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Ciudad, prensa y literatura en el 900 rioplatense

Álvaro Barros-Lémez

El último coche del tranway nocturno se lleva pesadamente a los tipógrafos soñolientos que han compuesto y dejado en la plana destinada al estereotipo los pensamientos, los sucesos, los latidos del día, a costa de sus dedos adormecidos y de sus pulmones cavernosos.

Ignora el lector que recorre las columnas, generalmente displicente, descontentadizo, tendido en mullido lecho y blandos almohadones, lo que cuesta a los obreros del plomo el satisfacer su curiosidad, sus afectos y sus intereses cuotidianos[1].

El principal problema práctico del escritor argentino../".. es el de ganarse la vida sin prostituir la literatura. Aconsejaría a los jóvenes que jamás intenten vivir de ella, y mucho menos en el periodismo, donde se trabaja y se escribe no para expresar el propio mundo, sino el mundo (generalmente corrompido y apócrifo) del director de un diario. Es preferible trabajar de obrero o de mecánico o de ingeniero. La literatura y en general el arte son actos sagrados que no deben ser envilecidos, bajo pena de envilecerse uno mismo".[2]

"... si a partir de 1920 se acentúan ciertamente las posibilidades de que un escritor se consagre específicamente a su tarea vocacional y que ésta reciba una conveniente retribución, ello se debe a que la actividad del escritor —puesto en las coordenadas de la libre empresa comercial, o sea, ganancias a través de la venta de libros o a través de la venta de sus servicios intelectuales para fines como el periodismo, conferencias, etc.— pudo contar con la ampliación del público culto que generó el ingreso de los sectores medios a la cultura y a la economía, simultáneamente"[3].

I. Ciudad, mercado, industria, cultura, productor

A diferencia del Virreinato de México o del Virreinato del Perú, el del Río de la Plata —con toda la ironía que su propio nombre implica-, recién comenzará a hacerse sentir en el ámbito americano después de la emancipación de la metrópoli española. A través de su participación en la guerra de independencia primero, de la facilidad comercial que sus puertos naturales brindarán a la expansión inglesa después, Buenos Aires y Montevideo alcanzarán en la segunda mitad del siglo XIX una situación de preeminencia en el continente de la que estaban a años luz durante los tres siglos y medio de pertenencia a la corona española.

Convertida su riqueza agropecuaria en importante producto de exportación, su territorio en puerto seguro para las masas trabajadoras desplazadas por la crisis europea del último cuarto del siglo XIX, ambas ciudades (aunque fundamentalmente la primera) verán nacer de sus entrañas un mundo nuevo, un mundo en el que la América indígena y la América negra quedarán relegadas en forma definitiva. Buenos Aires y Montevideo serán a la vez centros de comercio desde y hacia Europa, así como ejemplos de las posibilidades de la industrialización capitalista en tierras sudamericanas.

La inicial industria de la carne y el cuero —salada y tasajeada la primera curtidos los segundos- dará lugar, hacia finales del siglo, a la instalación fabril que iniciará un desarrollo industrial de transformación de materias primas. Ambas etapas contribuirán tanto a la emigración europea como a la formación de una masa urbana que con indisimulable espanto señalaba La Prensa de Buenos Aires en 1874[4]: "La aglomeración de inmigrantes en Buenos Aires acarreará el pauperismo y el proletariado". Veinte años más tarde, la Argentina tendrá 4 millones de habitantes. De ellos, un millón de extranjeros, entre todos 2 millones de analfabetos y capital —la Buenos Aires cosmopolita a la que llegará Darío— tendrá setecientos mil habitantes, para alcanzar el millón con el comienzo del siglo XX.

El antiguo puerto y capital, poseedor de la llave económica y política del país que acaba de ser conquistado hasta sus fronteras por la lucha de Roca contra los últimos resabios indígenas, se encuentra ahora con que no solamente podrá vivir de la exportación de materias primas, sino de la transformación de las mismas. El crecimiento de las industrias textiles, de la instalación de sistemas tecnificados en la congelación de carnes, el procesamiento de cueros, el inicio del desarrollo que convertirá a la Argentina en el granero de América, requerirán una nueva ciudad, un nuevo sistema d« relaciones, una organización de la vida que romperá definitivamente con el patrón tradicional, gauchesco, campesino, con la mentalidad "de la frontera". El inmigrante - italiano, español, alemán centro-europeo- colaborará en esa nueva visión, traerá su tecnología y también sus sueños.

Con ellos la ciudad no solamente crecerá, se expandirá más allá de los antiguos límites, sino que se hará definitivamente otra. Desde el trazado de sus calles hasta la construcción de viviendas y edificios de servicios, desde el mercadeo minorista hasta el habla, sentirán el impacto que en el corto lapso de un cuarto de siglo convertirá a Buenos Aires en "la capital de América".

