Cuente nomás
Roberto Bennett

Mire que le dije a la Señora. Usted no tenga miedo. Siga insistiendo. Pero ella, no se si por tímida o indecisa, se hacía la chancha renga. Daba vueltas y vueltas a la cosa: No se, Pochita, a mi me parece que no le intereso. Mirá que cuando nos cruzamos en el portal o compartimos el ascensor, casi ni me habla. Yo le busco la conversación pero él nada. Contesta con monosílabos, nada más. Sí… no… puede ser… buenos días… buenas noches… muchas gracias… ¿Qué se yo! ¿Es desesperante! Medio secote el caballero.

Y yo dale que dale. No señora Alicia, lo que pasa es que el Ingeniero Inocencio Espiga es muy vergonzoso y muy serio pero es una buena persona. Desde que enviudó, no mira a ninguna mujer. Siempre correcto y reservado. Él la quería mucho a la finada, y eso que ella no le dio ningún hijo, pero bueno… Como le digo, el Ingeniero jamás ha tenido ninguna otra mujer en su casa desde que su señora esposa falleció hace ya cinco años. Sólo le ví cometer una picardía aquella vez en su chalet de La Floresta y no estoy segura qué pasó allí. La intención seguro que la tuvo pero… Vaya una a saber. Porque no se si le dije que yo también limpio su casa del balneario. Es una casita muy linda y agradable, con un jardincito y unos pinos grandotes, justo en la rambla, cerca del arroyo y frente a la playa. Fácil de limpiar, por suerte. Porque mire que se ensucia cuando la gente vuelve de la playa, con las alpargatas y las toallas llenas de arena. Allá va una detrás limpiando como una desgraciada, pero ya no tengo edad para andar todo el día arrodillada, pasando el trapo húmedo a los pisos y a los cuatro  rincones de la casa. ¡Aún así queda arena por todos lados y una termina llevándosela en la ropa y mascándola hasta en la comida! ¡Es una desgracia! Por eso no me gusta el verano. Ni por el calor, que a una la deja empapada en sudor. Trabajando todo el día como una burra para que los demás se diviertan. ¡Hay que ver, qué vida!

Por fortuna, el Ingeniero es distinto. Es una bellísima persona, muy respetuoso y cuidadoso. Se limpia los pies antes de entrar con la manguera del jardín y se ducha afuera también. Eso una lo nota y se lo agradece. Incluso a las toallas las sacude y las cuelga afuera. Porque yo voy una vez por semana, los lunes y sólo en verano. Como le digo, a él no le gusta abusar del personal en estas cosas.

Bueno, pero sigo con el cuento. Allí, a La Floresta, que yo recuerde, llevó mujeres una vez nada más. Y le salió el tiro por la culata, con perdón, como se dice comúnmente. Porque las dos yeguitas que invitó aquel fin de semana eran unas vivas, unas aprovechadoras que iban por su plata, ¡estoy segura! Lo cierto es que estuvieron en el chalet, que es chiquito por suerte, así no se ensucia tanto. Pasaron todo el sábado y el domingo, y por algún motivo, no se fueron esa noche como tenían previsto. Así que yo, que tenía que ir el lunes a limpiar, fui muy temprano y los encontré a los tres en el comedor, desayunando. ¡Imagínese la sorpresa del señor Ingeniero! ¡Pobre! Me dio lástima, no quería hacerle pasar un mal rato… pero él reaccionó como un caballero. Aunque le cuento que me parece que allí no pasó nada, al menos con él. Porque estaba con una cara muy seria. Y las dos mujeres, que andarían por los treinta y pico cada una, se reían entre ellas, contentas las muy bandidas. Tenían pinta de secretarias o algo por el estilo. Para mi que se habían aprovechado de la ingenuidad y soledad del Ingeniero. Pasaron un fin de semana de sol y playa, quién sabe cuántos regalos le sacaron y seguro que hasta fueron a timbear al casino de Atlántida a costilla de él. Calculo por lo que oí mientras limpiaba, aunque me hice la distraída y me ocupé de mis asuntos pero una no puede evitar escuchar, ¿verdad? Porque sorda no soy… Conventillera tampoco, que quede claro, pero bueno. Así le pude contar a la señora Alicia todo lo que ví y oí... Para que no pensara que al Ingeniero no le interesan las damas o que es medio raro. También para que supiera que se porta como un señor con todas las mujeres, aunque sean una putitas de mala muerte. ¡Pobre doña Alicia, cómo sufrió cuando le conté! Me dio lástima. Pero fue con la mejor intención del mundo, para avisarle y asegurarle que allí en La Floresta no había pasado nada.

