Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 

Sobre literatura y prisión
El libro en tiempos del calabozo

Ioram Melcer

(desde Jerusalén) 

EN LA MENTE de quien observa a los países de América Latina, una de las imágenes recurrentes es la del dictador. Fuera del continente americano es común que el dictador, así como la imagen del mismo, sean considerados como la contribución inconfundible de los pueblos que habitan el espacio entre México y la Patagonia. Y como no puede existir un dictador sin cárcel, y no puede haber una cárcel de dictadura sin presos políticos e ideológicos, uno de los productos más comunes de las dictaduras latinoamericanas es la literatura carcelaria. Claro está que esta es una visión estrecha, propagandista y hasta difamadora del continente americano. Los dictadores no son un invento de América Latina, y aunque Rosas, Trujillo, Stroessner, Pinochet y muchos otros han pintado la historia de sus países así como el imaginario de muchos a través del mundo, no son un fenómeno puramente local ni pertenecen exclusivamente a la cultura común del continente.

OTRAS CÁRCELES. Grandes literaturas han surgido de los calabozos del siglo XX. El régimen del apartheid de Sudáfrica será recordado por muchas infamias, pero no menos por la condena de Nelson Mandela. La Unión Soviética será analizada desde mil puntos de vista, pero nunca sin que se tomen en cuenta la realidad, la cultura y la influencia del gulag, el vasto sistema de prisiones del régimen comunista. Soljenitsin fue el que instaló el gulag soviético en la cultura mundial; Nazim Hikmet creó lo mejor de su poesía en el terrible sistema carcelario de la Turquía democrática, laica e independiente; el gran maestro de la literatura de Indonesia, Pramoedya Ananta Toer, merece un lugar especial en la historia de la infamia recreada por la literatura, pues primero estuvo en la cárcel de los holandeses colonizadores de su patria, y luego de haber sido un importante factor en la lucha por la independencia de Indonesia, estuvo en la cárcel de su joven país donde tuvo que memorizar sus cuentos y novelas, porque le negaban papel, lápiz y hasta el derecho de escribir. La lista es larguísima y dolorosamente internacional: Isaac Babel y Miguel Hernández, el premio Nobel chino Gao Xingjian "re-educado" en un campamento rural durante la Revolución Cultural , el gran escritor de Kenya Ngugi wa Thiong`, detenido sin juicio en una prisión de máxima seguridad por haber "atentado contra la seguridad pública". Si a los escritores encarcelados sumamos los que se vieron obligados a escribir clandestinamente o en el exilio -Anna Frank, Jorge Semprún, Taher Ben Jaloun, Leo Perutz, Sandor Márai, Roberto Bolaño y muchos más- es obvio que se trata de un fenómeno generalizado. Este es el contexto en el que hay que leer Trincheras de papel de Alfredo Alzugarat, libro que trata el tema de la literatura carcelaria en Uruguay.

Un estudio serio de un tema tanto universal como particular, oscila entre los detalles específicos y la visión del material investigado. Alzugarat ha hecho un trabajo de historiador tomando lo mejor de la tradición de la escuela francesa de los Annales, es decir, la idea de que es precisamente en los detalles donde la historia se refleja en toda su riqueza. Se trata de iluminar lo "macro" a través de lo "micro". Así es que el tomo algo escueto abunda en detalles.

Alzugarat nos informa sobre el contexto. La cárcel de la dictadura era la cárcel de la dictadura uruguaya, no el gulag (brillantemente estudiado hasta el último detalle por Anne Applebaum) ni el campamento chino o la prisión turca. Tenía su régimen y sus reglas así como tuvo su historia, estrechamente ligada a los fines del régimen y a su mentalidad de censura. Además, tenía su contexto literario: la biblioteca del penal. Los escritores suelen ser grandes lectores y no hay que ver la creación literaria de presos, sean políticos o no, únicamente a través del filtro del encarcelamiento. Si hay libros, los leen. Si no los hay, recuentan sus lecturas. El libro no se puede suprimir, y Alzugarat nos lo explica detalladamente. En el mundo de la cárcel, "stock" literario y censura son dos polos opuestos y complementarios que definen una dinámica. Sobrevivientes del gulag cuentan que en mucho campos disfrutaban de libros prohibidos que al ser leídos por la KGB terminaban en las estanterías de Siberia. Alzugarat transforma la visión maniquea tan común de la cárcel, la de "El Mundo Sin Libros", como si los libros fueran una rara especie de golondrinas que no pueden existir entre los muros.

