Italo Svevo y su mundo creíble y vital

por Mario Benedetti

Italo Svevo llega a nuestro idioma con un retraso de treinta años[1]. El contacto con su nombre y su fama tardía se había establecido a través de la enumeración circunstancial de algún tratadista, de estudios sobre influencias, de citas, de fragmentos. Esto no es demasiado asombroso. Ni siquiera en su propia lengua ha sido profusamente editado. A diferencia de otros grandes novelistas de la conciencia —Dostoiewsky, Joyce, Proust— la obra de Svevo no ha disfrutado mayormente de la publicidad crítica. La mayoría de las historias de la literatura italiana, que citan a Moravia, Levi, Piovene, parecen complacerse en ignorar a este notable escritor, cuyas criaturas son por cierto más creíbles, más humanas y conmovedoras que las de los actuales narradores de la Península.

Sin duda, la crítica italiana no puede olvidar (ni perdonarse) la pasmosa falla que significó el haber ignorado el talento de Svevo. El oscuro autor de Una vita y Senilitá fue prácticamente descubierto por James Joyce y lanzado al mercado por la crítica francesa. Svevo representa el ejemplo típico de escritor autónomo, de vida independiente, al margen de las camarillas y la política literarias. Aunque indudablemente herido por la conspiración del silencio que acogió sus primeras obras, jamás descendió a recabar el elogio de la crítica ni se fijó la tarea de convencer a los demás de la talla presumible de su propio talento. Los veinticinco años que separan Senilitá (1898) de La coscienza di Zeno (1923) no representan un sometimiento del autor al apático dictamen de la opinión pública. Este escritor se conoce a sí mismo tan minuciosamente como Zeno distingue a su conciencia. El largo silencio es sólo un reproche, la actitud resentida y, si se quiere, altiva, de quien tiene algo vital que comunicar y es escrupulosamente evitado por el destinatario.

Si, después de la aparición de Senilitá, hubiera seguido Svevo produciendo novelas, no hay motivos para imaginar que La coscienza di Zeno no culminase, de todos modos, un ascendente proceso. No obstante, esos veinticinco años, transcurridos en medio de una activa vida comercial, su culto privado del violín, las pensadas lecturas y una modesta pero inflexible militancia política, constituyen el lapso necesario para que su modo de observación, de por sí arduo y moroso, madurara convenientemente, fijara sus convicciones y hallara las adecuadas proporciones literarias para integrar su verdadero sentido.

Desde los comienzos de su intermitente celebridad, el nombre de Svevo ha sido asociado al de Proust y al de Joyce, con quienes los críticos han aprendido a formar su terna ideal de novelistas psicólogos. Sin que signifique desconocer ni desvirtuar el invalorable aporte de Proust y Joyce a la narrativa contemporánea, parecería injusto limitar el papel de Svevo a una especie de segundón de aquellos grandes. En primer término, porque, en cierto sentido, Svevo los precedió en el ejercicio de la introspección psicológica (Una vita y Senilitá aparecieron, respectivamente, en los años 1892 y 1898, y en ambas había usado Svevo, quizá de un modo primario, elemental, los métodos de intenso autoanálisis que, más tarde, ya en plena madurez creadora, empleara en La coscienza di Zeno); y luego, porque la obra de Svevo es lo bastante personal y característica como para escapar, por sus propios méritos, de la riesgosa sombra que proyecta una vecindad monumental.

Es inevitable que en Proust y Joyce nos impresione su actitud estética, su modo analítico de reflejar el pasado, de revisar hasta el cansancio el orden y el desorden de los pensamientos. También es inevitable que la gran habilidad técnica y el dominio del idioma que uno y otro poseen, al elaborar minuciosamente la exterioriza-ción de ese análisis, nos aleje en forma imperceptible del mundo que describen. Entre el lector y el protagonista media una especie de lente de aumento. La exageración mnemónica de Proust nos produce la misma impresión de vértigo que un abismo sin fondo; el caos joyceano nos parece abrumadora y premeditadamente organizado; pero ni aquella memoria ni este caos tienen demasiado contacto con nuestra realidad, más cauta, más sencilla, menos vertiginosa. '

