Don Segundo

 

Había vivido toda la vida en el mismo lugar. Ni siquiera  en su juventud se le había ocurrido irse. Allí, donde estaba, estaba bien. Conocía de memoria, cada nombre de todos los vecinos del barrio a veinte cuadras a la redonda. Sabía a qué hora se levantaba Luis y cuántos mates se tomaba en la mañana. Recordaba la fecha del cumpleaños de cada uno de los que allí habían nacido. Anotaba, cuando alguien nacía, el día y el año, por lo tanto, les presentaba, a cada uno, en su fecha, sus   correspondientes felicitaciones. Cuidaba siempre, que las mismas fueran recibidas en la mañana, para que no pensaran que se había olvidado.

Podía decir de memoria, sin dudar, el número exacto de hombres y mujeres que componían esta selecta población. A los niños, los contaba aparte. Como costumbre, siempre guardaba caramelos en los bolsillos de todos sus pantalones. Los regalaba, cuando estaba sentado en su vereda y se le acercaban.

Ahora qué se le iba a ocurrir irse, cuando se había quedado solo.

El nombre se lo puso su padre. Fue el segundo varón de cuatro hermanos. Todos de la misma madre y del mismo padre. Cuatro varones y ninguna mujer. Como fue el segundo varón le correspondió el nombre que llevaba. Pero aclaraba siempre  que sus otros hermanos no se llamaban tercero y cuarto. Así que quedó con el nombre que indicaba el lugar en que había aparecido en la familia.

Siempre fue manso y de buen trato. Y muy trabajador…

Si lo veías de cerca o de lejos, era lo mismo. No tenía ningún rasgo en su cara que fuera importante destacar.

Alto, muy alto, pasaba el metro noventa y delgado. Don Segundo García era hombre y nada más.

A los veinte se casó con Ofelia y pasaron treinta y ocho años juntos. Solos, los dos.

Siempre ahorrando, construyeron su casa a tres cuadras y media del lugar donde él había nacido ... Ahí se quedaron toda la vida.

La casa tenía buena vista y amplia vereda, como para ubicar dos sillas. Podían  pasar lo que quedaba de la tarde cuando venía de trabajar de la fábrica. Lo mejor que tuvo su casa fue la ubicación. Cuando pasaba algún conocido por la vereda, comenzaban a intercambiar noticias del vecindario y de la actualidad.

A Ofelia le gustaba ahorrar. Así se sentía más tranquila.

Don Segundo se jubiló a los sesenta, con buena jubilación y dinero en el Banco de Crédito.

Con sesenta y dos años, Ofelia se enfermó y se fue sin que Don Segundo pudiera pedirle que se quedara.

Don Segundo quedó solo en la casa. Ahora parecía tan grande y todas las tardes sacaba una sola silla a la vereda. Se sentaba. Esperaba y esperaba.

Don Segundo no aprendía a vivir solo.

Sólo, comenzó a pensar que tenía que encontrar una mujer que lo acompañara  para compartir el mate de la mañana, el almuerzo y la tarde en la vereda. Se había decidido a compartir su vida por segunda vez.

Había pasado un año y tres meses que andaba buscando la nueva compañera cuando el Banco de Crédito fue suspendido en su actividad y sus ahorros quedaron ahí, sin saber cuando los iba a recuperar.

Don Segundo ya estaba muy preocupado por sus ahorros y la noticia de la cantidad de dinero que él tenía depositado en el Banco, comenzó a divulgarse a treinta cuadras a redonda.

-¿Es cierto que usted tenía depositado cuarenta mil dólares?- le preguntaba Don Pedro, compañero de trabajo de toda la vida.

-Bueno, por ay anda…

Cuando la noticia comenzó a correr en el pueblo, las candidatas para Don Segundo eran varias.

-Yo no sabía que tenía tanto dinero.

Los primeros comentarios para Don Segundo se comenzaron a oír en voz alta.

-Y además una ¡buena jubilación!

-Don Segundo tiene casa propia y linda.

 Se percibía un cierto interés en las mujeres de esas veinte cuadras.

-Bueno, con sesenta y pico de años, no es tan viejo.

-Tiene muy lindo carácter. Nunca se ha escuchado que se peleara con nadie.             

Ya se le veía a Don Segundo como un galán 

-Es alto y le queda bien la ropa sport.

-Anda siempre muy limpito, comentaban las hermanas Rodríguez, las tres solteras  y con deseos de comenzar un noviazgo.

La primera en anotarse, fue su vecina de al lado. Estaba viuda mucho antes que él. Buena cocinera, pensó que al estar tan cerca, le correspondía el primer lugar.

Cuando Don Segundo se dio cuenta que Doña Ana se había interesado en él, tomó  unos minutos en decidir que no la quería. Era su vecina y si la relación "no resultaba" iban a tener que verse la cara todos los días. Así que mejor de "más lejos".

Cuando el Banco de Crédito se liquidó, los comentarios sobre la fortuna de Don Segundo ya estaban cerca de los sesenta y cinco mil dólares y las candidatas se peleaban por el "primer puesto".

-¡Don Segundo necesita compañía!

Ya había más de treinta y cuatro mujeres interesadas en Don Segundo.  

-El hombre no puede vivir solo...

Las mujeres -que se habían dado cuenta que existía-  eran ¡cada vez más!  

-Con la guena jubilación que tiene y aparte los intereses de todo ese dinero, ¡es un muy buen candidato!

-No hay hijos, así que la "fortuna" guardada en el Banco no la hereda nadie …

Estos comentarios se oían en mujeres desde veinticinco hasta setenta y pico. 

-Le voy a avisar a Elvira, ella que no tiene casa propia pa´ vivir, ¡le vendría bárbaro!.

Comentaba, la negra Alicia -se las daba de casamentera- a Don Segundo, ya lo tenía en la mira, hacía rato)

-Menor de cincuenta, no quiero -decía Don Segundo- Yo ya estoy viejo para lidiar con chiquilinas. Y de más de setenta tampoco. Estoy para que me cuiden.

El nunca fue un hombre de salir todos los fines de semana, pero ahora tenía actividad social. Era siempre invitado a un lugar distinto, ya era costumbre estar rodeado de siete u ocho mujeres viudas, divorciadas y solteras.

Había aprendido a jugar a las cartas, porque no faltaba la invitación todos los fines de semana de una partidita de conga en una y otra casa.

El día que fue al primer baile de los treinta y pico se llevó la sorpresa de su vida. Las mujeres lo invitaron a bailar! Esperaban el correspondiente turno y por orden de aparición, cambiaba de compañera.

Don Segundo, con una fortuna depositada en el Banco de Crédito que ya se suponía de cien mil dólares, nunca había tenido tantas candidatas, ni en sus años "mozos".

Tampoco tanto dinero.

Este asunto del Banco liquidado le había dado suerte.

A los sesenta y tantos estaba eligiendo novia "sin apuro" y con una fortuna depositada mucho más grande que cuando el Banco estaba en actividad.

Graciela Blanco

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