Artigas y Azara: fundación de San Gabriel. — La guerra de 1801. — Su
vida en 1802, 1803 y 1804. — Casamiento de Artigas. — Pide el retiro del
ejército. — Nómbrasele jefe del resguardo. — Artigas y las invasiones
inglesas. — Los gobernantes españoles tuvieron siempre el más alto
concepto de Artigas. — Conclusión.
Portugal seguía paso a paso en estas regiones su lucha de preponderancia
con la metrópoli. Colonias de conquista sobre territorios dilatados, se
promovían entre los ambiciosos vecinos las cuestiones y rencillas
comunes a países de fronteras indeterminadas. Aquél no desperdiciaba
ningún contratiempo que tuviera España en Europa para adelantar sus
límites en el suelo uruguayo. Convencido el célebre naturalista Félix de
Azara de que si no se poblaba la frontera continuaría la usurpación y se
perderían en definitiva las Misiones, propuso en 1800 al marqués de
Aviles fundar en aquélla varios pueblos, empleando las millas destinadas
a la costa patagónica que se habían quedado aquí consumiendo anualmente
al Estado cincuenta mil pesos en su manutención. Si se resistían,
cesaría la pensión repartiendo gratuitamente las tierras a los
pobladores voluntarios que se presentasen.
El virrey aprobó la idea con entusiasmo a pesar de la oposición de
algunos refractarios, nombrando al naturalista comandante general de la
campaña en todo lo relativo a poblaciones, a fin de superar "los
obstáculos que suelen detener y aun frustrar empresas de esta clase".
Para que lo auxiliasen en la obra puso a sus órdenes al teniente Rafael
Gascón y al ayudante José Artigas, "en quienes, escribe el virrey,
respectivamente concurren las cualidades que al efecto se requieren, sin
perjuicio de las demás que dicho señor comisionado considere oportunas
para los distintos fines de su mandato y comisión". Acompañaba también
al delegado el teniente Félix Gómez, comandante de la guardia de Batoví,
Joaquín de Paz de la de Arredondo y los oficiales de blandengues Isidro
Quesada, Agustín Belgrano y el cadete Juan Gómez.
Azara fundó en la costa del Yaguarí, sobre la guardia de Batoví, el
pueblo San Gabriel, poniéndole este nombre por haber firmado el decreto
el virrey el 18 de mayo, día que la iglesia conmemora al arcángel. Antes
de emprender la división de tierras, pensaba Azara levantar el mapa de
la zona, pero considerando los perjuicios que la demora de esa medida
ocasionaría por la cantidad de pobladores que se presentaban, mudó de
opinión, confiando a Artigas la tarea de proceder al reparto asesorado
por el piloto de la Real Armada, Francisco Mas y Coruela. Artigas
fracciona para chacras y estancias los campos comprendidos entre la
frontera y el Monte Grande, desalojando a los portugueses que los
detentaban ilegalmente; demarca y amojona los lotes, señala sus
respectivos límites, dando posesión a cada poblador de la porción que se
le adjudicaba, entregando después al naturalista los antecedentes de la
operación y los requisitos necesarios para que éste pudiera expedir a
los interesados los títulos de resguardo y hacer las anotaciones del
caso en el libro de empadronamiento.
II
Quiso la fatalidad que esta obra pacífica y civilizadora se
interrumpiera en 1801 por la desgraciada guerra que Carlos IV empujado
por Bonaparte declaró a Portugal y que no tuvo más resultado que la
pérdida de esas Misiones, que con tantos desvelos y desinterés procuraba
Azara conservar a su patria. En cuanto tuvo noticia de la ruptura,
ordenó a Artigas se retirara a Montevideo, pero estimando éste ser
insuficiente la guarnición de Batoví para repeler al enemigo por las
pocas fuerzas de que podía disponer por ese lado, resuelve quedarse,
dispuesto a defender el punto hasta el último extremo.
