Jaime
Monestier:
el léxico
de
un narrador Ac. Héctor Balsas |
El
camino
de
la comunicación verbal -escrita u oral- es áspero, no siempre
fácil,
por momentos resbaladizo. Querer transmitir
pensamientos y sentimientos
constituye una tarea diaria y permanente, intentada por millones de
personas, pero cumplida a cabalidad
por muchísimas menos. Los
escollos por sortear son variados y se relacionan con la gramática
y la semántica. Morfología, sintaxis,
entonación, puntuación, ortografía, por
un lado, y, por otro, significación
se aúnan, al hablar y al escribir,
conjuntándose unas con otras de acuerdo con
la vía
de expresión
elegida. Las situaciones o contextos más los estados emocionales
de hablantes y escribientes se suman a
ese entramado y se llega, con mayor o menor felicidad o acierto,
a la meta deseada, que es, ni más ni
menos, el traslado de
información de un emisor a un receptor. Dentro
de ese fluir,
las posibilidades
de caer en errores o fallas de todo tipo y calibre son innumerables, no solamente por deficiencias o irregularidades
de unos y otros, sino también por factores externos que
intervienen deliberadamente o no. Es
así
como una sencilla
conversación o un sencillo
trozo escrito se transforma, más
a menudo de lo que se supone, en fuente de incomprensión,
generalmente parcial, que
entorpece la fluidez con que debería
desenvolverse el pensamiento. Pero
nada de lo dicho
arredra a quienes
tienen que
comunicarse con sus congéneres. Mejor o peor, al cabo de un día
de vida, se producen trillones de enunciados, lo que,
de otra manera, no hubiera tenido manifestación
tan abundante, pues otras vías
de comunicación (mímica. sonido, color, forma, gesto, ademán) no llevan
en sí la facilidad ni la rapidez de
la palabra. Por algo, el lenguaje
es el arma más poderosa del
ser humano. Estas
reflexiones vienen
a !a memoria cada vez que se está delante
de un texto escrito. El lector
de libros, revistas y diarios -por
nombrar los tres soportes más corrientes de la práctica y la difusión del
escribirse enfrenta cotidianamente con
ellos y comprende por experiencia individual
que es verdad lo que se dice
sobre el valor
fuerte y rotundo de
la palabra. La palabra es la gran capitana de la vida de relación. Para
tener en cuenta Ante
Sexteto & tres piezas breves (El
Galeón. Montevideo. 2003) de Jaime Monestier se halla
el lector en las condiciones de un observador privilegiado.
Los nueve cuentos que integran el volumen le proporcionan material
inmejorable para ejercer su capacidad de análisis de todos los
componentes del escribir de un autor que, como muy pocos dentro de la
literatura actual del país, da a la palabra la categoría que merece en
el todo textual y la convierte en protagonista valiosa del decir. Podría
asegurarse que, sin esa actitud asumida por los vocablos, Monestier perdería
alguna parte o fuerza de la eficacia narrativa de que hace gala. Esta
aseveración no implica menosprecio ni desconsideración para su obra;
solamente expone que, dentro de ella, el autor tiene
gran dominio del léxico y que este se pone por encima de todas las demás
apreciaciones que pueden efectuarse referidas a los otros componentes que
acompañan al vocabulario en el armado general del libro. No
cabe duda de que sintaxis y
morfología están muy bien representadas
en Sexteto; que la vertebración de cada texto (cuento) por medio
de la puntuación, si bien puede mejorarse -hecho del que no escapa ni
Borges- está estructurada con conocimientos vanguardistas del quehacer
narrativo; que el estilo, que varía de un tema a otro pero que se
mantiene firme sobre bases inamovibles, es demostrativo de una agilidad
envidiable y digna de elogio. El
lector atento podrá apreciar esas virtudes en la prosa de Monestier apenas
termine los dos primeros cuentos y -esto sí es muy notorio- quedará
atrapado por un léxico envolvente, amplísimo, sutil,
nervioso y ejemplar. Estas cinco condiciones no están dichas a la
ventura, como meros calificativos de un nombre, sino que son manifestación
sería de la comprobación de estar delante de un escritor para quien las
palabras son piezas, no solamente necesarias, como se desprende de
cualquier apreciación primaria en cualquier texto, sea cual fuere el
autor, sino también fundamentales en el desarrollo temático. Tres
vertientes En
principio el estudio de un vocabulario no difiere- por lo menos
sustancialmente- del de otro. Claro que esta consideración, comprobable con
facilidad en crónicas o notas periodísticas de escasa enjundia literaria
o intelectual, y en libros de mero entretenimiento, pierde pie luego de
haberse adentrado en el pensamiento escrito de Monestier. El lector paladea párrafo a párrafo su prosa ágil y dúctil, y, casi sin
notarlo, siente que hay algo que lo inquieta y moviliza hacia un
plano estético más
elevado. Comprende, finalmente, que las palabras -la Palabra- lo zarandean,
lo despabilan, lo trasladan a una región no siempre visitada
por lectores y autores. En definitiva, experimenta el sacudón que despierta
a quien está acostumbrado a un leer amodorrado y rutinario. A
partir de ese estado adquirido, llega el momento de seguir recorriendo
las líneas textuales con los ojos bien abiertos para no perder la
oportunidad de descubrir el acierto, la novedad, la reflexión que los términos
y su combinación son capaces de producir. Se llega a una lectura
que explicita el desarrollo de la
anécdota simultáneamente con el
chisporroteo de un léxico ineludible,
aliado seguro de la comprensión del
texto. Podría decirse que el lector de Monestier, ingresado ya en el maremágnum
lexical, ansía
hallar lo
inesperado a cada aparición de un vocablo
que sale del trillo común.
Oportunidades de sobra tiene para ello. En
todo el texto es posible la división en tres secciones que toman en
cuenta la calidad del vocabulario manejado por el autor. En las creaciones
de Monestier, más que en otros prosistas. Leyendo una simple
notícula deportiva
o leyendo un tratado de Filosofía -véase todo lo que en materia de textos se puede encontrar e introducir en medio de
una y otra manifestación verbal- cabe esta división: a)
léxico corriente, que constituye el grueso de los enunciados y que pertenece
a la llamada lengua general; b)
léxico emergente, que es el formado por voces
conocidas
— aunque
muchas veces no tanto- por sectores de hablantes cuya cultura supera
a la media; c)
léxico neológico, integrado por formas de decir que se crean en el
momento por-imperio del contexto o del recuerdo personal, o porque
hablante y escribiente quieren, conscientemente o no, incidir
en el incremento lexical. Está
de más decir, a estas alturas, que Monestier cubre con amplitud el
terreno que estas parcelas abarcan. Léxico
corriente Se
denomina también común o estándar. Dentro de este grupo de
palabras se incluyen aquellas que valen para la inmediatez de la comunicación,
sobre todo de la comunicación diaria.
Se comprenderá, pues, que las dicciones de este léxico corren libremente por todo el mundo
de habla española sin tropezar
con dificultades de comprensión e
interpretación por hablantes y escribientes. Valen tanto en el Uruguay
como en España, tanto en Costa Rica como en Venezuela. En
consecuencia, mesa (sustantivo), bueno (adjetivo),
saltar (verbo) y después (adverbio) se pueden presentar como
arquetipos de las categorías que
representan dentro de la gramática. Por su parte, los vocablos
de relación, como conjunciones (y, pero, o), pronombres relativos
(que, cual, cuyo), preposiciones (a, para, sin), así como los artículos
y las interjecciones, estas últimas con más razón que las otras por
su comportamiento gramática], van incluidos en este grupo de empleo
universal o general. Cuando
Monestier escribe: "Oyó el sonido del banco de la cocina
y en
seguida el vozarrón de Anselmo Ruiz, el gerente de ventas" ("Invocación
de Amelia", pág. 45), lo hace como cualquier persona que tenga
que decir a otra esa misma idea. Las veinte palabras empleadas no
son ajenas a nadie, por menos instrucción que se tenga, y su validez en
cualquier punto donde se habla español es defendible. Si el autor continuara
de esa manera, construyendo con sencillez
y valiéndose de voces comunes y cotidianas, crearía un texto monolítico, de comprensión
inmediata para cada
hispanohablante, de nulos rasgos regionales y -casi con
seguridad- de lectura poco atractiva
o poco interesante por la simple razón
de que se excluyen la innovación y la ruptura dentro de un léxico canonizado.
La más frecuente y usada de las formas de expresión oral y
escrita es esta que se viene denominando corriente la cual capacita para
una comunicación básica y rápida. Quien quiera
ser práctico y directo
no pensará en rodeos ni sutilezas de expresión. Léxico
emergente Se
lo llama así porque está compuesto por voces que, por razones muy
diversas, se mantienen en las penumbras del vocabulario, como ocultas
a la espera de una reaparición.
Emergen cuando la situación lo pide
o cuando, como en el caso de un narrador, se necesita el concurso de
palabras o combinaciones de palabras que se evadan de la media reinante
en el texto. Están sototerradas en la memoria de cada
uno o dispersas entre
las columnas del diccionario, que es la memoria colectiva
e histórica. Pueden no aflorar nunca porque el olvidó cayó sobre
ellas y el desuso las convirtió en palabras muertas. Claro está que
su rehabilitación se produce en cualquier momento: todo radica en
que haya alguien que las rescate y las aplique adecuadamente para oxigenarlas
y darles nueva vida, lo que no significa que por ello se les dé
permanencia, pues suele ocurrir que vuelven a su posición yacente después
de haber cumplido la función encomendada por el hablante. Es
común decir
que son vocablos cultos.
Así se las puede llamar, aunque
no hay que asombrarse si dentro del grupo se encuentran términos
que parecen estar más cerca del hablar diario que del hablar esmerado
y elevado. Un buen ejemplo está dado por el sustantivo cima,
no tan poco empleado cómo se supone y si de uso relativamente frecuente
en diarios y revistas, preferible a los más usuales altura, pico, cumbre, techo y punta. Nadie
está capacitado para medir con precisión si una palabra está más
cerca o más lejos del límite entre un léxico y otro. Quienes opinan, como
en el caso de cima, que está el término
más de un lado que del otro,
proceden por experiencia personal, por intuición, por conocimiento de
una masa grande de voces o por todas estas razones juntas. No lo hacen
por haberlo aprendido en un libro o por haber cumplido una averiguación
rigurosa y científica. Monestier
se muestra particularmente eficaz en el empleo de vocablos emergentes. Su vasto dominio de este terreno semántico le permite
utilizar palabras que. a primera vista, dejan pensando al lector y
lo llevan a la creencia de que son pura creación del autor. Ocurre así
porque esas voces tienen muy poca repercusión en el ámbito de la lengua y quedan, precisamente, ocultas hasta que alguien las saca a
relucir y les da vida, tan intensa y segura como la que tienen silla
y hablar, por ejemplo. Monestier
es un hurgador de diccionarios. Lee el diccionario, es
decir, lo recorre partiendo de una voz determinada o elegida a la ventura
y formando así una cadena semántica cuyos eslabones quedan consolidados
por las remisiones de un vocablo
a
otro u otros. Como moderno
Azorin, no le pierde pisada a ninguna voz. Esta costumbre de moverse
entre acepciones y significantes genera frutos siempre positivos
y
la obra entera de Monestier está para atestiguar tal aserto. Ofrece
un cúmulo de novedades digno de mención. En "Epiceno" -que es
el primer cuento- se hallan halconado
("...en los ojos cavados la
mirada halconada de siempre..." pág. 27); gríseo ("...el huracán del
pelo gríseo y revuelto..." pág. 36); pungido
("...en el parpadeo de la
mirada pungida..." pág. 16). En "Invocación de Amelia"
(segundo cuento)
están pulsátil
("...suspendida en el aire y con pulsátiles movimientos
de medusa..." pág. 81); fogarada
("...a transformarse en
hambre de presencia, en fogarada de esperanza..." pág. 59); horambre
(“.. .cada día más profunda la
horambre afectiva..." pág. 51); torniscón
(“.. .con esfuerzo llevó impasible el torniscón de los celos..." pág.
82); olambrilla ("...era la
luz de
las antorchas que se reflejaba en las
olambrillas del losado..." pág. 76). En "Fusilado" se
descubre el adjetivo
acuquinado con el sentido de acoquinado, por !o que podría
pensarse más bien que es una errata. En "Venusina", cuento que
cierra e! sexteto, se ven cultual ("...no hay celebraciones
cultuales..." pag.
143); pavorido (".. .que escapa pisoteando sus propias huestes
pavorido por el dolor..." pag. 143; tragantón ("...yo
pedí una milanesa con papas fritas y Manuela gambas al ajillo.
La vi muy tragantona..." pag. 145): ululato ("...al cabo
de varios días de lucha, en medio del ululato multitudinario..."
pag, 143). Finalmente,
en las tres piezas breves con que finaliza el libro, se hallan novador ("...todos los
juegos registran novadores, frívolos improvisadores..."
pag. 17'J): fractal ("...destinada
a diversificarse en el espacio
y en el tiempo y en un infinito proceso fractal..." pag. 157); estocástica
("...quizá la estocástica,
la ciencia del
azar, tuvo algo
que ver con eso..." pag. 159); anagogía ("...podría
ser -para quien se lo propusiera- vector seguro de estados de anagogía y
de comunicación con fuerzas ocultas..." pag. 177). La
enumeración presentada no es exhaustiva, pero es suficiente para
descubrir la riqueza de vocabulario de un autor que no le teme a ningún vocablo,
siempre y cuando le sirva para expresar con propiedad lo que desea
transmitir. Precisamente, la ausencia de miedo a expresarse es una virtud
destacable en un medio cultural en que parece existir preocupación por el
qué dirán. Este freno anticultural, visto por lo general como más
relacionado con lo social que con lo literario o intelectual, es un hecho palpable.
Los escritores que se miden (más bien, que se autocensuran] por razones
baladíes como el qué dirán y el qué pensarán se encierran entre
paredes que después son difíciles de derribar. La libertad de expresión
no corresponde solamente a la emisión del pensamiento que se tenga o que
se quiera, sino además a la mecánica de la emisión, dentro de la cual
las palabras ocupan lugar principal. Es evidente que entre millones de
hablantes (en particular, escribientes) hay una gama de posiciones con
respecto a este aspecto del vocabulario. Una enseñanza bien orientada
reducirá muchísimo cualquier
manifestación que coarte la elección de las palabras en el acto de
hablar. Cada hablante debe decir lo que tiene que decir y valerse de las
voces que tenga a su alcance y que sean necesarias y aptas para el cumplimiento
de una emisión fiel y exacta. Esto no implica
el desborde ni la
irrespetuosidad ni la anarquía expresiva: representa, y ya es decir, la
lengua puesta en práctica por quien la conoce y, quizá, la domina. Si no
ocurre así, habrá que pensar con urgencia en la reestructuración de la
enseñanza del idioma materno. Digresiones
aparte, cabe expresar ahora que la prosa de Jaime Monestier es un buen
espejo donde mirarse. Si, pese a lo expuesto, la duda
roe en el interior de algún lector, lo mejor es recurrir al diccionario
para comprobar de visu y al
instante la existencia de las voces anotadas más arriba. Léxico
neológico En
otro plano de la división lexical hecha
al comienzo está el llamado léxico
neológico. Su nombre lo dice todo: creación de palabras. Los
neologismos son abundantes en cualquier etapa del desarrollo del español
(o del inglés o del francés o de la lengua que fuere). Nadie se asombrará,
pues, de que un escritor (novelista,
cuentista, poeta, dramaturgo,
ensayista, cronista) deje caer vocablos creados por él mismo, no
registrados en ningún diccionario ni oídos o leídos anteriormente. No
hay secretos para neologizar. Si bien debe procederse con cautela para evitar la
sobreabundancia innecesaria y dañina de
palabras, es estimulante la formación de nuevas voces o expresiones que
nacen por impulso personal
o por indicación perentoria de la
realidad. El
mundo actual cuenta con el mayor número de neologismos de la vida
del español. Los avances en muy diversas disciplinas
o actividades del
ser humano llevan hoy sí y mañana también- a inventar (no
hay que rechazar
este término que dice lo que se hace realmente) muchas formas, inevitablemente
nuevas. La invención o la formación de dicciones es un hecho constante.
Cada hablante, a veces sin
darse cuenta, origina algunos términos
al cabo de una o varias jornadas de hablar o escribir. No
está alejado de la realidad el crear voces ya existentes pero sin
registrar
en ningún lexicón, ni siquiera
oídas o leídas como creaciones de
otros hablantes en otras latitudes. La coincidencia no es nada difícil
de comprobar llegado el caso de
efectuar una investigación lingüística
a lo largo
y ancho del mundo hispanoamericano. Se habla,
por lo tanto, de
inventar cuando quien procede
así no tiene conciencia
de que otro, mucho antes que él o poco antes que él, hizo
exactamente lo mismo. La distancia favorece la incomunicación y, aunque
hoy en día hay medios veloces para reducirla al mínimo, se continúa en
la misma situación de alejamiento porque millones de usuarios de la
lengua carecen de los medios convenientes para romper las vallas
alzadas
contra la comunicación. Por otra parte, los cuatrocientos millones
de hispanohablantes necesariamente en algún momento pasan por la experiencia
de usar, sin saber que otros también lo hacen, vocablos que a
todas luces, tomando en cuenta el medio en que se producen,
son nuevos.
Para
que
estas voces creadas aquí
o allá
lleguen al conocimiento de más personas y después se desparramen en
todas direcciones para incorporarse al diccionario,
pasará mucho o poco tiempo.
Nadie lo puede prever, pero seguro es
que gran numero de términos y acepciones de
términos que se codean en las columnas del diccionario
con palabras de rancia estirpe
tuvieron aparición y desarrollo como los indicados. Monestier
escribe el adjetivo
decadarial (pág. 161)
y quizá
lo use al hablar
también. El lector que
no conoce este término pero que lo entiende porque el contexto,
entre otros factores, lo ayuda, atribuye
al autor la creación de la voz. El autor la creó o no; es muy posible
que la haya tomado de sus lecturas o que la haya archivado mentalmente
después de habérsela oído a alguien. De un modo o de otro, se está
delante de una palabra nueva, fácil
de entender en este caso, aunque no siempre pasa
así. Piénsese, por ejemplo, en ultrafanos (pág. 60), sustantivo que deja
descolocado al lector, muy alejado del mundo presentado en el cuento de
Monestier en que figura el neologismo. En este caso preciso, el
propio autor explica a continuación de ultrafanos
su significado, pero este
hecho didáctico no se aplica
comúnmente en narrativa y el lector suele
quedar a la deriva si no encuentra quién
le explique la palabra que no entiende. El diccionario, por cierto,
no le servirá de auxiliar porque
la palabra es un invento personal de Monestier o de otro autor, y
hasta puede
ser un término de uso restringido
a una minoría selecta de hablantes unidos por los mismos intereses
culturales o espirituales o de otra índole, como sucede,
precisamente, con ultrafanos. Asimismo, la dicción chamba en
"Dejé la pregunta picando chamba por unos segundos..."
(pág. 137), esta vez sin explicación
alguna sobre su significado, no permite comprender lo transmitido. El
lector queda a oscuras y, si no hay el modo de aclarar el sentido del vocablo, se perdió
esa parte del mensaje. Como no figura en ningún diccionario,
conviene decir que chamba corresponde
a la jerga de los jugadores de pelota vasca.
Se aplica cuando, luego de chocar
contra el frontón, la pelota cae. por la fuerza que llevaba o que se le
dio, a pocos pasos de la pared e
impide que el jugador contrario la alcance a tiempo para hacerla pegar
nuevamente en el frontón. Si se relee la oración que contiene a esta voz
tan particular, el significado resulta claro o, por lo menos, se ve
como posible de ser asimilado. ¿Es adjetivo equivalente a inalcanzable?
¿Es adverbio que se equipara con malamente? La
neologizacion es un terreno
muy amplio y dentro de él tienen cabida
distintas maneras
de proceder para inventar palabras. Monestier recurre muy a menudo
al expediente de la derivación.
Es el camino más sencillo y natural de recorrer: tomando un vocablo básico
(papel) se deriva de él un nuevo término. En su momento, lo
fueron papelón,
papelear, papelería, papelamen y demás;
hoy lo son papelista (coleccionista
de papeles)
y papelear (dejar
constancia por escrito). Se aclara que estos dos últimos vocablos
son productos de una creación espontánea
y puntual motivada por la necesidad de ejemplos para agregar aquí. Ni papelista
ni papelizar tienen
existencia ni vigencia, pero son excelentes modelos de formación
inmediata por razones apremiantes o del momento. Monestier
deriva muchísimo. Procede con sencillez, lo que favorece la
comprensión de los neologismos. Fl lector atento y acostumbrado a ver
con rapidez los componentes de las palabras no requiere ayuda de nadie
para saber que en decadarial se tiene corno base el sustantivo década
y que rituálico se asienta en el nombre rito a través
de ritual. Véanse
ahora algunos neologismos de Monestier: pregnante ("...es que
se trata de
una inferioridad pregnante, una hiedra que me aprisiona e
invalida..." pág. 17); graznada ("...cuando entra al
cuarto y su voz resuena como graznada, nasal, áspera..." pág. 17); entrapájado ("...
el alma estrapajada y sin disposición para recibir
a nadie..." pág. 29): amuecado
("...la boca amuecada..."
pág. 34): cronologizar ("...soy
Cronos y tengo el derecho de cronologizar,.."
pág. 37): alechuzado (",..le
pareció ver plumas en torno al rostro alechuzado..." pág. 64); acintado
("...ceñidos éstos por
complicadas volutas de hierro acintado..." pág. 73): brujil ("...la
vieja se volvió inclinada y brujil y me susurró...''
pág. 75); tartaleante; ("...y
que se alzaba a caminar tartaleante, los brazos en alto..."
pág. 81); empuado I"...su
voz salió apretada por la cólera,
empuada de mal humor..." pág.
65); implotar ("...la
saboreó, no mucho porque eso es goce
y no es bueno, y después la implotó en la garganta..."
pág. 145); fideísta ("...que
si bien no podía dejar de sentir hacia
ella cierta predilección fideista..." pág. 153); veneratura
(''-..hasta es común atribuirle la
veneratura de un remoto pasado egipcio..."
pág. 176). Hay
algunos términos que no son derivados (entre ellos acintado y alechuzada),
ya que pertenecen al grupo de los parasintéticos, por habérsele
agregado a la base, al mismo tiempo, un prefijo y un sufijo. No confundir
con aquellas palabras que se
forman a partir de un derivado (de patriótico sale antipatriótico,
así como de reformador contrarreformador)
por anteposición de un
prefijo. El
neologismo descubierto en el proceso de leer impulsa a la detención en
el camino y desvía al lector hacia el esclarecimiento del contenido de
significación. Será inmediato si se capta en seguida, ayudado por el
cotexto y el contexto; no lo será si las dificultades de percepción del
significado obligan a la consulta de fuentes informativas, como el
diccionario u otro hablante. En este ejercicio mental -que implica
lectura
y relectura del trozo, reflexión más profunda que la habitual búsqueda
de luces aclaratorias-
reside un valor cierto e
indiscutible que
apunta a tomar un texto
como algo más que una suma de signos
para descifrar cómodamente Queda,
dentro del estudio del léxico de
Monestier otra forma de neologizar. Se
trata de dotar de un significado nuevo a un significante existente
ya con uno o varios significados. A lo largo de Sexteto se encuentran
varios ejemplos, aunque la miopía del rastreador quizá no detectó
la totalidad de los casos. Lo curioso
es que la primera palabra del
primer cuento entra en este grupo tan particular. Tal primera palabra es
el título: "Epiceno". Epiceno
es
un sustantivo perteneciente al campo semántico de la gramática,
como lo son aposición, transitivo, sintagma, defectivo y pronombre, entre
cientos
más. Fuera de él no tiene cabida; no
obstante, Monestier carga al sustantivo
de una significación que solamente se descubre
luego de haber leído con
suma atención e! cuento. Otro
ejemplo es clausurar (pág, 168). Sobre la base de las dos
acepciones que de este verbo da el DRAE. se construyó la nueva, equivalente
a encerrar, "...los condujo al hallazgo del goce y a un grado
tal de intensidad amorosa que los clausuró en el hotel por noches y días". Asimismo,
aparecen pajarear ("...las imágenes comenzaron a pajarearme,
a revolotearme hacia eso…”
pág. 26); alobado (''...el corazón
alobado se lanzó a galopar amenazante y vengador.,." pág. 83); gesteado
(".. .delirante jerigonza
gesteada con aleteos de manos…"pág.
136); acmé (''...un
atardecer, en el acmé de la dicha,
Elisa fue visitada por su
primera visión..." pág. 168). Y
ya
se vio el vocablo chamba. En
otros textos Además
de Sexteto, Monestier es autor de dos novelas: Angeles
apasionadas (Cal y Canto. Montevideo. 1996) y Amor y anarquía (Colihue
Sepé. Buenos Aires. 20OO). También tiene
algunos cuentos publicados en revistas.
Se toman ahora los titulados
"Juegos florales", que
apareció en Relaciones (No.224-5. Enero-febrero de 2003. Montevideo)
y "La curación", en la misma revista (N° 236-7. Enero-febrero
de 2004. Montevideo). Recorriendo
su producción, la constante de la utilización
de vocablos
emergentes y neológicos en indudable. Está incorporado a su modo
de escribir el uso de términos
que den al lector la ocasión de pensar más allá de
los límites habituales,
la oportunidad de someterse a una
introspección fermenta! y, también, la posibilidad de convertirse en diseminador
de esas formas léxicas
de poco uso o desconocidas hasta el
momento. En
Ángeles apasionados, donde aparece un personaje que se entretiene
en recorrer las columnas del diccionario
para extraer palabras raras
y usarlas él mismo sin ningún
temor, se tienen estos términos
emergentes;
mordicar, dolaje, facecia , cellenca, hurgamandera, timbirimbo,
acriminar', virulé, entre
varios. Por su parte, las voces nuevas,
tanto formal como conceptualmente, son marquida, Iombricear, ensalmar,
trastulada y antimilagro. En
"Amor y anarquía" se descubren petular, jipeo. anteluces, acornetado
(creaciones) y tataradeudos,
embabiamiento, calima. acrimonia, bebistrajo, hiposas y campanear (emergentes). En
el cuento "Juegos florales" se encuentran estos términos neológicos:
eviternidad. sofismar y azarpado. Hay mayor número de dicciones
emergentes: satanizado, atigrado, desmazalado, raqueando y
adumbrado. En
"La curación" se leen
jedentina (pronunciación
de hedentina con hache
aspirada) y bendiceros (plural
que incluye
también a integrantes del
sexo masculino; únicamente se registra el femenino bendicera en el
DRAE). Son los dos neologismos (uno,
prosódico-ortográfico y el otro semántico)
que se hallaron. Entre
las voces emergentes hay una copia
de exquisiteces:
mistagogo, torozón,
enroñado, canticio, labra ("la
ferrea labra sobre sus huesos"'), entrapajar, bizcuerno, (''mirada
encapotada y bizcuerna"] y bazo ("cuero
curtido y bazo"). Una vez más se está delante de una prueba de busca y rescate de voces quizá perdidas, quizá olvidadas. Lo positivo de esta actitud de Monestier es el aporte de la ampliación del horizonte lexical de los lectores. Lo hace sin estridencias ni empujones, con naturalidad que no disimula su base indagatoria pero que se pone delante de los ojos de cualquiera que lea los textos para decirle, simplemente, que las palabras están ahí y que estuvieron antes en los textos de otras etapas de la lengua. Nada más alejado de lo exótico en su proceder. El hecho de que escriba mistagogo o bizcuerna no puede ni debe considerarse manifestación de petulancia expresiva ni de superioridad frente al receptor. Hay en el empleo de esas dos dicciones y de todas las demás de su extenso repertorio una intención muy sencilla: recuperar y diseminar. Lo demás, que es el triunfo o el fracaso de esa actitud, corre por cuenta de quien las lee, registra y asimila.[1] Referencias: [1] Apenas terminada la preparación de esta nota. Monestier dio a la imprenta Morir es una costumbre, libro que contiene una selección de cuentos suyos publicados en revistas y periódicos de Montevideo y San José. (Morir es una costumbre. Orbe. Montevideo. 2006). |
c. Héctor Balsas
Revista de la Academia Nacional de Letras
Año 2, No.3, Julio-Diciembre 2007. Montevideo, Uruguay.
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