividades del Banco de Crédito en el invierno del año 2001.Hacía frío. Era a fines del mes de julio. Los ahorristas esperábamos la reapertura de este Banco, pasaban los meses, seguían las negociaciones y seguíamos esperando cada vez con menos esperanzas de recuperar nuestros ahorros.

Hilda se me acercó y me contó las suyas. Había quedado viuda, no tenía hijos y no entendía mucho lo que estaba pasando.

-Mire a mí me cuesta entender, soy dura de cabeza – explicaba, mientras sacudía la cabeza a ambos lados-.

La escuché sin que me dejara hablar.

-El dinero era de mi marido, lo habíamos guardado en un plazo fijo, antes que él muriera, y yo todos los meses iba a buscar los intereses al Banco.

Ahí, se quedaba sin palabras. Y, yo también.

La abracé, y quedó muy cerca de mí (El abrazo le hizo bien porque me regaló una sonrisa).

De lo que se dijo en la reunión de ahorristas, entendió poco. Hilda quería que, como sea, le entregaran los intereses del dinero. Seguía pensando que estaba dentro del Banco en algún lugar.

-Cuando yo iba todos los meses, en la caja siempre había plata, cuando se terminaba, habrían un ropero grande ,de color gris, y ahí había más.

De ahí pueden sacar para pagarme, si es que quieren. Los empleados adentro –Afirmaba Hilda-

Hacía calor. Eran los primeros días del mes de marzo. La resolución de liquidación del Banco de Crédito fue el 28 de febrero.

Era difícil explicarle que su dinero había desaparecido junto con el de miles de ahorristas del país. En este caso no había existido robo. La responsabilidad le correspondía al propio gobierno porque era dueño del cincuenta y uno por ciento de las acciones de Banco. Estas acciones tenían dueño y nombre: la Corporación Nacional para el Desarrollo; quien se encargó de hacer inversiones con el dinero prestado y el resultado fue catastrófico.

Durante cinco años los balances del Banco de Crédito daban pérdida y los números se arreglaban.

Decretada la liquidación del Banco, los funcionarios siguieron percibiendo regularmente su sueldo.

Hilda seguía esperando.

Me vino a preguntar de nuevo Estaba más fresco porque era una mañana de otoño. La volví a abrazar. Le dije que viniera todas las veces que quisiera, había que tener paciencia.

La paciencia que había que tener, no la tenía ni yo misma. Algo tenía que decirle y no se me ocurrió otra cosa.

-¿La molesto si le vengo a preguntar cuándo voy a cobrar? -preguntaba todas las semanas-

-A mí me queda mejor venir hasta acá que ir al Banco. Ahí no me dicen nada-. Me confesaba mientras levantaba sus ojos grandes y claros, para llegar hasta mí-.

 

Me gustaba recibirla, cada siete días., de mañana o de tarde. Cuando la veía venir balanceándose salía a su encuentro y nuestro saludo era mi abrazo.

-¿Sabe algo de cuándo cobraremos? -Preguntaba ansiosa-

Le contestaba que faltaba poco. Le inventé una fecha para dejarla tranquila. Sin pensar mucho y sin dudar le dije: "a fines del mes de julio, recibe su dinero" .

En el mes de junio se firmó un acuerdo entre los ahorristas del Banco de Crédito y el gobierno. El texto fue redactado por abogados del Banco central. No hubo otra opción que firmarlo.

Hilda lo firmó. Trajo el papel convertido en un diminuto rollo y me dijo:

-Yo soy dura de cabeza, usted sabe, dígame dónde firmo.

-Sabe que estoy mal del corazón, me tienen que hacer no sé qué cosa y yo no tengo el dinero.-Me explicaba mientras yo escribía y me enteraba de cuál era su capital.

-Estoy esperando la plata - si por lo menos me dieran un poco-.

La volví abrazar y decirle que ya faltaba menos de cuando empezó a esperar.

La mayoría de los ahorristas firmaron el acuerdo y el Gobierno lo firmó el 7 de julio.

Ese día vino de mañana, temprano, ni siquiera la vi venir .Era lunes. El domingo había salido un comunicado en los diarios citando a los ahorristas con depósitos de menos de dos mil dólares .Cobrarían la totalidad en dólares.

Hacía mucho frío, estábamos a mediados del mes de julio

No la dejé preguntar nada. En la tarde, en el Banco de Crédito iba a cobrar.

- ¡Dios la bendiga! – me dijo con la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas-

Se fue tan contenta que ni siquiera esperó mi abrazo.

 

Al ratito volvió con tres papeles grandes en una mano y en la otra un monedero de tela, estampado.

-¡Yo firmé tantos papeles ¡ ¿Esto estará bien ¿ Mientras sacaba los billetes de cien dólares arrugados. Uno a uno salían de su pequeño monedero, me los mostraba y los seguía apretando en su mano, aferrándose a ellos como primero se había aferrado a la esperanza de recuperarlos.

-Por el momento lo guarda en una Caja de Ahorros en el Banco República. Usted vive sola y no lo conviene dejar este dinero en su casa - Le expliqué-

-Tiene razón. ¡Plazo fijo no quiero más!

Para despedirme no quise que faltara el abrazo que nos había unido tantas veces. Escondí las lágrimas que, sin pedirme permiso, comenzaron a rodar por mis mejillas.- Vivía su alegría igual que ella!

Hilda dio media vuelta y se dirigió al Banco República, balanceándose.

Graciela Blanco

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