Causas ajenas a su voluntad, frustraron sus anhelos de soldado y
ciudadano. El comandante de la plaza mantenía estrechas relaciones con
los lusitanos, admitiendo en su intimidad a un soldado que lo visitaba
diariamente. Repetidas veces le reprochó Artigas su conducta, que hacía
sospechar de su fidelidad, mas el otro no hacía caso siguiendo su
correspondencia con los portugueses. Inquieto Artigas, le manifiesta
rotundamente que en tiempo de guerra no era lícito a ningún jefe tener
entrevistas con el enemigo, y que era menester prender a aquel soldado
por no ser más que un espía enviado para enterarse del estado y recursos
de la guarnición. Gómez le contesta que no hará eso porque el soldado le
debe setecientos pesos, y de ese modo no los cobraría; cuando se trata
de salvar los intereses públicos, replicó Artigas, se sacrifican los
particulares, y convencido de lo infructuoso de sus esfuerzos para
desviarlo de la senda de la traición, reúne a su gente y se replega a
Cerro Largo, punto de concentración de las fuerzas españolas; supo en el
camino que a las pocas horas de haber abandonado la plaza, se
posesionaron de ellas los portugueses después de poner Gómez en libertad
a los prisioneros que tomó Ortiguera en el combate librado días antes.
Se incorporó enseguida Artigas a la división de don Nicolás de la
Quintana, en marcha para el río Santa María, con el objeto de evitar la
irrupción que por esa parte pretendía hacer el adversario. Cruzan los
campos que riega el Ibicuy, poniéndose en contacto en los primeros días
de noviembre con sus avanzadas en el vado de la Laguna, y cuando
Quintana se disponía a atacarlas recibe orden de retroceder con urgencia
en socorro de Meló, amenazada por las fuerzas reunidas en Yaguarón;
contramarcha con toda celeridad atravesando con la artillería inmensos
cháncales y pantanos intransitables, pero a pesar de su decisión se
encontró con que la villa había capitulado, entregándose al coronel
Manuel Marques de Souza. Entre tanto se acercaba Sobremonte al frente de
fuerzas respetables. Así que los portugueses tuvieron conocimiento,
desalojaron Cerro Largo y Yaguarón, estando tan amedrentados, según dice
el vizconde de San Leopoldo, que en la ciudad de Río Grande los
habitantes enfardaban mercaderías y muebles para transportarlos a la
ribera opuesta, y los propietarios de los campos comarcanos arreaban sus
ganados al interior. Esto no obstante, el malhadado subinspector se
limitó a costear las vertientes del Yaguarón, y en vez de invadir Río
Grande del cual se habría podido apoderar por carecer de fuerzas
suficientes que oponerle, desprendió a Misiones al coronel Bernardo
Lecoq encargando a Artigas de la dirección de la ruta y conservación de
la artillería y carruaje que llevaba. En la marcha recibieron órdenes de
suspender las hostilidades por haber firmado la paz los beligerantes en
Badajoz. Entonces Artigas vino a Montevideo, donde pasó iodo el año 1802
con parte de enfermo.
III
Ensoberbecidos los lusitanos por sus triunfos debidos antes a la
impericia y carácter pusilánime de Sobremonte que a su denuedo,
trataron de posesionarse de los campos que se extienden desde Misiones a
Río Negro, distribuyendo algunos a sus paniaguados, y lanzaban en todas
direcciones partidas sueltas que recorrían el territorio uruguayo
arriando con cuanto ganado encontraban. Desesperados los hacendados,
pidieron en 1803 a Sobremonte, que por una mueca del destino ocupaba ya
el sillón glorioso de Vértiz y de Cevallos, que en remedio de sus males
se sirviera nombrar al teniente de blandengues don José Artigas, para
que, comandando una partida de hombres de armas, se constituyese a la
campaña en persecución de los perversos.