//////////////////////

He aquí lo que mejor distingue a Svevo de esos creadores. Ya los críticos de principios de siglo vieron que el estilo de Svevo no era brillante ni esmerado. En eso tuvieron razón; no la tuvieron, empero, al ignorar que en esa opacidad estilística, residía buena parte de su eficacia como narrador. Los personajes de Svevo son, por lo general, seres mediocres, más o menos custodiados (no agobiados)/ por su conciencia. El narrador sólo quiere brindar una versión directa de esa mediocridad y usa para ello las formas manidas del lenguaje coloquial; los hechos oscuros, insignificantes, de la cotidianidad. Todo aparece en su justa proporción, en las mismas dimensiones que las palabras y los hechos poseen en la vida, corriente y poco célebre, del lector. El análisis de Svevo se realiza sin lupa; en largos pasajes, no parece la obra de un novelista sino la deposición de un testigo, —no importa demasiado si de defensa o de cargo.

-II-

La influencia de Flaubert, que se había hecho sentir en Svevo desde su primera novela, Una vita, cuya trama recuerda insistentemente la de L’education sentimentale, se prolonga hasta el absorbente personaje de Zeno, un viejo inteligente y sensible, abúlico y apocado, que inducido por un psicoanalista, consiente en escribir sus memorias, aunque no pueda sustraerse a la tentación de analizarlas a su manera, no demasiado científica, pero de todos modos veraz y apasionante.

En sendos capítulos, el narrador explora sus tentativas para dejar el tabaco, la muerte de su padre, su noviazgo y casamiento con Augusta, sus relaciones extramatrimoniales con Carla y la asociación comercial con Guido, su concuñado. No se trata, pues, de un relato en línea recta, sin solución de continuidad. Zeno semeja un autobiógrafo que eligiera tan sólo los pasajes más representativos de su vida, las etapas e imágenes que puedan erigirse más adecuadamente en símbolos de sus perplejidades y afirmaciones. Quiere decir la verdad acerca de sí mismo y, por añadidura, acerca de los demás; aquí y allá se engaña con frecuencia, pero cada capítulo es un nuevo modo de encarar esa misma verdad, un asedio por otro de sus sectores. Leyendo la autobiografía de Koestler, se me ha aclarado en parte un matiz importante del libro de Svevo. Koéstler sostiene que en una autobiografía el impulso del cronista y el motivo del Ecce Homo se encuentran en los polos opuestos de una misma escala de valores, como la extroversión y la introversión, la percepción y la contemplación. Una buena autobiografía debería ser una síntesis de los dos, lo que pocas veces ocurre. Sin embargo, esto ocurre en la novela de Svevo. Hay una sensible diferencia entre una novela común, escrita en primera persona (tales como, pongamos por caso, L’etranger o Journal de Salavin) y La coscienza di Zeno. El héroe de Camus o el de Duhamel cuentan su novela; los mejores efectos siempre tienen lugar dentro de lo literario y, paulatinamente, van dando forma a un mensaje, nada trivial por cierto, pero de índole rigurosamente intelectual.

El protagonista de Svevo, por el contrario, no tiene pasta de héroe literario; con la imprescindible dosis de humor y de desdicha, que no excede la de su lector corriente, Zeno no refiere su novela sino su autobiografía, una autobiografía en que se equilibran, como quiere Koestler, el impulso del cronista y el motivo del Ecce Homo. Ahora bien, ¿esta autobiografía carece de mensaje? No me atrevería a asegurarlo. Como crítico, tal vez no me resigne fácilmente y, a falta de un gran mensaje explícito (tipo ítilke o Lawrence o Una-muno), me conforme con un buen sucedáneo, por ejemplo el que figura en pág. 86: La muerte es la verdadera organizadora de la vida, o el de pág. 439: A diferencia de otras enfermedades, la vida es siempre mortal. No tolera curas. Sería como querer tapar los orificios que tenemos en el cuerpo considerándolos como heridas. Moriríamos en cuanto estuviésemos curados.