Muestra del cambio la dan algunos de los libros publicados en estos años: Estudio sobre las casas de inquilinato de Buenos Aires de Guillermo Rawson (1883); La criminalidad en Buenos Aires de Méndez Casariego (1884); La literatura del slang de Luis María Drago (1882); también, el inicio de la añoranza por una ciudad que ya comienza a desaparecer: Buenos Aires desde 70 años atrás de José Antonio Wilde (1881) y La gran aldea de Lucio V. López (1884).

Como consecuencia, se amplían los lazos de diverso tipo con el mercado principal: Europa. En 1874 se instala e inaugura el cable submarino que permite la comunicación con Francia, Inglaterra y España, a través de las agencias Havas (francesa) y Reuter (inglesa) poniendo al lector bonaerense dentro del circuito informativo del mundo desarrollado de finales del XIX.

La promulgación de las leyes de enseñanza pública (Uruguay 1877, Argentina 1884) ampliará el marco humano tanto en lo referido a las posibilidades de tecnificación de la mano de obra como de acceso a las fuentes informativas y culturales.

Al lado del desarrollo bonaerense, Montevideo también procesará el propio.

En 1889, para un país de poco más de 650 mil habitantes, la capital contará con 215 mil, ya enfrascada en un proceso macrocefálico que se acentuará en forma definitiva con el nuevo siglo. De ese total, un 20 °/o de italianos y un 14°/o de españoles[5]. El país, ganadero, exportador y dividido por guerras civiles que no han cesado desde la independencia formal de 1830, pasa en el último cuarto del siglo XIX por una serie de gobiernos militares que, según Enrique Méndez Vives "a través de la modernización hicieron del Uruguay un país cada vez más dependiente de los centros mundiales del poder"[6], lo que, en la década de los noventa llegó al punto de que el entonces Presidente, Julio Herrera y Obes dijera "a veces me siento el gerente de una estancia cuyo directorio está en Londres"[7]. Asimismo, el país sufrirá en estos años su primera experiencia de desocupación de origen tecnológico ante el proceso de cercamiento de los campos, de organización de la producción nacional con miras a responder a las necesidades del mercado internacional. El impacto será de tal magnitud que no sólo en la economía tendrá un reflejo evidente. En la década de los años setenta, resurgirán algunas voces similares a las que en el primer cuarto del siglo planteaban la dificultad del país para lograr un futuro independiente. Pedro Bustamante dirá que "... o platinos o brasileños, mucho temo, señores, que en estos precisos términos se plantee el fin del problema que habrán de resolver ... nuestros nietos, si no los padres de nuestros nietos"[8].

Pocos años más tarde, ya en plena expansión la 'modernización' total de la sociedad, en auge la construcción en Montevideo y la creación de los balnearios a los que irá a descansar durante el verano la creciente clase media, el país recuperará la confianza en su futuro, rescatará su historia de lucha independentista (hará retomar los restos del prócer José Gervasio Artigas, muerto en el exilio paraguayo en 1850) y asumirá -a veces en forma hasta agresiva respecto a sus vecinos- su individualidad como nación.

Si bien ambas ciudades vivirán procesos paralelos en su inserción en el mundo del comercio y la industria, sin duda Buenos Aires, por la potencialidad y posibilidades de la Argentina, marcará las pautas que Montevideo seguirá.

Al filo del nuevo siglo, Buenos Aires será la gran metrópoli de la América del Sur. En ella florecerá la industria, el comercio, su planta física se hará siguiendo el patrón de París, su vida cultural se hará eco de Europa y recibirá año tras año, temporada tras temporada, el teatro, la ópera, la música y las modas culturales que se generan al otro lado del Atlántico. Junto con estas expresiones culturales, el periodismo y la literatura también desenvolverán sus potencialidades para convertir a Buenos Aires en un emporio de ediciones así como de creadores que ven en ella un mercado de trabajo y difusión.

II. De la prensa artesanal a la prensa industrial

La historia de la imprenta en tierras de América se inicia tardíamente en relación con el resto del mundo "civilizado". Mientras antes del 1500 en Europa ya se habían publicado 35 mil títulos —con un promedio de 300 ejemplares por título— para un total de alrededor de diez millones de ejemplares; mientras solamente Inglaterra publicaba para finales del siglo XVI más de doscientos títulos por año y en ese mismo siglo existían más de mil imprentas en toda Europa, la primera en instalarse en el Río de la Plata será la de Nuestra Señora del Loreto, y recién en los primeros años del siglo XVIII, México había tenido la suya en 1535, Lima en 1584 y Boston en 1639, pero el Virreinato del Río de la Plata, tardío en su instalación y en su desarrollo, deberá esperar al Siglo de las Luces para recibir su primera máquina reproductora de ideas.