Con parte de la guarnición de Montevideo y Maldonado y alguna artillería
se forma un destacamento, con el cual sale aquél a desempeñar su
comisión, sorprendiendo a una fuerza portuguesa desprendida de San
Nicolás, a la que hizo siete prisioneros, y acosa hasta en sus guaridas
a los indígenas y bandidos que aprovechando la anarquía existente se
entregaban a sus robos sin temores ni recato; "se portó, consignan los
hacendados, con tal eficacia, celo y conducta, que haciendo prisiones de
los bandoleros y aterrorizando a los que no cayeron en sus manos por
medio de la fuga, experimentamos dentro de breve tiempo los buenos
efectos a que aspirábamos viendo sustituido en lugar de la timidez y
sobresalto la quietud de espíritu y seguridad de nuestras haciendas" y
en manifestación "de su justo reconocimiento" le acordaron el donativo o
gratificación de quinientos pesos.
Al volver a Montevideo solicita de S. M. el 10 de marzo de 1803, ser
agregado a esta plaza con sueldo de retirado: "las continuas fatigas de
esta vida rural, dice, por espacio de seis años y más, las inclemencias
de las rígidas estaciones, los cuidados que me han rodeado en estas
comisiones (que enumera) por el mejor desempeño de mi deber, han
aniquilado mi salud en los términos que indican las adjuntas
certificaciones de los facultativos, por lo cual hallándome
imposibilitado de continuar mi servicio con harto dolor mío, suplico a
la R. P. de V. M. me conceda el retiro en clase de agregado a la plaza
de Montevideo y con el sueldo que por reglamento se señala". Su
Majestad le niega el retiro porque no quiere privarse de sus servicios,
volviendo nuevamente a la lucha.
A mediados de 1804 se hace cargo el coronel Francisco Javier de Viana de
la comandancia de campaña llevando a Artigas de ayudante, quien lo
secunda bravamente en sus riñas con los charrúas. Durante esa expedición
denuncia un campo de una legua de frente por seis de fondo en el rincón
del arroyo Arerunguá, donde más tarde se dio la batalla de Guayabos, y
se le otorga en propiedad a él y a sus herederos.
IV
El 20 de marzo de 1805, desde su campamento de Tacuarembó Chico a cien
leguas de la capital, reitera su pedido de licencia absoluta del
ejército y el Rey se la concede con goce del fuero militar y derecho a
usar el uniforme de retirado. Es el caso de preguntar: ¿estaba en
realidad enfermo, o la licencia obedecía a otro motivo que no quería
hacer público? Puede ser que los seis años de trabajo y las penurias de
la vida de soldado quebrantaran su salud y necesitase descansar para
recuperar las fuerzas perdidas; con todo creemos que la causa verdadera
la oculta Artigas, por no ser la enfermedad física sino moral. Sus
últimas estadías en Montevideo se prolongan demasiado y llaman la
atención: pasa en esta ciudad todo el año 1802 como se ha visto; nueve
meses de 1803 y la mitad de 1804; si fuera por enfermedad no habría
salido al campo cuando los hacendados reclamaron sus auxilios o cuando
Viana lo pide de ayudante. Luego no hay duda alguna que otra cosa lo
detiene y a nuestro entender hela aquí: Artigas amaba tiernamente a su
hermosa prima Rafaela Rosalía Villagrán, hija de don José Villagrán y de
doña Francisca Artigas, la cual le correspondía con igual
apasionamiento.
Para poder pasar temporadas a su lado obtenía licencia de enfermo, pero
este recurso, como se comprende, era precario; de repente interrumpía el
idilio una orden superior que lo enviaba por tiempo indeterminado a cien
o doscientas leguas de Montevideo y no había más remedio que obedecer y
marchar. Esto lo desespera y empieza a mirar con ojeriza a una carrera
que lo obliga a interminables ausencias sin ninguna compensación. No
pudiendo desligarse de sus deberes mientras vista la casaca militar,
resuelve hacer a su amada el sacrificio de aquélla y pide entonces su
baja absoluta. Lo que lo demuestra es que su separación del ejército
coincide con la celebración del matrimonio realizado el 31 de diciembre
de 1805. Después de los primeros entusiasmos vuelve a su regimiento sin
que se repitan las dolencias de que se quejaba antes.
