El amaestramiento del loro

Cuento de Rabindranath Tagore

(Traducción de Victoria Ocampo)

Había una vez un pajarillo. Era ignorante. Cantaba bien, pero nunca declamaba las escrituras. Saltaba con bastante frecuencia, pero carecía de buenos modales.

El Rajá se dijo en su fuero interno: “La ignorancia es costosa a la larga. Porque los necios consumen tanto alimento como sus superiores y sin embargo no dan nada en cambio".

Convocó a sus sobrinos y les dijo que el pajarillo tenía que recibir una educación sólida.

Se citó a los pundits[1]  y en seguida se examinó la raíz del asunto. Decidieron que la ignorancia de los pajarillos procedía de su inveterada costumbre de vivir en pobres nidos. Por consiguiente, de acuerdo con los pundits, la primera cosa necesaria para la educación del pajarillo era su traslado a una jaula adecuada.

Los pundits recibieron su recompensa y se volvieron felices a sus casas.    

Se construyó una jaula de oro suntuosamente decorada. Muchedumbres vinieron a mirarla de todas partes del mundo.

“¡La cultura, apresada y enjaulada!" exclamaban algunos, en un trance extático, y se echaban a llorar.

Otros observaban: “Inclusive si se pasa por alto la cultura, la jaula quedará hasta el final: hecho substancial. ¡Qué suerte para el pajarillo!”

El orfebre se llenó el bolsillo de dinero y no perdió tiempo para embarcarse de regreso a su casa.

El pundit se instaló para educar al pajarillo. Con la debida deliberación tomó su dosis de rapé, y dijo: “Los libros de texto nunca pueden ser demasiado para nuestro propósito”.

Los sobrinos reunieron a una muchedumbre de escribas. Copiaron libros y copiaron copias de libros hasta que la pila de manuscritos llegó a una altura inalcanzable.

Las gentes murmuraban, asombradas: “¡Ah! la torre de la cultura, ¡qué altura egregia! ¡La cima se pierde en las nubes!"

Los escribas, alegremente, volvieron de prisa a sus casas con los bolsillos bien llenos.

Los sobrinos se atareaban frenéticamente para acicalar la jaula.

Mientras seguía su continuo fregar y lustrar las gentes decían con satisfacción: “¡Esto sí que es progreso!”

Se empleaba gran número de hombres y un número aún mayor de supervisores. Éstos, con sus primos de diferentes grados de parentesco, se construyeron un palacio y vivieron felices allí por los siglos de los siglos.

Sean cuales fueran sus otras deficiencias, en el mundo nunca faltan quienes encuentran “peros”. Y por ahí se andaba diciendo que todas las personas relacionadas con la jaula, por lejana que fuera la relación, medraban de manera indescriptible, con excepción del pajarillo.

Cuando esta noticia llegó a oídos del Raja, convocó a sus sobrinos y les dijo: “Queridos sobrinos ¿qué es esto oue se anda diciendo?”

Los sobrinos contestaron: “Señor, si habéis de saber la verdad, escuchad el testimonio de los orfebres y de los pundits, de los escribas y de los supervisores. Los que encuentran “peros” están mal alimentados, por eso se les afila la lengua”.

La explicación era tan luminosamente satisfactoria que el Rajá condecoró a cada uno de sus sobrinos con sus propias preciosas joyas.

Por fin el Rajá, deseoso de ver con sus propios ojos cómo se ocupaba del pajarillo su Departamento de Educación, se presentó un día en la gran sala de la Erudición.

Desde la puerta se oyó el sonido de los caracoles marinos y de los gongs, cuernos, trompetas, cornetas, címbalos, tambores, tom-toms, tímbalos, flautas, pífanos, organillos y gaitas. Con sus voces más agudas, los pundits empezaron a cantar mantras[2] , mientras que los orfebres, escribas, supervisores y sus innumerables primos de diferentes grados de parentesco vitoreaban ruidosamente.

Los sobrinos sonrieron y dijeron: “¿Qué piensa su señoría de todo esto?"

El Rajá dijo: “¡Se parece de manera tremenda a un sólido principio de Educación!”

Extraordinariamente complacido, el Rajá iba a montar en su elefante cuando el que encuentra “peros” gritó, desde el escondrijo de unos arbustos: “Maharajá, ¿habéis visto al pajarillo?”

"¡Por cierto que no!”, exclamó el Rajá. "Lo había olvidado por completo.”

Volviendo sobre sus pasos, les preguntó a los pundits qué método seguían para la instrucción del pajarillo.

Se lo mostraron. Y el Rajá quedó inmensamente impresionado. El método era tan estupendo que el pajarillo resultaba ridículamente insignificante en comparación. El Rajá quedó enterado de que no había fallado la combinación. En cuanto a cualquier queja del mismo pajarillo, esto ni siquiera podía concebirse. Estaba a tal punto atragantado con las hojas de los libros que no podía silbar ni susurrar. Uno se estremecía de ver aquello.

Esta vez, mientras volvía a montar en su elefante, el Rajá ordenó al Encargado Gubernamental de Tirones-de-Orejas, que le dieran unos buenos tirones al que encontraba "peros”.

El pajarillo siguió así, arrastrándose, puntual y decorosamente, hasta el borde más seguro de la insubstancialidad. Por cierto, sus progresos eran extremadamente satisfactorios. Sin embargo, la naturaleza triunfaba ocasionalmente sobre el amaestramiento y, cuando la luz matinal se asomaba a la jaula, a veces el pajarillo aleteaba de manera reprensible. Y, aunque cueste creerlo, picoteaba lastimosamente los barrotes con su débil pico.

"iOué impertinencia" —gruñó el kotwal [3]

El herrero, con su fragua y su martillo ocupó su lugar en el Departamento de Educación del Rajá. ¡Ah! ¡Qué golpes sonoros! La cadena de hierro estuvo terminada pronto, y las alas del pajarillo cortadas.

Los cuñados del Rajá, sombríos, sacudían la cabeza y decían: “¡Estos pajarillos no sólo carecen de buen sentido, sino también de gratitud!"

Con el libro de texto en una mano y la vara en la otra, los pundits le dieron al pobre pajarillo lo que puede llamarse adecuadamente lecciones.

Al kotwal por su vigilancia y al herrero por su destreza para forjar cadenas, se les otorgaron sendos honores.

El pajarillo murió.

Nadie tenía la menor noción de cuándo había muerto. El que encontraba “peros" fue el primero que hizo correr la noticia.

El Rajá llamó a sus sobrinos y les preguntó: “Mis sobrinos, ¿qué es esto que se anda diciendo?”

Los sobrinos dijeron: “Señor, la educación del pajarillo está completa”.

“¿Salta?” —inquirió el Rajá.

“Nunca” —dijeron los sobrinos.

“¿Vuela?”

“No.”

“Tráiganme al pajarillo” —dijo el Rajá.

Le trajeron al pajarillo, escoltado por el kotwal y los sepoys[4], v los sowars. El Rajá empujó el cuerpo con su dedo. Sólo el relleno de hojas de libros crujió.

Del otro lado de la ventana, el murmullo de la brisa primaveral entre los brotes nuevos de hojas de asoka daba algo de anhelante a la mañana de abril.

Notas:

[1] Pundit: pedante.

[2]  Mantras: Texto sagrado de las antiguas escrituras hindúes que a menudo ae encuentran en la forma abreviada de versos.

[3] Kotwal: Jefe de policía.

[4] Sepoy: Soldado indio nativo adiestrado según métodos europeos.

 

Cuento de Rabindranath Tagore (Traducción de Victoria Ocampo)

Publicado, originalmente, en: Revista "Sur"  .ISSN: 0035-0478 Año XII Nº 270 mayo / junio de 1961

Gentileza de Biblioteca Nacional Mariano Moreno - Buenos Aires, República Argentina

 

Ver, además:

                      Rabindranath Tagore en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Rabindranath Tagore

Ir a página inicio

Ir a índice de autores