La Puerta de la Ciudadela de la Colonia del Sacramento

Hace pocos años el caminante encontraba sobre el césped de la plaza principal de Colonia, repentinamente, una reliquia arqueológica que había formado parte del dintel de la antigua puerta de la ciudad.
Lijada un poco por la intemperie de más de dos siglos pregonaba allí, aún legible su misión de señalera —Reinando el rei D. Joao V: Nt. S. Anno 1745— de cuando estaba engarzada en lo alto de las murallas del norte, como una bandera de piedra.
Quienes tienen a su cargo las obras de preservación y reconstrucción de la Colonia del Sacramento antigua, rescatándola de los yuyales, la han integrado en la actualidad al acervo físico de la comunidad, restaurando los soterradas ruinas de sus muros, el foso, el puente levadizo y la puerta, que la sensibilidad artística de Federico Reilly muestra aquí en su evocación histórica.
Un día como hoy, el 25 de enero de 1753, en horas de la tarde, llegó hasta el foso de la ciudadela portuguesa, acompañado de su comitiva, el maestre de campo Gomes Freire de Andrada, gobernador y capitán general de Río de Janeiro y Minas Geraes.

Allí descendió de su caballo y, al quedar bajo palio, el gobernador de Colonia mariscal de campo Luis García de Bivar, con vestimenta galana de seda de color ceniciento, pronunció un discurso de bienvenida.
La respuesta de Gomes Freire, antes de recibir las llaves de la ciudad, fue ceñida y formal: "Si las felicidades del pueblo de esta Colonia se hubiesen de reglar por mis deseos, no habría ninguno más dichoso."
Veintiuna salvas de artillería de la plaza y del fuerte de San Gabriel saludaron su entrada. Luego, todo el numeroso acompañamiento se dirigió hacia la Iglesia Matriz por las calles de Santa Rita, de los Mercaderes y de la que llevaba el nombre de Jerónimo, el erudito y talentoso santo de Estridón. Durante lo ceremonia religiosa fue entonado el tedeum laudamus.
En horas de la noche fue servida una espléndida cena, en la que se utilizaron cubiertos de plata. Al día siguiente, también en reunión nocturna, hubo un sarao donde intervinieron treinta personas enmascaradas, vestidas costosamente con guarniciones de oro y plata, que bailaron contradanzas y minuetes. Niños de siete a ocho años, todos enmascarados primorosamente, danzaron ante la concurrencia, asimismo, bajo la dirección del conocido maestro en Lisboa André da Costa, quien bailó danzas altos con vestimenta de color carmesí.
La contradanza, según el musicólogo Lauro Ayestarán, es la "madre nutricia de las primitivas formas coreográficas del folklore rioplatense". Meses antes, el 23 de setiembre, se había bailado a orillas del arroyo de Castillos, del actual departamento de Rocha.
El día 27 de enero se realizó un concierto de cinco violines, interpretándose muchas sonatas y arias italianas. El 30 hubo también concierto y música y el 31 un sarao al que concurrieron cincuenta máscaras.
Un mes después, el 19 de febrero, llegó al Real de Vera el marqués de Valdelirios, acompañado de algunos oficiales a caballo. Allí fue a buscarlo, con su carruaje, el gobernador de Colonia. El 25, en su homenaje, se corrieron caballadas, —en las que participaron doce caballeros con vestimentas de color -encarnado y doce de azul—, lanzas, cañas, alcancías, cabezas y escaramuzas.
Asi se rindió homenaje en Colonia a los jefes de las misiones portuguesa y española de demarcación de la América Meridional, que habían de fijar los limites concertados por el Tratado de Madrid o de Permuta: Gomes Freire de Andrada, futuro conde de Bobadella, y Gaspar de Munibe, marqués de Valdelirios.
Había transcurrido casi una década cuando, un día como hoy, corriendo el 2 de noviembre de 1762, un suceso trascendente vino a conmover la atención pública mundial de aquellos tiempos, un acontecimiento inscripto en la cadena de litigios entre las coronas de Castilla y la de Portugal: la entrada en Colonia, al capitular la Plaza, del entonces gobernador de Buenos Aires Pedro de Cevallos, llamado con justicia "el último resplandor de España en América".
Así lo describe un calificado testigo presencial: "a la una del día se tocó en el campamento la Asamblea; a las dos la marcha, y se puso la tropa en movimiento en el siguiente orden: los lacayos de S. E. con un caballo cubierto; cuatro Dragones con sable en mano, dos Capitanes, el Capellán Mayor y el Auditor de Guerra, todos a caballo. Lee seguía el Mayor General con 12 Dragones a pie, y formados, dos trompetas, dos trompas y los timbales que alternando con los tambores y pífanos batían ya la marcha dragona y la de infantería. A ocho pasos de distancia seguía S. E. que se hacía distinguir por su caballo y por su urbanidad con que saludaba a toda la carrera a un inmenso gentío portugués que había salido al camino. Seguía después el Teniente Coronel D. Diego de Salas, a pie, conduciendo una columna de 700 hombres de tropa reglada; y en la trinchera se incorporó en ella don Eduardo Wall con 200 Dragones.
Esta comitiva y la bizarría de la tropa causó admiración y terror a todos los portugueses de la Colonia, cuyos principales vecinos, comerciantes y oficiales, salieron fuera del portón a recibir a nuestro General, quien directamente se fue a la Iglesia Matriz y al entrar en ella, entonó el Capellán Mayor del Ejército el Te - Deum laudamus."
También cruzó esa misma puerta coloniense, reconstruida en la actualidad, el 15 de febrero de 1811, el entonces capitán de Blandengues y futuro Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres José Artigas para tomar la dirección, poco tiempo después, del movimiento revolucionario de la Banda Oriental. Episodio de contornos legendarios de la dramática y apasionante historia de la Colonia del Sacramento, ciudad cuyo recuerdo tiene sitio en las estrofas del himno patrio de los argentinos, como justiciero galardón por su participación valiosa en la civilización de América.

por Aníbal Barrios Pintos
Almanaque del Banco de Seguros del Estado - años 1975/76

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