Este punto de partida le sirve para pintar la riqueza de la producción literaria en las cárceles de la dictadura. Sobre El furgón de los locos de Carlos Liscano, Alzugarat habla de la función metafísica de la literatura carcelaria: "La vida futura, el escritor, el mundo entero, dependen de esa lucha sin tregua en los calabozos de la tortura". A su vez, lo peor de la experiencia humana deja emerger a la humanidad más básica, más auténtica. El arte de El hombre numerado de Marcelo Estefanell, es resumido por Alzugarat: "La mayor novedad, sin embargo, la constituye un indisimulado placer de contar que desdramatiza y a la vez acerca los hechos al lector".

El testimonio escrito escondido en las paredes, los muebles y los colchones son parte de esta actividad creativa. Además, libros existían y circulaban, se leían e influían. En ciertos casos, de la cárcel salían textos escritos por los presos, lo que era el mayor triunfo: ver algo nacido en el calabozo tomando vuelo en el mundo "de afuera", que tampoco era un mundo de libertad. Este tipo de dinámica nos recuerda que bajo una dictadura, el país entero es una cárcel, siendo su sistema penal un "mini-país" más duro, más represivo, pero no siempre muy diferente en cuanto a los principios que lo rigen.

Esta visión es la que le permite a Alzugarat ampliar su estudio, partiendo del "micro" al "macro". Si se considera al país que está bajo una dictadura como una cárcel, el tema de la literatura carcelaria se extiende más allá de los muros y del sistema penal. Las dictaduras casi siempre justifican su existencia y sus actos en términos de ideología, presentándose como los padres de la familia (la nación) cuyos hijos (los ciudadanos) deben ser educados. Por ello, lo que interesa al investigador no es un "micro" en particular. Son varios. Es la historia del libro, de la literatura, de los escritores y de los lectores en un país bajo dictadura. Es lo que Alzugarat llama "los diversos reinos de la palabra". Así se diversifican los géneros literarios pertinentes a la investigación desde el testimonio y la novela de la cárcel, pasando por la poesía y las cartas hasta la literatura para niños. Además, se amplían los horizontes geográficos en una serie de círculos concéntricos cuyo foco común es la cárcel (actual y conceptual): ciudad, país, comunidad de lectores, hasta el destierro y el exilio.

LOS ESCRITORES DEL FUTURO. Uno de los puntos más dolorosos es que las dictaduras nos privan de grandes escritores. Basta recordar el caso de Anna Frank, asesinada tan joven, que hoy estaría por cumplir 78 años de edad. Pero la cárcel crea y forma escritores, pues los regímenes de dictadura persiguen a los jóvenes sensibles que tienen "demasiadas opiniones", los que piensan por cuenta propia. Estos suelen ser los escritores del futuro. Trincheras de papel opta más por el estudio monográfico ordenado según categorías, lo cual revela el profundo compromiso del autor con su tema. Quizás ciertos aspectos más teóricos o filosóficos como la formación de escritores en la cárcel (y no hay que temer decirlo: por la cárcel) tendrán que ocupar las páginas de un libro por escribir.

Si hay algo común en la realidad de cárceles, dictaduras y países de América Latina, es que el continente americano parece estar pasando por una fase "postdictatorial". Aunque Cuba no ha completado su trayectoria y poco sabemos del "post" de ciertas situaciones neo-autoritarias en otros países americanos, en términos generales este libro puede presentarse como un estudio de un fenómeno del pasado.

No obstante, un lector que mira más allá de la realidad uruguaya y que sabe cuántas dictaduras siguen encarcelando "rebeldes con ideas perjudiciales al país", no puede dejar de pensar que Trincheras de papel traza con pinceladas delicadas lo que sería el manual de supervivencia de la cultura si algún día vuelve a surgir una dictadura. Lo contiene todo: qué se escribe, con qué hay que enfrentarse para hacerlo, quiénes fueron los maestros de la literatura carcelaria, cómo ha de ser aceptada por el mundo de "afuera", qué se ha hecho ya y en qué se puede innovar. Pues siempre nos quedan los libros, "adentro" y "afuera".

Ioram Melcer 
Reseña de El País Cultural s/f

Ir a índice de Asia

Ir a índice de Melcer, Ioram

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio