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Aquellos ojos

Susana Bergeret

Hacía tiempo que no abría aquel cajón.- Cuando escribía sobre la mesa del escritorio o acomodaba papeles en los estantes y gavetas, respetaba rígidamente los límites que se había delineado en su interior y solo percibía dos de los tres cajones que estaban a la izquierda.- El otro, ese fatídico espacio lleno de recuerdos no imprimía su imagen en los cansados ojos de Pedro.-

Sabía que algún día debería armarse de valor para enfrentar el ayer, pero el tiempo pasaba sin que se atreviera.-

No quería ver las viejas fotografías que le recordaban los felices días compartidos con Paula.-

Todo continuó cambiando en su entorno, pero su mundo real se había detenido el día que ella se fue.-

Respiraba, comía, dormía, trabajaba, descargaba su sexo con mujeres que se cruzaban en su camino, pero al regresar a casa descubría que vivía como un fantasma vagando en espacios vacíos, sin carne, sin vida, sin esperanzas.-

De día las cosas eran más fáciles.- Las exigencias del diario vivir llenaban los momentos uno a uno en una sucesión de actividades que realizaba con la regularidad de un autómata con 40 años de programación reiterada.-

Pero las noches eran insoportables.- En cada hora se profundizaba más la angustia de su tremenda soledad.-

No sabía vivir sin ella, y sin embargo, tampoco había sabido vivir con ella.-

Desencuentros, traiciones, engaños, ausencias, reproches, silencios fueron tejiendo una tela de araña donde los dos quedaron aprisionados.-

Pedro se proponía cada mañana que a su regreso del trabajo intentaría salvar el abismo que los separaba, pero al llegar la noche se enredaban de nuevo los hilos de una trama que cerraba ella con un llanto suave y sereno y él con un portazo para salir a la calle en busca de unos tragos y a veces, de alguna mujer que le permitiera descargar su energía y su bronca.-

Porque él no era un santo, pero la quería y más allá de sus infidelidades, nunca le había dejado faltar nada.-

Por eso aquella tarde cuando regresó a su casa y no la encontró en el sillón de siempre, con la sencillez de siempre, con la tristeza de siempre, con la comida pronta de todos los días, pensó por un momento en la posibilidad de que se hubiera ido, pero la descartó de inmediato.- Paula lo amaba demasiado.... hacía quince años que estaban juntos y no era una mujer de rebeldías.-

Ella debía saber que, a pesar de todo, él la quería.-

Y todavía ahora la sigue queriendo.- Por eso, aunque ya han transcurrido tres años, se propone volver a encontrarla.-

Abre el cajón y los recuerdos le caen encima: su rostro, su pelo, su sonrisa, su cuerpo casi infantil, sus manos pequeñas, su serena tristeza y su apasionado amor.-

Las fotos pasan por sus manos en rápido vuelo , hasta que se siente atrapado por la última imagen: aquella que guarda un primer plano de sus ojos azules, esos frágiles ojos que lo miraban sin vida al abrir la puerta del dormitorio y que hoy habrá de cerrar para siempre junto a los suyos.- 

Susana Bergeret

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