Mientras tanto, en Europa, ya a mediados del siglo XVII, entre 1630 y 1665, aparecerán las primeras hojas noticiosas. Informarán sobre política y economía (Corantos) sobre las actividades del Parlamento inglés (Diurnalls) sobre lo anterior así como sobre la sociedad y sus conflictos, publicarán poesía y ensayos (Entelligencers y Mercurii) y darán nacimiento a una palabra, "newspaper", hacia finales de la séptima década de este siglo XVII.

México será el primero en publicar 'hojas de noticias', y eso ocurrirá recién hacia 1722. Mientras tanto, en Inglaterra ya existían periódicos con costo bajo, un penique, igual para la época al costo de una comida de cordero[9].

El proceso de ampliación e irradiación de la palabra impresa no recibirá modificaciones, fundamentales entre el inicio gutembergiano y el último cuarto del siglo XVIII. De allí en adelante, un siglo completo verá aparecer una tras otra las innovaciones tecnológicas que permitirán la ampliación de los tirajes, el abaratamiento de las ediciones y el acceso a públicos cada vez mayores.

Didot (1773) inventa la prensa de hierro en vez de la tradicional de madera asegurando así la durabilidad de la maquinaria; Koenig (1811) traslada el proceso de plano a rotativo con la aplicación de los cilindros lo que, a la vez, permite el aceleramiento del proceso de impresión; en 1814 se comienza a aplicar la máquina de vapor a la fabricación de papel —aún originado en tela- aumentando enormemente el tonelaje a disposición de la industria impresora (en 1696, se producían 1400 toneladas de papel al año, hechos a mano y a partir de tela; en 1805, ya la cifra estaba en 17 mil toneladas; para 1865, con la aplicación de la máquina de vapor y con el origen no ya en las telas sino en la pulpa de madera, la producción alcanzaba a las 104 mil toneladas); en 1818, Bodoni inventa tipos móviles, metálicos, de aplicación universal que, hasta que en 1884 Maerënthaler inventa la linotipo, serán la forma usual de composición de textos, a mano y por los 'cajistas'. A lo anterior se une, para aumentar aún más la velocidad de producción, la aplicación de las invenciones nacidas de la máquina de vapor y de la aplicación de la electricidad a la industria, a través de las rotativas de Hoe. Finalmente, en 1880, el desarrollo de la técnica del huecograbado trae la imagen a la impresión permitiendo el nacimiento de una prensa que puede brindar textos y material gráfico a la vez.

Este proceso, en sólo un siglo, será visto pausadamente en los países en los cuales tiene origen; fundamentalmente Europa y los Estados Unidos de Norteamérica. América Latina recibirá, en muchos casos, el producto casi terminado, ya a finales del siglo XIX.

Mientras Europa vivía el despliegue de la tecnología, en Buenos Aires aparecía el primer periódico de su historia recién en 1801. El primero de abril de ese año, el Virrey Juan José de Vértiz permite que en la Real Imprenta de Niños Expósitos, Don Francisco Antonio Cabello y Mesa —que ya en 1790 había fundado en Lima el primer periódico aparecido en la América del Sur, el Diario Curioso Erudito, Económico y Comercial-, inicie el decano de la prensa río-platense: el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata. Discusiones con ciertas políticas del Virrey llevan a su cierre pocos meses más tarde, el 15 de octubre de 1802. Casi un mes antes, el 1ro. de setiembre, el Virrey había autorizado la aparición de otro periódico: el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio.

Montevideo, por su parte, deberá esperar a las invasiones ingleses de 1807 para tener su primera hoja noticiosa: The Southern Star.

Pocos años después, Buenos Aires iniciará ia prensa revolucionaria con la Gazeta de Buenos Aires. De allí en más, la prensa crecerá hasta llegar a la fundación de los periódicos de alcance nacional y conexiones con la red informativa internacional.

Mientras tanto, ya para la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX la prensa era parte de la vida cotidiana. En 1829 Londres tiene 70 publicaciones periódicas y toda Inglaterra más de dos mil; un diario es leído por un promedio de 30 personas.

Buenos Aires aplicará la técnica de la venta callejera -frente a la tradicional venta por suscripción- a partir de 1865, de acuerdo a la idea de Manuel Bilbao, Director de La República. Esta innovación en la venta y distribución, que escandalizará a los medios 'cultos' ("la prensa se puede llegar a mercantilizar", dirán), contribuirá a la creación de un tipo humano que la literatura, el teatro y la música popular convertirán en figura de simpatía y representación del trabajo infantil: el "canillita".

Los tres meses que van de octubre de 1869 a enero de 1870 verán nacer dos periódicos que, desde entonces, dominarán la vida noticiosa de la Argentina, dándole al país la primera prensa 'moderna' que aplica la tecnología más avanzada y los sistemas de interconexión con el mundo exterior más amplios.