Al año siguiente nace su hijo José María, único vastago del gran
caudillo. Doña Rafaela después de ser madre tuvo ataques de enajenación
mental, y bien que gozaba de intervalos lúcidos, esta desgracia veló
desde el principio las alegrías del hogar. Artigas profesó entrañable
afecto a su esposa. En la correspondencia con su suegra en los años 1815
y 1816, dedica frases cariñosas a su "querida Rafaela", como él la
llama: si las noticias de su salud son buenas emplea la nota festiva
"expresiones a Rafaela, dice, dígale que no sea tan ingrata y que tenga
ésta por suya"; si por el contrario son desfavorables porque el mal
avanza, contesta resignado aunque con profunda tristeza; en una carta
fechada en Purificación, después de encarecer se cuide con empeño de la
educación de su hijo, añade: "de Rafaela sé que sigue lo mismo, ¡cómo ha
de ser! cuando Dios manda los trabajos no viene uno solo. Él lo ha
dispuesto así, así me convendrá. Yo me consuelo con que esté a su lado,
porque si usted me faltase serían mayores mis trabajos, y así el Señor
le conserve a usted la salud".
V
Retirado del servicio activo, lo hace el gobernador Ruiz Huidobro
oficial del resguardo con jurisdicción desde el Cordón al Peñarol.
Estando en este puesto tuvo lugar un incidente que es menester narrar
para comprender cómo se procedía en aquella época en materia de
arrestos. Un sargento de milicias había propinado una paliza a su mujer,
y la infeliz se refugió en casa de un alférez. El marido fue a
reclamarla, e indignado porque la otra no quiso salir, hizo varios
disparos al oficial. En conocimiento Artigas del suceso, manda cuatro
hombres a prender al sargento; éste no se entrega, manifestando que sólo
muerto saldrá de su vivienda, y al efecto muestra las armas que tiene
para defenderse: tres pistolas, una carabina y un sable, en una palabra,
un verdadero arsenal. Artigas ordena a la gente que se retire; expone el
hecho a Huidobro y concluye en estos términos la comunicación: "el
sargento que mandé me hizo chasque diciéndome que lo prendería
matándolo. Yo le contesté que se retirase. Esto supuesto, podrá V. S.
mandarme avisar si para prenderlo hace armas según intenta si podré
tirarle; pues quiero dar parte a V. S. por si tiene la aprehensión de
dicho sargento mal resultado no se hagan cargos contra mí". Sesenta
años más tarde, en pleno progreso, y con una educación más depurada, las
policías de su ciudad natal no andaban con tantos miramientos para
arrestar a un desertor o a un delincuente!
VI
Nuevos acontecimientos se preparaban en el nublado horizonte de la
política española que pondrían a prueba el vigor de las colonias del
Plata. El 20 de octubre de 1805, Nelson derrota en Trafalgar a las
escuadras española y francesa, quedando Inglaterra dueña exclusiva de
los mares. Era evidente que aprovecharía esa gran victoria para
satisfacer su ambición, tentando la conquista de las ricas posesiones de
que España disfrutaba en las cinco partes del mundo. En noviembre de
dicho año llega a Montevideo la noticia de que un convoy inglés había
recalado en la bahía de todos los Santos en la costa brasileña. La
noticia despertó en la ciudad la inquietud consiguiente, tomándose en el
acto las medidas necesarias para afrontar cualquier eventualidad;
ciudadanos y gobierno concurren a la obra allegando recursos para
vigorizar la defensa de la plaza. El rico saladerista Juan José Seco
crea y mantiene de su peculio un escuadrón de doscientos hombres, y una
vez listo lo entrega al gobernador que lo pone bajo la dirección de
Artigas enviándolo al campo volante. El convoy inglés pasa felizmente
de largo en ruta al Cabo Buena Esperanza, colonia holandesa del Sud de
África, de la que se apodera después de breves combates. Allí se instala
sintiendo las seducciones de los países situados a su frente al otro
lado del Atlántico. Las narraciones medrosas de la tripulación de un
corsario español, la fragata "Dolores", salida de Montevideo y hecha
prisionera a la altura de la isla de Asunción, animan al comodoro
William Popham a posesionarse de Buenos Aires, lo que consigue con
facilidad en junio de 1806.
