Las carretas orientales

Breve subsidio para su historia

por Aníbal Barrios Pintos

Cuando Cervantes imaginó las andanzas de Don Quijote, por supuesto, ya se conocían en España las carretas. Lo documenta en 1604, en el capítulo XLVII de la primera parte del libro más famoso de la literatura española, cuando dice: "el va encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intención de aquellos a quien la virtud enfada y la valentía enoja."

 

Tres años después, en noviembre de 1607, llegaron a nuestro territorio traspasando el río que da nombre a nuestra patria, cuando el gobernador criollo Hernando Arias de Saavedra inició con 20 carretas la exploración del interior de la que él denominara "Banda de los Charrúas".

 

Más de un siglo había transcurrido cuando, en julio de 1724, el genovés Jorge Burgues se trasladó desde Buenos Aires al arroyo de las Vacas con sus peones y carretas.

 

Desde allí se dirigió a la bahía de Montevideo para ser el primer poblador civil de la ciudad naciente.

 

Rechinando quejumbrosas sus ruedas, durante la época en que el virrey Cevallos se encontraba en el pueblo misionero de San Juan o en el de San Borja, tropas de carretas que en alguna ocasión alcanzaron la cantidad de setenta y siete, transportaron desde el campamento del Salto Chico del Uruguay y Fuerte de San Antonio (1756 - 1761), provisiones alimenticias, municiones, pertrechos de guerra y herramientas, enviadas desde Buenos Aires con destino al ejército español, al término de la Guerra Guaranítica.

 

El mismo Pedro de Cevallos, durante la guerra con Portugal, luego de la rendición de la Colonia del Sacramento, partirá el 20 de marzo de 1763 en dirección a Maldonado con su comitiva y cien carretas, iniciando así su fulminante campaña que culminará con la toma de Río Grande.


Las carretas del Rey

El Real de San Carlos fue lugar de concentración de carretas por aquella época. Desde allí, el capataz mayor de las carretas del rey, Miguel de Arellano, marchará hacia el pueblo de Yapeyú, en enero de 1770, con su ayudante y tres peones, para hacerse cargo de 34 carretas y 500 bueyes. De regreso al Campo de Bloqueo —el 1 8 de abril— llegará con una importante carga de tablones, tablas, tacuaras y efectos procedentes de los pueblos misioneros de la Cruz (yerba) y de San Borja y Santo Tomé (piezas de lienzo).

El capataz mayor de las carretas reales viajaba asistido por ayudantes (laderos), carpinteros, encargados de la reparación de carretas y peones, entre los que había boyeros y caballerizos. Cada carreta era manejada por un picador. En circunstancias excepcionales eran orientados por uno o mas baqueanos.

Carreteros que trabajaban por cuenta propia o de los hacendados, comerciantes o pulperos trajinaban, asimismo, cueros y sebos desde el interior oriental hacia Montevideo.
Ciento catorce carretas cruzarán la soledad de nuestros campos rumbo al cerro de Aceguá en los meses de noviembre y diciembre de 1773, transportando la maestranza, útiles de enfermería y víveres de la expedición que el gobernador Juan José de Vértiz abriera contra los portugueses, que se habían apoderado de territorios españoles.

Durante la forja de nuestra nacionalidad

La carreta estará unida a la raigambre más profunda de la formación nacional. En ellas llegaron familias, herramientas y semillas, para dar nacimiento a pueblos orientales. Un millar de carretas fueron vivienda rodante, "cuna y alcoba" para las heroicas familias que siguieron a Artigas en su "derrota" hacia el Ayuí. El Jefe de los Orientales, según lo dijera el chileno José María Carrera, tendrá durante largo tiempo "su gobierno dentro de una carreta". Por el interior patrio, anduvo también peregrinando en carreta hasta 1828 la carreta del Ejército Republicano, que llegara a la Provincia Oriental desde Buenos Aires en Febrero de 1826.

Ya constituida la República, en dos carretas de Jacinto Trápani, con tres yuntas de bueyes cada una, fueron conducidas en mayo de 1831, desde Durazno a Montevideo, familias de los charrúas hechos prisioneros en el ataque del Potrero de Salsipuedes.

Once años después, al Norte del río Yí, en Maciel, a partir del 15 de abril de 1842, mós de 700 carretas toldadas formarán un pueblo con seis calles principales, una plaza y una capilla para unas "25.000 almas", seguidoras de Fructuoso Rivera luego del desastre de Arroyo Grande. El poeta duraznense Pedro Montero López dirá que era "un pueblo de carretas que tenía sellada su suerte pasajera, por haber sido edificado sobre ruedas..."

Abriendo caminos a la civilización y al progreso

Las carretas tuvieron que sortear muchos inconvenientes en tiempo en que el hombre tenía cabal sentido de la lucha con la naturaleza, durante sus viajes por la campaña oriental: temporales, garúas, aguaceros, ráfagas ululantes de viento, barriales, pantanos, arroyos y ríos desbordados, que detenían las despaciosas caravanas por días, semanas y en algunas ocasiones, hasta meses.

Fueron ambulancia u hospital para el herido, celda precaria, pulpería "volante" y hasta fue utilizada por mujeres galantes, las "quitanderas", para ejercer en ellas la prostitución, como lo describiera el escritor salterio Enrique Amorim en su novela llamada, precisamente, "La carreta" y lo inmortalizara Pedro Figari en una de sus creaciones pictóricas más originales. Fue asimismo, en ocasiones, casa bancaria: recuérdese cuando en carretas se llevaron los caudales del gobierno de Montevideo a lo Argentina, en tiempo de la invasión inglesa.

En las faenas de paz, las carretas transportaron con destino a las pulperías y demás comercios del interior uruguayo y pueblos fronterizos del Brasil, los mercancías que llegaban a Montevideo en los barcos de ultramar: vajillas, piezas de tela, alambre, bebidas, guitarras, junto con ponchos, bombachas, calzados y medicinas para las boticas y aperos. Retornaban con cueros, lanas y productos nacionales y del vecino país de Norte, entre ellos, yerba, tabaco, fariña, mandioca, arroz, dulces, azúcar, café...

En un atardecer del otoño de 1962, viajando en avión sobre la línea divisoria del departamento de Rivera y el estado de Río Grande do Sul, observé tres carretas que marchaban, bamboleantes, con el andar pachorriento de sus bueyes. Nunca más volví a ver carretas en pleno quehacer de comunicación y comercio.

Hoy la carreta, que detuvo su marcha en algún Museo, Sociedad Criolla o alguna estancia de nuestra campaña, tiene su monumento en Montevideo donde, según ha dicho Germán Areniegas, los uruguayos "han puesto más bronce, más emoción, que en ninguna estatua personal".

por Aníbal Barrios Pintos
Almanaque del Banco de Seguros del Estado - año 1980

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