El 18 de octubre de 1869, -José C. Paz funda La Prensa con un sistema de más de dos mil corresponsales dentro y fuera del país. Por su parte, Bartolomé Mitre adquirirá La Nación Argentina, la convertirá en La Nación desde el 4 de enero de 1870, y compartirá desde entonces el mercado de la información con La Prensa.

Al otro lado del Río de la Plata, serán La Tribuna desde 1879 y El Día desde 1886 quienes traigan a Montevideo una prensa moderna. El proceso se acelera desde la década de los noventa para llegar al final del siglo con periódicos de hasta cuatro ediciones diarias, como El Tiempo (1894) o la iniciadora de las revistas de interés múltiple, de texto y diseño fotográfico, La Nueva Revista, fundada por José Ceppi en 1893, que dará una larga descendencia entre la cual Caras y Caretas (1898), La Biblioteca, Ideas, El Mercurio de América, PBT, Pulgarcito, Fray Mocho, El Hogar, Atlántida, Mundo Argentino, etc. se dirigirán al más variado público.

Ya en 1870, a poco de su fundación, La Prensa será el primer diario de América Latina en publicar un informe directo, via cable, de la Batalla de Sedán, durante la guerra Franco-Prusiana. También será el primer periódico en el mundo en publicar un despacho sobre la Paz de Portsmouth, que en 1905 pone fin a la guerra Ruso-Japonesa. Pocos años antes, en pleno 1900, se ha fundado la primera agencia noticiosa argentina: Saporiti, con corresponsales en las ciudades que son cubiertas por el cable transoceánico. Argentina había entrado de lleno en el mundo de la información.

Junto a esta prensa de alcance masivo y conexiones internacionales, crecía otra de alcance más reducido y especializado: la de las diversas colectividades que comenzaban a componer el "melting pot" rioplatense.

Desde El Diario de la Coruña en 1808 hasta El Diario Español (1905) la colonia originaria de la 'madre patria' mantenía sus propios órganos de comunicación y manutención de tradiciones e informaciones de la lejana España. Como lo hacían los italianos —desde El Italiano, en 1854, hasta Il Giornale D 'Italia en 1909-; los franceses —desde L'Independent du Sud (1810) hasta Le Courier de la France (1870)—; los ingleses —comenzando con The Cosmopolite (1826) hasta llegar a The Buenos Aires Herald (desde 1876 hasta hoy); alemanes— con la Deutsche La Plata Zeitung en 1868 hasta el Argentinisches Tageblatt, nacido en 1888 y aún publicándose,- así como muchos otros- La Gazeta Portuguesa, El Fonógrafo Judío, el Assalam, Movii Mir, Esperanto Bulteno, El Diario Sirío-Libanés, etc. A partir de ellos, así como de los periódicos en castellano, las revistas especializadas o de información variada, se abrirá un mercado para periodistas y escritores que era desconocido hasta el último cuarto del siglo XIX.

III. Escritores y periodistas

El proceso múltiple que lleva a estas ciudades de simples puertos de exportación-importación a centros industriales, a grandes metrópolis, hará que la literatura pase de ser una ocupación circunstancial de abogados, médicos o miembros de la élite de la aristocracia ganadera, a convertirse en una profesión con estatura propia.

Si al principio fue simplemente una forma de ampliar el radio de difusión de la obra realizada en horas robadas a otras profesiones, el crecimiento de la industria periodística así como la editorial en general, creó las condiciones para un pasaje a la dedicación a tiempo completo.

Ya desde mediados del siglo XIX la prensa argentina se nutre de los folletines de Eugenio Sue, Alejandro Dumas, Xavier de Montépin primero, y de Fernández y González, mas tarde. Ellos abrirán camino a la creación de un folletín nacional dentro del cual la obra de Eduardo Gutiérrez (Juan Moreira, Santos Vega, Hormiga Negra, El Chacho, Pastor Luna, etc.) iniciará una ruta que será seguida por Rafael Barrera, Julio Líanos, Juan Lussich, Miguel Lucas, Eduardo Pimentel, y otros.

Junto con el folletín, la prensa abre posibilidades a los que desarrollan su obra literaria fuera de la premura cotidiana. Desde la llegada de Rubén Darío a Buenos Aires, en 1893, alrededor suyo se nuclea un grupo más latinoamericano que argentino, radicado en Buenos Aires y que se convierte en un verdadero equipo de propagación de las ideas del modernismo. Todos ellos, en unos u otros órganos, utilizan la necesidad de la prensa para publicar sus obras poéticas, narrativas, ensayísticas.

El propio Darío en La Nación (desde 1888), Roberto J. Payró, Ghiraldo, Ingenieros, Berisso, Charles de Soussens, Díaz Romero, Jaimes Freyre, Vasseur, Montagne, Lugones; integrantes de la "generación del 80": Mansilla, Cañé, Almafuerte, Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Roque Sáenz Peña; la amplia colonia uruguaya que desde finales del siglo se va trasladando a la gran ciudad que brinda posibilidades que la "Aldea de Montevideo" (como la titulara Roberto de las Carreras) aún no puede abrir: el ya mencionado (Vasseur, Florencio Sánchez, Javier de Viana, Constancio C. Vigil (que fundara posteriormente una verdadera pléyade de revistas), Horacio Quiroga, etc.

Ya entrado el siglo XX, Roberto Arlt, Alberto Gerchunoff y prácticamente todos los integrantes de la llamada "generación del centenario", el periodismo y la publicación regular en diarios y revistas ha dejado de ser una forma subsidiaria para pasar a ser un mecanismo permanente. Implica ingresos fijos, trabajo constante, a la vez que marca y define estilos, formas, modos narrativos, extensiones en la creación.

A la vez, la prensa muestra —como lo había hecho con el folletín de mediados del siglo XIX— la producción literaria europea y norteamericana. Entre 1900 y 1904, La Nación publica obras de Max Nordau, Maurice Maeterlinck, Pieire Loti, Theodore Roosevelt, Henryk Sienkiewicz, León Tolstoi, Mark Twain, Miguel de Unamuno, Ramón del Valle Inclán, Villiers de Llsle-Adam,H.G. Wells, Osear Wflde, junto a las de Machado de Assis, Ernesto García Lavedesa, Alberto Ghiraldo, Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, Ricardo Rojas, Pastor S. Obligado, Roberto J. Payró, Constancio C. Vigil y Leopoldo Lugones[10].

Junto con estos escritores, y el ineludible José S. Alvarez, '"Fray Mocho", además de la obra literaria entra a la prensa una forma de escritura, una forma de habla que se hará característica de la ciudad. Algunos la denominan como "lunfardo", otros como "caló porteño". Es el habla de una ciudad que ha dejado de ser meramente sudamericana y ha aceptado ser cosmopolita, abierta, amplia mezcla de historias y culturas de todo el mundo.

"Sin embargo (por 1897) el lunfardo ya comienza a ganar la calle y a infiltrarse en la literatura popular. Primero en el periodismo, donde militan hombres que habrán de dejar huella en la literatura argentina, y luego en el teatro, espejos ambos de costumbres y realidades, le dan cabida y lo lanzan a la circulación"[11] , se recordará en un trabajo organizado por Ernesto Sábato con tema de tango. José Edmundo Clemente, analizando el origen de esta forma nueva, señalará:

"El fondo idiomático' procede de cuatro maneras principales para elaborar su vocabulario:

A) inventa directamente palabras: atorrante, de los vagos que dormían en los caños que la casa A. Torrent había depositado en los terrenos baldíos adyacentes al puerto;

B) inventa acepciones por semejanza: crudo (inexperto), de carne aún no cocinada;

C) inventa acepciones por derivación: amurar (abandonar) de 'amurado' individuo aislado de la sociedad por los muros de la cárcel;

D) inventa grafías: garaba, inversión modificada de 'baraja' (se dice de la mujerzuela que circula por las calles en busca de dinero, como naipe ganador).

Otras veces, la referencia no es local; se trata de palabras extranjeras que han adquirido su correspondiente derecho a la ciudadanía; así, pertenecen al francés o a su argot, los siguientes vocablos: cana (canne), policía; escracho (escraché) cara; macró (maquereau), tratante de blancas; ragú (ragout), hambre; enfriar (refroidi), asesinar; bulín (boulin), habitación. Al italiano: bacán (bacan), hombre rico; batifondo (battifondo), escándalo; berretín (beretin), sentimiento arraigado; biaba (biava), paliza; estrilar (strillare), rabiar; yeta (jettatura), mala suerte; fungí (funghí), sombrero; linyera (linghera), vago. Al portugués: fulo: (fulo) enojado; matungo (matungo), caballo viejo; tamango (tamanco) zapato; cafúa (cafúa), cárcel; vichar (vigiar), espiar. Al inglés: chinchibirra (ginger beer), limonada gaseosa; gol (goal), tanto; estándar (standard), común; sangüich (sandwich), emparedado; orsai (offside), fuera de lugar. De idiomas aborígenes, al quichua: pucho (puchu), lo que sobra; yapa (yapaní), añadidura; chuchi (chucchina), voz cariñosa de contenido erótico; ñaupas (ñaupacó), antiguamente; minga (minka), trabajo que no se retribuye[12] con dinero. Al guaraní: caracú (caracú) médula".

La prensa llevará, desde 'Fray Mocho* hasta los Aguafuertes Porteños de Roberto Arlt, el lenguaje y la vida de la ciudad a lectores que se reconocerán en él o no, pero que tendrán que aceptar que ha pasado a formar parte de sus vidas. La música popular, fundamentalmente el tango, buscará comunicarse con esas masas ciudadanas a través de ese lenguaje que se ha abierto paso a través de la academia, de la prosa cuidada de la generación del 80, de los modernistas, de los políticos y los literatos más refinados.

Vacarezza mostrará la ciudad a través de un área específica que se convertirá en un espacio clave para el teatro así como la literatura: el patio central de ese edificio típico de la aglomeración ciudadana, el 'conventillo'.

"Un patio de conventillo,

un italiano encargao,

un gayego retobao,

una percanta, un vivillo;

dos malevos de cuchillo,

un chamuyo, una pasión,

choque, celos, discusión,

desafíos, puñaladas,

espamento, disparadas,[13]

auxilio, cana... telón"

También la poesía más refinada de la época sirve como parámetro —y objeto de copia burlona— para aplicarle el habla callejera:

(Darío)

La princesa está triste, qué tendrá la princesa,

los suspiros se escapan de su boca de fresa...

(Flores)

La bacana está triste, qué tendrá la bacana,

los suspiros se escapan de su boca de rana...[14]

Junto con la adopción del habla popular, callejera, hasta delincuencial, se adopta también una tipología humana que responde a esa habla. Entran a la literatura los "malevos", los "compadritos", las "giras", las "percantas", las costureritas, así como toda la gama de trabajadores que la ciudad nueva y cambiante va creando: desde los vendedores callejeros de diferentes alimentos y de los más diversos orígenes hasta los que responden a los nuevos oficios que el progreso genera: conductores de tranvías, policías de tránsito, "canillitas", estibadores portuarios. Junto a ellos, las más de las veces caricaturizados, los "pipiolos" de la alta burguesía que hacen su recorrida pintoresca por los barrios y las fiestas del pueblo trabajador, por la creciente aparición de los café-concert, los cabarets, las boites, los prostíbulos donde crece la fama de las francesas y los mallorquines ganan espacio como "macrós".

Esta ciudad desconocida para la literatura del Martín Fierro o del Juan Moreira de pocos años antes, esa literatura que llegaba hasta los aledaños de la civilización ciudadana y que documentaba la rebeldía ante el 'progreso', es ahora el eje temático que exige una gama de personajes nueva y cargada de un pintoresquismo que será cultivado, como ya dijéramos, desde José S. Alvarez (a fines del siglo) hasta Roberto Arlt (bien entrada la década de los años veinte de este siglo). Para el iniciador de Fray Mocho como para el de las Aguafuertes Porteños, un tipo de creación parece ser obligada. Es corta, dialogada, pintoresquista, costumbrista, cargada del lenguaje citadino, centrada en situaciones de lo cotidiano, muchas veces irónica y hasta sarcástica de las costumbres de la clase alta.

Tanto la producción que aparecerá en la prensa diaria como la que lo hará en las múltiples revistas semanales, quincenales y mensuales, responderá a un nuevo tirano que era desconocido para los colaboradores ocasionales de la prensa anterior a esta época: el espacio medido. Se escribirá para cubrir un espacio. El editor, el jefe de redacción, el director, le dirá al escritor cuánto espacio puede concederle y aquél deberá ceñirse a lo que se le concede. El escritor reaprenderá su oficio para adecuarlo a las necesidades del medio que lo contratará. De este nuevo sistema de producción saldrán excelentes trabajos así como un gran número de ellos que mueren por su propia efimeridad. De una u otra forma, los años finales del siglo XIX han visto nacer un nuevo profesional en la ciudad: el escritor.

IV. La literatura como oficio cotidiano.

La tradición literaria del Río de la Plata no era, hasta la segunda mitad del siglo XIX, diferente de la de cualquier otra parte del continente. Para ser escritor se requería —además de talento— un oficio principal que permitiera la renta y el tiempo para dedicarse marginalmente "a las letras", o una fortuna familiar que asegurara un ingreso mientras se ocupaba el ocio en el "bello oficio". En ambos casos, la literatura era una actividad secundaria, un lauro a ser agregado a otros, una forma de acceder a un público y una fama quizás desde otra igualmente considerada socialmente o, incluso, lograr una desde un oficio no tan considerado.

El desarrollo que hemos señalado muestra que es esta ciudad recién nacida al mundo complejo de la industrialización y la 'modernización', la que crea los nuevos oficios, las nuevas profesiones. Que es el avance tecnológico que abre las puertas a una prensa capaz de reproducir por miles sus ediciones y convertirlas en un múltiple vehículo de información, opinión y entretenimiento que necesita de la existencia de estos nuevos profesionales para dar a su público esa variedad que el propio vehículo exige de sus productores.

Las firmas ya reconocidas recibirán remuneraciones acorde con su fama; los nuevos, deberán pasar por el período de noviciado hacia la aceptación y la solicitud del público. Muchos de ellos, buscarán vivir únicamente de los ingresos que su oficio les ofrece, con todas las vicisitudes que esto implica. También de allí nacerán las diversas formas de multiplicidad de utilización de un material literario para hacerse pagar por él más de una vez, si es posible.

En algunos casos, un relato podía aparecer —con diferencia de semanas- en diferentes publicaciones (incluso claramente competitivas) con simples cambios en las líneas iniciales o en el nombre de los personajes.

Un caso que nos es muy familiar, el de Javier de Viana, puede servir de claro ejemplo de lo que señalamos.

Viana publica una sola novela durante su vida, así como más de setecientos cuentos. Gaucha, que aparece en 1899 en Montevideo, será utilizada por su autor en forma abundante durante los años de 1905 a 1907, rompiendo su unidad formal y convirtiéndola en múltiples cuentos que, con modificaciones de líneas iniciales y nombres de algunos de sus personajes, aparecerán en las revistas Pulgarcito, El Hogar y El Fogón. Hasta donde hemos podido investigar, más de quince cuentos fueron extraídos por Viana de esta novela de 1899.

En su correspondencia, Viana se refiere a esta imperiosa necesidad de buscar cualquier forma para cubrir compromisos con editores, para lograr un sustento que se basa únicamente en la producción literaria:

"... Mundo Argentino, en un nuevo espanto de economías, me redujo las colaboraciones a dos cuentos por mes ($ 80 m/n). Con eso pagaré el alquiler, y me quedan, para todos los gastos, los sesenta nacionales de El Siglo. No hay más, no se consigue nada ni en diarios ni revistas, a ningún precio. Usted sabe, caro amigo, que yo sólo sé ganar un peso con la pluma y faltándome mercado para mi producción se me presenta una situación horrible..."[15]

En una de sus cartas al editor montevideano O.M. Bertani, reconocerá que "más de una vez escribí cuatro cuentos en tres horas"[16]. Valdríala pena considerar que el hombre que dice esto en 1916, tiene, a esa fecha, más de trescientos cuentos publicados, muchos de ellos más de una vez, varias obras de teatro presentadas en Montevideo y Buenos Aires, y siete libros aparecidos. Hasta su muerte, en 1926, publicará otros cuatrocientos relatos que serán recogidos en oíros diez libros Es decir, estamos señalando al que, junto con Horacio Quiroga y Florencio Sánchez es sin duda uno de los escritores profesionales uruguayos más publicados en vida, uno de los que más tiempo de su vida dedicó a la literatura y a vivir de ella en exclusividad.

Esta situación que ejemplificamos en Javier de Viana, es similar para muchos otros escritores profesionales de la época. Algunos de ellos, apremiados por la falta de un ingreso fijo confiable, aceptarán la ayuda de políticos amigos que se traducirá en algún pequeño puesto burocrático. Tal será el caso de Florencio Sánchez y el propio Viana durante una época, así como de muchos otros que compensarán tos altibajos de la producción y la publicación con apoyos en el erario público.

Todavía los editores pagan poco por las ediciones de libros, sus tirajes no son demasiado grandes y los tiempos de recuperación del capital muy extendidos. Esto hace que los autores deban buscar formas muy rebuscadas para hacer que sus obras puedan rendirles más de un ingreso. Publicación en más de una revista o periódico, republicación pasado algún tiempo, edición de libros-colecciones, reedición con nueva distribución de relatos incluidos, y las formas más auto-plagiantes: reescritura de antiguas obras, segmentación de algunas extensas en otras menores, etc. Todo ello, como parte de las coordenadas que la misma profesionalización genera.

Al filo del nuevo siglo ha nacido una nueva ciudad. Tiene transporte colectivo, calles adoquinadas, edificios altos, teatros enormes, paseos y parques amplios, la vestimenta se hace sofisticada, la educación se amplia a más y más ciudadanos, la vida política parece encauzarse en el sistema parlamentario y electoral, se aplican novedosas tecnologías en las producciones básicas, se abren industrias desconocidas hasta pocos años antes, se rompe la casa-habitación como único ámbito de la relación social, la ciudad se vuelca sobre sí misma y requiere de más y más espacios para la sociabilización masiva, hay un deseo de información y opinión así como de entretenimiento que en gran parte es suplido por la industria de la prensa.

La nueva ciudad crea los nuevos oficios, transforma otros, hace desaparecer algunos. De todo ello, de la asunción definitiva de las rupturas y creaciones que esta época generará, nace un nuevo mundo en las ciudades que, poniendo el pasado campesino y ganadero en los ámbitos del folklore y la leyenda, se entregan a la modernización con el frenesí de la necesaria ruptura de marcos hasta entonces muy precisos y agobiantes.

Rubén Darío, en Flor argentina, dirá:

"Ella es la que a las reinas del gran París emula,

pues, como ellas, encanta y sonríe y ondula;

y cual idea transforma, al golpe de su pie,

en primavera pura un triste otoño enfermo,

en el Bois de Boulogne el Bosque de Palermo, [17]

y la calle Florida en la Rué de la Paix"

Del otro lado del Plata, en su Psalmo a Venus Cavalieri, Roberto de las Carreras dedica el poema a la ciudad que atrae: "¡A Buenos Aires que tiene sangre/ de Sybaris y de Alejandría!"[18], a la vez que databa sus notas periodísticas en la "Aldea de Montevideo".

Uno y otro poeta, en una y otra ciudad, sentían y eran atrapados por la fuerza irresistible de una modificación sustancial en sus vidas y en la de sus contemporáneos. Una fuerza que romperá los marcos de la vida tradicional latinoamericana, que se convertiría en un llamador irresistible a la vez que en un imán con diversas posibilidades de resultado: la ciudad como tal, la vida en comunidad múltiple y amplia, la liquidación de ciertos patrones y reglas de conducta, el nacimiento de otras, la enorme movilidad social, el crecimiento de sectores inexistentes hasta poco antes, que, como señala Noé Jitrik, van a conformar las "nuevas clases medias, resultado ya sea del afincamiento y ubicación de las primeras oleadas por sí mismas o por la generación siguiente, ya por la mezcla con sectores criollos, especialmente urbanos, de la vieja clase media porteña, venida a menos o sin pujos aristocratizantes.

Esta clase media es fuerte y apenas toma forma empieza a tener aspiraciones: entrar a la universidad, hacer política, dirigir la cultura, mezclarse con los sectores más altos, intervenir en la economía. No es fácil lograr todos los propósitos, pero a la larga el triunfo se consigue"[19].

Un nuevo siglo, una nueva vida ciudadana y cosmopolita, un nuevo esquema de relaciones sociales, un nuevo desarrollo económico, financiero, político, social y cultura] en el cual la ciudad pasará a ser protagonista activo.

Con ella, una nueva literatura con una nueva forma de profesional de las letras, que va a tener la ciudad como escenario, tema, hábitat y fuente de ingresos.

Años más tarde, toneladas de papel más tarde, Jorge Luis Borges podrá decir

"Las calles de Buenos Aires [20]

ya son mi entraña"

 

Referencias:

[1]. "Buenos Aires pintoresco". Caras y Caretas (Buenos Aires, Año II, Nro. 83,14 de febrero de 1900) p. 8.

[2]. Ernesto Sábato, El Escritor y sus Fantasmas (Buenos Aires: M. Aguilar Editor, 1963) p. 12.

[3]. Ángel Rama, "Diez problemas para el novelista latinoamericano" (La Habana: Revista Casa, Nro. 26, octubre-noviembre, 1964) /recogido en La Novela Latinoamericana, 1920-1980 (Bogotá: Procultura, 1982) p. 37.

[4]. Noé Jitrik, El 80 y su mundo (Buenos Aires: Editorial Jorge Alvarez, 1968) p. 87.

[5]. Enrique Méndez Vives, El Uruguay de ¡a modernización (Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1975) p. III

[6]. Ibid., p.9.

[7]. ibid., p.43.

[8]. Ibid.. p. 78. 140

[9]. Louis Dudek, Literature and the Press (Toronto: The Ryerson Press, 1960) p. 93.

[10]. Material extraído de los resultados de una investigación realizada por el autor, centrada en las colaboraciones literarias aparecidas en La Nación de Buenos Aires entre 1899 y 1905.

[11]. Gobello/Soler Cañas, citado por Ernesto Sábato, Tango: discusión y clave (Buenos Aires: Editorial Losada, 1963) p. 81.

[12]. Jorge Luis Borges/José Edmundo Clemente, El lenguaje de Buenos Aires (Buenos Aires: Emecé Editores, 1965) p. 57-60.

[13]. Sábato, Tango, p. 84.

[14]. Ibid.p. 144-145. 146

[15]. Alvarado Barros-Lémez, La obra cuentística de Javier de Viana (Caracas: Ed. del autor, 1980) p, 255.

[16]. ibid.,p. 262.

[17]. Rubén Darío, Poesías Completas (Madrid: Aguilar S.A. de Ediciones, 1954) p. 1081.

[18]. Roberto de las Carreras, Epístolas. Psalmos y Poemas (Montevideo: Claudio García &Cfa. Editores, 1944) p. 111.

[19]. Jitrik. op.cit., p. 108.

[20]. Jorge Luis Borges, "Las calles" en Fervor de Buenos Aires (1923) recogido Obras Completas (Buenos Aires: Emecé Editores, 1974) p. 17.

Álvaro Barros-Lémez
Revista de Crítica literaria latinoamericana
Latinoamericana editores
Año 9; Nos. 21/22
1er y 2do semestre 1985

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