Montevideo se agita al saber la noticia e improvisa una expedición para
reconquistar la capital del virreinato. Artigas que había sido
reincorporado a los blandengues en donde pasó los mejores años de su
carrera, ve salir a sus camaradas sin poder acompañarlos porque el
regimiento queda de guarnición en la provincia temerosa de algún ataque
de las fuerzas de Popham. Entonces se presenta al gobernador y le ruega
que ya que no pueden ir los blandengues, se le permita a él agregarse a
los gloriosos cruzados. Huidobro accede a sus súplicas y le da un pliego
para Liniers encargándole que mande con el portador la noticia de la
victoria o la derrota. Artigas marcha, alcanza al ejército en los
Corrales de Miserere, pelea en el Retiro y en la Plaza Victoria, y luego
de la rendición de Berresford, se embarca en un bote, naufraga, gana a
nado la orilla como César con su parte en el brazo, llega a Montevideo y
trae al gobernador la ansiada noticia.
Cuando a Montevideo le toca el turno de repeler la agresión extranjera,
ocupa también su puesto de honor y no podía menos de hacerlo así quien
se adhiere con tanto entusiasmo a las fuerzas reconquistadoras.
Hostiliza a la división inglesa que se posesiona de Maldonado; se opone
a su desembarco en el Buceo y, en vez de huir al campo como huyó casi
toda la caballería, se repliega a la plaza defendiéndola con tesón
durante todo el sitio; asiste al combate del Cardal, habiéndose portado
él y sus conmilitones en todas estas acciones, dice el comandante
Ramírez de Arellano, "con el mayor enardecimiento y sin perdonar
instante ni fatiga". Asaltada y tomada la plaza de Montevideo el 3 de
febrero de 1807, Artigas no se entrega, se embarca para el Cerro y sigue
hostilizando a los ingleses en los seis meses que la ocupan. Evacuada
ésta, vuelve a su vieja tarea de blandengue, persiguiendo delincuentes,
indios y portugueses, pudiendo escribir con razón en 1809 a su suegra:
"Aquí estamos pasando trabajos siempre a caballo para garantir a los
vecinos de los malhechores". El 5 de setiembre del año siguiente,
obtiene los entorchados de capitán de la tercera compañía de Blandengues
por fallecimiento de aquel Miguel Borraz, a quien había disputado ese
mismo puesto en 1799".
VII
Los gobernantes españoles tuvieron siempre el más alto concepto de
Artigas, reconociendo todos sus grandes cualidades. Los documentos que
de ellos nos quedan lo enaltecen y encomian sobremanera. Ninguno
consigna las imputaciones que más adelante le enrostran sus adversarios.
Al empezar la revolución no dudaron un instante de su fidelidad; en 1810
le daban todavía misiones delicadas y de confianza. Cuando supieron su
fuga a Buenos Aires les causó asombro y comprendiendo que en esa
deserción iba englosada la pérdida de la provincia. Buscaron desde los
primeros momentos por todos los medios a su alcance, por la amistad, por
el parentesco, y haciéndole brillantes y halagadoras promesas, que
volviera a las filas abandonadas. Para que se vea que no inventamos
transcribiremos un párrafo de la exposición que don Rafael Zufriategui
hizo a las Cortes españolas el 4 de agosto de 1811. Refiriéndose a la
deserción de los oficiales de Blandengues dice: "Habiendo causado
asombro esta deserción en dos capitanes de dicho cuerpo llamados don
José Artigas, natural de Montevideo y don José Rondeau natural de Buenos
Aires, cuyo individuo acababa de llegar de la Península y era
perteneciente a los prisioneros en la pérdida de aquella plaza. Estos
sujetos, en todo tiempo se habían merecido la mayor confianza y
estimación de todo el pueblo y jefes en general por su exactísimo
desempeño en todas clases de servicios; pero muy particularmente el don
José Artigas para comisiones de la campaña por sus dilatados
conocimientos en la persecución de vagos, ladrones, contrabandistas e
indios charrúas y minuanes que la infestan y causan males irreparables,
e igualmente para contener a los portugueses que en tiempo de paz
acostumbran usurpar nuestros ganados y avanzan impunemente sus
establecimientos dentro de nuestras líneas.
