A medias

 

Se había sentado frente al escritorio de la Escribana en una silla de madera dura que contribuía a que su espalda se mantuviera bien erguida. La Sra. Escribana se sabía de memoria su historia. Esa tarde habían decidido, después de mirarse, hablar poco, solamente intercambiar el saludo de costumbre.
Hacía exactamente un año y medio que se había decretado el cierre del Banco de Crédito. En este tiempo su presión arterial se había descontrolado tantas veces que ya había perdido la cuenta. Apoyaba sobre su falda el brazo que apenas movía ayudándose del derecho. Había que olvidar todas las noches que no durmió; todas las noches que pasó "pensando"...
Este tiempo, fue tiempo de espera. El informativo de la mañana se olvidaba de dar la noticia. El diario, todos los días, también. Y ella la fue pensando. Esa tarde había tomado la decisión desesperada…
"María Francisca, viuda de"….(leía la Escribana). Ella escuchaba, sus labios ni siquiera se movían, y entendía poco. Reconocía su nombre, María Francisca, la que nombraban en el escrito. Desde que quedó viuda le había correspondido la pequeña pensión de su marido. Con ella pagaba la factura de la luz, el agua y sobraba poco. 
Esperó hasta el 7 de enero del año 2004, fecha en que vencía el tiempo para que el Gobierno reintegrara, con Bonos, el dinero que su esposo había ahorrado en los últimos veinte años. El plazo fijo se renovaba cada seis meses y, con los intereses se podía vivir..
Seguía sentada en la silla de madera. Estábamos en el fin del mes de febrero y al Gobierno no se le había ocurrido acordarse de los ahorristas del Banco de Crédito. La Escribana seguía leyendo… "Cede la totalidad de su depósito y los Bonos en custodia en el Banco República ..."

A María Francisca no le quedaba una sonrisa más. Sus labios seguían en el mismo lugar que al principio de la reunión. La mano derecha ni siquiera intentó sostener la izquierda cuando se puso de pie. Avanzó con la orden que se le daba, separó el dedo pulgar de los otros cuatro y éstos se estiraron para adelantarse. Su mano giró rápidamente sobre sí misma hasta quedar su palma hacia arriba. María Francisca se había detenido a mirarla y sus ojos no podían mirar otra cosa, en ese instante.
Toda su mano esperaba extendida y parecía -suspendida en el aire- la mano de un mendigo. 
La palma de la mano sintió cuando el primer papel de cien dólares la tocó. Su mirada, que hasta ese instante no había tenido un lugar donde mirar, lo miró atentamente.
La mano y sus ojos habían perdido la noción del paso de los minutos en aquella tarde. María Francisca seguía de pie.
Cuando recibió los papeles de cien dólares, los apretó hasta arrugarlos. Eran el 50% de la totalidad del dinero que había esperado tanto tiempo.

Graciela Blanco

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