Acaso sea ésta la enseñanza que se desprende de este largo relato. Pero, en definitiva, creo que no importa demasiado. La vitalidad de la obra (no en el sentido optimista en que suele usarse, sino en la acepción de estricto diccionario), supera con creces el presunto mensaje, más aún, se convierte en el único posible. De ahí que el relato sea, sobre todo, verosímil. El tiempo enseña a no embarcarse en afirmaciones categóricas, pero aún así me atrevería a afirmar que La coscienza di Zeno es la novela de más creíble sustancia de toda la narrativa contemporánea. Me parece estar oyendo al lector enterado, a aquel que sabe, por ejemplo, que la historia no es literatura: “Bien, de acuerdo, ¿pero y lo literario? Muy creíble, muy verosímil, mucha realidad y pan cotidiano, ¿pero y lo literario?” Se me ocurre que lo literario puede, paradojalmente, evadirse del linotipo, de la escritura propiamente dicha, para refugiarse en una actitud, en una intención.

En Svevo, el estilo es vulgar, coloquial, sin relieve; en su actitud reside la única pretensión de su arte. La autobiografía de Zeno es, evidentemente, tan creíble, que el lector puede suponer que Zeno y Svevo sean la misma persona. Sin embargo, los datos biográficos de Ettore Sehmitz (verdadero nombre bajo el seudónimo literario) autorizan la conjetura de que el escritor (activo hombre de negocios, socio y gerente de importantes plantas industriales) no tiene demasiado contacto con el irresoluto señor Zeno Cosini, frenado constantemente por sus tímidos análisis introspectivos. Hay, naturalmente, detalles que son comunes a Zeno y a Sehmitz (la actividad comercial, el ejercicio del violín, la afición por el psicoanálisis), pero la esencia, el carácter del hombre, están expresados en otra dimensión. Al contrario de lo que acontece comúnmente en el ejercicio literario, aquí el autor parece ser la criatura que el protagonista ambicionara ser. Es más que probable que el señor Zeno hubiera querido poseer la energía y la resolución necesarias para convertirse en el señor Sehmitz. Después de todo, la fórmula es bastante novedosa.

He aquí donde el novelista hace literatura: crea un ente ficticio, tan humano, tan vulgar, tan normalmente inteligente, divertido y medroso, que el lector tiende a olvidar su origen,. pero ese origen es, naturalmente, literario; ese personaje es, naturalmente, una ficción, y el hecho simple de que así acontezca, convierte a este testimonio, aparentemente opaco, en un tierno homenaje al hombre promedio, al ser que no piensa con excesiva brillantez, que no se siente excesivamente cretino, y que no siempre se halla al día con su precaria, ineludible conciencia.

-III-

Que Svevo no se distinga especialmente por el esmero de su estilo, por los rebuscados vericuetos de la trama, por la estructura perfecta y complicada, no significa que haya descuidado el aspecto formal. Hay algunas exquisiteces técnicas que alcanzan para defender la obra de Svevo de las recriminaciones con que el periódico italiano La Fiera Litteraria, en ocasión de los primeros elogios de Cremieux, defendiera la miopía de la crítica italiana, negando importancia a Svevo y afirmando que no por desconocimiento, sino por guardada proporción, no era exaltado en Italia a figura de primer orden[2].

No precisa ahondar mucho para rescatar esas bondades. El capítulo II de la novela (El tabaco) es una verdadera lección de arte narrativo. Enumera, simplemente, las tentativas del narrador para abandonar el cigarrillo. El motivo es trivial, como casi todos los motivos de Svevo, pero sus posibilidades son prácticamente agotadas por el novelista. Una especie de leitmotiv (el cigarrillo tiene un sabor especial y más intenso cuando es el último), restituye, después de cada anécdota, el tono irónico, la burla de sí mismo con que el protagonista encara sus recuerdos. Sigo pasando del cigarrillo a los propósitos y de los propósitos al cigarrillo. A medida que se entera de esas desalentadoras confidencias, el lector cifra menos esperanzas en que Zeno consiga alguna vez desprenderse radicalmente de su vicio, pero eso mismo establece una suerte de complicidad, de intimidad secreta entre el protagonista y el destinatario ocasional del relato. Es como si ambos, al chancear a propósito de un vicio menor, se burlaran asimismo del lado más infernal de la existencia, tal vez en el problemático intento de quitarle entidad.

A menudo parece como si Svevo conspirara contra la expectativa. Zeno siempre está anunciando lo que va a ocurrir algunas páginas más allá. El lector sabe desde el comienzo del capítulo IV que el personaje terminará por casarse con Augusta. Sin embargo, Zeno lo convence de que ésa es la más absurda de las soluciones; Ada y Alberta se hallan considerablemente más cerca de su simpatía y de sus apetitos. De modo que la espera del lector se tiende en otro sentido. La incógnita ya no se centra en el desenlace, sino en el proceso que va a precederlo. Además, es importante no perder de vista, como bien lo ha notado Silvio Benco, que el relato siempre se vincula a un presente psicológico[3]. Las idas y venidas, los avances y retrocesos son gobernados desde un presente fijo (los cincuenta y siete años confesados de Zeno )y ese presente es el que otorga a toda la narración el humor levemente farsesco y la sencilla sabiduría, representativos de una madurez a punto de verterse en la vejez, con que el protagonista revisa su juventud. (Al igual que el protagonista de Senilitá, Zeno comprende que su desventura está formada por la inercia de su propio destino.) No obstante, cuando una determinada peripecia lleva consigo un efecto que puede resultar eficaz desde el punto de vista narrativo, Zeno se abstiene de anunciarla. El suicidio de Guido, por ejemplo, no ha sido anticipado por el narrador. Svevo realiza ahí una maniobra muy hábil para que este acto no resulte chocante. Indudablemente, el narrador había brindado suficientes datos acerca del carácter de Guido (un fanfarrón irresponsable, un jactancioso y un embustero); de modo que el lector admitiría con grandes reservas la posibilidad de un suicidio dentro del cuadro temperamental de ese personaje. Pero, a la vez, Zeno ha ido sembrando aquí y allá gérmenes de la gran equivocación que conducirá a Guido hasta su propia muerte. Los datos que pide una y otra vez a su concuñado acerca del veronal, son asimismo antecedentes que, sin proponérselo especialmente, también va recogiendo la memoria del lector. Este espera, como es natural, una nueva simulación de suicidio. Guido, claro, espera lo mismo; pero se equivoca y paga caro el error. El pobre Guido, yacía abandonado, cubierto con una sábana, en el dormitorio. La rigidez ya avanzada de su cuerpo no expresaba sino una gran estupefacción por haber muerto sin habérselo propuesto.

El humorismo, admirablemente dosificado, con que Svevo alivia el lado patético de su novela, también aquí resulta eficaz. Zeno se equivoca de entierro; acompaña el cortejo fúnebre de un presunto griego, y debe soportar luego el unánime reproche sobre su escandalosa ausencia. Pero el humorismo y la ironía acompañan siempre los pormenores de esta historia lenta y aparentemente trivial. En este sentido demuestra Svevo una particular maestría. Su gracia no es un simple adorno del estilo, sino que integra vitalmente el relato; por lo común, no es demasiado agria ni superficial y a menudo ejemplifica una actitud. Se hace presente en el instante más oportuno, cuando la tensión de un estado espiritual, de una situación grave y problemática, amenaza con desembocar en la cursilería o en el melodrama. Cuando Zeno comienza a frecuentar la casa de los Malfenti, se entera de que las hijas se llaman: Ada, Augusta, Alberta y Anna. Para Giovanni, ello representaba una comodidad, porque las cosas que llevaban esa inicial (la A) podían pasar de una a otra de sus hijas sin necesidad de modificación alguna. Pero a Zeno esa inicial le impresiona más de lo razonable. Soñé con las cuatro doncellas, tan bien vinculada sentre sí por sus nombres. Parecían hechas para ser entregadas en ramillete, las cuatro juntas. Estamos en la frontera misma de lo cursi, pero un leve desvío hacia la burla convierte todo lo anterior en un preparativo. La inicial decía algo más. Yo me llamo Zeno, y por esto tenía la impresión de que estaba por casarme con una mujer de un país lejano.

Por lo común Svevo se vale del toque humorístico para aliviar lo patético, pero, en ciertas ocasiones, lo usa precisamente para acentuar el patetismo. Compuse algunas poesías para honrar la memoria (dice el narrador refiriéndose a su madre), cosa que nunca es lo mismo que llorar. En el capítulo III, Zeno sostiene una discusión con su padre en la que se toca el tema de la religión y de la muerte. Esa misma noche, el padre sufre un ataque que lo hiere de muerte. Entonces dice el narrador: Pocas horas después él (el padre) se ponía en movimiento para ir a ver quién de los dos estaba en lo cierto.