Días antes de la batalla de Las Piedras, estando acampado Artigas en el
Santa Lucía Chico, llega su primo Manuel Villagrán con un mensaje de
Elío pidiéndole que reconozca el pabellón español; el caudillo envía a
Villagrán a Buenos Aires para que se le juzgue y, después de rechazar la
propuesta con indignación, dice a Elío: "vuesa merced sabe muy bien
cuanto me he sacrificado en el servicio de S. M.; que los bienes de
todos los hacendados de la campaña me deben la mayor parte de su
seguridad; ¿cuál ha sido el premio de mis fatigas? El que siempre ha
sido destinado para nosotros. Así, pues, desprecie vuesa merced la vil
idea que ha concebido, seguro que el premio de la mayor consideración
jamás será suficiente a doblar mi conducta ni hacerme incurrir en tan
horrendo crimen".
¿Es ésta la expresión de la soberbia o del odio? Ni lo uno ni lo otro.
Artigas condensa en esa frase que equivale a un proceso, los motivos que
precipitan a estos países a la independencia. España no quiso hacer de
sus súbditos ciudadanos; apegada a la tradición como el pólipo a la
roca, se resiste a refrescar sus instituciones en los principios
esparcidos por la democracia moderna, y sus hijos embebidos en ellos con
todo el entusiasmo de la juventud, se emancipan para establecerlos y
sancionarlos por sí mismos.
CONCLUSIÓN
Este es el resumen de los hechos en que actuó Artigas antes de 1810.
Pocos son los lunares, y si algunos existen son de los que provienen de
la naturaleza humana y a los cuales no puede sustraerse el individuo.
Había quizá en Montevideo uno que otro oficial más instruido, pero
ninguno le superaba en energía, resolución y prestigio. Es la figura
militar más eminente, la que más se destaca entre sus compatriotas que
se agrupan a su alrededor, confiados en las inspiraciones de su
experiencia y de su audacia. Estaba predestinado a la misión que le
señalaron los acontecimientos. Cuando en el momento preciso da el grito
de emancipación, brotan de su tierra soldados como los lirios "bajo la
mirada del Jesús de la leyenda". Nadie podía, pues, disputarle el
derecho de lanzar a la pequeña nave uruguaya en el mar borrascoso de la
revolución.
Montevideo, agosto de 1907.
Referencias:
Memoria de Azara y libro de Empadronamiento del Archivo del Juzgado
Nacional de Hacienda.
Artigas a Sobremonte (1801), en Lobo, Historia de las antiguas
colonias hispano-americanas.
Vizconde de San Leopoldo, Anna.es da provincia de San Pedro, página
274.
Revista del Cuerpo de Blandengues. M. S. Archivo Administrativo.
Nota de Artigas a Su Majestad, del 24 de octubre de 1803. Archivo
Argentino; ídem de marzo de 1805, Archivo, ídem.
De esta pareja descienden las familias de esta sociedad Villegas,
Vidal, Pereira y Villagrán.
Carta de Artigas a doña Francisca Artigas, de 15 de agosto de 1815.
Carta da Artigas a doña Francisca Artigas, de 1º de mayo de 1816.
Parte de Artigas a Ruiz Huidobro. 5 de junio de 1806. M.S. del
Archivo de don Isidoro de María.
M. S. del Archivo Público. Expediente invasiones inglesas.
M. S. del Archivo Administrativo. este parte debe de ser el que
publicó mi hermano Hugo en su Centenario de la Reconquista, pág. 57
M. S. del Archivo Administrativo.
Libro de mercedes, etc.. Archivo Administrativo.
M. S. del Archivo Administrativo.
Carta de Artigas a Antonio Pereira, de 4 de mayo de 1811.
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