Fábula

Las piedras preciosas escaparon
de la vidriera
y del remate al mejor postor
Aparecieron rodando
en un curioso baile de disfraz.

Aquel muchacho
sentado en la esquina del salón
no pudo resistir el brillo
y se puso la mano en la visera.

     "Yo soy la amada eterna"
dijo la turquesa
cubierta de celestes plumas degradée.

La Turquesa se arregló el peinado:
dijo, adiós, adiós,
vio una magnolia
y se fue por las ramas.

"Soy la princesa escapada del mapa"
(Habló la rutilante esmeralda)
"Llegará el momento
que la bella durmiente me despierte
          yo bella y ella bella,
beldad y bondad de suave verde,
luz verde como el mago
de la luz de jade.

El muchacho escuchó sobresaltado:

Monsieur Rubí
cantaba una canción.
Se abrió el chaleco
mostró su corazón
a pecho abierto.
La sangre se derramó
sobre la palma de su mano,
en medio de la línea de fuego.
     Monsieur Rubí anunció:
"Púrpura, carmín y vermellón
será el regalo
para los que no amaron ni odiaron
porque el hombre
debe amar
y odiar al mismo tiempo.
     Quién conoce el límite,
la gratificación
del amor o del odio".
"Yo soy el topacio de capa dorada"
se presentó esta piedra,
entusiasmada
entre fulgores
y fuegos fatuos.
"Quiero seguir al sol
devanando el oro
que cagó el moro"
"Soy la severidad"
dijo con voz ronca el azabache.
Vengo de la caverna:
ahogados terciopelos
me traen y me llevan.
El antifaz esconde mis ojos
y mis labios negros.
     Resalto el brillo
donde menos se espera:
el hombre se marea
en la negra noche del alma,
en la confusión de los carbones.

     Las negras naves
deben cruzar los cielos y los mares.
Negra es la severidad
y negra será la sentencia''
Me llamo Diamante o Brillante
para servir al Gigante.
Yo vivo,
agregó pavoneándose,
en los cintillos
de los enamorados.
El amor gasta su honrada moneda
en tocas de ilusión.
Déjenme correr
tras la vaga esperanza
que se derrumba
cuando la pobre vieja
en la subasta
empeña el anillito
Luego volverá la esperanza
en otra mano
con el mismo brillo.

El muchacho, cansado,
olvidó la fiesta y el salón.

En la puerta
apareció una piedra dando tumbos.
Era un pedazo de roca
pulido por el mar,
agrisada, agujereada por la lucha
con los cuatro elementos.
"Yo soy la justicia"
dijo en voz baja.
Con ojos de piedra
contempló los cielos:
bajó la cabeza
y miró el horizonte.

Matilde Bianchi
Razones de amor
Ediciones de la Banda Oriental
Montevideo, 1999

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