Jaime Monestier: el léxico de un narrador

Ac. Héctor Balsas

El camino de la comunicación verbal -escrita u oral- es áspero, no siempre fácil, por momentos resbaladizo. Querer transmitir pensamientos y sentimientos constituye una tarea diaria y permanente, intentada por millones de personas, pero cumplida a cabalidad por muchísimas menos. Los escollos por sortear son variados y se relacionan con la gramática y la semántica. Morfología, sintaxis, entonación, puntuación, ortografía, por un lado, y, por otro, significación se aúnan, al hablar y al escribir, conjuntándose unas con otras de acuerdo con la vía de expresión elegida. Las situaciones o contextos más los estados emocionales de hablantes y escribientes se suman a ese entramado y se llega, con mayor o menor felicidad o acierto, a la meta deseada, que es, ni más ni menos, el traslado de información de un emisor a un receptor.

Dentro de ese fluir, las posibilidades de caer en errores o fallas de todo tipo y calibre son innumerables, no solamente por deficiencias o irregularidades de unos y otros, sino también por factores externos que intervienen deliberadamente o no.

Es así como una sencilla conversación o un sencillo trozo escrito se transforma, más a menudo de lo que se supone, en fuente de incomprensión, generalmente parcial, que entorpece la fluidez con que debería desenvolverse el pensamiento.

Pero nada de lo dicho arredra a quienes tienen que comunicarse con sus congéneres. Mejor o peor, al cabo de un día de vida, se producen trillones de enunciados, lo que, de otra manera, no hubiera tenido manifestación tan abundante, pues otras vías de comunicación (mímica. sonido, color, forma, gesto, ademán) no llevan en sí la facilidad ni la rapidez de la palabra. Por algo, el lenguaje es el arma más poderosa del ser humano.

Estas reflexiones vienen a !a memoria cada vez que se está delante de un texto escrito. El lector de libros, revistas y diarios -por nombrar los tres soportes más corrientes de la práctica y la difusión del escribir­se enfrenta cotidianamente con ellos y comprende por experiencia individual que es verdad lo que se dice sobre el valor fuerte y rotundo de la palabra. La palabra es la gran capitana de la vida de relación.

Para tener en cuenta

Ante Sexteto & tres piezas breves (El Galeón. Montevideo. 2003) de Jaime Monestier se halla el lector en las condiciones de un observador privilegiado. Los nueve cuentos que integran el volumen le proporcionan material inmejorable para ejercer su capacidad de análisis de todos los componentes del escribir de un autor que, como muy pocos dentro de la literatura actual del país, da a la palabra la categoría que merece en el todo textual y la convierte en protagonista valiosa del decir. Podría asegurarse que, sin esa actitud asumida por los vocablos, Monestier perdería alguna parte o fuerza de la eficacia narrativa de que hace gala. Esta aseveración no implica menosprecio ni desconsideración para su obra; solamente expone que, dentro de ella, el autor tiene gran dominio del léxico y que este se pone por encima de todas las demás apreciaciones que pueden efectuarse referidas a los otros componentes que acompañan al vocabulario en el armado general del libro.

No cabe duda de que sintaxis y morfología están muy bien representadas en Sexteto; que la vertebración de cada texto (cuento) por medio de la puntuación, si bien puede mejorarse -hecho del que no escapa ni Borges- está estructurada con conocimientos vanguardistas del quehacer narrativo; que el estilo, que varía de un tema a otro pero que se mantiene firme sobre bases inamovibles, es demostrativo de una agilidad envidiable y digna de elogio.

El lector atento podrá apreciar esas virtudes en la prosa de Monestier apenas termine los dos primeros cuentos y -esto sí es muy notorio- quedará atrapado por un léxico envolvente, amplísimo, sutil, nervioso y ejemplar. Estas cinco condiciones no están dichas a la ventura, como meros calificativos de un nombre, sino que son manifestación sería de la comprobación de estar delante de un escritor para quien las palabras son piezas, no solamente necesarias, como se desprende de cualquier apreciación primaria en cualquier texto, sea cual fuere el autor, sino también fundamentales en el desarrollo temático.

Tres vertientes

En principio el estudio de un vocabulario no difiere- por lo menos sustancialmente- del de otro. Claro que esta consideración, comprobable con facilidad en crónicas o notas periodísticas de escasa enjundia literaria o intelectual, y en libros de mero entretenimiento, pierde pie luego de haberse adentrado en el pensamiento escrito de Monestier. El lector paladea párrafo a párrafo su prosa ágil y dúctil, y, casi sin notarlo, siente que hay algo que lo inquieta y moviliza hacia un plano estético más elevado. Comprende, finalmente, que las palabras -la Palabra- lo zarandean, lo despabilan, lo trasladan a una región no siempre visitada por lectores y autores. En definitiva, experimenta el sacudón que despierta a quien está acostumbrado a un leer amodorrado y rutinario.

A partir de ese estado adquirido, llega el momento de seguir recorriendo las líneas textuales con los ojos bien abiertos para no perder la oportunidad de descubrir el acierto, la novedad, la reflexión que los términos y su combinación son capaces de producir. Se llega a una lectura que explicita el desarrollo de la anécdota simultáneamente con el chisporroteo de un léxico ineludible, aliado seguro de la comprensión del texto. Podría decirse que el lector de Monestier, ingresado ya en el maremágnum lexical, ansía hallar lo inesperado a cada aparición de un vocablo que sale del trillo común. Oportunidades de sobra tiene para ello.

En todo el texto es posible la división en tres secciones que toman en cuenta la calidad del vocabulario manejado por el autor. En las creaciones de Monestier, más que en otros prosistas. Leyendo una simple notícula deportiva o leyendo un tratado de Filosofía -véase todo lo que en materia de textos se puede encontrar e introducir en medio de una y otra manifestación verbal- cabe esta división:

a) léxico corriente, que constituye el grueso de los enunciados y que pertenece a la llamada lengua general;

b) léxico emergente, que es el formado por voces conocidas — aunque muchas veces no tanto- por sectores de hablantes cuya cultura supera a la media;

c) léxico neológico, integrado por formas de decir que se crean en el momento por-imperio del contexto o del recuerdo personal, o porque hablante y escribiente quieren, conscientemente o no, incidir en el incremento lexical.

Está de más decir, a estas alturas, que Monestier cubre con amplitud el terreno que estas parcelas abarcan.

Léxico corriente

Se denomina también común o estándar. Dentro de este grupo de palabras se incluyen aquellas que valen para la inmediatez de la comunicación, sobre todo de la comunicación diaria. Se comprenderá, pues, que las dicciones de este léxico corren libremente por todo el mundo de habla española sin tropezar con dificultades de comprensión e interpretación por hablantes y escribientes. Valen tanto en el Uruguay como en España, tanto en Costa Rica como en Venezuela.

En consecuencia, mesa (sustantivo), bueno (adjetivo), saltar (verbo) y después (adverbio) se pueden presentar como arquetipos de las categorías que representan dentro de la gramática. Por su parte, los vocablos de relación, como conjunciones (y, pero, o), pronombres relativos (que, cual, cuyo), preposiciones (a, para, sin), así como los artículos y las interjecciones, estas últimas con más razón que las otras por su comportamiento gramática], van incluidos en este grupo de empleo universal o general.

Cuando Monestier escribe: "Oyó el sonido del banco de la cocina y en seguida el vozarrón de Anselmo Ruiz, el gerente de ventas" ("Invocación de Amelia", pág. 45), lo hace como cualquier persona que tenga que decir a otra esa misma idea. Las veinte palabras empleadas no son ajenas a nadie, por menos instrucción que se tenga, y su validez en cualquier punto donde se habla español es defendible. Si el autor continuara de esa manera, construyendo con sencillez y valiéndose de voces comunes y cotidianas, crearía un texto monolítico, de comprensión inmediata para cada hispanohablante, de nulos rasgos regionales y -casi con seguridad- de lectura poco atractiva o poco interesante por la simple razón de que se excluyen la innovación y la ruptura dentro de un léxico canonizado. La más frecuente y usada de las formas de expresión oral y escrita es esta que se viene denominando corriente la cual capacita para una comunicación básica y rápida. Quien quiera ser práctico y directo no pensará en rodeos ni sutilezas de expresión.

Léxico emergente

Se lo llama así porque está compuesto por voces que, por razones muy diversas, se mantienen en las penumbras del vocabulario, como ocultas a la espera de una reaparición. Emergen cuando la situación lo pide o cuando, como en el caso de un narrador, se necesita el concurso de palabras o combinaciones de palabras que se evadan de la media reinante en el texto. Están sototerradas en la memoria de cada uno o dispersas entre las columnas del diccionario, que es la memoria colectiva e histórica. Pueden no aflorar nunca porque el olvidó cayó sobre ellas y el desuso las convirtió en palabras muertas. Claro está que su rehabilitación se produce en cualquier momento: todo radica en que haya alguien que las rescate y las aplique adecuadamente para oxigenarlas y darles nueva vida, lo que no significa que por ello se les dé permanencia, pues suele ocurrir que vuelven a su posición yacente después de haber cumplido la función encomendada por el hablante.

Es común decir que son vocablos cultos. Así se las puede llamar, aunque no hay que asombrarse si dentro del grupo se encuentran términos que parecen estar más cerca del hablar diario que del hablar esmerado y elevado. Un buen ejemplo está dado por el sustantivo cima, no tan poco empleado cómo se supone y si de uso relativamente frecuente en diarios y revistas, preferible a los más usuales altura, pico, cumbre, techo y punta.

Nadie está capacitado para medir con precisión si una palabra está más cerca o más lejos del límite entre un léxico y otro. Quienes opinan, como en el caso de cima, que está el término más de un lado que del otro, proceden por experiencia personal, por intuición, por conocimiento de una masa grande de voces o por todas estas razones juntas. No lo hacen por haberlo aprendido en un libro o por haber cumplido una averiguación rigurosa y  científica.

Monestier se muestra particularmente eficaz en el empleo de vocablos emergentes. Su vasto dominio de este terreno semántico le permite utilizar palabras que. a primera vista, dejan pensando al lector y lo llevan a la creencia de que son pura creación del autor. Ocurre así porque esas voces tienen muy poca repercusión en el ámbito de la lengua y quedan, precisamente, ocultas hasta que alguien las saca a relucir y les da vida, tan intensa y segura como la que tienen silla y hablar, por ejemplo.

Monestier es un hurgador de diccionarios. Lee el diccionario, es decir, lo recorre partiendo de una voz determinada o elegida a la ventura y formando así una cadena semántica cuyos eslabones quedan consolidados por las remisiones de un vocablo a otro u otros. Como moderno Azorin, no le pierde pisada a ninguna voz. Esta costumbre de moverse entre acepciones y significantes genera frutos siempre positivos y la obra entera de Monestier está para atestiguar tal aserto.

Ofrece un cúmulo de novedades digno de mención. En "Epiceno" -que es el primer cuento- se hallan halconado ("...en los ojos cavados la mirada halconada de siempre..." pág. 27); gríseo ("...el huracán del pelo gríseo y revuelto..." pág. 36); pungido ("...en el parpadeo de la mirada pungida..." pág. 16). En "Invocación de Amelia" (segundo cuento) están pulsátil ("...suspendida en el aire y con pulsátiles movimientos de medusa..." pág. 81); fogarada ("...a transformarse en hambre de presencia, en fogarada de esperanza..." pág. 59); horambre (“.. .cada día más profunda la horambre afectiva..." pág. 51); torniscón (“.. .con esfuerzo llevó impasible el torniscón de los celos..." pág. 82); olambrilla ("...era la luz de las antorchas que se reflejaba en las olambrillas del losado..." pág. 76). En "Fusilado" se descubre el adjetivo acuquinado con el sentido de acoquinado, por !o que podría pensarse más bien que es una errata. En "Venusina", cuento que cierra e! sexteto, se ven cultual ("...no hay celebraciones cultuales..." pag. 143); pavorido (".. .que escapa pisoteando sus propias huestes pavorido por el dolor..." pag. 143; tragantón ("...yo pedí una milanesa con papas fritas y Manuela gambas al ajillo. La vi muy tragantona..." pag. 145): ululato ("...al cabo de varios días de lucha, en medio del ululato multitudinario..." pag, 143).

Finalmente, en las tres piezas breves con que finaliza el libro, se hallan novador ("...todos los juegos registran novadores, frívolos improvisadores..." pag. 17'J): fractal ("...destinada a diversificarse en el espacio y en el tiempo y en un infinito proceso fractal..." pag. 157); estocástica ("...quizá la estocástica, la ciencia del azar, tuvo algo que ver con eso..." pag. 159); anagogía ("...podría ser -para quien se lo propusiera- vector seguro de estados de anagogía y de comunicación con fuerzas ocultas..." pag. 177).

La enumeración presentada no es exhaustiva, pero es suficiente para descubrir la riqueza de vocabulario de un autor que no le teme a ningún vocablo, siempre y cuando le sirva para expresar con propiedad lo que desea transmitir. Precisamente, la ausencia de miedo a expresarse es una virtud destacable en un medio cultural en que parece existir preocupación por el qué dirán. Este freno anticultural, visto por lo general como más relacionado con lo social que con lo literario o intelectual, es un hecho palpable. Los escritores que se miden (más bien, que se autocensuran] por razones baladíes como el qué dirán y el qué pensarán se encierran entre paredes que después son difíciles de derribar. La libertad de expresión no corresponde solamente a la emisión del pensamiento que se tenga o que se quiera, sino además a la mecánica de la emisión, dentro de la cual las palabras ocupan lugar principal. Es evidente que entre millones de hablantes (en particular, escribientes) hay una gama de posiciones con respecto a este aspecto del vocabulario. Una enseñanza bien orientada reducirá muchísimo cualquier manifestación que coarte la elección de las palabras en el acto de hablar. Cada hablante debe decir lo que tiene que decir y valerse de las voces que tenga a su alcance y que sean necesarias y aptas para el cumplimiento de una emisión fiel y exacta. Esto no implica el desborde ni la irrespetuosidad ni la anarquía expresiva: representa, y ya es decir, la lengua puesta en práctica por quien la conoce y, quizá, la domina. Si no ocurre así, habrá que pensar con urgencia en la reestructuración de la enseñanza del idioma materno.

Digresiones aparte, cabe expresar ahora que la prosa de Jaime Monestier es un buen espejo donde mirarse. Si, pese a lo expuesto, la duda roe en el interior de algún lector, lo mejor es recurrir al diccionario para comprobar de visu y  al instante la existencia de las voces anotadas más arriba.

Léxico neológico

En otro plano de la división lexical hecha al comienzo está el llamado léxico neológico. Su nombre lo dice todo: creación de palabras. Los neologismos son abundantes en cualquier etapa del desarrollo del español (o del inglés o del francés o de la lengua que fuere). Nadie se asombrará, pues, de que un escritor (novelista, cuentista, poeta, dramaturgo, ensayista, cronista) deje caer vocablos creados por él mismo, no registrados en ningún diccionario ni oídos o leídos anteriormente. No hay secretos para neologizar. Si bien debe procederse con cautela para evitar la sobreabundancia innecesaria y dañina de palabras, es estimulante la formación de nuevas voces o expresiones que nacen por impulso personal o por indicación perentoria de la realidad.

El mundo actual cuenta con el mayor número de neologismos de la vida del español. Los avances en muy diversas disciplinas o actividades del ser humano llevan hoy sí y mañana también- a inventar (no hay que rechazar este término que dice lo que se hace realmente) muchas formas, inevitablemente nuevas. La invención o la formación de dicciones es un hecho constante. Cada hablante, a veces sin darse cuenta, origina algunos términos al cabo de una o varias jornadas de hablar o escribir.

No está alejado de la realidad el crear voces ya existentes pero sin registrar en ningún lexicón, ni siquiera oídas o leídas como creaciones de otros hablantes en otras latitudes. La coincidencia no es nada difícil de comprobar llegado el caso de efectuar una investigación lingüística a lo largo y ancho del mundo hispanoamericano. Se habla, por lo tanto, de inventar cuando quien procede así no tiene conciencia de que otro, mucho antes que él o poco antes que él, hizo exactamente lo mismo. La distancia favorece la incomunicación y, aunque hoy en día hay medios veloces para reducirla al mínimo, se continúa en la misma situación de alejamiento porque millones de usuarios de la lengua carecen de los medios convenientes para romper las vallas alzadas contra la comunicación. Por otra parte, los cuatrocientos millones de hispanohablantes necesariamente en algún momento pasan por la experiencia de usar, sin saber que otros también lo hacen, vocablos que a todas luces, tomando en cuenta el medio en que se producen, son nuevos. Para que estas voces creadas aquí o allá lleguen al conocimiento de más personas y después se desparramen en todas direcciones para incorporarse al diccionario, pasará mucho o poco tiempo. Nadie lo puede prever, pero seguro es que gran numero de términos y acepciones de términos que se codean en las columnas del diccionario con palabras de rancia estirpe tuvieron aparición y desarrollo como los indicados.

Monestier escribe el adjetivo decadarial (pág. 161) y quizá lo use al hablar también. El lector que no conoce este término pero que lo entiende porque el contexto, entre otros factores, lo ayuda, atribuye al autor la creación de la voz. El autor la creó o no; es muy posible que la haya tomado de sus lecturas o que la haya archivado mentalmente después de habérsela oído a alguien. De un modo o de otro, se está delante de una palabra nueva, fácil de entender en este caso, aunque no siempre pasa así. Piénsese, por ejemplo, en ultrafanos (pág. 60), sustantivo que deja descolocado al lector, muy alejado del mundo presentado en el cuento de Monestier en que figura el neologismo. En este caso preciso, el propio autor explica a continuación de ultrafanos su significado, pero este hecho didáctico no se aplica comúnmente en narrativa y el lector suele quedar a la deriva si no encuentra quién le explique la palabra que no entiende. El diccionario, por cierto, no le servirá de auxiliar porque la palabra es un invento personal de Monestier o de otro autor, y hasta puede ser un término de uso restringido a una minoría selecta de hablantes unidos por los mismos intereses culturales o espirituales o de otra índole, como sucede, precisamente, con ultrafanos. Asimismo, la dicción chamba en "Dejé la pregunta picando chamba por unos segundos..." (pág. 137), esta vez sin explicación alguna sobre su significado, no permite comprender lo transmitido. El lector queda a oscuras y, si no hay el modo de aclarar el sentido del vocablo, se perdió esa parte del mensaje. Como no figura en ningún diccionario, conviene decir que chamba corresponde a la jerga de los jugadores de pelota vasca. Se aplica cuando, luego de chocar contra el frontón, la pelota cae. por la fuerza que llevaba o que se le dio, a pocos pasos de la pared e impide que el jugador contrario la alcance a tiempo para hacerla pegar nuevamente en el frontón. Si se relee la oración que contiene a esta voz tan particular, el significado resulta claro o, por lo menos, se ve como posible de ser asimilado. ¿Es adjetivo equivalente a inalcanzable? ¿Es adverbio que se equipara con malamente?

La neologizacion  es un terreno muy amplio y dentro de él tienen cabida distintas maneras de proceder para inventar palabras. Monestier recurre muy a menudo al expediente de la derivación. Es el camino más sencillo y natural de recorrer: tomando un vocablo básico (papel) se deriva de él un nuevo término. En su momento, lo fueron papelón, papelear, papelería, papelamen y demás; hoy lo son papelista (coleccionista de papeles) y papelear (dejar constancia por escrito). Se aclara que estos dos últimos vocablos son productos de una creación espontánea y puntual motivada por la necesidad de ejemplos para agregar aquí. Ni papelista ni papelizar tienen existencia ni vigencia, pero son excelentes modelos de formación inmediata por razones apremiantes o del momento.

Monestier deriva muchísimo. Procede con sencillez, lo que favorece la comprensión de los neologismos. Fl lector atento y acostumbrado a ver con rapidez los componentes de las palabras no requiere ayuda de nadie para saber que en decadarial se tiene corno base el sustantivo década y que rituálico se asienta en el nombre rito a través de ritual.

Véanse ahora algunos neologismos de Monestier: pregnante ("...es que se trata de una inferioridad pregnante, una hiedra que me aprisiona e invalida..." pág. 17); graznada ("...cuando entra al cuarto y su voz resuena como graznada, nasal, áspera..." pág. 17); entrapájado ("... el alma estrapajada y sin disposición para recibir a nadie..." pág. 29): amuecado ("...la boca amuecada..." pág. 34): cronologizar ("...soy Cronos y tengo el derecho de cronologizar,.." pág. 37): alechuzado (",..le pareció ver plumas en torno al rostro alechuzado..." pág. 64); acintado ("...ceñidos éstos por complicadas volutas de hierro acintado..." pág. 73): brujil ("...la vieja se volvió inclinada y brujil y me susurró...'' pág. 75); tartaleante; ("...y que se alzaba a caminar tartaleante, los brazos en alto..." pág. 81); empuado I"...su voz salió apretada por la cólera, empuada de mal humor..." pág. 65); implotar ("...la saboreó, no mucho porque eso es goce y no es bueno, y después la implotó en la garganta..." pág. 145); fideísta ("...que si bien no podía dejar de sentir hacia ella cierta predilección fideista..." pág. 153); veneratura (''-..hasta es común atribuirle la  veneratura de un remoto pasado egipcio..." pág. 176).

Hay algunos términos que no son derivados (entre ellos acintado y alechuzada), ya que pertenecen al grupo de los parasintéticos, por habérsele agregado a la base, al mismo tiempo, un prefijo y un sufijo. No confundir con aquellas palabras que se forman a partir de un derivado (de patriótico sale antipatriótico, así como de reformador contrarreformador) por anteposición de un prefijo.

El neologismo descubierto en el proceso de leer impulsa a la detención en el camino y desvía al lector hacia el esclarecimiento del contenido de significación. Será inmediato si se capta en seguida, ayudado por el cotexto y el contexto; no lo será si las dificultades de percepción del significado obligan a la consulta de fuentes informativas, como el diccionario u otro hablante. En este ejercicio mental -que implica lectura y relectura del trozo, reflexión más profunda que la habitual búsqueda de luces aclaratorias- reside un valor cierto e indiscutible que apunta a tomar un texto como algo más que una suma de signos para descifrar cómodamente

Queda, dentro del estudio del léxico de Monestier otra forma de neologizar. Se trata de dotar de un significado nuevo a un significante existente ya con uno o varios significados. A lo largo de Sexteto se encuentran varios ejemplos, aunque la miopía del rastreador quizá no detectó la totalidad de los casos. Lo curioso es que la primera palabra del primer cuento entra en este grupo tan particular. Tal primera palabra es el título: "Epiceno".

Epiceno es un sustantivo perteneciente al campo semántico de la gramática, como lo son aposición, transitivo, sintagma, defectivo y pronombre, entre cientos más. Fuera de él no tiene cabida; no obstante, Monestier carga al sustantivo de una significación que solamente se descubre luego de haber leído con suma atención e! cuento.

Otro ejemplo es clausurar (pág, 168). Sobre la base de las dos acepciones que de este verbo da el DRAE. se construyó la nueva, equivalente a encerrar, "...los condujo al hallazgo del goce y a un grado tal de intensidad amorosa que los clausuró en el hotel por noches y días".

Asimismo, aparecen pajarear ("...las imágenes comenzaron a pajarearme, a revolotearme hacia eso…” pág. 26); alobado (''...el corazón alobado se lanzó a galopar amenazante y vengador.,." pág. 83); gesteado (".. .delirante jerigonza gesteada con aleteos de manos…"pág. 136); acmé (''...un atardecer, en el acmé de la dicha, Elisa fue visitada por su primera visión..." pág. 168). Y ya se vio el vocablo chamba.

En otros textos

Además de Sexteto, Monestier es autor de dos novelas: Angeles apasionadas (Cal y Canto. Montevideo. 1996) y Amor y anarquía (Colihue Sepé. Buenos Aires. 20OO). También tiene algunos cuentos publicados en revistas. Se toman ahora los titulados "Juegos florales", que apareció en Relaciones (No.224-5. Enero-febrero de 2003. Montevideo) y "La curación", en la misma revista (N° 236-7. Enero-febrero de 2004. Montevideo).

Recorriendo su producción, la constante de la utilización de vocablos emergentes y neológicos en indudable. Está incorporado a su modo de escribir el uso de términos que den al lector la ocasión de pensar más allá de los límites habituales, la oportunidad de someterse a una introspección fermenta! y, también, la posibilidad de convertirse en

diseminador de esas formas léxicas de poco uso o desconocidas hasta el momento.

En Ángeles apasionados, donde aparece un personaje que se entretiene en recorrer las columnas del diccionario para extraer palabras raras y usarlas él mismo sin ningún temor, se tienen estos términos emergentes; mordicar, dolaje, facecia , cellenca, hurgamandera, timbirimbo, acriminar', virulé, entre varios. Por su parte, las voces nuevas, tanto formal como conceptualmente, son marquida, Iombricear, ensalmar, trastulada y antimilagro.

En "Amor y anarquía" se descubren petular, jipeo. anteluces, acornetado (creaciones) y tataradeudos, embabiamiento, calima. acrimonia, bebistrajo, hiposas y campanear (emergentes).

En el cuento "Juegos florales" se encuentran estos términos neológicos: eviternidad. sofismar y azarpado. Hay mayor número de dicciones emergentes: satanizado, atigrado, desmazalado, raqueando y adumbrado.

En "La curación" se leen jedentina (pronunciación de hedentina con hache aspirada) y bendiceros (plural que incluye también a integrantes del sexo masculino; únicamente se registra el femenino bendicera en el DRAE). Son los dos neologismos (uno, prosódico-ortográfico y el otro semántico) que se hallaron.

Entre las voces emergentes hay una copia de exquisiteces: mistagogo, torozón, enroñado, canticio, labra ("la ferrea labra sobre sus huesos"'), entrapajar, bizcuerno, (''mirada encapotada y bizcuerna"] y bazo ("cuero curtido y bazo").

Una vez más se está delante de una prueba de busca y rescate de voces quizá perdidas, quizá olvidadas. Lo positivo de esta actitud de Monestier es el aporte de la ampliación del horizonte lexical de los lectores. Lo hace sin estridencias ni empujones, con naturalidad que no disimula su base indagatoria pero que se pone delante de los ojos de cualquiera que lea los textos para decirle, simplemente, que las palabras están ahí y que estuvieron antes en los textos de otras etapas de la lengua. Nada más alejado de lo exótico en su proceder. El hecho de que escriba mistagogo o bizcuerna no puede ni debe considerarse manifestación de petulancia expresiva ni de superioridad frente al receptor. Hay en el empleo de esas dos dicciones y de todas las demás de su extenso repertorio una intención muy sencilla: recuperar y diseminar. Lo demás, que es el triunfo o el fracaso de esa actitud, corre por cuenta de quien las lee, registra y asimila.[1]

Referencias:

[1] Apenas terminada la preparación de esta nota. Monestier dio a la imprenta Morir es una costumbre, libro que contiene una selección de cuentos suyos publicados en revistas y periódicos de Montevideo y San José. (Morir es una costumbre. Orbe. Montevideo. 2006).

c. Héctor Balsas
Revista de la Academia Nacional de Letras
Año 2, No.3, Julio-Diciembre 2007. Montevideo, Uruguay.

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