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Las opiniones de Don Veneno
Manuel Benavente

 

A Don Veneno lo conocí cuando yo era muy joven. Nuestras relaciones no fueron nunca cordiales; mementos hubo en que ambos las creíamos rotas para siempre. Pero, después de estar algún tiempo distanciados, volvíamos a vernos y hablarnos.

Era yo -lo confieso- quien buscaba la reconciliación, aunque saliera luego de ello echando chispas.

Por más que me molestara, reconocía yo que el trato de Don Veneno me era necesario. Soy demasiado crédulo y blando. El escepticismo y la aspereza de aquel hombre me corregían un poco, me arrancaban de este perezoso dejar hacer, que es mi mayor defecto.

Verdad es que ese beneficio lo notaba después que dejaba de ver a Don Veneno, en los frecuentes paréntesis de nuestra amistad.

Nunca me fue simpático Don Veneno, ni compartí la mayoría de sus ideas, ni se estableció entre nosotros ninguna corriente afectiva.

Pero cuando me sentía saturado de "mentiras convencionales", recurría a él en busca de equilibrio.

Dibujo de Sifredi

Al revés de todas las gentes con quienes uno trata, tenía Don Veneno el gusta de ser desagradable. No carecía de ingenio; tal vez pudo realizar obra apreciable; pero no la hizo. Se gastó en una suerte de tiroteo intelectual sin trascendencia. Se sabía fracasado y no se resignaba a ello.

Por eso iba salpicando a todos con su amargura. Era su venganza.

Imaginad un hombrecillo enclenque, cetrino, bastante miope, que no sabía reír.

Hablaba bajo y pensando. Cargaba la voz en los conceptos más hirientes, como si los subrayara.

Vivía solo. No le gustaban las fiestas. Era dueño de una buena biblioteca y de un perro al que llamaba "Ml critico".

Así era Don Veneno.


La primera vez que "chocamos" tenía yo veinte años. Como Don Veneno era hombre de letras y yo un ingenuo (No estoy seguro de haber cambiado en esto), le envié los originales de un libro que pensaba publicar, para que me diera su opinión sobre él.

A los pocos días me devolvió el libro con las siguientes acotaciones, que copia textualmente:

"Debiera usted recordar el grito que resonó un día en la Convención Francesa:

¡Desconfiad de ese hombre que ha escrito un libro!

"Nietzsche dijo: Aborrezco a los ociosos que leen. Acaso por ser del oficio, perdoné a los ociosos que escriben.

"A mi juicio, el primer libro, es un error; el segundo un defecto; el tercero, un vicio; los demás, corrupción irredimible".

Y debajo, escrito en letras más grandes, agregó: ¿No le parece que en todo eso hay una opinión, aunque no sea la que usted esperaba?"

Naturalmente, envié a Don Veneno una de aquellas "terribles" cartas que yo escribía a los veinte años. No me contestó.


Publiqué (porque hay sueños que por desgracia, se realizan) mi primer libro.

Mis amigos se apresuraron a elogiarme.

Recorté los elogios y se los envié a Don Veneno. Para que rabiara.

No tardó en llegarme una carta suya. Decía así: "No son originales sus amigos. Hacer crítica sin ser crítico y sin leer la obra a que se refiere, es tan viejo (creo yo) como el mundo. Supongo que se sentirá usted satisfecho: ya puede figurar entre los escritores "célebres" a quienes, si les quitamos los amigos de la prensa y algunos de la política, les volvemos al anonimato. Son como esas mujeres que parecen hermosas mientras no se lavan la cara.

"No me extrañan tantos elogios. Según los gacetilleros literarios del día (¡Dios los perdone, si hay Dios!), abundan en este país artistas estupendos. Si seguimos así, el genio llegará a ser vulgar entre nosotros. ¡Con razón los mediocres se creen llamados a tan altos destinos!

"¿Ha leído usted la obra de Shakespeare titulada "Julio César"? Hay en ella algo que le interesa saber. Se lo contaré.

"Ha sido asesinado el héroe de las Galias. Roma hierve en tumultos. El poeta Cina, que tiene un homónimo conspirador, sale a la calle. Lo detiene un grupo de ciudadanos. ¿Su nombre? "Me llamo Cina", contesta. Uno de los ciudadanos grita: "Desgarradle en pedazos! ¡Es un traidor!" El infeliz aclara: "¡Soy Cina el poeta! ¡Soy Cina el poeta!" Pero no le vale. Porque otro ciudadano ruge: "¡Desgarradle por sus malos versos! ¡Desgarradle por sus malos versos!" Y asesinaron al pobre a Cina.

"Ya ve usted como no en todas las épocas los malos poetas han podido vivir tan bien como en ésta. Nada más".

El lector adivinará lo que dije de Don Veneno al terminar de leer la carta. Y sí no lo adivina, peor para él, porque yo, aunque lo recuerdo, no puedo estamparlo aquí.


Un día (nos habíamos reconciliado una vez mas) hable a Don Veneno del reciente libro de una de nuestras poetisas.

-Lo conozco, - me dijo.

-¿Y no le gusta?

