Sobre poesía
por Washington Benavídes

¿Cómo resolver, especificando, lo que pensamos sobre poesía; si conviven en nosotros planteamientos disímiles con respecto a la misma?

 

Si efectivamente -como lo dijo más de un crítico- somos una sociedad (anónima?) de poetas vivos (y muertos): cómo anotar características comunes, esfuerzos compartidos, sin caer en generalizaciones tales como: una poesía-teoría del conocimiento; un trabajo compartible entre la meta y patafísica; una labor artesanal; un sismógrafo de lo íntimo; un exteriorista fanático; un sustituto de lo histórico; un aprendiz de hechicerías; una tarea casi culinaria; un rapto místico. Un fiel cronista de su tiempo que todavía no ha reconocido cual es su tiempo; un medium de las cloacas; un hipnotizador de cobras, un diario personal de alcobas; un émulo de Gabino Ezeiza computarizado; una grabación de la orden del Síster; un profanador de tumbas; un arengador al pie de las pirámides de New York; un niño desolado en el bosque, un niño-lobo desolado en el bosque; la versión del lobo; la toponimia del topo; un arte del maquillaje; la fábula conyugal; las últimas ondas de un río polucionado; los árboles de la Amazonia no mueren de pie; las aventuras de un cobrador de luz; la colección más completa de muecas ante el espejo; la nueva versión del "Wakefield" de Hawthorne: el marido se esconde en su propia casa y no lo encuentran más; la poesía cascanueces de cerebros; la pluma china en el glande; el ayuno riguroso de agua pan negro conventual, el humo de los tarahumaras, el peyote litúrgico para dar "a la caza/alcance"; el registro aduanero de los navíos que llegan y parten a ultramar; de los aeropuertos, de las autopistas beatniks; de los caminos vecinales de Morosoli; la variedad de un Frégoli; los brahamanes de Julio, el sexo de Delmira, la castidad delirante de María Eugenia; el circo de Girondo, la Babilonia verbal de Lugones; el Aleph con malevos lavando sus puñales en el Ganges; el aristón que soñó Machado, los heterónimos de Pessoa, el desequilibrio de vago economista de Pound, las labores bancarias y el efebo soterrado en Eliot; el volcán insomne de Neruda; el vencedor de los molinos de viento idiomáticos de Vallejo; la percepción de los vocablos-tigres-mariposas, de lo que pasa y posa de Darío; la otra dimensión de Rulfo; la tercera orilla de Joáo, la jodida vida de Sabines.

 

Escribir los hexámetros del mar, los hai-kú del estanque (con las respuestas del budismo-zen escritas en los lotos); el soneto de Avers, el madrigal de Gutierre de Cetina; el epitafio de Villón; la alondra de Bernart; el 2º Aniversario de John Donne; el Ritornello de De Greiff, la piedra de sol de Octavio; las décimas de la Desolación Absurda de Herrera; el escribir a la Pelirroja de Guillaume; el efluvio fluvial de Juanele; el edén subvertido de López Velarde; poner en una terza rima los ojos de Nené junto al "sorrise e riguarldommi" del colega florentino, y hacerse equilibrista sobre una bicicleta por los acantilados junto a las piedras rúnicas y morirse de amor.

Y MORIRSE DE AMOR.

por Washington Benavides

"El mirlo y la misa"
de Washington Benavides
Ediciones de la Banda Oriental
Montevideo - Agosto de 2000

Ver, además:

                

            Washington Benavídes en Letras Uruguay          

 

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