Existe en esos comentarios insólitamente risueños un matiz de ternura que los defiende de su grosería potencial. No obstante, en aquellos pasajes en que el autor quiere verdaderamente conmover y usa él mismo un lenguaje conmovido, todo humorismo queda descartado. Con verdadera intuición de la eficacia narrativa, Svevo ha advertido que allí no había lugar para la burla o la ironía y lleva al máximo la tensión emocional del relato. Puede acaso reprochársele un exceso de simbolismo en el relato de la muerte del padre (en lo que me atañe, y después de varias relecturas, me sigue pareciendo impresionante esa última bofetada, ese solo gesto teatral capaz de contaminar todo el pasado y todo el futuro del protagonista) pero es delicioso en su ritmo y en su intención, todo el diálogo de páginas 346 a 350, que Zeno mantiene con Ada, su antiguo tormento, ahora enferma y desengañada de Guido.

Es evidente que las confusas relaciones entre Zeno y Ada constituyen la médula de la obra. Los propósitos de Zeno tienden en un comienzo a la posesión de Ada. Rechazado por ésta, y también por Alberta, esa misma noche se compromete con Augusta. El acto precipitado y absurdo le confiere, sin embargo, con la ayuda del tiempo, una felicidad discreta y elemental. Zeno acaba por estimar de veras a su mujer, pero Ada sigue siendo el centro de su inconsciente devoción. Al concluir el relato de esa época, Zeno narra con pesadumbre y nostalgia la partida de Ada hacia Buenos Aires: Su figurita elegante se dibujaba más neta según se alejaba. Mis ojos se ofuscaron al llenarse de lágrimas. Ada nos abandonaba y yo nunca más podría probarle mi inocencia. Y ésa parece ser la verdadera frustración de su vida: no haberle podido probar a Ada su inocencia.

Es evidente que las mujeres de Svevo son seres más maduros y resueltos que los hombres. No sólo las hermanas Malfenti, sino también Carla y Carmen, las respectivas queridas de Zeno y Guido, son seres decididos que saben lo que quieren. Zeno, que las ve pasar con admiración y desconcierto, no por eso deja de desearlas. Su deseo es también una especie de rito, de homenaje, que en las últimas páginas apunta a Teresina, casi una niña, y que en las primeras le había hecho expresar: Tengo cincuenta y siete años y sé a ciencia cierta que si no dejo de fumar, o que si el psicoanálisis no me cura, la última mirada que echaré desde mi lecho de muerte será la expresión de deseo por mi enfermera, siempre que ésta no sea mi mujer, suponiendo que mi mujer permita que me asista una enfermera guapa.”

No es corriente hallar en la atormentada literatura de este siglo una novela que ostente el aire familiar, la atmósfera de intimidad que distingue a La coscienza di Zeno. Eugene Marsan ha llamado a esa cualidad la autoridad de la vida, y, verdaderamente, Svevo trasmite con tal intensidad la penuria y el goce de lo cotidiano, que siempre ejerce sobre el lector una atracción irresistible. De ahí que esta novela singular pueda ser estimada como vulnerable e inacabada por quienes admiren, sobre todo, el alarde técnico (decididamente, no es una novela para críticos); pero parecerá conmovedora, incitante y certera a quienes alcance el desusado poder de convicción que su experiencia trascendente y vital siempre lleva consigo.

Notas:

[1] Italo Svevo, La conciencia del señor Zeno. Traducción de Atilio Dabini. Buenos Aires, Santiago Rueda, 1953, 440 págs.

[2] Ver: Juan Chabás, Italo Svevo, Revista de Occidente, año V, Nº LIII, página 251-55.

[3] Prólogo a la edición italiana de La coscienza di Zeno, Milano, Dall´Oglio, editore.

 

por Mario Benedetti


Publicado, originalmente, en: Número Año 5 Nº 23 - 24 Montevideo, Abril / Setiembre de 1953

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/118

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                    Mario Benedetti en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de Ensayo

Ir a índice de Mario Benedetti

Ir a página inicio

Ir a índice de autores