-No. Observo que la mayoría de nuestras poetisas andan con sus versos como Diógenes con su linterna: en busca de un hombre. Tal vez por eso se esfuerzan tanto en decir en verso lo que la naturaleza "hace!' lisa y llanamente en prosa, ¡Pobres poetisas! les cuesta mucho casarse porque los hombres no toleran los versos de sus esposas.

-Sin embargo, ésta...

-Sí, ya lo sé: la elogian. Desconfíe de esos elogios que huelen a instinto. Y déjeme de poetisas, ¡por favor!

-Es usted radical, como siempre.

-¿Y qué quiere usted? ¿Que cambie de personalidad, como los poetas "pasatistas" que se suben a un "ismo" de moda, igual que los monos a los árboles?

-Si suben como los monos, suben bien.

-Sin duda, pero muestran.., lo mismo que los monos.

-Hablemos de recitadoras, entonces. Tengo una amiga que recita y desea conocerlo.

-No la traiga, si quiere evitarse un mal rato. Si hay algo que me parece peor que una poetisa, es una recitadora. Y peores aún, la mamá, el marido o el novio de lo recitadora.

-Ahí culmina lo peor de lo peor.

-Se equivoca. Peor es un recitador, o un poeta empeñado que le reciten sus versos. Pero hay algo que supera a todo eso: la prensa que aplaude y el público que se emboba.

-¡Sálvese quien pueda!

-Sálvese usted.

-¡Hombre! Como hoy no ha dicho nada desagradable de mí, debo marcharme a tiempo.

-Le contestaré con palabras de Oscar Wilde: "Que hablen mal de uno, es horrible; pero hay algo peor: que no hablen"

Y salí corriendo de la casa.


Me sorprendió leer en la prensa la noticia de que Don Veneno había sido retado a duelo por un escritor.

Fui a verlo. Estaba tranquilo. No parecía tener ningún temor.

-¿Qué es eso del duelo?- le pregunté.

-Una estupidez. Porque el libro no será menos malo, suceda lo que suceda.

-¡Ah! ¿Se trata de libros?

-¿Y creía usted que me hubieran enviado los padrinos porque dudara de la virtud de alguna tonadillera?

-Bueno, cuénteme.

-Lo eterno. Publica un libro. Me lo manda, con almibarada dedicatoria. Solicita mi opinión. "Una opinión sincera, como las que usted sabe emitir", me dice. Y la emito. Le desagrada, precisamente porque es sincera. Se irrita. Me envía una carta insolente, peor que la que usted me dirigió hace algunos años. Le contesto como merece. Y viene el desafío. Pero no habrá duelo. El tribunal no hallará causa para ello. Lo sabe mi adversario tan bien como yo.

-¿Entonces?...

-Es usted un inocente. ¿No se da cuenta que lo que el hombre busca es popularidad? Arma el escándalo. Chilla la prensa. El público despierta de su sueño siglos. "¿Qué pasa? ¿Un duelo por un libro?. Compremos el libro". Y lo compra. Pero es difícil que lo lea.

-¿Tan malo es?

-Ni en eso se distingue.

-¿Versos?

-Si, gauchescos y vanguardistas!

-¿Qué dijo usted del libro?

-Nada novedoso. Que no creo en el gauchismo de los que sólo han ido al campo a pasar la Semana de Turismo. Que puesto que el niño bien "hace" el gaucho, éste tiene derecho a hacerse el "pituco". Que no hay que confundir pintura con fotografía callejera. Que es una herejía aplicarle el sinapismo de la "nueva sensibilidad" al pobre gaucho. Y por último que siendo el "campo de los ingleses" (vecino del Parque Rodó) el único campo que conocen muchos escritores criollos, no es raro que sus personajes sufran de "spleen".

-No es mucho, conociéndolo a usted.

-Es poco. En cambio, elogié la habilidad de recurrir al lenguaje gauchesco, para disimular la falta de ortografía.

-Puesto que no hay nada que temer, me retiro. Tengo que asistir a una conferencia.

-¡Pobrecito!

-¿No le gustan a usted las conferencias?

-El conferencista me parece el trágico resultado del terrible problema de la desocupación.

-Pues éste que voy a oír es notable.

-¡Qué sería de los dioses si no hubiera creyentes!


Contra lo que suponíamos, hubo duelo. Don Veneno, que no creía en el heroísmo, murió como un héroe. Sobre el terreno del honor.

Muchos fueron los que al saber su muerte sintieron una sensación de alivio. Pero supieron disimularla.

Ahora no somos menos los que pretendemos haber sido sus íntimos.

-A mi siempre me tuvo gran aprecio.

-A mí también.

Nos hemos reunido para buscar la forma de editar sus "Opiniones". Pero no nos hemos puesto de acuerdo, ni nos pondremos nunca; porque cada uno quiere quitar del futuro libro lo que a él le molesta y dejar lo que molesta a los demás. Y como no hay allí una sola página que no sea desagradable para alguien...

En los aniversarios de la muerte de Don Veneno, visitamos su tumba. Le llevamos flores y le decimos discursos.

¡Si él nos oyera! Pero no; él está allí, encerrado, mudo, inmóvil, indefenso...

Podemos vivir tranquilos.

Manuel Benavente
Suplemento Dominical "El Día" S/f.

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