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Calepino
Hugo Bervejillo

goyojeta@gmail.com

 
 

 

Si hubo un caballo que se hizo famoso sin que la abrumadora mayoría de la gente lo hubiera visto correr, ése fue Calepino.

 

Hay que decirlo: existió. Nació en Buenos Aires en 1899, hijo de Camors (1887), caballo renombrado y gran padrillo, y Belle Rake (1891), y tuvo como hijas de cierto renombre a Liberty (1909) y La Pingüina (1913).

 

Los cuidadores de Camors eran uruguayos: el joven Domingo Torterolo (nacido el 8 de marzo de 1884 en la Curva de Maroñas, en Montevideo) y su padre, en el stud Acebal, de Juan Antonio Fernández. Padre e hijo también eran cuidadores en otros dos studs en Montevideo, cuyos dueños eran Juan Victorica y Juan Pedro Ramírez.

 

Domingo “Mingo” Torterolo- a quien la prensa turfística llamaba El Jockey Oblea por sus escasos 32 quilos de peso- fue muy exitoso en Argentina, al punto de ser recordado en un tango que inmortalizó Carlos Gardel:

 

(…)y el botija encaprichado/ que se siente un Torterolo/ al viejo lo vuelve “colo”/ palpitando un porvenir (…) (Letra de Carlos Dedico y Germán Ziclis, música de Salvador Merico)

 

Carlos Gardel con Domingo Torterolo, a la izquierda

El 17 de noviembre de 1918, en el Hipódromo de Palermo, Torterolo, piloteando a Grey Fox le infligió la única derrota de su carrera al famoso e invencible  Botafogo.

 

En ese stud Acebal nació Calepino. Se sabe que ganó un Gran Premio (tal vez en 1905) y algunos pocos premios más, aunque hay que destacar que en su época debió competir en su medio con un caballo excepcional como Old Man, al cual era muy difícil ganarle.

 

Pero en realidad, para nosotros, su fama no proviene de su carrera deportiva sino de su impensada vinculación con la política, que se originó en un suceso de crónica policial.

 

En un período que resulta difícil precisar- quizás 1902, tal vez 1903- ese joven Calepino empezaba a mostrar sus estimables condiciones en Buenos Aires. A alguien- cuyo nombre la historia no registra- se le ocurrió traerlo a Montevideo a disputar un Premio. Dado que muchos montevideanos aficionados al turf cruzaban periódicamente a la otra orilla y eran duchos en la identificación de caballos, la idea fue teñirlo. Literalmente. Para que no se le reconociera por el pelaje.

 

Se le anotó con otro nombre y corrió. Dado que era un caballo desconocido, en las apuestas figuró dando un sport considerable, y solamente los que estaban en el secreto le jugaron, con lo que, al ganar Calepino, se hicieron acreedores de un premio suculento.

 

De alguna manera que la historia no detalla- tal vez el sudor del caballo hizo correr la tinta del maquillaje-, el fraude quedó en evidencia y fue tan conocido como popular era el arraigo de las carreras de caballos.

 

Sucede que en 1903, para las elecciones de ese año, Eduardo Acevedo Díaz tenía aspiraciones de líder en el Partido Nacional. Integrante de la fracción culta y montevideana de esa grey- que se oponía al caudillo Aparicio Saravia, entonces candidato mayoritario-, aceptó votar por José Batlle y Ordóñez, líder del Partido Colorado- a la postre ganador-,  a propósito de un acuerdo político.

 

Esta determinación hizo que los saravistas motejaran a Acevedo Díaz y su acólitos, de “calepinos” dado que “se cambiaron de color” para ganar.

 

Hoy los tiempos han cambiado y el término “calepino” ha perdido su querulancia y mordacidad, de la misma manera que quedó en el olvido aquel caballo ocasional.

 

Para definir el ballotage de noviembre de 1999, el Partido Nacional hizo un llamado público y oficial para que sus seguidores votaran por el candidato Jorge Batlle, del Partido Colorado- lo que, tarde, reivindicaba a Acevedo Díaz-, y mucho más cerca en el tiempo, algunos viejos guerrilleros de la década del sesenta se mimetizan hasta la integración con los mandos militares, su antiguo enemigo.

 

Hoy- literalmente: verificar en la prensa- corre otro Calepino.

 

Eso sí: con sus propios colores.

 

Hugo Bervejillo
goyojeta@gmail.com

 

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