A mi me vino bien que estuvieran todavía en el chalet aquel lunes, porque así el Ingeniero se ofreció para traerme de vuelta a Montevideo y me ahorré un boleto de ómnibus. Volvimos los dos solos, porque las tipas esas tenían auto propio.

¡Una vergüenza mire! Aunque una no la va de refinada pero tampoco tiene por qué aguantar ciertas cosas. ¿No le parece? Fíjese que a la más bajita de ellas le había venido el mes y dejó un tapón de esos tirado bajo la cama. ¡Un asco! ¡Si se entera el Ingeniero, la mata! Yo no comenté nada porque no me gusta ser chismosa pero ganas no me faltaron… El Ingeniero no lo vio, por suerte. Él que es tan prolijo y tan pulcro. Condones no había por ningún lado, así que para mi, allí no pasó nada de nada… Es más, no imagino al Ingeniero haciendo ese tipo de fiestas. Creo que una de las locas se coló, ¡la muy atrevida! Las dos parecían ser bien amigas y… ¿quién sabe si no eran algo más que eso? Una ve cada cosa hoy en día…

Me parece que el Ingeniero se sintió estafado y avergonzado porque nunca más, que yo sepa, las volvió a invitar. Y a La Floresta no han ido más mujeres. Eso se lo dije a doña Alicia, para que se quedara tranquila.

Mire que se lo repetía a la Señora, una y mil veces. ¡Le juro que el Ingeniero es un santo! Y ella me decía: Mirá Pochita, vos tenés buenas intenciones y un buen corazón pero ojo que algunas mujeres tienen muchas mañas. Seducen, atrapan, sorprenden, generan pasiones y odios, y así enamoran a los hombres, que son muy bobetas. Así me decía la Señora. Siempre tan culta y educada.

¡Ay, qué complicada que es la vida! Pero, bueno, yo le dije a doña Alicia que siguiera insistiendo. Que no se preocupara, que algo iba a conseguir. El que la sigue la consigue, como dice el gallego de la panadería “Dinastía”, allí en Benito Blanco. Los que hacen esos bizcochos tan ricos. Buena gente y muy generosos conmigo. Yo les hago la limpieza general una vez por mes y siempre me regalan algo. ¡Uy, pero me desvío del tema! Soy terrible. Es que con usted es tan agradable conversar…

Bueno, le repito que el Ingeniero es muy tímido, por eso no se lanzaba así nomás. Claro, y ella está media desesperada por un hombre, desde que se divorció. ¡Pobre Señora, qué disgusto, qué desilusión! ¡Imagínese, después de 45 años de casada y casi un año sin tener relaciones, oyendo todos los días al marido quejarse que le duele la espalda, los riñones, la pierna, qué se yo, y de repente descubrir que en el auto el muy desgraciado lleva esas viagras y una caja de condones! ¡Es horrible! Yo la entiendo y habría hecho lo mismo. Ponerle las valijas en la puerta y echarlo a patadas de la casa es poco. ¡Viejo verde de porquería! Anda medio bichoco y quién sabe con qué jovencitas locas se está acostando…

Pero eso ya pasó y la Señora ahora está muy sola, buscando consuelo. Este señor Ingeniero, vecino de ella es un buen partido. Tiene su edad, más o menos, es correcto y educado, como le gustan a ella, bien conservado, en fin, una provocación para la pobre. Yo intenté hacerles gancho, hablándole bien de la Señora al Ingeniero y viceversa pero fue muy duro. ¡La pucha! ¡Cuántos perjuicios tiene esta gente! Ay Pochita, ¿qué hago si me ven mis hijas? ¿qué van a decir de mi los vecinos o el portero? Y yo con ganas de decirle: Señora, déjese de joder, la gente si quiere hablar va hablar igual. Usted no se preocupe. Déle pa´lante nomás. Sáquese las ganas. ¿Para qué tanto cuento? Si, digo yo, el querer un poco de amor y compañía no es pecado, ¿verdad? Hoy en día, a los sesenta y pico se es joven todavía. Esa es mi edad y a pesar de que estoy un poco pasada de peso y con problemas de varices, con mi Ceferino nos gusta de vez en cuando darnos un revolcón. Y no me siento ninguna puta, con perdón, por hacerlo. ¿Me entiende? Usted que es escritor, de estas cosas sabe mucho y me dará la razón. Porque yo leí ese libro suyo, el que me regaló para fin de año y allí habla mucho del amor y de las mujeres maduras. Por eso le cuento todo esto, no vaya a creer que es por desparramar chismes. Es normal que el cuerpo pida un poco de sexo y yo soy una mujer muy seria, pobre pero honrada, sin vicios, con 38 años de casada y con tres hijos. No vaya usted a creer que porque vivo en La Teja soy una cualquiera. Que allí también hay gente muy decente. Como en todos lados.  Pero en estos años ¡nunca!, escuche bien, ¡nunca! le metí cuernos a mi marido. Ahora, si él se echó alguna canita al aire, ni me enteré y por eso lo respeto más. ¡Jamás me dejó en ridículo con mis vecinas!

