Don Humberto

 

Sucedió en Tres Esquinas. Lindo paraje que no sé el por qué de su nombre. Un rincón de tierra del Departamento de Colonia muy cerca de Soriano. Para ir, primero se recorre parte de la ruta nacional Grito de Asencio desde la ciudad de Rosario a Cardona, y en el kilómetro ciento setenta, se deja. Se dobla a la izquierda y por ahí nomás ya se llegó.
Ahí nació Don Humberto, después creció y se convirtió en hombre. Ya habían vivido también, su padre y su abuelo. Todos con el mismo nombre.
Cuando cumplió veintitrés años decidió casarse con la única novia que tuvo. La había conocido a los quince años, cuando comenzaron a quererse, y sería para toda la vida. Su compañera lo ayudó a trabajar en el campo, solos los dos y sin peones.
Si se miraba a Hortensia, uno se daba cuenta que Humberto no la había elegido por linda. El, tampoco podía pretender mucho.
Así que se conformaron los dos y así vivieron.
Vivían para trabajar. Todos los días a las cuatro de la mañana en punto había que estar levantados, ordeñar, y con la leche, hacer queso.
Los hijos no llegaron nunca. Primero los esperaron. Después se fueron acostumbrando a quedarse los dos solos.
Como no había muchos gastos, Humberto comenzó a guardar dinero. Cada vez que venía al pueblo a vender queso, algo sobraba. Se decidió a llevar de vuelta papeles de la moneda de un país grande e importante. Compró cien dólares con cien pesos y se entusiasmó para seguir comprando...
Un día, pensaron los dos juntos, que en vez de esconderlo había que llevarlo a un Banco seguro. Se decidieron por el Banco de Crédito. Estaba en Rosario y ahí estaba trabajando Julio González, lo conocían hacía veinte años, le merecía confianza. Ahí no lo iban a embromar.
Todos los jueves, vendía el queso. Como llegaba a la calle Fuica y Artigas para venderlo, pasaba por el Banco, compraba dólares y los guardaba.

Humberto tenía sesenta y dos años y su mujer sesenta y uno, cuando decidieron venirse a vivir a la ciudad de Rosario. Compraron un lindo terreno y construyeron una casa como nunca tuvieron. Era hora de disfrutar.
Entonces ya estaba decidido. Don Humberto se jubiló. La jubilación alcanzaba para poco. Los intereses del dinero colocado sobraban para vivir.
No tenían hijos, ni sobrinos, ni primos, ni hermanos.
Primero se vendieron todas las vacas y se guardaron los dólares. Después el campo, herencia de su padre y de su abuelo.
Se quedaron con la camioneta, se había comprado hace poco y un vehículo había que tener.
No había que decírselo a nadie, pero con todas las ventas habían llegado a cuatrocientos mil dólares. Así no los envidiaban!
Don Humberto no usó nunca corbata ni buena ropa. Su lujo fue una campera de nylon para los días domingos. Por su pinta nadie sospecharía de la fortuna depositada en el Banco de Crédito.
El día que el gobierno decidió suspender las actividades del Banco de Crédito por una semana, los dos se pusieron muy nerviosos. 
Eran los últimos días del mes de julio del año 2002. 
Don Humberto y su mujer querían aparentar que no lo estaban, pero lo estaban. Por las noches no dormían. Hablaban siempre del mismo tema y cada vez entendían menos.
El 5 de agosto del año 2002, por resolución del Banco Central del Uruguay, el Banco de Crédito abrió sus puertas al sólo efecto de entregar un adelanto de hasta diez mil dólares en efectivo a los titulares de cajas de ahorro y cuentas corrientes.
Ese día, los dos decidieron ir. Quedaron frente a la puerta que para ellos se cerró.
La pensión que cobraban por haber sido un patrón rural, alcanzaba para pagar las luz y el agua, pero no para la mutualista de los dos. Para colmo, cada mes, aumentaba todo. 
Don Humberto le decía a su mujer: 
-Los dólares tienen que estar en el Banco. Los empleados están adentro.
-Se van a robar todo! ¿Para qué los dejan ahí? 
-Veo que esto se complica cada vez más -meditaba su mujer más preocupada.
Poder vivir les resultaba difícil y hubo que salir a pedir prestado hasta que se arreglara lo del Banco.
En la tarde escuchó por el parlante que iban a reunirse todos los ahorristas del Banco de Crédito.
Fueron los dos a la reunión, escucharon, preguntaron y no entendieron nada, porque dijeron que el Banco estaba sin plata.
-¿Cómo que el Banco se quedó sin plata? ¿Y quién la llevó? - preguntaba emocionada, sacudiendo su cabeza.
-Nosotros depositamos los dólares ahí -afirmaba- y miraba por arriba de unos gruesos cristales de miope que los había usado toda su vida.
Eran los primeros días de junio. Se analizaba, entre los ahorristas, la firma de un acuerdo en que el Gobierno se comprometía a devolver la totalidad de los depósitos a los ahorristas con Bonos de deuda pública uruguaya.
El Acuerdo se firmó. Significó el 77% del capital depositado por los ahorristas. Don Humberto y su mujer lo firmaron el último día del plazo. A fines de junio del año 2003.
-¿Qué es un Bono? -comenzó a preguntar Hortensia
-Un papel que lo va a cobrar a la fecha de su vencimiento y está respaldado por el Estado Uruguayo.
-Pero yo quiero los dólares que puse en el Banco -así hablaba Hortencia.
-No hay otra cosa, señora -le explicaba un ahorrista que había asumido la representación de los ahorristas de la ciudad de Rosario.
A fines del mes de julio Don Humberto y su mujer recibieron los únicos dólares que verían. El 10% del total de su depósito.
Reintegraron el dinero que les habían prestado y el resto lo depositaron en una caja de ahorro en el Banco República.

Graciela Blanco

Ir a índice de Narrativa

Ir a índice de Blanco, Graciela

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio