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Capítulo IV
Artigas desde 1800 hasta la Revolución

Lorenzo Barbagelata

Sobre el cuadro ver: "La Revolución en marcha" - Inspirada en la madrugada de la batalla de Las Piedras 1811 - Autor - pintor Richard Bentancor Candelaresi

Artigas y Azara: fundación de San Gabriel. — La guerra de 1801. — Su vida en 1802, 1803 y 1804. — Casamiento de Artigas. — Pide el retiro del ejército. — Nómbrasele jefe del resguardo. — Artigas y las invasiones inglesas. — Los gobernantes españoles tuvieron siempre el más alto concepto de Artigas. — Conclusión.

Portugal seguía paso a paso en estas regiones su lucha de preponderancia con la metrópoli. Colonias de conquista sobre territorios dilatados, se promovían entre los ambiciosos vecinos las cuestiones y rencillas comunes a países de fronteras indeterminadas. Aquél no desperdiciaba ningún contratiempo que tuviera España en Europa para adelantar sus límites en el suelo uruguayo. Convencido el célebre naturalista Félix de Azara de que si no se poblaba la frontera continuaría la usurpación y se perderían en definitiva las Misiones, propuso en 1800 al marqués de Aviles fundar en aquélla varios pueblos, empleando las millas destinadas a la costa patagónica que se habían quedado aquí consumiendo anualmente al Estado cincuenta mil pesos en su manutención. Si se resistían, cesaría la pensión repartiendo gratuitamente las tierras a los pobladores voluntarios que se presentasen.

El virrey aprobó la idea con entusiasmo a pesar de la oposición de algunos refractarios, nombrando al naturalista comandante general de la campaña en todo lo relativo a poblaciones, a fin de superar "los obstáculos que suelen detener y aun frustrar empresas de esta clase". Para que lo auxiliasen en la obra puso a sus órdenes al teniente Rafael Gascón y al ayudante José Artigas, "en quienes, escribe el virrey, respectivamente concurren las cualidades que al efecto se requieren, sin perjuicio de las demás que dicho señor comisionado considere oportunas para los distintos fines de su mandato y comisión". Acompañaba también al delegado el teniente Félix Gómez, comandante de la guardia de Batoví, Joaquín de Paz de la de Arredondo y los oficiales de blandengues Isidro Quesada, Agustín Belgrano y el cadete Juan Gómez.

Azara fundó en la costa del Yaguarí, sobre la guardia de Batoví, el pueblo San Gabriel, poniéndole este nombre por haber firmado el decreto el virrey el 18 de mayo, día que la iglesia conmemora al arcángel. Antes de emprender la división de tierras, pensaba Azara levantar el mapa de la zona, pero considerando los perjuicios que la demora de esa medida ocasionaría por la cantidad de pobladores que se presentaban, mudó de opinión, confiando a Artigas la tarea de proceder al reparto asesorado por el piloto de la Real Armada, Francisco Mas y Coruela. Artigas fracciona para chacras y estancias los campos comprendidos entre la frontera y el Monte Grande, desalojando a los portugueses que los detentaban ilegalmente; demarca y amojona los lotes, señala sus respectivos límites, dando posesión a cada poblador de la porción que se le adjudicaba, entregando después al naturalista los antecedentes de la operación y los requisitos necesarios para que éste pudiera expedir a los interesados los títulos de resguardo y hacer las anotaciones del caso en el libro de empadronamiento
[30].

II

Quiso la fatalidad que esta obra pacífica y civilizadora se interrumpiera en 1801 por la desgraciada guerra que Carlos IV empujado por Bonaparte declaró a Portugal y que no tuvo más resultado que la pérdida de esas Misiones, que con tantos desvelos y desinterés procuraba Azara conservar a su patria. En cuanto tuvo noticia de la ruptura, ordenó a Artigas se retirara a Montevideo, pero estimando éste ser insuficiente la guarnición de Batoví para repeler al enemigo por las pocas fuerzas de que podía disponer por ese lado, resuelve quedarse, dispuesto a defender el punto hasta el último extremo.

Causas ajenas a su voluntad, frustraron sus anhelos de soldado y ciudadano. El comandante de la plaza mantenía estrechas relaciones con los lusitanos, admitiendo en su intimidad a un soldado que lo visitaba diariamente. Repetidas veces le reprochó Artigas su conducta, que hacía sospechar de su fidelidad, mas el otro no hacía caso siguiendo su correspondencia con los portugueses. Inquieto Artigas, le manifiesta rotundamente que en tiempo de guerra no era lícito a ningún jefe tener entrevistas con el enemigo, y que era menester prender a aquel soldado por no ser más que un espía enviado para enterarse del estado y recursos de la guarnición. Gómez le contesta que no hará eso porque el soldado le debe setecientos pesos, y de ese modo no los cobraría; cuando se trata de salvar los intereses públicos, replicó Artigas, se sacrifican los particulares, y convencido de lo infructuoso de sus esfuerzos para desviarlo de la senda de la traición, reúne a su gente y se replega a Cerro Largo, punto de concentración de las fuerzas españolas; supo en el camino que a las pocas horas de haber abandonado la plaza, se posesionaron de ellas los portugueses después de poner Gómez en libertad a los prisioneros que tomó Ortiguera en el combate librado días antes.
[31]

Se incorporó enseguida Artigas a la división de don Nicolás de la Quintana, en marcha para el río Santa María, con el objeto de evitar la irrupción que por esa parte pretendía hacer el adversario. Cruzan los campos que riega el Ibicuy, poniéndose en contacto en los primeros días de noviembre con sus avanzadas en el vado de la Laguna, y cuando Quintana se disponía a atacarlas recibe orden de retroceder con urgencia en socorro de Meló, amenazada por las fuerzas reunidas en Yaguarón; contramarcha con toda celeridad atravesando con la artillería inmensos cháncales y pantanos intransitables, pero a pesar de su decisión se encontró con que la villa había capitulado, entregándose al coronel Manuel Marques de Souza. Entre tanto se acercaba Sobremonte al frente de fuerzas respetables. Así que los portugueses tuvieron conocimiento, desalojaron Cerro Largo y Yaguarón, estando tan amedrentados, según dice el vizconde de San Leopoldo, que en la ciudad de Río Grande los habitantes enfardaban mercaderías y muebles para transportarlos a la ribera opuesta, y los propietarios de los campos comarcanos arreaban sus ganados al interior.
[32] Esto no obstante, el malhadado subinspector se limitó a costear las vertientes del Yaguarón, y en vez de invadir Río Grande del cual se habría podido apoderar por carecer de fuerzas suficientes que oponerle, desprendió a Misiones al coronel Bernardo Lecoq encargando a Artigas de la dirección de la ruta y conservación de la artillería y carruaje que llevaba. En la marcha recibieron órdenes de suspender las hostilidades por haber firmado la paz los beligerantes en Badajoz. Entonces Artigas vino a Montevideo, donde pasó iodo el año 1802 con parte de enfermo.[33]

III

Ensoberbecidos los lusitanos por sus triunfos debidos antes a la impericia y carácter pusilánime de Sobremonte que a su denuedo, trataron de posesionarse de los campos que se extienden desde Misiones a Río Negro, distribuyendo algunos a sus paniaguados, y lanzaban en todas direcciones partidas sueltas que recorrían el territorio uruguayo arriando con cuanto ganado encontraban. Desesperados los hacendados, pidieron en 1803 a Sobremonte, que por una mueca del destino ocupaba ya el sillón glorioso de Vértiz y de Cevallos, que en remedio de sus males se sirviera nombrar al teniente de blandengues don José Artigas, para que, comandando una partida de hombres de armas, se constituyese a la campaña en persecución de los perversos.

Con parte de la guarnición de Montevideo y Maldonado y alguna artillería se forma un destacamento, con el cual sale aquél a desempeñar su comisión, sorprendiendo a una fuerza portuguesa desprendida de San Nicolás, a la que hizo siete prisioneros, y acosa hasta en sus guaridas a los indígenas y bandidos que aprovechando la anarquía existente se entregaban a sus robos sin temores ni recato; "se portó, consignan los hacendados, con tal eficacia, celo y conducta, que haciendo prisiones de los bandoleros y aterrorizando a los que no cayeron en sus manos por medio de la fuga, experimentamos dentro de breve tiempo los buenos efectos a que aspirábamos viendo sustituido en lugar de la timidez y sobresalto la quietud de espíritu y seguridad de nuestras haciendas" y en manifestación "de su justo reconocimiento" le acordaron el donativo o gratificación de quinientos pesos.

Al volver a Montevideo solicita de S. M. el 10 de marzo de 1803, ser agregado a esta plaza con sueldo de retirado: "las continuas fatigas de esta vida rural, dice, por espacio de seis años y más, las inclemencias de las rígidas estaciones, los cuidados que me han rodeado en estas comisiones (que enumera) por el mejor desempeño de mi deber, han aniquilado mi salud en los términos que indican las adjuntas certificaciones de los facultativos, por lo cual hallándome imposibilitado de continuar mi servicio con harto dolor mío, suplico a la R. P. de V. M. me conceda el retiro en clase de agregado a la plaza de Montevideo y con el sueldo que por reglamento se señala".
[34] Su Majestad le niega el retiro porque no quiere privarse de sus servicios, volviendo nuevamente a la lucha.

A mediados de 1804 se hace cargo el coronel Francisco Javier de Viana de la comandancia de campaña llevando a Artigas de ayudante, quien lo secunda bravamente en sus riñas con los charrúas. Durante esa expedición denuncia un campo de una legua de frente por seis de fondo en el rincón del arroyo Arerunguá, donde más tarde se dio la batalla de Guayabos, y se le otorga en propiedad a él y a sus herederos.

IV

El 20 de marzo de 1805, desde su campamento de Tacuarembó Chico a cien leguas de la capital, reitera su pedido de licencia absoluta del ejército y el Rey se la concede con goce del fuero militar y derecho a usar el uniforme de retirado. Es el caso de preguntar: ¿estaba en realidad enfermo, o la licencia obedecía a otro motivo que no quería hacer público? Puede ser que los seis años de trabajo y las penurias de la vida de soldado quebrantaran su salud y necesitase descansar para recuperar las fuerzas perdidas; con todo creemos que la causa verdadera la oculta Artigas, por no ser la enfermedad física sino moral. Sus últimas estadías en Montevideo se prolongan demasiado y llaman la atención: pasa en esta ciudad todo el año 1802 como se ha visto; nueve meses de 1803 y la mitad de 1804; si fuera por enfermedad no habría salido al campo cuando los hacendados reclamaron sus auxilios o cuando Viana lo pide de ayudante. Luego no hay duda alguna que otra cosa lo detiene y a nuestro entender hela aquí: Artigas amaba tiernamente a su hermosa prima Rafaela Rosalía Villagrán, hija de don José Villagrán y de doña Francisca Artigas, la cual le correspondía con igual apasionamiento.[35]

Para poder pasar temporadas a su lado obtenía licencia de enfermo, pero este recurso, como se comprende, era precario; de repente interrumpía el idilio una orden superior que lo enviaba por tiempo indeterminado a cien o doscientas leguas de Montevideo y no había más remedio que obedecer y marchar. Esto lo desespera y empieza a mirar con ojeriza a una carrera que lo obliga a interminables ausencias sin ninguna compensación. No pudiendo desligarse de sus deberes mientras vista la casaca militar, resuelve hacer a su amada el sacrificio de aquélla y pide entonces su baja absoluta. Lo que lo demuestra es que su separación del ejército coincide con la celebración del matrimonio realizado el 31 de diciembre de 1805. Después de los primeros entusiasmos vuelve a su regimiento sin que se repitan las dolencias de que se quejaba antes.

Al año siguiente nace su hijo José María, único vastago del gran caudillo. Doña Rafaela después de ser madre tuvo ataques de enajenación mental, y bien que gozaba de intervalos lúcidos, esta desgracia veló desde el principio las alegrías del hogar. Artigas profesó entrañable afecto a su esposa. En la correspondencia con su suegra en los años 1815 y 1816, dedica frases cariñosas a su "querida Rafaela", como él la llama: si las noticias de su salud son buenas emplea la nota festiva "expresiones a Rafaela, dice, dígale que no sea tan ingrata y que tenga ésta por suya";
[36] si por el contrario son desfavorables porque el mal avanza, contesta resignado aunque con profunda tristeza; en una carta fechada en Purificación, después de encarecer se cuide con empeño de la educación de su hijo, añade: "de Rafaela sé que sigue lo mismo, ¡cómo ha de ser! cuando Dios manda los trabajos no viene uno solo. Él lo ha dispuesto así, así me convendrá. Yo me consuelo con que esté a su lado, porque si usted me faltase serían mayores mis trabajos, y así el Señor le conserve a usted la salud".[37]
 

V

Retirado del servicio activo, lo hace el gobernador Ruiz Huidobro oficial del resguardo con jurisdicción desde el Cordón al Peñarol. Estando en este puesto tuvo lugar un incidente que es menester narrar para comprender cómo se procedía en aquella época en materia de arrestos. Un sargento de milicias había propinado una paliza a su mujer, y la infeliz se refugió en casa de un alférez. El marido fue a reclamarla, e indignado porque la otra no quiso salir, hizo varios disparos al oficial. En conocimiento Artigas del suceso, manda cuatro hombres a prender al sargento; éste no se entrega, manifestando que sólo muerto saldrá de su vivienda, y al efecto muestra las armas que tiene para defenderse: tres pistolas, una carabina y un sable, en una palabra, un verdadero arsenal. Artigas ordena a la gente que se retire; expone el hecho a Huidobro y concluye en estos términos la comunicación: "el sargento que mandé me hizo chasque diciéndome que lo prendería matándolo. Yo le contesté que se retirase. Esto supuesto, podrá V. S. mandarme avisar si para prenderlo hace armas según intenta si podré tirarle; pues quiero dar parte a V. S. por si tiene la aprehensión de dicho sargento mal resultado no se hagan cargos contra mí".[38] Sesenta años más tarde, en pleno progreso, y con una educación más depurada, las policías de su ciudad natal no andaban con tantos miramientos para arrestar a un desertor o a un delincuente!


VI

Nuevos acontecimientos se preparaban en el nublado horizonte de la política española que pondrían a prueba el vigor de las colonias del Plata. El 20 de octubre de 1805, Nelson derrota en Trafalgar a las escuadras española y francesa, quedando Inglaterra dueña exclusiva de los mares. Era evidente que aprovecharía esa gran victoria para satisfacer su ambición, tentando la conquista de las ricas posesiones de que España disfrutaba en las cinco partes del mundo. En noviembre de dicho año llega a Montevideo la noticia de que un convoy inglés había recalado en la bahía de todos los Santos en la costa brasileña. La noticia despertó en la ciudad la inquietud consiguiente, tomándose en el acto las medidas necesarias para afrontar cualquier eventualidad; ciudadanos y gobierno concurren a la obra allegando recursos para vigorizar la defensa de la plaza. El rico saladerista Juan José Seco crea y mantiene de su peculio un escuadrón de doscientos hombres, y una vez listo lo entrega al gobernador que lo pone bajo la dirección de Artigas enviándolo al campo volante.[39] El convoy inglés pasa felizmente de largo en ruta al Cabo Buena Esperanza, colonia holandesa del Sud de África, de la que se apodera después de breves combates. Allí se instala sintiendo las seducciones de los países situados a su frente al otro lado del Atlántico. Las narraciones medrosas de la tripulación de un corsario español, la fragata "Dolores", salida de Montevideo y hecha prisionera a la altura de la isla de Asunción, animan al comodoro William Popham a posesionarse de Buenos Aires, lo que consigue con facilidad en junio de 1806.

Montevideo se agita al saber la noticia e improvisa una expedición para reconquistar la capital del virreinato. Artigas que había sido reincorporado a los blandengues en donde pasó los mejores años de su carrera, ve salir a sus camaradas sin poder acompañarlos porque el regimiento queda de guarnición en la provincia temerosa de algún ataque de las fuerzas de Popham. Entonces se presenta al gobernador y le ruega que ya que no pueden ir los blandengues, se le permita a él agregarse a los gloriosos cruzados. Huidobro accede a sus súplicas y le da un pliego para Liniers encargándole que mande con el portador la noticia de la victoria o la derrota. Artigas marcha, alcanza al ejército en los Corrales de Miserere, pelea en el Retiro y en la Plaza Victoria, y luego de la rendición de Berresford, se embarca en un bote, naufraga, gana a nado la orilla como César con su parte en el brazo, llega a Montevideo y trae al gobernador la ansiada noticia.
[40]

Cuando a Montevideo le toca el turno de repeler la agresión extranjera, ocupa también su puesto de honor y no podía menos de hacerlo así quien se adhiere con tanto entusiasmo a las fuerzas reconquistadoras. Hostiliza a la división inglesa que se posesiona de Maldonado; se opone a su desembarco en el Buceo y, en vez de huir al campo como huyó casi toda la caballería, se repliega a la plaza defendiéndola con tesón durante todo el sitio; asiste al combate del Cardal, habiéndose portado él y sus conmilitones en todas estas acciones, dice el comandante Ramírez de Arellano, "con el mayor enardecimiento y sin perdonar instante ni fatiga".
[41] Asaltada y tomada la plaza de Montevideo el 3 de febrero de 1807, Artigas no se entrega, se embarca para el Cerro y sigue hostilizando a los ingleses en los seis meses que la ocupan. Evacuada ésta, vuelve a su vieja tarea de blandengue, persiguiendo delincuentes, indios y portugueses, pudiendo escribir con razón en 1809 a su suegra: "Aquí estamos pasando trabajos siempre a caballo para garantir a los vecinos de los malhechores". El 5 de setiembre del año siguiente, obtiene los entorchados de capitán de la tercera compañía de Blandengues por fallecimiento de aquel Miguel Borraz, a quien había disputado ese mismo puesto en 1799".[42]

VII

Los gobernantes españoles tuvieron siempre el más alto concepto de Artigas, reconociendo todos sus grandes cualidades. Los documentos que de ellos nos quedan lo enaltecen y encomian sobremanera. Ninguno consigna las imputaciones que más adelante le enrostran sus adversarios. Al empezar la revolución no dudaron un instante de su fidelidad; en 1810 le daban todavía misiones delicadas y de confianza. Cuando supieron su fuga a Buenos Aires les causó asombro y comprendiendo que en esa deserción iba englosada la pérdida de la provincia. Buscaron desde los primeros momentos por todos los medios a su alcance, por la amistad, por el parentesco, y haciéndole brillantes y halagadoras promesas, que volviera a las filas abandonadas. Para que se vea que no inventamos transcribiremos un párrafo de la exposición que don Rafael Zufriategui hizo a las Cortes españolas el 4 de agosto de 1811. Refiriéndose a la deserción de los oficiales de Blandengues dice: "Habiendo causado asombro esta deserción en dos capitanes de dicho cuerpo llamados don José Artigas, natural de Montevideo y don José Rondeau natural de Buenos Aires, cuyo individuo acababa de llegar de la Península y era perteneciente a los prisioneros en la pérdida de aquella plaza. Estos sujetos, en todo tiempo se habían merecido la mayor confianza y estimación de todo el pueblo y jefes en general por su exactísimo desempeño en todas clases de servicios; pero muy particularmente el don José Artigas para comisiones de la campaña por sus dilatados conocimientos en la persecución de vagos, ladrones, contrabandistas e indios charrúas y minuanes que la infestan y causan males irreparables, e igualmente para contener a los portugueses que en tiempo de paz acostumbran usurpar nuestros ganados y avanzan impunemente sus establecimientos dentro de nuestras líneas.[43]

Días antes de la batalla de Las Piedras, estando acampado Artigas en el Santa Lucía Chico, llega su primo Manuel Villagrán con un mensaje de Elío pidiéndole que reconozca el pabellón español; el caudillo envía a Villagrán a Buenos Aires para que se le juzgue y, después de rechazar la propuesta con indignación, dice a Elío: "vuesa merced sabe muy bien cuanto me he sacrificado en el servicio de S. M.; que los bienes de todos los hacendados de la campaña me deben la mayor parte de su seguridad; ¿cuál ha sido el premio de mis fatigas? El que siempre ha sido destinado para nosotros. Así, pues, desprecie vuesa merced la vil idea que ha concebido, seguro que el premio de la mayor consideración jamás será suficiente a doblar mi conducta ni hacerme incurrir en tan horrendo crimen".
[44]

¿Es ésta la expresión de la soberbia o del odio? Ni lo uno ni lo otro. Artigas condensa en esa frase que equivale a un proceso, los motivos que precipitan a estos países a la independencia. España no quiso hacer de sus súbditos ciudadanos; apegada a la tradición como el pólipo a la roca, se resiste a refrescar sus instituciones en los principios esparcidos por la democracia moderna, y sus hijos embebidos en ellos con todo el entusiasmo de la juventud, se emancipan para establecerlos y sancionarlos por sí mismos.

CONCLUSIÓN

Este es el resumen de los hechos en que actuó Artigas antes de 1810. Pocos son los lunares, y si algunos existen son de los que provienen de la naturaleza humana y a los cuales no puede sustraerse el individuo. Había quizá en Montevideo uno que otro oficial más instruido, pero ninguno le superaba en energía, resolución y prestigio. Es la figura militar más eminente, la que más se destaca entre sus compatriotas que se agrupan a su alrededor, confiados en las inspiraciones de su experiencia y de su audacia. Estaba predestinado a la misión que le señalaron los acontecimientos. Cuando en el momento preciso da el grito de emancipación, brotan de su tierra soldados como los lirios "bajo la mirada del Jesús de la leyenda". Nadie podía, pues, disputarle el derecho de lanzar a la pequeña nave uruguaya en el mar borrascoso de la revolución.



Montevideo, agosto de 1907.

Referencias:

[30] Memoria de Azara y libro de Empadronamiento del Archivo del Juzgado Nacional de Hacienda.

[31] Artigas a Sobremonte (1801), en Lobo, Historia de las antiguas colonias hispano-americanas.

[32] Vizconde de San Leopoldo, Anna.es da provincia de San Pedro, página 274.

[33]
Revista del Cuerpo de Blandengues. M. S. Archivo Administrativo.

[34] Nota de Artigas a Su Majestad, del 24 de octubre de 1803. Archivo Argentino; ídem de marzo de 1805, Archivo, ídem.

[35] De esta pareja descienden las familias de esta sociedad Villegas, Vidal, Pereira y Villagrán.

[36] Carta de Artigas a doña Francisca Artigas, de 15 de agosto de 1815.

[37] Carta da Artigas a doña Francisca Artigas, de 1º de mayo de 1816.

[38] Parte de Artigas a Ruiz Huidobro. 5 de junio de 1806. M.S. del Archivo de don Isidoro de María.

[39] M. S. del Archivo Público. Expediente invasiones inglesas.

[40] M. S. del Archivo Administrativo. este parte debe de ser el que publicó mi hermano Hugo en su Centenario de la Reconquista, pág. 57

[41] M. S. del Archivo Administrativo.

[42] Libro de mercedes, etc.. Archivo Administrativo.

[43] M. S. del Archivo Administrativo.

[44] Carta de Artigas a Antonio Pereira, de 4 de mayo de 1811.

 

Lorenzo Barbagelata
Estudios históricos
Biblioteca Artigas
Colección de clásicos uruguayos vol. 112
Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social
Montevideo, 1966

 

El presente trabajo fue scaneado, procesado y publicado por el editor de Letras-Uruguay.

 

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