Por eso yo le digo a la Señora que no se preocupe, que querer tener un asunto con un hombre es perfectamente natural. Se lo pide el cuerpo y eso no es un crimen. Toda esa inquietud, ese calor y ese cosquilleo cuando se lo encuentra en el ascensor o en el garage, es todo normal. Yo le hago gancho en lo que puedo porque se lo merece. Es muy buena conmigo, ¿sabe? Pobre doña Alicia, las hijas no la visitan demasiado y pasa mucho tiempo sola, leyendo libros o pintando cuadritos con flores. Y mirando televisión. Esas telenovelas de amor que a mi también me gustan, se lo aclaro, pero que hacen mal cuando una está necesitada de mimos y cariño. Con algunas de esas historias, a mi me dan hasta ganas de llorar de tan tristes que son… ¿Usted nunca escribió una de esas historias para la tele? ¿No? ¡Qué lastima! Me parece que sería muy bueno en eso. Con la forma que tiene de decir las cosas…

En fin, ahora, volviendo a la Señora, menos mal que surgió el problema ese de la bomba de agua, y en pleno verano nada menos. Fue como traído de la mano de Dios, créame. El aparato se rompió justo cuando hacía más calor y en el edificio no quedaba nadie. Todos de vacaciones en las playas. Sólo la Señora y el Ingeniero Espiga. Nadie más. Así que tuvieron que reunirse con el portero para buscar una solución al problema, porque el calor era insoportable y sin agua, ¡imagínese! Y gente tan limpia como son ellos… De esa forma se pusieron a conversar. Bajaron juntos al sótano para ver el desperfecto y fueron juntos a ver al mecánico para arreglar la avería. Y me imagino que para negociar un buen precio, porque la Señora es muy cuidadosa con sus pesos. No digo que sea amarreta pero no regala nada.

El Ingeniero se había ofrecido para solucionar el problema él solito, como buen caballero que es, pero yo le dije a la señora Alicia que no fuera boba. Que aprovechara la oportunidad y buscaran la solución juntos. Una buena excusa para charlar y conocerse mejor, ¿no le parece? Usted acompáñelo al taller y a la tienda a comprar las piezas, le dije. ¡Vamos, no sea tímida! ¡Déle con fe nomás, que está todo bien! ¡El Ingeniero está servido en bandeja! Y después, cuando le haya funcionado mi consejo, déjemelo saber, por favor, hágame el gustito. Así tengo una alegría, aunque sea ajena. Con tanta mala noticia que se oye por allí todos los días, con esto de la crisis y los cambios en el gobierno y las inundaciones del xunami ese…

Justo ayer me encontré a la Señora en la puerta y le dije: Usted me preocupa mucho. Se lo dije ayer, cuando me iba para casa. Usted se merece ser feliz. Ella me lo agradeció, claro. Y el Ingeniero seguro que también, si es que se enteró de mi trabajito fino. Porque a veces esta gente rica son muy amigos mientras te necesitan pero después, ni se acuerdan de los favores recibidos.

Lo cierto es que hoy casi se me salta una lágrima, se lo juro, cuando entré al dormitorio de doña Alicia para hacerle la cama y de pronto me encontré con pelos de hombre, perdonando la expresión, en las sábanas y una rosa roja sobre la almohada. Así como le cuento. Las sábanas revueltas y dos toallas húmedas tiradas por el suelo del baño. Y bueno, una hace lo que puede para sus señores, ¿no es cierto? Pero por suerte todo salió redondo. ¡Qué linda historia para un cuento! ¿Verdad? ¿Por qué no la escribe, usted que tiene calidad con las letras? Yo le doy mi permiso, cuéntela nomás, pero por favor, no me deje fuera de la historia.

Roberto Bennett

Cuento publicado en la revista uruguaya "La Tertulia" , Número 2, 2005.
 

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